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RITOS Y ANIMALES EN LAS PRÁCTICAS
FUNERARIAS PREHISTÓRICAS DE TENERIFE
Verónica Alberto Barroso
Es frecuente que los yacimientos sepulcrales de Tenerife contengan restos de fauna
que, junto a otros elementos, son la expresión del ritual funerario, con una destacada par-ticipación
en el mismo. Sin embargo, este tipo de materiales ha sido relegado a un segun-do
plano en la investigación, en favor de los restos antropológicos que pudiera acoger el
enterramiento y/o de otros vestigios considerados más significativos. Entre estos últimos
se encuentran las producciones alfareras, las industrias óseas, malacológicas, lígneas y
dentro de las líticas fundamentalmente las que han sido elaboradas sobre obsidiana, reci-biendo
menor atención, por contra, aquéllas en que las materias primas seleccionadas
corresponden a rocas cristalinas de grano grueso, conjunto al que han de añadirse los
elementos designados como objetos de adorno personal.
La fauna, salvo contadas excepciones, aparece escasamente tratada en la bibliografía,
situación que revela la falta de interés de que han sido objeto estos registros. Cuando se
citan se aportan datos excesivamente genéricos sobre las especies o la representación ana-tómica
de los restos hallados, careciendo de información sobre cuestiones tales como la
localización en el yacimiento, asociaciones con otros repertorios o algo tan elemental
como un simple recuento que permita conocer el volumen de los restos allí contenidos.
Dentro de este panorama se tendría que considerar, además de la posible omisión al
entender que no revisten un significado especial en las prácticas funerarias, la posibilidad
de que muchos restos hayan pasado inadvertidos o hayan sido confundidos durante los
trabajos de excavación, haciendo hincapié en los hallazgos más espectaculares o sensible-mente
más evidentes.
Los animales en los yacimientos funerarios
Las especies animales asociadas a los enterramientos coinciden con las documentadas
en los emplazamientos habitacionales, registrándose tanto fauna marina como terrestre,
en determinadas ocasiones de manera independiente y en otras de forma conjunta, entre-mezclada
(fig. 1).
De 62 yacimientos consultados tan sólo en 22 casos (35%) se hace referencia a restos
fáunicos, coincidiendo marina y terrestre en 4, exclusivamente terrestre en 7, sólo
malacofaunas en 5 e ícticas en 3, combinándose mamíferos y moluscos en 2 y mamíferos
y peces en 1.
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A partir de la información existente parece deducirse una vinculación muy estrecha
entre las prácticas de enterramiento colectivo y la presencia de fauna. De los 22 ejemplos
analizados 14 corresponden a espacios que acogen a más de un enterramiento, de cinco se
desconoce esta variable, mientras que los tres restantes que se definen como individuales,
por lo menos dos de ellos presentan algunos problemas que dificultan tal calificación.1
De cualquier forma, son mucho más abundantes los ejemplos de enterramientos colec-tivos
conocidos que los que tienen un carácter individual, sin que por el momento sea
posible establecer las motivaciones que determinan sendas modalidades. Por otra parte,
resulta sintomático que todos los enterramientos donde se menciona más de un individuo
contengan algún elemento de “ajuar”, aun a pesar de que en ellos no se mencionen restos
de fauna.2 Al contrario de lo que ocurre con los claramente individuales de los que siempre
está ausente.3
Los yacimientos sepulcrales con restos de fauna se distribuyen de costa a cumbre,
incluyendo el ámbito de las Cañadas de El Teide. En este sentido, habría que destacar que
la proximidad o no al litoral no constituye una variable que determine la presencia de
restos de fauna marina en el espacio funerario. Por otra parte, las evidencias fáunicas están
mucho mejor representadas en los yacimientos de la vertiente norte y zonas de cumbre
que en la franja sur de la isla, si bien este factor pudiera responder a un problema de
disparidad en los conocimientos que sobre estos enclaves se posee, más prolijos en los dos
primeros frente a la zona meridional.
