mdC
|
pequeño (250x250 max)
mediano (500x500 max)
grande
Extra Large
grande ( > 500x500)
Alta resolución
|
|
CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018 57 RESUMEN Para el conocimiento de la historia del proceso de cristianización de los antiguos mexicas es de obligado conocimiento el breve texto Nican Mopohua, del siglo XVI, en el que se narran las cuatro apariciones de la Virgen de Guadalupe al indígena Juan Diego. Escrito en lengua náhuatl (pero con caracteres latinos) por Antonio Valeriano, estudiante en el Colegio de Santa Cruz de Santiago Tlatelolco, analizaremos aquellos elementos iconográficos, culturales y religiosos que se hallan presentes en el texto y que, siendo también significativos en el cristianismo, permitieron un mejor proceso de asimilación de las nuevas creencias, venidas del otro lado del océano, por parte de los indígenas mesoamericanos. PALABRAS CLAVE: Tenochtitlan, Nican Mopohua, Tépetl (cerro), Coyoltototl y Tzinitzcan (colibrí), Xochitlalpan (Tierra Florida). LA CAÍDA DE TENOCHTITLAN Difícil sería saber cuál de las dos grandes obsesiones de Hernán Cortés (1485-1547) era la más fuerte: la de hacer que los nuevos pueblos conquistados abrazaran el cristianismo o la de enriquecerse. Ya desde uno de sus primeros contactos con las civilizaciones mesoamericanas (en la isla de Cozumel), al presentarse al gobernante local de la ciudad, en 1519, le solicitó que dejaran su religión y adoptaran el cristianismo, ordenando a sus hombres destruir los ídolos religiosos mayas y poner cruces e imágenes de la Virgen cristiana en el templo. Con estos dos objetivos en mente y al poco de pisar territorio continental, el conquistador se adentró imparable por territorio desconocido, entre traiciones, alianzas, victorias y momentáneas derrotas, y fundó él mismo, el 25 de marzo, dirigiéndose a una gran ceiba (árbol sagrado para los mayas) y golpeando con su espada desenvainada su tronco, la Villa de Santa María de la Victoria (donde se ubicaba la antigua y vencida ciudad maya de Potonchán), primera población española en Nueva España. Así, desde que Cortés tuvo conocimiento de la existencia de Tenochtitlan y de su emperador e intuyó sus riquezas, no cesó en su deseo de conquistar la capital de los mexicas y para ello se valió de toda clase de aliados: desde las epidemias, que comenzaron a propagarse como la pólvora, hasta los enemigos acérrimos de aquellos. Con los totonacas, con capital en Cempoala, fue con los primeros con los que selló una alianza militar y marchó con sus objetivos bien presentes. De camino, los actos históricos comenzaron a sucederse, y así, por ejemplo, se fundó la Villa Rica de la Vera Cruz, enfrente de la ciudad de Quiahuiztlán (a unos 70 kilómetros al norte de la actual Veracruz), por haber desembarcado los españoles en aquel lugar un viernes santo. Abandonando la costa, el 16 de agosto de 1519, el español inició su marcha hacia el interior del territorio y rumbo hacia la capital de los mexicas con un pequeño contingente de 1300 guerreros totonacas, 200 indios porteadores, 6 cañones, 400 infantes españoles y 15 hombres a caballo. Inés Marta Toste Basse Sincretismo religioso en el Nican Mopohua y en Nueva España, en el siglo XVI CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018 58 Momentos épicos fueron la caída de Cholula, ciudad aliada de los aztecas, y el paso de la tropa entre los volcanes del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, antes de arribar al lago de Texcoco, al Valle de México y al corazón del imperio: la incomparable Tenochtitlan. El 8 de noviembre de 1519, se produjo el encuentro entre Moctezuma II y Cortés (quien estaba acompañado de unos trescientos españoles y unos 3000 tlaxcaltecas) y, no viendo peligro evidente en ello, el emperador mexica los recibió como a huéspedes distinguidos, agasajándolos con regalos e instalándolos en estancias palaciegas. Lo que sucedió a continuación es conocido por todos: el extremeño logró que Moctezuma se declarase vasallo del lejano emperador Carlos V y comenzaron las hostilidades de forma abierta. La casta sacerdotal y la nobleza se conjuraron para liberar de la invasión a su emperador (que parecía sometido a los extraños huéspedes) y aniquilar a los españoles. Sin embargo, Moctezuma murió de una pedrada que lo descalabró y que, muy probablemente, lanzó uno de sus vasallos. Luego se dio la Noche Triste (del 30 de junio al 1 de julio de 1520) con la retirada de los españoles de la ciudad, quienes volverían reorganizados al poco tiempo para sitiarla, durante unos 75 días, y doblegarla definitivamente. EL NICAN MOPOHUA Sabido es de todos el relevante papel que tiene la cristiana Virgen de Guadalupe (v. imagen 1) en el proceso de evangelización de Nueva España y en la configuración de lo que es la conciencia nacional mexicana después de su conquista. Por ello, es ineludible el estudio y conocimiento de un pequeño texto que lleva por título Nican Mopohua1, una breve narración en la que se desvela el llamado Milagro de las Rosas y se relata cómo, en 1531, la Virgen de Guadalupe se le apareció a un indígena recién bautizado y de nombre Juan Diego Cuauhtlatoatzin (en el monte Tepeyac), quien debía solicitar, por mandato de la propia Virgen, al Obispo de México y fraile franciscano Juan de Zumárraga, la construcción de un templo en honor a la Virgen. Por tanto, se narran las cuatro apariciones de la guadalupana al indígena Juan Diego, entre los días 9 y 12 de diciembre de 1531 (sólo diez años después de la conquista de Tenochtitlán), es decir, en las fechas clave del proceso de cristianización de las nuevas tierras bajo dominio del imperio español. Por lo dicho, debe hacerse hincapié en la vital importancia que tiene este breve texto en el proceso de evangelización de Nueva España porque en él se relata el milagro que daría existencia al célebre lienzo de la Virgen de Guadalupe (del que se creía que era un autorretrato de la propia Virgen) y que es objeto de absoluta devoción en aquellas tierras hasta nuestros días. Igualmente, en la narración se desvela el mandato divino que la Virgen da al pueblo de los mexicas. Según Miguel de León-Portilla2, el Nican Mopohua debe ser entendido en el contexto de la gran literatura colonial en náhuatl y fue escrito, presuntamente, por el indio Antonio Valeriano de Azcapotzalco (1522?-1605)3, indígena noble y pariente de Moctezuma Xocoyotzin, siendo estudiante en el Colegio de Santa Cruz de Santiago Tlatelolco, en el que ingresó hacia 1536, como uno de los alumnos nahuas de los franciscanos Andrés de Olmos (1484-1571) y Bernardino de Sahagún (1499-1590), quien nombrara a Valeriano uno de sus estudiantes trilingües y conocedores del náhuatl, castellano y latín. Posteriormente, la primera publicación del Nican Mopohua fue en 1649 (v. imagen 2) a manos del bachiller criollo Luis Lasso de la Vega (1605-1660), capellán del santuario de Guadalupe. Según el propio Lasso de la Vega, el indio Antonio Valeriano había oído la historia de las apariciones marianas directamente de labios del indio Juan Diego, que habría fallecido en 1548, cuando Valeriano tenía unos 25 años. El Nican Mopohua fue escrito sobre papel de pulpa de magüey y redactado en caracteres latinos, que aprendieron los indígenas, como Antonio Valeriano, durante el rápido proceso de cristianización que sufrieron. Por ello, gracias a la publicación de 1649, el documento disfrutó de una amplia difusión. (1) El título del texto deriva de sus dos primeras palabras. La pequeña obra forma parte de un texto más extenso, el Huei tlamahuizoltica (traducido como El gran acontecimiento o Muy maravi-llosamente), a su vez, un pequeño libro escrito en náhuatl e impreso en México, en 1649. Su impresión se realizó en la casa del impresor Juan Ruyz, a cargo de Luis Lasso de la Vega. Representación pictórica de la Virgen de Guadalupe de México. Frontispicio de la obra de Luis Lasso De La Vega (1649). (2) LEON-PORTILLA, Miguel de: Tonan-tzin Guadalupe. Pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el Nican Mopohua, El Colegio Nacional, Fondo de Cultura Económica, México, 2001, p. 13. (3) LEON-PORTILLA, Miguel de: Op. cit., p. 20. 59 CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018 Pues bien, en el presente trabajo nos hemos marcado como objetivo el hacer hincapié en la extrema importancia del texto Nican Mopohua en el proceso de cristianización de las sociedades prehispánicas de Nueva España, pues es muy destacable el hecho de que, tan solo con unas pocas páginas, se haya logrado un proceso absolutamente eficaz de identificación de dichas sociedades con la nueva «diosa» hispana y es que, a nuestro juicio, la estrategia era clara y evidente: se trató de potenciar todos los elementos propios de la cultura, las creencias y la espiritualidad de los antiguos aztecas que pudieran amalgamarse y ser compatibles con el cristianismo, con el fin de que a la población superviviente del proceso de conquista le fuera fácil asimilar la nueva religiosidad y creencias cristianas. Así pues, tenemos el célebre lienzo4 de la guadalupana plagado de elementos iconográficos que no hacen sino evocarnos el conquistado mundo indígena que va a doblegarse a los pies de la Virgen y aceptarla, pero lo acompaña el Nican Mopohua para explicar, al nuevo creyente, las circunstancias de la presentación de la Virgen a ese nuevo pueblo cristianizado que debe abandonar sus antiguas falsas creencias y a sus infames divinidades. Por lo tanto, vamos a centrarnos, a partir de ahora, en los elementos iconográficos específicamente genuinos de la cultura y la tradición azteca que se evidencian en el texto y que permitieron a los indígenas asumir a la Virgen como propia porque, en el proceso de sincretismo religioso, su aparición se daba en un marco o contexto perfectamente natural y propio de los antepasados de los nuevos creyentes. Nos referimos a las constantes referencias a los cerros (Tépelt), a la presencia de los colibrís y a la de las flores. EL «TÉPETL» TEPEYAC ¿Dónde estoy?, ¿dónde me veo? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los antiguos nuestros antepasados, nuestros abuelos: en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne, de nuestro sustento; acaso en la tierra celestial? Hacia allá estaba viendo, arriba del cerrillo, del lado de donde sale el sol, de donde procedía el precioso canto celestial. Y cuando cesó de pronto el canto, cuando dejó de oírse, entonces oyó que lo llamaban, de arriba del cerrillo, le decían «Juanito, Juan Dieguito».5 De la narración del Nican Mopohua es muy destacable el hecho de que todo suceda en un cerro, pues ello continúa con la gran importancia que estos espacios naturales tenían para los antiguos aztecas. Muchas de sus antiguas leyendas y narraciones se desarrollaban en montañas, sierras, cerros…, por lo que no debe extrañarnos el hecho de que los antiguos indígenas realizaran la mayor parte de sus rituales desde lo alto de estos parajes, convertidos en espacios mágicos, y adecuados para llevar a cabo sacrificios y demás ritos. Iban los antiguos mexicas a estos lugares a levantar templos y a hacer sacrificios humanos en altares ya consagrados o de ocasión, o, simplemente, asistían los sacerdotes y sacerdotisas de las diversas órdenes a desangrarse a modo de ofrenda. Tras lo dicho, no es de extrañar que se haya elegido como estrategia de sustitución un cerrillo para ubicar el espacio mágico-milagroso en donde tienen lugar las apariciones de la Virgen al neófito Juan Diego. Igualmente, en estos espacios nacen y son recolectadas por Juan Diego las rosas de Castilla, que el mismo indito debía llevar al Obispo Zumárraga como señal que este último pedía para atender a la solicitud de la Virgen de que se construyera un nuevo templo en su honor..., lugar digno de ser comparado con el paraíso… Cuando fui a llegar a la cumbre del cerrillo miré que ya era el paraíso.6 Así, la nueva religiosidad traída por los españoles también debía nacer desde lo alto de un cerrillo, lugar inseparable de Huitzilopochtli (v. imagen 3), dios de la guerra, también conocido como Tlacauepan Cuexcotzin, Ilhuícatl Xoxouhqui o Tezcatlipoca azul (y cuyo nombre significa «colibrí azul»). Huitzilopochtli fue la principal deidad de los mexicas, quienes creían que esta divinidad solar había sido la que había fundado Tenochtitlan. Era (4) Del lienzo, no se conoce ni artista ni fecha clara de ejecución. Además, y como es bien sabido, el hecho de que popularmente se le atribuya la autoría a la propia Virgen (como manifestación milagrosa de su presencia) dificulta aún más, si cabe, su estudio en este sentido. Sin embargo y al respecto, contamos con el testimonio del franciscano Francisco Bustamante, quien, durante el sermón que pronunció (con gran escándalo) ante la Real Audiencia y el Virrey, el 8 de sep-tiembre de 1556, afirmó que el famoso lienzo o ayate, que representa a la Virgen de Guadalupe, había sido realizado por un pintor indígena de nombre Marcos Cipac de Aquino, quien nunca negó ha-ber sido el ejecutor de la obra y que aún seguía vivo. El fraile consideraba que el excesivo fervor hacia el propio lienzo que repre-sentaba esta advocación debía ser su-primido, pues los supuestos milagros no eran sino engaños y mentiras. Por todo ello, Miguel de León-Portilla estima que Antonio Valeriano redactó el Nican Mo-pohua. El noble indígena se habría vis-to, sobre todo, motivado por el intento del obispo Fray Alonso de Montúfar de confirmar la autenticidad de las diversas manifestaciones de la Virgen y de dar su beneplácito a la ermita de Tepeyac como lugar de veneración hacia la nueva Vir-gen de Guadalupe. (5) VALERIANO, Antonio: Nican Mo-pohua. En Huey Tlamahuizoltica, tra-ducción de Mario Rojas Sánchez, 1998, fragmento 12-14. (6) VALERIANO, Antonio: Op. cit., frag-mento 178. Huitzilopochtli, en su forma divina. Códi-ce Telleriano-Remensis. (Siglo XVI). CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018 60 hijo del antiguo sol Tonatiut (siendo luego él mismo el nuevo sol), pero su nacimiento es narrado en un mito en el que se cuenta que nace de la diosa virgen de la fertilidad Coatlicue, aunque, como es habitual, en toda narración mítica hay variantes, por lo que también se dice que su madre era Omecíhuatl. Así, según el mito7 más popular, Coatlicue se encontraba barriendo en el templo de la sierra de Tollan cuando observó que, del cielo, caía algo parecido a una bolita de plumas azuladas. Ante la preciosidad del objeto, decidió guardarlo en su seno y cerca de su vientre, con la idea de ofrecerlo más tarde en el altar del templo, aunque esto le provocó un embarazo no creído por sus cuatrocientos hijos (conocidos como los Centzonhuitznzhuao las «estrellas meridionales») y su propia hija (Coyolxauhqui), quien ante la vergüenza provocada por la madre decide urdir un plan, en colaboración con sus hermanos, con la finalidad de matarla. Sin embargo, la madre recibió la misericordia de su hijo Quauitlícac, uno de los cuatrocientos, quien, delatando a sus hermanos, se lo contaba todo a Huitzilopochtli, aún en el vientre materno. Así, llegado el momento de la matanza, a las órdenes de la hermana y ataviados para la ocasión, los Centzonhuitznahua se dirigían a la madre. Pero siendo Huitzilopochtli informado por su hermano delator de por donde se iban acercando los atacantes, en el momento en que estos alcanzaron lo alto de la sierra se dio el nacimiento de la nueva divinidad solar. Entonces es cuando Huitzilopochtli toma venganza de las intenciones de sus hermanos y se desata la gran matanza, comenzando el nuevo dios por aniquilar a la hermana. La sierra se convirtió en un gran altar ritual, pues Huitzilopochtli tomó una culebra de tea encendida (Xiuhcóatl) con la que hirió mortalmente a Coyolxauhqui y despedazó su cuerpo. Así, la cabeza permaneció en lo alto de la sierra y sus restos, diseminados, cayeron por sus laderas (aunque una variante de la leyenda dice que el dios la arrojó al cielo, convirtiéndose en ese momento en la luna y generándose desde entonces un conflicto irremediable entre ambos astros fraternos). Igualmente, de sus hermanos dio buena cuenta, pues una vez armado los persiguió y expulsó de la sierra Coatépec y a pesar de sus ruegos, rezos y sollozos casi todos murieron, logrando solo algunos de ellos huir a Huitztlampa. Tras esta narración, se nos hace comprensible el hecho de que los sacerdotes de Tenochtitlan buscaran fortalecer continuamente a esta divinidad guerrera y exclusiva de los mexicas con el derramamiento de sangre de sus enemigos o voluntarios que se sacrificaban, en su honor, en el altar de su templo y que no venían sino a lograr un equilibrio cósmico renovado casi a diario. Importantísimo es ahora que se tenga en cuenta que la relevancia del Tépetl (v. imagen 4) en las culturas mesoamericanas prehispánicas no era sólo a nivel religioso o ritual, sino también político y administrativo. Por ello, debe destacarse el concepto de Altépetl (del náhuatl āl- , relativo al agua, y tepē(tl), es decir, «cerro» o «montaña», y que, hoy en día, encierra el concepto de «señorío»). Así, en torno a un Altépetl se configuraba territorialmente un grupo étnico con su propia organización social y política, pues se trataba de asentamientos de pueblos garantes de sus propias tierras, tierras ya habitadas por una etnia de ancestros y pasados comunes que incluían una lengua y una misma deidad protectora. Por ello, para los conquistadores era vital romper con estos centros de poder administrativo y territorial, pues eran el eje en el que se asentaban las diversas alianzas entre los variados pueblos prehispánicos, cosa muy propia de la época Posclásica, previa al dominio de los españoles en la zona. Así, a la llegada de Hernán Cortés a Tenochtitlan, Moctezuma Xocoyotzin era el Huēy tlahtoani más poderoso de la época, es decir, la máxima autoridad del Altépetl, pues era el gobernante de varios de ellos (que, a su vez, eran dirigidos por un Tlahtoani, normalmente representantes de las diversas castas nobles locales), con privilegio suficiente para someter a otros Altépetl y pueblos mediante la imposición de Huitzilopochtli como deidad primordial y de tributos, fueran materiales o humanos que serían sacrificados en las piras de los templos a modo de ofrendas o esclavizados. (7) DE SAHAGÚN, Bernardino: Historia general de las cosas de Nueva España, Edición Porrúa, nº 300, México, 2006, pp. 185-186. Además, puede leerse esta narración en CLAVIJERO, Francisco Ja-vier: Historia antigua de México, Edición Porrúa, nº 29, 2003, pp. 218-219. Representación de Coatepec, ciudad tol-teca de Tula. Códice Tovar. (Siglo XVI). 61 CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018 Para concluir con este breve apartado, resulta obvio ahora decir que los conquistadores españoles necesitaban desacreditar y suprimir, dentro de la lógica del proceso de conquista y sometimiento, el espacio mágico-ritual y político de los indígenas para sustituirlo por otro ya cristianizado. La estrategia fue simple y extremadamente eficaz, pues fue la propia Virgen cristiana (quien también va a ser madre inmaculada) la que solicitó a un humilde indígena del pueblo la construcción de su nuevo templo: Y para realizar lo que pretende mi compasiva mirada misericordiosa, anda al palacio del obispo de México, y le dirás como yo te envío, para que le descubras como mucho deseo que aquí me provea de una casita, me erija en el llano mi templo; todo le contarás, cuanto has visto y admirado, y lo que has oído.8 EL COYOLTOTOTL Y EL TZINITZCAN “Y al llegar cerca del cerrito llamado Tepeyac ya amanecía. Oyó cantar sobre el cerrito, como el canto de muchos pájaros finos; al cesar sus voces, como que le respondía el cerro, sobremanera suaves, deleitosos, sus cantos sobrepujaban al del coyoltototl y del tzinitzcan y al de otros pájaros finos”9. En el Nican Mopohua tiene vital importancia la presencia de los pajarillos que anuncian la llegada de la Virgen al indio Juan Diego. La primera señal por la que se percató nuestro protagonista de que algo magnífico y sobrenatural iba a suceder fue el canto de los pájaros finos, pues al llegar al cerrillo escuchó como un diálogo entre el propio lugar y las preciosas aves. Era sábado, muy de madrugada, venía en pos de Dios y de su mandato. Y al llegar cerca del cerrito llamado Tepeyac ya amanecía. Oyó cantar sobre el cerrillo, como el canto de muchos pájaros finos; al cesar sus voces, como que le respondía el cerro, sobremanera suaves, deleitosos, sus cantos sobrepujaban al del coyoltototl y del tzinitzcan y al de otros pájaros finos.10 Si ahora nos detenemos en comentar la presencia de los pájaros, de los dos colibríes preciosos11, es por la gran importancia que tenían estos en las antiguas creencias aztecas. Al respecto, nos puede informar, desde el propio siglo XVI, Francisco Hernández12, en su obra Antigüedades de la Nueva España, donde dedica el corto capítulo XV a hablar de las creencias aztecas en lo tocante a cómo veían la muerte y trataban los cuerpos de sus difuntos. Así, Hernández nos relata que los aztecas creían en algo similar a un alma inmortal que permanecía, tras la muerte, desprovista del cuerpo y que podría hallarse en el cielo, en el infierno o en el paraíso terrenal, dependiendo el lugar de residencia del alma tras el fallecimiento del individuo, no de los actos que los difuntos hubieran llevado a cabo en vida, sino, simplemente, del modo en que se fallecía. El cielo, donde presidía el sol, era conquistado por los guerreros que habían caído en valeroso acto de defensa de su pueblo o por aquellos que, cautivos, eran sacrificados en los altares, siendo dicho lugar visto como un espacio plano y campestre, lleno de hermosos y frondosos bosques adornados de múltiples y variados árboles. Decían que ese lugar constaba de bosques hermosos por los varios géneros de árboles, de animales mansos y por el canto y la multitud de aves bellísimas. No tenían la menor duda de que cualquier cosa que se ofreciera a los celícolas por aquellos que aún estaban en esta vida, llegaría sin pérdida de ninguna partícula de las oblaciones, las que serían recibidas y acomodadas para su uso por los habitantes del cielo a quienes se consagraban. Estos eran transformados pasado un año en aves cubiertas de plumas varias y vagaban por el cielo y por la tierra chupando como el hoitsitzilim13 el rocío caído sobre las flores y retenido en las corolas.14 A los náufragos y a quienes morían fulminados por un rayo, o por enfermedades varias como la lepra, la sarna, el sarpullido o la gota… (a las que el doctor Hernández dedicara tantos días y esfuerzo en su estudio), se reservaba el paraíso terrenal, de eterna primavera, (8) VALERIANO, Antonio: Op. cit., frag-mento 35. (9) VALERIANO, Antonio: Op. cit., frag-mento 9-10. (10) VALERIANO, Antonio: Op. cit., frag-mento 8-10. (11) LEÓN-PORTILLA, Miguel de: Op. cit., p. 53. (12) Francisco Hernández (1517-1578), traductor de la obra de Plinio y de muchos otros autores clásicos, estudió medicina en Alcalá de Henares, ejer-ciéndola en Sevilla, Guadalupe (de cuya advocación mariana fue gran devoto), Toledo y Madrid. Vivió en México entre 1571 y 1577, donde trabajó como pro-tomédico y llevó a cabo infinidad de in-vestigaciones sobre la historia y la natu-raleza mexicanas. Respecto a los pájaros de los que se hace mención en el Nican Mopohua, el doctor Hernández nos ofre-ce sendas descripciones en su obra His-toria Natural de la Nueva España que pueden ser leídas en su segundo tratado. HERNÁNDEZ, Francisco: Historia Na-tural de la Nueva España, UNAM, 1960, p. 325 y p. 328. (13) Se trata del colibrí, pájaro en el que los aztecas creían que se convertía el alma de los guerreros tras su muerte y que iba a habitar al sur, lugar en el que residían estas almas tras el tránsito. Re-cordemos que el nombre del célebre Hui-tzilopochtli, el principal dios azteca en la época de la conquista, significa Colibrí del Sur. (14) HERNÁNDEZ, Francisco: Antigüe-dades de la Nueva España, Dastin His-toria, Ed. Ascensión Hernández, Madrid. 