PERIPECIAS DE LA COLONIZACIÓN CANARIA
EN LA BANDA ORIENTAL
LUIS ALBERTO Musso AMBROSI
© Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009
La odisea vivida por los inmigrantes canarios que concurrieron
a poblar la Banda Oriental del Río de la Plata se inicia de inmediato
a su desembarco en la bahía de Montevideo el 19 de noviembre del
año 1726.
El9 de agosto fondeó en el puerto de Santa Cruz el avisoNuestra
Señora de la Encina, alias laBretaña, de veinticuatro cañones, al
mando del Capitán Bernardo de Zamorategui. El 16 de agosto la
nave recibió a bordo veinticinco familias de cinco miembros cada
una con sus útiles y bagajes. Horas después el comandante hizo
entrega al juez Casabuena de nota explicando que las dimensiones
deNuestra Señora de la Encina no admitían tal número de pasajeros.
Zamorategui destacaba que era un cargo de conciencia zarpar
para un viaje tan dilatado y lleno de peligros, conduciendo una expedición
de esas proporciones. Por resolución de Casabuena se pusieron
en tierra cinco familias de las embarcadas. Eran éstas las de
Francisco Antonio de Sosa, Antonio de la Cruz, Bartolomé García,
y Joseph Guillermo que encabezaba dos. El21 de agosto se desplegaron
velas rumbo al sur.
El 19 de noviembre de 1726 desembarcaron estos esforzados
canarios en una tierra desconocida, en un mundo nuevo para ellos,
donde encontrarían los mayores inconvenientes, obstáculos de toda
clase los cuales deberían afrontar con paciencia y resignación pues
el retomo a sus lares ya no era factible.
Millán en su testamento expresó que debió auxiliar a varios
hombres y mujeres de los llegados de Canarias con telas para reparar
su desnudez, pues las propias se habían deteriorado por tan larga
travesía, y precarias condiciones en que debieron navegar.
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Debemos destacar la desilusión que deben haber experimentado
los inmigrantes al desembarcar en pleno campo, sin medios
para guarecerse de las inclemencias del clima. Las crónicas no dejaron
referencia sobre las temperaturas imperantes en aquellos días de
mediados de noviembre. A pesar de hallarse próximo el estío, es
seguro que soportaron fríos, pues los calores en estos suelos generalmente
no llegan hasta los últimos días de diciembre.
Acostumbrados al clima generoso de sus islas, debieron sufrir
enfermedades y molestias debido al desamparo en que cayeron.
Durante los primeros días debieron guarecerse de las intemperancias
naturales, en tiendas de cuero, hasta que se les adjudicaron
solares el 24 de diciembre de 1726.
El capitán Millán fijó lajurlsdicción de la ciudad, planta urbana
y territorio sobre el cual el Cabildo a crearse ejercería su autoridad,
y dentro de cuyos límites los moradores pudieran tener sus haciendas
y realizar tareas de campo. Estos eran: la costa del Río de la
Plata desde la desembocadura del arroyo Cufré hasta las sierras de
Maldonado, por el norte la cuchilla Grande que servía de camino a
los faeneros de corambre. Tierras que afectan hoy los departamentos
de Montevideo, San José, Canelones, Lavalleja, Maldonado y
Florida. Por ellas se extendieron las familias canarias.
Al año siguiente, en abril de 1727, el vecindario ascendía a poco
más de cien personas incluyendo a los menores de edad. La guarnición
era de ciento cincuenta hombres de tropa regular y había un
centenar de indios trabajando en fortificaciones. La ración diaria
dada a los vecinos y soldados era de ocho onzas de bizcocho, dos de
yerba-mate de Paraguay, y media de tabaco en hojas, cada tanto se
agregaba algo de sal y ají.
El desnivel entre los sexos fue desmesurado, fue así que desencadenó
provocaciones por parte de los militares a mujeres casadas y
solteras, con las consiguientes reyertas entre los pobladores.
