CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018
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RESUMEN
La imprenta de tipos móviles, ideada en torno a 1450, se había extendido ya por Europa
en los inicios del siglo XVI, y durante toda esta centurria y la siguiente llegó a selectos
enclaves coloniales de América e incluso de Asia. Sin embargo, las islas Canarias no vieron
la instalación de su primer taller hasta 1750, y fue bien entrado el siglo XX cuando el
último de los territorios insulares pudo contar con una imprenta propia. En este artículo
se estudian los motivos tanto de la tardía llegada de esta industria a las islas como
de su lenta expansión posterior. La comparación con otros enclaves del mismo ámbito
geopolítico contribuye a identificar singularidades.
Palabras clave: imprenta, tipografía, industria del libro, artes gráficas, Canarias.
INTRODUCCIÓN
Es indudable que la aparición de la imprenta en 1450 favoreció la transformación de la
sociedad occidental. En pocas décadas, con distinto grado de aceptación y de desarrollo
técnico, todas las naciones europeas poseían imprenta, incluidas España, con obrador
datado en 1472, y Portugal, en 14871.
En estos dos países se fueron abriendo talleres a lo largo de los siglos XVI y XVII, pero sus
bases económicas, con un mercado de materias primas que importaba las manufacturas,
no propiciaron nunca su hondo desarrollo, ni siquiera como instrumento de difusión
cultural e ideológica en sus respectivos procesos coloniales. En el caso de las colonias
españolas, la imprenta favoreció a muy pocas poblaciones en la periferia del imperio,
como Ciudad de México, que la tuvo en 1539 (justo un siglo antes, por ejemplo, que las
colonias británicas), Lima o la lejana Manila, en el este asiático, y ya en el siglo XVII Puebla
de los Ángeles o Guatemala2. El resto del territorio ultramarino tuvo que esperar hasta
el siglo XVIII y comienzos del XIX para ver desarrollada su imprenta. El caso portugués
es diferente: encontramos dos talleres en la India portuguesa, concretamente en Goa, en
1556, y en Macao en 1588, pero el resto de sus colonias habrán de esperar hasta el siglo
XIX. A Brasil, por ejemplo, llegará en 1808, cuando la corte portuguesa se instala en Río
de Janeiro huyendo de Napoleón.
Pero en la propia península ibérica ocurría lo mismo, puesto que muchas localidades
no consiguieron su taller hasta mediado el siglo XVIII. En Europa hubo entonces una
«revolución» lectora gracias a diversos factores productivos y sociales, y en España esta
revolución se vio potenciada por la crisis económica secular, que obstaculizó la compra
de libros importados y alentó las industrias locales. Así se llegó en la década de 1780 a
las cuarenta y nueve ciudades productoras, en contraste con las veintisiete que existían
en 1750.
Precisamente en 1750 se instaló un taller en Santa Cruz de Tenerife, primero de los
establecidos en las islas Canarias y en toda la Macaronesia3.
Manuel Poggio Capote
Luis Regueira Benítez
La introducción de la imprenta
en canarias: un ciclo de 200 años
(1750-1950)
(1) ANSELMO, Artur: Orígenes da im-prensa
em Portugal, Lisboa, Imprensa
Nacional, 1981; Martín Abad, Julián:
Los primeros tiempos de la imprenta en
España (c. 1471-1520), Madrid, Labe-rinto,
2003; Sainz de Robles, Federico
Carlos: La imprenta y el libro en la Es-paña
del siglo XV, [Madrid], Vassallo de
Mumbert, 1973.
(2) LAFAYE, Jacques: Albores de la im-prenta,
el libro en España y Portugal y
sus posesiones de ultramar (siglos XV-XVI),
México D.F., Fondo de Cultura
Económica, 2002.
(3) Para el estudio de la imprenta cana-ria
son fundamentales las monografías:
VIZCAYA CÁRPENTER, Antonio: Ti-pografía
canaria, descripción bibliográ-fica
de las obras editadas en las islas
Canarias desde la introducción de la im-prenta
hasta el año 1900, [La Laguna],
Instituto de Estudios Canarios, 1964;
HERNÁNDEZ SUÁREZ, Manuel: Con-tribución
a la historia de la imprenta en
Canarias, Las Palmas de Gran Canaria,
Mancomunidad de Cabildos de Las Pal-mas,
1977.