2000, p. 88. CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018 62 en el que no faltaban los alimentos, pues allí crecían de modo generoso y espontáneo, y eran, además, acompañados por la presencia de las divinidades, especialmente de los dioses de las lluvias. El resto de las almas acaban en el infierno. Según el médico español, para los indígenas la muerte era absolutamente inevitable, siendo decisión de los dioses llamar a ella a los humanos, quienes, sin más, debían partir. No nos detendremos en la descripción de los ritos funerarios y del tratamiento del cadáver que nos hace el doctor, a pesar de su interés, pero sí vamos a hacer hincapié en la creencia ya mencionada que tenían de que el alma de los guerreros muertos en actos militares o sacrificados en los altares se convertía al año del fallecimiento en colibrí, ave cubierta de bello plumaje, que revoloteaba por los cielos. De todo ello, puede confirmarse la presencia de los antiguos guerreros aztecas en el Nican Mopohua, quienes quedan asociados con la Virgen de Guadalupe, y es que la presencia de las jerarquías militares, como castas superiores de aquellas sociedades, que ahora anuncian, acompañan y escoltan a la Virgen de los cristianos, era ineludible en el proceso de evangelización de este pueblo mesoamericano (v. imagen 5). Muy sugerente también es que recordemos, en estos momentos, a los conocidos como voladores, pues ya Serge Gruzinski15 establece una relación entre el hecho de que los ángeles cristianos fueran rápidamente aceptados, y asumidos como propios, y la creencia en los voladores. Así, el espectáculo de los voladores, que era de celebración prehispánica, consistía en un ritual en el que unos indígenas alados y dotados de plumas, a modo de pájaros, eran colgados de lo alto de un mástil, atados por una pierna, con el fin de que giraran y volaran en torno a dicho palo, y es que, en la antigua cosmología mexica, había una total interdependencia entre los seres vivos, las cosas y los dioses. Por ello, humanos, vegetales, animales y dioses están íntimamente fundidos en el mundo de tlactipac tlaca («de los seres vivos sobre la tierra»), y en consecuencia, toman pleno sentido los extraños atavíos y combinaciones que los indígenas lucían en sus fiestas y celebraciones: los hombres-jaguares y los hombres-pájaro, por dar solo un ejemplo.16 Vemos que el cerro en el que tienen lugar las apariciones de la Virgen es un lugar mágico y simbólico, pues es donde viven los pájaros finos y donde habitan las principales divinidades de las sociedades precortesianas, por lo que la nueva diosa cristiana, Tonantzin-Guadalupe17, es integrada en el espacio sacro indio y elevada a la máxima dignidad que los indígenas reservaban para las principales divinidades de su panteón. Se detuvo a ver Juan Diego: Se dijo: ¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo? ¿Quizá no más lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños? ¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los antiguos nuestros antepasados, nuestros abuelos: en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne, de nuestro sustento; acaso en la tierra celestial? Hacia allá estaba viendo, arriba del cerrillo, del lado de donde sale el sol, de donde procedía el precioso canto celestial.18 Juan Diego, por el mero canto de los pájaros, tiene conciencia de que algo extraordinario sucede, de que algo se anuncia. Aún no ha tenido la visión de la Virgen, pero hay algo en el ambiente que le hace sentirse en un espacio familiar que no llega a identificar. Sus primeras cuestiones se centran en preguntarse si está dormido o despierto. Duda de su vigilia, lo que nos hace pensar que tal vez se considere en estado de trance o transición entre dos mundos, sean físicos o psíquicos. Interesante es que recurra, en su primer pensamiento explicativo, a sus placenteras sensaciones, al mundo de sus antiguos predecesores. Se cree en el mundo de sus antepasados, tal vez en la tierra celestial, de la que, naturalmente y como hemos visto, sabe que no es digno pues este mundo correspondía a los fallecidos en acto de guerra. Habla, también, del mundo de las flores y del canto, del maíz y, sobre todo, del «mundo de nuestra carne», por lo que podemos ver una nueva referencia a los ancestrales ritos y sacrificios de su ya decadente pueblo. (15) GRUZINSKI, Serge: La pensée mé-tisse, Fayard, Paris, 1999, p. 259. (16) GRUZINSKI, Serge: Op. cit., p. 269. (17) Según Miguel de León-Portilla, quien sigue, en esto, a Fray Bernardino de Sa-hagún. (18) VALERIANO, Antonio: Op. cit., frag-mento 11-13. Escudo del altépetl de Huitzilopochco. Códice Mendoza. (Siglo XVI). 63 CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018 Finalmente, Juan Diego, en el recuerdo de su antigua religión, acaba haciendo mención del sol. Por todo ello, y según León-Portilla, la presencia del precioso colibrí da sentido al canto del Nican Mopohua, pues el colibrí dice al descendiente de los antiguos hombres a dónde tiene que ir para encontrar las bellas flores, ya que el colibrí, cuando se aparece a quien busca flores, es manifestación de la presencia divina. Así, son muchas las ocasiones en las que el dios protector de los mexicas se presenta bajo esta forma. XOCHITLALPAN Y la Reina Celestial luego le mandó que subiera a la cumbre del cerrillo donde antes la veía; le dijo: -“Sube, hijo mío el menor, a la cumbre del cerrillo, a donde me viste y te di órdenes; allí verás que hay variadas flores: córtalas, reúnelas, ponlas todas juntas; luego baja aquí; tráelas aquí, a mi presencia”. Y Juan Diego luego subió al cerrillo y cuando llegó a la cumbre, mucho admiró cuantas había, florecidas, abiertas sus corolas, flores las más variadas, bellas y hermosas, cuando todavía no era su tiempo….19 El último elemento de la narración del Nican Mopohua en el que queremos detenernos es en la presencia e importancia que se otorga a las flores que quedan, prácticamente, mencionadas desde un principio. Así, Juan Diego, al escuchar cantos de aves preciosas, cree estar en la Tierra Florida (Xochitlalpan) o en la Tierra de su sustento (Tonacatlalpan), de la que le habían hablado sus antepasados.20 Ya sabemos que el primer obispo de la ciudad de México pidió una prueba a Juan Diego de que la Señora con la que decía haber hablado era, efectivamente, la Virgen. No es en vano que a los hechos fantásticos que sucedieron, con posterioridad, se les conozca como el Milagro de la rosas. La propia Virgen, según la narración, es quien dijo a su fiel servidor que debía subir al cerrillo y recoger allí unas flores que luego debía mostrar al Obispo Zumárraga como la prueba que este pedía. Según el texto, las flores eran muy olorosas, eran como preciosas perlas, henchidas del rocío de la noche cuando la cumbre del cerrillo no era lugar en el que se diera ninguna flor, sino riscos, abrojos, espinas, nopales, mezquites y acaso algunas hierbecillas…, siendo, además, mes el de diciembre, en el que abundaba el hielo.21 Pues bien, si ahora nos centramos en las flores es porque estas tenían una gran importancia ritual para los pueblos precortesianos así como para el cristianismo. No eran meramente una especie vegetal manifestada en una gran variedad de colores y aromas. La flor era para ellos, junto con el canto, los instrumentos del lenguaje para dirigirse a los Dioses. Eran la flor y el canto –In Xóchitl in Cuícatl–: la poesía, la armonía… todo lo más bello, el único medio digno para comunicarse con los Dioses. In Xóchitl in Cuícatl, Flor y Canto, era todo un concepto que abarcaba lo más noble y excelso, la poesía: la expresión sublime de la cultura náhuatl.22 José Luis Guerrero, en su obra Flor y Canto, nos indica que con este concepto se hace alusión al modo peculiar que los indígenas americanos tenían de conocer el mundo y su verdad. Era un modo de estar en la naturaleza intuitivo y poético, a través de una experiencia interior e íntima. Los indígenas convivían con sus dioses intuitivamente, gracias a la poesía y al canto, sin interesarse por una vía de conocimiento más teológica. Por ello, volvemos a encontrarnos otro elemento de importancia religiosa y ritual entre los aztecas que fue integrado en los nuevos relatos que constituirían la base de las nuevas creencias, porque ya las flores eran (desde un pasado remoto) acompañantes de muchos acontecimientos importantes del cristianismo y, especialmente, cuando de la Virgen María se trataba. Ahora, es vital que destaquemos que, entre los antiguos pueblos prehispánicos, la guerra no era entendida al modo europeo en el que, normalmente, el objetivo era la aniquilación (19) VALERIANO, Antonio: Op. cit., frag-mento 126-129. (20) LEÓN-PORTILLA, Miguel de: Op. cit., p. 54. (21) VALERIANO, Antonio: Op. cit., frag-mento 134-135. (22) ESTRADA DE TORRES, M. Cristina: México, ayate de la Virgen de Guadalupe, Obra nacional de la buena prensa, A.C, México, 2000, 2002. p. 15. CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018 64 total del enemigo. Conocida es la sangrienta historia del viejo continente, cuyos costes no eran solo en vidas sino también en completas civilizaciones, en las que desaparecía, junto a sus habitantes, todo el fruto de siglos de conocimiento y cultura. Así, los antiguos mesoamericanos desarrollaron la guerra como una Xóchitl Yáoyotl o Guerra Florida, cuya finalidad era, ante todo, la captura de prisioneros para, posteriormente, ofrecerlos en los altares, pues los antiguos aztecas consideraban al corazón como a una flor (Xóchit). Sucedía que, en los ensangrentados altares (Techcatl), los sacerdotes extraían los corazones de prisioneros y voluntarios que eran sometidos al sacrificio, mientras que el cuerpo era desechado como menos valioso, cosa que no ocurría ni con la sangre (Chalchíhuatl o Joya líquida) ni con el corazón, el cual era entregado como verdadera ofrenda floral. En el Nican Mopohua, es la propia Virgen la que elige la señal que debe presentarse al obispo. Aunque las flores no son descritas, se nos dice que son muy variadas, de olor suave, como perlas preciosas, frescas por el rocío de la noche, pero no se nos desvela en ningún momento su color (a pesar de que la mayoría de las representaciones pictóricas nos las muestran como encarnadas). Sin embargo, cuando Juan Diego se halla en presencia del