CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 16, 2017
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Conferencia impartida el 4 de julio de 2016 en el salón de plenos del Ayuntamiento del
Puerto de la Cruz, dentro del ciclo «El IEHC con las Fiestas de Julio»
Nos ha parecido interesante en este ciclo de historia local incluir a nuestros escritores, a
los escritores que nacieron o que vivieron en el Puerto y que forman parte de la historia de
la literatura y también de nuestro patrimonio. Agustín Espinosa –como Viera, como Tomás
de Iriarte o como Luis Rodríguez Figueroa, por nombrar a tres muy significados– es figura
clave en el desarrollo de nuestra cultura y ocupa un lugar fundamental en la literatura en
lengua española reciente; es y ha sido muy estudiado, ha sido traducido a varios idiomas,
y, sin embargo, es poco conocido o reconocido en su pueblo natal.
El propósito de esta charla es remover un poco su recuerdo en este Puerto de la Cruz,
donde nació y vivió los años de su infancia, donde pasaba temporadas y adonde acudía
con frecuencia al encuentro de parientes y amigos. Con esa intención también voy a
repasar algunos pormenores de personajes de la historia familiar que lo vinculan con el
Puerto y que con toda seguridad intervinieron en su formación intelectual, en el desarrollo
de su sensibilidad y en su vocación docente.
FOTOS DE FAMILIA
El principal responsable de que Agustín Espinosa naciera en el Puerto, en el seno de una
familia acomodada en la que prevalecieron la ideología liberal y la devoción por la cultura,
como cuentan sus biógrafos, fue el señor que figura en este espléndido retrato firmado
por Marcos Baeza. Era su abuelo paterno. Antonio, hermano del escritor, que le dedica
un capítulo de sus memorias, dice de su abuelo que «emigró en su juventud a América
[…] en busca de fortuna, y la halló plenamente». Y que regresa de Puerto Rico después
de hacer una fortuna respetable, primero a Cadiz, donde se estableció, y, después, a muy
pocos años, al Puerto de la Cruz, en donde compró una de las mejores casas del pueblo,
en la que estableció un magnífico comercio, a la par que [...] una estupenda finca rústica
en La Cruz del Rayo, en el mismo Puerto de la Cruz, en su Barrio de La Vera, donde
también edificó un hermoso chalet de veraneo.
La casa del mirador de la calle
Venus Agustín Espinosa en el
Puerto de la Cruz
Agustín Espinosa Estrada.
Margarita Rodríguez Espinosa
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Cuenta su nieto Antonio que además adquirió muy extensas fincas rústicas en el Realejo
Alto y en Garachico. Y añade:
Las influencias que las nuevas ideas liberales, nacidas de la gloriosa revolución francesa,
y el esparcimiento de tales ideas, […] también llegaron a la mente de mi abuelo Agustín
Espinosa Estrada, quien [las recogió] con el mayor agrado y la mejor comprensión.
Y, finalmente, que «fue siempre respetado y querido de todos sus amigos y deudos, que
fueron muchos».
Sabemos que además fue Agustín Espinosa Estrada un destacado dirigente del
republicanismo en el Puerto, diputado provincial y que, como gran parte de los republicanos
del Valle, entre los que se encuentran muchos de sus parientes, pertenecía a la masonería.
En un cuadro de la logia Taoro figura con el nombre simbólico de Borinquen y el grado
18 (Primer vigilante). Por encima de él, sólo aparece Diego Ponte del Castillo en calidad
de Venerable Maestro. Olivia Stone, que estuvo por aquí por esos años, y que relata con
pelos y señales lo sucedido con el entierro de Ponte del Castillo, Marqués de la Quinta
Roja, en su libro Tenerife y sus seis satélites, de 1887, dice de estos masones que son la
sal de la tierra, ya que pertenecen a la masonería casi todos los españoles inteligentes,
cultos y pensantes. Pensando solo en el progreso y la ilustración de las Islas, convendría
que su número aumentase.
El abuelo Agustín Espinosa Estrada murió en 1896 en la casa de la calle Iriarte, entonces
calle Venus, donde, el 23 de marzo del año siguiente, nacería su nieto Agustín Espinosa
García. (Enseguida verán que, en esta familia, el nombre Agustín equivale al de Aureliano
en la de los Buendía.)
Su niñez en el Puerto –su primera maestra, sus juegos infantiles en la casa y en la
calle–, igual que otros recuerdos de su juventud, nunca abandonaron al escritor. En su
obra surrealista Crimen, publicada cuando tenía 37 años, aparecen dos lugares de su
infancia, una calle y una plaza, convertidos en fantasmales escenarios de pesadilla para
ser incorporados como visiones oníricas en el capítulo Retorno. En él anuncia Espinosa:
Han habitado una calle y una plaza mis sueños de muchas horas y años.
