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LOS ORÍGENES ANTIMODERNOS DE UN
PROGRAMA EDUCATIVO ILUSTRADO:
EL COLEGIO DEL SAGRADO CORAZÓN Y SU INS-TITUCIÓN
EN CANARIAS
Cristina Molina Petit
La historia de la modernidad se ha definido como un proceso -no siempre lineal- de
racionalización y secularización que afecta, desde la esfera de lo político-social, hasta la
vida económica y religiosa de la Europa occidental a partir del Renacimiento. El pensa-miento
moderno concibe un mundo gobernado por leyes naturales que va descubriendo
la razón ; defiende un orden social pactado según conveniencias de los ciudadanos; una
organización económica que se quiere afirmar independiente de los monopolios, de los
privilegios y de los intereses corporativos tradicionales y, en general, el pensamiento mo-derno
ejerce la crítica a toda autoridad impuesta y no legitimada con argumentos raciona-les.
Frente a la concepción religiosa tradicional donde el cuerpo social se organizaba en
torno a lo sagrado, la modernidad se presenta como un mundo secularizado, rompiendo el
lazo de unión entre lo temporal y lo espiritual, entre el cuerpo y el alma, entre el trono y el
altar. El cristianismo les parecía a los filósofos de Las Luces una doctrina que justificaba
el orden establecido como querido por Dios, tanto el orden político del poder como el
orden social de los privilegios de clase. Ya la Reforma es un intento de deshacer la alianza
del poder temporal con el espiritual (del Papa con el Rey) y de suscitar en el ser humano
una subjetividad autónoma, capaz de interpretar la Escritura sin mediación de la autoridad
eclesiástica. Alain Touraine1 sostiene que la modernidad puede explicarse por este doble
proceso de racionalización ( búsqueda de explicaciones racionales a las situaciones de
hecho y subjetivización ( aceptación de un “yo” como autor responsable y adulto de su
vida, es decir, mayoría de edad que marca la emancipación de las tutorías de príncipes y
clérigos.2
Revolución Francesa y Anticlericalismo. La reacción de la Iglesia
La Revolución Francesa quiso poner en práctica los ideales de la Ilustración defendi-dos
por los filósofos de Las Luces; quiso instaurar un nuevo orden, deducido y justificado
racionalmente, expresado en las consignas de igualdad, legalidad y fraternidad. Es cierto
que la Revolución no fue solo hija de Las Luces sino de una crisis económica y social que
enfrentó a la nobleza y al clero con unas clases populares empobrecidas en una época de
escasez y carestía. No se nota, en efecto, el influjo de Las Luces en la revolución campe-sina
de julio de 1789 donde una Francia salvaje, iletrada y silenciosa se levanta en armas,
viendo enemigos por todas partes en un fenómeno que los historiadores han bautizado
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como La Grande Peur (El Gran Miedo).3 Para acallar a la masa campesina, la Revolución
burguesa abolía el sistema feudal de diezmos y derechos personales pero la medida más
fuerte para resolver el problema financiero y el hambre fue la venta de los bienes y tierras
de la Iglesia. La Asamblea recoge así, un viejo ideal de Las Luces: nacionalizar los bienes
del clero. El decreto se cumple en noviembre de 1789.
La Asamblea pasa, más tarde, a la reorganización de la Iglesia despojada: en adelante el
Estado se ocupará del sostenimiento del culto, los sacerdotes serán asalariados como to-dos
los funcionarios y, como ellos, prestarán juramento de fidelidad a la Constitución.
Serán elegidos por los “lectores” de las comunas e investidos por sus obispos- no por el
Papa- El Papa Pío VI que ya había condenado la Declaración de los Derechos del Hombre,
lanza su anatema contra esta medida en 1791. Muchos curas habían jurado ya, otros esta-ban
encarcelados por no hacerlo y otros se arrepentían de haberlo hecho. El caso es que el
campesinado sigue oyendo al cura y, si éste es fiel al Papa, puede fácilmente convencer a
su parroquia de que la Revolución no va contra el señor feudal sino contra Dios. Por
contra, los partidarios de la Revolución pueden alimentar el anticlericalismo que, de algu-na
manera, siempre estuvo presente en la Francia ilustrada.
