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A la memoria de mi padre, entre cuyos muros se formó, en recuerdo de
sus enseñanzas en la vida.
El paso de los años y el frenético transitar del día a día nos hacen pasar de manera
rutinaria por delante de las edificaciones de interés que permanecen cerradas, espe-rando
a ser nuevamente contempladas por su valor y trascendencia en un pasado no
muy lejano.
En Los Realejos parece abundar este tipo de edificaciones olvidadas, cerradas, aban-donadas,
que dan la impresión de que su historia e importancia es patrimonio de
unos cuantos interesados por el pasado de este terruño; otros inmuebles, en cambio,
permanecen en manos públicas sin que se sepa muy bien qué hacer con ellos, por una
clara falta de planificación, entre otros males. Viene al caso citar la casa natal de José
de Viera y Clavijo, la hacienda de Castro, la de los Príncipes, la del Vizconde del Buen
Paso, la maltratada hacienda de la Gorvorana o la casa de los Lagares, llamada de la
Parra. En el núcleo de San Agustín, para concretar, de los inmuebles supervivientes al
desarrollo desmedido de las décadas pasadas, debemos destacar la casa del escritor
Agustín Espinosa García y las levantadas en el entorno de la Parroquia de Nuestra
Señora del Carmen sobre el solar del convento de San Juan Bautista, entre finales del
siglo XIX y los años veinte del siguiente. Como conjunto mejor conservado, destaca
la calle de las Toscas de San Agustín, camino de la costa y de las tierras de Juan de
Gordejuela, el Patronato y la Merina. Restos del San Agustín burgués descrito por el
farmacéutico Cipriano de Arribas en 1900. Debemos lamentar la pérdida de gran par-te
del grupo de casas en el perímetro de la plaza de Joaquín García Estrada, muchas
de ellas levantadas sobre construcciones anteriores, como la casa Fuentes, edificacio-nes
del Antiguo Régimen con fachada pantalla, o como la llamada Clínica Estrada;
o levantadas de nueva planta como la de Cipriano de Arribas y la Rosado Iglesias.
La edificación que acogió entre sus muros al colegio San Agustín se reviste de mayor
importancia cuando en su entorno inmediato han desaparecido la casa que habitaba
Cándido Chaves Estrada, la antigua sede de la Sociedad Cultural y de Recreo Casino
Realejos y las casas de González de Chávez y de Grijalva frente al Teatro Cine. Todos
estos edificios eran algunos de los mejores ejemplos de la construcción de los siglos
XVII y XVIII. De los levantados en los siglos citados, solo sobrevivieron algunas casas,
como la del colegio y la de doña Afligidos, un par de números más allá (nº 19)1. Como
pueden ver, mi interés en estas líneas no es recordar la casa como lugar donde recibí
mis primeras letras, pues no fue así. El interés se centra en analizar, destacar y pro-fundizar
en los orígenes de un edificio que, cuando cerró sus puertas como colegio,
quedó sumido en el olvido.
Haciendo ángulo entre la calle de la Alhóndiga y la empinada calle de La Virgen, se
levanta un edificio de dos alturas y granero, con planta en L, que domina este tramo
de la calle. La realidad es que representa la tipología de una casa de medianos pro-pietarios,
poseedores de tierras, y por lo tanto de cierto estatus, lo que ha denomina-
(1) En ella habitaba y falleció don Agrícola E.
García, destacado músico y director hasta su
muerte de la centenaria Banda «La Filarmó-nica
» de Los Realejos. En ella permaneció su
legado, varios pianos y documentación, hasta
que los azares del tiempo acabaron con él.
De la casa de los Alvelo al Colegio
de San Agustín. Un estudio de la
arquitectura civil de Los Realejos.
Germán Rodríguez
Vista de San Agustín desde
el Realejo bajo. s. XIX.
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do el profesor Adolfo Arbelo «burguesía agraria»2. Así lo demuestra la existencia de
dos plantas y granero, o las labores en carpintería, destacando las cubiertas de cuatro
aguas y los pies derechos sobre piedra del interior del patio. En el exterior, las labores
de carpintería se centran, de manera más austera, en los vanos de fachada, las ven-tanas
del granero y el portalón de entrada, abierto hacia la antigua calle del Terrero,
actualmente la Alhóndiga. La propiedad que comprara don Rafael Yanes en los años
sesenta del pasado siglo para acoger el colegio San Agustín posee una historia no
desgranada hasta el momento.
Indagando en el pasado de la propiedad, en la búsqueda de sus primitivos habi-tantes,
logramos remontarnos a las últimas décadas del siglo XVIII, cuando la casa
pertenecía a don Agustín de Alvelo y Barroso, donde habitaba con su esposa, doña
Francisca Ramírez Perdomo, y sus hijos, Tomás, José y María del Rosario Alvelo Ra-mírez.
