LA EMIGRACI~N HACIA AMÉRICA EN LA NARRATIVA
CANARIA DE LOS AÑOS SETENTA
Es muy probable que el aspecto más definitorio de la narrativa
canaria de los setenta sea la intención de explicar la realidad canaria
a través de sus obras, textos aclaradores de lo que se puede entender
como lo insular, que fueron publicados sobre aquella década que re-gistró
un profundo cambio político y social en España, reflejado con
notoriedad en la literatura canaria.
Jorge Rodríguez Padrón, en su trabajo Una aproximación a la
nueva narrativa en Canarias, apunta las siguientes reflexiones sobre
la creación literaria en las islas:
«'[ ...] si seguimos considerando como notas consustanciales
de lo canario el aislamiento, el cosmopolitismo, el sentimiento
del mar, un cierto deje melancólico y saudoso, y convenimos que
ésas son las notas que deben diferenciar un arte y una literatura
nuestras, no saldremos del mismo círculo vicioso, como tampo-co
nos libraremos de domésticas limitaciones si seguimos terca-mente
empeñados en considerarnos un retazo geográfico e his-tórico
cuyo híbrido origen no logra aportar ningún punto de par-tida
válido para iniciar una labor creadora. No debe ser propósito
de nuestra literatura el definirnos, sino que debe explicarnos;
explicar esa relación con el medio, y el porqué de su problemá-tica
respecto a él» '.
A esa labor de explicación se dedicaron los narradores canarios
de los setenta con vigor. Para ello profundizaron en su cultura, en su
época presente, y en la historia que la había conformado. De las cons-tantes
históricas seleccionadas por estos escritores, es la emigración
canaria hacia América una de las que se trabajan con mayor intensi-
548 Francisco Juan Quevedo García
dad. No en vano es uno de los fenómenos sociológicos más impor-tantes
producidos en Canarias. Por consiguiente, es un motivo litera-rio,
como afirma Osvaldo Rodríguez P.:
«La obra literaria es indudablemente un depósito de la mate-ria
colectiva de los pueblos que se manifiesta, en el caso de la
novela, como una historia interiorizada, como una intrahistoria,
en el universo imaginario creado por un narrador socialmente
comprometido con su contacto cultural. No propicio con esto
ningún determinismo del hecho literario, tampoco estoy pos-tulando
que la literatura sea reflejo de la sociedad. Pero es evi-dente
que los temas literarios, al menos éstos tan próximos a la
comunidad canaria, como es el de la emigración, dependen de
alguna manera del contexto social y cultural en el que se inser-ta
la obra, entendiendo por cultura la síntesis de la experiencia
de una comunidad.
Por lo tanto, si fijamos las líneas que enlazan un texto con
la cultura de la que es expresión el mismo texto, nos daremos
cuenta que el tema de la emigración es constitutivo de la histo-ria
de la literatura de Canariaw2.
Un ejemplo de lo expresado por Osvaldo Rodríguez P. es la na-rrativa
canaria de los años setenta, en la cual se nos muestra la emi-gración,
sobre todo la que se lleva a cabo tras la Guerra Civil espa-ñola,
motivada bien por el enfrentamiento ideológico que se produce
en la confrontación y en la posguerra, bien por la penuria económica
que se origina en esos momentos. Por una circunstancia o por otra,
esta emigración canaria, fundamentalmente dirigida hacia América,
tuvo la causa de la necesidad, ligada a aspectos políticos o sociales
que poco tuvieron que ver con una imagen idealizada y tópica de la
emigración. Esto lo observamos en este texto de Antonio M. Macías
Hernández:
«¿En qüé cuiidicioiies se desaiil>::ó la últiiiia weiiiüia eiriigia-toria
ilegal? En los años del bloqueo, el emigrante embarcaba
en los buques que se aproximaban de noche a la costa y, des-pués
del armisticio, en los trasatlánticos que hacían escala en
los puertos insulares. Ahora bien, la modalidad de embarque ile-gal
que constituye sin duda una de las páginas más heroicas de
nuestra historia migratoria, consistió en navegar directamente
desde las Islas hasta las costas de Venezuela en veleros y
motoveleros que desplazaban una media de 44,5 toneladas y con
0,53 pasajeros por tonelada, es decir, una ratio similar a la de
La emigración hacia América en la narrativa canaria de los años setenta 549
los barcos negreros y a los que condujeron emigrantes isleños
en el xix» 3.