prelado las identifica: “Y me mandó a la cumbre del cerrillo en donde antes yo la había visto, para que allí cortara diversas rosas de Castilla”23. De todo esto, podemos concluir que no es un hecho inocente el que la Virgen decidiera ofrecer flores al obispo del antiguo Tenochtitlan, pues queda claro que con esta narración se quiso intervenir en los antiguos ritos y sacrificios de los aztecas para impedir lo que los españoles consideraban atroces, idolátricos y satánicos ritos. Los nuevos cristianizados debían aprender a cambiar sus infames rituales, no sólo sustituyendo a sus viejas deidades y aceptando unas nuevas, sino también transformando por completo la forma en la que se les rendía culto. Así, el sacrificio y la ofrenda de sangre y palpitantes corazones quedaban ya prohibidos y desterrados como muy ingratos al nuevo dios y a los nuevos sacerdotes. La que otrora fuera flor de la vida, motor del humano y del universo, quedaba sustituida por auténtica flor nacida en el campo. Olorosas y bellas flores que ahora sí serían del agrado de la nueva diosa (v. imagen 6). Por ello, cobra especial relevancia, como nos señala León-Portilla, que el Nican Mopohua comience con el canto y termine con las flores (In Xóchitl in Cuícatl), formas de expresión, como vemos, del pensamiento prehispánico24, pues la asociación establecida entre la Virgen de Guadalupe y las flores fue fácil de lograr si tenemos en cuenta que la «nueva diosa» venía a sustituir a las antiguas diosas aztecas y a la que era madre de los dioses y de los humanos, pero, también, diosa de las flores. Así, leemos en Clavijero: Coatlicue o Cloatantona, diosa de las flores; tenía templo en México llamado Yopico, en el cual le hacían fiesta los xochimanques o floreros en el mes tercero que caía en la estación de la primavera. Entre otras cosas le presentaban ramilletes de flores curiosamente compuestos. No sabemos si esta Coatlicue es la misma que la que fingían algunos madre de Huitzilopochtli.25 Tras lo dicho, y tras el anterior epígrafe dedicado a la presencia de los pajarillos en el Nican Mopohua, queda claro que las aves (al igual que las mariposas, en otros textos mexicas) no hacen referencia sino al alma de los guerreros muertos en combate. Se creía que estos delicados seres volverían a la tierra para nutrirse del néctar de las flores y gozar de la vida eterna, siendo el más allá de los nahuas destacable por su luminosidad, por sus colores, sus flores tropicales, aromas, iridiscentes plumas que destellaban la luz solar, llamativas alas de mariposas y bellas piedras preciosas…, es decir, por todo aquello que los españoles encontraron en la esplendorosa Tenochtitlan. TENOCHTITLAN, EL GRAN SOL APAGADO Uno de los grandes enigmas de la historia de la caída de Tenochtitlan, y la posterior de todo el imperio mexica, ha sido la de comprender cómo un grupo tan reducido de invasores pudo doblegar a todo un imperio. (23) VALERIANO, Antonio: Op. cit., frag-mento 172. Representación de la Rosa Gallica o de nombre vulgar Rosa de Castilla. (Pierre- Joseph Redouté, 1824). (24) LEÓN-PORTILLA, Miguel de: Op. cit., p. 63. (25) CLAVIJERO, Francisco Javier: Op. cit., p. 221. 65 CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018 Ya hemos mencionado algunas causas, como las enfermedades europeas, venidas en los barcos, que hicieron estragos en la población autóctona diezmándola como nunca se había visto, probablemente, en la historia de la humanidad. Igualmente, la habilidad de Cortés en pactar con los enemigos de los aztecas, prometiéndoles posteriores prebendas y riquezas, explica el hecho, aunque ahora deseamos finalizar nuestro trabajo aludiendo a la gran confusión que sufrió Moctezuma II ante un hombre del que no tenía ni la más remota idea de quién era, cosa que benefició hasta el extremo a la empresa cortesiana. El emperador mexica (siguiendo los antiguos mitos de su pueblo) creía que los españoles eran enviados del dios Quetzalcóatl (Serpiente Emplumada), que vendría del este, por lo que no pudo negarse a recibirlos magníficamente en sus dominios y ser el mejor de los anfitriones, obsequiando a Cortés, entre otras cosas, con el célebre Penacho de Moctezuma, es decir, el tocado de Quetzalcóatl (v. imagen 7). Además de ello, toda una serie de coincidencias vinieron a allanar el camino del español, pues Hernán Cortés, de barba blanca, extraños ropajes y portador de un sombrero-casco similar al de Quetzalcóatl, desembarcó en el islote de San Juan de Ulúa el 21 de abril de 1519 y, al ser jueves santo, algunos miembros de la tripulación llevaban vestidos negros, color propio de la mencionada deidad. Además, la fecha del desembarco de Cortés es de gran importancia, pues el 22 de abril, viernes santo, coincidió con el día en el que se celebraba el cumpleaños de Quetzalcóatl y en su mismo año. El día, en concreto, era el Chiconahui-Ehécatl (Nueve viento), del año Ce-Acatl (Uno-Caña), único año dedicado a Quetzalcóatl. Entre los aztecas, abundaban narraciones y mitos mesiánicos o de retorno, pues tenían la creencia de que los espíritus benefactores de sus antepasados y de sus dioses volverían por vía marítima y desde el oriente, es decir, por donde nace a diario el sol. Así, el desterrado dios Quetzalcóatl volvería en su nave desde el este, lo que propició la gran confusión que sufrieron con la figura de Cortés. Ya los propios Diego Durán y Fray Bernardino de Sahagún nos narran cómo se dio toda esta confusión que, como nos señala Todorov, fue explotada por el propio Cortés, que, con su gran capacidad de improvisación, aprovechó el mito del retorno para acceder con mayor facilidad a Tenochtitlan. Igualmente, una serie de sucesos inexplicables para los aztecas y diversos presagios hicieron que creyeran que había llegado el momento del retorno de la Serpiente Emplumada tal y como ella había prometido que haría, pues los mexicas vivían con gran temor e incertidumbre, ya que se hallaban en momentos en los que podía darse espontáneamente el fin del cosmos. Como se sabe, ya habían pasado por cuatro mundos y cuatro eras. Se encontraban en la quinta, y la llegada del fin de siglo coincidió con el desembarco de Cortés. Los aztecas poseían dos calendarios: uno solar, de 365 días, y otro religioso, de 260. Cuando ambos calendarios coincidían, es decir, cada 52 años, se producía el fin de un ciclo. En ese momento, de gran angustia psicológica y existencial para los indígenas, pues la profecía decía que el fin del imperio llegaría con la finalización de uno de los siglos, debía celebrarse la fiesta del fuego, prolija en sacrificios humanos, en honor a las divinidades para que ellas permitieran al mundo seguir su curso. En su obra, Fray Bernardino de Sahagún26 nos describe las celebraciones que tenían lugar durante la fiesta de Toxiuh Molpilia (Átanse nuestros años) y que se llevaban a cabo cuando finalizaba la rueda de los años, calendario cuya invención había sido atribuida al propio Quetzalcóatl. Llegados los días festivos, se limpiaban las casas y se arrojaban a las lagunas los palos y piedras que tenían por dioses o númenes, además de las piedras que servían para cocer y moler la comida. En estos días, se encendía una nueva lumbre en la sierra Uixachtlan, a dos leguas de México, entre los pueblos de Itztapalapa y Colhuacan. A la sierra iban antes de la puesta del sol los sacerdotes, ataviados para la ocasión. El acto se realizaba llegada la media noche colocando un palo, del que iba a nacer el nuevo fuego, en el pecho de un cautivo que era sacrificado. Un sumo sacerdote (Copolco) hacía las veces de maestro de ceremonias extrayendo el corazón al prisionero y arrojándolo al fuego, y era el encargado de dar inicio a la nueva lumbre. (26) Igualmente, Francisco Clavijero se hace eco de esta fiesta. CLAVIJERO, Francisco Javier: Op. cit., p. 271. Representación de Quetzalcóatl. Códice Magliabechiano. (Siglo XVI). CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018 66 Una vez el fuego prendido, y si ello se lograba, se procedía al encendido de una gran hoguera para que fuera visible desde lo lejos. Entonces se iniciaba en el altar (Techcatl) un gran sacrificio y ofrenda colectiva, pues todos los presentes se cortaban las orejas con navajas y esparcían la sangre que manaba en dirección a donde se hallaba el fuego. Con la llegada de los españoles, y en un breve periodo de tiempo, esta gran hoguera quedó extinta, aunque su recuerdo permaneciera en la mente del indígena. Sin embargo, el golpe fue definitivo porque sus antiguos dioses ya estaban heridos de muerte y condenados al olvido, especialmente tras las prohibiciones de rendirles culto y la obligación de destruir todos sus sacros ídolos. Un nuevo sol estaría por venir. BIBLIOGRAFÍA ÁLVAREZ ÁLVAREZ, Arturo: Guadalupe en la América Indiana, Studium, Madrid, 1969. ÁLVAREZ ÁLVAREZ, Arturo: El primer siglo guadalupano (México, c. 1524-1648), Revista Historia 16, Año XXVII, número 327, pp. 22-41. ÁLVAREZ ÁLVAREZ, Arturo: La Triple Imagen de la Guadalupana (México), Revista de Estudios Extremeños, número III, Centro de Estudios Extremeños, Diputación Provincial, Badajoz, Septiembre/Diciembre 2009, pp. 73-89. ANSÓN, Francisco: Guadalupe. Lo que ven sus ojos, Ediciones Rialp, Madrid, 1988. BAEZA AZCÓN, Patricia: La iconografía de la Virgen de Guadalupe de México en España, Archivo Español de Arte, T. 80, nº 318, 2007. CARRANZA, Armando: Los misterios de la Virgen de Guadalupe, Edicomunicación, Barcelona, 1992. CLAVIJERO, Francisco Javier: Historia antigua de México, Edición Porrúa, nº 29, 2003. DE SAHAGÚN, Bernardino: Historia general de las cosas de Nueva España, Edición Porrúa, nº 300, México, 2006. ESTRADA DE TORRES, M. Cristina: México, ayate de la Virgen de Guadalupe, Obra nacional de la buena prensa, A.C, México, 2000, 2002. GARIBAY DÍAZ, L. R.: Altares, ofrendas, oraciones y rituales a la Santa Muerte. Ediciones Viman, México, 2006, 2007. GRUZINSKI, Serge: La guerre des images. De Christophe Coloma à «Blade Runner» (1492-2019),Fayard, Paris, 1990. GRUZINSKI, Serge: La pensée métisse, Fayard, Paris, 1999. GUERRERO, José Luis: Flor y Cantodel nacimiento de México, Ed. Cimiento, México. HERNÁNDEZ, Francisco: Antigüedades de la Nueva España, Dastin Historia, Ed. Ascensión Hernández, Madrid, 2000. HERNÁNDEZ, Francisco: Historia Natural de la Nueva España, UNAM, 1960. LAFAYE, Jacques: Quetzalcóatl y Guadalupe: la formación de la conciencia nacional en México, Fondo de Cultura Económica, 2006. LEÓN-PORTILLA, Miguel de: Tonantzin Guadalupe. Pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el Nican Mopohua, El Colegio Nacional, Fondo de Cultura Económica, México, 2001. LÓPEZ DE GÓMARA, Francisco: La conquista de México, Dastin, Historia, Ed. de José Luis de Rojas, Madrid, 2000. PARDO TOMÁS, José: Francisco Hernández (1515?-1587). Medicina e historia natural en 67 CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018 el nuevo mundo, FCOHC. PEREA, F. J.: El mundo de San Juan Diego, Editorial Diana, México, 2002. RAMOS PÉREZ, Demetrio: Los conquistadores extremeños en América. En Extremadura y América, dirigida por Andrés Ordax, S. Espasa-Calpe, Madrid, 1990. TODOROV, Tzvetan: La conquista de América. El problema del otro, Ed. Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 1982, 2008. VALERIANO, Antonio: Nican Mopohua. En Huey Tlamahuizoltica, traducción de Mario Rojas Sánchez, 1998.
Click tabs to swap between content that is broken into logical sections.