En la primera anotación de la vivienda en el registro de la propiedad, aparece
descrita de la siguiente manera:
Casa sobrada y huerta, situada en termino del Realejo de abajo, pago de San
Agustín y punto del terrero. Linda por el naciente, con acequia de dulas de Aguas
del adelantamiento mayor3; por el poniente, la calle del Terrero; por el norte, casa
y huerta del capitán D. Vicente Perdomo de Bethencourt; y por el sur, el callejón
del Carmen.4
El solar total se componía de una casa y huerta, que según las medidas de la época
constaba de tres mil novecientos y ocho pies cuadrados, para la casa, y la huerta
tiene cabida para un almud y treinta y ocho brazas, y también una casita. Esta era la
descripción de 1863, donde, además de lo dicho, se hacia alusión a los tributos con
los que estaba gravada, siguiendo la costumbre del Antiguo Régimen. En este caso
debían pagar al marqués de Villanueva del Prado la cantidad de seiscientos reales de
vellón en moneda y dos gallinas de rédito. Tendría este pago su origen en las tierras
entregadas a los Grimón en el hoy San Agustín y que venderían o entregarían solares
a tributo, como por ejemplo hacía la hacienda de Los Príncipes en el casco del Rea-lejo
Bajo. Otro ejemplo de ello es la compra de tierras en el mismo lugar por Juan de
Gordejuela para la fundación del convento de San Juan de la orden agustina. Junto
al pago al aristócrata lagunero, los propietarios de la casa debían entregar al vecino
convento agustino de San Juan Bautista una imposición de seis reales antiguos de ré-dito
y cuatrocientos cincuenta reales de capital. Todas estas cargas a lo largo del siglo
fueron perdiendo vigencia. Junto al importe de los gravámenes ya descritos, se aporta
el valor total de la propiedad, dieciocho mil y ocho reales y sesenta y cinco céntimos.
De la figura de don Agustín Alvelo y Barroso (Realejo Bajo, 1759-1842) sabemos que
era hijo de Juan Alvelo y Barroso (+ 1810)5 e Inés Delgado Aldama, ambos del Reale-jo
Bajo, que mantuvieron una posición relativamente desahogada. En 1779 aparecen
citados en el padrón que la Real Sociedad de Amigos del País de Tenerife realiza de
los pueblos de la isla; entre los profesionales citados, aparece nuestro protagonista.
La anotación 154 nos describe el hogar de Juan Alvelo e Inés Aldama, nuestro objeto
de estudio, situado en la calle del Terrero. La familia se dedicaba al trabajo de la seda,
manufactura que en el setecientos tuvo mucha pujanza en el municipio. La cultura
sedera en el lugar la atestiguan en la actualidad la gran cantidad de morales que cre-cen
en nuestro territorio: poco queda de los telares, lanzaderas, devanaderas y demás
utensilios usados en este proceso productivo. Ahora, tras el trabajo que nos ocupa,
podremos asociar a la industria sedera esta casa de la calle de la Alhóndiga. Como
cita el mismo padrón de la Económica, «las fábricas intrusas» delimitaron el desarro-llo
de la industria en las islas, lo que provocó su desaparición a lo largo del siglo XIX.
La familia de Agustín Alvelo se dedicaba al trabajo de la seda. En 1779, su padre,
Juan de Alvelo, de 49 años, era maestro sedero y sobrevivía con cierta holgura. En su
taller daba trabajo a un oficial y a dos de sus hijos, entre ellos a nuestro protagonista,
que quizás heredara el oficio del padre. Su mujer, Inés de Aldana, de su misma edad,
estaba enferma. Junto a ellos, varios hijos: Vicente Alvelo, de 21 años, trabaja en el
(2) A. Arbelo García. La burguesía agraria en el
Valle de La Orotava ( 1750 -1823), La Orotava,
1986.
(3) La acequia a la que hace referencia es la
canal que trasportaba las aguas sobrantes del
heredamiento de Los Príncipes, descendientes
del Adelantado de Tenerife Alonso Fernández
de Lugo. Enajenadas en 1642, se vendieron a
varios propietarios de haciendas entre los lla-nos
de Méndez y la Montañeta, lo que permi-tió
sacar mayor producción a estas tierras. Tras
el desmonte de la canal, se mantuvo el callejón
con el nombre de las Tenerías.
(4) El callejón del Carmen es la actual calle de la
Virgen, empinada vía que parece estar vincula-da
desde viejo con la imagen de Nuestra Seño-ra
del Carmen y sus recorridos procesionales.
La casa de Vicente Perdomo desapareció hace
unas décadas. En ella habitó este destacado
personaje de Los Realejos del siglo XIX; en el
siguiente siglo, fue habitada por el polifacético
Cándido Chaves Estrada y su esposa Carlota
Savatry. Sus últimos moradores fueron el ma-trimonio
formado por Adela Hernández García
y Óscar González Siverio, último alcalde del
Realejo Bajo.