La narrativa anticlerical era un tópico en la Francia del XVIII. Desde la obra anónima
Venus en el Claustro(1719) -una de las novelas favoritas de Diderot en su juventud- hasta
La Religiosa (1780) del propio Diderot, pasando por El Amor Apóstata (1739) de A. Delmas
o La Historia de Dom B., portero de los cartujos (1741) de atribución insegura, o las
Memorias de la conducta voluptuosa de los capuchinos (1755), se alimentaba la fantasía
de unos conventos como marcos morbosos, adecuados para vidas licenciosas, donde curas
y monjas ambiciosos y lascivos se entregaban fácilmente a toda clase de aventuras y exce-sos
eróticos. El llamado Abate Prévost, autor de Manon Lescaut, ilustra con su propia vida
este género: primero fue soldado y monje y luego colgó los hábitos, en parte por inquie-tudes
religiosas heterodoxas, en parte para dedicarse a una vida más emocionante de amor
y aventuras.
Éste era, en líneas generales, el panorama contra el que tuvo que armarse la Iglesia
católica en una contrarrevolución a fin de defenderse, por un lado, de los ataques
anticlericales, restaurando su prestigio, y por otro, intentando recuperar sus privilegios de
poder como fuerza temporal y como autoridad indiscutible.Y como en tiempos de la
Contrarreforma, los jesuitas, adalides de Roma, serán los llamados a llevar a cabo esta
amplia labor de restauración.
Los grandes contestatarios, a nivel teórico, al pensamiento moderno y los defensores
de la ortodoxia católica vinieron de la Compañía de Jesús. La obra de Descartes fue
puesta en el Índice de Libros Prohibidos en 1663. Es cierto que muchos religiosos seguían
enseñando los principios cartesianos en colegios y universidades pero la Universidad de
París en connivencia con los jesuitas, impuso el retorno a Aristóteles en 1678 bajo amena-za
de supresión eclesiástica a los religiosos que no acataran el decreto.
Un cartesiano en cuanto al método de la evidencia, el Padre Malebranche, rompe en
1674 con las consecuencias filosóficas y científicas de Descartes y con el espíritu ilustra-do
de progreso. Malebranche representará la ortodoxia católica en el plano teórico. Su
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filosofía parte de un Ser Supremo cuya nota fundamental es la omnipotencia causa y prin-cipio
de toda realidad y asiento de toda verdad. Dios crea el universo pero sobreviene la
caída del pecado, oposición libre a la Voluntad Divina. Entonces, Dios mismo debe restau-rar
la naturaleza a su esplendor pasado aunque para ello necesite el concurso del ser huma-no
que ha de dejarse llevar por la gracia divina en este cometido de restauración. Por otro
lado, el espíritu humano es incapaz de crear sus ideas, ni de descubrir verdad alguna -
contrariamente a Descartes-. Las ideas y las verdades están en Dios que las ilumina a las
criaturas por su voluntad y según su gracia.
Es importante resaltar al hilo de nuestro interés, este pensamiento de la ortodoxia cató-lica
que prima, frente al concepto ilustrado de “progreso”, el de “regreso”, en la medida en
que parte de una naturaleza humana, antaño limpia y ahora caída y necesitada de una
redención como restauración del estado primigenio. La caída define también al ser huma-no
como subjetividad dañada, disminuída y digna solo de humillación y castigo a no ser
por la infinita bondad divina, lo que contrasta con el sujeto moderno autónomo que saca
Las Luces de sí mismo sin concurso divino, orgulloso de su mayoría de edad.
La práctica de la restauración religiosa se lleva a cabo, fundamentalmente, a través de
la educación- adoctrinación en los púlpitos y en los colegios procurando conquistar espa-cios
que el nuevo orden había arrebatado a la Iglesia.
