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Las añepas del Ayuntamiento
de La Orotava:
simbolismo y trayectoria
de una custodia
Zebensui López Trujillo1
En el Ayuntamiento de La Orotava
se conservan dos interesantes piezas
arqueológicas de madera incluidas
dentro del grupo de las añepas,2 cus-todiadas
desde 1845 como donación
de los naturalistas Sabin Berthelot y
Philip Barker Webb. Como objetos de
estudio, su interés reside, por un lado,
en su consideración como elementos
de significación jerárquica en la anti-gua
estructura social indígena, y por
otro lado, en el hecho de conformar,
junto con el yacimiento de la Cueva de
Bencomo, uno de los principales ele-mentos
arqueológicos empleados en el
municipio en el proceso de construcción
de una identidad canaria.
La primera de las añepas (A1)3 es un
bastón de madera de 1,38 metros,
formado por una vara con extremo
distal romo4 y proximal provisto de
un abultamiento con tendencia circular
achatada en sentido opuesto al eje lon-gitudinal.
Para la tipología tradicional,
la añepa sería el asta de madera que iría
de los tres a los cuatro centímetros de
sección, con una punta inferior roma y
una parte superior acabada en cayado
macizo, una longitud variable entre uno
coma dos y dos metros, y una función
clara como emblema jerárquico asociado principalmente con la figura del mencey.5
La otra vara (A2) ronda el metro de altura y, al igual que la anterior, remata en
un pomo consistente en un engrosamiento longitudinal de tendencia rectangular,
bordes redondeados y dos orificios comunicados, diferenciándose tipológicamente
tanto de la pieza anterior como de otras añepas localizadas (y en general de cual-quier
útil de madera conocido, salvando la existencia de una pieza casi idéntica que
se conserva en el Museo Arqueológico de Tenerife6 y que presenta igual longitud
y estructura formal e incluso cuenta con las mismas oquedades en el pomo).7
Esta especial situación ha suscitado controversias en torno al tipo de bastón que
(1) zlopeztrujillo@gmail.com
Quiero expresar mi más sincero agradeci-miento
a Blanca Divassón, a Javier Soler, a
Josué Ramos, a Laura Bencomo y a Miguel
Machado por su desinteresada colabora-ción
en este artículo. En cualquier caso,
los posibles errores y las opiniones aquí
vertidas son de mi única responsabilidad.
(2) A pesar de no compartir la rigidez del
marco tipológico establecido para este
tipo de materiales, hemos mantenido la
denominación añepas debido a que es el
término genérico con el cual se las ha
venido conociendo a lo largo del tiempo.
(3) Para mejorar la claridad de la exposición
los materiales tienen asignados unos códigos
individuales de identificación.
(4) Localizamos una antigua restauración (sin
criterio) realizada a través de la introduc-ción
trasversal de un clavo de metal para
evitar el avance de una pequeña fractura
longitudinal en la parte inferior de la vara.
(5) Diego, 1968: 23, 25.
(6) Museo Arqueológico de Tenerife. Ref.: 318.
(7) Catálogo especial de bastones, insignias
de mando pertenecientes a los guanches.
Gabinete Científico de Santa Cruz de
Tenerife. Bastón de Jefe banonero. Donado
por Francisco de León Morales. Sin crono-logía,
ni procedencia. Archivo del Museo
Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz
de Tenerife.
Añepas (códigos).
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representa, toda vez que no ha podido asociarse de manera clara a ninguna de
las tipologías establecidas para este grupo de materiales. En este sentido, y como
veremos más adelante, varios autores han propuesto interpretaciones para explicar
la funcionalidad y el significado de la pieza. En cuanto a la añepa A1, no se halla
un debate similar debido a que en líneas generales existe un consenso en relación
a su definición funcional.
Ahora bien, a falta de un estudio detenido sobre la totalidad de los materiales
arqueológicos de este tipo, con una nueva revisión de las fuentes etnohistóricas y
un enfoque explicativo mucho menos rígido, sólo estamos en disposición de plan-tear
con garantías que ambas fueron empleadas, en sentido amplio, como objetos
de significación jerárquica, estatus o pertenencia a un grupo determinado en la
estructura social indígena a pesar de sus diferencias formales. Lo que sí podemos
deducir del tipo de madera y de las técnicas empleadas en su elaboración es que se
trata de objetos íntimamente asociados, es decir, que si bien tipológicamente son
diferentes, están relacionados por el tipo de material, por el trabajo de elaboración,
así como por las referencias de un hallazgo común.