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Aunque la expansión por la península sea coetánea y la ultramarina sea aún más tardía,
lo cierto es que 1750 viene trescientos años después del rayo que inspiró a Gutenberg, y
resulta interesante dilucidar por qué las islas vivieron sin imprenta esos trescientos años,
ya que algunos motivos son distintos a los que pudieron afectar a otras poblaciones4.
La conquista castellana del archipiélago se produjo en dos etapas, una entre 1402
y 1405 y otra entre 1478 y 1496. Por tanto, su incorporación a la corona de Castilla
comienza en los estertores de la Edad Media y termina en la Edad Moderna. Entretanto
ha caído el Imperio Romano de Oriente, Europa se ha topado con el Nuevo Mundo, se han
desarrollado el humanismo y el Renacimiento, y, sobre todo, se ha inventado la imprenta
y se ha extendido por el continente.
Sin embargo, las islas no se interesan por este avance ni siquiera cuando las pequeñas
comunidades colonizadoras se han convertido en verdaderas ciudades europeas. De
hecho, antes de 1750 fueron muy pocas las voces que solicitaban una imprenta, como
hizo el escritor fray Luis de Quirós en 16125.
La instalación de una oficina impresora no era fácil en ningún lugar. Hacía falta mano de
obra especializada, máquinas y herramientas precisas y un fuerte desembolso monetario
inicial, y además la rentabilidad previsible era escasa debido a factores como el nivel
cultural de la población. En Canarias, además, surgían problemas derivados de su propia
geografía, lejos de cualquier centro político o cultural y con un territorio fragmentado en
siete islas, lo cual aumentaría la dependencia del tráfico marítimo incluso para atender a
su propio mercado natural.
Depender del tráfico marítimo en Canarias en los siglos XVI, XVII y XVIII era un problema
mayor de lo que podamos pensar. Al riesgo objetivo que suponían la meteorología o la
capacidad naval hay que sumar la permanente amenaza pirática. Corsarios de naciones
enemigas hostigaban a España en estas aguas, y además otros muchos avezados
navegantes independientes infestaban las islas por ser claves en las vías marítimas
intercontinentales.
El mismo tráfico de mercancías que atraía a los corsarios también satisfacía el comercio
de impresos de interés, retrasando la necesidad de talleres de impresión. Así se leyó en
las islas lo que circulaba por Europa, y así se formaron buenas bibliotecas eclesiásticas
y particulares. Es curioso, no obstante, que el ocasional tránsito de maquinarias y tipos
de paso hacia la periferia del imperio no produjera nunca un ensayo de impresión en
Canarias. Ningún tipógrafo detuvo su camino en nuestro archipiélago, como sí lo hicieron,
por ejemplo, numerosos artistas de diversas disciplinas.
Otro factor que condicionaría la demanda de producción editorial y retrasaría la instalación
de la imprenta es el nivel cultural medio. Los canarios no tenían, ni mucho menos, un
grado educativo alto, pero tampoco debemos mantener el tópico de la exclusión cultural
total, puesto que desde muy pronto hubo escuelas religiosas y seglares de enseñanza
primaria, cátedras de Gramática y Latinidad en las mayores ciudades, y desde 1744
estudios superiores en La Laguna. Por tanto, el panorama era similar al de otras zonas de
(4) CLAIR, Colin, MARTÍN ABAD, Ju-lián:
Historia de la imprenta en Europa,
Madrid, Ollero y Ramos, 1998.
(5) QUIRÓS, Luis de: Milagros del santí-simo
Cristo de La Laguna, La Laguna,
Ayuntamiento de San Cristóbal de La
Laguna, 1988, p. 33.
Mapa de Canarias 1750.
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(6 ) VV. AA.: Historia de la edición y la
lectura en España, 1472-1914, Madrid,
Fundación Germán Sánchez Ruipérez,
2003.
Europa: una base social analfabeta o con instrucción mínima y una élite cultural que pudo
acceder incluso a estudios universitarios.
Sea como fuere, para transmitir los textos más solicitados y solventar las necesidades
burocráticas de las instituciones bastaban la copia o el traslado documental.
Todas estas circunstancias, en definitiva, hicieron que la imprenta no se instalara en Santa
Cruz de Tenerife antes de 1750, una fecha cercana a la de otras poblaciones similares de
la península, como Puerto de Santa María, Irún, Vich o Teruel6.
