CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias Nº18, 2020 053
1/2 hora jugando a
los dados, de Agustín
Espinosa, para Jorge
Oramas, trágica
orfandad que continúa
Celestino Celso Hernández
La conferencia Media hora jugando a los dados, que su autor, Agustín Espinosa,
pronunciara en el Círculo Mercantil de Las Palmas de Gran Canaria el atardecer
del jueves 20 de abril del año 1933, e impresa por el propio Espinosa poco des-pués,
en el mes de julio de ese mismo año, nos es posible leerla íntegramente en
veinte minutos de lectura sin prisas. El motivo de la conferencia es bien conocido,
una exposición del pintor Jorge Oramas, la primera de las dos únicas exposicio-nes
individuales que pudo realizar en su corta existencia. Agustín Espinosa se
propuso una aportación crítica y literaria como contribución a la vida, signo y obra
del pintor José Jorge Oramas, ampliándonos, además, la intención que tuvo con
su conferencia:
Entonces fue cuando nació en mí la utopía de una conferencia que
hiciera concurrir, aunque fuera por unos momentos, la curiosidad po-pular
en torno al caso José Jorge Oramas.
Estas afirmaciones de Espinosa las hemos extraído de la «explicatoria nota», en
palabras del propio escritor, que este redactara e incluyera con posterioridad a
la lectura de su conferencia, como prólogo o explicación en el texto que de ella
se editó. Así nos lo indica Eugenio Padorno en su prólogo a la edición de Crimen.
Media hora jugando a los dados, en Libros del Innombrable, en Zaragoza, el año
1999, como número 13 –precisamente ese número– de la Biblioteca Golpe de
Dados, nombre de colección difícilmente superable para incluir el texto de Espi-nosa.
Nos recuerda Eugenio Padorno que
La disertación tuvo divulgación impresa aquel mismo año; es un folle-to
que no alcanza las treinta páginas; en la portada, el título de la pu-blicación
y el nombre del autor carecen de mayúsculas y entre ambos
elementos hay un dibujo que representa un cubilete, un par de dados
sobre un tablero del juego de damas.1
(1)Agustín Espinosa, Crimen. Media hora jugan-do
a los dados, Prólogo de Eugenio Padorno, ed.
Libros del Innombrable, Zaragoza, 1999, p. XVI.
Agustín Espinosa, Media hora jugando a
los dados, 1933.
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He tenido oportunidad de coger en mis manos esta publicación de Agustín Espi-nosa
en ediciones posteriores, y también un ejemplar de la primera edición que
amablemente nos ha cedido un apasionado coleccionista de obras y documentos
de arte. Tuve curiosidad no solo por la edición en sí misma, y por su contenido,
desde luego, sino también por su portada, dato que no suele ser habitualmente
citado. Por suerte, una compañera de junta del Instituto de Estudios Hispánicos
de Canarias, a nuestro requerimiento, nos facilitó la autoría de la portada de Me-dia
hora jugando a los dados, que corresponde a Felo Monzón, destacado artista,
muy vinculado a la Escuela Luján Pérez, que incluso la dirigió, compañero y amigo
de Jorge Oramas, a quien, como decimos, y a su obra, iba dirigida la conferencia.
José Miguel Pérez Corrales, uno de los estudiosos más importantes de Agustín
Espinosa, si no el que más, ha llegado a afirmar en su texto «Media hora jugando a
los dados y otros escritos de 1932 y 1933», incluido en la publicación del mismo
título, que la conferencia y texto «Media hora jugando a los dados es –y creo que
lo será hasta el fin de los tiempos– la conferencia más extraordinaria que se ha
dado nunca en Canarias»2. Considerarán ustedes que, de un modo juicioso, lo
más oportuno que yo podría hacer ante tal aseveración es que procediera a dar
lectura íntegra, sin más, al texto que a su vez pronunció don Agustín, hace ahora,
exactamente, ochenta y seis años, siete meses y veintisiete días. Deberán discul-par,
pues, mi atrevimiento a realizar una lectura de un texto propio, si acaso con
el argumento en mi favor de que la lectura del inigualable texto de don Agustín
Espinosa la podrán llevar a cabo ustedes en cualquier momento, en múltiples
lugares, incluyendo aquellos más agradables y cómodos que este de una sala de
conferencias en donde ahora nos encontramos.