La institución del Sagrado Corazón nace, justamente, para responder a los requeri-mientos
de restauración de la Iglesia y lo hace en y desde donde le era en ese momento
más útil: en la educación femenina y desde la devoción al Sagrado Corazón. Oigamos, al
respecto, a un predicador de 1909 haciendo un panegírico sobre lo oportuno de la funda-ción,
palabras que recoge la biógrafa de la Fundadora:
Este es el gran remedio a los males de nuestros tiempos. Tiempos son de indife-rencia
religiosa, preparados ha trescientos años por el jansenismo. La filosofía
del siglo XVIII continuó la obra nefasta y el libre pensamiento moderno le ha
puesto remate ¡Ni Religión ni Dios! He aquí el dogma de muchos
modernos…Tiempos son también los nuestros, de orgullo “El espíritu del siglo-dice
la Bienaventurada- es un espíritu de soberbia”. Y es muy cierto: por todas
partes se oye hablar hoy de la potencia de la razón humana, de los progresos de la
ciencia, de la libertad de pensar, de los derechos humanos en términos que susti-tuyen
a Dios por el hombre. Soberbia más horrible que la de Satanás…4
“Para tamaños males- sigue la biógrafa de la Fundadora- eran remedio los tesoros del
Corazón de Jesús”.5
Pero ¿por qué era remedio, justamente, la devoción al Corazón de Jesús de tantos y tan
distintos males ilustrados ,como son la indiferencia religiosa, la libertad de pensamiento,
los derechos humanos, la fe en el progreso científico y el orgullo de la razón? Y ¿por qué
estaban llamadas las mujeres, precisamente, a aplicar este remedio?
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La devoción al Sagrado Corazón
La imagen del Sagrado Corazón expresa la cara humana de un Dios definido como
Amor -cercanía- frente a la idea filosófica de un Dios distante y escondido, absolutamente
Otro, o frente al dios frío y justo de calvinistas y jansenistas. Se resalta aquí la imagen
redentora de Dios frente a la creadora, (es decir a la Segunda Persona de la Trinidad) pero
es un dios redentor que por redimirnos ha sufrido; y ha sufrido porque nos ama (demos-trándolo
a través de la asunción y expiación nuestras culpas); y porque nos ama exige
amor y , en la medida en que en lugar de amor, recibe indiferencia, cuando no ofensas,
vuelve a sufrir…Este es el doloroso ciclo que nos muestra la imagen y la iconografía de un
Corazón de Dios, ardiente de amor, con una permanente herida abierta en el costado y un
corazón coronado de espinas que se ofrece a la compasión y a la reparación de sus criatu-ras
amadas.
La devoción al Sagrado Corazón tiene sus antecedentes en el siglo XIII cuando la mon-ja
benedictina Santa Gertrudis nos cuenta uno de sus éxtasis donde fue invitada a descan-sar
en el pecho del Señor- como el discípulo amado- y allí sintió latir de amor el Corazón
Divino. Pero fue otra monja francesa, Margarita María de Alacoque la que recibe y publi-ca
las revelaciones del sagrado Corazón por orden y de la mano de su confesor, el jesuita
Claudio La Colombiére. Este es el mensaje que transmite Margarita: entre 1675-76
…Descubriendo su Divino Corazón (dijo) He aquí este Corazón que tanto ha
amado a los hombres, que no ha escatimado nada hasta agotarse y consumirse
para manifestarles su amor, y en reconocimiento, yo no recibo de la mayor parte,
sino ingratitudes, desprecios, irreverencias, sacrilegios y frialdades…Por todo
ello, te pido que el primer viernes que sigue a la octava del Santísimo Sacramen-to,
sea consagrado como fiesta especial para honrar mi corazón, reparando su
honor en un acto público de desagravio
Pero, Dios mío, ¿a quien os dirigís? ¿A una malvada y pobre pecadora?. Eh,
pobre inocente ¿No sabes que me sirvo de los individuos más débiles a fin de que
no se atribuyan nada a sí mismos?...6
El criterio elegido por el Corazón Divino para escoger a sus mediadoras-es era el que
fueran personas humildes, entrenadas en el ejercicio ascético de la negación del “yo”,
acostumbradas a la renuncia de su subjetividad y de su autonomía a fin de poder prestar el
propio “yo” a las palabras de Él y de ofrecerse como víctimas pacientes y reparadoras.