En cuanto al material de soporte y a las técnicas empleadas, identificamos una
madera común que, a falta de un estudio más preciso, se ha venido relacionando
desde Berthelot y Webb con la madera de mocán (Visnea mocanera).8 No obstante,
se ha planteado que esta madera fue preferida como combustible frente a otras
consideradas más resistentes (barbuzano, pino de riga, sabina…) que se utilizaron
para la fabricación de bastones y armas. En cualquier caso, el estudio del tipo de
madera de un útil resulta complicado a simple vista, y el análisis de la anatomía del
tejido es el único mecanismo fiable de identificación.9
Asimismo, se les ha aplicado una técnica de cepillado con instrumental lítico en
sentido longitudinal y un tratamiento de conservación mediante la aplicación directa
de fuego y grasas animales. Incluso se le pudo llegar a pulir en parte la superficie
con algún tipo de abrasivo.
Hallazgo
Las primeras noticias que tenemos sobre
las añepas corresponden a mediados del
siglo XIX, con la aparición de los primeros
dibujos y referencias escritas en la obra
Histoire Naturalle des Îles Canaries,10 de
los autores Sabin Berthelot y Barker
Webb, de manera que la información
de la que disponemos para averiguar la
suerte que corrieron las añepas antes de
ser entregadas a los eruditos europeos
es somera, si bien permite conocer el
contexto arqueológico de aparición
y contextualizar de algún modo su
trayectoria histórica.
En cuanto a su hallazgo, Berthelot en
su obra Antiquités Canariennes afirma
que los materiales fueron extraídos
de la Cueva de Los Príncipes, en Los
Realejos,11 e incluso llega a describir con
cierto grado de detalle la cueva y las
condiciones de su localización:
(8) A su favor diremos que Berthelot era
buen conocedor de esta variedad vegetal,
llegando incluso a publicar una monografía
al respecto. Por su parte, Bethencourt
Alfonso recoge lo siguiente: “El mocán da
el palo más fuerte que conocen en el Sur.
Tiene un color rosado claro, que conserva.
Las lanzas que pueden sacarse son sober-bias.
Es pesado, duro y no es quebradizo”.
(Bethencourt, 1991, II: 466).
(9) Machado, 2001: 121, 123.
(10) Webb, Berthelot, 1842-1850.
(11) También recoge las variantes “Cueva
de Los Reyes en La Orotava” y “Cueva
del Príncipe”, pero se refiere claramente
al mismo yacimiento.
Extremo proximal de la añepa A2. Se
observan los orificios comunicados.
Reproducción de las añepas en
Antiquités Canariennes.
Reproducción de las añepas en la
Histoire Naturalle des Îles Canaries de
Berthelot y Webb (1826-1850).
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Los bastones de mando han sido sacados de una cueva relativamente
moderna, escavada en parte por la mano del hombre, en el distrito
de Taoro, en Los Realejos (…) la cueva de los Príncipes, en la cual se
observan grandes piedras colocadas circularmente como si fueran
asientos. Fue al lado de estos asientos donde se encontraron los
bastones de mando antes citados.12
Por otro lado, en la Historia Natural de las Islas Canarias amplia esa descripción:
han sido sacados de una cueva, en la actualidad casi inaccesible,
y que nos fue designada como la habitación del antiguo Mencey
de Taoro (La Cueva del Príncipe). Se halla situada en el Valle de La
Orotava, en las cercanías del pueblo del Realejo, contra las escarpadas
orillas de un gran barranco de la montaña de Tygayga. Esta cueva
(…) era muy espaciosa y ofrecía a la entrada doce o quince asientos
groseramente tallados en un solo trozo de piedra. Un asiento más
elevado que los otro ocupaba el centro de la cueva. Cerca de este sitio
fue en donde encontramos el bastón representado en la lámina (…).
Los otros bastones de unas dimensiones más pequeñas, se hallaban
colocados contra el muro de la cueva, detrás de los otros asientos.13
El problema principal de esta información radica en el desconocimiento actual de la
ubicación de esta cueva, que, a pesar de todo, aparece citada en varias ocasiones.
Algunos autores se han aventurado a resolver su localización sin éxito, proponiendo
hipótesis al respecto de su establecimiento y argumentos para defender su presen-cia
real.14 Sin pretender entrar en el debate, creemos que las referencias existentes
acerca de la cueva, así como el grado de detalle con el que es descrita, constituyen,
en principio, avales suficientes como para acreditar su existencia histórica.