Las especies animales que se documentan vinculadas a los enterramientos son:
En la fauna vertebrada terrestre, cuando se especifica, se alude a los animales domésti-cos
que los guanches poseían: cabras, ovejas y cerdos, a los que habría que añadir el perro.
En la malacofauna, se hace referencia genéricamente a conchas de moluscos, descritas
en ocasiones como caparazones de patellas (lapas), “caracoles marinos” o conus.
Por último, para la ictiofauna nunca se menciona la especie y sólo se reconoce a partir
de las unidades vertebrales.
Simbología animal en los enterramientos
La inclusión de restos de fauna en recintos funerarios forma parte de las prácticas ritua-les
que acontecen con la actividad mortuoria y, por tanto, no pueden ser desligadas de
otras muchas acciones que tiene lugar en la misma. En última instancia representa la ma-terialización
de la ideología funeraria, si bien en un sentido más amplio es el reflejo de la
organización social guanche.
A tal efecto, es preciso hacer referencia al ajuar funerario, pues constituye en elemento
clave en la interpretación que se ha hecho de las prácticas funerarias prehistóricas.
Tradicionalmente se ha entendido por ajuar todos aquellos elementos que acompañan
al muerto, de tal suerte que la mayoría de los yacimientos sepulcrales contienen ajuar,
1859
integrado fundamentalmente por cerámicas, industrias líticas, óseas, malacológicas, lígneas,
objetos de adornos personal, etc.
Se ha indicado la posibilidad de que el ajuar pueda presentar un carácter colectivo,
dado el reducido volumen de piezas que en ocasiones se documentan en relación con el
número de individuos inhumados, o bien por el lugar que ocupan en el depósito sin aso-ciarse
directamente a muertos concretos4 (L. Diego Cuscoy, 1951; C. del Arco, 1992-
1993).
Dichos materiales se identifican con los de uso corriente presentes en los lugares de
habitación, aunque en proporción diferenciada (L. Diego Cuscoy, 1951); siendo quizá éste
el motivo por el que genéricamente se han interpretado como objetos de carácter personal,
destinados a servir al muerto en la “vida del más allá”.
En la interpretación que recibe la fauna de contextos funerarios la corriente más gene-ralizada
es la de explicarlas como ofrendas alimenticias que se hacen a los individuos
fallecidos, también formando parte del ajuar. Una ofrenda alimenticia puede implicar di-ferentes
categorías que abarcan desde el depósito de un animal completo sin más manipu-lación
que la que implica el acto de sacrificarlo, hasta la entrega selectiva de ciertas regio-nes
anatómicas, pasando por toda una serie de tratamientos entre los que se cuenta la
desmembración, descarnado y preparación culinaria.
Los criterios considerados para tal explicación surgen fundamentalmente de la presen-cia
de huesos largos de las extremidades de animales domésticos, de manera prioritaria
cabras y ovejas, y en menor medida los cerdos, que se encuentran fracturados y que son
asimilados a los que se hallan en los lugares de habitación (J. Álvarez Delgado, 1947; L.
Diego Cuscoy, 1965). En este grupo se encuentran igualmente los peces y en determina-das
ocasiones los moluscos.
La ofrenda implicaría la entrega de porciones cárnicas para cubrir las necesidades del
difunto que se suponen semejantes a las que tenía en vida. Para ello se seleccionan las
mismas especies animales que intervienen de forma ordinaria en la alimentación.
Este tipo de manifestaciones implica necesariamente una creencia en la vida de ultra-tumba,
donde la existencia del individuo se prolonga, constituyendo el propio hecho de la
muerte un nexo entre ambas esferas de la existencia. En este sentido, parece que los indi-viduos
fallecidos continúan formando parte de la comunidad, de tal forma que los muertos
no se desligan del acontecer cotidiano.