El callejón, entonces calle del Rey, es hoy la del Sargento Cáceres, que une San Telmo con
La Hoya; a la vuelta de la esquina hubo otro lugar si no recuerdo mal también de nombre
siniestro, el Patíbulo.
Casa del mirador de la calle Iriarte Casa de La Vera, hoy restaurante Atuvera.
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Se llamaba así: la calle del Muerto. Pero su categoría no llegaba aún a callejón. Eran
veinte metros de mal empedrado camino entre dos muros blancos casi por milagro.
El nombre investía de todos modos a la calle del Muerto de una macabridad que no le
venía. A ratos, debía de horrorizarse de su nombre la calle del Muerto, y en esos momentos
se lo hubiera cambiado por cualquier otro.
La calle del Muerto tenía en su fondo un paisaje de barcos de vela sobre un mar de calma,
de gaviotas sobre el poniente y nubes rosadas.
[...]
¡Letrina de mi niñez, sin ayos ingleses, y de la de mis gentiles amigos del barrio de la
Hoya![...]
Y esta es la plaza, también fácilmente reconocible, que el narrador recuerda con la
desolada desnudez fatal de la playa, solitaria hasta donde llegaba el ruido del mar
cercano. La plaza era grande y oscura, con bancos vulgares de piedra y árboles altos
e incoloros. […]Veía la plaza únicamente desde el fondo de un callejón empinado que
moría en la misma plaza. [...] El mar sonaba tan próximo que la convertía en playa, que
la limitaba con el mar.
Su padre, Manuel Espinosa Suárez, y su tío Agustín fueron los únicos hijos de Agustín
Espinosa Estrada que tuvieron descendencia, pero esta fue más que suficiente: el mayor
tuvo ocho hijos y Manuel, trece, de los que diez llegaron a la edad adulta: nueve con su
primera mujer, Antonia María, y cuatro más con la hermana de esta, con quien se casó
al enviudar.
Cuando Agustín Espinosa García tenía doce años, su familia se trasladó al Realejo, no sé
decir exactamente por qué motivo. Tal vez fuera por razones prácticas (estar cerca de la
familia de la madre) o económicas: su abuelo materno, Fernando Antonio García Brito,
era una persona pudiente, catedrático de Derecho en el Instituto Provincial y heredero de
propiedades de los Gordejuela.
Dejan, pues, la casa del Puerto cuando ya habían nacido los tres hijos mayores, y adonde,
desde la década de 1890, había trasladado su comercio don Tomás Reid, que es por
lo que más se recuerda la ubicación de la vivienda. La casa es ocupada por la familia
Espinosa García ahora solo ocasionalmente, y le sigue perteneciendo muchos años hasta
que finalmente desaparece «bajo la piqueta demoledora de los agentes inmobiliarios»
hacia finales de los años sesenta, tal como cuenta José Rodríguez Barreto en un artículo
publicado en 1978 en el Diario de Avisos titulado «La calle de Venus».
La vivienda familiar va a ser a partir de ahora la de la calle de Las Toscas del Realejo,
aunque la familia sigue frecuentando el Puerto, lugar de residencia de otros parientes y
adonde se han trasladado los primos Espinosa Chaves.
Casa de la calle Las Toscas, ahora
García Estrada, en Los Realejos.
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La segunda mujer de Manuel Espinosa, Isabel, como si fueran pocos sus hijos y sobrinos,
acoge y cría como suya a la niña que en esta foto mantiene en su regazo, hija de su
hermana fallecida, lo mismo que hará con otros sobrinos que padecieron circunstancias
similares y más tarde con su nieto Agustín, el hijo menor y póstumo de Agustín Espinosa
García, empresa en la que colaborarán con mucho afecto y dedicación las hermanas
solteras de este.
Es fácil entender que con todo esto la casa se convirtiera en un bullicioso lugar de
encuentro por el que transitaban primos de las dos ramas, de todas las edades, y amigos.
Todos ellos constituyen un grupo culturalmente inquieto y dinámico que participa en la
sociedad realejera con actividades lúdicas y veladas literario-musicales, de las que dan
testimonio algunos programas publicados en la prensa local de la época. Los encuentros
también tienen lugar en el Puerto.
En estas fotos vemos, años después, en los carnavales de 1927, a los primos Espinosa-
García que han participado en la elaboración de una carroza decorada por su amigo Óscar
Domínguez, y a las primas. La decoración debió de causar, como mínimo, estupor en la
sociedad portuense.