Si bien es cierto que un gran número de inmigrantes eran labradores,
el trabajo de los campos demanda tiempo organizarlo, por
ello, la alimentación vegetal a la cual se hallaban habituados se
debió suplantar por carne que abundaba en el país. A estos primeros
colonos canarios se sucedieron otros que después de enormes vicisitudes
llegaron el 7 de marzo de 1729. La continuidad de la colonización
canaria, desde entonces se prolongaría indefinidamente.
En enero de 1730 Zabala establece el primer Cabildo con ocho
regidores, siendo cinco de ellos canarios: José de Vera, José Fernán-
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dez, Cristóbal Cayetano de Herrera, Juan Camejo e Isidro Pérez de
Rojas. Este último solicitó exoneración del cargo, recayendo en José
de Melo. Los restantes Bernardo Gaitán, ex vecino de Buenos
Aires, Jorge Burgues, italiano y Juan Antonio Artigas.
Se habia cumplido gracias al aporte canario la más importante
etapa de la defensa contra la intromisión portuguesa, en su avance
hacia el sur, buscando como límite de sus posesiones el Río de la
Plata y el Uruguay.
Más, la costa oriéntal del río no era por cierta tierra apreciada
por los vecinos de la orilla opuesta, conocedores de los peligros existentes
en ese suelo; refugio obligado de filibusteros en busca de protección
contra las fuertes borrascas, en sus numerosas ensenadas,
otras para avituallarse de carne fresca yagua potable; peligros también
del gran número de animales salvajes, que al amparo de la soledad
de los campos infestaban la comarca, uníase a ello, el temor
bien fundamentado a los indios, especialmente charrúas, dueños
absolutos del lugar, o a las andanzas de los portugueses tratando de
establecerse en tierras que no les pertenecían.
Los vecinos de Buenos Aires gozaban de tranquilidad vivie~do
en una ciudad bien formada y organizada; floreciente en negocios,
con puerto frecuentado y conexiones con el interior de inmensas planicies.
Nadie, por tanto, se decidía a probar fortuna en tierras peligrosas,
desoladas, frente al «Río como mar», donde la vista se
perdía en el océano. Tanto desamparo no incitaba a la aventura, sinsabores
y molestias de traslados para el inicio de aventuradas
empresas. Los colonos transfirieron la vida sencilla y sana que los
caracterizaba; en la colonia se matizó COI) diversiones y pasatiempos.
Naipes, riñas de gallos, carreras de caballos. Las celebraciones
religiosas siempre se cumplieron, aun fuera de la iglesia que en la
primera época era tan pequeña que no daba cabida a todos los
fieles.
En las pulerías se prohibieron los juegos de naipes y dados, que
producían lucro a sus dueños y perjudicaban a los buenos parroquianos
por las peleas y entredichos que de ellos surgían.
Dura se hizo la vida para los montevideanos; sin industrias, sin
comercio, debiendo concurrir al ilegal contrabando para subsistir.
Por esto muchos vecinos albergaban, simulando actos de ayuda, a
los hombres sueltos, vagabundos y viajeros sin destino, agentes de
ese mercado ilícito. Tanto el contrabando marítimo como el terrestre
tenían mucha importancia. Los barcos principalmente ingleses y
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holandeses, se acercaban a las playas desiertas pretextando reparaciones
necesarias, realizando en realidad intercambio de mercaderías
por cueros vacunos. Desde Brasil y para la Colonia del
Sacramento, y desde ésta hacia el mismo, existió una corriente permanente
de efectos: tabaco, metales nobles, a veces dinero, que por
la vía «del J aneiro» hacían entrar los propios españoles en la península
Ibérica violando disposiciones e impuestos vigentes.
La lucha contra portugueses e indios fue constante y se intensificó
con la progresiva ocupación del territorio por nuestros colonos.