El viaje a América a partir de la Guerra Civil, incluso bajo la clan-destinidad,
supuso uno de los mayores alicientes de las gentes de las
islas Canarias en la posguerra. Pero ese aliciente no estuvo al mar-gen
ni de las razones de la partida, razones que se relacionaban con
la contienda española, ni de los avatares que se soportaron.
Las dificultades previas al viaje, los viejos barcos en que se atre-vieron
a zarpar, las vicisitudes diversas de las travesías, se empeña-ban
en demostrar que el mito americano, la visión de El Dorado des-de
una región ansiosa de ese mito, se tenía que fabricar con ímprobo
esfuerzo. El éxito de algunos fue la cortina que suavizó la imagen de
los fracasos y de la dureza de la emigración. Al respecto, Manuel
Ramírez Muñoz nos dice:
«Refiriéndonos a nuestra más reciente historia, la añoranza
por su tierra acompañará constantemente al exiliado político, que
como consecuencia de la caída de la República española en 1939,
buscará en los países hispanoamericanos, la continuación de su
proyecto de vida. que n o p d o llevar en su propia patria [...] En
este brutal éxodo masivo, el más importante de nuestra historia,
hay que tener en cuenta, no sólo su escalofriante aspecto cuan-titativo,
sino su dimensión cualitativa, pues -como ocurre en
todas las emigraciones por causas políticas-, formaron parte del
mismo personas de un alto nivel intelectual: catedráticos de
Universidad y de Instituto, profesores, ingenieros, arquitectos,
escritores, artistas, economistas, etc. En 1940 escribía Torrente
Ballester que, «por esos mundos de Dios, anda la España pere-grina
con todas las maldiciones del destierro sobre su cabeza.
Dios le quitó a sus hombres el sosiego como a casta maldita,
pero no la inteligencia que conservaron más despierta y sensi-ble
por el dolor»» 4.
Los narradores canarios de los años setenta ahondan en este he-cho
de relevancia social que es la emigración, de gran enraizamiento
en las islas, asimismo nos dan un perfil suyo más anclado en la
realidad que aquél que una historia epidérmica nos ha señalado como
significativo: el lazo de fraternidad sempiterna entre Canarias y
América.
Es palpable ese lazo, esa relación, pero lo es como consecuencia
de un trasvase en el que no se excluye la desazón. En general, si ha
550 Francisco Juan Quevedo García
existido emigración canaria hacia América, lo ha sido por la necesi-dad,
o por la carencia de perspectivas en unas islas que tenían en el
continente americano una salida, un punto de referencia que se ha
constituido como tal en numerosas ocasiones en este archipiélago. Una
muestra de ello se recoge en estas décimas que cuentan el inicio de
la aventura de los emigrantes del motovelero «Telémaco»:
Pasó un vago pensamiento
por hijos de la Gomera,
cual la nube pasajera
que va por los elementos,
tras continuos sufrimientos,
peripecias y tristuras
para lanzarse a la anchura
de tan penoso camiiio
a luchar con el destino
de sedientas aventuras.
En una hora temprana,
el nueve de agosto fue,
a eso de las cuatro y diez
de una apacible mañana,
donde el silencio engalana
el misterio más fecundo
dándole un adiós profundo
a Valle Gran Rey con calma,
ciento setenta y un almas
que marchan al Nuevo Mundo.
El sol su disco escondía
en ei rizado horizonte,
cuando perdimos los montes
de nuestras Islas queridas,
sólo el faro se veía
dando sus vivos destellos
que iluminaban muy bellos
nuestra ruta solitaria
último adiós a Canarias
tristes recuerdos aquellos» 5.
La emigración hacia América en la narrativa canaria de los años setenta 55 1
Lo que dejan aflorar estos versos en primera instancia es la carga
sentimental que genera la zarpa hacia América, pero todo ese cúmulo
de impresiones conlleva una revisión de su porqué, ¿cuáles son los
motivos reales para que esas «ciento setenta y un almas» marchasen
al «Nuevo Mundo», envueltos en una escena lamentosa: «último adiós
a Canarias», «tristes recuerdos aquellos».
Nos centraremos para comprobar el tratamiento de la emigración
que realiza la narrativa canaria de los años setenta en cuatro de sus
novelas: Bumerún, de Juan-Manuel García Ramos; Tachero, de Fer-nando
G. Delgado; La despedida, de Juan Pedro Castañeda; y El giro
real, de Elfidio Alonso. En todas ellas se nos descubre la emigración
hacia América como un dato descollante en su ánimo de entendimiento
del hombre insular.