Por el contrario, en el resto de la Macaronesia esta efeméride se produjo bastante tiempo
después. Recordemos que en América, África o Asia los colonos europeos demandaban
obras para la doctrina cristiana de los pueblos indígenas, una necesidad que pronto
protagonizaron esas sociedades por sí mismas. En el caso de la Macaronesia, sólo
Canarias podría haber generado una exigencia similar (aunque no lo hizo), pues los otros
tres archipiélagos carecían de población nativa.
Madeira conocería estas artes en 1821, traídas por el Dr. Bettencourt Pitta para difundir
su compromiso con la Revolución de Oporto. A Azores llegarían en 1829 por la guerra
civil entre los reyes hermanos Pedro IV y Miguel I. Por último, Cabo Verde las conoció
en 1842, gracias a una política de acercamiento colonial tras la revolución Setembrista.
Esta misma política llevó la imprenta más tarde a Angola, Mozambique y Santo Tomé y
Príncipe, culminando en Guinea-Bissau en 1880. La Guinea Española tendría que esperar
hasta 1899 para tener una imprenta en la antigua Fernando Poo7.
En fin, la imprenta en la Macaronesia portuguesa siempre llegó por intereses políticos.
Pero, ¿qué intereses trajeron por fin la imprenta a Canarias?
APERTURA DEL PRIMER TALLER EN TENERIFE
Nuestro impresor inaugural fue el sevillano Pedro José Pablo Díaz y Romero, que había
regentado anteriormente un taller tipográfico en su ciudad. Parece que su primer destino
insular fue Gran Canaria, porque en 1750 pidió apoyo, infructuosamente, a la Real
Audiencia de Canarias, con sede en esta isla. Finalmente logró en Tenerife la protección del
comandante general Juan de Urbina, una de las personas más poderosas del archipiélago.
Así, Díaz instaló su taller en Santa Cruz, una población en auge tanto por su puerto como
por ser sede oficiosa de la comandancia general. A finales del mismo año se consignan los
primeros trabajos canarios (algunos almanaques para el año entrante), y de 1751 datan
los primeros impresos en forma8.
Díaz llegó con una provecta edad, cerca de cincuenta años, a una región aislada, sin
tradición impresora y sin posibilidad de auxilios técnicos, pero su situación en Andalucía
tampoco era boyante. Su taller sevillano funcionó en cuatro domicilios de 1732 a 1742,
una década de la que sólo se le conocen catorce impresos. Cuando llegó a Canarias, su
máquina llevaba ocho años sin uso. Todo esto respaldó, sin duda, la decisión de viajar a
las islas en busca de mejor fortuna9.
(7) OLIVEIRA, João Nobre de: A im-prensa
caboverdiana 1820-1975, Ma-cau,
Fundação Macau, 1998, pp. 17-
18; RODRIGUES, M. do C. J. Pereira:
«Subsídio para un estudo das tipografias
na Madeira», Archivo de bibliografia
portuguesa, ano XIV (jan.-dez. 1967),
n. 53-56, pp. 1-27; RUIZ, A.: «Para la
historia: imprenta colonial», La Guinea
Española, año XXII, n. 616 (10 may.
1926), pp. 5-7; VILHENA, Maria da
Conceição: «Para a história da imprensa
nos Açores», en Colóquio sobre o Livro
Antigo, Liboa, 1988 V Centenário do Li-vro
Impresso em Portugal 1487-1987:
actas, Lisboa, Biblioteca Nacional,
1992, pp. 207-214.
(8) MILLARES CARLO, Agustín: «Los
incunables canarios más antiguos
(1752-1753)», El Museo Canario, n. 3
(may.-ago. 1934), pp. 31-41; VIZCA-YA
CÁRPENTER, Antonio: «Catálogo
bibliográfico de la primera imprenta
canaria», Revista de historia canaria, n.
109-112 (1955), pp. 113-145; POGGIO
CAPOTE, Manuel: «Nuevos datos sobre
el establecimiento de la primera impren-ta
canaria», Cartas diferentes: revista
canaria de patrimonio documental, n. 4
(2008), pp. 269-276.
(9) PADRÓN ACOSTA, S[ebastián]: «El
primer tipógrafo de Canarias», La tarde
(Santa Cruz de Tenerife, 6 de enero de
1949), p. 3.