(5) Archivo Histórico Diocesano de La Laguna
(en adelante AHDLL), Fondo parroquial de
Nuestra Señora de la Concepción de Los Rea-lejos,
libro 39, f. 76. Su cuerpo se enterró el
15 de enero de 1810 en la iglesia parroquial.
Murió con ochenta años de edad, viudo y sin
testar.
Fachada.
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oficio sedero con su padre, y como todos sus hermanos sabe leer y escribir; le sigue
María, la hermana, que parece ayudar a su madre en las labores de la casa y además
sabía coser, lo que sería fundamental para la industria. De Agustín de Alvelo nos
apunta que tenía dieciocho años y que aprendía el oficio de su padre, y además nos
indica que padecía de una dolencia de estómago. Tras él había dos hermanos más:
Domingo y Bárbara, de siete años, que aprendía a leer en ese tiempo. Como sucederá
con las siguientes generaciones, lo veremos más adelante, el hermano mayor, Juan
de Alvelo, de veintitrés años, se encontraba en América, o, como dice el documento,
«en Indias». Parece ser que la emigración de miembros de ciertas familias realejeras
permitía su capitalización y el incremento no solo del patrimonio, sino del prestigio o
capacitación de aquellos.
Agustín de Alvelo aprendió el oficio de su padre y, probablemente, se hizo cargo del
taller familiar y de la casa. Este es un punto no aclarado hasta el momento, pues el
estado de conservación de los documentos nos lo impide. Su situación económica se
deja entrever en su testamento, bastante maltratado por el dios Cronos: se deduce
que poseía una holgada posición que le permitió, como declara, realizar una serie
de acciones económicas y ayudas al desarrollo de la vida de sus hijos. Así pues, a
su hijo mayor, Tomás, le perdona las dos onzas de oro que le prestó para su viaje a
Cuba, además de pagarle otras dos prestadas por su tío Vicente Perdomo para otro
viaje a Venezuela y otra más que le había prestado Marcial Achard. Declara tener
«amor y cariño» a Simona, niña expósita que crio –por petición del beneficiado de la
parroquia de la Concepción, don Pedro Próspero González Acevedo–, que en 1842
contaba con veinte y dos años y a la que le dejó en herencia «un pedacito de terreno
que tengo en el Lomo de Rafael y Azadilla de Arriba». Junto a lo citado, el maltrecho
documento solo deja ver, parece casualidad, la anotación número 11 donde trata
de la casa objeto de estudio. De esta manera señala datos de interés sobre ella, su
residencia, la cual, dice, es «propia mía, sita en la calle del Terrero [...], he invertido
en su reedificación cuatrocientos pesos corrientes que se han adquirido en el ma-trimonio…
».6 La documentación no nos permite saber más de lo concerniente a la
vivienda, pero sí que la había adquirido él y que con parte de la dote matrimonial
lograron reedificarla o reformarla para adaptarla a sus necesidades.
Socialmente, la familia estaba muy relacionada con la orden agustina, eran vecinos
de los conventos agustinos, habitaban en su área de influencia. La pertenencia, con
cierta seguridad, a la hermandad de Nuestra Señora del Carmen y a otras del mo-nasterio,
como la cofradía de la Cinta. La relación con los frailes aparece clara. Tras
el incendio del convento en 1806, los religiosos fueron acogidos en diversas casas
de la zona; en la casa que estudiamos se alojó el sochantre, fray Domingo Mora7. Las
negativas a la reapertura del convento pese a su avanzada reconstrucción, unido a
la presión ejercida por las diversas desamortizaciones, propiciaron que las piezas de
mayor valor, como las obras de orfebrería, fueran depositadas en casas particulares
de personas de confianza. Así, en 1833, se denomina a Francisca Ramírez como la
camarera de nuestro Padre San Agustín, en un inventario de las pertenencias del con-vento
de San Juan, recibiendo de manos del exprior, fray Próspero, «una mitra de pla-ta
con sus infulas, una correa de lo mismo, un anillo y pectoral con sus piedras verdes
de oro [...] Un abito de terciopelo, una cajetita de carei y madre perla, y una caja de
pino vieja pa guardar todo con la llave esconchada...»8. De esta manera, vemos cómo
esos bienes sobrevivieron a las incautaciones desamortizadoras, conservándose en la
actualidad junto a la imagen del obispo de Hipona en la Iglesia del Carmen.9 Su hijo,
José de Alvelo Ramírez, era depositario en 1849, seguramente desde tiempo de sus
padres, de «la imagen que Ntra. Sra. de los Dolores que se veneraba en aquel referido
convento», en palabras de Antonio Santiago Barrios y Domingo Chávez, beneficia-dos
de la parroquial de Santiago Apóstol, por voluntad de los frailes agustinos. Los
curas del Realejo Alto solicitaron, en esa fecha, la imagen para su traslado al templo
regentado por ellos. «Como la que tiene ésta iglesia, no es muy buena, ni la ropa
(6) Archivo Histórico Provincial de Tenerife (en
adelante AHPT), PN: 3546.
