CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias Nº18, 2020 09
Los crímenes de Agustín
Espinosa1
Alexis Ravelo
De izquierda a derecha: Domingo Pérez Minik, Juan Márquez, Domingo López Torres,
Agustín Espinosa y Emeterio Gutiérrez Albelo.
Me gustaría comenzar expresando mi agradecimiento al Instituto de Estudios His-pánicos
de Canarias por su amable invitación a inaugurar este curso 2019/2020,
la cual considero un honor que espero acabar mereciendo. No sé si soy el hom-bre
adecuado: no soy un estudioso ni un crítico; solo un lector enamorado de la
obra de Agustín Espinosa.
Para mí es una ocasión feliz, porque cuando hablo de Agustín Espinosa en otros
foros, especialmente en los peninsulares, tengo que comenzar explicando quién
era e, incluso, qué es Canarias, más allá de un destino turístico.
Aquí juego en campo amigo y hablo a quienes ya disponen de cierto conocimien-to.
Así que puedo centrarme en asuntos más importantes.
Por eso quiero hablarles hoy de lo que significó Agustín Espinosa para nuestra
literatura; de su caída en desgracia y de los motivos de la desatención editorial y
crítica que ha sufrido a nivel nacional.
(1)Conferencia dictada el 11 de octubre de
2019 en el Castillo de San Felipe de Puerto de
la Cruz, Tenerife.
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Si propuse «Los crímenes de Agustín Espinosa» como título para esta conferen-cia
es porque quiero reflexionar sobre cuáles fueron los crímenes que pudo co-meter
nuestro autor para que hoy en día aún no figure en el canon de estudios
sobre la Generación del 27 y para que se le conozca tan poco fuera de Canarias
y, aun aquí, todavía haya que explicarle quién era a algún despistado que va de
crítico por la vida. Me detendré a hablarles del proceso de depuración al que fue
sometido. Es un asunto extraliterario y, normalmente, se le presta poca atención,
pero a mí se me ocurre que ese momento crucial de su biografía parece solo un
prólogo a ese otro largo proceso de depuración al que le ha sometido la historia.
Pienso que esto podría darles materia de reflexión acerca de la libertad del crea-dor.
Porque parecen cosas pasadas, cosas de la dictadura, pero hoy, en el seno
de nuestros Estados liberales, en una sociedad de masas bastante infantilizada,
tiende a vulnerarse el derecho de todo autor a ejercer su oficio sin que se le casti-gue
socialmente (y hasta judicialmente) cuando otros deciden sentirse ofendidos
por su obra.
Me centraré, sobre todo, en Crimen, ya que esta fue la obra del escándalo en su
momento. Debo confesar que me mueve un interés personal: durante años inten-té
que alguna editorial de fuera de Canarias se interesara en publicarla y por fin,
dentro de poco, aparecerá editada en la colección Voces del Tiempo de Editorial
Siruela. Mi propósito es, simplemente, que este libro único y valioso pueda estar
al alcance de lectores de todo el país, donde se le ha ignorado minuciosamente.
Aquí no. Aquí, en Canarias, lo hemos que-rido
mucho. Por poner un ejemplo, hace
poco, en este mismo foro, ustedes pudieron
escuchar a Nilo Palenzuela hablando sobre
Lancelot 28º 7º. Y sí: nuestros profesores
y autores lo han mencionado sin cesar, lo
han estudiado y han reconocido, en el caso
de los narradores y poetas, su indudable
influencia. Como la historia de esta secta
de defensores de Espinosa daría para otra
conferencia, me limitaré a mencionar al
más conspicuo de ellos, José Miguel Pérez
Corrales, quien escribió Agustín Espinosa.
Entre el mito y el sueño, texto imprescindi-ble
para estudiarlo y ha realizado perfectas
ediciones de toda su obra. Igualmente, ha
habido otras muchas y muy hermosas edi-ciones,
pero siempre han resultado mino-ritarias
y se han descatalogado pronto. De
hecho, se da la paradójica circunstancia de
que es más fácil conseguir textos que traten
sobre Crimen que un ejemplar del propio
Crimen.
Y Crimen debería estar ahí, disponible
siempre, como el clásico que es. Un mo-numento
a la palabra, un soberano ejerci-
Portada de Cartones, revista de literatura
y arte, Santa Cruz de Tenerife, 1930. Se
publicó un solo número.