Este hecho se observa en la voluntad de no desvincular el mundo de los vivos del de los
muertos, aspecto que se manifiesta en la elección de los espacios donde se van a ubicar las
necrópolis con una estrecha relación entre hábitat y enterramiento. Esta situación de proxi-midad
tiene una traducción de contacto físico directo pero también se expresa a través de
un complejo ritual funerario que implica relaciones entre los hombres y el desarrollo de
actividades económicas que, en esencia, representan el trasvase al ámbito de la muerte de
los esquemas que rigen la vida cotidiana de estas poblaciones. En esta misma idea redunda
el carácter colectivo que poseen en su mayor parte los recintos funerarios.
1860
Tal vez por esta razón, los muertos se acompañan de aquellos objetos que en vida le
fueron corrientes en su actividad cotidiana, objetos personales que constituyen el ajuar
mortuorio, ya sean los propios que el individuo poseyó, ya otros nuevos que la comunidad
produce específicamente para ellos. En este grupo han de incluirse también las “ofrendas
alimenticias”.
Sin embargo, no todos los restos de fauna han sido interpretados en el mismo sentido,
produciéndose excepciones sumamente interesantes por su significación, aunque no por
ello se han disociado de la clasificación de bienes que conforman el ajuar funerario.
Tal consideración se ha aplicado a los cráneos de cabras, o de forma aislada a las corna-mentas
de dichos animales, a las grandes defensas de suidos, así como a los cráneos de
perros o piezas dentarias de éstos últimos (J. Álvarez Delgado, 1947; L. Diego Cuscoy,
1951, 1953, 1965, 1968). A su vez, también se ha relativizado la significación de la
malacofauna (L. Diego Cuscoy, 1951). En estos casos el valor económico/nutricional in-herente
a las ofrendas alimenticias disminuye en favor de otros contenidos más netamente
simbólicos. El rasgo principal que define a estas categorías se establece en la restricción
anatómica, destacándose la unidad esquelética en sí misma, o como una representación
del todo, es decir, del animal.
Por ello se han asimilado con amuletos, dotados de ciertas capacidades mágico-religio-sas,
destinados a fines propiciatorios, de protección, etc., tal como sucede con los grandes
colmillos de suidos documentados en varios yacimientos sepulcrales de la isla. Mención
especial merecen los restos de cánidos que de forma unánime se han explicado como la
prueba de sacrificios rituales, al margen de las ofrendas alimenticias, interpretados por L.
Diego Cuscoy como “animales guía o compañeros del muerto”, destacando la considera-ción
de que son objeto entre una población eminentemente pastoralista, en la que la pre-sencia
de perros resulta esencial para el cuidado de los rebaños. Dicho autor recoge en el
enterramiento colectivo del Llano de Maja, Santiago del Teide (L. Diego Cuscoy, 1965),
la presencia de tres cráneos de perros, uno de ellos con signos de momificación, circuns-tancia
que ha dado lugar a esta caracterización.
No obstante, y sin desestimar la validez de estas sugerencias, en la actualidad es nece-sario
un análisis profundo de los registros fáunicos que permita avalar la certeza de cual-quiera
de los planteamientos que se han venido efectuando. Todo ello evidentemente, sin
desvincularlo de su relación con los demás elementos estructurales que dan lugar al ente-rramiento,
en un sistema de conexiones que funciona conjuntamente en el marco de la
actividad funeraria.
Entre los principales problemas a tener en cuenta estaría la subrepresentación anatómi-ca
que manifiestan los recursos ícticos, determinada por su escaso volumen y restricción
esquelética, al documentarse únicamente a partir de un exiguo conjunto de vértebras. Di-cha
circunstancia influye directamente en la función atribuida a estos animales como ofren-das
alimenticias en la que una selección tan limitada no parece plausible. No obstante,
resulta lógico suponer que el problema no radica tanto en la interpretación de los restos
como en el método de excavación empleado en la recogida de materiales con unas dimen-siones
tan reducidas.