Juan-Manuel García Ramos desarrolla en esta novela dos vertien-tes
de la emigración canaria. La más común, es decir, la que tiene a
América como destino, y otra menos usual en las islas, la que se di-rige
a Europa, concretamente a Alemania, como apreciamos en una
de sus ficciones, don Antonio -Toño-, que regresa de su estancia
alemana con el dinero que le permitirá vivir en adelante con holgura:
«Toño tiene un bar ahora en la parada del autobús de su
pueblo, cuando llegan extranjeros él sale delante de sus emplea-dos
a chapurrear el alemán con algunos de aquellos que vienen
a tomarse una Coca-Cola tranquilos, si no logra entenderse dice
que no son del mismo sitio donde él estuvo. Es alguien ya, lo
han propuesto para concejal, algunos lo llaman ya don Anto-nio
» 6.
En esta ocasión nos interesamos por la primera vertiente, la arne-
-.-m-- iicaiia, la qüe ha coiiso~idadu :a ligazSii qüe existe eiitre e: espacio
americano y el canario. En la caracterización de otro de sus persona-jes,
Paquito el martillito, surge la cuestión migratoria como otro atri-buto
suyo:
«[ ...] el empleo se lo había conseguido su abuela que trabajó
riemnrp e n e! A~riintomientn tinte6 y tnrlno lnc 1iloolT1ec l n ho. U'.,"'y'V "L. . L, ULL.U..L.~..L"> C U L V " ."."Y ."U Ul~YlY".,, I" IIY
bía visto nacer, el limpiarretretes se llamaba Paquito el martilli-to,
era bajo, se fugó de casa cinco veces, la última iba ya cami-
Francisco Juan Quevedo García
no de América en un frutero, cuando lo desembarcaron en un
puerto africano y lo trajeron, siempre andaba pelado al rape, su
madre tuvo que luchar mucho para que no lo metieran en el
Reformatorio, donde cuando fui vi como los chicos de allí te-nían,
muchos, los pómulos con cicatrices»'-
El novelista expone una serie de elementos biográficos de Paquito
el martillito, entre los que se ubica la fuga hacia América «en un fru-tero
», una fuga que no tendrá la resolución anhelada.
Este breve fragmento nos ofrece un fresco de la sociedad canaria
de posguerra, en él nos encontramos con el espectáculo desagradable
del Reformatorio, o con esa huida frustrada. Este último accidente es
reflejo de lo también acontecido en la emigración canaria hacia Amé-rica:
el malogro del viaje, con todo lo que ello acarreaba, desde la
pérdida del dinero invertido, a la pérdida de los afanes depositados.
E- U:nt -&- An I r . n - ; n v , i , r ;Xn ~ 1 n n r l n r t ; n nn I l n n o ~ r r o l n Tnal: Rprrerg L l 1 I I C J C W I 1 U UL L U Gl r 'COr U L i I w r L L L U r & U C . i > I í I C u u )I LI~L.CM.C~~UV, U VI VIIWIC.
Jiménez nos habla de un intento migratorio frustrado, como lo fue el
de Paquito el martillito, el personaje de Bumerán:
«A principios de noviembre o diciembre (la documentación
es confusa) quedan abandonados en una playa del sur de Gran
Canaria, al parecer en una de las laterales de Morro Besudo, los
frustrados emigrantes que iban a embarcar en la balandra
"Juanita", de casco de hierro. El organizador, reincidente, pre-tendía
embarcar con su familia. Los detenidos son ocho fami-lias
de Zaragoza, cuatro de Barcelona, una de Castellón, una de
Valencia, otra de Gran Canaria y dos de Fuerteventura. En to-tal,
17 grupos familiares, con 63 miembros, con hijos desde un
año hasta los dieciocho; los más jóvenes que van sueltos ya tie-nen
diecisiete años. La edad máxima, sesenta años, La edad
media aproximada, en los treinta años. Son 11 3 viajeros frus-trados
en total.
Su procedencia, en casi un 80 por ciento es peninsular. Sas-tres,
carpinteros, tallistas y gentes de mar proceden de Canarias.
Esta he !I l!timz expedicibn detenid2 de emigrantes c!m-destinos
a Venezuela» '.
El caso, pues, de Paquito el martillito, recreado por Juan-Manuel
García Ramos en su novela, no es único. Representa a uno más de
los que corrieron la suerte adversa de la emigración, sin haber llega-d~
siquiera a !a tierra en la que deseaban culminar su trayecto. Aún
así, a pesar de los reveses, que tampoco se le escapaba a la pobla-ción
de las islas, el emigrar hacia América siguió considerándose como
LA emigración hacia América en la narrativa canaria de los años setenta 553
una meta, idea que no decayó durante muchos años de la posguerra
española.