Impresos de las etapas sevillana y tiner-feña
de Pedro José Pablo Díaz Romero;
obsérvese el empleo en ambas piezas del
mismo tipo de orla
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Su trabajo en Santa Cruz fue continuación del estilo que tuvo en Sevilla, con variedad de
formatos, una predilección por los textos orlados (a veces en todas sus páginas), y cierta
desproporción entre las fuentes. Fue un impresor modesto, del que su contemporáneo
José Béthencourt y Castro afirmó que, «abusando de la protección de Juan de Urbina,
empezó a imprimir almanaques sin más orden que su antojo, estorbando la introducción
de los de fuera, que se vendían a seis maravedís el pliego y aquí costaban a medio real»10.
La baja demanda y el agrio carácter de Díaz hicieron que éste no formara a ningún
aprendiz, así que tras su muerte en 1780 hubo de reiniciarse en Tenerife el arte tipográfico
casi desde cero. Para ello la Real Sociedad Económica de Amigos del País de La Laguna,
recién creada, compró la maquinaria del difunto y contrató a Miguel Ángel Bazzanti, un
tipógrafo italiano que malvivía trabajando de cocinero a bordo de un barco danés que
recaló por el puerto en el momento preciso.
Trasladada la maquinaria a La Laguna y con la obligación de adiestrar a un discípulo,
Bazzanti comenzó el trabajo en 1781 con un aprendiz llamado Juan Díaz Machado. Juntos
editaron, por ejemplo, el primer periódico impreso en Canarias, el Semanario misceláneo
enciclopédico elementar (1785-1787)11. La regencia del establecimiento estaría oscilando
entre estos dos personajes, Bazzanti y Díaz Machado. El italiano era despedido por su
carácter irascible y por incumplir los plazos de los trabajos (por ejemplo, el presunto
semanario sólo sacó once números en tres años, entre 1785 y 1787), pero luego era
contratado de nuevo porque Díaz Machado aún no obtenía una calidad aceptable. En
1794 Bazzanti fue apartado definitivamente y se le ofreció que comprara la imprenta,
lo cual hizo con ayuda del marqués de Villanueva del Prado. A la muerte del tipógrafo,
en 1816, el taller fue legado a la Universidad de San Fernando de La Laguna, que fue
regentada por Juan Díaz Machado tras una breve estancia en Las Palmas de Gran Canaria,
a la que nos refererimos enseguida. Éste dirigió dignamente el taller universitario hasta su
fallecimiento en 1836, y finalmente, cuando se cerró la universidad en 1845, desapareció
la que había sido la primera imprenta de las islas12.
LA TIPOGRAFÍA EN GRAN CANARIA Y LA PALMA
Entretanto la imprenta se había instalado también en Las Palmas de Gran Canaria. José
Bethencourt y Castro cuenta que en 1778 se imprimió en esta ciudad una carta en verso
gracias al ingenio de un prototipógrafo anónimo que fabricó los tipos con una plancha
de plomo. Se trata de una misiva de Tomás de Iriarte a su hermano Domingo, cuyo único
ejemplar conocido se encuentra en la Universidad de La Laguna. La pieza conserva una
nota manuscrita de José Viera y Clavijo que nos da las iniciales del desconocido impresor:
«En la imprenta de D.M.P.P. ingeniosísimo canario que sin haber visto esta, caracteres, ni
tinta, lo hizo todo para esta carta».
Pero la imprenta en Gran Canaria, como industria, comienza unos años después. La
Sociedad Económica local tramitó la importación de una prensa a iniciativa del mismo
Viera y Clavijo, su director, y ya en 1794 llegó de Cádiz el tórculo, aunque los tipos,
encargados en Barcelona, habrían de demorarse hasta finales de 1798. Entretanto se
había llegado a un acuerdo con Juan Díaz Machado, el mencionado ayudante de Bazzanti
en Tenerife, para que se hiciera cargo del establecimiento, y por eso los trabajos de
impresión no comenzaron hasta septiembre de 1800, cuando el tipógrafo se trasladó por
fin a Las Palmas y organizó el taller.