Calificación | |
Título y subtítulo | Sincretismo religioso en el Nican Mopohua y en Nueva España, en el siglo XVI |
Autor principal | Toste Basse, Inés Marta |
Entidad | Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias |
Publicación fuente | Catharum: revista de Ciencias y Humanidades |
Numeración | Número 17 |
Tipo de documento | Artículo |
Lugar de publicación | Puerto de la Cruz |
Editorial | Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias |
Fecha | 2018 |
Páginas | pp. 057-067 |
Materias | Publicaciones periódicas ; Ciencias Sociales ; Humanismo ; Cultura ; Sociedad ; Canarias ; Tenerife ; Religión ; Siglo XVI ; México ; Sincretismo |
Enlaces relacionados | Enlace al editor: http://www.iehcan.com/category/publicaciones/catharum/ |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Tamaño de archivo | 887808 Bytes |
Texto | CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018 57 RESUMEN Para el conocimiento de la historia del proceso de cristianización de los antiguos mexicas es de obligado conocimiento el breve texto Nican Mopohua, del siglo XVI, en el que se narran las cuatro apariciones de la Virgen de Guadalupe al indígena Juan Diego. Escrito en lengua náhuatl (pero con caracteres latinos) por Antonio Valeriano, estudiante en el Colegio de Santa Cruz de Santiago Tlatelolco, analizaremos aquellos elementos iconográficos, culturales y religiosos que se hallan presentes en el texto y que, siendo también significativos en el cristianismo, permitieron un mejor proceso de asimilación de las nuevas creencias, venidas del otro lado del océano, por parte de los indígenas mesoamericanos. PALABRAS CLAVE: Tenochtitlan, Nican Mopohua, Tépetl (cerro), Coyoltototl y Tzinitzcan (colibrí), Xochitlalpan (Tierra Florida). LA CAÍDA DE TENOCHTITLAN Difícil sería saber cuál de las dos grandes obsesiones de Hernán Cortés (1485-1547) era la más fuerte: la de hacer que los nuevos pueblos conquistados abrazaran el cristianismo o la de enriquecerse. Ya desde uno de sus primeros contactos con las civilizaciones mesoamericanas (en la isla de Cozumel), al presentarse al gobernante local de la ciudad, en 1519, le solicitó que dejaran su religión y adoptaran el cristianismo, ordenando a sus hombres destruir los ídolos religiosos mayas y poner cruces e imágenes de la Virgen cristiana en el templo. Con estos dos objetivos en mente y al poco de pisar territorio continental, el conquistador se adentró imparable por territorio desconocido, entre traiciones, alianzas, victorias y momentáneas derrotas, y fundó él mismo, el 25 de marzo, dirigiéndose a una gran ceiba (árbol sagrado para los mayas) y golpeando con su espada desenvainada su tronco, la Villa de Santa María de la Victoria (donde se ubicaba la antigua y vencida ciudad maya de Potonchán), primera población española en Nueva España. Así, desde que Cortés tuvo conocimiento de la existencia de Tenochtitlan y de su emperador e intuyó sus riquezas, no cesó en su deseo de conquistar la capital de los mexicas y para ello se valió de toda clase de aliados: desde las epidemias, que comenzaron a propagarse como la pólvora, hasta los enemigos acérrimos de aquellos. Con los totonacas, con capital en Cempoala, fue con los primeros con los que selló una alianza militar y marchó con sus objetivos bien presentes. De camino, los actos históricos comenzaron a sucederse, y así, por ejemplo, se fundó la Villa Rica de la Vera Cruz, enfrente de la ciudad de Quiahuiztlán (a unos 70 kilómetros al norte de la actual Veracruz), por haber desembarcado los españoles en aquel lugar un viernes santo. Abandonando la costa, el 16 de agosto de 1519, el español inició su marcha hacia el interior del territorio y rumbo hacia la capital de los mexicas con un pequeño contingente de 1300 guerreros totonacas, 200 indios porteadores, 6 cañones, 400 infantes españoles y 15 hombres a caballo. Inés Marta Toste Basse Sincretismo religioso en el Nican Mopohua y en Nueva España, en el siglo XVI CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018 58 Momentos épicos fueron la caída de Cholula, ciudad aliada de los aztecas, y el paso de la tropa entre los volcanes del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, antes de arribar al lago de Texcoco, al Valle de México y al corazón del imperio: la incomparable Tenochtitlan. El 8 de noviembre de 1519, se produjo el encuentro entre Moctezuma II y Cortés (quien estaba acompañado de unos trescientos españoles y unos 3000 tlaxcaltecas) y, no viendo peligro evidente en ello, el emperador mexica los recibió como a huéspedes distinguidos, agasajándolos con regalos e instalándolos en estancias palaciegas. Lo que sucedió a continuación es conocido por todos: el extremeño logró que Moctezuma se declarase vasallo del lejano emperador Carlos V y comenzaron las hostilidades de forma abierta. La casta sacerdotal y la nobleza se conjuraron para liberar de la invasión a su emperador (que parecía sometido a los extraños huéspedes) y aniquilar a los españoles. Sin embargo, Moctezuma murió de una pedrada que lo descalabró y que, muy probablemente, lanzó uno de sus vasallos. Luego se dio la Noche Triste (del 30 de junio al 1 de julio de 1520) con la retirada de los españoles de la ciudad, quienes volverían reorganizados al poco tiempo para sitiarla, durante unos 75 días, y doblegarla definitivamente. EL NICAN MOPOHUA Sabido es de todos el relevante papel que tiene la cristiana Virgen de Guadalupe (v. imagen 1) en el proceso de evangelización de Nueva España y en la configuración de lo que es la conciencia nacional mexicana después de su conquista. Por ello, es ineludible el estudio y conocimiento de un pequeño texto que lleva por título Nican Mopohua1, una breve narración en la que se desvela el llamado Milagro de las Rosas y se relata cómo, en 1531, la Virgen de Guadalupe se le apareció a un indígena recién bautizado y de nombre Juan Diego Cuauhtlatoatzin (en el monte Tepeyac), quien debía solicitar, por mandato de la propia Virgen, al Obispo de México y fraile franciscano Juan de Zumárraga, la construcción de un templo en honor a la Virgen. Por tanto, se narran las cuatro apariciones de la guadalupana al indígena Juan Diego, entre los días 9 y 12 de diciembre de 1531 (sólo diez años después de la conquista de Tenochtitlán), es decir, en las fechas clave del proceso de cristianización de las nuevas tierras bajo dominio del imperio español. Por lo dicho, debe hacerse hincapié en la vital importancia que tiene este breve texto en el proceso de evangelización de Nueva España porque en él se relata el milagro que daría existencia al célebre lienzo de la Virgen de Guadalupe (del que se creía que era un autorretrato de la propia Virgen) y que es objeto de absoluta devoción en aquellas tierras hasta nuestros días. Igualmente, en la narración se desvela el mandato divino que la Virgen da al pueblo de los mexicas. Según Miguel de León-Portilla2, el Nican Mopohua debe ser entendido en el contexto de la gran literatura colonial en náhuatl y fue escrito, presuntamente, por el indio Antonio Valeriano de Azcapotzalco (1522?-1605)3, indígena noble y pariente de Moctezuma Xocoyotzin, siendo estudiante en el Colegio de Santa Cruz de Santiago Tlatelolco, en el que ingresó hacia 1536, como uno de los alumnos nahuas de los franciscanos Andrés de Olmos (1484-1571) y Bernardino de Sahagún (1499-1590), quien nombrara a Valeriano uno de sus estudiantes trilingües y conocedores del náhuatl, castellano y latín. Posteriormente, la primera publicación del Nican Mopohua fue en 1649 (v. imagen 2) a manos del bachiller criollo Luis Lasso de la Vega (1605-1660), capellán del santuario de Guadalupe. Según el propio Lasso de la Vega, el indio Antonio Valeriano había oído la historia de las apariciones marianas directamente de labios del indio Juan Diego, que habría fallecido en 1548, cuando Valeriano tenía unos 25 años. El Nican Mopohua fue escrito sobre papel de pulpa de magüey y redactado en caracteres latinos, que aprendieron los indígenas, como Antonio Valeriano, durante el rápido proceso de cristianización que sufrieron. Por ello, gracias a la publicación de 1649, el documento disfrutó de una amplia difusión. (1) El título del texto deriva de sus dos primeras palabras. La pequeña obra forma parte de un texto más extenso, el Huei tlamahuizoltica (traducido como El gran acontecimiento o Muy maravi-llosamente), a su vez, un pequeño libro escrito en náhuatl e impreso en México, en 1649. Su impresión se realizó en la casa del impresor Juan Ruyz, a cargo de Luis Lasso de la Vega. Representación pictórica de la Virgen de Guadalupe de México. Frontispicio de la obra de Luis Lasso De La Vega (1649). (2) LEON-PORTILLA, Miguel de: Tonan-tzin Guadalupe. Pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el Nican Mopohua, El Colegio Nacional, Fondo de Cultura Económica, México, 2001, p. 13. (3) LEON-PORTILLA, Miguel de: Op. cit., p. 20. 59 CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018 Pues bien, en el presente trabajo nos hemos marcado como objetivo el hacer hincapié en la extrema importancia del texto Nican Mopohua en el proceso de cristianización de las sociedades prehispánicas de Nueva España, pues es muy destacable el hecho de que, tan solo con unas pocas páginas, se haya logrado un proceso absolutamente eficaz de identificación de dichas sociedades con la nueva «diosa» hispana y es que, a nuestro juicio, la estrategia era clara y evidente: se trató de potenciar todos los elementos propios de la cultura, las creencias y la espiritualidad de los antiguos aztecas que pudieran amalgamarse y ser compatibles con el cristianismo, con el fin de que a la población superviviente del proceso de conquista le fuera fácil asimilar la nueva religiosidad y creencias cristianas. Así pues, tenemos el célebre lienzo4 de la guadalupana plagado de elementos iconográficos que no hacen sino evocarnos el conquistado mundo indígena que va a doblegarse a los pies de la Virgen y aceptarla, pero lo acompaña el Nican Mopohua para explicar, al nuevo creyente, las circunstancias de la presentación de la Virgen a ese nuevo pueblo cristianizado que debe abandonar sus antiguas falsas creencias y a sus infames divinidades. Por lo tanto, vamos a centrarnos, a partir de ahora, en los elementos iconográficos específicamente genuinos de la cultura y la tradición azteca que se evidencian en el texto y que permitieron a los indígenas asumir a la Virgen como propia porque, en el proceso de sincretismo religioso, su aparición se daba en un marco o contexto perfectamente natural y propio de los antepasados de los nuevos creyentes. Nos referimos a las constantes referencias a los cerros (Tépelt), a la presencia de los colibrís y a la de las flores. EL «TÉPETL» TEPEYAC ¿Dónde estoy?, ¿dónde me veo? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los antiguos nuestros antepasados, nuestros abuelos: en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne, de nuestro sustento; acaso en la tierra celestial? Hacia allá estaba viendo, arriba del cerrillo, del lado de donde sale el sol, de donde procedía el precioso canto celestial. Y cuando cesó de pronto el canto, cuando dejó de oírse, entonces oyó que lo llamaban, de arriba del cerrillo, le decían «Juanito, Juan Dieguito».5 De la narración del Nican Mopohua es muy destacable el hecho de que todo suceda en un cerro, pues ello continúa con la gran importancia que estos espacios naturales tenían para los antiguos aztecas. Muchas de sus antiguas leyendas y narraciones se desarrollaban en montañas, sierras, cerros…, por lo que no debe extrañarnos el hecho de que los antiguos indígenas realizaran la mayor parte de sus rituales desde lo alto de estos parajes, convertidos en espacios mágicos, y adecuados para llevar a cabo sacrificios y demás ritos. Iban los antiguos mexicas a estos lugares a levantar templos y a hacer sacrificios humanos en altares ya consagrados o de ocasión, o, simplemente, asistían los sacerdotes y sacerdotisas de las diversas órdenes a desangrarse a modo de ofrenda. Tras lo dicho, no es de extrañar que se haya elegido como estrategia de sustitución un cerrillo para ubicar el espacio mágico-milagroso en donde tienen lugar las apariciones de la Virgen al neófito Juan Diego. Igualmente, en estos espacios nacen y son recolectadas por Juan Diego las rosas de Castilla, que el mismo indito debía llevar al Obispo Zumárraga como señal que este último pedía para atender a la solicitud de la Virgen de que se construyera un nuevo templo en su honor..., lugar digno de ser comparado con el paraíso… Cuando fui a llegar a la cumbre del cerrillo miré que ya era el paraíso.6 Así, la nueva religiosidad traída por los españoles también debía nacer desde lo alto de un cerrillo, lugar inseparable de Huitzilopochtli (v. imagen 3), dios de la guerra, también conocido como Tlacauepan Cuexcotzin, Ilhuícatl Xoxouhqui o Tezcatlipoca azul (y cuyo nombre significa «colibrí azul»). Huitzilopochtli fue la principal deidad de los mexicas, quienes creían que esta divinidad solar había sido la que había fundado Tenochtitlan. Era (4) Del lienzo, no se conoce ni artista ni fecha clara de ejecución. Además, y como es bien sabido, el hecho de que popularmente se le atribuya la autoría a la propia Virgen (como manifestación milagrosa de su presencia) dificulta aún más, si cabe, su estudio en este sentido. Sin embargo y al respecto, contamos con el testimonio del franciscano Francisco Bustamante, quien, durante el sermón que pronunció (con gran escándalo) ante la Real Audiencia y el Virrey, el 8 de sep-tiembre de 1556, afirmó que el famoso lienzo o ayate, que representa a la Virgen de Guadalupe, había sido realizado por un pintor indígena de nombre Marcos Cipac de Aquino, quien nunca negó ha-ber sido el ejecutor de la obra y que aún seguía vivo. El fraile consideraba que el excesivo fervor hacia el propio lienzo que repre-sentaba esta advocación debía ser su-primido, pues los supuestos milagros no eran sino engaños y mentiras. Por todo ello, Miguel de León-Portilla estima que Antonio Valeriano redactó el Nican Mo-pohua. El noble indígena se habría vis-to, sobre todo, motivado por el intento del obispo Fray Alonso de Montúfar de confirmar la autenticidad de las diversas manifestaciones de la Virgen y de dar su beneplácito a la ermita de Tepeyac como lugar de veneración hacia la nueva Vir-gen de Guadalupe. (5) VALERIANO, Antonio: Nican Mo-pohua. En Huey Tlamahuizoltica, tra-ducción de Mario Rojas Sánchez, 1998, fragmento 12-14. (6) VALERIANO, Antonio: Op. cit., frag-mento 178. Huitzilopochtli, en su forma divina. Códi-ce Telleriano-Remensis. (Siglo XVI). CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018 60 hijo del antiguo sol Tonatiut (siendo luego él mismo el nuevo sol), pero su nacimiento es narrado en un mito en el que se cuenta que nace de la diosa virgen de la fertilidad Coatlicue, aunque, como es habitual, en toda narración mítica hay variantes, por lo que también se dice que su madre era Omecíhuatl. Así, según el mito7 más popular, Coatlicue se encontraba barriendo en el templo de la sierra de Tollan cuando observó que, del cielo, caía algo parecido a una bolita de plumas azuladas. Ante la preciosidad del objeto, decidió guardarlo en su seno y cerca de su vientre, con la idea de ofrecerlo más tarde en el altar del templo, aunque esto le provocó un embarazo no creído por sus cuatrocientos hijos (conocidos como los Centzonhuitznzhuao las «estrellas meridionales») y su propia hija (Coyolxauhqui), quien ante la vergüenza provocada por la madre decide urdir un plan, en colaboración con sus hermanos, con la finalidad de matarla. Sin embargo, la madre recibió la misericordia de su hijo Quauitlícac, uno de los cuatrocientos, quien, delatando a sus hermanos, se lo contaba todo a Huitzilopochtli, aún en el vientre materno. Así, llegado el momento de la matanza, a las órdenes de la hermana y ataviados para la ocasión, los Centzonhuitznahua se dirigían a la madre. Pero siendo Huitzilopochtli informado por su hermano delator de por donde se iban acercando los atacantes, en el momento en que estos alcanzaron lo alto de la sierra se dio el nacimiento de la nueva divinidad solar. Entonces es cuando Huitzilopochtli toma venganza de las intenciones de sus hermanos y se desata la gran matanza, comenzando el nuevo dios por aniquilar a la hermana. La sierra se convirtió en un gran altar ritual, pues Huitzilopochtli tomó una culebra de tea encendida (Xiuhcóatl) con la que hirió mortalmente a Coyolxauhqui y despedazó su cuerpo. Así, la cabeza permaneció en lo alto de la sierra y sus restos, diseminados, cayeron por sus laderas (aunque una variante de la leyenda dice que el dios la arrojó al cielo, convirtiéndose en ese momento en la luna y generándose desde entonces un conflicto irremediable entre ambos astros fraternos). Igualmente, de sus hermanos dio buena cuenta, pues una vez armado los persiguió y expulsó de la sierra Coatépec y a pesar de sus ruegos, rezos y sollozos casi todos murieron, logrando solo algunos de ellos huir a Huitztlampa. Tras esta narración, se nos hace comprensible el hecho de que los sacerdotes de Tenochtitlan buscaran fortalecer continuamente a esta divinidad guerrera y exclusiva de los mexicas con el derramamiento de sangre de sus enemigos o voluntarios que se sacrificaban, en su honor, en el altar de su templo y que no venían sino a lograr un equilibrio cósmico renovado casi a diario. Importantísimo es ahora que se tenga en cuenta que la relevancia del Tépetl (v. imagen 4) en las culturas mesoamericanas prehispánicas no era sólo a nivel religioso o ritual, sino también político y administrativo. Por ello, debe destacarse el concepto de Altépetl (del náhuatl āl- , relativo al agua, y tepē(tl), es decir, «cerro» o «montaña», y que, hoy en día, encierra el concepto de «señorío»). Así, en torno a un Altépetl se configuraba territorialmente un grupo étnico con su propia organización social y política, pues se trataba de asentamientos de pueblos garantes de sus propias tierras, tierras ya habitadas por una etnia de ancestros y pasados comunes que incluían una lengua y una misma deidad protectora. Por ello, para los conquistadores era vital romper con estos centros de poder administrativo y territorial, pues eran el eje en el que se asentaban las diversas alianzas entre los variados pueblos prehispánicos, cosa muy propia de la época Posclásica, previa al dominio de los españoles en la zona. Así, a la llegada de Hernán Cortés a Tenochtitlan, Moctezuma Xocoyotzin era el Huēy tlahtoani más poderoso de la época, es decir, la máxima autoridad del Altépetl, pues era el gobernante de varios de ellos (que, a su vez, eran dirigidos por un Tlahtoani, normalmente representantes de las diversas castas nobles locales), con privilegio suficiente para someter a otros Altépetl y pueblos mediante la imposición de Huitzilopochtli como deidad primordial y de tributos, fueran materiales o humanos que serían sacrificados en las piras de los templos a modo de ofrendas o esclavizados. (7) DE SAHAGÚN, Bernardino: Historia general de las cosas de Nueva España, Edición Porrúa, nº 300, México, 2006, pp. 185-186. Además, puede leerse esta narración en CLAVIJERO, Francisco Ja-vier: Historia antigua de México, Edición Porrúa, nº 29, 2003, pp. 218-219. Representación de Coatepec, ciudad tol-teca de Tula. Códice Tovar. (Siglo XVI). 61 CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018 Para concluir con este breve apartado, resulta obvio ahora decir que los conquistadores españoles necesitaban desacreditar y suprimir, dentro de la lógica del proceso de conquista y sometimiento, el espacio mágico-ritual y político de los indígenas para sustituirlo por otro ya cristianizado. La estrategia fue simple y extremadamente eficaz, pues fue la propia Virgen cristiana (quien también va a ser madre inmaculada) la que solicitó a un humilde indígena del pueblo la construcción de su nuevo templo: Y para realizar lo que pretende mi compasiva mirada misericordiosa, anda al palacio del obispo de México, y le dirás como yo te envío, para que le descubras como mucho deseo que aquí me provea de una casita, me erija en el llano mi templo; todo le contarás, cuanto has visto y admirado, y lo que has oído.8 EL COYOLTOTOTL Y EL TZINITZCAN “Y al llegar cerca del cerrito llamado Tepeyac ya amanecía. Oyó cantar sobre el cerrito, como el canto de muchos pájaros finos; al cesar sus voces, como que le respondía el cerro, sobremanera suaves, deleitosos, sus cantos sobrepujaban al del coyoltototl y del tzinitzcan y al de otros pájaros finos”9. En el Nican Mopohua tiene vital importancia la presencia de los pajarillos que anuncian la llegada de la Virgen al indio Juan Diego. La primera señal por la que se percató nuestro protagonista de que algo magnífico y sobrenatural iba a suceder fue el canto de los pájaros finos, pues al llegar al cerrillo escuchó como un diálogo entre el propio lugar y las preciosas aves. Era sábado, muy de madrugada, venía en pos de Dios y de su mandato. Y al llegar cerca del cerrito llamado Tepeyac ya amanecía. Oyó cantar sobre el cerrillo, como el canto de muchos pájaros finos; al cesar sus voces, como que le respondía el cerro, sobremanera suaves, deleitosos, sus cantos sobrepujaban al del coyoltototl y del tzinitzcan y al de otros pájaros finos.10 Si ahora nos detenemos en comentar la presencia de los pájaros, de los dos colibríes preciosos11, es por la gran importancia que tenían estos en las antiguas creencias aztecas. Al respecto, nos puede informar, desde el propio siglo XVI, Francisco Hernández12, en su obra Antigüedades de la Nueva España, donde dedica el corto capítulo XV a hablar de las creencias aztecas en lo tocante a cómo veían la muerte y trataban los cuerpos de sus difuntos. Así, Hernández nos relata que los aztecas creían en algo similar a un alma inmortal que permanecía, tras la muerte, desprovista del cuerpo y que podría hallarse en el cielo, en el infierno o en el paraíso terrenal, dependiendo el lugar de residencia del alma tras el fallecimiento del individuo, no de los actos que los difuntos hubieran llevado a cabo en vida, sino, simplemente, del modo en que se fallecía. El cielo, donde presidía el sol, era conquistado por los guerreros que habían caído en valeroso acto de defensa de su pueblo o por aquellos que, cautivos, eran sacrificados en los altares, siendo dicho lugar visto como un espacio plano y campestre, lleno de hermosos y frondosos bosques adornados de múltiples y variados árboles. Decían que ese lugar constaba de bosques hermosos por los varios géneros de árboles, de animales mansos y por el canto y la multitud de aves bellísimas. No tenían la menor duda de que cualquier cosa que se ofreciera a los celícolas por aquellos que aún estaban en esta vida, llegaría sin pérdida de ninguna partícula de las oblaciones, las que serían recibidas y acomodadas para su uso por los habitantes del cielo a quienes se consagraban. Estos eran transformados pasado un año en aves cubiertas de plumas varias y vagaban por el cielo y por la tierra chupando como el hoitsitzilim13 el rocío caído sobre las flores y retenido en las corolas.14 A los náufragos y a quienes morían fulminados por un rayo, o por enfermedades varias como la lepra, la sarna, el sarpullido o la gota… (a las que el doctor Hernández dedicara tantos días y esfuerzo en su estudio), se reservaba el paraíso terrenal, de eterna primavera, (8) VALERIANO, Antonio: Op. cit., frag-mento 35. (9) VALERIANO, Antonio: Op. cit., frag-mento 9-10. (10) VALERIANO, Antonio: Op. cit., frag-mento 8-10. (11) LEÓN-PORTILLA, Miguel de: Op. cit., p. 53. (12) Francisco Hernández (1517-1578), traductor de la obra de Plinio y de muchos otros autores clásicos, estudió medicina en Alcalá de Henares, ejer-ciéndola en Sevilla, Guadalupe (de cuya advocación mariana fue gran devoto), Toledo y Madrid. Vivió en México entre 1571 y 1577, donde trabajó como pro-tomédico y llevó a cabo infinidad de in-vestigaciones sobre la historia y la natu-raleza mexicanas. Respecto a los pájaros de los que se hace mención en el Nican Mopohua, el doctor Hernández nos ofre-ce sendas descripciones en su obra His-toria Natural de la Nueva España que pueden ser leídas en su segundo tratado. HERNÁNDEZ, Francisco: Historia Na-tural de la Nueva España, UNAM, 1960, p. 325 y p. 328. (13) Se trata del colibrí, pájaro en el que los aztecas creían que se convertía el alma de los guerreros tras su muerte y que iba a habitar al sur, lugar en el que residían estas almas tras el tránsito. Re-cordemos que el nombre del célebre Hui-tzilopochtli, el principal dios azteca en la época de la conquista, significa Colibrí del Sur. (14) HERNÁNDEZ, Francisco: Antigüe-dades de la Nueva España, Dastin His-toria, Ed. Ascensión Hernández, Madrid. 