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cio de libertad creativa, una exploración del pozo más profundo de la carne para
ascender a lo más alto de la imaginación.
Como siempre, conviene empezar echando un rápido vistazo al contexto en el
que se desarrolla la obra de Agustín Espinosa. Y el contexto es el de una explo-sión
creativa en la trastienda del mundo.
Porque, seamos francos, socioeconómicamente, en las primeras décadas del si-glo
XX, las islas eran la trastienda del mundo, un purgatorio de la hispanidad,
incapaz, pese a puntuales intentos, de sobreponerse a un atraso secular.
Para apoyar esta afirmación, les aportaré un simple dato: en 1920, la tasa total
de analfabetismo en Canarias era del 65%, solo superada por la de Murcia.
Por eso es por lo que sorprende que fuera en el seno de esta misma sociedad
donde, entre 1927 y 1936, se produjese un florecimiento literario y artístico que
hizo de sus creadores la punta de lanza de la vanguardia cultural del momento.
Para intentar resumirlo brutalmente: entre el ecuador de la dictadura de Primo
de Rivera (1923-1930) y el Golpe Militar del 18 de julio de 1936, Canarias es
un hormiguero creativo. Plácido Fleitas, Juan Ismael y Felo Monzón, alumnos de
la Escuela Luján Pérez, están ya en plena producción artística en Gran Canaria,
donde también han comenzado sus carreras los hermanos Josefina y Claudio
de la Torre2. En Tenerife, en torno a las revistas La Rosa de los Vientos, Cartones,
Índice y, especialmente, Gaceta de Arte se congregan poetas e intelectuales
como Eduardo Westerdahl, Pedro García Cabrera, Ángel Valbuena Prat, Juan
Manuel Trujillo, Agustín Miranda Junco o Emeterio Gutiérrez Albelo.
Aparecen también en esos años dos deslumbrantes estrellas fugaces: Domingo
López Torres y José Jorge Oramas. Por su parte, Óscar Domínguez ya había intro-ducido
la técnica de la decalcomanía entre los surrealistas franceses.
Pues bien: en esa constelación de la literatura y el arte canarios de la épo-ca,
Espinosa brilla con luz propia, desarrollando lo mejor de su producción
literaria en el arco que abarcan las fechas de publicación de Lancelot 28º 7º
y Crimen —esto es, 1929-1934—. También despliega una intensa actividad
como columnista, crítico y conferenciante, pero quizá sea mejor centrarse en
su obra mayor.
Lancelot 28º 7º (Guía integral de una isla atlántica) aparecerá editado en Madrid,
en otoño de 1929, por Ediciones ALFA. Oscila entre la lírica y el ensayo, la pa-rodia
y el libro de viajes. Bebe de las fuentes del creacionismo pero su resultado
se ha descrito frecuentemente como cubista. La isla de Lanzarote que Espinosa
ve no es la que han visto los viejos autores del regionalismo y el modernismo,
sino una isla que re–crea mediante el procedimiento de inventar para ella «una
mitología conductora».
Un análisis de Lancelot 28º 7º necesitaría otra conferencia, pero es interesante
saber que la recepción crítica de ese primer libro fue muy positiva entre la prensa
nacional del momento y situó a Espinosa en un panorama literario donde ya había
comenzado a hacerse un hueco.
(2)Los hermanos De la Torre, polifacéticos por su
actividad teatral, literaria y cinematográfica, me-recen
especial atención. Josefina, en el periodo
pregolpista, publicó Versos y estampas (Málaga,
1927), con prólogo de Pedro Salinas, y Poemas
de la isla (1930). Será, con Ernestina de Cham-pourcín,
una de las dos únicas mujeres incluidas
en la antología de poesía española realizada en
1934 por Gerardo Diego, librándose así del in-justo
olvido en el que cayeron Concha Méndez
o Rosa Chacel. En cuanto a Claudio, su herma-no
mayor, me remito a un dato de su palmarés
literario: en 1923 ya había ganado el Premio
Nacional de Literatura, con En la vida del señor
Alegre. Aún obtendría ese mismo premio en dos
ocasiones más, por El río que nace en junio y El
cerco, en 1950 y 1965, respectivamente. Su
última novela, Verano de Juan, el «Chino», una
historia de amor en tiempos del cólera publica-da
en 1971, se ha convertido con el tiempo en
un texto de culto.