Hemos visto a través de Bumerán que no sólo se establece en la
narrativa canaria de los años setenta el resultado positivo de la emi-gración.
Cabe además en la misma la perspectiva del fracaso. A pe-sar
de lo cual, continúa flotando en el isleño como una esperanza di-fícil
de quebrar. Esto lo comprobamos también en este pasaje de
Tachero, de Fernando G. Delgado:
«Y sientes deseos de agarrarte a sus velas y que sea lo que
quiera Dios, que siempre se está a tiempo [...] Es triste desper-tar
así, sin pensar qüe iras ki iiiipoiiaricia de !a nuche, e! Uiü que
comienza nos exige volver al mar y sentir que la sal curte la
piel o que tenemos que renunciar a la sal.
Entonces miras al mar de nuevo y un buque camino de Amé-rica
hace sonar sus últimas bocinas, y piensas en el cargamento
de esperanzas y renuncias de este «Santa María» que lleva a
Venezuela a tantos cientos de isleños.
Bendito sea el mar, vas a pensar, para proponerte a continua-ción
cumplir la predicción del horóscopo: viaje interesante»'.
La duda del isleño por partir hacia otro lugar, hacia otro espacio,
se incorpora en las páginas de esta novela. En ellas se descubre asi-mismo
la concepción del mar como componente fundamental en la
actividad migratoria canaria. El escritor expresa tanto su idealización:
«Bendito sea el mar, vas a pensar», como el cariz de temor que le
produce al personaje el atravesarlo, por dejar atrás todo lo que le es
propio aunque no le sea propicio: «Es triste despertar así, sin pensar
que tras la importancia de la noche, el día que comienza nos exige
volver al mar y sentir que la sal curte la piel o que tenemos que re-nunciar
a la sal».
Mar frente a tierra, isla frente a travesía, a huida de unos lindes
que se connotan duros. Ante los mismos, la emigración se convierte
en una salida que se ahínca en la historia de Canarias, y que el nove-lista
nos la refiere de este modo: «Entonces miras al mar de nuevo y
un buque camino de América hace sonar sus últimas bocinas, y pien-sas
en el cargamento de esperanzas y renuncias de este «Santa Ma-ría
» que lleva a Venezuela tantos cientos de isleños».
554 Francisco Juan Quevedo García
El narrador nos muestra dos imágenes diferentes de la emigración
canaria hacia América por medio de este fragmento. Nos habla del
acontecimiento de la despedida de un barco, el «Santa María», rum-bo
a Venezuela con numerosos emigrantes canarios a bordo. Y a la
vez que relata ese hecho, inmiscuye a su ficción en el mismo, lo hace
partícipe desde fuera de esa embarcación, sólo con su mirada y con
sus pensamientos.
Nuevamente, la dualidad tierra y mar, isla y emigración, surge en
Tachero. Dos polos que sugieren una decisión en el personaje, que
mira con envidia al «Santa María», lleno de «esperanzas y renuncias*.
Estas «renuncias» dan cuenta de la actitud del emigrante, la cual se
le hace difícil a ese hombre de Tachero, que desde la atalaya de la
isla ve marchar la esperanza de sus conterráneos, y la suya propia,
hacia parajes venezolanos.
Igualmente se hace eco Fenando G. Delgado en esta novela de la
vueita de ios que emigraron:
«Jorge Brito Esnoba trae cartas de los que marcharon, y tan-ta
información sobre los que fueron tragados por la isla, que no
me ha quedado más remedio que pensar en su venida de otros
mundos [...] Jorge Brito Esnoba salió joven de Tachero y ahora
llega aquí atraído por la curiosidad informativa de que nadie
recuerde el rostro de nadie, ni siquiera el paisaje que ha barrido
la lavan 'O.
Jorge Brito Esnoba encarna el retorno a una tierra de la que sa-lió,
y que tras el paso del tiempo se le hace irreconocible -«ahora
llega aquí atraído por la curiosidad informativa sin que nadie recuer-de
el rostro de nadie, ni siquiera el paisaje que ha barrido la lava*.
El escritor enfatiza el concepto dramático de la emigración con
ese irreconocimiento mutuo que se establece entre el emigrante que
regresa, alentado por esa «curiosidad informativa», y aquéllos que se
quedaron en la isla. Y además se afianza el irreconocimiento del es-pacio
insular.