1861
Para la malacofauna pudiera aceptarse una situación de contradicción entre los valores
significativamente altos de frecuencia y volumen que se concede a la presencia de con-chas
y caparazones de moluscos5 y la reducida participación que se desprende de la biblio-grafía
existente sobre cada uno de los yacimientos. Dada la naturaleza inconfundible de
estos materiales podría considerarse un fenómeno de omisión relacionado con esa falta de
atención, anteriormente señalada, que con frecuencia han recibido los restos animales
procedentes de lugares sepulcrales.
Igualmente problemático resulta el proceso de identificación tanto específica como
anatómica aplicado a la fauna vertebrada terrestre. Es cierto que la asimilación con ofren-das
alimenticias frente a otras posibles categorías desarrolladas en el ritual es del todo
correcta, tanto desde el punto de vista de la parte esquelética como desde la significación
del taxón animal. De tal manera, que el producto de consumo se asocia a aquellas regiones
del cuerpo de mayor rendimiento cárnico, fundamentalmente las extremidades, mientras
que la relación se invierte al eliminar la condición de alimentos e introducir otros conteni-dos
simbólicos que se materializan en aquellos elementos anatómicos de menor aprove-chamiento
económico/alimenticio, por ej. los dientes, cuernos y cabezas en general. Lo
mismo sucede con la distinción que se hace entre animales, vinculando los de uso corrien-te
en la dieta, cabras, ovejas y en menor medida cerdos, con las ofrendas alimenticias,
frente al perro que al no considerarse un recurso comestible participa en el ritual funerario
como animal guía, o como una posesión personal de inestimable valor.
A pesar de ello, en el estado actual de la investigación, es preciso valorar los problemas
de identificación que se generan en un conjunto óseo por lo general intensamente fractura-do,
en los que precisamente las piezas dentales, cornamentas y cráneos resultan más fácil-mente
reconocibles que cualquier otra parte del esqueleto. Es asimismo significativo que
suidos y perros en los lugares de habitación se determinen mayoritariamente a partir de
restos de dentición, mientras que el esqueleto postcraneal suele mostrar importantes va-cíos.
En el caso concreto del perro, quizá la ausencia de huesos pudiera explicarse por el
carácter que manifiesta su participación en la dieta, en términos genéricos de escasa enti-dad,
con la excepción de la cueva de Los Cabezazos, en Tegueste (Diego Cuscoy, 1975),
donde muestra unos porcentajes extraordinariamente significativos, alcanzando el 12% de
la fauna consumida. De cualquier forma, la constatación del consumo de cánidos en diver-sos
yacimientos insulares (L. Diego Cuscoy 1975; V. Alberto, 1997), introduce nuevos
criterios de reflexión para los registros óseos de yacimientos sepulcrales.
Entre los principios que envuelven a la muerte parece destacarse un activo proceso de
comunicación que se plasma en la celebración de determinadas actividades por parte del
grupo en relación con sus miembros fallecidos. El mantenimiento de los lazos que unen a
vivos y muertos se manifestaría, entre otros aspectos, en la realización de “banquetes” o
“comidas rituales”, que evidencian un marcado carácter de homenaje a los antepasados.6
Es posible que este tipo de celebraciones pudiera conllevar una temporalización que tras-ciende
el momento de defunción, expresión que remarca los vínculos de conexión.
A partir de la reciente información arqueológica de que se dispone para Tenerife parece
apropiado considerar una nueva categoría para los restos fáunicos de contextos sepulcrales,
interpretables como la evidencia de “comidas rituales”.
1862
Esta situación se ha identificado en el yacimiento sepulcral de Arenas-1, en la costa de
Buenavista del Norte, correspondiente a una cueva de enterramiento colectivo, de carácter
secundario.7
En este recinto se hallaron, además de los restos humanos, toda una serie de manifesta-ciones
que remarcan la complejidad del ritual llevado a cabo en este espacio. En concreto
se trata de la presencia de fragmentos cerámicos, útiles líticos, óseos, elementos de adorno
personal en la categoría de cuentas, entre los que, además, se encuentra un importante
volumen de restos fáunicos.