Portada de Índice, dirigida por Domin-go
López Torres, Santa Cruz de Tenerife,
1935, número único.
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Al año siguiente, 1930, Espinosa entra en contacto con el surrealismo y comien-za
a coquetear con él. En julio publica en La Gaceta Literaria algunos textos que
luego formarán parte de Crimen.
Y en la primavera de 1931, en la revista Extremos a que ha llegado la poesía es-pañola
aparece «Oda a María Ana, primer premio de axilas sin depilar de 1930»,
un texto valioso por sí mismo, pero también para entender Crimen. No solo com-parte
con este libro el nombre de su víctima y musa, sino su espíritu lúdico, su
orientación surrealista, su carácter epatante. Esto último, por cierto, lo conse-guirá
con creces: Espinosa se ganará críticas frías o francamente negativas por
hablar de los «3114 vellos resabidos» de esa María Ana, la «niña peluda» que «no
había comprado nunca hojas Gillette». A partir de ahora, su actividad literaria irá
unida a la provocación y a la polémica, aunque aún existe para él cierto margen
de tolerancia.
Al mismo tiempo, han acabado los viajes largos. Reside en Las Palmas de Gran
Canaria. Allí ocupa su cátedra en el Instituto de Las Palmas y se casa con Josefina
Boissier en 1932. Tendrían tres hijos, el más joven de ellos nacido poco después
de la muerte de Agustín. Por lo que sé, fue un matrimonio feliz, pese a las dificul-tades
a las que pronto habrían de enfrentarse.
En estos años, participa en Gaceta de Arte. No tengo que explicarles a ustedes lo
que supuso Gaceta de Arte, pero es importante recordar que esa publicación no
seguirá las posturas hispanistas oficiales, sino que conectará directamente con
las vanguardias europeas.
Con Gaceta de Arte están directamente relacionados dos hitos en la vida de
Agustín Espinosa y, en mi opinión, de la vida cultural de ese momento: la publica-ción
de Crimen y la exposición surrealista de Tenerife.
Crimen aparece en la colección de libros de Gaceta de Arte a finales de 1934, al
precio de 5 pesetas y con una ilustración de portada firmada por Óscar Domín-guez.
Si este libro resulta sorprendente hoy, si nos mueve al desasosiego y nos
sorprende su humor negrísimo, su juego con lo escabroso, imagínense lo que
pudo suponer en 1934.
Casi de inmediato comienzan a aparecer críticas en los medios, que se sucederán
durante varios meses. Anónimas o firmadas con nombre y apellidos, en medios
nacionales o insulares, oscilan entre la indignación y el rendido elogio. Algunas
hablan de Espinosa como de un escritor eficaz y valiente, y lo relacionan con Bau-delaire
y Ducasse (de cuyos Cantos de Maldoror, por cierto, opino que tiene una
clara influencia). Otras se muestran condescendientes, reconociendo la calidad
literaria de Espinosa pero afeándole que se dedique a «fanfarronerías de niño
que quiere parecer perverso», a intentar «despatarrar de susto al burgués». Los
ataques más duros provendrán de la prensa católica, cosa lógica, pero incluso
algunos de los defensores del libro parecen no haberlo entendido.
En cualquier caso, la publicación de Crimen despierta polvareda, hace ruido
tanto en Canarias como en Madrid, inspira insultos y aplausos. Algunos son
privados: Azorín y Gómez de la Serna escriben a Espinosa felicitándolo efu-sivamente.