En cuanto a la persona que cedió las añepas a los naturalistas, Berthelot sólo aporta
un dato indirecto y parcial: “Es a don Rosendo García Ramos a quien debemos el
conocimiento de esta pieza curiosa, que le fue enviada por la misma persona que
nos dio los otros dos bastones de mando, que regalamos al Ayuntamiento de La
Orotava”.15 Rosendo García-Ramos y Bretillard fue un personaje destacado dentro
de un sector de la burguesía, a medio camino entre el siglo XIX y el siglo XX, muy
interesado en los restos de las antiguas poblaciones isleñas. Perteneció como aca-démico
del Número al Gabinete Científico de Tenerife, en el que desarrolló una
importante actividad de prospección junto a Bethencourt Alfonso, y como miembro
correspondiente en Canarias de la Real Academia de la Historia, publicando sus
trabajos en la Revista de Canarias. Sabemos que poseía, en torno a 1850, un banot
reproducido también en la Historia Natural de las Islas Canarias, y que más tarde,
con la fundación del Gabinete Científico, pasó a engrosar el museo de la Institución
junto con otras piezas de madera que hoy se custodian en el Museo Arqueológico de
Tenerife. A pesar de este dato, los inventarios de materiales del fondo arqueológico
del Gabinete no recogen la persona que donó este banot a Rosendo García-Ramos
y que según advertimos tuvo al menos tres piezas: dicho banot y las dos añepas
que nos ocupan.16
Trayectoria histórica
Ya entrado el siglo XIX, y con él las ideas románticas, podemos contextualizar el
interés por las añepas en sincronía con una época en la que ciertos sectores de la
burguesía comenzaban a reivindicar sus raíces indígenas en un nuevo proceso de
construcción identitaria de las elites canarias.17 Esto suponía una renovada inquie-tud
por la cultura material de los antiguos isleños, en la que, evidentemente, estos
objetos tenían el añadido de constituir reliquias atractivas para estas oligarquías en
la medida que se identificaban con el grupo dominante indígena. De esta manera,
el “guanche de la elite” no sólo representaba un igual socialmente sino también un
(12) Berthelot, 1980a [1879]: 148-149.
(13) Berthelot, 1978: 244 (nota 160).
(15) Berthelot, 1980a [1879]: 149.
(16) Agradezco enormemente a José Ángel
Hernández (El Alfar Canarias) la cesión
desinteresada de los inventarios del Gabinete
que prepara para su publicación.
(17) Navarro, 2005: 23-26.
(14) Camacho y Pérez Galdós recoge una
escueta referencia sobre la cueva, rela-cionándola
con la denominada Cueva de
Los Guanches situada en la Rambla de
Castro en Los Realejos (Camacho, 1943).
Otra referencia al respecto es el pequeño
artículo de González Guillada, en el que se
aportan algunos argumentos para sostener
su existencia histórica (González, 2004).
Sabin Berthelot.
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antepasado. Esta situación se observa con claridad en el valor que otorga el propio
Ayuntamiento a estos materiales y a su custodia: ”habiendo pertenecido uno de
dichos bastones al Rey de Taoro, en este Ayuntamiento deben conservarse”.18
En este proceso tendrán también un considerable protagonismo las figuras eru-ditas
extranjeras que se interesaron de manera amplia por el conocimiento del
Archipiélago. El botánico e historiador francés Sabin Berthelot arribó a Canarias en
1820 con el objetivo de abordar el estudio botánico de las Islas. Casualmente en
1828 conoció al naturalista inglés Barker Webb, con el que decidió llevar a cabo el
estudio de la fauna y la flora insular, recopilando durante dos años datos y muestras
para su Historia Natural de las Islas Canarias, publicada en varios tomos entre 1836 y
1850. En la medida que entendían por historia natural también el desarrollo de las
poblaciones humanas, se interesaron igualmente por los materiales de los antiguos
habitantes insulares. Así, las añepas les fueron entregadas en algún momento entre
1828 y finales de 1830 (año este último en el que decidieron retornar a Francia
con la intención de resolver algunos asuntos relativos a su trabajo en las Islas),19 ya
que aunque Berthelot llevaba ocho años en Canarias antes de la llegada de Webb,
cuando se refiere a la obtención de las piezas lo hace en plural: “la misma persona
que nos dio los otros dos bastones de mando”.20
Sabin Berthelot y Barker Webb fueron los primeros en ocuparse de su estudio desig-nándolas
como piezas de significación jerárquica (añepas). Además, con el apoyo de
las fuentes etnohistóricas fueron capaces de atribuirles un uso más concreto dentro
de esta funcionalidad general. La pieza de mayor tamaño (A1), explican, podría
haber funcionado como el “asta de una bandera”21 a modo de insignia del mencey,
como recoge Abreu Galindo, y la otra, de menor tamaño (A2), simplemente como
un bastón de mando sin más atribuciones. Ambas son pensadas, por tanto, como
enseñas jerárquicas en sentido amplio, pero cada una con una función más concreta.