A partir de las características identificadas en la fauna de Arenas-1, con excepción de
las evidencias paleontológicas,8 se puede concluir que buena parte de los animales allí
presentes fueron objeto de consumo, principalmente cabras, ovejas, lagartos, ratas y aves,
catalogándose la muestra como el conjunto de desechos originados en tal actividad. Una
valoración menos precisa acontece con los restos de perro que no parecen haber participa-do
de tal condición, mientras que para el cerdo no se cuenta con suficientes datos para
confirmar o descartar ya un acto de consumo, ya una utilización simbólica de determina-das
regiones anatómicas como las piezas dentarias. La asociación contextual de los mate-riales
afirma su destacada participación en el desarrollo del ritual, bien a través de la
celebración de una “comida o banquete mortuorio” o de cualquier otra posible manifesta-ción
de notable contenido simbólico (V. Alberto, 1998 b).
Consideraciones sobre los registros fáunicos sepulcrales
La relación hombre/animal supera el ámbito de las bases puramente económicas-subsistenciales
para participar activamente en el ámbito de las creencias que se derivan
del sistema ideológico inherente a la formación social guanche.
A partir de la información disponible no parece apropiado plantear la standarización
del rol animal en las prácticas funerarias, manifestando diversas categorías en función de
cómo se articula su participación en el ritual y de su significación cultual: “ofrendas ali-menticias”,
“amuletos”, “sacrificios rituales” y “comidas mortuorias”.
Los animales que intervienen en el ritual coinciden con los que se localizan en los
lugares de habitación, dedicados de forma prioritaria a la alimentación, a lo que habría que
añadir el perro, así como en determinadas ocasiones roedores, lagartos y aves.
Conocer el valor que poseen los animales de estos particulares contextos, además de
las implicaciones ideológicas, permite la comparación con la actividad doméstica y el
nivel con el que ésta se reproduce en el ritual, a la vez que posibilita plantear interesantes
valoraciones de carácter económico-nutricional.
En otro orden de cosas, resulta insostenible la consideración de ajuar para todos aque-llos
materiales arqueológicos, con exclusión de los restos humanos, presentes en los yaci-mientos
sepulcrales. Así parece suceder en relación con los registros fáunicos que inter-vienen
en el desarrollo de la actividad funeraria.
1863
Los restos de fauna son elementos relativamente frecuentes en los depósitos sepulcrales,
si bien no parecen haber sido objeto de una atención suficiente en la investigación sobre
las poblaciones aborígenes de la isla. Fenómeno asimismo extensible a todo el Archipiéla-go.
Profundizar en el contenido y significado de los conjuntos óseos animales requiere de
estudios sistemáticos e integradores de todos aquellos elementos que conforman la estruc-tura
funeraria. El análisis debe insertarse en el sistema de relaciones que regula la organi-zación
del grupo humano, pues se trata de aspectos indisociables, propiciando una recons-trucción
globalizadora de los modos de vida y creencias de las poblaciones prehistóricas
de Tenerife.
De cualquier forma, a la ya de por sí problemática ausencia de estudios que existe para
los yacimientos sepulcrales se añade que la distinción entre las variables mencionadas no
siempre resulta posible, dado que no siempre los hechos analizados presentan un carácter
exclusivo. Por ej. los límites entre una ofrenda alimenticia y un banquete ritual pueden
llegar a diluirse por completo en función de cómo se articule el ritual en el que tienen
lugar; de tal suerte que la celebración de un “ágape funerario” con frecuencia implica una
ofrenda alimenticia si entre los comensales se hace participar a los muertos.
1864
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1867
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Figura 1
YACIMIENTOS FUNERARIOS CON RESTOS DE FAUNA
DENOMINACIÓN LOCALIDAD REF. BIBLIOG. C/I
FAUNA
OBSERVACIONES
V.T. M. I.