En 1735 expiraba en Valladolid un joven de 24 años sacerdote de la Compañía de
Jesús, el Padre Bernardo de Hoyos que no se distinguió ni como profesor famoso ni como
predicador brillante. El padre Hoyos fue también receptor de otra Revelación en uno de
sus éxtasis cuando el Corazón de Jesús le aseguró: “Reinaré en España y con más venera-ción
que en otras partes”. Otra humilde religiosa española de la Sociedad del Sagrado
Corazón, Sor Josefa Menéndez, dedicada a las labores caseras como hermana coadjutora,
fallecida en 1923, recibió a lo largo de su corta vida (treinta y tres años) varias revelacio-nes
del Corazón Divino en las que éste se complacía en la humildad y la falta de autoestima
de la hermana : “Cuanto mayor sea tu miseria, más te levantará mi poder”… “Porque eres
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así de frágil he fijado en tí mis ojos”…” Como eres nadie me sirvo de tí como quiero”.7 A
Sor Josefa, como a Margarita María se le revela el mensaje de un dios sufriente,víctima
por amor y apesadumbrado del desamor que recibe a cambio : “Soy tan poco amado de los
hombres! Siempre buscando amor y no encuentro más que ingratitud”.8
Esta imagen de un Dios- Cristo lacerado, humillado y pidiendo consuelo era propicia a
la Iglesia desmantelada y sufriente que siguió a la Revolución y que pedía a gritos la
restauración de su antiguo esplendor. Al igual que el Corazón Sagrado, la Iglesia quería
ser reparada en lo público y en lo privado: aquí por la dedicación sacrificada de sus fieles
devotos; y allá por actos de glorificación pública que reconocieran el carácter regio de
Cristo (Cristo Rey) y el carácter divino e incontestable de la Iglesia (El Papa Rey).
Un jesuita francés, el Padre Tournély, nacido en 1767, después de unos Ejercicios Espi-rituales
de San Ignacio, resolvió fundar la sociedad de Los Padres del Sagrado Corazón,
con el fin de propagar esta devoción, es decir de conquistar “más almas” para la restaura-ción
de la religión y de los valores tradicionales. Pronto echó de ver que las mujeres eran
un elemento fundamental en esta restauración
No debía satisfacerse su celo en los perseverantes trabajos de los varones apostó-licos;
la mujer había de tomar gran parte en la restauración de la Religión y la
familia…Religiosas educadoras que, consagrándose a la instrucción de la juven-tud,
formasen mujeres fuertes, esposas cristianas, madres virtuosas capaces de
renovar la familia y la sociedad.9
Las mujeres, en su papel de transmisoras de ideología en la familia, serían las llamadas
a “renovar” la sociedad, como madres y esposas virtuosas, es decir, cristianas según la
ortodoxia católica y mansas y humildes según el modelo amoroso del Corazón de Jesús y
de María, su madre.
Tournély no pudo ver su sueño hecho realidad porque murió no antes de repetirse a sí
mismo y a otros “existirá, existirá”. Un compañero jesuita, el padre Varin, recogió su
deseo y pudo llevar a cabo el proyecto gracias al convencimiento sin fisuras, de que ésta
era su misión divina y gracias a la circunstancia de su amistad con el Padre Luis Barat,
también jesuita, hermano mayor y tutor indiscutido de la futura fundadora.
La Fundadora y la Fundación
El P. Varin conoce a Magdalena Sofía Barat en 1800 y la describe como “una jovencita
de muy delicada complexión, extremadamente modesta y, en sumo grado, tímida. ¡ Qué
piedra fundamental! -dije para mí…”.10 Sofía oyó interesada las revelaciones de Varin
sobre el proyecto de Tournély, aunque el suyo era entrar en una orden contemplativa “Dios
no quiere que seáis carmelita” -le reveló de forma contundente el jesuita- ”sino que coope-réis
en esta noble empresa”. Y comenzó a persuadirla de que la educación exquisita que
había recibido, la preparaba para ello. Cuando ella le pidió unos días para pensarlo, Varin
le cortó enérgico: “No, Sofía, no es hora de pensar. Cuando se conoce la voluntad de Dios,
hay que cumplirla. Yo en nombre suyo, os la declaro”.11
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La biógrafa de Santa Magdalena Sofía, una religiosa anónima del presente siglo, co-menta
que la futura fundadora recibió esta orden contundente con el mismo espíritu de fe
y sumisión que había mostrado la Virgen María ante el Arcángel cuando pronunció su fiat,
es decir, como un designio divino.