Así pues, una de las madrugadas en la que me desvelé, como me sucedió tam-bién
en algunas otras madrugadas desde que la sobrina de don Agustín, Margari-ta
Rodríguez Espinosa, me invitara a participar en las actividades para la celebra-ción
del ochenta aniversario del fallecimiento de su tío, creí haber encontrado el
modo adecuado de atender dicho encargo. Sin embargo, cuando logré pasar del
estado de somnolencia, con el que me había desvelado, a tener la certeza de que
amanecía un nuevo día, pude entender que en realidad había estado sumido en
varias ideas, que flotaban como parte de los distintos sueños en los que, como
sabemos, nos vemos sumidos a lo largo de la noche. Pese a todo, y tratándose
de contribuir a la memoria del más destacado autor de narrativa surrealista en
estas islas de Canarias, incluso en las letras del surrealismo español, como lo fue
Agustín Espinosa García, opté finalmente por no desaprovechar aquellas ideas
que surgieron entre el estar dormitando y empezar a estar despierto.
Me encontraba en la plaza de Santa Ana cuando, de pronto, me dio la impresión
de que la intensidad de la luz del día había descendido, aunque ya estuviéra-mos
en primavera, de modo que esa merma de claridad me indicó que, muy
probablemente, se acercaba la hora de la conferencia. Me fijé en el reloj situado
en la torre derecha que se alza junto a la antigua calle del Reloj, precisamente,
antes calle de las Vendederas de la Santa Iglesia Catedral Basílica de Canarias
de Santa Ana, que es su nombre al completo. Quería comprobar que aún me
quedaba margen suficiente de tiempo antes de las seis de la tarde, hora fijada
para el inicio de la conferencia. Giré nuevamente el cuello, algo desconfiado,
he de decirlo, pues me pareció recordar que había leído en alguna hemeroteca
que este reloj de la parroquia de Santa Ana se había averiado y que así había
(2)Agustín Espinosa, Media hora jugando a los
dados. Textos 1932-1933, edición de José Mi-guel
Pérez Corrales, Insoladas, Tenerife, 2018,
p. 285.
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estado demasiado tiempo, no fuese que siguiera en avería y fuera yo a confun-dirme
de hora, llegando tarde y con el conferenciante habiendo iniciado ya su
intervención. A fin de cuentas, y al decir de Manuel de Paz Sánchez, estamos
hablando del «reloj público más antiguo del Archipiélago», con referencias des-de
la temprana fecha para estas islas del año 1515, en una orden «por la que
se establece que el reloj se suba a la torre de los caracoles, aún sin terminar».
Bien es cierto que aquel primer reloj del siglo XVI, venido de Flandes, tuvo sus
sucesores: en el siglo XVII, en este caso traído de Londres, y en el siglo XVIII, el
actual, proveniente también de la capital británica por medio de la casa Cólo-gan,
en el año 17753. La fachada de esta iglesia catedral, de estilo neoclásico,
en la que se encuentra este reloj, se remató a partir de junio de 1781, con la
dirección de obra de Diego Nicolás Eduardo, hasta 1798, año en que falleció
este secretario del Cabildo catedralicio de Las Palmas. Fachada que continuó
José Luján Pérez, nombrado director de obra en 1804, quien siguió los planos
de su maestro, Diego Nicolás Eduardo, y que remataría, a partir de 1853, el
arquitecto civil oficial de Canarias, Manuel de Oraá, y que aún se continuaría
hasta 1895, bajo nuevas direcciones de obras.