En 1830 los naturalistas se llevaron consigo las añepas en su retorno a Europa. Este
hecho se puede enmarcar dentro de un proceso generalizado a lo largo de toda
la segunda mitad del siglo XIX de expolio y salida de materiales desde Canarias
hacia diferentes puntos del exterior, ocasionando una pérdida considerable de
patrimonio arqueológico.22
(22) Arco, Jiménez, Navarro, 1993: 24.
(19) Rodríguez Delgado, Wildpret, 1998: 11.
(20) Berthelot, 1980a [1879]: 149.
(21) Berthelot, 1978: 244 (nota 160).
(18) Acta Plenaria del Ayuntamiento de La
Orotava (en adelante, Ac. pl. AO.). 20 de
mayo de 1880. Archivo Municipal de La
Orotava (en adelante, AMO).
Carta de agradecimiento del
Ayuntamiento de La Orotava a Webb
por la donación. 1845.
Acta plenaria del Ayuntamiento de La
Orotava en la que el Gabinete Científico
reclama las añepas para su museo. 1880.
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Afortunadamente, nuestras piezas tuvieron la suerte de ser reenviadas de nuevo por
los naturalistas a Canarias, después de haber podido compartir incluso el periplo
de tres años que los botánicos realizaron por diferentes poblaciones del Norte de
África y Europa antes de pisar finalmente suelo parisino.23 Las piezas permanecieron
en territorio galo algo más de una década hasta que, en 1844, Webb las envía al
Ayuntamiento de La Orotava desde Francia, junto a una carta de donación a través
de su colaborador Eugène Bourgeau24 (botánico recolector contratado por Webb
para continuar con la exploración de las Islas).25
Bourgeau llegó a Tenerife el 11 de diciembre de 1844 con el encargo expreso de
Webb de hacer entrega de las añepas al Ayuntamiento de La Orotava, que hizo
efectiva unos meses más tarde el 20 de febrero de 1845:26
Permítanme VV. SS. presentar a La Villa de La Orotava dos bastones
de mando de los antiguos gefes de los guanches, cuyo diseño se ve
en la Historia natural de las Yslas Canarias. El mayor de ellos se cree
que perteneció a uno de los antiguos reyes de Tenerife. De cualquier
modo que sea no cabe duda que ambos son reliquias de muy remota
antigüedad, y que no pueden colocarse más dignamente que en
las manos de VV.SS. (…) Confío que ese Ylustre Ayuntamiento se
dignará aseptarlos como una señal de mi respeto y del interés que
jamás dejaré de tomar por esa hermosa ysla.27
Las motivaciones principales que subyacen a la entrega de las añepas al Ayuntamiento,
tienen que ver con la relación estrecha que existía entre los eruditos y las autori-dades
de la Villa. Berthelot, por ejemplo, residió un tiempo en la localidad y su
vinculación con la misma se reforzó con su nombramiento como director del Jardín
Botánico y como fundador y docente del Liceo.28 Esta buena relación parece ser
uno de los motivos fundamentales de la donación como ellos mismos expresan en
este fragmento:
Confío en que este ylustre Ayuntamiento se dignara aseptarlos como
una señal de mi respeto y del interés que jamás dejaré de tomar por
esas hermosas yslas, donde a parte de las más amistosas acogidas,
merecí de sus dignos habitantes tantas afectuosas pruebas de su
hospitalidad.29
Tampoco podemos despreciar el peso que tuvo esta visión romántica de conexión
entre las estructuras de poder del pasado y el presente. En este esquema lógico,
si las añepas representaban el antiguo poder de Taoro y el Concejo de La Orotava
era el órgano máximo del pueblo de mayor peso dentro de los antiguos límites del
menceyato, no es difícil identificar cierto estímulo de esta naturaleza en la donación.
Además, en ese momento no existían todavía las Sociedades Científicas que más
tarde darán ciertas garantías a la custodia de los materiales, ni se habían creado aún
las colecciones personales más relevantes (al menos a la salida de los intelectuales
de las Islas) que hubiesen podido competir con el Ayuntamiento como posibles
beneficiarios de la donación.
Paralelamente a esta actividad, fue apareciendo en las Islas un grupo de intelectuales
volcados en el estudio de los restos y contextos indígenas. Ya en torno al año 1870
podemos situar el comienzo de la Arqueología Canaria como un método de inves-tigación
histórica, con unos planteamientos claramente evolucionistas y positivistas.
En la segunda mitad de esta década y principios de la siguiente, surgieron en las
Islas tres sociedades científicas, cuyo objetivo común era el de estudiar, custodiar
y proteger la cultura material de los antiguos isleños mediante la constitución de
museos y fondos de custodia de cierta entidad.30 En Tenerife, el Gabinete Científico,
a la cabeza del cual se encontraba Juan Bethencourt Alfonso, inició un proceso de
obtención de materiales arqueológicos a través de una red de socios corresponsales
(23) Berthelot, 1980b: 22.