Magdalena Sofía había recibido una educación esmerada de manos de su hermano, el
jesuita Luis Barat. A la formación teológica añadía la de las lenguas clásicas (“ni Virgilio
ni Homero le ofrecen dificultades” - aseguraba su hermano). La filosofía y las ciencias
ocuparon un lugar importante en su educación, llevado todo ello con un espíritu ilustrado
de rigor y disciplina intelectual. Desde muy joven, su hermano mayor se la lleva de su
ciudad natal, Joigny, para que se formara con él en París, lejos del ambiente familiar y
“femenino” que mimaba a una niña única: “sabe más que lo que, de ordinario saben las
mujeres que pasan por instruidas”-, comentaría Luis Barat al P. Varin quien se asombraba
de la instrucción de Sofía y de sus capacidades intelectuales excepcionales.12
Podríamos preguntarnos cómo el espíritu “ilustrado” de Sofía pudo plegarse sin obje-ciones
y sin más discusión la “orden” del Padre Varin para que fundara, al punto, una
congregación religiosa. Y si nos detenemos en los requerimientos que exige una dedica-ción
al Sagrado Corazón, según las caracterizaciones que apuntábamos más arriba, los
interrogantes se multiplican. En efecto, una devoción tal exige la negación de los valores
ilustrados de subjetividad (en la medida en que el devoto-a debe desaparecer como sujeto
agente para convertirse en receptáculo paciente de la Gracia y víctima propiciatoria unida
al Corazón de Cristo); negación de la autonomía personal porque el devoto ha de definirse
por, para y desde instancias superiores (La Iglesia, Dios...); negación de la libertad perso-nal
por los valores de obediencia ciega y negación, al fin, de los valores de la propia
razón, sustituidos por los de la Revelación o humillados por la Autoridad.
Ciertamente, la devoción al Sagrado Corazón se inscribe en una tradición mística pre-sente
en la órdenes religiosas contemplativas, cuyo exponente más ortodoxo -y más leído-es
Tomás de Kempis con su Imitación de Cristo donde se prescriben ejercicios de humil-dad,
obediencia y negación del “yo” a imitación de Jesús “manso y humilde de corazón”.
Luis Barat también había entrenado concienzudamente a su hermana en estos ejercicios
de humildad y “quebrantamiento de su voluntad”13 como correspondía a una futura Espo-sa
de Cristo. La metáfora conyugal que implica desigualdad y sometimiento era adecuada
a las monjas, mujeres doblemente sometidas: primero a los confesores de los conventos y
después a Dios cuya voluntad se expresaba en la autoridad eclesiástica . De todos modos,
la imagen de un dios debilitado y “feminizado” con las características de bondad y manse-dumbre,
era atractiva para las Esposas de Cristo que elegían sufrir y someterse, por muy
ilustradas que fueran, a un yugo más dulce y etéreo que el de los esposos terrenales. La
propia Sofía buscó, en su momento, “un hombre a quien entregarse honrosamente y no lo
halló”.14
El 21 de noviembre de 1800 se funda en París el Instituto del Sagrado Corazón, consa-grado
“a la mayor gloria del Corazón de Jesús ( al modo como los jesuitas se dedicaron
“ad majorem Dei gloriam”). En ese día, el P Varin oyó la consagración pública de tres
monjas y la fundadora.