Con la escena del descubrimiento por parte de esa creación -Jor-ge
Brito Esnoba- de un medio distinto del que recordaba, Fernando
G. Delgado le imprime a este emigrante el asombro, la desilusión, y
la veracidad de que es un transterrado, cuyos lazos con su isla se han
debilitado de tal manera que sólo parecen estar firmes en su memo-ria,
y en el interés por no dejarlos escapar: «Jorge Brito Esnoba trae
cartas de los que marcharon, y tanta información sobre los que fue-
La emigración hacia América en la narrativa canaria de los años setenta 555
ron tragados por la isla, que no me ha quedado más remedio que pen-sar
en su venida de otros mundos».
El narrador resalta el ansia de información que tiene Jorge Brito
Esnoba, su personaje, de saber lo que sucede en Tachero, la isla ima-ginada
por Fernando G. Delgado que sólo conoce en el presente gra-cias
a las noticias que le llegan de la misma. Por lo cual adopta una
función reseñable esta construcción: «trae cartas de los que marcha-ron
».
Consigue plasmar el novelista la separación física tangible entre
el emigrante y el sitio del que salió, y los intentos por lograr la ma-yor
cantidad de nuevas de ese contorno, que no se habita pero que sí
se precia.
EL VIAJE EN LA DESPEDIDA
Domingo Pérez Minik afirma lo siguiente sobre La despedida, de
Juan Pedro Castañeda:
«A simple vista «La despedida» parece una novela cualquie-
1-2 de ncesfr~ EKK!G riirz!, no vamos a !!amarla regimalista ni
mucho menos a la manera de las españolas del siglo pasado, con
su geografía bastante definida, un lugar de estas islas, con su
gente perfectamente reconocible, el pequeño pueblo bien identi-ficado,
las costumbres que se van adaptando a la nueva sacie-dad
de consumo, los intereses entrecruzados, las mujeres y los
hombres en sus puestos, sin ningún índice calificado de que es-tamos
ante un contenido bélico de esquemas económicos, el aire
propicio emigratorio a Hispanoamérica obligado por la deterio-rada
pobreza o por el gusto por la aventura, o por la necesidad
del canario de poner tierra por medio tan pronto se le reduce
cualquier libertad» l.
Ei escritor en La despedida, cuyo títuio entronca directamente con
el acto de partir, convierte la emigración, resaltada por Domingo Pérez
Minik -«el aire propico emigratorio a Hispanoamérica»-, en uno de
sus recursos más notables. Un ejemplo de lo cual se aprecia en este
fragmento de la novela:
«"iEstá igualito! ¡Deja que te mire! iAh, vale, las ganas que
tenía de saludarte! Ahí nomás en el barco venía pensando si a
alguien tengo ganas de ver es a Juan."
Francisco Juan Quevedo García
Le da otro golpe en el hombro que a él no le acaba de pare-cerle
amistoso. En la cantina, todos están pendientes del india-no
que luce un anillo de oro en la mano derecha, otro en la iz-quierda
y que trae un reloj de oro también [...] Tomó la copa a
la que le invitó, esperando que le insinuara una entrevista para
aclarar cierto asunto que a ambos concernía. Pero Fernando, una
vez cumplido el primer saludo, ciertamente más efusivo de lo
que podía esperar, continuó pavoneándose por entre las mesas.
Saludó, invitó, dio noticias de parientes que quedaron en Cara-cas
(Venezuela) [...] El murmullo colectivo interrumpió por un
momento el relato del extraño Fernando, del hombre altanero que
aquella noche había congregado a su alrededor a los diez o doce
que no habían salido hacia sus casas a una hora próxima a la
acostumbrada, sino que quedaron embobados con las mentiras
esplendorosas, con las aventuras en las que el riesgo caminaba
de la mano del triunfo o de la derrota» 1 2 .
.
Sobre una historia de amor conflictiva, Juan Pedro Castañeda cons-truye
una obra que nos inmiscuye en la época de la posguerra en
Canarias, y en uno de sus rasgos peculiares: la emigración hacia
América.
Fernando, enamorado de María -al igual que Juan, otro protago-nista
de la novela- marcha a Venezuela. A su regreso, como adver-timos
en la cita anterior, vuelve con una ostentación que provoca el
asombro. Sin embargo, es el narrador quien nos hace dudar de él:
«quedaron embobados con sus mentiras esplendorosas».
No descuida ningún detalle Juan Pedro Castañeda a la hora de
elaborar la semblanza de este indiano: «luce un anillo de oro en la
mano derecha, otro en la izquierda» y «trae un reloj de oro también».