Los portugueses avanzaron por el este desde Río Grande hacia la
Colonia, llegando hasta las sierras del Carapé; en el norte se le
cedieron las Misiones Jesuíticas. En 1763 Ceballos pudo expulsarlos
más allá de la Laguna Merín. En 1776 los españoles tomaron
definitivamente la Colonia del Sacramento y el Tratado de San Ildefonso
(1777) fijó la frontera en la línea del río Yaguarón. Por otro
lado los perros cimarrones diezmaban las haciendas. Ya en 1730 el
Cabildo acordó
«que teniendo presente los notables daños que se siguen y
experimentan los perros cimarrones, que han ocurrido sobre
esta ciudad, chacras y estancias, como es comerse los animales
recién nacidos que es causa no haber multiplicación de ganado,
caballos, vacas y ovejas y asimismo los daños que dichos
perros experimentan en las sementeras, siendo causa de que
cueste el doble el segar los trigos»,
se propone,
«Que el mejor remedio para extinguir y finalizar esta perrada
es que cada vecino cabeza de familia sea obligado a matar dos
perros en cada mes.»
El estado de las calles de la ciudad era deplorable, no poseían
pavimento, los terrenos baldíos eran depósito de desperdicios, especialmente
huesos y carnes desechadas que entraban en descomposición
proliferando los insectos y cubriendo de fétidos olores la
zona.
Las primeras viviendas se construyeron de piedra, material que
abundaba en el lugar, aunque algunas disposiciones en ciertos
momentos prohibieron su uso argumentando que la misma se necesitaba
para las obras de defensa. Por eso se continuó utilizando adobe,
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las cubiertas eran de paja. Muy tarde se importó de Paraguay\
madera, y comenzaron a colocarse tejas de cerámicas. Eran casas
sencillas, constando la mayoría de un solo ambiente sin cocina y con
retrete precario, algo alejado de las habitaciones. A fines del siglo
XVIII se comenzó a construir casas con azotea, unas pocas de dos
plantas. Los patios eran amplios, recordando los de la antigua
patria; y los pisos se hicieron de piedra o ladrillo. Hasta que no se
contó con aljibes los pobladores debieron recurrir a las fuentes,
durante el primer período, de agua salobre.
El aspecto de Montevideo, que describen los viajeros en sus
diarios, señala características de abandono. El esfuerzo requerido a
aquellos primeros habitantes para 'consolidar su dominio sobre el
territorio, las luchas y atenciones constantes para proteger familias e
intereses fue tarea abrumadora. Con los primeros pobladores canarios
llegaron artesanos en varios oficios: carpinteros, herreros, zapateros,
labradores, gente dispuesta a desarrollar sus habilidades mas
el medio los obligó a atender graves problemas circunstanciales.
La enseñanza estaba vinculada a los religiosos. Desde la fundación
los jesuitas instruyeron indios tapes; los franciscanos se dedicaron
a la educación de los españoles enseñando gramática y
aritmética.
Nos es dable resaltar dos características muy particulares de la
colonización de Montevideo: sus aspectos sociológicos implantados
por los primeros pobladores, transferencia cultural que la convirtió en
una verdadera ciudad Canaria, y la decidida abnegación que les permitió
salir adelante luchando contra las más adversas condiciones.
Estos perfiles se mantuvieron algunos años más allá de la Guerra
Grande.
A los diez años de establecida, la ciudad no llegaba al millar de
habitantes, era un minúsculo centro habitado en la inmensidad
desértica de los campos a orillas del infinito mar. Por cierto no era
acogedora ni segura la vida e infelices las perspectivas de aquellas
gentes, agrupadas e indefensas contra lo desconocido, frente a la barbarie
que rondaba entre la incertidumbre de la comunicación, la
añoranza de sus lejanas islas que no volverían a hollar.
No existía sala de ayuntamiento, ni iglesia, ni hospital, solamente
el fuerte y algunas líneas de la ciudadela. El desamparo fue
grave y no experimentó cambios durante lustros. Los gobernadores
de Buenos Aires no escuchaban las reclamaciones de nuestros vecinos
y el abuso de los comandantes milÍtares era constante. En i 741, al
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arribo de cuatro fragatas españolas, se resolvió entregarles quinientas
fanegas de trigo haciendo peligrar la subsistencia de los pobladores.