(7) J. J.Hernández García, Los Realejos y la ima-gen
de Nuestra Señora del Carmen, 1990, pp.
119.
(8) AHDLL, Fondo Desamortización., sig. 2703.
(9) Las cajas que se citan no se conservan, al
igual que la correa de plata de la que se ha-bla.
No se menciona la pluma de filigrana que
porta la imagen y la iglesia del mismo material,
existentes en la actualidad.
Detalle de uno de los pilares del patio.
Puerta principal.
Vista de la escalera principal.
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que se le pone para la semana santa es decente», piden y se les concede la imagen
Dolorosa «con su correspondiente ropa que es lo único que tiene para darle culto».
La imagen citada es la actual Dolorosa, que con esa denominación recibe culto en el
templo citado.10
En el testamento de su esposa se hace igualmente alusión a la casa de la calle de
la Alhóndiga, entonces del Terrero: en 1847, ya viuda, Francisca Ramírez y Perdomo
(La Orotava, 1767-Realejo Bajo, 1847), cita la casa de su habitación y hace mejora
del tercio y quinto de libre disposición a sus hijos María del Rosario y José Alvelo y
Ramírez designándole «la casa de ntra habitación o en lo que ellos eligieren». Ade-más,
en el mismo documento Francisca Ramírez aclara que su hijo mayor, Tomás, se
encuentra en Venezuela en compañía de su esposa, la orotavense Petronila Herrera
y Melo.11
La familia Perdomo no era ajena a la sociedad de los Realejos, pues en el convulso
siglo XIX se habían asentado en San Agustín otros miembros de la familia. El matri-monio
formado por Ana Alvelo Perdomo y el capitán Vicente Perdomo de Bethencourt
pasa a vivir a la casa de Agustín de Alvelo Nuño, padre de ella. La cercanía era tal
que convivían como se dice popularmente «pared con pared», lo que les daría una
relación de vecindad además de la familiar. A la casa de estos últimos se recogió tras
la exclaustración la religiosa dominica del convento de Santa Catalina del Puerto de
la Cruz, Isabel de Santo Domingo Perdomo y Bethencourt, que pasa a residir en la
casa de su sobrino Vicente Perdomo. Sor Isabel era natural de la villa vecina e hija de
José Perdomo y Bethencourt e Isabel de Febles; era tía de los citados y de los Alvelo
Ramírez. En su testamento reparte entre sus sobrinos parte de sus propiedades. De
sus dos sobrinos varones, al prebendado de la iglesia catedral de La Laguna, Ángel
Perdomo Bethencourt, le lega «dos esculturas de vestir con sus nichos, una de la
Purísima Concepción y la otra de mi patriarca Santo Domingo de Guzmán». El pre-bendado,
antes de llegar a la sede lagunera, se había doctorado en la Universidad de
Caracas, pasando luego a la península donde fue examinador sinodal en la catedral
de Sevilla y prebendado de la seo de Cádiz.12 En cambio, a la hija de Francisca Ra-mírez
Perdomo, Rosario Alvelo Ramírez, sobrina segunda de la religiosa, le lega «un
anillo que me dejo mi hermana Dª Beatriz Perdomo, el mismo que me entrego su
madre y mi sobrina Dº Francisca Perdomo Bethencourt». De igual modo deja como
herederos universales del resto de las propiedades a Vicente Perdomo y Ana de Alvelo
y Perdomo, los cuales la habían acogido en su casa13.
Vemos cómo la relación familiar propició documentación que nos acerca a la realidad
de una parte de la sociedad realejera y a los vínculos familiares de los Alvelo Ramírez.
A ello debemos sumar las relaciones y posición de la familia en el siglo XIX. En este si-glo
de cambios, se agrupa la naciente burguesía agraria para enfrentar la realidad so-
(10) AHDLL, Fondo pueblos, legajo nº 41. La
otra imagen a la que hacen referencia, ubica-da
en Santiago Apóstol, la identificamos con
la actual Verónica, apoyándonos en un análisis
formal de ella y en la tradición oral que la iden-tifica
con la antigua imagen.
(11) AHPT, PN 3551.
(12) M. Hernández González, Reforma Ilustrada
y emancipación nacional: El papel de los cana-rios
en la Universidad de Caracas, 1998, pp.
447-461.
(13) AHPT, PN 3549.
Imagen de San Agustín. Parroquia de
Ntra. Sra. del Carmen. Los Realejos.
Dolorosa. Parroquia de Santiago
Apostol. Los Realejos. años 60.
San Agustín por la calle trasera y
convento sobre años 50.