Familia de Agustín Espinosa
Carnavales de 1927 Con Manuel García Estrada
Agustín Espinosa, con sus hermanos, su padre y su tía y madrastra Isabel
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El tío Manuel García Estrada, progresista, poseedor de una vasta cultura, licenciado en
Farmacia, fue el encargado de la educación intelectual de sus sobrinos y de prepararlos
para el ingreso en el bachillerato; su destacada presencia en la familia, y entre los
jóvenes especialmente, va a ser determinante en la formación de todos ellos. Agustín, sus
hermanos y primos disfrutaron y se beneficiaron además de las bien dotadas bibliotecas
familiares. Sus lecturas de los doce años las recuerda el escritor mucho más tarde, en un
artículo titulado «Ballenas en Canarias», que forma parte de su Diario espectral de un
poeta recién casado:
Esto no es un sueño de Walter Scott ni una imaginación de Conan Doyle. Esto es la
realidad una y simple.
Hace unos días que nadan en aguas de Canarias, en circuito de nuestras islas, dos reales
y orondas ballenas, dos personajes de novelas de Verne, dos héroes de lector de doce
años.[…] ¡Qué ventura para los actuales muchachos canarios, para los infantiles lectores
de Mayne Reis y Salgari poder ver en su propia tinta, en su viva realidad imprevista, a
sus romancescas ballenas; a seres que solo tenían, hasta el radioso ahora de ellos, una
poética y mágica vida...!; huéspedes de un mar que ni los ilustradores más habilidosos
han acertado a pintar con la caudal fortaleza que lo imaginara y describiera el novelista...!
Los hijos del abuelo Agustín Espinosa Estrada, según parece, descuidaron el negocio y
la hacienda familiar. Pero lo que de ninguna manera quiso descuidar Manuel Espinosa
Suárez fue la educación de sus hijos. Se dice que vendió propiedades para sufragar los
gravosos estudios universitarios en la península de sus dos hijos varones mayores, José y
Agustín. No se pudo permitir hacer lo mismo con el resto. Antonio y Fernando opositaron
para telégrafos. Manolo y Antonia María se jubilaron como maestros en su pueblo natal.
Hago un esfuerzo por tratar a este grupo de jóvenes como a un personaje coral, aunque
me parezca injusto, porque todos y cada uno fueron personas muy interesantes y muchos
provistos de genio creativo. Una muestra, el hermano de Agustín, José, farmacéutico, pero
compositor de vocación. Siendo estudiantes, escribieron juntos una obrita, Colombine,
una canción de cuna, de corte modernista, como mandaba la época, y como fueron las
primeras creaciones de Espinosa, entre ellas su primera colaboración literaria, en la revista
Castalia, que dirigía el poeta, también portuense y amigo de la familia, Luis Rodríguez
Figueroa. José también establó amistad con García Lorca, según cuenta su hermano
Antonio en esta entrevista publicada en La Tarde en 1980. Agustín y Lorca se habían
conocido en la facultad de Filosofía y Letras de Granada.
O este mismo Antonio, el autor de las memorias citadas al principio. De niños, hasta que
tuvimos ocasión de acceder a un concepto más académico de surrealismo, asociábamos
este término a Antonio Espinosa, del que se contaban las más delirantes ocurrencias, y
que, por otra parte, era una persona cultísima, que dominaba varios idiomas, y un devoto
defensor del pensamiento ilustrado del XVIII. O Fernando, un hombre sabio, excelente
profesor de historia, a cuyos estudios universitarios tuvo que renunciar por los motivos
que ya contamos arriba. Bueno, y las hermanas, Felisa sobre todo, ocurrente y autora
de ocasionales versos festivos sobre personajes y sucesos familiares y nuestra principal
informante durante muchos años sobre estas cuestiones de historia de parientes.
Nunca se perdió el vínculo ni el contacto; incluso emprendieron juntos, hermanos y primos,
proyectos muy importantes. No se puede negar que el propio contexto familiar fuera un
estimulante, un encauzador de vocaciones, e incluso nos hemos creído alguna vez que,
añadido el ingrediente de un peculiar sentido del humor, con una indudable inclinación
al absurdo, fuera donde Agustín encontró el caldo de cultivo para convertirse, de entre
todos sus compañeros de la aventura vanguardista, en el más genuino surrealista. En este
sentido son reveladoras estas palabras que dedica Pérez Minik al autor de Crimen:
De todo el equipo de Gaceta de Arte, Agustín Espinosa era el surrealista porque sí, el
más vivo, el más espontáneo, sus actitudes, la palabra, la conducta, la vida entera, las
ocurrencias.