El comandante Uriarte repartió tierras y solares a los soldados de la
guarnición, merced ésta que era privativa de los pobladores. El
medio hostil de aquellos campos, principalmente la ganadería, produjo
muchos accidentes e indigencia a las familias y viudas. La
situación se tornó miserable, la gente enfermaba, el propio Cabildo
agotaba recursos de defensa. Llegó a dirigirse al Rey expre
§ándole:
«en medio de que no tenemos comercio alguno, ni donde vender
nuestros frutos, gozamos de tranquilidad y del corto interés
que la guarnición de este Presidio nos deja por ello, en el bizcocho
que se destina para su manutención, el que se fabrica
entre los vecinos».
Mientras tanto la Colonia del Sacramento había adquirido
importancia gracias al contrabando realizado con Buenos Aires que .
efectuaban casi todos sus habitantes que llegaban a 2.600. Su puerto
eran floreciente y para la defensa de la plaza contaba, además de sólidas
murallas, ochenta piezas de artillería. El tasajo y los cueros que
deberían haber salido por el puerto de Montevideo, merced a la tolerancia
de las autoridades de Buenos Aires, se exportaba por Colonia
del Sacramento.
Pero a pesar de la crueldad de aquellos acontecimientos, la
voluntad canaria no cedía y se mantuvo en su destino, en su empeño
de crear y consolidarse. Sin embargo el futuro estaba oscurecido por
calamidades aún mayores, aunque como veremos las continuó
sorteando.
La administración de justicia cuando fue implantada en Montevideo,
como «La Audiencia de Distrito»; la Audiencia de Charcas
era presidida por un togado que al mismo tiempo ejercía de Capitán
General de la ciudad de la Plata. Cinco oidores y un fiscal completaban
su cuadro de Ministros.
Saltarán desde luego a la comprensión del lector las graves dificultades
que suponía la administración de justicia en Montevideo,
por la larga distancia a que se encontraba la sede de este Tribunal
Superior, al cual correspondía la superintendencia sobre los Juzgados
de nuestra ciudad. Apelar era exponer el asunto a un trámite de
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años, especialmente cuando la Audiencia no podía pronunciarse con
los elementos de juicio que se enviaban a su Regio Tribunal.
Las normas procesales fueron tomadas, en parte, de las leyes y
en parte por la costumbre, impuesta ésta a veces por circunstancias
especiales del medio de la época y de la distancia, debiendo prevenirse
que las Reales Cédulas de fundación o erección de los organismos
judiciales y reguladores de sus reglas se refIrieron muchas veces
a la costumbre como a norma directriz a la cual debía ajustarse el
procedimiento. Recién en 1812, se erigió el Consulado de Montevideo.
Las circunstancias reinantes determinaron que se diera satisfacción
a una aspiración reiterada del comercio de Montevideo
aspiración que unos años antes, en 1804, había sido califIcada por el
Rey de «Mui extraña su pretensión».
Su creación se debe al Capitán General de la Provincia, Gaspar
de Vigodet. Don Pedro Millán al fundar la ciudad de Montevideo
designó las fIestas principales y luego el Cabildo agregó otras.
Eran las siguientes: Día de Nuestra Señora de la Concepción como
titular de la Iglesia Matriz, día de los Santos Apóstoles San Felipe y
Santiago como patronos de la ciudad, día de San Sebastián en
memoria del día que entraron las tropas de S.M. en este paraje; el
primer día de enero de cada año; a nuestra señora de la Candelaria;
el miércoles de Ceniza; OfIcios de Semana Santa; primer día de Pascua
de Resurrección; primer día de Pascua del Espíritu Santo; víspera
y día de Corpus y su octava; día de la Asunción de Nuestra
Señora; primer día de Pascua de Navidad y el 19 de diciembre festejando
el natalicio del Rey de España.
Los vecinos de la ciudad y su jurisdicción tenían la obligación
de concurrir a las fIestas señaladas, lo expresa un acuerdo del
Cabildo Capitular:
«y así mismo acordó la Señoría de este Cabildo en atención a
estar ya con inmediación la fiesta y la celebridad de los Santos
Patrones San Felipe y Santiago, en la cual fiesta sale a plaza el
estandarte real, y para el acompañamiento deben acudir y asistir
todos los vecinos seculares, estantes y habitantes de esta
nuestra jursidicción, de cualquier grado y dignidad que sea, el
día de la víspera y el día, con el aseo posible de cada uno, y
para que llegue a noticia de todos que el Alcalde de primer voto
haga romper y publicar bando en el cual dé a entender que
todos nos asistan a las dos funciones, multándose en diez pesos
a cada uno que faltare ...»