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También son privadas las denuncias de las asociaciones reaccionarias, las damas
católicas o los padres de familia que se indignan por el hecho de que el mismo autor
que ha escrito Crimen imparta Lengua y Literatura a sus hijos, dinamice sus lecturas
y los anime asimismo a escribir (sabemos, por cierto, que fue un buen profesor, que
animaba a sus alumnos a través de diversas acciones extracurriculares). Supongo
que, de haber ocurrido hoy, esos honrados padres y madres de familia habrían orga-nizado
campañas de lapidación desde las redes sociales, habrían conspirado contra
él usando sus grupos de Whatsapp de «los papis y las mamis del cole» y habrían
recogido firmas en Change.org para que su libro fuese retirado de las librerías o se le
expulsara a él mismo de las aulas. En esa época, en cambio, las cosas se hacían más
bien a media voz, en casas a las que eran invitados a merendar señores influyentes
con galones o con sotana. En esos ámbitos, Espinosa ha sido marcado ya como un
elemento inquietante a principios de 1935 y, poco después, cuando aún no se haya
apagado el eco de la publicación de Crimen, volverá a estar estrechamente vincula-do
a otra polémica, la de la Exposición Surrealista de Tenerife.
En la primavera de 1935, Agustín Espinosa comienza a presidir el Ateneo de San-ta
Cruz. En ese espacio es donde el grupo de Gaceta de Arte organiza la Segunda
Exposición Internacional del Surrealismo3, que es, también, la primera exposición
surrealista que se realiza en España.
En el Ateneo se exhibieron 76 obras de lo mejor de la Escuela de París, que ve-nían
custodiadas por André Breton, Jacqueline Lamba y Benjamin Péret.4
Los franceses se quedaron en Canarias tres semanas, hicieron excursiones, dicta-ron
conferencias, tramaron el II Boletín internacional del surrealismo y mermaron
considerablemente las reservas de Pernod del hotel donde se hospedaban5.
Por supuesto, esa fiesta hay que pagarla. El Ateneo y Gaceta de Arte han previsto
sufragar los gastos con la venta de alguna de las piezas, pero la exposición ha
sido un fracaso comercial. Así que solo les queda la posibilidad de exhibir La
edad de oro, la película de Luis Buñuel que acompaña la exposición, y tener bue-na
taquilla. Sin embargo, «los grupos activos de damas católicas» y el «diario ca-tólico
de información» Gaceta de Tenerife organizan una campaña en contra, hay
una polémica muy agria en la prensa y el Gobernador Civil prohíbe su proyección.
El resultado es que el grupo de Gaceta de Arte acaba en números rojos. De hecho,
Westerdahl, Pérez «Minik» y Espinosa adquieren un crédito personal para hacer
frente a las deudas que dejó el paso de los franceses por Tenerife.
En cualquier caso, Espinosa ha sido, en los periódicos de ambas capitales cana-rias,
uno de los más visibles defensores de La edad de oro. En el año que falta
para que estalle el Golpe Militar, sus enemigos se dedicarán a afilar los cuchillos
que luego habrán de clavarle.
Fundamental será uno de estos enemigos, por varios motivos: porque lleva sota-na,
porque es su compañero de trabajo, porque es un escritor mediocre que no
ha gozado de los favores críticos de Espinosa. Se llama Manuel Socorro Pérez, ha
nacido en un municipio de cumbre de Gran Canaria y es un destacado latinista.
De hecho, los suyos serían los manuales de referencia en la enseñanza del latín
durante la posguerra. Pero en esos años previos a la guerra, enseña en el mismo
Instituto de Las Palmas donde Espinosa tiene su cátedra.
Exposición de Arte Surrealista (Tenerife,
1935). Domingo López Torres, Benjamin
Péret, Eduardo Westerdahl, Jacqueline
Lamba, André Breton, Agustín Espinosa,
José M. de la Rosa y Domingo Pérez Minik.
(4)La mayor parte de las obras de esa muestra
que han podido ser localizadas por los historia-dores
del arte se encuentran hoy en importantes
museos y colecciones privadas. En la exposición
de Tenerife se ofrecían a la venta a precios ridí-culos.
Cualquier coleccionista avispado habría
hecho la inversión de su vida gastando las 600
pesetas que costaba un relieve de Hans Arp, las
1500 que valía el Jardín atrapa–aviones de Max
Ernst o, incluso, haciendo un esfuerzo, las 1250
que se pedían por La libre inclinación del deseo
de Dalí. Pero no había coleccionistas avispados
en Tenerife, al parecer, porque no se consiguió
vender ni un solo cuadro.
(5)Que aparecería en octubre de ese año firma-do
por Breton, Espinosa, Pedro García Cabrera,
Domingo López Torres, Benjamin Péret, Domin-go
Pérez «Minik» y Eduardo Westerdahl.
