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INDEPENDENCIA Y MODERNIDAD
DESDE LA PERIFERIA:
EUGENIO Mª DE HOSTOS DE CHILE AL CARIBE,
1888-1903 *
Mª Dolores González-Ripoll
El puertorriqueño Eugenio Mª de Hostos (1839-1902) es considerado una de las
figuras más representativas del pensamiento americano, por lo que adentrarse en alguna
parcela de su vida y su obra entraña recorrer gran parte del siglo XIX y el tránsito al XX
que sancionó a los Estados Unidos como el nuevo imperio en América, rozar el debate
sobre la modernidad en el que estaban inmersos muchos pensadores latinoamericanos
(Andrés Bello, Domingo F. Sarmiento, Juan Montalvo, Justo Sierra, etc.) y peregrinar por
el espacio que constituyó objeto de análisis y circunstancia vital para Hostos ya que viajó
y vivió las dos orillas del Atlántico, el Pacífico y el norte y el sur del continente americano
en una actitud “mesiánica” de entrega a una causa que sintió incomprendida.
En sus obras, en las diversas disciplinas que cultivó como la literatura, el dere-cho,
la sociología, el periodismo y la pedagogía, queda patente su carácter incansable y
utópico, solitario y ambicioso de gloria individual y colectiva que, a decir de Argimiro
Ruano uno de sus últimos biógrafos, hizo de Hostos “uno de los grandes neuróticos del
siglo XIX”. Y es que para concebir una Antillas soberanas y unidas a una América solida-ria
y en libertad seguramente era necesaria una cierta dosis de locura.
Primer periplo americano de Hostos
El primer periplo americano de Hostos en los años setenta por Cartagena de In-dias,
Panamá, el Callao, Lima, Valparaiso, Santiago de Chile, Buenos Aires, Montevideo
y Brasil, dió lugar a una colección de apuntes y vivencias que fue publicado en uno de los
volúmenes de sus Obras Completas con el título “Mi viaje al Sur”, viaje en cuyo transcur-so,
Hostos pretendió despertar conciencias en pro de la independencia de las Antillas -por
ejemplo, con el apoyo de varias personalidades chilenas como Benjamín Vicuña Macke-na,
creó una Sociedad de auxilio para Cuba que, como ocurrió con la mayoría de estos
intentos solidarios, fue poco eficaz- aunque para su sorpresa, la realidad social de las
repúblicas americanas, le recordaba al sistema colonial aún vigente en Cuba y Puerto
Rico.
Entre las actividades que llevó a cabo en su primera estancia en Chile entre 1872
y 1873 hay que destacar la segunda edición de su novela “La Peregrinación de Bayoán”; la
publicación de varios ensayos literarios (sobre el poeta cubano Plácido, otro sobre Hamlet,
que fue publicado con éxito en la prensa), y varias conferencias sobre la importancia de la
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educación de la mujer (colección que dió lugar al libro “La enseñanza científica de la
mujer”), también fue premiada su memoria sobre la Exposición de Artes e Industrias cele-brada
en Santiago de Chile en 1872, texto que es toda una declaración de progresismo y
modernidad.
En él, Hostos contrapone el pasado de Chile, la colonia, a la vida presente o de
independencia nacional refiriéndose a la primera como una etapa de enfermedad física,
moral e intelectual de la sociedad, esclavitud del ciudadano, irresponsabilidad del poder,
despoblación, desierto, pobreza, incomunicación y aislamiento. Del que denomina
“quietismo colonial” se ha pasado al progreso de la nación independiente que felizmente
ha superado lo anterior y que es una sociedad que ha progresado, y esto lo subrayo como
hace Hostos incansablemente, una sociedad que es rica, sana, activa, poblada, comunica-da
y con una ciudadanía en libertad. Hay que señalar aquí la influencia de las tesis
evolucionistas en biología que Hostos aplica al desarrollo social, a su definición del pro-greso
como una “ley de vida” que puede realizarse inconscientemente, “sin disposición
del ser individual o colectivo que progresa y aún contra su voluntad de estacionarse”.