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cial y económica que la rodea. En este contexto, parece jugar un papel principal en la
sociedad realejera José Alvelo y Ramírez, hijo de los propietarios de la casa objeto de
estudio, que se nos presenta como un prototipo de burgués. Desde el siglo XVII eran
frecuentes los enfrentamientos entre los vecinos, pequeños propietarios, y los frailes
agustinos del convento de San Juan Bautista por el uso de las aguas. «Las aguas del
Convento» se originan con la sesión, por parte de la hacienda de Los Príncipes, del
caudal generado por el hueco del tamaño de una moneda en la caja receptora de los
nacientes de agua del Adelantamiento Mayor de Canarias en mayo de 164814. Como
ha estudiado el profesor Adolfo Arbelo, la disputa se plantea por la continua merma
de los derechos de los vecinos de los Realejos Alto y Bajo, al no poder regar sus sitios
y tener que destinar el líquido únicamente al consumo doméstico. El enfrentamiento
se prolonga hasta el siglo XIX y afecta al nuevo dueño de las propiedades del conven-to
de San Juan, don Ignacio Llarena y Franchy (La Laguna, 1777-La Orotava, 1853)15
después de la desamortización de los años treinta. En 1846, un sector de la burguesía
local decide alejarse de los pleitos por el agua y crear la primera comunidad de aguas
moderna de este lugar. En ese año de 1846 se funda la Comunidad de Aguas de los
Realejos, compuesta por algunos de los principales propietarios, burgueses, del lugar.
Entre los accionistas se encontraban personas como José López Barroso, Tomás Gri-jalva,
Francisco Yanes de las Casas, párroco del Realejo Bajo, José María Hernández,
que actuaba como vicepresidente, el escribano Miguel Quintín de la Guardia, José de
Alvelo y Ramírez, que actuaba como vicesecretario, o el gobernador militar de Los
Realejos, Cándido Chaves de la Guardia, entre otros.16 Lo que nos ayuda aún más a
situar a nuestro propietario en el contexto social del lugar como un destacado miem-bro
de la burguesía agraria de Los Realejos. Las aguas que pretendían explotar, a una
participación por cabeza, eran las de Gordejuela por debajo del molino, la fuente del
Viñátigo, los nacientes de Mesa en la cumbre, el del barranco del Almagre y los dos
de la Maljurada.
Volviendo a la edificación estudiada, la primera cita de la casa en el registro de la pro-piedad
se refiere a doña María del Rosario Alvelo y Ramírez como soltera de sesenta
años y como propietaria, tras la partición de los bienes de su padre en 1844. El in-mueble
quedó en manos de ella y de su hermano José Alvelo, que pagó por parte de
ella dos mil setecientos setenta y cinco reales, logrando mayor control sobre la casa.
Don José de Alvelo y Ramírez, (Realejo Bajo, 1808-1865)17 fue uno de los propietarios
destacados del lugar. Era dueño de varias casas y terrenos en sus límites. Además de
la vivienda tratada, poseía una casa en la Cascabela, una en el Cantillo y otra en el
callejón de Toste, en el casco del Realejo Bajo. En tierras contaba con una parte de la
hacienda de La Coronela, una suerte de tierras en la Madre Juana, otra llamada «de
la Monja» en Tigaiga, otras suertes en los Petos, en la Cruz de Toste, en la Laja y una
huerta de arcasón, materia vegetal usada, entre otros fines, para hacer los aros de las
barricas. Parece controlar gran parte del patrimonio familiar.
Transcurridos los años, y una vez fallecido José Alvelo sin realizar testamento ni tomar
estado, la propiedad pasó a manos de su sobrino Antonio Alvelo y Herrera, conocido
popularmente con los mismos apellidos de sus tíos, Alvelo y Ramírez. Era natural de
Arico, pero al igual que sus antepasados residía en el Realejo de Abajo, por lo que
podemos entender su lugar de nacimiento como circunstancial o como el lugar de
residencia de sus padres tras el regreso de América. Sobre la figura del nuevo pro-pietario
podemos decir, por ahora, que era una persona integrada plenamente en la
sociedad realejera del momento. Alvelo Herrera pertenecía a la burguesía del lugar,
en una sociedad que experimentaba profundas transformaciones. La propiedad de
la tierra cambiaba de manos tras la desamortización de los bienes conventuales;
las heredades habían pasado a foráneos y, tras la supresión de los mayorazgos, las
grandes haciendas seguían perteneciendo a dueños ausentes de la vida local18. Así
pues, los medianos y pequeños propietarios del lugar decidieron tomar parte activa
en los cambios que se sucedían en un siglo XIX convulso social y políticamente.
Miembros de la élite local apostaron por el cambio, como único medio para mejorar
(14) Camacho y Pérez-Galdós, La hacienda de
Los Príncipes, 1943.
(15) Rodríguez Cabrera, «Devenir histórico de
la Venerable Hermandad - Cofradía de Nues-tra
Señora del Carmen»,.en Vitis Florigera. La
Virgen del Carmen de Los Realejos, 2013, pp.