(3)La primera había tenido lugar en enero de ese
año, en Copenhague.
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Y, entonces, llega el 18 de julio de 1936, se dicta el Bando de Estado de Guerra y,
de un mandoble, los generales parten en dos la fiesta creativa de las vanguardias.
Lo que ocurre con los miembros de Gaceta de Arte a partir de ese verano de
violencia contrasta brutalmente con lo que ha ocurrido apenas un año antes en
torno a la exposición del Ateneo. En su mayoría son militantes socialistas, así que
les irá mal en un territorio que ha caído desde el primer momento en poder de los
golpistas. Domingo López Torres, Domingo Pérez «Minik» o Pedro García Cabrera
son represaliados6. Emeterio Gutiérrez Albelo y Francisco Aguilar no deben temer
nada, porque pertenecen a Falange. Y hay que decir, para ser justos, que intenta-ron,
aunque no siempre consiguieron, utilizar sus influencias para favorecer a los
compañeros caídos en desgracia.
El caso de Agustín Espinosa es otro. Espinosa no es detenido, no se exilia, no es
un camisa vieja7.
El 18 de julio lo sorprende alojado con su familia en el Hotel Aguere de La Lagu-na,
donde suelen veranear en los últimos años. En un principio, confía en que no
vayan contra él. Al fin y al cabo, se ha declarado alguna vez católico y monárquico
en artículos y entrevistas. Puede que si agacha la cabeza, si se tira al suelo y se
hace el muerto, como suele decirse, conserve el pellejo y hasta el trabajo. Por
otro lado, no estará de más congraciarse con quien más daño puede hacerle.
Por eso, el primer día de agosto, acude a Gran Canaria para declarar su unión
al Movimiento, al mismo tiempo que publica en Diario de Las Palmas un artículo
en el que elogia un libro de Manuel Socorro, el sacerdote y profesor que parece
guardarle rencores políticos, profesionales y hasta literarios8.
Sin embargo, todo esto le servirá de bien poco, porque ya han decidido hacerlo
caer. El cantautor Pedro Guerra cantaba que hay mil maneras de derrotar a un
hombre. La elegida para Espinosa fue la primera que menciona la letra de esa
canción: ponerlo de rodillas en su trabajo.
A mediados de septiembre es cesado de su cátedra y en marzo se le abrirá ex-pediente
de depuración. Entre una y otra fecha, intenta prepararse para lo que
va a venir.
Siguiendo el consejo de amigos falangistas, comienza a escribir en la prensa del
Movimiento. Se afilia, además, a Falange. Pero no convence a casi nadie. En pri-mera
página del periódico Acción aparece un artículo titulado «Ayer lo vi con la
camisa azul». Lo firma GIAR, tras quien con toda seguridad se esconde Gabriel
de Armas, un joven militante ultracatólico. Con la retórica propia de la extrema
derecha y alguna falta de ortografía, el texto ataca a Espinosa por haber escrito
Crimen, y lo amenaza directamente:
Ahora es muy fácil —por precaución— querer desandar lo andado.
Como lo es, asimismo, escribir una rectificación masónica, bajo el pá-nico
que les debe imponer el futuro panorama o como resultado de la
forzada injerencia [sic] de una planta euforbiácea9 en moda.
Ha llegado la hora de la justicia, porque estamos en la hora de la VERDAD.
Boletín Internacional del Surrealismo nº2,
Santa Cruz de Tenerife, 1935.
(6)Al primero acabarán arrojándolo al mar. Pérez
«Minik» tuvo la fortuna de ser liberado poste-riormente.
La suerte de Pedro García Cabrera,
poeta gomero y destacado militante socialista,
es, en cambio, absolutamente novelesca: tras-ladado
a Villa Cisneros (hoy Dakhla) para cum-plir
pena de trabajos forzados, formará parte, a
principios de 1937, de una espectacular suble-vación
y fuga a Senegal, desde donde pasará,
vía Argel, a la Península para ponerse a las ór-denes
del gobierno de la República, que lo des-tina
al Servicio de Información. En el Frente de
Andalucía, es el único superviviente en un acci-dente
al regreso de una misión de inteligencia,
aunque queda gravemente herido. Aún conva-leciente
y, ante el avance nacional, intenta huir
pero es prendido en el último momento. Perma-necerá
en prisión hasta mediados de los años
cuarenta, salvando nuevamente la vida de forma
milagrosa en un consejo de guerra en el que se
pedía para él la pena capital. Por si falta algo en
esta novela que fue su experiencia de esos años,
también hay amor: se casará y vivirá el resto de
su vida con la enfermera que lo asistió tras su
accidente, Matilde Torres Marchal.