Agustín Espinosa, segundo por la dere-cha,
en una excursión con amigos y pri-mos.
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Finalizado el bachillerato, que realiza en el Instituto General y Técnico de Canarias, hoy
el Cabrera Pinto, de La Laguna, empieza su carrera en Granada y la termina en Madrid,
donde lee su tesis doctoral. Vuelve a Canarias y en la Universidad de La Laguna ejerce
durante un curso como ayudante de la cátedra de Lengua y Literatura.
Esta itinerancia, que no termina aquí, ha sido interpretada como síntoma de desarraigo.
Pero la verdad es que Agustín Espinosa nunca se desvinculó de sus raíces. Regresa a su
casa familiar siempre que puede; pasa en ella los últimos días de su vida. Y también a la
de la calle Venus del Puerto, hasta el año anterior al de su muerte, donde estuvo con su
mujer y sus dos hijos, sin que perdiera nunca el contacto con los amigos ni con la familia.
EL COLEGIO DE SEGUNDA ENSEÑANZA
El curso 1926-1927 Agustín Espinosa García ejercía como profesor ayudante de Literatura
Española en la Universidad de La Laguna, como hemos dicho. Precisamente en 1927, en
su casa de la calle Esquivel, muy cerca de la casa natal del escritor, muere su padrino,
Agustín Estrada Madan, primo hermano de su padre. Allí había abierto su farmacia desde
que obtuvo la licenciatura. Era una persona muy respetada e influyente dentro y fuera de
su familia, con la que establece nuevos lazos al casarse en segundas nupcias con la viuda
del tío del escritor, Agustín, hermano de su padre.
Esta fue otra casa de encuentro entre primos y con amigos, donde se había reunido otra
interesante biblioteca y en la que se disponía, igual que en la del Realejo, de un piano, que
varios miembros de la familia tocaban, y en este caso también de un gramófono La voz
de su amo, que durante muchos años se conservó en un sótano de la vivienda, silencioso
y cubierto de polvo como el arpa de Bécquer. Según nos contaba una antigua amiga de
la familia, en esta casa se celebraban dos bailes anuales, uno el primero de año y otro
en verano. La proximidad entre Realejo y Puerto y entre los primos afincados en las dos
poblaciones hacía que la comunicación y la relación siempre fueran fluidas y frecuentes Y,
según apunta Luis Espinosa García, que los miembros de la familia nacieran en el Puerto
o en el Realejo dependía de la estación del año: si era verano, en el Realejo, que era más
fresquito; en invierno, en el Puerto, de clima más cálido.
En su ponencia Republicanismo y masonería en una ciudad portuaria: El papel de Estrada y
Madam en el Puerto de la Cruz, de 1987, Manuel Hernández retrata al dueño de esta casa,
el farmacéutico Agustín Estrada Madan, como prototipo del hombre íntegro, filantrópico,
librepensador y anticlerical, de pasado intachable, que definió a una generación de
republicanos portuenses de particular relieve y trascendencia en el archipiélago antes de
julio del 36, y eso a pesar del, en ciertos aspectos, inexplicable desconocimiento por parte
de la historiografía de aquella agrupación republicana que en 1899 se constituyó como el
primer ayuntamiento republicano de Canarias en la Restauración, y que fue la base en la
que se cimentó el desarrollo del socialismo en el Valle de La Orotava, expresado en 1923
con la elección de Martín Pérez Trujillo como alcalde del Puerto de la Cruz.
Estrada Madan también fue candidato a Cortes, diputado provincial y consejero del primer
cabildo insular de Tenerife. Creó la sociedad Círculo Iriarte y el periódico republicano
Iriarte, del que fue su director mucho tiempo. Utilizó toda su influencia y la voz de
su periódico para difundir sus ideas sobre educación inspiradas en el krausismo, cuyos
principios iluminaron movimientos pedagógicos tan importantes como la Institución
Libre de Enseñanza. Agustín Estrada además creó la Sociedad de Instrucción Gratuita
y estableció los cimientos de los centros instructivos obreros. También clamó desde su
periódico y desde su cargo político en favor de la escuela pública, y por la creación de una
biblioteca pública y de un centro de segunda enseñanza.
Pues va a ser su sobrino y ahijado Agustín Espinosa García el encargado de iniciar este
último proyecto. Ese mismo año, 1927, abandona su adjuntía en la Universidad de La
Laguna y con su primo Luis Espinosa Chaves, hijastro de Estrada Madan, y el joven Isidoro
Luz Carpenter, que estrenaba alcaldía ese año, funda el colegio. Isidoro Luz durante su
Casa Esquivel-Iriarte.