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La primera casa la tuvo el Instituto en Amiens, al año siguiente y desde allí, el Instituto
se fue expandiendo a Grenoble(1804), Poitiers (1806), Burdeos (1819) y a otros lugares
fuera del territorio francés, estableciéndose en conventos abandonados por la Revolución
o en propiedades donadas por nobles piadosos interesados en la obra de restauración de la
Iglesia. Así, en 1822 Carlos Alberto de Saboya y su esposa Cristina de Borbón solicitan
una fundación en Turín para contrarrestar la fuerza conspiradora de los plebeyos
“carbonari”. El propio Papa León XII, deseando renovar la educación de las niñas del
patriciado romano, les ofrece el espléndido convento de la Trinidad del Monte, construido
sobre el Pincio por Carlos VIII. Estuvo claro, desde el principio, que la Institución dedica-ría
sus esfuerzos a educar mujeres de clases privilegiadas, entendiendo la restauración
“desde arriba”, desde la formación de las clases dirigentes. A las clases más pobres que
acogían también los colegios del Instituto, les estaba reservada una mera formación
catequística y puramente práctica en las labores de hogar.
El Instituto llegó a España en 1846 para fundar un colegio en Sarriá (Barcelona)
El plan de estudios
El primer Plan de Estudios del Instituto de las religiosas del Sagrado Corazón lo com-puso
Sofía Barat en Amiens en 1806. Desde entonces y hasta su muerte (1865) ella sigue
inspirando y poniendo a punto los sucesivos Planes que se redactan, recogiendo la expe-riencia
de cincuenta años de educación.
El presente Plan que aquí se analiza es el de 1922,15 fruto de una reestructuración de
acuerdo a las nuevas necesidades educativas y sociales después de la Guerra Mundial. Se
obviaron los detalles de los programas escolares tan diferentes a lo que se requería en
1800 pero se empeñaron en conservar íntegro el espíritu educador y los valores pedagógi-cos
de la Fundadora. En 1954 el Plan conoce otra redacción, respetando una vez más los
valores que lo inspiraron, y en 1996, se realiza la última reestructuración.
La primera parte del Plan es una suerte de declaración de principios donde se especifi-can
las características de una educación entendida como instrucción en su sentido
etimológico (“ins-truire”) donde no se trata de acumular conocimientos sino de construir
en el espíritu bases sólidas…hábitos intelectuales, una personalidad firme y coherente.16
El fin principal que debe perseguir el enseñante es dominar el arte de conducir a la alumna
a trabajar, a enseñarla a pensar.17
Como criterio para escoger los programas, se indica a continuación que los estudios
han de ser “fuertes” o “recios” (“fortes”) en el sentido de amplios, bien ordenados y sóli-damente
basados en principios.18
Los valores pedagógicos que defiende la Fundadora son, en primer lugar, los valores
espirituales- religiosos, -como era de esperar- que se traducen en un programa de estudios
sobre el dogma y la moral católicos, elementos de teología e historia bíblica y de la Iglesia.
Los valores intelectuales entran en segundo lugar a conformar el Plan de Estudios. Se
defienden en este capítulo el desarrollo de la capacidad de observación y de reflexión, la
potenciación del juicio crítico, la necesidad para las alumnas, de adquirir un pensamiento
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propio y de saber sostenerlo y expresarlo adecuadamente. A todos estos valores van orien-tados
los estudios de “filosofía una de las disciplinas más importantes y una nota caracte-rística
de la educación en el Sagrado Corazón”,19 los estudios literarios desde el análisis
de textos, el cultivo de la expresión oral y de la composición escrita, el estudio de las
lenguas clásicas que “someten la inteligencia a un ejercicio vigoroso que pone en juego
sus cualidades de atención y reflexión para discernir la armadura de una frase…(que se
ejercita ) en el rigor y precisión …la finura y la penetración para captar el pensamiento del
autor”.20 La Historia como reflexión para comprender y explicar el pasado, las ciencias
como desarrollo del espíritu de observación y las matemáticas como ejercicio de cálculo
mental, cierran este capítulo ordenado al desarrollo de los valores intelectuales.
Otros valores que se defienden son los llamados de desarrollo personal que incluyen
capacidades tales como el dominio propio,* el sentido de la responsabilidad personal, la
flexibilidad para aceptar cambios, y la actitud participativa en los problemas sociales.