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La Iglesia Matriz servía de asilo a delincuentes que «merezcan
el amparo del derecho de asilo» quedando las demás iglesias sin ese
privilegio para contener excesos y escándalos hechos por tantos reos
porque con el motivo de acogerse en lugares sagrados cometían
cualquier clase de delitos.
El primer templo que se levantó fue el construido por los jesuitas
que acompañaron a los indios tapes, destinados a la construcción
de las fortificaciones. Se trataba de una capillita y dos habitaciones
pequeñas que les servían de vivienda.
La carencia de un hospital decidió a don Francisco Antonio
Maciel a destinar para hospital un espacioso almacén de su casa
dotándolo de doce camas. Como era insuficiente, con ayuda del
Cabildo y los vecinos se inauguró el17 de junio de 1788 un Hospital
de Caridad; había transcurrido más de medio siglo sin que se organi- '
zara la asistencia hospitalaria, ello expresa las faltas que debieron
sufrir los inmigrantes y sus descendientes. Más tarde, al final del
siglo en 1798 empezó a construirse el denominado HOSPITAL
DEL REY, de carácter exclusivamente militar destinado a la guarnición
de Montevideo.
En cuanto a la falta de cementerios y durante muchísimo
tiempo después de la fundación, los cadáveres de las personas que
fallecían en la ciudad y sus alrededores se enterraban dentro de las
iglesias Matriz y San Francisco. Las casuchas dispuestas en forma
de ranchos toscos, unas con techo de tejas importadas de Buenos
Aires, o groseramente cubiertas de cueros dispuestos de modo que
al llover el agua nq penetrara en el interior de las viviendas, se man:tuvieron
por muchos años, dando a la ciudad aspecto original y
caprichoso. Levantadas en solares más o menos grandes, rara fue la
manzana que contuviese cuatro; no se separaban los predios con
cercos que dividiesen los terrenos. Los animales caseros circulaban
libremente. En cuanto a comodidades no existían y menos aún la
posibilidad de~tenerlas en estado higiénico. Hasta las cocinas a
veces servían e ormitorios. Una sola puerta daba acceso a la calle
y las ventanas, pIes aberturas protegidas, a veces, con otro cuero
o alguna tela. El mobiliario de aquella humilde y trabajadora gente
era pobre; consistía en unas pocas sillas de anca, rústicos bancos,
mesa para comer, perchas, sustituyendo roperos y camas-catres
como ya hemos dicho.
Algo parecido le sucedía a la iglesia, privada de bancos para los
feligreses al extremo de que si éstos querían presenciar cómoda-
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mente los oficios religiosos, tenían que llevar desde sus casas
los asientos.
El Cabildo debió preocuparse en varias oportunidades de que el
vecindario no careciese de grasa para alumbrado, de carne para su
alimentación, de cuero para sus ranchos.
Los primitivos colonos vestían pobremente, sus pocos recursos
no les permitían cosa mejor. Hasta los cabildantes que constituían la
parte más importante de la sociedad de la época, no contaban con
muchos trajes, ni eran éstos de etiqueta, tal es así que Zabala estimó
necesario dispensarlos del uso reglamentario de cierta clase de ropa,
como se desprende del auto de fecha 2 de enero de 1730, el cual
expresa:
«... se previene que los Alcaldes ordinarios.y Regidores hayan
de vestir decentemente de color negro y por la escasez de este
género se les permitió'se pudieran vestir de color honesto salvo
que en los actos públicos habíaQde concurrir con dicho traje
decente y por la suma pobreza de los vecinos de esta ciudad les
permitió y dispensó que puedan vestir de color honesto, como
cada cual pudiere y puedan concurrir con dicho traje en los
actos públicos sin la precisión de que haya de ser de color
negro, entendiéndose esta tolerancia por ahora, y en el interin
otra cosa se ordene por mí o por otro S.E. Gobernador que me
suceda en el referido empleo».