Cva. de Los Guanches
La Matanza de
Acentejo
J.A.D., 1947 C X ¿ X
Ajuar: cuentas, cerámica, punzón
Asociada a un poblado
Cva. Individual II,
Bco. Cabrera
El Sauzal J.A.D., 1947 I X
Ajuar: tres tabonas, restos de piel
Asociada a un poblado
Fauna:4 vértebras de pescado
Roque del Pris Tacoronte J.A.D., 1947 C X
Ajuar: 22 cuentas
Asociada a un poblado
Fauna:19 dientes de cerdo y perro
Cva. del Salitre Las Cañadas J.A.D., 1947 C X
Ajuar: cerámica, restos de piel, madera
Fauna: abundantes cuernos de cabra, huesos
enteros y fracturados Signos de momificación
Llano de Maja Las Cañadas
J.A.D., 1947
L.C.D., 1965
C X X
Ajuar: industria lítica, 26 cuentas, pieles.
Fauna: 3 cráneos de perro, 3 cuernos y huesos de
cabra, un colmillo de cerdo y un frag. de lapa
Cva. del Barranco
de La Costa
Buenavista del Norte J.A.D., 1947 ? X
Ajuar: industria lítica, cuentas una de pasta vítrea
Fauna: dos vértebras de pescado
Cva-II del Bco. de
Milán
La Laguna J.A.D., 1947 C X
Ajuar: cerámica, restos de piel, 164 cuentas,
tabonas, punzones, cordón fibra vegetal.
Asociada a un poblado
Fauna: un conus Referencias a momificación.
El Masapé-II S. Juan de La Rambla
L.D.C.
1947;1951
? X
Ajuar: tabonas, punzones Cercana a cuevas de
habitación
Fauna: 1 colmillo de cerdo, 1 maxilar de perro
Cva. de La Gotera S. Juan de La Rambla
L.D.C.
1947;1951
? X
Ajuar: 12 cuentas Cercana a cuevas de habitación
Fauna: dientes de perro
Risco Caído
La Victoria de
Acentejo
L.D.C.
1947;1951
C X
Ajuar: 5 obsidianas y 2 basaltos
Fauna; varias lapas Referencias a momificación
Cva. IV del
Bco. Agua de Dios
Tegueste L.C.D., 1964 C X
Ajuar: tabonas, cerámica, punzones, cuentas, tronco
Asociada a un poblado
Fauna: Un maxilar de perro, dos molares de cerdo
y huesos de cabra
Llano Negro Santiago del Teide L.C.D., 1965 C X X X
Ajuar: cerámica, tabonas, percutor, machacador,
restos vegetales, cuentas
Fauna: dentición de o/c y cerdo, huesos largos,
lapas, un caracol marino y una vértebra de
pescado
Playa del Bolullo La Orotava L.C.D., 1968 ? X
Ajuar: cuentas y punzones
Fauna: conchas, un conus
La Talavera Los Silos L.C.D., 1968 ? X
Ajuar: cerámicas, tabonas, cuentas
Fauna: conchas
Pino Leris La Orotava M.L.P., 1982 C X
Ajuar: cerámica, obsidiana, cuentas, objetos de
madera, una muela de molino
Asociado a cuevas de habitación
Fauna: lapas
Los Auchones Santa Cruz F.A.T., 1992 C X X
Ajuar: cerámica
Fauna: una lapa y huesos
Cva. de Los Guanches Icod de Los Vinos C.A.A., 1995 I X X X
Ajuar: cerámicas, obsidianas, semillas Estructura de
combustión Enterramiento secundario
Asociada a una cueva de habitación
Cva-1, Mña. Talavera Buenavista del Norte B.G.S., 1995 C X Fauna: huesos de o/c Enterramiento secundario.
Cva-2, Mña. Talavera Buenavista del Norte B.G.S., 1995 C X Fauna: huesos de o/c
Cva-4, Mña. Talavera Buenavista del Norte B.G.S., 1995 C X Fauna: huesos de o/c y cerdos.