367-399.
(16) Archivo Histórico Provincial de Tenerife (en
adelante AHPT), PN: 3546.
(17) AHDLL, Fondo parroquial de Nuestra. Se-ñora
de la Concepción de Los Realejos, libro
41, f. 127.
(18) Las haciendas vinculadas a los conventos
agustinos de Los Realejos habían cambiado de
manos, ahora de Llarena y Franchy. Las otras
dos haciendas «principales» del lugar Los
Príncipes y La Gorvorana, pasaron a manos de
emigrantes canarios retornados, algunos de
los cuales vivieron entre sus muros en la pri-mera
generación o alternaron residencias. En
cambio, otros, como los bienes del mayorazgo
de Castro, siguieron en las mismas manos has-ta
bien entrado el siglo XX.
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las condiciones del lugar y las suyas propias. Junto a los Espinosa, Grijalva, Gar-cía-
Brito, Chaves o los Rodríguez de la Sierra, Antonio Alvelo Herrera formó parte del
Sexenio Revolucionario. En 1868, dado el malestar general de la sociedad española,
se alzaron en armas desde la ciudad de Cádiz el brigadier Topete y el general Prim,
dando lugar a la llamada «Revolución Gloriosa», que acabó con el exilio de la reina
Isabel II en París. Estos hechos de septiembre tienen eco en Los Realejos, como relata
don José de Cívico y Porto (Cádiz, 1796-Realejo Bajo, 1882 )19 al nuevo dueño de
la hacienda de los Príncipes, Celedonio Camacho y Pino, relatando los cambios de
gobierno en los cargos municipales:
“....este alcalde reunió su Ayuntamiento el 7, y aunque tocó la campana
repetidas veces a instancias de varios patriotas, no viniendo nadie se retiraron a las
2 de la tarde sin haber novedad; ya después de oraciones, en la plaza se reunieron
los patriotas y la música y varias personas y al son de los instrumentos pasaron al
Ayumto y eligieron una Junta Provisional cuyo presidente es Dn Andrés Hernández,
vice presidente Dn. Fernando García, vocales Dn Telesforo Chaves, Dn Agustín Es-pinosa,
Dn. Pedro Albelo, Dn José y Dn. Domingo Rodríguez de la Sierra hermanos,
Dn Antonio Albelo y Ramírez y Dn. Marcos Toste del Castillo, el secretario es Dn.
Pedro Albelo, constituida la junta salió con la música paseó las calles y estuvo en
la plaza. Del pueblo de arriba bajó una comisión para que esta junta y música
subiesen para ellos arreglar su pronunciamiento, que se verificaron, nombrando de
presidente a Dn Nicolás Grijalva, el padre, que estaba durmiendo en su cama y le
hicieron levantar, vicepresidente Dn. Cándido Chaves, vocal secretario Dn. Mateo
García, Dn Pedro Rodríguez de la Sierra y otros más que no tengo presentes”.20
La información recogida en el archivo de la hacienda de Los Príncipes por don Gui-llermo
es muy interesante, vital, pues tras la quema del exconvento de San Andrés
y Santa Mónica, Ayuntamiento del Realejo Bajo en 1952, se perdió gran parte de la
historia del lugar. Don José Cívico añade más datos de la celebración de la Gloriosa,
y así relata cómo «hubo música por las calles anoche llevando una bandera española
y el retrato de Espartero, dando vivas a la situación, hasta ahora hay orden». Los
protagonistas de este nuevo gobierno, entre otras iniciativas, tuvieron la de la crea-ción
de un camposanto en los terrenos de la hacienda para solucionar los problemas
sanitarios de San Francisco, pero no lo consiguieron por la negativa del administrador
del heredamiento y del párroco a bendecir el terreno delimitado por los regidores y
los médicos de ambos municipios; negativa que le costó el puesto al párroco como
beneficiado de la Concepción.21
En el momento de la inscripción de la casa de la calle La Alhóndiga a nombre de
Alvelo Herrera, la vivienda debió de estar inmersa en un proceso de ampliación,
inconcluso por sus tíos, apareciendo descrita como una casa «sin concluir de edificar,
en parte de un piso y en parte de dos», añadiendo que en parte estaban en estado
«ruinoso» y aportando datos como que en la casa se habían utilizado vigas de tea
y pinsapo, y estaba todo cubierto de teja. Esto nos puede hablar de un proceso de
ampliación o mejora de la edificación, que quedó inconcluso y que tuvo que acabar
Alvelo Herrera. También nos hace pensar, como lo más probable, en un proceso de
ampliación de la edificación, difícil de identificar tras las alteraciones sufridas para
su adaptación a centro educativo. Don Antonio, al igual que sus tíos, no contrajo
estado, y murió en el Realejo de Abajo el 25 de septiembre de 1888. Tras un proceso
jurídico, pues no había testado, la hereda, en 1890, su hermana Amelia Alvelo Herre-ra.