Se hace notar el alcance económico que ha conseguido en tierras ame-ricanas,
ensalzado ante aquéllos que no gozan de sus privilegios.
El invitar es otra de las acciones inherentes a su configuración,
como vemos en estas palabras, que también conllevan la relación pal-pable
entre Canarias y sus emigrados: «Saludó, invitó, dio noticias de
parientes que quedaron en ~ a r a c a s(V enezuela)». .
El autor contrasta este éxito de Fernando con el infortunio del
emigrante a través del mismo personaje, el cual tras una estancia ve-nezolana
mucho menos dichosa que la primera, vuelve a la isla con
un marchamo diferente. Llega empobrecido, con lo que supone para
él de descalabro social. En La despedida Juan Pedro Castañeda nos
enseña dos consecuencias de la emigración: el éxito o el fracaso. Fer-nando,
en este segundo regreso, se lamenta de su ida:
La emigración hacia América en la narrativa canaria de los años setenta 557
«Los ojos de Fernando, acuosos, se clavaron en un rincón del
techo, y tiritaron de estremecimiento'.»
«Desgraciada decisión», pensaba ahora, tendido sobre las ta-blas
carcomidas. «Maldita la hora en que Blas apareció por
casa.»
No le costó mucho convencerlo:
«¿Pero de dónde voy a sacar para el pasaje?», le objetó.
Blas hablaba tan seguro:
«Si tus padres no tienen haces como yo. Pídele a don Acisclo.
Le haces un papel y te lo da.»
«Es mucho dinero...))
«¡ES mucho dinero, es mucho dinero! No querrás quedarte
aquí toda la vida, entre estas cuatro casas que se desmoronan.
No querrás ser un animal toda la vida. No querrás tener, tam-bién,
cuando te cases, una cartilla de racionamiento» 1 3 .
Fernando recuerda este sucedido con una evocación que posee el
valor de la crítica social. Se nos revela la precaria situación econó-mica
española como una de las razones principales de la emigración
de posguerra.
La mención que se hace a las cartillas de racionamiento -«No
querrás tener, también, cuando te cases, una cartilla de racionamien-to
»-, es un testimonio que Juan Pedro Castañeda extrae de la histo-ria,
y que al igual que ocurre en La despedida, se considera como un
condicionante extremo para que fuese asumido el riesgo de emigrar.
Esta decisión se matiza con el estado social en que se encuentra
el entorno de los personajes: <<¡ESm ucho dinero, es mucho dinero!
No querrás quedarte aquí toda la vida, entre estas cuatro casas que
se desmoronan». Ante esta situación, América ies es atrayente, y Bias
no duda en recurrir al préstamo para embarcar: «Si tus padres no
tienen haces como yo. Pídele a don Acisclo. Le haces un papel y te
lo da».
La consideración dramática tanto de la economía de las islas en
la posguerra, como la de uno de sus resultados, la emigración, se plas-ma
en La despedida. Esta novela, pese a tomar en ocasiones como
espacio narrativo el americano, donde emigran algunos de sus perso-najes,
siempre tiene como referente geográfico el de Canarias. El re-greso
a estas islas, pues, se constituye en un elemento inherente al
558 Francisco Juan Quevedo García
mismo acto de la emigración. Así traza Juan Pedro Castañeda el re-greso
de otra de sus ficciones, María:
«Casi toda su vida había transcurrido como en aquellas ho-ras
de somnolencia que la embargaron durante el viaje. Acaso
el sarpullo había sido una reacción de defensa, no ante Fernan-do,
sino ante lo desconocido, ante nuevas responsabilidades, ante
la nueva vida que ella buscó afanosamente y para lo cual no
dudó en separarse de Juan. Acaso la noticia de su muerte que,
una tarde, mientras bordaba, le llegó, era también un recuerdo
absolutamente lejano que nada tenía que ver con la mujer ma-dura
aunque no anciana que, una plácida tarde, apoyada en la
baranda del correíllo, vuelve a su pueblo sin hacerse anunciar,
como si lo que fuera a poner los pies en tierra más que una
mujer fuera una sombra.
No se había parado a pensar qué iba a hacer en El Llanito.
Ni siquiera se había planteado la conveniencia de volver, sino
que lo decidió de repente, como ciertos animales que cuando ven
venir la muerte corren a refugiarse en un rincón, como si en
el rincón la muerte les fuera a perdonar, o quizás porque en un
rincón, a resguardo de cualquier mirada, los últimos momentos
pasan más íntimos [...] El mar quedaba atrás. En la desvenci-jada
guagua que traqueteaba entre curvas y curvas va su maleta
de madera, todos sus haberes. Si vuelva lacónicamente la mi-rada
hacia el azul rayado por la espuma es, sobre todo, debido
a los reflejos. Ya no representa una escapatoria, sino una lejana
posibilidad» 14.