Para el desarrollo de estos valores, se propone el cultivo de la interioridad (una suerte de
conversación -análisis consigo misma y con Dios), el silencio y la disciplina estricta en el
cumplimiento de los horarios y tareas. Las disciplinas artísticas (dibujo y pintura) contri-buirán
en este desarrollo personal en la medida en que cultivan la fantasía y la imagina-ción.
Por fin, el Plan de Estudios propone el desarrollo de los valores físicos (corporales) y
prácticos (orientados a la misión femenina de ama de casa) y ello quiere conseguirlo a
través de un ambiente higiénico adecuado y con disciplinas como la gimnasia, el ritmo y
con los trabajos manuales (costura, corte y confección, cocina y economía doméstica).
Para cada asignatura y para cada edad, el Plan propone la metodología que considera
adecuada, insistiendo, empero, en que la formación es siempre individual y personalizada.
Así, en la últimas páginas, el Plan presenta un cuadro completo de metodologías a aplicar
según criterios de edad y según las disciplinas, mostrando las ventajas pedagógicas y los
hábitos que se adquieren en cada caso. La asignatura de Religión, por ejemplo, requerirá
un método expositivo y dogmático, basado en la autoridad de quien habla, útil para preve-nir
una tendencia demasiado racionalista y para aclimatar el espíritu de las alumnas a la
sumisión que exige la fe. Para las más pequeñas se recomienda el método socrático o
interrogativo que excita la actividad intelectual de la alumna, provocando un esfuerzo
personal. El método inductivo que desarrolla hábitos de claridad, de síntesis, de profundi-dad
y rigor se defiende como el apropiado para la filosofía y la literatura. El deductivo es
útil para las matemáticas y habitúa a la solidez y amplitud del pensamiento…
No deja de llamar la atención la concepción pedagógica “moderna” del Plan y los valo-res
ilustrados que defiende, en la mayoría de los casos (capacidad de reflexión y crítica;
necesidad de adquirir y sostener un pensamiento propio sólidamente basado en principios;
rigor intelectual; responsabilidad personal- y por lo tanto una subjetividad fuerte-; interés
y compromiso social…porque no podemos olvidar que la Institución tuvo un origen anti-moderno
y anti-ilustrado, atenta a la restauración de la ortodoxia católica y del Antiguo
Régimen por medio de la educación de las mujeres para su sagrada misión de esposas y
madres virtuosas, transmisoras de la ideología tradicional. Pero ¿para qué querrían las
madres y esposas -por muy encopetadas que fueran- una educación tan ilustrada? ¿ No les
hubiera bastado, acaso, con las “cuatro reglas”, ciertas “lecciones de compostura” y con
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la “formación práctica” -costura, cocina y economía doméstica- que ocupa unas pocas
páginas al final del Plan?. Aquí la paradoja. Quizá la Fundadora no pudo sustraerse
-afortunadamente- al espíritu de la época, con la tradición de una nobleza y alta burguesía
femenina ilustrada y con el recuerdo de tantos Salones dirigidos por mujeres; quizá, una
vez fuera de la influencia directa de los varones jesuitas, pudo más su propia formación
humanista. En cualquier caso, lo cierto es que el mero manejo del discurso ilustrado (ha-blar
de “rigor”, de “criterio firme” de “crítica”…) hace posible que se traspase el cometido
inicial apologético cristiano para el que fue concebido. Porque el propio discurso contiene
virtualidades autocríticas. De modo que si se pretende educar a las mujeres para madres y
esposas cristianas y “femeninas”, en la medida en que se emplea el discurso y los valores
ilustrados, se acaba potenciando a seres humanos mujeres en clave “feminista”.