Ella debió de mantener la propiedad, aunque residía en la capital de la isla. Tras
su fallecimiento en diciembre de 1918, la titularidad pasa a manos de su hijo José
Manuel Alvelo, soltero como su tío, que residía en Santa Cruz de Tenerife. Madre e
hijo parecen no mantener la notoriedad social de sus antepasados, de hecho residían
fuera del municipio. El nuevo propietario mantiene la casa en sus manos hasta que
decide venderla y desvincular el apellido Alvelo del devenir posterior del edificio. El 30
de julio de 1923, enajena la finca a favor de Nicolás González Abreu.
(20) Camacho y Pérez-Galdós, La Hacienda de
Los Principes, 1943, pp. 61–62.
(21) Idem, pp. 62-63.
(19) González Guillama y Rodríguez Cabrera,
La música en Los Realejos. La Filarmónica del
Realejo Bajo. 2006, pp. 27.
Celedonio Camacho Pino. Col.
Particular. La Palma.
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González Abreu era esposo de Manuela del Carmen Pérez. El matrimonio había to-mado
una destacada posición con la compra de otras viviendas en la zona. Como
ejemplo, citamos la casa del farmacéutico Cipriano de Arribas y Sánchez (Ávila,
1848-Realejo Alto, 1921) en la esquina sur de la plaza de Joaquín García Estrada en
la misma década que la que es objeto de estudio. Posición que llevó al matrimonio a
hacerse responsable de la mayordomía de la imagen del Señor en el Huerto de la Igle-sia
del Carmen, escultura que tras la llegada a la iglesia de las agustinas, proveniente
del convento franciscano, pierde parte de su patrimonio. El matrimonio encarga una
nueva imagen del ángel confortador, entre los años 1943 y 1945, a un taller de ima-ginería
religiosa peninsular.22 A ello se añadía el tener que correr con los gastos de
su culto. De esta manera se sumaban al proceso de renovación de la semana santa
del Realejo Bajo tras la Guerra Civil. Su patrocinio del lugar se ejemplifica, una vez
más, cuando, tras la quema del exconvento de San Agustín, se traza una nueva iglesia
para Nuestra Señora del Carmen. El trabajo se inicia con la creación de un patronato
para la recaudación de fondos destinados a la reconstrucción, compuesto por gentes
del lugar y del resto de la isla. La contribución del matrimonio González del Carmen
se traduce en una máquina para medir el tiempo, un reloj para la torre. En 1966 se
coloca en la torre la máquina, obra de Viuda de Murua, de Vitoria. Este reloj electro-mecánico23
es el ejemplo más palpable de su legado al pueblo.
Tras pasar a sus manos, en la casa habitaron algunos de los hijos de don Tomás
Hernández y doña Angelina Hernández, como el secretario municipal de Los Realejos,
luego de San Cristóbal de La Laguna y del consistorio de Santa Cruz de Tenerife, don
Tomás Hernández y Hernández y su esposa doña Candelaria González del Carmen
(+ Santa Cruz de Tenerife, 2003) hasta los años cuarenta. Además de los cargos pú-blicos,
Tomás Hernández fue responsable de la Sociedad Cultural y de Recreo Casino
Realejos, presidencia que ocupó en la Segunda República. Entre 1932 y 1934 prime-ro,
y, después de una corta etapa de Pedro Rodríguez Siverio, entre 1935 y 1937, llevó
su representación. Tras el mandato de Hernández, no se desarrollan nuevas juntas de
gobierno en la sociedad cultural hasta el año 1946.24 Una vez es Tomás Hernández
trasladado al cargo de la capital de la isla, pasa a residir, en la casa, su hermana doña
Rosalía Hernández, esposa de don Luis González del Carmen, últimos habitantes, a
los que les llega por vía hereditaria de sus padres, Nicolás González y Manuela del
Carmen, en 1955.
El incendio del último edificio conventual de Los Realejos, el exmonasterio de San
Andrés y Santa Mónica, en febrero de 1952, obligó a todas las instituciones a las
que daba cobijo, Ayuntamiento, banda de música «La Filarmónica» y el centro de
enseñanza San Agustín –tras su fundación en los años cuarenta– a buscar un nuevo
espacio para poder dar continuidad a su actividad. Con este panorama y a la espera
de la construcción de un edificio de nueva planta, que nunca llegó a plasmarse más
allá del papel, los responsables de la academia tuvieron que buscar una sede pro-visional.
Tras pasar por varios inmuebles del entorno de la plaza de Joaquín García
Estrada, se decidió su ubicación en el inmueble tratado, que resultó ser el definitivo.
En un primer momento, 1958, se firmó un contrato de arrendamiento entre Luis
González del Carmen y Rafael Yanes, que duró varios años, por un importe anual de
1.500 pesetas. Tras este tiempo, se logró un acuerdo de compraventa entre ambas
(22) Actualmente retirada del culto y sustituida
por una versión sudamericana, que intenta re-medar
el ángel dieciochesco del paso similar
de La Laguna conservado en la clausura de las
monjas claras de la misma urbe, lo que le resta,
aún más, valores artísticos.