(25) Wildpret, 1998: 46-47.
(27) Ac. pl. AO. S. 21 de febrero de 1845.
AMO.
(28) Cioranescu, 1980: 12.
(29) Ac. pl. AO. S. 21 de febrero de 1845.
AMO. Véase, también, Berthelot, 2004
[1834]: 151.
(24) Oficio enviado por el Ayuntamiento de La
Orotava a Webb en agradecimiento por su
donación. 22 de febrero de 1845. Proyecto
Humboldt [en línea]: http://humboldt.
mpiwg-berlin.mpg.de/muestracartas-
LiSe/HTML/MP _ 0027.html (consulta,
23 de octubre de 2006).
(26) Carta de Eugène Bourgeau a Webb desde
Tenerife. 10 de enero de 1845. Proyecto
Humboldt [en línea]: http://humboldt.
mpiwg-berlin.mpg.de/bourg _ carta _
fr _ 01 _ 1844-LiSe/HTML/MP _ 0007.
html (consulta, 6 de abril 2008). Agradezco
enormemente a Yann Tiercelin por su
colaboración en la traducción al francés
de este documento.
(30) Arco, Jiménez, Navarro, 1993: 22.
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en toda la isla, con el fin de crear un museo destinado a la formación de los alumnos
del Instituto de Canarias de La Laguna.31 De tal manera que en 1880, advertido por
la custodia de estas piezas, envía un oficio al Ayuntamiento orotavense para solicitar
“los objetos que posean pertenecientes a las antiguas razas que poblaron este país
para colocarlas en el museo de dicho Gabinete”.32 La Corporación Municipal rechazó
la petición, lo que a la larga ha posibilitado que las añepas sigan conservándose en
manos del Ayuntamiento de La Orotava.
Dentro de este denominado “Museo Guanchinesco” del Gabinete existía, como
apunta Diego Cuscoy, una colección que agrupaba “añepas, banotes, astas y distin-tos
bastones” y cuya actividad de compilación se debió “exclusivamente a la labor
de D. Juan Bethencourt Alfonso”.33 En el Inventario de los objetos realizado por
Pablo Oramas en mayo de 1904, aparecen contenidas dieciocho “lanzas y bastones
de guanches”.34 En este contexto, es en el que se enmarca su solicitud al Concejo
Municipal de La Orotava.
En cuanto a su aportación tipológica, Bethencourt Alfonso realiza un análisis de
las piezas a partir de un amplio marco tipológico establecido para este grupo de
materiales: “la añepa real, que conducida por un noble, (…) consistía en una percha
de 20 palmos de alta, rematada en un gran borlón rosado, hecho de cordones de
fibras teñidas de 4 palmos de largo; la añepa de los achimenceyes”, que de estructura
similar “tenía 16 palmos; la añepa de los tagoreros, hecha de orobal”, 14 [palmos]
con borlones de “distintos colores; y la añepa de los chaureros, que eran bastones
de 1 metro 0,40 centímetros más o menos, de ordinario de sabina, terminado en
una cachiporra o puño en forma de lente biconvexa, a veces articulado al mango”.35
Bajo esta propuesta consideró que las piezas que se conservaban en el Ayuntamiento
de La Orotava correspondían a una “añepa de chaurero, de metros 1, 35 de largo”
[A1]; así como una “insignia de mando de un jefe banotero”36 [A2].37
Tras estos primeros acercamientos, las añepas permanecieron custodiadas en el
municipio como reliquias antiguas y símbolos de poder municipal, despertando
a partir de mediados del siglo XX, y tras un dilatado periodo de escasa actividad
arqueológica, un nuevo interés científico por parte de algunos investigadores isleños
de la mano de las recién creadas Comisarías de Excavaciones Arqueológicas.38 Esta
nueva etapa se inició con la figura de Juan Álvarez Delgado,39 que se interesó por
ellas a mediados de los años cuarenta en el desarrollo de su Ensayo sobre filología
tinerfeña. En él, las presentó, sin mayor grado de profundidad, como ejemplos de
bastones de mando o añepas y las definió como el cetro real40 que portaba el mencey.