2000, p. 88. CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018 62 en el que no faltaban los alimentos, pues allí crecían de modo generoso y espontáneo, y eran, además, acompañados por la presencia de las divinidades, especialmente de los dioses de las lluvias. El resto de las almas acaban en el infierno. Según el médico español, para los indígenas la muerte era absolutamente inevitable, siendo decisión de los dioses llamar a ella a los humanos, quienes, sin más, debían partir. No nos detendremos en la descripción de los ritos funerarios y del tratamiento del cadáver que nos hace el doctor, a pesar de su interés, pero sí vamos a hacer hincapié en la creencia ya mencionada que tenían de que el alma de los guerreros muertos en actos militares o sacrificados en los altares se convertía al año del fallecimiento en colibrí, ave cubierta de bello plumaje, que revoloteaba por los cielos. De todo ello, puede confirmarse la presencia de los antiguos guerreros aztecas en el Nican Mopohua, quienes quedan asociados con la Virgen de Guadalupe, y es que la presencia de las jerarquías militares, como castas superiores de aquellas sociedades, que ahora anuncian, acompañan y escoltan a la Virgen de los cristianos, era ineludible en el proceso de evangelización de este pueblo mesoamericano (v. imagen 5). Muy sugerente también es que recordemos, en estos momentos, a los conocidos como voladores, pues ya Serge Gruzinski15 establece una relación entre el hecho de que los ángeles cristianos fueran rápidamente aceptados, y asumidos como propios, y la creencia en los voladores. Así, el espectáculo de los voladores, que era de celebración prehispánica, consistía en un ritual en el que unos indígenas alados y dotados de plumas, a modo de pájaros, eran colgados de lo alto de un mástil, atados por una pierna, con el fin de que giraran y volaran en torno a dicho palo, y es que, en la antigua cosmología mexica, había una total interdependencia entre los seres vivos, las cosas y los dioses. Por ello, humanos, vegetales, animales y dioses están íntimamente fundidos en el mundo de tlactipac tlaca («de los seres vivos sobre la tierra»), y en consecuencia, toman pleno sentido los extraños atavíos y combinaciones que los indígenas lucían en sus fiestas y celebraciones: los hombres-jaguares y los hombres-pájaro, por dar solo un ejemplo.16 Vemos que el cerro en el que tienen lugar las apariciones de la Virgen es un lugar mágico y simbólico, pues es donde viven los pájaros finos y donde habitan las principales divinidades de las sociedades precortesianas, por lo que la nueva diosa cristiana, Tonantzin-Guadalupe17, es integrada en el espacio sacro indio y elevada a la máxima dignidad que los indígenas reservaban para las principales divinidades de su panteón. Se detuvo a ver Juan Diego: Se dijo: ¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo? ¿Quizá no más lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños? ¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los antiguos nuestros antepasados, nuestros abuelos: en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne, de nuestro sustento; acaso en la tierra celestial? Hacia allá estaba viendo, arriba del cerrillo, del lado de donde sale el sol, de donde procedía el precioso canto celestial.18 Juan Diego, por el mero canto de los pájaros, tiene conciencia de que algo extraordinario sucede, de que algo se anuncia. Aún no ha tenido la visión de la Virgen, pero hay algo en el ambiente que le hace sentirse en un espacio familiar que no llega a identificar. Sus primeras cuestiones se centran en preguntarse si está dormido o despierto. Duda de su vigilia, lo que nos hace pensar que tal vez se considere en estado de trance o transición entre dos mundos, sean físicos o psíquicos. Interesante es que recurra, en su primer pensamiento explicativo, a sus placenteras sensaciones, al mundo de sus antiguos predecesores. Se cree en el mundo de sus antepasados, tal vez en la tierra celestial, de la que, naturalmente y como hemos visto, sabe que no es digno pues este mundo correspondía a los fallecidos en acto de guerra. Habla, también, del mundo de las flores y del canto, del maíz y, sobre todo, del «mundo de nuestra carne», por lo que podemos ver una nueva referencia a los ancestrales ritos y sacrificios de su ya decadente pueblo. (15) GRUZINSKI, Serge: La pensée mé-tisse, Fayard, Paris, 1999, p. 259. (16) GRUZINSKI, Serge: Op. cit., p. 269. (17) Según Miguel de León-Portilla, quien sigue, en esto, a Fray Bernardino de Sa-hagún. (18) VALERIANO, Antonio: Op. cit., frag-mento 11-13. Escudo del altépetl de Huitzilopochco. Códice Mendoza. (Siglo XVI). 63 CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018 Finalmente, Juan Diego, en el recuerdo de su antigua religión, acaba haciendo mención del sol. Por todo ello, y según León-Portilla, la presencia del precioso colibrí da sentido al canto del Nican Mopohua, pues el colibrí dice al descendiente de los antiguos hombres a dónde tiene que ir para encontrar las bellas flores, ya que el colibrí, cuando se aparece a quien busca flores, es manifestación de la presencia divina. Así, son muchas las ocasiones en las que el dios protector de los mexicas se presenta bajo esta forma. XOCHITLALPAN Y la Reina Celestial luego le mandó que subiera a la cumbre del cerrillo donde antes la veía; le dijo: -“Sube, hijo mío el menor, a la cumbre del cerrillo, a donde me viste y te di órdenes; allí verás que hay variadas flores: córtalas, reúnelas, ponlas todas juntas; luego baja aquí; tráelas aquí, a mi presencia”. Y Juan Diego luego subió al cerrillo y cuando llegó a la cumbre, mucho admiró cuantas había, florecidas, abiertas sus corolas, flores las más variadas, bellas y hermosas, cuando todavía no era su tiempo….19 El último elemento de la narración del Nican Mopohua en el que queremos detenernos es en la presencia e importancia que se otorga a las flores que quedan, prácticamente, mencionadas desde un principio. Así, Juan Diego, al escuchar cantos de aves preciosas, cree estar en la Tierra Florida (Xochitlalpan) o en la Tierra de su sustento (Tonacatlalpan), de la que le habían hablado sus antepasados.20 Ya sabemos que el primer obispo de la ciudad de México pidió una prueba a Juan Diego de que la Señora con la que decía haber hablado era, efectivamente, la Virgen. No es en vano que a los hechos fantásticos que sucedieron, con posterioridad, se les conozca como el Milagro de la rosas. La propia Virgen, según la narración, es quien dijo a su fiel servidor que debía subir al cerrillo y recoger allí unas flores que luego debía mostrar al Obispo Zumárraga como la prueba que este pedía. Según el texto, las flores eran muy olorosas, eran como preciosas perlas, henchidas del rocío de la noche cuando la cumbre del cerrillo no era lugar en el que se diera ninguna flor, sino riscos, abrojos, espinas, nopales, mezquites y acaso algunas hierbecillas…, siendo, además, mes el de diciembre, en el que abundaba el hielo.21 Pues bien, si ahora nos centramos en las flores es porque estas tenían una gran importancia ritual para los pueblos precortesianos así como para el cristianismo. No eran meramente una especie vegetal manifestada en una gran variedad de colores y aromas. La flor era para ellos, junto con el canto, los instrumentos del lenguaje para dirigirse a los Dioses. Eran la flor y el canto –In Xóchitl in Cuícatl–: la poesía, la armonía… todo lo más bello, el único medio digno para comunicarse con los Dioses. In Xóchitl in Cuícatl, Flor y Canto, era todo un concepto que abarcaba lo más noble y excelso, la poesía: la expresión sublime de la cultura náhuatl.22 José Luis Guerrero, en su obra Flor y Canto, nos indica que con este concepto se hace alusión al modo peculiar que los indígenas americanos tenían de conocer el mundo y su verdad. Era un modo de estar en la naturaleza intuitivo y poético, a través de una experiencia interior e íntima. Los indígenas convivían con sus dioses intuitivamente, gracias a la poesía y al canto, sin interesarse por una vía de conocimiento más teológica. Por ello, volvemos a encontrarnos otro elemento de importancia religiosa y ritual entre los aztecas que fue integrado en los nuevos relatos que constituirían la base de las nuevas creencias, porque ya las flores eran (desde un pasado remoto) acompañantes de muchos acontecimientos importantes del cristianismo y, especialmente, cuando de la Virgen María se trataba. Ahora, es vital que destaquemos que, entre los antiguos pueblos prehispánicos, la guerra no era entendida al modo europeo en el que, normalmente, el objetivo era la aniquilación (19) VALERIANO, Antonio: Op. cit., frag-mento 126-129. (20) LEÓN-PORTILLA, Miguel de: Op. cit., p. 54. (21) VALERIANO, Antonio: Op. cit., frag-mento 134-135. (22) ESTRADA DE TORRES, M. Cristina: México, ayate de la Virgen de Guadalupe, Obra nacional de la buena prensa, A.C, México, 2000, 2002. p. 15. CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018 64 total del enemigo. Conocida es la sangrienta historia del viejo continente, cuyos costes no eran solo en vidas sino también en completas civilizaciones, en las que desaparecía, junto a sus habitantes, todo el fruto de siglos de conocimiento y cultura. Así, los antiguos mesoamericanos desarrollaron la guerra como una Xóchitl Yáoyotl o Guerra Florida, cuya finalidad era, ante todo, la captura de prisioneros para, posteriormente, ofrecerlos en los altares, pues los antiguos aztecas consideraban al corazón como a una flor (Xóchit). Sucedía que, en los ensangrentados altares (Techcatl), los sacerdotes extraían los corazones de prisioneros y voluntarios que eran sometidos al sacrificio, mientras que el cuerpo era desechado como menos valioso, cosa que no ocurría ni con la sangre (Chalchíhuatl o Joya líquida) ni con el corazón, el cual era entregado como verdadera ofrenda floral. En el Nican Mopohua, es la propia Virgen la que elige la señal que debe presentarse al obispo. Aunque las flores no son descritas, se nos dice que son muy variadas, de olor suave, como perlas preciosas, frescas por el rocío de la noche, pero no se nos desvela en