Los vecinos más pobres usaban pantalón ajustado y corto, pantorrilleras
de cuero, poncho listado, sombrero de anchas alas y desnudos
los pies. Un grueso, largo y tosco bastón era su única defensa.
Las mujeres pelo echado hacia atrás, terminando en dos trenzas,
pañuelo grande que cubría todo el tórax, falda corta y zapatos ajustados
con tacos altos. No se podía exigir más a aquellas gentes, por
el aislamiento en que vivían.
Durante los primeros años se hizo sentir tanto en la campaña
. como en Montevideo, la falta de medios circulante, a tal extremo,
que los productos ganaderos no se vendían a los comerciantes de
Buenos Aires, sino que se cambiaban por artículos que aquí eran
necesarios. La mayor parte de las contribuciones se pagaban en
especies. El mismo Cabildo sufría las consecuencias de tan calamitosa
pobreza. Llegó ésta a ser tan grande que en cierta ocasión ni
siquiera contó con recursos necesarios para comprar un libro en que
i extender las actas, y en otras para hacerse de algún mobiliario, lo
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adquiría a cambio de licencias que otorgaba para faenar ganado.
Las enfermedades se propagaron sobre todo entre las clases
menesterosas 10 que dio origen a la fundación del Hospital de Cari··
dad. En asuntos de médicos sabemos que, en 1730, le fue adjudicada
una chacra al cirujano Diego Mario. Más tarde aparecen otros que
prestaban asistencia a los enfermos. No obstante el curanderismo
era practicado frecuentemente, especialmente en campaña.
Así finaliza el siglo XVIII. Las esperanzas frustradas de los desvalidos
canarios, luego de tres cuartos de siglo de luchas infinitas,
sorteando peligros, ataques de indios. La sublevación de charrúas en
diciembre de 1730, los cuales mataron a más de 100 hombres. El
nuevo alzamiento de los charrúas en 1747 desparramándose por la
campaña y destruyendo todo cuanto les venía a las manos. La batalla
del Tacuarí el 16 abril 1751 contra los charrúas nuevamente
sublevados. Más tarde entre 1754 a 17561a «Guerra Guaranítica»,
ocasionada por el Tratado de Límites de Madrid. La campaña de
Ceballos en 1762-1763 contra los portugueses, cuarto siti'? de la Colonia.
La expulsión de los PP. Jesuitas en 1767, hecho que turbó la
pacífica vida colonial. La campaña de Vértiz en 1774 contra los portugueses
quienes desparramados por nuestros campos, se daban a
toda clase de hurtos y pendencias. El quinto sitio y destrucción de la
Colonia en 1777, victorioso episodio de Ceballos contra los portugueses.
Entre 1780 y el fin del siglo XVIII adelanta la situación política
y administrativa del país al fundarse una serie de ciudades: Las
Piedras, Colla, Pando, Santa Lucía, San José, Minas, Mercedes,
Rocha, Melo. Se establece en 1795 la escuela gratuita para niñas.
En 1798 se alzan los charrúas en número de casi un millar, atacando
los pueblos de Yapeyú, La Cruz y San Borja, matando guaraníes y
llevándose cantidad de caballos. En 1799 una terrible seca asola
nuestra campaña, que termina con las sementeras y diezma ganados
ooasionando pestes y poniendo en grave peligro a todo el país. Bajo
tristes auspicios despuntó el siglo XIX. Montevideo, encerrado en un
cuadrilátero de fortificaciones resistiendo desde los primeros días de
su fundación los embates de la guerra, las trabas del monopolio y la
desesperanza, apenas atenuada con la ilusión del nuevo siglo.
Veremos a renglón seguido las realidades.
Las penurias de los pobladores de Montevideo continuaron y se
agravaron durante el siglo XIX. A los anteriores males se sumaron
las luchas contra los invasores ingleses de 1806-1807; la rendición
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de Buenos Aires, su reconquista por el coronel Liniers con tropas
llevadas desde Montevideo, la segunda invasión y toma de Maldonado;
el combate en enero 1807 en el Cardal donde fueron dispersadas
las fuerzas de la guarnición oriental y la siguiente caída de la
plaza el 3 de febrero.