Me puse, pues, en camino desde este histórico barrio de Vegueta, dejando a la
izquierda de la plaza las Casas Consistoriales y descendiendo por la calle Obispo
Codina, para atravesar el antiguo puente de Piedra o Verdugo, nombre que debe
a Manuel Verdugo y Albiturría, primer obispo nacido en estas islas, que dirigió la
Diócesis de Canarias en el año de 1796. Puente sobre el barranco de Guiniguada,
cauce que ahora ha quedado cubierto por una autovía, y desde él alcanzar, al otro
lado, la calle Muro, junto a la Plazuela, justo el lugar en el que Jorge Oramas presen-taría
la segunda y última exposición individual en vida. Ascendí por la ligera pen-diente,
dejando a mano izquierda el Centro Cultural Cicca, lugar de varias de mis
visitas, básicamente para ver exposiciones. Desde aquí alcancé la plaza Cairasco,
coronada por el Gabinete Literario, lugar también de mi interés por sus exposicio-nes,
con su destacada fachada neoclásica con decoración modernista, realizada a
fines del siglo XIX por los arquitectos Fernando Navarro y Rafael Massanet. A mitad
de la plaza, en su costado derecho, pensé que aún me quedaba tiempo para tomar
algo en el café del hotel Madrid, espacio de gran arraigo en el mundo cultural de
esta ciudad, lugar de encuentro de escritores, artistas, músicos y gente del teatro
que suelen recalar por aquí después de sus presentaciones, inauguraciones y ac-tuaciones.
Proseguí mi recorrido y descendí por la calle Malteses hasta doblar a la
izquierda, hacia la calle Cano, pasando de inmediato, a mano derecha, frente a la
Casa Museo de un grande de las letras del siglo XIX, Benito Pérez Galdós. Continué
avanzando a través de este otro barrio histórico de la ciudad, del mismo nombre
que el afamado barrio sevillano, Triana, dejando a media calle, también hacia la
derecha, el Museo del Poeta Domingo Rivero, para llegar finalmente a la calle San
Bernardo, dirección en la que iba a tener lugar el acto al que me disponía a acudir.
Me encontraba al final de la calle Cano y al inicio de otra calle, que lleva el nombre
del primer gran historiador de estas islas, Viera y Clavijo, nuestro ilustre arcediano,
natural del mismo municipio, Los Realejos, en el que Agustín Espinosa residiría sus
últimos días y donde fallecería el 28 de enero de 1939.
Subí un pequeño tramo de la calle, por su lado derecho, hasta situarme junto a un
pasadizo de nombre Pasaje Emilio Regidor Cortés, en el que descubrí una placa
que recuerda a otro de los grandes del pensamiento y las letras, en este caso del
siglo XX, en España:
(3)Manuel de Paz, «Horologia canariensis. Con-tribución
a la historia del reloj público en Cana-rias
», Anuario de Estudios Atlánticos, nº 58, pp.
595-642, Las Palmas, 2012.
Agustín Espinosa,«Media hora jugando a
los dados» en Avance.
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El célebre escritor y filósofo Don Miguel de Unamuno visitó esta ciudad
en el año 1910 con motivo de la celebración de los I Juegos Florales.
En sus artículos y discursos se recogen las impresiones de esta visita,
así como su relación con escritores, políticos y vecinos de la Ciudad y
de la Isla. El Círculo Mercantil de Las Palmas, la Real Sociedad Econó-mica
de Amigos del País y la Junta de Cronistas Oficiales de Canarias.
Homenaje en el centenario (1910-2010). Las Palmas de Gran Cana-ria,
22 de septiembre de 2011.