Su estancia en la isla duró muy poco porque las condiciones del contrato no le daban
para mantener a su familia, por lo que sólo se conocen cuatro impresos grancanarios
compuestos por él: tres novenas de 1801 y un calendario litúrgico para 1802. Su sustituto
fue el operario Francisco de Paula Marina, que se retiró en 1816. La imprenta siguió
trabajando hasta 1833, y hoy día, aunque sigue perteneciendo a la Sociedad Económica,
se conserva en El Museo Canario13.
La tercera isla en gozar de los privilegios de la imprenta fue La Palma. Hacia 1835 o 1836,
el isleño José García Pérez volvió a su capital, Santa Cruz de La Palma, tras un viaje por
(12) BONNET Y REVERÓN, Buenaven-tura:
«La imprenta en Tenerife», El día
(Santa Cruz de Tenerife, 25 de mayo de
1947), p. 3; (13 de mayo de 1948), p. 3;
y (27 de agosto de 1948), p. 4; MAR-TÍNEZ,
Marcos G.: «La imprenta de la
Real Sociedad», Revista de historia ca-naria,
n. 129-130 (1960), pp. 55-70.
(11) FRAGA GONZÁLEZ, Carmen: «Los
ingenieros militares y su obra arquitectó-nica:
Andrés Amat de Tortosa», en X Co-loquio
de Historia Canario-Americano,
Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo
Insular de Gran Canaria, 1992, v. II, pp.
924-941; HERNÁNDEZ GUTIÉRREZ,
Antonio Sebastián.: «Andrés Amat de
Tortosa, ingeniero y periodista», Para-biblos:
cuadernos de biblioteconomía y
documentación, n. 5-6 (1991-1992), pp.
53-68.
(10) PÉREZ VIDAL, José: «La imprenta
en Canarias: documentos para el estudio
de su establecimiento», Revista de his-toria
[canaria], n. 59 (jul.-sep. 1942),
pp. 137-143; n. 60 (oct.-dic. 1942), pp.
237-243.
Primer número del Semanario miscelá-neo
enciclopédico elementar (La Lagu-na,
1785).
Imprenta de la Real Sociedad Económi-ca
de Amigos del País de Las Palmas de
Gran Canaria (1800)
27
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(13) MILLARES CARLO, Agustín: «Los
primeros tiempos de la imprenta en
Las Palmas», El Museo Canario, n. 4
(1934), pp. 49-55; MILLARES CAR-LO,
Agustín: «Otro impreso de Juan Díaz
Machado», El Museo Canario, n. 7 (sep.-
dic., 1935), pp. 52-53.
(14) CASTRO Y FELIPE, Eufemiano:
«La imprenta en La Palma», El pito: pe-riódico
de noticia e intereses generales
(Santa Cruz de La Palma, 1 de junio de
1866), pp. 1-2; (10 de junio de 1866),
p. 1-2.
Europa. Traía de París una pequeña colección de tipos, con los que no parece que hiciera,
al principio, más que pruebas de mero divertimento. Sin embargo, después contactó con
Pedro Mariano Ramírez, editor y empresario que había fundado en Tenerife el fructífero
taller El Atlante. En 1841, Ramírez construyó para García Pérez una prensa adaptada a los
caracteres parisinos, de forma que comenzaron a producirse algunos impresos humildes.
Su calidad no era comparable al de otros talleres profesionales, considerándose en el
ámbito local por su rudimentaria fabricación y la rareza de las piezas como «incunables
palmeros»14.
Sin embargo, la pequeña burguesía local demandaba una prensa capaz de editar un
periódico en condiciones. Faustino Méndez Cabezola logró conformar una junta ciudadana
y recaudó fondos para un taller tipográfico. Los palmeros emigrados a Cuba aportaron
la suma necesaria, y en 1863 se compró en Londres la ansiada imprenta. El 12 de junio
salió el primer periódico, El Time, que dio también su nombre a la propia imprenta. Hay
que aclarar que la palabra «time» es una voz prehispánica que significa ‘cima o borde
de un precipicio’. Se utiliza como topónimo de varios lugares de La Palma, y es posible
que los editores se permitieran bromear con el paralelismo con la voz inglesa time, tan
periodística.