A Chile volverá Hostos a fines de la siguiente década de los 80, cuando decide
aceptar las reiteradas invitaciones a colaborar en la instrucción pública del país, una vez
que su fama de pedagogo y el éxito de la organización educativa que puso en marcha en
Santo Domingo atravesara fronteras. Así pues, en diciembre de 1888 partía la familia
Hostos hacia Valparaiso, lugar y año también de la publicación de Azul de Rubén Darío.
Segunda estancia de Hostos en Chile
La república chilena estaba presidida por José Manuel Balmaceda, quien
defendía una política opuesta a los potentes intereses económicos fundados en la entrada
masiva de capital extranjero para la explotación del salitre, principal sostenedor de la
riqueza del país, lo que conllevó pugnas políticas insalvables que terminarían por
derrocarle en 1891.
Paralelamente, el gobierno era partidario de mejorar el sistema educativo y mo-dernizar
la enseñanza, fundamentalmente la de los grados medios. Hostos, saludado por la
prensa local como “hombre de distinguida inteligencia y reconocida ilustración que ocupa
un puesto respetable entre los literatos americanos”, respondía a la llamada del ministro
Julio Bañados Espinosa y fue nombrado, incluso antes de pisar tierra chilena, rector del
liceo de Chillán que estaba destinado a convertirse en el principal establecimiento educa-cional
de la zona centro sur del país.
Hostos se entregó a la formación de su alumnado con la misma pasión con que
había trabajado en Santo Domingo, colaboró en la elaboración de los programas de ense-ñanza
media, particularmente en los de Castellano e Historia y Geografía y a nivel estatal
tuvieron mucha importancia sus intervenciones en debates educacionales en los que mani-festaba
su pensamiento en relación con el papel del estado en las complejas estructuras de
la educación que se reformaba. Escribió “Reforma de la enseñanza en Chile” y “Reforma
del plan de estudios de la Facultad de Leyes” en Santiago, fue nombrado Presidente hono-rario
de la Academia Carrasco Albano de Chillán y colaboró con Valentín Letelier y el
propio ministro Bañados Espinosa en el libro “La reforma de la enseñanza del derecho”.
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Aunque solamente permaneció en Chillán un año, aprovechó toda oportunidad
para exponer sus ideas educacionales y morales; en el discurso pronunciado en el acto de
entrega de premios del colegio durante la celebración de las Fiestas Patrias de Chile, no
podía evitar el regocijo que le producía la participación de los jóvenes, la aparición en
público de la bandera dominicana e incluso la representación teatral de hermanamiento de
las Antillas entre sí y con la América continental que hicieron sus propios hijos, pero
manifestaba también pesar porque estando el país en guerra con el vecino Perú, el pa-triotismo
de los jóvenes se alimentara de gloria militar y prevaleciera sobre el patriotismo
cívico.
Hostos fue también rector del liceo “Miguel Luis Amunátegui” de la capital don-de
sus métodos de trabajo basados en la libertad y relativa disciplina del alumnado, le
llevaron a chocar con la rigidez de los profesores alemanes contratados por las Escuelas
Normales y el Instituto Pedagógico de Santiago.
El cambio de gobierno en 1891 no varió sus funciones docentes ni su cargo en el
Liceo y prosiguió su carrera profesional como profesor de derecho constitucional en la
Universidad de Chile, la publicación de varios textos como “Crisis constitucional de Chi-le”,
un estudio sobre Manuel Antonio Matta y ensayos sobre la historia de la lengua caste-llana
y la Historia de la civilización antigua; la dirección de los Congresos Pedagógico y
Científico celebrados en Santiago, del Ateneo de la ciudad, del Centro de Profesores de
Chile, fue cofundador de la Societé Scientifique du Chili y obtuvo galardones y
reconocimientos como el primer premio en el certamen Varela del Club del Progreso de
Santiago por su trabajo “Descentralización administrativa” y fue nombrado miembro hono-rario
de la Academia literaria Diego Barros Arana, de la titulada La Ilustración e hijo
adoptivo del ayuntamiento de Santiago.