Cuánto debió desear don Agustín haber estado allí en ese momento, pero ade-más
de su aún corta edad, él no llegaría a esta ciudad a tomar posesión como
catedrático del Instituto de Bachillerato de Las Palmas hasta el 1 de noviembre
de 1928. E incluso, en ese año, continuaría desde allí camino de la isla de Lan-zarote
destinado como Comisionado Regio al recién creado Instituto de Arrecife,
del que será su primer director, pronunciando el discurso inaugural el 28 de oc-tubre
de ese mismo año. En ese discurso Espinosa glosó la figura literaria de José
Clavijo y Fajardo, objeto de su tesis, que había leído en Madrid el año 1924 y que
formará parte de una de sus más destacadas creaciones literarias, Lancelot 28º
7º, que publicó en otoño del siguiente año, 1929. Y cuánto hubiese deseado,
a su vez, don Miguel de Unamuno no haber tenido que volver por estas islas,
como tuvo que hacer el 12 de marzo de 1924, esta vez a la isla de Fuerteventura,
desterrado por sus ataques, desde su puesto de vicerrector de la Universidad de
Salamanca y decano de su Facultad de Filosofía y Letras, dirigidos al rey Alfonso
XIII y al general Miguel Primo de Rivera, que ejercía en realidad el poder desde su
pronunciamiento del 12 al 13 de septiembre de 1923, que iniciaba el Directorio
Militar y Dictadura con la aquiescencia del propio rey. Mi recorrido por esta calle,
después de otear hacia su parte alta el Palacete de San Bernardo, convertido en
sede de la Presidencia del Gobierno de Canarias, concluyó en el portal del Círcu-lo
Mercantil de Las Palmas, lugar al que realmente me había dirigido. La fachada
y el portal ante los que ahora me encontraba no me produjeron precisamente
una impresión satisfactoria, con un diseño de edificación nada destacado. Y, por
si algo faltaba, sobresalían más los escaparates de una muy conocida tienda de
ropa que el propio letrero en el que se indicaba que allí tenía su sede el Círculo
Mercantil. En el margen izquierdo del portal de acceso pude descubrir una nueva
placa, incrustada sobre la pared, con la siguiente leyenda:
En este lugar, que fue convento de la Concepción de San Bernardo,
desde el S. XVI al S. XIX, se estableció el Círculo Mercantil, el 23
de junio de 1920. El excmo. Ayuntamiento de Las Palmas de Gran
Canaria. Noviembre de 1994.
Círculo Mercantil, Las Palmas de Gran Canaria.
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Como quiera que no me había entretenido en demasía en el trayecto hasta el
Círculo Mercantil, aún tuve algo de tiempo, antes de pasar al interior, para hacer
memoria y repasar distintos datos y momentos de la vida y trayectoria del artista.
Las angustias y espantos me devolvieron de sopetón al escenario de la conferen-cia,
que era el motivo por el que había yo acudido y a la que se debe, a su vez, el
texto que, para el caso, vengo desgranando. Me remití a la consulta de algunas de
las ediciones que, por mi parte, había conseguido reunir sobre la conferencia y el
texto editado, con su prólogo, de Media hora jugando a los dados. Y volví a la «ex-plicatoria
nota» que nuestro escritor preparó para la edición de su conferencia,
para recordar una vez más su motivo principal, que fue el germen de su creación
literaria, paralela a la creación plástica del pintor Jorge Oramas.
En esa nota, o prólogo, Agustín Espinosa nos ofrece detalles de las circunstan-cias,
ciertamente surrealistas, que se dieron en torno a y a cuenta de su interven-ción
en el Círculo Mercantil de Las Palmas:
La conferencia se anunció mal. El día que vino el público no acudió el
conferenciante. El día que acudió el conferenciante, se olvidó de venir
el público. El día que coincidieron ambos, el fluido eléctrico hizo novi-llos
imprevistamente, y el que esto escribe tuvo que hablar entre dos
quinqués de petróleo que un diario local llamó «tímidos velones» y que
hubiera llamado mejor «intimidantes», porque hacían daño a la vez a
los ojos de todo el cuerpo en vilo y de toda alma en novecientos.
Los periódicos del siguiente día –con la única excepción de Avance–
silenciaron todo lo que en torno al nombre de José Jorge Oramas, por
boca de mi boca, sucedió el anochecer del día 20 de abril próximo
pasado.
Indagando para este trabajo por nuestra parte en búsqueda de documentación,
encontramos, casi por casualidad, una pequeña nota en la página 5 del periódico
Avance, de abril de 1933, en la que, bajo el título «Se aplaza la conferencia de
Agustín Espinosa», se indica lo que sigue:
La conferencia que en la tarde de hoy debía pronunciar en la Exposi-ción
Oramas nuestro querido amigo el catedrático y escritor Agustín
Espinosa, bajo el título «Media hora jugando a los dados», ha sido
aplazada para el jueves próximo a la seis de la tarde.
Josefa Alicia Jiménez Doreste, autora de la monografía dedicada a Jorge Oramas
en el número 2 de la Biblioteca de Artistas Canarios, editada el año 1991, nos
indica sobre estos hechos:
Siempre me he preguntado si Oramas fue las tres veces a oír la con-ferencia
o solamente el día que el «fluido eléctrico» dejó de funcionar.