Como le ocurriera a Fernando, María también siente el peso de
los años de la posguerra, de la falta de perspectivas que se deja en-trever
en su existencia, que cubre el camino de la emigración, con
frecuencia idealizado. Pero al regresar, el mar que la separa del mun-do
otrora buscado, «ya no representa una escapatoria, sino una lejana
posibilidad». El escritor inserta una sobrecogedora escena que remarca
e! fjil de Uíia i:Usibii ír,oiiva~ora: tenia con la nir?jer
madura aunque no anciana que, una plácida tarde, apoyada en la ba-randa
del correíllo, vuelve a su pueblo sin hacerse anunciar, como si
lo que fuera a poner los pies en tierra más que una mujer fuera una
sombra».
En La despedida estructura dos conceptos ligados a la emigración:
ia esperanza inicial antes dei viaje, y ia negación posterior de esa
esperanza, su abandono por la persona que la ha sostenido cuando
comprende que ese periplo ha terminado. Esto le ocurre a María. Sien-
La emigración hacia América en la narrativa canaria de los años setenta 559
te la necesidad de volver, como una cuestión vital, como algo inelu-dible.
Juan Pedro Castañeda dispone, entonces, la imagen de los ani-males
que huyen al rincón. El rincón de María es la isla, y a ella lle-ga
con la intención de abandonarse a lo que ya sólo se va a producir
ahí.
Su venida implica el término de una pretensión, inspirada por un
panorama desalentador, que ve en América su solución. En este sen-tido,
Francisco Morales Padrón nos habla del nexo que se establece
entre ese continente y Canarias:
«La singular relación Canarias-América es algo que no cesa
de estudiarse porque, precisamente, los lazos persisten en el
consiguiente trasvase humano. Fue una corriente de uno a otro
lado, que se mantiene viva y dando frutos con una fenomenología
particular hoy como antaño. Y tanto en el xv-xvr como en el
xx, ia razón de estas conexiones se expiican por ia situación dei
Archipiélago.
Las Islas Canarias fueron, primero, como una espera de lo
desconocido; luego, una previa experiencia; después se transfor-man
en "camino para las Indias", y más tarde se convierten en
vivero conformador del Nuevo Mundon Is.
En El giro real, de Elfidio Alonso, leemos el siguiente texto vin-culado
a la emigración canaria hacia América:
«En aquellos años cuarenta, tanto por las visitas que llega-ban
a casa, como cuando iba al quiosco de la plaza, siempre
encontré buenas oportunidades para escuchar las más tenebro-sas
y horripilantes historias sobre la emigración clandestina a Ve-nezuela;
que tuvo en La Palma uno de los focos principales en
cuanto a salida de viajeros desesperados. Los viajes se hacían
en veleros, aunque se trataba de barcos pesqueros que eran trans-formados
en remedos de «paquebotes», como los llamaba Fico,
un marinero de Tazacorte, con vistas a que pudieran aguantar
mejor los temporales en alta mar. Recuerdo que le oí contar a
un pescador: Si los carpinteros no acondicionaran la cubierta y
las velas, ninguno de esos cascarones tendría autonomia y con-sumo
para llegar a América aunque son bichos que se suelen
defender bien con las corrientes de mar adentro»I6.
560 Francisco Juan Quevedo García
La pretensión de conocimiento del insular que se da en la narrati-va
canaria de los setenta les permite abordar la emigración como un
acto que enraiza en su sociedad. Trátese del exilio llevado a cabo por
cuestiones políticas, como el traslado a otros países, casi siempre
americanos, por motivos económicos, en ningún caso es tratado su-perficialmente
por los autores de aquella narrativa. Se internan en su
problemática. Así nos encontramos con el personaje de la cita que
hemos visto de El giro real, que escuchaba en la época de los años
cuarenta «las más tenebrosas y horripilantes historias sobre la emi-gración
clandestina a Venezuela». Otro pasaje de esta novela que nos
remite a la emigración canaria hacia América es el siguiente:
«No todos los emigrantes canarios habían tenido la misma
suerte. Allí estaba en las páginas de «El Universal» la fotogra-fía
de un paisano natural de La Palma como él, que había Ile-gado
con lo puesto a La Gua!ra y hoy era dueño de un pode-roso
«holding» de empresas. El tampoco se podía quejar, pues-to
que con la ayuda de Lucas y de aquellas semillas de tomates,
que había cuidado con mimo mientras duró la azarosa travesía
del «Arroyo», pudo levantar un tinglado comercial que daba
muchos miles de «bolos» al año. Se había permitido el lujo de
adquirir algunas casas y fincas en la isla, junto con otros pai-sanos
también emigrantes, no para alardear o tratar de deslum-brar
como hacían otros, que rayaban el escándalo con el paseo
de sus grandes «carros» o el oro de las muelas postizas, sino
porque la tierra de uno tira lo suyo y te llama con una misterio-sa
fuerza» ''.