Dedicó esfuerzos y tiempo a las tareas periodísticas, tanto en la prensa de Chillán
(El Comercio), Talca (Los Tiempos) y Concepción (El Sur), como en la de Santiago donde
publicó numerosos trabajos en La Revista del Progreso, El Americano, La Flecha, La
Tarde y en los Anales de la Universidad de Chile y las Actes de la Société Scientifique du
Chili.
A pesar de los éxitos alcanzados y del nacimiento de sus últimos dos hijos en
tierras de Chile, Hostos comenzó a sentir cierto desánimo por el hostil ambiente político,
algunas críticas por parte del clero y, en definitiva, una enorme nostalgia por las Antillas
que le hicieron regresar al Caribe donde moriría en 1903.
Hostos y Puerto Rico en el tránsito de siglos
Los franceses de las décadas de 1880 a 1900 adoptaron la expresión fin de siècle
para referirse a sí mismos y, dada la influencia de la moda francesa en el mundo occiden-tal,
el término acabó por aplicarse de manera exclusiva a los últimos años del siglo XIX.
El fin de siècle se asocia a un período de depresión económica y moral más que a un
momento de prosperidad o esperanza, aunque en las décadas de entresiglos se sucedieron
hechos y circunstancias que contribuyeron a la mejora de la vida de la gente. Sin embargo,
dado que las transiciones se pueden contemplar como promesa o como desafío -según el
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punto de vista de cada grupo social que contemple el fenómeno-, incluso los cambios
beneficiosos pueden resultar perturbadores.
Lo que llama la atención de la época de entresiglos a la que nos referimos es la
discrepancia entre el progreso material y la decadencia espiritual, punto de vista generali-zado
a partir de las doctrinas del darwinismo social y el spenciarismo que asociaban la
decadencia del fin de siglo con la idea de la corrupción de la vida en las ciudades a partir
de la consideración de la sociedad como un organismo vivo. Eugenio Mª de Hostos asu-mió
estos presupuestos en los años finales de su vida, tanto en el campo político y social
como en el formativo de los jóvenes puertorriqueños. Su idea de denostar la vida urbana y
alabar la vida del campo le llevó a combatir la degeneración física induciendo a la juven-tud
boricua a hacer deporte como una de las actividades colectivas de la liga de patriotas,
organización que puso en marcha en varias ciudades de la isla en las postrimerías del
s. XIX.
En diciembre de 1898, a punto de cumplir sesenta años, Hostos sintió por prime-ra
vez el “ya viejo dolor de la expatriación” y decidió dar un giro a su vida abandonando el
exilio en el que llevaba viviendo toda su vida para regresar a Puerto Rico, de donde saldría
poco tiempo después para morir en en Santo Domingo en 1903. En ese año de la muerte de
Hostos fue aprobado el Tratado de reciprocidad comercial entre Cuba y Estados Unidos;
un año antes había sido proclamada la república en Cuba con la designación de Estrada
Palma como presidente y la aplicación de la Enmienda Platt, mientras Puerto Rico era
gobernada desde Washington a través de la Ley Foraker aprobada en 1900. Así pues,
Hostos tuvo tiempo suficiente para asistir a los cambios que siguieron al abandono por
España de las Antillas y el espectáculo de las principales islas del Caribe a merced de la
política estadounidense hizo mella en él, un hombre ya agotado de una vida entregada a la
lucha por la independencia y soberanía de las Antillas y presidida por el anhelo de que la
unión de las islas, dada por la naturaleza, se vinculase a un sistema político que lograra su
supervivencia: la confederación antillana.