(23) Debo este dato al relojero Daniel Mato
Jara, que ha empezado a poner en valor estas
máquinas, un apartado olvidado del rico pa-trimonio
de las Islas. Participé el pasado 8 de
julio, junto a él, en una conferencia sobre los
relojes históricos de Los Realejos desarrollada
en la Sociedad Cultural y de Recreo Casino
Realejos.
(24) Es entonces cuando se inicia la presidencia
de Domingo González García, que pasa ese
mismo año a manos de Joaquín García-Estra-da,
por periodo de un año.
Tomás Hernández
Cándido Chaves Estrada. Años 20.
Sociedad de Realejo Bajo.
Archivo Ayto. de Los Realejos
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CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº14, 2015
partes, que se materializó en 1963. Es a partir de esta fecha cuando la institución la
asume como sede y la vincula definitivamente a la enseñanza y al imaginario colec-tivo,
no solo de Los Realejos, sino también de muchos de los alumnos que pasaron
por sus aulas, procedentes en gran parte del norte de la Isla. Con su director al frente,
Rafael Yanes Pérez (Los Realejos, 1920-2008), la corporación creció y alcanzó su
punto álgido. Luego, el devenir de los tiempos y la mano del hombre motivaron la
conclusión de su historia, de su labor educativa.
Lo expuesto hasta este momento persigue varias ideas. Por un lado, dar a conocer
a la antigua familia propietaria, los Alvelo25, que han permanecido en el olvido. Por
otra, permitir un acercamiento a la evolución y a las características arquitectónicas
del edificio, profundizar en la historia de la arquitectura civil del municipio; poner
en valor una parte, fundamental, del patrimonio que ha permanecido olvidada y de
la cual ya han desaparecido magníficos ejemplos en el siglo XX. Con la compra del
inmueble para ser sede del colegio San Agustín, se vinculó a esta institución y a su
director con la vida del pueblo. Al equipo que se puso al frente se debe la adaptación
de los espacios a la actividad académica, respetando gran parte de las distribuciones
y elementos originales de la casa, y destinando las huertas a la construcción de nue-vas
aulas y espacios de equipamiento deportivo.
Tras el fin de la actividad educativa, el inmueble permanece cerrado a la espera
de darle un nuevo uso. Después de la muerte de Rafael Yanes en el año 2008, sus
herederos han mantenido la propiedad. En 2014 se ha formalizado su compra por
parte del Ayuntamiento de Los Realejos para ser sede de la sociedad musical «La
Filarmónica» y de un museo de la educación. El edificio, al igual que gran parte de
la zona, se incluye en el perímetro de la declaración BIC del núcleo de San Agustín
de mayo de 2008, lo que ha permitido, junto a otros factores, su conservación. La
realidad económica y cultural de las islas y en particular del municipio de Los Realejos
nos debe hacer pensar en una nueva visión de este legado.
Archivos:
Registro de la Propiedad de la Orotava.( R.P.O.), libro nº 1 del Realejo Bajo, finca nº 1.
Archivo Histórico Provincial de Tenerife.
Archivo Histórico Diocesano de Tenerife.
Bibliografía:
AAVV. Vitis Florigera. La Virgen del Carmen de Los Realejos, Los Realejos,
2013.
Camacho y Pérez-Galdós, Guillermo, La hacienda de Los Príncipes, Instituto de
Estudios Canarios, La Laguna, 1943.
González Guillama y Rodríguez Cabrera, La música en Los Realejos. La Filar-mónica
de Realejo Bajo, Ayuntamiento de Los Realejos, 2006
Hernández González, Manuel, «Reforma ilustrada y emancipación: El papel de los
canarios en la Universidad de Caracas», Universidad de Alcalá de Henares, 1998.
Hernández García, José Javier, Los Realejos y la imagen de Nuestra Señora del
Carmen, ACT, Santa Cruz de Tenerife, 1990.
Martín Rodríguez, Fernando Gabriel, Arquitectura doméstica en Canarias, ACT,
Santa Cruz de Tenerife, 1978.
Marrero Real, Damián y Martín Encinoso, Marcelino, Colegio San Agustín de Los
Realejos. 1945-1994, Ayuntamiento de Los Realejos, 2004.
Yanes Pérez, Rafael, Autobiografía del Fundador y director del Colegio San
Agustín, Ayuntamiento de Los Realejos, 2004.
(25) En otros documentos la familia aparece
citada como Albelo, denominación que se in-tercala
en la documentación. Hemos usado la
presente por ser la empleada por los propietar-ios
de la casa en el Registro de la Propiedad.
Calle del Terrero, ahora La Alhóndiga.
s. XIX.