Sin embargo, será el arqueólogo Luís Diego Cuscoy quien asuma un mayor prota-gonismo
en el estudio de estos materiales. A partir de la comparación con otros
materiales similares, el análisis de las tipologías establecidas y la identificación de
los objetos como una añepa (A1) y un banot (A2), Cuscoy se convirtió en el primer
autor en realizar un estudio de cierta entidad sobre este tipo de piezas. Su aporta-ción
se enmarca dentro de una línea de trabajo basada en el estudio de las armas
de los primitivos canarios y dentro de una etapa inicial caracterizada por una labor
exclusivamente arqueológica, centrada en la contextualización de las colecciones
ya existentes.41 Al respecto, publica en 1951 El ajuar de las cuevas sepulcrales de las
Canarias Occidentales, obra en la que incluye su primera referencia a los materiales,
reproduciéndolos y calificándolos como “las más interesantes de estas piezas”.42
Diez años después, realiza un nuevo estudio sistemático sobre las armas de made-ra,
43 en el que analiza las tipologías de este grupo de materiales establecidas por
autores anteriores. Para ello utiliza como objetos de contraste las manufacturas en
madera que se conocían en ese momento, realizando un estudio detenido de las
formas e introduciendo un escueto análisis de los tipos de maderas empleadas y
las técnicas de manufactura. Su interpretación pone en duda la propuesta de los
naturalistas y afirma estar, en el caso de la pieza A2, ante un banot44 incompleto
(42) Diego, 1951: 149.
(43) Véase Diego, 1961.
(44) Según Alonso de Espinosa, el banot
corresponde al tipo de armas arrojadizas
que presentan un engrosamiento en torno a
su parte media para favorecer la propulsión.
Véase Espinosa, 1980 [1594]: 42-43.
(38) Arco, Jiménez, Navarro, 1993: 25-26.
(39) Álvarez, 1945: Lámina III.
(40) Álvarez, 1945: 49.
(41) Arco, 1998: 3.
(35) Bethencourt, 1991, I: 297 (nota 24).
(36) Ibíd.
(37) Según Bethencourt Alfonso, la isla de
Tenerife se estructuraba organizativamente
en menceyatos o reinos, achimenceyatos o
provincias, tagoros o concejos y auchones
o heredades (Bethencourt, 1991, II: 68).
A la cabeza de los auchones se encontra-ban
los “chaureros que (…) eran los jefes
patriarcales del auchón o familia civil”
(Bethencourt, 1991, II: 174).
(31) Véase Mederos, 1997: 391-400.
(32) Ac. pl. AO. S. 20 de mayo de 1880. AMO.
(33) Diego, 1994: 512.
(34) Inventario de los objetos que tenía el
Museo Antropológico y de Historia Natural
de Santa Cruz de Tenerife. Pablo Oramas.
4 de mayo de 1904. Archivo Herederos de
Bethencourt Alfonso. Véase Bethencourt,
1991, I: 457 (Anexo 1).
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al que se le ha desprendido la punta del extremo proximal. Según él, el engrosa-miento
medio habría pasado a coronar la vara tras la fractura, confundiendo a los
investigadores anteriores.
A lo largo de las décadas siguientes los estudios relativos al aprovechamiento y
transformación de los recursos vegetales durante la etapa precolonial fueron esca-sos.
Tendremos que esperar a fechas más recientes para que el tema comience a
ser tratado con amplitud, iniciado por las profesoras María García Morales y Bertila
Galván Santos, y desarrollado a partir de los años noventa por las investigadoras
María del Carmen Machado Yanes y María del Carmen del Arco Aguilar, siendo
éstas últimas las autoras que más y mejor han abordado esta temática. Estas inves-tigaciones
han permitido, por otro lado, ampliar la comprensión de nuestras piezas
con la aportación de nuevas interpretaciones y la mejora del conocimiento relativo
a técnicas y materias primas utilizadas. Además, se ha vuelto a debatir sobre la
controvertida tipología de la añepa A2. Por su parte, la doctora Del Arco Aguilar45
ha identificado un elemento interesante no valorado por autores anteriores: el
pomo presenta dos orificios conectados que debieron ser empleados para sujetar
algún componente de esta vara. En este punto las fuentes etnohistóricas aportan
un dato a tener en cuenta: “Y cuando el rey mudaba morada o hacía jornada (…),
iban con él los más ancianos de su casta, llevando delante a un trecho una lanza
inhiesta con una bandera hecha de juncos muy prima, para que supiesen que venía
el rey (…)”.46 Basándose en esta información no le parece descabellado pensar que
dichas oquedades se hicieran para sostener esta especie de “estandarte” del que
habla Abreu Galindo. Algo que por otra parte ya habían planteado Berthelot y
Webb, pero con la diferencia sustancial de identificar esta función en la añepa A1.
Símbolos de identidad local
El Patrimonio Arqueológico se construye cognitivamente a través de la atribución
de determinados valores y significados subjetivados a los materiales del pasado,
que pueden evolucionar a lo largo del tiempo. Es decir, un objeto histórico puede
funcionar como medio comunicativo portando significados capaces de intervenir
como un lenguaje social con capacidad de trascender a su función y tiempo.47 De
esta manera, nuestras piezas tuvieron una funcionalidad y un simbolismo concreto en
época precolonial funcionando como objetos jerárquicos, entrando posteriormente
en un letargo de varios siglos (al desaparecer la estructura social que los generó)
hasta experimentar, más adelante, un nuevo proceso de resignificación.