El pintor asiste a la inauguración y en la oscuridad de la sala atiende perplejo a las
palabras del poeta, que seguirá siéndolo al ejercer de crítico de arte 4.
Contamos, además, con el testimonio de un contemporáneo de Oramas, un año
y siete meses mayor que él, Felo Monzón (Las Palmas de Gran Canaria, 1910-
(4)Josefa Alicia Jiménez Doreste, «José Jorge Ora-mas.
Vivir el suspiro», en José Jorge Oramas. Me-tafísico
Solar, MNCARS, Madrid, 2003, p. 150.
Placa Círculo Mercantil en Las Palmas de
Gran Canaria.
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1989), muy vinculado también, como hemos dicho, a la Escuela Luján Pérez. En
su opinión, a Oramas
Le gustó la conferencia y quedó sorprendido, como todo el público
oyente, ya que se trataba de un discurso surrealista. Jorge Oramas
la aceptó, pero sin expresar una opinión clara sobre ella, quizá por
falta de seguridad, pero de lo que sí estoy seguro es de que captó la
importancia que le estaba dando a su obra.5
Para Juan Manuel Bonet, especialista en el comisariado y la crítica de arte, parti-cularmente
interesado en la persona y la obra de Jorge Oramas, y al que volver-mos
a hacer referencia, el título de la conferencia de Agustín Espinosa
recuerda «Le Cornet à dé’s» (1917) del francés Max Jacob –traducido
al castellano por Guillermo de Torre, en 1924, y para la madrileña
Editorial América, como «El cubilete de dados»–, y también recuerda
a «Hércules jugando a los dados» (1928) de Ernesto Giménez Caba-llero,
muy amigo del escritor de Puerto de la Cruz, que lo imitó en no
pocos aspectos.6
Agustín Espinosa inició su conferencia con un verso del gran poeta, ensayis-ta,
traductor y también crítico de arte decimonónico Charles Baudelaire (París,
1821-1867): Exilé sur le sol au milieu des huées. (Exiliado en el suelo en medio
de abucheos.) Eugenio Padorno, en el prólogo del que hemos hablado, nos ase-gura
que con esa cita «adelanta el significado de que parece empapada la pintura
de Oramas».7 Las frases con las que Espinosa puso cierre a su intervención no
dejan tampoco duda alguna sobre el propósito de su conferencia y sobre la per-sona
y la obra del artista:
La exposición de José Jorge Oramas tiene ya próxima su clausura. Se
irán desclavando, uno tras otro, cada uno de su clavo, los cuadros, e
irán saliendo del salón que los poseyó unas saladas horas.
Yo ansío que antes del cerrajón final haya en su aire diálogos como
éste: –Si te fijas bien, aquí hay dos tipos diversos de cuadros: unos
buenos, y otros, insuperables.
Sobre este propósito volvía a insistir Agustín Espinosa en la «explicatoria nota» a
la edición de la conferencia, para llamar la atención de todos cuantos quisieron
oírle y luego leerle, y que finalizaba con esta frase:
Lo que intento ahora es un ensayo de corrección de todos los suscita-dos
incidentes y un último y desesperado grito de alarma.
Lo dejaba igualmente de manifiesto desde el inicio de ese prólogo, en su segundo
párrafo:
El caso de José Jorge Oramas era –y lo sigue siendo aún– un caso
desnudo. Apremiaba una solución. […] Había que salvar a un ágil mu-chacho
a quien la vida se le revolvía de pronto haciendo su presa en lo
que tenía ya empuje de garra. […] Y parecía que todos nos habíamos
puesto de acuerdo para pactar con el fantasma de la pesadilla, […] El
(6)Juan Manuel Bonet, op. cit., pp. 21-22.
(7)Eugenio Padorno, «Presentación –a estas al-turas–
de Agustín Espinosa», en Agustín Espi-nosa,
Crimen. Media hora jugando a los dados,
2018, p. XVI.
(5)Juan Manuel Bonet, José Jorge Oramas. Meta-físico
Solar, MNCARS, Madrid, 2003, p. 22.