La vida y la obra de Hostos se había basado en una búsqueda de armonía, libertad
y justicia para los seres humanos en general y para los habitantes de las Antillas en parti-cular,
búsqueda construida alrededor de tres ejes fundamentales: independencia y demo-cratización
políticas, educación del individuo y modernización de la sociedad. Líneas ge-nerales
que bien pueden tener vigencia hoy día pero que en los últimos decenios del siglo
XIX constituyeron medidas de carácter muy radical al concretarse en reclamaciones polí-ticas
específicas contra la esclavitud y el régimen colonial español que pervivía en Cuba y
Puerto Rico y a favor de la república como sistema de gobierno, la secularización de la
sociedad, la renovación de los planes de enseñanza y la emulación de la vida estadouni-dense
como ejemplo del triunfo de la civilización sobre el considerado atavismo de las
tradiciones hispanas.
Además, el pensamiento de Hostos se centró en una idea civilizadora y potencia-dora
de la “educación” y de la “porción culta del pueblo” frente a la ignorancia y la escla-vitud
que percibía en las Antillas. Sin embargo, Hostos se despojaría de pesimismo en el
análisis de las sociedades antillanas al cuestionar también el modelo europeo de civiliza-ción
que, a su juicio, tampoco había logrado sofocar la ignorancia y la barbarie, en la
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consideración de la bondad intrínseca del hombre sencillo del campo ya que “los reptiles
están en las ciudades”. Eugenio Mª de Hostos llegó a Puerto Rico en septiembre de 1898,
dos meses después de que fuera izada la bandera estadounidense por vez primera en la
isla, donde finalmente residió poco más de un año tras casi veinte de ausencia. Hostos
abandonaría para siempre la isla de Puerto Rico en enero de 1900 al ser llamado por el
presidente de la República Dominicana con objeto de confiarle la mejora de la educación.
En una carta dirigida al presidente dominicano escribía Hostos en septiembre de 1899:
“La patria se me escapa de las manos. Siendo vanos mis esfuerzos de un año entero por
detenerla...el ideal...la Confederación de las Antillas...ése es el porvenir positivo de las
Antillas...el lógico propósito de nuestra vida es, como debe ser, constituir una confede-ración
de pueblos insulares que ayuden a los pueblos continentales de nuestro hemisferio
occidental a completar, extender y sanear la civilización”.
Hostos había regresado a su Madre Isla con el fin de poner en acción a sus habitan-tes.
En su diario de viaje dice experimentar “una alegría conturbada por una tristeza llena
de indignación”: “pensaba en lo noble que hubiera sido verla libre por su esfuerzo y en lo
triste y abrumador y vergonzoso que es verla salir de dueño en dueño sin jamás serlo de sí
misma y pasar de soberanía en soberanía sin jamás usar de la suya”.
De la recopilación de sus escritos que ocupan los 20 volúmenes de sus Obras
Completas, publicadas por primera vez en 1939, es el volumen V el que está dedicado a la
campaña política por Puerto Rico, volumen titulado “Madre Isla” y que abarca desde 1898
a 1903. Un año de permanencia en su tierra natal bastó a Hostos para captar la nueva
situación de anexión de la isla a Estados Unidos y asumir una posición teñida de descon-fianza
y beligerancia por una parte y de admiración por otra: “la invasión de Puerto Rico
por las armas norteamericanas tiene por confeso objeto la anexión de la isla (...) Lo único
que se me presenta como seguro es que el gobierno americano, al resolver, tomará en
cuenta la voluntad de la Isla”.