En torno al siglo XIX fueron recuperadas como vestigios de ese pasado y se les
atribuyeron nuevos valores funcionales y simbólicos. Como apuntábamos, las ideas
románticas movieron a las burguesías decimonónicas a identificarse con el mundo
precolonial, pasando a convertir a los antiguos isleños en ancestros. Dentro de
este proceso de construcción identitaria, en el marco concreto de La Orotava, las
añepas tenían el interés añadido de poder articularse como símbolos de autoridad
y conexión con las antiguas elites, de tal manera que las piezas tomaron un nuevo
valor como reliquias pretéritas en las que no solamente se estimaba su antigüedad,
sino también su pertenencia al pasado indígena; portadoras de toda una serie de
signos identitarios que jugaban en este momento un papel evidente en la constitu-ción
de nuevos parámetros de identificación colectiva de la elite. En otras palabras,
las añepas funcionan como una vía tangible con la que vincularse con la autoridad
indígena, tomando simbólicamente ese legado. Esto las ha convertido además en
portadoras de cierto grado de legitimidad para estas burguesías, que ya en el úl-timo
tercio del siglo XIX estaban consolidadas a nivel social, económico y político.
En cualquier caso, existe una evolución en la percepción simbólica de los objetos
a lo largo del tiempo, lo que supone que este fenómeno de identificación con el
pasado no es exclusivo de los hombres y mujeres del siglo XIX y que los significados
se adaptan a las exigencias de los actores sociales de cada presente. Algunos de
(45) Arco, 1993: 74-75.
(46) Abreu, 1977 [1632]: 293.
(47) Ballart, Fullola, Petit, 1996: 216, 218,
220-221.
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estos valores permanecieron en mayor o menor medida a lo largo del siguiente
siglo y otros, incluso, se sobredimensionaron, manteniéndose en esencia a lo largo
del siglo XX y tomando un nuevo cariz en su segunda mitad de la mano de un
renovado avance de las ideas indigenistas en Canarias (guanchismo), llegando vivo
hasta la actualidad.48
Uno de los precursores en esta significación de las añepas como elementos de identi-ficación
local fue sin duda alguna Diego Cuscoy. En 1985 aportó una reflexión sobre
el valor simbólico de las piezas para el Ayuntamiento, entendiéndolas herederas
simbólicas de la autoridad atemporal del Menceyato de Taoro:
Se trata de una añepa y un banot incompleto, piezas que podemos
considerar desde otro punto de vista por la fuerte carga simbólica
de que son portadores: la añepa era un bastón jerárquico para uso
de menceyes; el banot, un arma útil para la defensa y el ataque.
Al escudo de La Orotava (…) se le podía enriquecer con un cuartel
donde cupieran la añepa y el banot, es decir, con lo que proclama
jerarquía, persistente señal con raíz en el viejo y extenso menceya-to
de Taoro, y con lo que supone actitud de defensa, atenta a la
jerarquía nunca declinante a lo largo de toda la historia de la Villa,
cabeza del Valle.49
Esta idea de introducir elementos del pasado indígena en los escudos municipales
como objetos de identificación local no constituía una novedad que presentase
Diego Cuscoy. Ya desde el primer cuarto del siglo pasado encontramos ejemplos
de este tipo. A partir de aquel momento algunos municipios introdujeron en sus
respectivos escudos motivos indígenas siguiendo criterios propios: armas, gánigos,
grabados, guanches tenantes, etc. En este sentido, en 1929 el pueblo del Realejo
Alto50 asumió su emblema en el que aparecía el pendón morado de Castilla cruzado
con la añepa del Mencey como recuerdo de los acontecimientos que precipitaron
en la “Paz de Los Realejos”, convirtiéndose en el primero en tomar la añepa como
recurso heráldico. Dentro de este fenómeno de carácter general se sitúa la pro-puesta
de Diego Cuscoy con una misma motivación y con el precedente que sentó
el municipio realejero, refrendada, más tarde, en el actual escudo municipal con la
fusión de los blasones de ambos términos.51
Al mismo tiempo, asistimos a una nueva transformación a finales de los setenta y
principios de los ochenta en el que lo guanche se proyecta a amplios sectores de la
población como algo cotidiano y generalizado, rompiendo con la situación anterior
en que se erigía sólo como patrimonio de una minoría intelectual. Aparecieron
entonces aficionados a la arqueología y al coleccionismo, ocasionando el segundo
gran momento de expolio del patrimonio arqueológico de la Historia de Canarias.52
Esta explosión identitaria que tenía al guanche como protagonista principal, se
desarrolló en diversos planos de la vida cultural y política de las Islas con el avance
de iniciativas culturales diversas de reafirmación canaria, asociadas o no a proyec-tos
nacionalistas que venían conformándose fundamentalmente desde los años
setenta. De este momento tenemos noticias sobre el uso generalizado de las piezas
en eventos de tipo cultural, fruto de ese valor identitario que se venía gestando,
aunque ahora con ese nuevo interés generalizado. Sin embargo, como decíamos,
este fenómeno estaba poniendo en peligro su conservación, como así lo recoge el
investigador Manuel Rodríguez Mesa:
el Ayuntamiento ha venido cediendo la añepa para determinadas
manifestaciones folklóricas, sin que, se preocupara luego de si le
era o no devueltas. Ello dio origen a que la importantísima reliquia
permaneciera meses y hasta años fuera de la Casa (53) Rodríguez Mesa, 1980: 126-127 (nota 5). municipal y que
(51) Véase Lasso, 2003.