Cva. de Arenas-1 Buenavista del Norte B.G.S., 1995 C X X X *Desarrollada en el texto
Cva. de Estacas-2 Buenavista del Norte B.G.S., 1998 I X X X
Cerámica, útiles en rocas cristalinas, obsidiana
Asociada a cueva de habitación
Fauna: o/c, lapas, thais, burgados, ictiofauna
1868
NOTAS
1 En concreto se trata de los yacimientos funerarios de Estacas-2 en Buenavista del Norte (B. Galván, et al.
1998a-b) cuyo contenido se encontraba notablemente alterado en el momento de la excavación, aspecto
que sin duda condiciona el alcance de las posibles interpretaciones del depósito y de Los Guanches, en
Icod de los Vinos (C. del Arco et al. 1995) que si bien es considerado por sus investigadores un enterra-miento
individual, estos mismos introducen ciertas dudas en relación con los restos humanos de otros
individuos que se localizaron en el yacimiento.
2 En esta línea resulta una excepción la cueva sepulcral del Roque de Tierra, en los Roques de Anaga (A.
Guimerá Ravina, 1973) en la que no se menciona “ajuar”, sin bien esta ausencia pudiera obedecer a que
el yacimiento había sido expoliado con anterioridad a los trabajos de excavación. Asimismo, en la necró-polis
del Retamar (C. del Arco y E. Atienza, 1983; L. Diego Cuscoy y C. del Arco, 1984), posteriormente
conocida como la necrópolis de Ucazme, en Guía (R. González Antón, et al., 1995) nada se cita al
respecto.
3 Es el caso del enterramiento infantil del barranco del Pilón, en San Miguel (L. Diego Cuscoy, 1965) o del
también infantil de La Cañada de la Grieta, en las Cañadas (M. Arnay y E. González Reimers, 1990),
mientras que el enterramiento individual de Chajora (M. Lorenzo Perera, 1976) presentaba exclusiva-mente
una pieza de obsidiana.
4 Casi la totalidad de los yacimientos consultados en la bibliografía muestran un carácter colectivo, alber-gando
tanto enterramientos primarios como secundarios de forma independiente o conjunta en el mismo
espacio.
5 En este sentido, Diego Cuscoy (1951:146) afirma: “(...) Además de las conchas perforadas, de finalidad
ornamental, hay que citar la gran cantidad de conchas de patellas, conus, murex, y otras que se encuen-tran
en las cuevas sepulcrales junto al cadáver, con predominio abrumador de la primera.
En el occidente africano, en las tumbas prehistóricas, aparecen igualmente grandes cantidades de con-chas
de moluscos cubriendo algunas veces la tumba. La concha más usada para este fin es la patella,
como en Canarias. En las costas de Orán se usó la ostra, (E. Laoust: Pècheurs Berberes du Sous. Hespèris,
III, 1923, pág. 237). (...)”.
6 La importancia de los antepasados y la consideración que se les profesa entre el grupo étnico de Tenerife
desempeña un papel primordial en la ordenación social de la población, pues legitima y refuerza la
percepción de pertenencia a un linaje. Con ello se garantiza la reproducción de los vínculos sociales,
ratificando una situación de desigualdad en el plano real, que descansa sobre una norma sagrada y que se
perpetúa en el caso más extremo con motivo de la muerte de un Mencey y su sustitución por un nuevo
jefe, tal y como se describe en las fuentes etnohistóricas.
7 La cueva de Arenas-1 forma parte de un asentamiento aborigen, integrado por tres cuevas de habitación
y dos de enterramiento, cuyo estudio se incluye en un proyecto de investigación sobre el poblamiento
prehistórico en este ámbito costero de Buenavista del Norte (B. Galván et al., 1991, 1995, 1996 a-b, 1998
a-b; V. Alberto et al., 1997; J. Velasco et al., 1997)
8 La cueva de Arenas-1, también acoge un depósito natural de Canariomys bravoi y Gallotia goliath,
múrido y lacerta de grandes dimensiones, endémicos de Tenerife (B. Galvá, et al., 1995, 1996a- b, 1998a-b;
V. Alberto, 1998a-b).