La solución concebida por Hostos para que Puerto Rico alcanzara la verdadera
civilización fue la creación de la denominada “Liga de Patriotas” con un objetivo social a
corto plazo y de gran alcance (formar a la juventud para el futuro) y uno político que sería
más una consecuencia natural de aquél. En su primer manifiesto público sobre los propó-sitos
de la liga en Nueva York, de la que Hostos fue nombrado presidente y secretario
Roberto H. Todd, se señalaban los dos fines de su constitución: “uno, inmediato, que es el
poner a nuestra Madre Isla en condiciones de derecho; otro, mediato, que es el poner en
actividad los medios que necesitan para educar a un pueblo en la práctica de las libertades
que han de servir a su vida, privada y pública, industrial y colectiva, económica y política,
moral y material”. La primera liga fue instaurada en Ponce con no demasiado éxito; cuan-do
se conocen y discuten los estatutos de la liga en Ponce, Juana Díaz y Yauco, sus habi-tantes
disienten en algún punto al pensar que el fin último de la liga puede llegar a ser la
independencia, objetivo por el que no están dispuestos a luchar. Los estatutos de la Liga
pretendían la toma de conciencia por parte del pueblo, no la toma del poder como el
Partido Revolucionario Cubano de Martí, y cuyos propósitos educadores y cívicos mues-tran
claramente el idealismo hostosiano: “claro está que la liga de patriotas no es un parti-do
ni puede ser partido, no quiere ser partido. No por eso deja de tener una política, pero
absolutamente subordinada a su propósito social que es el formar un pueblo. Maldito, si a
quien tiene tal propósito, se le puede ocurrir hacer política”.
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Hasta tal punto el objetivo de la liga era amplio y su filosofía nada sectaria que
agrupó tanto a partidarios de la anexión -la mayoría- como al reducido número de los que,
como señala Hostos con cautela y cierto eufemismo, eran “conocedores de la necesidad de
independencia” y, finalmente, sostenedores de un gobierno temporal de Estados Unidos
en Puerto Rico “para americanizar, es decir, para poner al pueblo puertorriqueño en apti-tud
de vivir a la manera del pueblo americano”.
La liga de patriotas defendió la convocatoria de un plebiscito para que el pueblo
puertorriqueño pudiera decidir sobre la situación de anexión, tachada por Hostos de con-traria
“al desarrollo del sistema americano de gobierno, (...) sujeción violenta de Puerto
Rico a una dominación que, por salvadora que sea, para nada ha contado con Puerto Rico”.
Los artículos que tratan del plebiscito están también publicados en el volumen V “Madre
Isla” y parece que surgieron de la pluma de Hostos como respuesta a un comentario de un
periódico ponceño en el que se trataba de ridiculizar los argumentos a favor de esta solu-ción
formulada por la liga de patriotas.
Hostos integraba en su defensa del “plebiscito como política” la crítica a la falta
de ética de Estados Unidos ya que “a la cesión no debió seguir una transferencia de domi-nio,
sino una consulta de la voluntad de Puerto Rico” porque “una anexión forzada es una
agresión criminal”, y defendía la solicitud de un gobierno temporal de los Estados Unidos
“no por el prurito de constituir nación, sino por devoción profunda a la civilización”:
“cuando hayamos conseguido el plebiscito, acataremos la anexión si esa es la voluntad de
Puerto Rico; y si su voluntad es otra, daremos a la federación del Norte el mejor de cuan-tos
homenajes pueda recibir un pueblo de justicia pidiéndole un protectorado temporal de
20 años que, para mayor gloria suya y honra nuestra, no será un protectorado de fuerza y
poder, sino un mentorado de libertades y progresos”.
En la visión que tendrá Hostos del nuevo orden de cosas hay que tener en cuenta,
como en otras ocasiones, que el Hostos intelectual y moralista opacará al Hostos político
y revolucionario. Así realizará en un principio continuas alabanzas al presidente McKinley
en la idea de que el panorama “establecido en nuestra madre Isla por la Ley Foraker o
“Ley de gobierno civil para Puerto Rico”, es un orden viejo y nuevo a la vez; viejo, en
cuanto conserva fundamentos de coloniaje; nuevo, en cuanto efectivamente contiene de
régimen civil a la americana. Lo que se debe hacer es ayudar al régimen civil a acabar de
arrojar de la Isla al régimen colonial”.