ningún momento su color (a pesar de que la mayoría de las representaciones pictóricas nos las muestran como encarnadas). Sin embargo, cuando Juan Diego se halla en presencia del prelado las identifica: “Y me mandó a la cumbre del cerrillo en donde antes yo la había visto, para que allí cortara diversas rosas de Castilla”23. De todo esto, podemos concluir que no es un hecho inocente el que la Virgen decidiera ofrecer flores al obispo del antiguo Tenochtitlan, pues queda claro que con esta narración se quiso intervenir en los antiguos ritos y sacrificios de los aztecas para impedir lo que los españoles consideraban atroces, idolátricos y satánicos ritos. Los nuevos cristianizados debían aprender a cambiar sus infames rituales, no sólo sustituyendo a sus viejas deidades y aceptando unas nuevas, sino también transformando por completo la forma en la que se les rendía culto. Así, el sacrificio y la ofrenda de sangre y palpitantes corazones quedaban ya prohibidos y desterrados como muy ingratos al nuevo dios y a los nuevos sacerdotes. La que otrora fuera flor de la vida, motor del humano y del universo, quedaba sustituida por auténtica flor nacida en el campo. Olorosas y bellas flores que ahora sí serían del agrado de la nueva diosa (v. imagen 6). Por ello, cobra especial relevancia, como nos señala León-Portilla, que el Nican Mopohua comience con el canto y termine con las flores (In Xóchitl in Cuícatl), formas de expresión, como vemos, del pensamiento prehispánico24, pues la asociación establecida entre la Virgen de Guadalupe y las flores fue fácil de lograr si tenemos en cuenta que la «nueva diosa» venía a sustituir a las antiguas diosas aztecas y a la que era madre de los dioses y de los humanos, pero, también, diosa de las flores. Así, leemos en Clavijero: Coatlicue o Cloatantona, diosa de las flores; tenía templo en México llamado Yopico, en el cual le hacían fiesta los xochimanques o floreros en el mes tercero que caía en la estación de la primavera. Entre otras cosas le presentaban ramilletes de flores curiosamente compuestos. No sabemos si esta Coatlicue es la misma que la que fingían algunos madre de Huitzilopochtli.25 Tras lo dicho, y tras el anterior epígrafe dedicado a la presencia de los pajarillos en el Nican Mopohua, queda claro que las aves (al igual que las mariposas, en otros textos mexicas) no hacen referencia sino al alma de los guerreros muertos en combate. Se creía que estos delicados seres volverían a la tierra para nutrirse del néctar de las flores y gozar de la vida eterna, siendo el más allá de los nahuas destacable por su luminosidad, por sus colores, sus flores tropicales, aromas, iridiscentes plumas que destellaban la luz solar, llamativas alas de mariposas y bellas piedras preciosas…, es decir, por todo aquello que los españoles encontraron en la esplendorosa Tenochtitlan. TENOCHTITLAN, EL GRAN SOL APAGADO Uno de los grandes enigmas de la historia de la caída de Tenochtitlan, y la posterior de todo el imperio mexica, ha sido la de comprender cómo un grupo tan reducido de invasores pudo doblegar a todo un imperio. (23) VALERIANO, Antonio: Op. cit., frag-mento 172. Representación de la Rosa Gallica o de nombre vulgar Rosa de Castilla. (Pierre- Joseph Redouté, 1824). (24) LEÓN-PORTILLA, Miguel de: Op. cit., p. 63. (25) CLAVIJERO, Francisco Javier: Op. cit., p. 221. 65 CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018 Ya hemos mencionado algunas causas, como las enfermedades europeas, venidas en los barcos, que hicieron estragos en la población autóctona diezmándola como nunca se había visto, probablemente, en la historia de la humanidad. Igualmente, la habilidad de Cortés en pactar con los enemigos de los aztecas, prometiéndoles posteriores prebendas y riquezas, explica el hecho, aunque ahora deseamos finalizar nuestro trabajo aludiendo a la gran confusión que sufrió Moctezuma II ante un hombre del que no tenía ni la más remota idea de quién era, cosa que benefició hasta el extremo a la empresa cortesiana. El emperador mexica (siguiendo los antiguos mitos de su pueblo) creía que los españoles eran enviados del dios Quetzalcóatl (Serpiente Emplumada), que vendría del este, por lo que no pudo negarse a recibirlos magníficamente en sus dominios y ser el mejor de los anfitriones, obsequiando a Cortés, entre otras cosas, con el célebre Penacho de Moctezuma, es decir, el tocado de Quetzalcóatl (v. imagen 7). Además de ello, toda una serie de coincidencias vinieron a allanar el camino del español, pues Hernán Cortés, de barba blanca, extraños ropajes y portador de un sombrero-casco similar al de Quetzalcóatl, desembarcó en el islote de San Juan de Ulúa el 21 de abril de 1519 y, al ser jueves santo, algunos miembros de la tripulación llevaban vestidos negros, color propio de la mencionada deidad. Además, la fecha del desembarco de Cortés es de gran importancia, pues el 22 de abril, viernes santo, coincidió con el día en el que se celebraba el cumpleaños de Quetzalcóatl y en su mismo año. El día, en concreto, era el Chiconahui-Ehécatl (Nueve viento), del año Ce-Acatl (Uno-Caña), único año dedicado a Quetzalcóatl. Entre los aztecas, abundaban narraciones y mitos mesiánicos o de retorno, pues tenían la creencia de que los espíritus benefactores de sus antepasados y de sus dioses volverían por vía marítima y desde el oriente, es decir, por donde nace a diario el sol. Así, el desterrado dios Quetzalcóatl volvería en su nave desde el este, lo que propició la gran confusión que sufrieron con la figura de Cortés. Ya los propios Diego Durán y Fray Bernardino de Sahagún nos narran cómo se dio toda esta confusión que, como nos señala Todorov, fue explotada por el propio Cortés, que, con su gran capacidad de improvisación, aprovechó el mito del retorno para acceder con mayor facilidad a Tenochtitlan. Igualmente, una serie de sucesos inexplicables para los aztecas y diversos presagios hicieron que creyeran que había llegado el momento del retorno de la Serpiente Emplumada tal y como ella había prometido que haría, pues los mexicas vivían con gran temor e incertidumbre, ya que se hallaban en momentos en los que podía darse espontáneamente el fin del cosmos. Como se sabe, ya habían pasado por cuatro mundos y cuatro eras. Se encontraban en la quinta, y la llegada del fin de siglo coincidió con el desembarco de Cortés. Los aztecas poseían dos calendarios: uno solar, de 365 días, y otro religioso, de 260. Cuando ambos calendarios coincidían, es decir, cada 52 años, se producía el fin de un ciclo. En ese momento, de gran angustia psicológica y existencial para los indígenas, pues la profecía decía que el fin del imperio llegaría con la finalización de uno de los siglos, debía celebrarse la fiesta del fuego, prolija en sacrificios humanos, en honor a las divinidades para que ellas permitieran al mundo seguir su curso. En su obra, Fray Bernardino de Sahagún26 nos describe las celebraciones que tenían lugar durante la fiesta de Toxiuh Molpilia (Átanse nuestros años) y que se llevaban a cabo cuando finalizaba la rueda de los años, calendario cuya invención había sido atribuida al propio Quetzalcóatl. Llegados los días festivos, se limpiaban las casas y se arrojaban a las lagunas los palos y piedras que tenían por dioses o númenes, además de las piedras que servían para cocer y moler la comida. En estos días, se encendía una nueva lumbre en la sierra Uixachtlan, a dos leguas de México, entre los pueblos de Itztapalapa y Colhuacan. A la sierra iban antes de la puesta del sol los sacerdotes, ataviados para la ocasión. El acto se realizaba llegada la media noche colocando un palo, del que iba a nacer el nuevo fuego, en el pecho de un cautivo que era sacrificado. Un sumo sacerdote (Copolco) hacía las veces de maestro de ceremonias extrayendo el corazón al prisionero y arrojándolo al fuego, y era el encargado de dar inicio a la nueva lumbre. (26) Igualmente, Francisco Clavijero se hace eco de esta fiesta. CLAVIJERO, Francisco Javier: Op. cit., p. 271. Representación de Quetzalcóatl. Códice Magliabechiano. (Siglo XVI). CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018 66 Una vez el fuego prendido, y si ello se lograba, se procedía al encendido de una gran hoguera para que fuera visible desde lo lejos. Entonces se iniciaba en el altar (Techcatl) un gran sacrificio y ofrenda colectiva, pues todos los presentes se cortaban las orejas con navajas y esparcían la sangre que manaba en dirección a donde se hallaba el fuego. Con la llegada de los españoles, y en un breve periodo de tiempo, esta gran hoguera quedó extinta, aunque su recuerdo permaneciera en la mente del indígena. Sin embargo, el golpe fue definitivo porque sus antiguos dioses ya estaban heridos de muerte y condenados al olvido, especialmente tras las prohibiciones de rendirles culto y la obligación de destruir todos sus sacros ídolos. Un nuevo sol estaría por venir. BIBLIOGRAFÍA ÁLVAREZ ÁLVAREZ, Arturo: Guadalupe en la América Indiana, Studium, Madrid, 1969. ÁLVAREZ ÁLVAREZ, Arturo: El primer siglo guadalupano (México, c. 1524-1648), Revista Historia 16, Año XXVII, número 327, pp. 22-41. ÁLVAREZ ÁLVAREZ, Arturo: La Triple Imagen de la Guadalupana (México), Revista de Estudios Extremeños, número III, Centro de Estudios Extremeños, Diputación Provincial, Badajoz, Septiembre/Diciembre 2009, pp. 73-89. ANSÓN, Francisco: Guadalupe. Lo que ven sus ojos, Ediciones Rialp, Madrid, 1988. BAEZA AZCÓN, Patricia: La iconografía de la Virgen de Guadalupe de México en España, Archivo Español de Arte, T. 80, nº 318, 2007. CARRANZA, Armando: Los misterios de la Virgen de Guadalupe, Edicomunicación, Barcelona, 1992. CLAVIJERO, Francisco Javier: Historia antigua de México, Edición Porrúa, nº 29, 2003. DE SAHAGÚN, Bernardino: Historia general de las cosas de Nueva España, Edición Porrúa, nº 300, México, 2006. ESTRADA DE TORRES, M. Cristina: México, ayate de la Virgen de Guadalupe, Obra nacional de la buena prensa, A.C, México, 2000, 2002. GARIBAY DÍAZ, L. R.: Altares, ofrendas, oraciones y rituales a la Santa Muerte. Ediciones Viman, México, 2006, 2007. GRUZINSKI, Serge: La guerre des images. De Christophe Coloma à «Blade Runner» (1492-2019),Fayard, Paris, 1990. GRUZINSKI, Serge: La pensée métisse, Fayard, Paris, 1999. GUERRERO, José Luis: Flor y Cantodel nacimiento de México, Ed. Cimiento, México. HERNÁNDEZ, Francisco: Antigüedades de la Nueva España, Dastin Historia, Ed. Ascensión Hernández, Madrid, 2000. HERNÁNDEZ, Francisco: Historia Natural de la Nueva España, UNAM, 1960. LAFAYE, Jacques: Quetzalcóatl y Guadalupe: la formación de la conciencia nacional en México, Fondo de Cultura Económica, 2006. LEÓN-PORTILLA, Miguel de: Tonantzin Guadalupe. Pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el Nican Mopohua, El Colegio Nacional, Fondo de Cultura Económica, México, 2001. LÓPEZ DE GÓMARA, Francisco: La conquista de México, Dastin, Historia, Ed. de José Luis de Rojas, Madrid, 2000. PARDO TOMÁS, José: Francisco Hernández (1515?-1587). Medicina e historia natural en 67 CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018 el nuevo mundo, FCOHC. PEREA, F. J.: El mundo de San Juan Diego, Editorial Diana, México, 2002. RAMOS PÉREZ, Demetrio: Los conquistadores extremeños en América. En Extremadura y América, dirigida por Andrés Ordax, S. Espasa-Calpe, Madrid, 1990. TODOROV, Tzvetan: La conquista de América. El problema del otro, Ed. Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 1982, 2008. VALERIANO, Antonio: Nican Mopohua. En Huey Tlamahuizoltica, traducción de Mario Rojas Sánchez, 1998. |
|
|
|
1 |
|
A |
|
B |
|
C |
|
E |
|
F |
|
M |
|
N |
|
P |
|
R |
|
T |
|
V |
|
X |
|
|
|