Bajo la dirección del tipógrafo grancanario Pedro Guerra Vallejo, formado en la Imprenta
La Verdad de Las Palmas, El Time produjo varias obras de autores locales, como Antonio
Rodríguez López. A pesar de su calidad técnica, las pérdidas de la empresa fueron
inmediatas, tal vez por dirigirse a una población de 31.000 habitantes con un 90 % de
analfabetismo. Así, en 1866 tuvo que hacerse cargo de la empresa la renacida y renovada
Sociedad Económica de Amigos del País de Santa Cruz de La Palma, repitiéndose el papel
relevante que estas instituciones habían desempeñado en las imprentas de las dos islas
pioneras (Tenerife y Gran Canaria).
En 1879, el comercio de la cochinilla tintórea trajo una bonanza económica y propicó la
instalación de un segundo taller, La Asociación, que perduró durante diez años, y casi de
inmediato a su cierre se inauguró un nuevo obrador, La Lealtad15. Esta prensa protagonizó
un curioso episodio en la localidad de Los Llanos de Aridane, pues su propietario, Augusto
Cuevas Camacho, la trasladó hasta allí en 1894 con el único objetivo, aparentemente, de
pasar a la historia como el promotor de la primera imprenta de esta villa. Y lo logró. Tras
una pomposa inauguración, certificada ante notario, y la edición de un periódico local
titulado El dinamo en Aridane, la prensa funcionó apenas dos meses y fue transportada
de regreso a la capital insular16.
(16) LORENZO RODRÍGUEZ, Juan B.:
Noticias para la historia de La Palma,
La Laguna, Santa Cruz de La Palma,
Cabildo Insular de La Palma, 1975-
2011, v. IV, pp. 50-51.
(15) POGGIO CAPOTE, Manuel, Reguei-ra
Benítez, Luis: «Documentos para la
historia de la imprenta en Santa Cruz
de La Palma: El Time, La Asociación y
La Lealtad», Cartas diferentes: revista
canaria de patrimonio documental, n.
2 (2006), pp. 167-200. Véase también:
Poggio Capote, Manuel, Regueira Bení-tez,
Luis: «Contribución de La Palma
a la tipobibliografía canaria (1751-
1900)», Estudios canarios: anuario del
Instituto de Estudios Canarios, n. 48
(2003), pp. 279-324.
Imprenta artesanal de José García Pérez
(ca. 1835-1841), primera que funcionó
en La Palma
Número 1 del semanario El Time (Santa Cruz de
La Palma, 12 de julio de 1863)
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LA EXPANSIÓN DE LA IMPRENTA EN CANARIAS
Las restantes islas del archipiélago también tuvieron que esperar hasta finales del siglo
XIX y la primera mitad del XX para conseguir sus respectivos talleres tipográficos. En
Arrecife, capital de Lanzarote, las artes gráficas se conocieron en 1861 gracias a Miguel
Miranda, profesional que había regentado la Imprenta Isleña en Tenerife. Apostó por abrir
un nicho de mercado inexplorado en la isla de los Volcanes, y su actividad, aparte los
habituales encargos de formularios y hojas religiosas, se centró en la edición del periódico
Crónica de Lanzarote, fiel a sus suscriptores hasta el regreso del impresor a su isla de
origen en 1863. No había editado ningún libro, y de hecho pasaron casi treinta años
más para que su sustituto, Francisco Martín González, editara el Resumen de la historia
de Lanzarote y Fuerteventura del notario y erudito Antonio María Manrique, impreso en
1889. Este libro, además, puso el punto final al trabajo profesional de este tipógrafo. Un
año después, en 1890, se pusieron en marcha las máquinas de un tercer taller, Imprenta
Lanzarote, que sí logró mantener una labor más prolongada.
El ejemplo de la isla de El Hierro fue bien diferente de los anteriores. En 1919 El Hierro tenía
apenas 7.000 habitantes, significativamente pobres, en un territorio mal comunicado.
Sin embargo, ese año Juan González promovió en la capital, Valverde, la creación del
periódico Ombrios, y al mismo tiempo Demófilo Durán, en el pago de Sabinosa, creó El
carácter. Ambos se imprimían en Tenerife y se distribuían en El Hierro, y apenas un mes
después se fusionaron para crear El deber, periódico que pretendía contribuir al progreso
sociocultural de la isla. Su título manifiesta de modo elocuente esta misión. En 1920 se
ocupó del periódico Agustín Padrón Espinosa, quien dos años después logró adquirir una
vieja maquinaria en La Palma, y el 2 de abril El deber se reinventó con formato, tipografía
y manufactura auténticamente herreños. La producción de esta imprenta fue escasísima,
y desde que parte de su equipo fuera requisado por la autoridad militar tras la Guerra
Civil, nadie más ha concebido invertir sus recursos y dedicación en una industria tan
improductiva17.