La referencia al indiano queda impresa en estas líneas de El giro
real. Se nos está contando la historia de Pablo, un hijo bastardo de
una persona acomodada de La Palma, que emigra a América con el
deseo de igualarse económica y socialmente con el que es su padre,
y, en especial, con el hijo legítimo de éste, su hermanastro Rodolfo.
Y ciertamente lo consigue, logra «levantar un tinglado comercial que
daba muchos miles de «bolos» al año».
Insiste Elfidio Alonso en la caracterización del indiano con la alu-sión
a la compra de «algunas casas y fincas en la isla», con lo que
además aporta la significación de la isla en el emigrante, el concepto
telúrico queda obviamente man. ifie.s to: «porque la tierra de uno tira
lo suyo y te llama con una mlstenosa fuerza». Una tima de !a que
partieron muchos con la convicción de participar en un acto arriesga-do,
como éste que se detalla en El giro real:
La emigración hacia América en la narrativa canaria de los años setenta 561
«En torno a la emigración clandestina de los canarios se ha-bía
creado, por los años 40, una auténtica mafia de explotado-res,
muchos de ellos con importantes conexiones oficiales [...]
Sólo el chivatazo directo a la Guardia Civil, casi siempre pro-vocado
por mismos cabecillas del negocio, obraba los efectos de
impedir el embarque, la captura de los aventureros y la imposi-ción
de multas a los hombres de paja de los armadores y trafi-cantes.
Estos, para desviar responsabilidades, acostumbraban a
denunciar la pérdida del barco «por robo», cada vez que uno de
aquellos pesqueros reformados salía con rumbo a Venezuela.
Llevaban parados en medio del mar como cinco días, cuan-do
avistaron un petrolero español llamado el «Campante», se-guía
relatando Damián «el Guincho* en la tertulia de la fonda.
Gritaron desde cubierta que [es dieran una carta de navegación,
un libro de faro, agua, petróleo y no sé qué más, pero no los
dejaron acercarse. Al final botaron al mar un barril de petroleo,
dos barricas de agua, una lata de aceite y unos kilos de arroz,
que pudieron recoger después de lanzarse al agua y nadando
como demonios. Por las palabras que intercambiaron desde un
barco al otro, los del petrolero creyeron que eran todos comu-nistas
que huían de España» 1 8 .
E] íioue:isia nos ~Etiyjiic; caí; las uicisitü&s qee !a emi-gración
canaria hacia América a partir de la Guerra Civil. Nos enmarca
en un ambiente de sordidez asociado a la clandestinidad, cuyos entre-sijos
se critica con rudeza: «En torno a la emigración clandestina de
los canarios se había creado, por los años 40, una auténtica mafia
de explotadores, muchos de ellos con implicaciones oficiales». Tam-bién
leemos: «el chivatazo directo a la Guardia Civil, casi siempre
provocado por los mismos cabecillas del negocio».
Estos extractos de El giro real contribuyen a la verosimilitud que
pretende establecer el escritor en su narración. Emplea para tal co-metido,
por ejemplo, «negocio», que define el entramado de la emi-gración
clandestina en las islas. Un negocio originado por el estado
social y económico de la posguerra. De ahí la emigración en condi-ciones
lamentables y con un futuro incierto, un hecho histórico que a
esta novela de Elfidio Alonso le proporciona uno de sus motivos prin-cipales.
El giro real, como las otras creaciones de la narrativa canaria de
los años setenta que hemos visto, le confiere a la emigración canaria
hacia América el-valor que nace de su realidad, de su rango relevan-te
en el trazado de la identidad insular en la que esta narrativa se
alonga para contárnosla.
562 Francisco Juan Quevedo Garcia
El enlace innegable entre Canarias y América se reconstruye en
sus obras, con el ánimo de hacernos más visible, más limpio, ese re-corrido
migratorio que muchos isleños tuvieron que ejecutar.
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