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que así mira y sueña es Jorge Oramas, huérfano de la orfandad más
trágica, de una orfandad de la que toda Gran Canaria es responsable,
de la orfandad de su propia isla, de la orfandad a que todos le hemos
arrojado […]. Todo el que tenga ojos despiertos a las insinuaciones
subconscientes podrá ver, vigilando la entrada de la actual exposición
de paisajes insulares del Círculo Mercantil, a ese muchacho en orfan-dad
extática, de la piedra de mi visión: al Jorge Oramas, en soledad
amarga, que espera de su exposición la solución a su vida de artista
iluminada y trágica.
José Miguel Pérez Corrales nos recuerda que Agustín Espinosa reprodujo un ar-tículo
que había publicado en Diario de Las Palmas el jueves 13 de abril de 1933
con el título «Mártires del insularismo. La trágica orfandad del pintor J. Jorge Ora-mas
», «con vistas a “preparar la atención” para aquel acto».8
Es palpable el hecho de que don Agustín puso de su parte todo su ingenio y todo
su ánimo. También ayudó a esta causa Fray Lesco, seudónimo tras el que aparece
el nombre de Domingo Doreste, personaje al que, por cierto, estuvo dedicada
la edición de la conferencia, fundador de la Escuela Luján Pérez, junto con Juan
Carló, en la ciudad de Las Palmas el año 1918. La Escuela Luján Pérez fue cuna
de la pintura indigenista canaria, y en ella ingresó Jorge Oramas en 1929. Fray
Lesco firma un artículo en el Diario de Las Palmas de 5 de abril de 1933 con el
título «De la exposición de Oramas. Un artista que se define», dedicado a nuestro
pintor, en el que hizo una clara llamada de atención en la misma línea que Agustín
Espinosa. Dice Fray Lesco, Domingo Doreste:
Jorge Oramas, pintando paisajes, tipos o retratos, ha empezado por
donde desearían acabar muchos veteranos artistas. Se ha educado
en estado de inocencia, exento de elucubraciones; ha nacido primiti-vo,
y Dios lo conserve tal.[…] Oramas es un huérfano, absolutamente
pobre. Por añadidura, enfermo. Y esta exposición suya no persigue
sólo una satisfacción de artista. Tiene en cierto modo una finalidad
benéfica. Su producto podrá asegurarle su salud; tal vez la vida.
Sin embargo, la suerte debió de andar en otras cosas por aquellos años y no con
nuestros protagonistas. Y lo decimos en plural, por nuestro pintor, Jorge Oramas,
y por nuestro escritor, Agustín Espinosa, ajeno cuando se ocupó de la conferencia
como contribución a la vida, signo y obra del pintor José Jorge Oramas, a la des-graciada
suerte que también le acaecería, antes de finalizar esa misma década de
los años treinta del pasado siglo XX. No hubo manera de que nuestro pintor pu-diera
sacudirse el aciago destino que pareció acompañarle desde su mismo na-cimiento,
el 9 de noviembre del año 1911, en Las Palmas de Gran Canaria. Hasta
el mismo lugar en el que vino a este mundo ha quedado sujeto a incertidumbre,
fijándolo algunos, erróneamente, en una aldea próxima a Gran Tarajal, Fuerte-ventura,
si bien es cierto que de esa isla procede casi toda su familia, como su
abuelo, marinero de cabotaje entre las islas, que procedía de Tetir. Cuando Jorge
contaba solo con un año y dos meses de vida perdió a su madre, Dolores Oramas,
que falleció de tuberculosis el 4 de enero de 1913, quedando nuestro pintor al
cuidado de su abuela Isabel Navarro y de su tía Carmen Oramas. Su abuela Isabel
trabajaba para el doctor Rafael O’Shanahan, quien mediará para la entrada del
joven pintor en la Escuela Luján Pérez y quien tendrá participación capital en sus
Agustín Espinosa. «La trágica orfandad de
Jorge Oramas», en Diario de Las Palmas.
(8)Agustín Espinosa, op. cit., José Miguel Pérez
Corrales, 2018, p. 285.