(7)Lo que cuento a continuación, referido a los
últimos meses de Espinosa y a su depuración,
he podido reconstruirlo a partir de algunos do-cumentos
del propio expediente, de informacio-nes
directas de descendientes de algunas de las
personas mencionadas, de la hemeroteca de la
época y del relato que hace José Miguel Pérez
Corrales tanto en Entre el mito y el sueño como
en su más reciente edición de Crimen.
(8)El libro en cuestión trataba acerca de Horacio
y no ha debido de aportar demasiado a los estu-dios
sobre el escritor latino ni entonces ni des-pués.
Espinosa, en su artículo, se deshace en
elogios y se las apaña para relacionar a Socorro
con la tradición ilustrada canaria. Sin embargo,
del libro solo cita un fragmento del prólogo y re-produce
el sumario, lo cual me lleva a sospechar
que, posiblemente, ni siquiera lo había leído an-tes
de hacer su reseña.
(9)Entre las sofisticadas costumbres que los
fundadores de Falange importaron del fascismo
italiano figura la de practicar purgas con aceite
de ricino.
CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias Nº18, 2020 015
No obstante, hay que decir que otros falangistas lo tratan mejor que Gabriel de
Armas. Entre ellos destaca Germán Bautista Velarde. Quizá por eso no es dete-nido.
En resumidas cuentas: viendo la suerte que corrieron otros compañeros de
generación, a Agustín Espinosa le podría haber ido peor. Pero eso no quiere decir
que le fuera precisamente bien.
El expediente de depuración se inicia en marzo de 1937 y se alargará hasta el 18
de abril de 1939.
Veamos de qué se acusa a Espinosa:
El 31 de marzo de 1937, el gobernador civil de Las Palmas informa a la Comisión
Depuradora C de Instrucción Pública de esa provincia:
DON AGUSTÍN ESPINOSA GARCÍA.- LENGUA Y LITERATURA.- Iz-quierdista:
autor de «Crimen de Agustín» que dio motivo a la protesta
de la Asociación de Padres de familia y una película inmoral y sacríle-ga
que no consiguió representar en ningún cine de Las Palmas.
El segundo cargo, el de ser autor de «una película inmoral y sacrílega que no
consiguió representar en ningún cine de Las Palmas», da bastante risa. Ya saben
que la película en cuestión era La edad de oro, de Luis Buñuel.
En cuanto a la primera acusación, la de ser izquierdista, es falsa. Para empe-zar,
no sabemos con precisión dónde se situaba políticamente. Puede que fuese
demócrata liberal, tal y como lo había descrito alguna vez la prensa, o incluso
monárquico, como él mismo llegó a declararse, pero de la lectura de sus artí-culos
durante la dictadura de Primo de Rivera y el periodo republicano, puede
entenderse que no era persona de izquierdas, aunque muchos de sus amigos y
compañeros sí lo fueran.
La segunda acusación es la que resulta más o menos cierta, aunque se equivo-quen
con el título. Y ese error evidencia algo que se comprobaría luego: la comi-sión
no dispone de ningún ejemplar del libro. Algunos de sus miembros solo lo
leerán más tarde. Esto es: se le acusa de oídas.
La Comisión C, la que ha de ver su caso, está compuesta, además de por el go-bernador
civil de la provincia, por José Azofra del Campo, Manuel Socorro, Gui-llermo
Camacho y Sebastián de la Nuez Aguilar. Aunque no puedo demostrarlo,
porque no he hallado rastro documental de ello, sospecho que la presencia de De
la Nuez en la comisión beneficia a Espinosa.
A esto hay que unir el hecho de que Bautista Velarde, Agustín Miranda10 y otros
falangistas se preocupan por expedirle certificados de buena conducta.
Y además, Espinosa abjura. Reniega de Crimen, declarando ante la comisión que su
escritura se debió a «un caso pasajero de esnobismo y de preocupación freudiana».