El colegio del Sagrado Corazón en Canarias
La Condesa de la Vega Grande que se había educado en el Colegio del Sagrado Cora-zón
de Rochampton quiso ver esta institución establecida en Canarias y ofreció facilida-des
en 1903 para que ocuparan el actual edificio del Colegio salesiano en Ciudad Jardín
(Las Palmas de Gran Canaria). En 1920 el colegio contaba con 44 alumnas en el pensiona-do,
75 en la escuela gratuita y 40 en la escuela dominical. En 1923 una epidemia de cólera
obligó a cerrar el colegio y posteriormente se establecieron en Santa Brígida (a unos 12
km. de Las Palmas) a partir del curso 1947-48. Mientras tanto se había empezado a cons-truir
el edificio de Tafira en un terreno cedido por D. Fernando del Castillo-Olivares,
Conde de la Vega Grande con D. Fernando Delgado como arquitecto. Tal edificio albergó
el colegio desde 1948 hasta el curso 1976-77 en que se vendió a otra institución educativa.
En los más de cuarenta años de la institución se educaron alumnas de todas las Islas
Canarias. En 1953 fue la primera vez que el colegio presentó sus alumnas al Examen de
Estado, obteniendo el grado de sobresaliente las cuatro presentadas.
Desgraciadamente, con la venta del edificio y con el consiguiente traslado de los ense-res,
se perdieron los libros de registros y la documentación que podría arrojar datos histó-ricos
sobre número de alumnas, asignaturas impartidas en las diversas épocas, calificacio-nes,
incidencias, etc. La investigación oral sería el único camino para reconstruir esta
historia reciente, labor que está por hacer y que me tienta para un futuro, siendo como es,
parte de mi experiencia vivida. Por ella sé que en la década de los 50-60, el colegio reunió
entre 400-500 alumnas en el pensionado (el caso de la escuela gratuita- en los semisótanos
del edificio- es otra historia, también por hacer, diferente en sus pretensiones, en su espí-ritu,
en sus programas -nada “ilustrados”, por cierto-.
Una promoción tan temprana como la de 1953 llevó a todas las que cursaron los estu-dios
ese año, a la Universidad cuando todavía era insólito que las mujeres tuvieran estu-dios
superiores.
La investigación oral, a través de entrevistas abiertas e historias de vida, sería, al fin, el
método adecuado para averiguar cómo los valores pedagógicos defendidos en el Plan han
incidido , realmente, en la formación y en la ideología de las ex-alumnas del Instituto, de
modo que probara, desde la experiencia vivida, la hipótesis que aquí se defiende.
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NOTAS
1 Cfr. Alain Touraine Crítica de la Modernidad. Temas de Hoy. Madrid, 1993, p. 264
2 I. Kant “¿Qué es Ilustración?” en Filosofía de la Historia. FCE. Madrid, 1985, p. 25
3 Cfr. L. Bergeron, F. Furet y R. Koselleck La época de las revoluciones europeas. Vol. 26 de la Historia
Universal. Siglo XXI. Madrid,1983, p. 31
4 Rdo Padre Gressien Panegírico en 1909 en Lyon. Tomado de La Glorificadora del Sagrado Corazón de
Jesús. (autora religiosa anónima, de la propia Congregación) Madrid, 1934, ps. 154-155
5 Ibídem, p. 155.
6 Jorge Guitton (S.I.) El Beato Claudio La Colombiére. El mensajero del Corazón de Jesús. Bilbao,1956,
ps. 156-57
7 Sor Josefa Menéndez Un mensaje del Corazón de Jesús. Valencia, 1952, p. 52-56
8 Ibídem, p. 32
9 La Glorificadora del Sagrado Corazón. Op.cit.. , p.126
10 Ibídem, p. 133
11 Ibídem, p. 135
12 Ibídem, p.121
13 Ibídem, p. 86. De la educación que Luis Barat dió a su hermana, opinaba un obispo francés haciendo un
panegírico de la, entonces Bienaventurada “domó vigorosamente su orgullo bajo el yugo de la humildad;
su carácter bajo el yugo de la mansedumbre; su voluntad propia bajo el yugo de la obediencia; toda su
naturaleza, en fin, bajo el yugo de las más rudas inmolaciones…” La Glorificadora… p. 94
14 La Glorificadora…Op. cit., p.105
15 Lésprit de lénseignement au Sacré Coeur. Institut Catolique de Paris. París, 1958.
16 Op. cit., p.12
17 Ibídem, p.29
18 Ibídem, p.13
19 Ibídem, p. 103.
20 Ibídem, p. 148.