Hostos defiende, en última instancia, la modernización de Puerto Rico, proyecto
sinónimo de americanización, idea considerada de modo global como un proceso de cam-bio
económico que modificara la organización social, sustituyera los principios organiza-tivos
de la política española por el sistema americano de gobierno y reformara la instruc-ción
pública. El resultado de todo esto sería, como señala el puertorriqueño José Luis
Méndez, “una transfiguración de nuestro país en un coeficiente de civilización universal”,
ideas que vierte en numerosos artículos en la prensa de la isla: El Combate, Estrella Solitaria,
La Nueva Era de Ponce, El Demócrata de Cayey, América, El Imparcial, La Nueva Bandera,
El Amigo del Obrero, El Porvenir de Borinquen de Mayagüez y por supuesto de San Juan
La Correspondencia de Puerto Rico.
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Todavía en el último otoño del siglo XIX, consumadas tantas cosas en las Anti-llas,
Hostos mostraba la resignación esperanzada de quien confíaba, sin embargo, en la
facción antiexpansionista, moderna y civilizadora de la vida americana. La política norte-americana
en Puerto Rico “mano de hierro en guante de seda” en palabras de uno de sus
cónsules, fue asimilada por Hostos, cuando en calidad de comisionado por la isla junto a
Julio J. Henna, Manuel Zeno Gandía y Rafael del Valle, se reunió con el presidente
norteamericano a fin de exponerle ciertas demandas. “Lo que pediremos al Congreso de
los Estados Unidos -señalan los miembros de la Comisión- será, no que nos ponga en
aptitud de federarnos o de independizarnos, sino de hacer constar en el plebiscito y por
medio del plebiscito, las personalidades de nuestra patria”. Las declaraciones en la prensa
traslucen otros elementos inherentes al nuevo orden de cosas: “Por supuesto, [los puer-torriqueños]
esperan ser tratados como si fuésemos un hermano menor que debe ir a la
escuela a aprender y que debe respetar al hermano mayor hasta que cuando hayamos
crecido y hayamos sido educados en el gobierno propio podamos llegar a ser parte del
pueblo americano y no permanecer por siempre sus subordinados”. Una de las conclusio-nes
de Hostos no es baladí: “Por mi parte y para mi caso personal he sacado en limpio que
es una torpeza no hablar con fluencia el inglés”.
La trampa del gigante de la modernización estaba tendida porque se aceptaba de
antemano la evidente intervención norteamericana y la exigencia puertorriqueña se redu-cía
al plebiscito para confirmar la aceptación del gobierno temporal y la fijación del tiem-po
de duración. “El plebiscito -dirá Hostos-, es política alta, noble, digna, previsora y
permanente, que los puertorriqueños adoptarán como política única del momento, como
política de todos los puertorriqueños, de todos los que amen la dignidad de la tierra en que
crecieron, de todos los que no se contentan por suspirar de advenimiento de una
patria hecha por otros y quieren fabricarla por sí mismos sobre el cemento berroqueño del
derecho”.
De alguna manera, Hostos es ejemplo de una contradicción no patente en la épo-ca
que nos ocupa pero que el posterior desarrollo de los acontecimientos ha evidenciado;
es una referencia a su idea de que el modelo de desarrollo norteamericano era un medio de
resistir al propio imperialismo americano. Idea destinada al fracaso pero que al menos él
tuvo la clarividencia de intentar resistir desde presupuestos netamente americanistas y
luchando, desde su utopismo, contra el regionalismo de las nuevas repúblicas y por la
unidad de acción y la solidaridad de la América Latina. No hay que olvidar que el sentido
último de su lucha vital es la independencia de las Antillas y el sueño de una confedera-ción
no sólo en el Caribe sino en toda América, incluyendo incluso a los Estados Unidos.
Desde esta postura idealista sueña con revalorizar la imagen de Latinoamérica tenida como
cultura inferior dentro de los parámetros del discurso dominante.
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BIBLIOGRAFÍA
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- Emilio Rodríguez Demorizi, Hostos en Santo Domingo, Ciudad Trujillo, Imprenta J.R. Vda. García Sucs.,
1939.
*Trabajo realizado en el marco del proyecto de la DGES PB96-0868. Este artículo es producto de
una reflexión sobre otros estudios que vengo realizando, algunos de los cuales ya han sido publicados.