Esto es muy triste. Y muy humano. Nos gusta pensar que, llegado el caso, estaríamos
a la altura de nuestros héroes morales, históricos o de ficción. Que preferiríamos
morir de pie a vivir arrodillados. Que loaríamos la libertad antes de ser fusilados.
(10)Colaborador de Revista de Occidente, Agus-tín
Miranda Junco era abogado del estado y en
1937 fue nombrado Secretario General de Gui-nea.
No se puede dudar, por tanto, de su capa-cidad
de influencia.
La Edad de Oro, anuncio de prensa.
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Pero para entender estos últimos meses de Espinosa, suelo intentar ponerme en
su piel, mirándome a mí mismo con honestidad. Poco antes de esto, Agustín Espi-nosa
era un valor literario en alza y, además, un respetado catedrático, director de
instituto, presidente de una prestigiosa institución cultural, con una vida bastante
muelle. Ahora, en estos meses de la guerra, no cobra ningún sueldo y vive de pres-tado
en casa de su suegra, escribe a la carrera artículos para adular a los fascistas
y se humilla pidiendo favores. Por otro lado, Josefina y él han tenido a su segundo
hijo, el tercero viene en camino y su salud, nunca demasiado buena, se resquebra-ja,
porque los males estomacales que ha sufrido siempre acusan el estrés al que
está sometido.11 . Y sabe, porque muchos de sus amigos están presos o han sufri-do
desapariciones forzadas, que una depuración no es lo peor que puede suce-derle.
Sinceramente, si yo hubiera estado en su situación probablemente también
habría agachado la cabeza, también habría firmado encendidos elogios hacia mis
enemigos, también habría hecho desaparecer mi libro, también habría abjurado.
Al fin, las amistades de Agustín, la simpatía de Sebastián de la Nuez y la retrac-tación
sirven para que en agosto de 1937 se redacte una propuesta de sobresei-miento
del expediente. Parece que le ha ido bien, pero no.
De entrada, Guillermo Camacho matiza su voto, recomendando que se le separe
de su cátedra. Luego, la resolución provisional no llegará hasta mayo de 1938,
cuando será repuesto «con carácter provisional y a reserva de la resolución defi-nitiva
». Y, cuando esto ocurra, el cura Socorro escribirá al Jefe de Enseñanza Su-perior
y Media pidiéndole que traslade a Espinosa a La Palma o a Lanzarote, que
lo quite de en medio para no defraudar a «la opinión sensata y de sano criterio»
de la capital grancanaria.
Así pues, el 15 de septiembre de 1938 es trasladado a La Palma. Allí llega con su
familia. Y, enseguida, la periduodenitis que ya le habían diagnosticado a Espinosa
en mayo se agrava y lo operan de urgencia. Vendrá a Los Realejos para recupe-rarse.
Pero no llegará a hacerlo: morirá el 28 de enero de 1939.
Sin embargo (y ahora viene la broma macabra), aún tras su muerte, el expedien-te
no ha acabado. La resolución final llegará el 18 de abril. En ella se propone
«confirmación y traslado e inhabilitación para cargos directivos y de confianza».
En el documento que lo certifica, hay una nota hecha a mano bajo la firma: «Por
la Jefatura se propone solamente la Confirmación por haber fallecido el expe-dientado
». Como en una novela de Kafka, la infamia que han vertido sobre él ha
logrado sobrevivirle.
Al margen de los que se le achacaban en aquel expediente de depuración acadé-mica,
Agustín Espinosa cometió varios crímenes. Y estos afectan a su posteridad,
a su recepción crítica, al olvido de su obra durante tanto tiempo, más allá del
ámbito insular y de su recuerdo por parte de algunos proselitistas gracias a los
cuales lo conocemos hoy.
El primero de esos crímenes metafóricos debió de ser nacer antes de tiempo, en
1897, y en Canarias. El último, morir también antes de lo que le tocaba: en enero
de 1939, depurado de su cátedra, alejado de muchos de sus amigos y camara-das
intelectuales, intentando salvar el pellejo y reincorporarse a su empleo para
poder continuar manteniendo a su familia.
(11)«He estado enfermo —por variar— unos
días [...]. Yo vivo con mi suegra. De prestado.