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últimos momentos. Su intención de ser pintor no supuso, sin embargo, que deja-ra
su oficio de aprendiz de barbero en las Alcaravaneras. Acudimos, nuevamente,
a Juan Manuel Bonet cuando afirma:
Lo primero que llama la atención en Oramas es la humildad de la con-dición
desde la que se alza a la categoría de artista universal, condi-ción
que lo acerca a otro profesional de la brocha y la navaja, el tam-bién
canario –lanzaroteño– Pancho Lasso. O a un amigo, en Madrid,
de este último: el panadero toledano Alberto Sánchez.9
En 1933, Oramas presentaba en el Círculo Mercantil de Las Palmas la primera de
las dos únicas exposiciones que pudo realizar en vida, y en la que mostró treinta y
tres cuadros. La exposición se convirtió en el objeto central de la conferencia y de
la publicación de Espinosa, motivo este por el que yo, pasados los años, redacto
estas líneas a las que doy lectura. Incluso en este momento, estelar para nuestro
pintor, la mala fortuna volvió a ensañarse con él, como si quisiera negarle un
mínimo de alegría. Un año antes de la exposición, Oramas cayó enfermo, siendo
ingresado en el hospital de San Martín, en la calle Real de San Juan, único cen-tro
hospitalario de la ciudad en esa fecha de 1932. Cuando llegó la exposición,
el 20 de abril de 1933, acudió a ella enfermo, y no precisamente leve. Desde
aquel centro hospitalario, en la zona alta del barrio de Vegueta, y desde la sala de
tuberculosis en concreto, Jorge Oramas pudo fijar su atención y su visión en los
paisajes urbanos que tenía justo enfrente, en el costado de la calle Ramón y Cajal.
Al otro lado del barranco de Guiniguada se alza, en línea ascendente a la alameda
de Colón, el Risco de San Nicolás; a la izquierda de este, en el costado sur del
barranco, siguiendo la calle de Ramón y Cajal hacia la calle Real de San Roque,
el barrio del mismo nombre, Risco de San Roque, y en dirección sur, por el paseo
de San José, el barrio igualmente de ese nombre.
Por las mismas fechas de la exposición de Oramas, abril de 1933, quisieron las
casualidades, o tal vez no, que se pusiera la primera piedra del que iba a ser su
último refugio en esta vida. En efecto, nuevas pesquisas entre páginas de perió-dicos
de aquellas fechas en la hemeroteca del Museo Canario de Las Palmas nos
desvelaron que el sábado 15 de abril de 1933, y en el curso de las celebraciones
del «segundo aniversario de la República Española», así se cita, «se celebró el
acto de colocación de la primera piedra del nuevo Hospital Psiquiátrico en el si-tio
denominado “Hoya de Parrado”, en la carretera de Tafira a Marzagán», citado
también textualmente. Y es que, al año siguiente de la exposición en el Círculo
Mercantil, Jorge Oramas recayó en su enfermedad, por lo que el doctor Rafael
O’Shanahan decide llevarlo al Centro Psiquiátrico en Tafira, asilo de alienados, no
porque ese fuera su padecer, que ya era mucho el que acumulaba, sino pensando
su amigo doctor que en este centro se encontraría con un clima de aire fresco
y seco, más favorable para su dolencia. Estas circunstancias esgrimidas por el
doctor O’Shanahan en favor de su paciente parecen estar refrendadas también
por nuestro escritor, de quien se nos dice que él mismo, en el verano del año
1933, convaleciente, realizaría su veraneo en Tafira Alta, precisamente por mo-tivos
de salud. Volviendo a nuestro pintor, los desvelos del doctor O’Shanahan
tampoco resultaron remedio suficiente, y el día 12 de septiembre del año 1935
Jorge Oramas vio llegar el fin de sus días, cuando le faltaba escasamente un mes
y veintiocho días para cumplir tan solo veinticuatro años.
(9)Juan Manuel Bonet, op. cit., p. 19.