Un origen parecido tuvo la tipografía en La Gomera, que en 1920 había disfrutado de
un semanario local, Junonia, que se imprimió entre las islas de Tenerife y La Palma. Tras
esta experiencia, un grupo de vecinos promovió en 1925 un nuevo periódico, La Gomera,
para el cual adquirió o arrendó una prensa que se emplazó en la villa capitalina de San
Sebastián y que se denominó Imprenta La Gomera. Aunque el periódico cesó al año
siguiente, el establecimiento continuó dando servicio profesional en la isla18.
Hacia 1926 el tipógrafo palmero José Francisco Marín ocupó la regencia y más tarde
se hizo propietario del taller gomero, al que llamó con su propio nombre pero que fue
conocido, al menos de manera interna o de forma familiar, como La Neutralidad. El
tipógrafo, comprometido con el comunismo, tras una experiencia negativa en Cuba, se
trasladó a La Gomera y dio continuidad a este taller que atendía a sus 27.000 habitantes.
(17) ACOSTA PADRÓN, Venancio: La
prensa en El Hierro, La Laguna, Centro
de la Cultura Popular Canaria, 1997, pp.
45-126; QUINTERO REBOSO, Carlos:
«“El deber” y “La voz de El Hierro”»,
La voz de El Hierro, n. 91 (Frontera,
2014), pp. 5-7.
Ejemplar de Crónica de Lanzarote
(Arrecife, 1861), primera publicación
seriada de Lanzarote
Semanario El deber, impreso en El Hie-rro
a partir de 1922
La Gomera: órgano defensor de los inte-reses
generales del país (San Sebastián
de La Gomera, 27 de febrero de 1926),
primer periódico impreso en esta isla
(18) SILVA MORA, Jorge F. da: Los perió-dicos
editados en la provincia de Santa
Cruz de Tenerife: una propuesta de catá-logo
e inventario (1758-1958), [Recur-so
electrónico], La Laguna: Ediciones
Digitales Color Relax, 2010, capítulo VI.
29
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(19) POGGIO CAPOTE, Manuel: «De bio-tipografía:
vidas de tres impresores de
la isla de La Palma (Manuel Pestana
Henríquez, José Esteban Guerra Zer-pa
y José Francisco Marín González)»,
Cartas diferentes: revista canaria de pa-trimonio
documental, n. 10 (2014), pp.
215-242.
(20) En parte consúltese: FERRER PE-ÑATE,
Mario: El periodismo en la peri-feria
de la periferia de Europa occiden-tal:
prensa, sociedad y opinión pública
en Lanzarote y Fuerteventura (1852-
1982), Tesis doctoral dirigida por Julio
Antonio Yanes Mesa, Universidad de La
Laguna, 2012: IDEM: Prensa, sociedad
y cultura en Lanzarote y Fuerteventura:
1852-1936: un ejemplo de periodismo
en la periferia de la periferia, [S. l.],
Ediciones Remotas, Ediciones Densura,
2014, pp. 77-79.
Número 1 de El majorero: semanario
ilustrado de Fuerteventura (Puerto del
Rosario, 2 de octubre de 1944)
Prosiguió con su negocio tipográfico hasta el estallido de la Guerra Civil, tras el cual
fue detenido y encarcelado por motivos ideológicos; según rememora su familia, se le
sentenció a ser fusilado, pero las autoridades decretaron su liberación para evitar que
La Gomera se quedara sin imprenta, de forma que se le permitió seguir regentando su
negocio. Marín se mantuvo en activo hasta finales de la década de 1960, unos años
después de que se hubiera abierto un segundo establecimiento en San Sebastián: la
Imprenta Junonia19.
La última de las islas Canarias en contar con la industria de las prensas fue Fuerteventura,
ya en la década de 1940. Lo singular es que la promovió el Ejército sólo para imprimir la
Orden del día del acuartelamiento militar de Puerto del Rosario. Casi al unísono estampó
otros materiales y encargos externos, tales como programas o carteles de fiestas patronales
e incluso algunas publicaciones periódicas como El majorero (1944) y Herbania (1944).
Tras unos años a cargo de soldados de reemplazo, en 1955 ya había dejado de utilizarse.