Más tarde, alejadas las tropas británicas, comienza a descomponerse
el régimen colonial, son luchas tremendas entre los habitantes
de ambas márgenes del Río de la Plata; rivalidades comerciales y
políticas. Montevideo es ocupado por tropas de Buenos Aires entre
1814-1815; poco después en 1816 las fuerzas lusitanas entran en
Montevideo; recién en 1825 el país se hace independiente. El 18 de
julio 1830 se jura la Constitución de la nueva república.
En el ánimo de los ciudadanos vibra la esperanza de haber
logrado paz duradera y retomo de la prosperidad. ¡Cuán lejos se
hallaban del triste futuro que les aguardaba!
Pasada la primera presidencia de Rivera comienzan interminables
conflictos nacionales, cruentas guerras que más de una vez llevaron
al país al borde de la ruina; estas luchas caudillescas se
prolongaron hasta el año 1904.
No cabe aquí seguir paso a paso las calamidades que debieron
soportar los pacíficos ciudadanos, colonos que desde el siglo anterior
y otros que en esos aciagos años seguían llegando, en su mayoría
canarios labradores, fueron los más afectados por las correrías
armadas de uno u otro bando que desolaban los campos durante la
Guerra Grande.
Los vagabundos eran plaga, en diciembre 1838 la Jefatura de
Policía ordenó a los comisarios que hicieran «saber a los propietarios
de saladeros, matanzas y chacras... que luego de despachados los peones
pasaran un conocimiento del paradero o rumbo que tomasen
para evitar su holgazanería». Durante la guerra se enrolaban eventualmente
en cualquiera de los bandos, desertando cuando podían
hacerlo y alejándose por los campos desiertos, donde subsistían gracias
al abundante ganado y a los montes que los cobijaban. Muchos
de ellos gentes sin escrúpulos eran peligrosos asesinos con los cuales
debían enfrentarse los colonos, agricultores y vaqueros.
La mayor desventura que debieron enfrentar los canarios en
esos años y recién ingresados al país, fue producto del infame
comercio a que eran sometidos por los agentes y capitanes de
buques que los conducían a estas tierras. Una red de agentes se
encargaba de propiciar y decidir su emigración, ofreciendo facilida-
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des en el pago de los pasajes y gastos de viaje, que en realidad se
transfonnaban en abusivas deudas por las cuales quedaban, mediante
contratos, comprometidos con los capitalistas de Montevideo, siendo
por este sistema explotados miserablemente.
Para ejemplo citamos unos pocos casos del gran número que
hemos cotejado en el Archivo General de la Nación. (Libro 967
«Adeudo de pasajes de colonos», año 1842):
Juan Torres, de Tenerife, llegó en 1838, adeuda todavía (cuatro
años después) $180, que deberá pagar en dos años a MARTINEZ
y PEZZI.
Domingo Rodríguez, de Fuerte Ventura, de 16 años de edad,
llegado en 1838 (cuatro años después) le restan pagar $69, a un año
a JUAN MARÍA PÉREZ. (Lo cual le obliga a entregar $5.75 mensuales.)
(Representaba muchísimo dinero para un joven de su
edad.)
Hilarlo Torres, de Lanzarote de 27 años. Llegado es~ mismo
año, adeuda $90 que pagará en 18 meses a GERÓNIMO BURGUENO.
Pedro Caraballo, de Lanzarote, de 26 años, llegado el año
anterior de 1841, debe pagar todavía $206 a 2 años a JUAN
MARÍA PÉREZ.
Estos hombres estaban así comprometidos en tal fonna que
debían obedecer los destinos y tareas decididas por los contratistas,
quienes á veces separaban las familias. Lo más grave ocurrió, que
destinados a trabajos de laboreo y artesanías, debieron prestarse por
sus deudas, a ser enganchados en los ejércitos combatientes.