No tengo sueldo. Si quedara alguna vacante
en el periódico, ya sería otra cosa», le escribe
a Eduardo Westerdahl en esos tiempos. La car-ta,
por cierto, lleva el membrete del periódico
Falange. Debo el conocimiento de esta carta —
conservada como D303 en el Fondo Westerdahl
del Archivo Histórico Provincial de Tenerife— a
la gentileza de la historiadora del arte Ángeles
Alemán Gómez.
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Otro crimen que aún está pagando es la amplitud inabarcable de sus intereses
y estudios y, sobre todo, lo difícil que resulta adscribir sus obras mayores a un
género concreto, aparte de su consciente alejamiento de los géneros populares.
Los que cronológicamente son sus últimos crímenes puede que sean también
los de más graves consecuencias: haber contemplado con escepticismo el ad-venimiento
de la Segunda República, no acabar en un campo de concentración,
en una cuneta o en el exilio tras el Golpe de Estado de 1936 y, lo que es peor,
ponerse la camisa azul para intentar escapar a cualquiera de esas suertes, pero
hacerlo de manera poco convincente. El resultado es que ni se le aceptó como
«escritor del movimiento» (lo cual habría permitido leerlo y estudiarlo al menos
durante la posguerra) ni se le ha recuperado a partir de la transición como a tan-tos
de aquellos autores que el franquismo silenció.
El hecho de que estos últimos delitos atenten contra la comodidad de los estu-diosos,
posiblemente explique su exclusión del canon de estudios de la llamada
Generación del 27 —a la cual estrictamente pertenece— y su casi absoluto olvido
por parte de las academias; su desatención editorial hasta 1974; su nueva caída
en el olvido hasta las últimas décadas del siglo XX, logrando un prestigio restrin-gido
al ámbito insular, que siempre se le quedó corto; la ignorancia de sus textos
por parte de los académicos que hacen encajes de bolillos con los de Alberti,
Lorca y hasta Gómez de la Serna buscando en ellos los rastros e influencias del
surrealismo mientras obvian sistemáticamente a Agustín Espinosa, que sí vertió
al castellano al menos una obra manifiestamente surrealista desde la primera
hasta la última página.
Vimos que, de aquel expediente de depuración, solo hay una acusación verda-dera,
y esta es, al mismo tiempo, uno de esos crímenes metafóricos a los que me
refiero. El más grave, probablemente: haber publicado Crimen en 1934, cuando
ni la isla de Tenerife —donde se dio a imprenta— ni España ni, acaso, el mundo,
estaban preparados para un texto así.
Quiero proponerles una reflexión final encabezada por una pregunta:
¿Entra en lo posible que hoy el mundo esté menos preparado que nunca para
este libro? Para responder a esta pregunta habrá que tener en cuenta que solo
el lector cómplice, el lector de experiencia o el lector inteligente sabrán entender
que más allá de la provocación, más allá del salvaje erotismo y del negrísimo
sentido del humor que presiden cada página de Crimen, se desarrolla entre sus
líneas una muy seria partida de dados en la que la apuesta es cada vez más alta;
que el posible machismo, la probable pedofilia, las situaciones psicopáticas que
el texto plantea no son más que juegos para sacar al burgués del ámbito de su
comodidad y hacerlo extrañarse ante la realidad.
Pienso que es posible que hoy, cuando las viejas estructuras mentales del tradi-cionalismo
se han renovado en sus formas y se suman a las huestes de la lapi-dación
social para despedazar toda aquella manifestación creativa que se salga
de los márgenes del correctismo, un texto como Crimen coseche para Espinosa
la ira y el oprobio que también sufrirían Sade, Pauline Réage, George Bataille o
el Conde de Lautrémont de estar vivos y tener cuenta en alguna red social. Hoy,
como en 1934, y con esto acabo y les dejo que piensen en ello, Crimen puede ser
merecedora de que legiones enteras de padres y madres de familia, con su opi-
Primera edición de Crimen, editada por
gaceta de arte y con portada de Óscar Do-mínguez
(1934).
CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias Nº18, 2020 018
nión sensata y de sano criterio, corran a lapidarlo con su ira siempre justificada y
siempre miope, ajena, también como siempre, a que la obscenidad jamás está en
lo que se ve sino en el ojo de quien mira.