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Menos de un año después de que acabara la dolorosa existencia de Jorge Ora-mas,
comenzaría el calvario de quien había sido su amigo y autor de la conferencia
con la que se inauguró su primera exposición, Agustín Espinosa. El 18 de julio del
año 1936 tuvo lugar un pronunciamiento militar contra el gobierno de la II Repú-blica,
dando origen a una cruenta Guerra Civil que duraría casi tres años, hasta el
1 de abril de 1939. La contienda paralizó, en su práctica totalidad, las actividades
de la Escuela Luján Pérez, en Gran Canaria, como también las de los miembros
de Gaceta de Arte, en Tenerife. Con ese fatídico alzamiento se torcería el destino
de nuestro escritor, que cayó en desgracia ante los nuevos mandatarios. Agota-do,
enfermo y suponemos que invadido de tristeza, desaliento e incomprensión,
vería vencer sus días en su casa familiar de Los Realejos el 28 de enero de 1939,
cuando aún no había acabado la guerra. Su expediente de depuración se vino a
cerrar «por haber fallecido el expedientado», así se anotó a mano, en el mes de la
victoria del bando nacional. Agustín Espinosa fallecía a temprana edad, además
de por las circunstancias trágicas del momento, por un encharcamiento pulmo-nar,
según nos indica una fuente consultada. El registro de enfermos de la Clínica
Camacho recoge en su primer apartado, como «Fecha de ingreso – HC = 29 de
noviembre [1938]. Nombre y apellidos – Agustín Espinosa García. Edad – 41.
Natural – Puerto de la Cruz». En el segundo apartado del mismo registro, bajo el
epígrafe «Operación» se señala: «Úlcera del duodeno – [con una flecha se señala,
arriba del apartado, = operación]: Gastrectomía. Fibroma uterino – Ojo: Histerec-tomía
abdominal subtotal – Cirujano – Dr. Camacho». En el tercer y último apar-tado
del registro, al pie, en la casilla que indica «Resultado» se anota «Curado»,
y en la que indica «Fecha de salida» se apunta «el 17 Enero 1939», añadiendo
al margen el número 319. Fuera de esta casilla, en la parte superior, se añadió la
siguiente anotación: «Falleció de absceso del pulmón en Puerto de la Cruz», junto
con la cifra «28a», con equivocación del anotador al apuntar el lugar.10 Nos asalta
la impresión de que el mismo Agustín Espinosa hubiese dado continuidad, en su
propia persona, a la trágica orfandad con la que había hecho referencia a su ami-go
pintor en aquel artículo de título «Mártires del insularismo. La trágica orfandad
del pintor J. Jorge Oramas», publicado en el Diario de Las Palmas.
A pesar de todo, es posible que Agustín Espinosa haya podido esbozar una son-risa,
al fin, desde dondequiera que se encuentre en la otra vida, cuando haya
llegado a su conocimiento que el museo de arte contemporáneo más importante
de España, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, MNCARS, de Madrid,
presentó el 16 de enero del año 2003 una exposición individual protagonizada
por la obra del pintor al que tanto había dedicado, Jorge Oramas. Él, que había
hecho un llamamiento a la sociedad de Las Palmas y de Canarias, para que fue-se
capaz de descubrir a uno de sus más grandes artistas, habrá podido «ver»
cómo Oramas es uno de los pocos de estas islas que puede esgrimir el haber
protagonizado una exposición individual en el MNCARS, pese a su existencia tan
breve, de veintitrés años de vida, y con una producción de obras que no llegó al
centenar –Josefa A. Jiménez, su biógrafa, estableció un censo de sesenta y seis
lienzos–.11 Para concluir, permítanme el latinismo Tragicum orbitas [adhuc] non
aeternum. La orfandad a la que hacía alusión Agustín Espinosa en el ya destacado
artículo, y en el que incluía a nuestro pintor Jorge Oramas entre los «Mártires del
insularismo», esa orfandad, decimos, que parece incluso seguir vigente en estas
tierras, y sospechamos que en otras igualmente, transcurrido más de medio siglo,
aun siendo trágica, al menos no siempre es eterna.
(10)Luis Alemany, Agustín Espinosa. Historia de
una contradicción, 1994, ViceConsejería de
Cultura y Deportes, Gobierno de Canarias, p.
196 y 197.
(11)Juan Manuel Bonet, op. cit. p. 19.