Los desembarcados en el Puerto de Montevideo eran reclutados
para la defensa de la ciudad; a otros los obligaban a bajar en el Puerto
del Buceo, en el campo enemigo, al cual iban a parar en calidad de
soldados, debiendo luchar contra sus propios paisanos y parientes.
'Labradores y ganaderos establecidos desde tiempo atrás en las praderas
vecinas a la capital y también en la campaña, tuvieron que
abandonar sus tierras por causas de la guerra. (Archivo General de
la Nación, libro 951 «Entrada de pasajeros de la Policía de Montevideo
».) Veamos algunos ejemplos:
Domingo Silva, canario; hacendado del Salto, llegó a Montevideo
domiciliándose en las 3 Cruces.
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Juan Eugenio Pérez, canario hacendado de Río Negro, llegó
con cuatro peones y se establecieron en Montevideo.
Domingo de la Asunción, José Roda, Miguel Viado, canarios,
labradores, huyeron de Solís hacia Montevideo.
Joaquín Pedroza, canario, labrador de Maldonado toma residencia
en Montevideo.
Rafael Hernández, canario estanciero en Solís Grande, abandona
sus campos y huye a Montevideo.
BIas Martínez, canario, carpintero en San Carlos,huye a
Montevideo.
La corriente migratoria, por las causas aludidas, disminuyó
fuertemente durante la Guerra Grande, pero luego de terminada la
contienda, prosiguió con creciente intensidad.
La vida pues, no fue fácil ni halagüeña para aquellos forjadores
del nuevo país. Pero los canarios no cedieron, aun perdiéndose
muchas vidas y haciendas. Todo el esfuerzo dispuesto en el logro de
un anhelo: consolidar su pacífica conquista y revivir sus eternas
esperanzas. A dos siglos y medio permanecen sus costumbres y
giros idiomáticos extendiendo allende los mares los dones canarios:
cumplida fue su misión.
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DOCUMENTACIÓN CONSULTADA
Archivo General del Uruguay. Uruguay.
Aduana:
Real Aduana. Libro auxiliar del Hospital de Misericordia. 1818.
N.O 682.
Capitania del puerto:
Libro de entrada de buques. 1773-1777. N.o 685.
Idem 1822-1833. N.o 100.
Idem 1823-1832: N.o 101.
Idem 1843-1847. N.o 541.
Idem 1835-1838. N.o 103.
Idem 1841-1845. N.o 373.
Familias pobladoras: 1778-1784. N.o 138.
Hospitales:
Archivo del Hospital de Caridad de Montevideo. 1779-1815. N.o 690.
Idem 1786-1805. Núms. 688, 689.
Idem 1787-1806. N.o 691.
Idem 1806-1815. N.o 692.
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Idem 1828-1834. N.o 710.
Idem 1829-1832. N.o 709.
Idem 1830-1834. N.o 711.
Policía:
Pasaportes expedidos. 1836-1846. N.o 376.
Idem presentados a la Policía. 1841-1845. N.o 374.
Correspondencia particular:
Lafone, Samuel. 1844. Carpeta 20. Caja 99.
Papeles del doctor José Ellauri:
Creus, Carlos a José Ellauri. 1845. Carpeta 12. Caja 188.
Archivo de Juan María Pérez:
Documentos relacionados con sus actividades mercantiles. Cajas
Nros. 134, 135, 136, 137.
Jtifatura polftica y de policía de Montevideo:
Libro en que se lleva razón de los pasaportes que se expiden en este
departamento y en el que se anotan los que se presentan de los países
extranjeros. 1829-1832. N.O 934.
Idem 1831-1836. N.O 935.
Idem 1835-1836. N.O 943.
Libro de entrada de pasajeros. 1836-1837. N.O 950.
Idem 1837-1838. N.O 951.
Libro de adeudos de los pasajeros de colonos.
7 de mayo de 1842 a 21 de enero 4e 1843. N.O 967.
Nómina de vendedores ambulantes.') Cerrado el 31 de julio de
1850.
Entrada de pasajeros de ultramar. 1853-1856. N.O 1.025.
Idem 1859-1860. N.O 1.031. .
Libro de pasajeros. 1862-1864. N.O 1.042.
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