El capellán pidió entonces un oficial al Colegio Salesiano de Las Palmas, que ofrecía
formación profesional de tipógrafos, y éste recomendó a Ramón Falcón Suárez, que se
alistó como voluntario para cubrir el puesto. Bajo su dirección se encargaron nuevos tipos
en Barcelona y se retomó la hoja del día.
En 1968, ya con mejor panorama económico, se abrió la primera oficina civil, la Imprenta
y Librería Chacón, que contó con la instrucción del mismo Falcón Suárez, por entonces
sargento tipógrafo del batallón. De sus máquinas salió el primer libro estampado en la
isla, Cantares humorísticos en la poesía tradicional de Fuerteventura (1974), y distintos
periódicos mucho más recientes. La Imprenta Chacón cerró de manera definitiva en el
año 200320.
CONCLUSIONES
En definitiva, la imprenta canaria no es tan tardía como se ha considerado tradicionalmente,
pues estuvo en consonancia con la de otras provincias españolas y con las colonias y
excolonias americanas. Inclusive puede valorarse como temprana en comparación con la
llegada al resto de los archipiélagos macaronésicos y al África colonial. El fluido tráfico
librario en unas islas que eran escala casi obligada en las travesías oceánicas garantizó
el suministro de obras para los oficios religiosos, la precaria enseñanza y los escasos
lectores.
En relación a la cuestión que nos planteábamos más arriba, es indudable que la llegada
de la imprenta en el siglo XVIII debe valorarse en consonancia tanto con las necesidades
burocráticas del Estado como con el espíritu progresista de la Ilustración, y por ello su
primer valedor fue el comandante general y sus mejores impulsores en tres capitales (La
Laguna, Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de La Palma) fueron las respectivas
Sociedades Económicas de Amigos del País. En contraposición, en los archipiélagos
lusófonos vecinos su introducción obedeció a una conyuntura o crisis política determinada.
CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 17, 2018
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Además, el verdadero desarrollo de la imprenta canaria se produjo a lo largo de la
segunda mitad del siglo XIX, cuando una burguesía con ínfulas europeas creó la
necesidad de contar con medios de comunicación que no estuvieran sujetos a la demora
que provocaban la distancia y las inclemencias del mar. Gracias a esta particularidad, las
islas Canarias llegaron a ser la cuarta provincia española en número de cabeceras de
prensa, y al final del siglo llegó a haber medio centenar de títulos editados en un año,
dirigidos a cada segmento particular de público (conservadores, liberales, tradicionalistas,
anticlericales, masones, médicos, maestros, mujeres, etc., etc.). Esta circunstancia es clave
para entender el desarrollo espectacular de la industria impresora en las ciudades más
aburguesadas del archipiélago.
La instalación de talleres en pequeñas poblaciones y el salto a las islas menos favorecidas
sí son cuestiones que responden a un proceso mucho más normalizado, paralelo al de las
provincias peninsulares. En el caso canario se pueden distinguir motivaciones diferentes
según las islas, y por eso mismo es interesante destacarlas: en Lanzarote vemos una clara
intencionalidad comercial; en El Hierro se detecta una defensa de la identidad de la patria
chica y un intento de demostrar las posibilidades de autogestión; en La Gomera, tras un
impulso comercial, no es descartable la motivación política, cercenada muy pronto por
los acontecimientos nacionales; y en Fuerteventura, está claro que su primera imprenta
(aunque en consonancia con otros acuertalamientos militares de Canarias y la península
que dispusieron de talleres por aquellas fechas) se concibió únicamente para ocuparse
de las órdenes cotidianas de un batallón y que no parece un esfuerzo destinado a ser
amortizado por sus consecuencias prácticas.
Todas estas imprentas, en suma, subsistieron mayor o menor tiempo atendiendo
pequeños encargos, tales como impresos administrativos, formularios, tarjetas de visita,
estampaciones parroquiales, programas festivos, variadas publicaciones periódicas y,
eventualmente, algún libro.
En resumen, la historia de la imprenta en las islas Canarias, que desde la Ilustración
corre paralela a la historia de la tipografía en el mundo, está cargada de rasgos que la
hacen única. En este pequeño esbozo hemos intentado desentrañar algunas de estas
particularidades. Esperamos haber despertado con ellas algún destello de interés.