(52) Navarro, 2002: 15-16.
(49) “Pregón de Luís Diego Cuscoy. Fiestas
del Corpus Chisti y San Isidro Labrador.
1985”. Véase Cullen, 2003: 91.
(50) Manuscrito en el que se establece el
escudo del Realejo Alto. Francisco P. Montes
de Oca García. 1929. Archivo General de
Los Realejos (conservado en el despacho
de la Alcaldía).
(48) Entre diciembre de 2008 y febrero de
2009, el Museo de Historia y Antropología
de Tenerife albergó una exposición bajo el
título “Objetos extraordinarios de la Historia
de Tenerife”, en la cual las piezas formaron
parte bajo el epígrafe: “Las añepas del
Mencey de Taoro”.
Escudo del Realejo Alto. 1929.
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en ocasiones, llegara a ser utilizada, con desenfado, para la práctica
de improvisados juegos infantiles.53
En 1976, Rodríguez Mesa, siendo presidente de la Comisión de Cultura y alarmado
por este empleo sistemático, presenta una moción al Ayuntamiento: “se confeccio-narán
réplicas de los bastones y fueran éstas objeto de los préstamos, en su caso,
debiendo permanecer los originales en un lugar preeminente del Salón de Actos
de Las Casas Consistoriales”.54 Observamos nuevamente aquí el valor que se le
atribuye a los objetos55 y la insistencia en que deben conservarse dentro de lo que
se entiende como espacio de poder del municipio: Salón de Plenos o de Juntas.
La labor de Rodríguez Mesa se orientó hacia la divulgación de las piezas con la
publicación de artículos y referencias a las mismas, centrándose en su trayectoria
histórica desde la donación y en su valor patrimonial como enseñas del mencey.56 Su
labor fue significativa en el proceso de proyección de los objetos como elementos
identitarios para el municipio e, igualmente, en la revalorización de ese patrimonio,
contribuyendo, por tanto, a su conservación.57
En la actualidad, las añepas se conservan en la Sala de Juntas del Ayuntamiento de
La Orotava en una vitrina vertical colocada al efecto, con un encabezado en el que
se explica someramente su tipología (según versión de Diego Cuscoy) y se dan las
claves de su donación, manteniendo en cierta manera el simbolismo de periodos
anteriores.
Ciertamente, las añepas representan uno de los elementos arqueológicos más re-currentes
en la construcción de la identidad canaria a escala local, como también
ocurre con el yacimiento de la Cueva de Bencomo, al que se le ha venido atribu-yendo
ser una de las residencias del Mencey de Taoro. Ambos son los elementos más
representativos de este fenómeno en el municipio, unidos por un similar simbolismo
basado en la identificación con las elites del pasado indígena y la figura mítica del
Mencey Bencomo. Sin embargo, esta realidad hay que entenderla dentro de una
relativa proyección en esferas sociales más amplias, ya que si, por un lado, en los
años setenta y ochenta hay un avance a este respecto, su conocimiento se ha ido
entibiando y reservándose nuevamente a un espacio limitado, caracterizado por
colocarse en un ámbito mucho más reservado y claramente institucionalizado.
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(54) Ac. pl. AO. S. 24 de agosto de 1976. AMO.
(55) A la Romera Mayor de las Fiestas de
San Isidro Labrador de La Orotava se le
otorga como cetro una réplica de la añepa
A1. Además, tenemos noticia de la solicitud
de préstamos para la realización de copias
con fines privados.
(56) Rodríguez Mesa, 1976: 5.
(57) Véase Rodríguez Mesa, 1980: 124-126;
1984: 22, 36.
Las añepas se conservan en la ac-tualidad
en la Sala de Juntas del
Ayuntamiento de La Orotava.
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