Agustín Estrada Madan
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etapa de estudios había estado en contacto con la Residencia de Estudiantes, que, igual
que el Centro de Estudios Históricos de Madrid, donde leyó su tesis Agustín, había sido
impulsada por la Institución Libre de Enseñanza.
Así nace el Colegio de Segunda Enseñanza, en algunos documentos mencionado también
como Institución de Segunda Enseñanza, en la casa Ventoso, vecina de la del escritor,
aunque después tuvo otras ubicaciones, como la de la calle Pérez Zamora (actual Casa de
la Juventud), donde se mantuvo durante más tiempo. Pronto se unen al equipo fundador
un grupo de profesores entre los que estaban los hermanos de Agustín, Fernando y
Antonio, su primo Juan Espinosa Chaves, sus tíos Cándido Chaves Estrada y Matilde
García Estrada y, más tarde, otra prima, María Teresa García Barrenechea. En tiempos muy
posteriores se incorporaron al claustro Ofelia Espinosa Córdoba y Luis Espinosa García.
El periódico La Prensa, en su edición de 3 de noviembre de 1927, había publicado que
en Noviembre de 1927 comenzó a funcionar el Colegio de 2ª Enseñanza bajo la dirección
de Agustín Espinosa García, auxiliado en las tareas docentes por los médicos Isidoro Luz
Carpenter y Martín Pérez Trujillo, el párroco Federico Afonso González, el licenciado en
Farmacia Luis Espinosa y los profesores mercantiles Sebastián y Antonio Castro Díaz.
El régimen de subvenciones le da un carácter de semipúblico, más si se tiene en cuenta
que el Ayuntamiento ofrecía becas o pensiones a alumnos sin recursos que quisieran
seguir los estudios que en él se impartían, ayudas que también podían extenderse a libros
de texto.
Jesús Hernández Martín, alumno y profesor durante muchos años de este colegio, nos deja
en sus memorias este recuerdo de un bachillerato que realizamos en el citado Colegio
de 2ª Enseñanza, o de los Espinosas; un colegio con cuyos profesores está en deuda, no
solo el Puerto de la Cruz, sino todo el Valle, pues gracias a ellos pudimos estudiar los
económicamente débiles, ya que la mayoría de nosotros carecíamos de medios para poder
trasladarnos hasta la lagunera ciudad.
La actividad del colegio, después de un periodo de notoriedad y prestigio, se paraliza
durante la guerra, cuando el director, que por entonces y durante mucho tiempo fue
Luis Espinosa Chaves, y algunos otros profesores son detenidos, depurados y sometidos
a vigilancia. A dos de ellos, su hermano Juan y su primo Antonio, les costó su plaza de
funcionarios y a Luis su cargo de Inspector Farmacéutico Municipal. Se reabre el colegio
en 1939 con muchas dificultades, que van siendo más o menos superadas, y se cierra,
después de unos años de agónica resistencia, en 1975, cuando los únicos profesores de la
familia Espinosa García en el claustro eran María Teresa García y Ofelia Espinosa.
Agustín Espinosa se estrena como profesor de segunda enseñanza en este colegio. Su
alumno y sobrino Luis lo recuerda como un profesor entusiasta e innovador, que no
Profesores y alumnos del Colegio de Se-gunda
Enseñanza
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limitaba sus clases al entorno del aula ni sus explicaciones a listas de autores y fechas, y
que ponía a los alumnos en contacto directo con las obras literarias que él mismo llevaba
a sus clases.
Al año siguiente se ausenta del colegio para opositar a cátedra. Reemprende entonces
su vida itinerante, ahora como catedrático de instituto, en Las Palmas, en Arrecife (de esa
estancia surge su primer libro, Lancelot 28º7º, clave en la primera vanguardia insular) y
otra vez en Las Palmas.
En todos sus destinos, Agustín Espinosa dejó en sus alumnos una profunda huella por
el atractivo que ejercían sus interesantes y novedosas enseñanzas. En el Instituto de Las
Palmas anima a sus alumnos a participar en la redacción de la revista escolar que ha
creado:
Lee Hoja Azul, escribe para Hoja Azul, compra Hoja Azul. No contribuyas con tu
abulia a la infeliz carnavalada de los que creen que ser estudiante es matricularse,
asistir a clase y retozar a la hora del recreo. Si no te sientes estudiante, quítate
el antifaz y deja al aire orejas largas, hocico picudo y plumas que no saben volar.
Hazte actor de cine o contrabandista, porque acaso has equivocado tu destino y
estás perdiendo inútilmente dinero, tiempo y juventud.
Agustín Millares Sall, uno de sus alumnos, recuerda «la magia» de sus clases, y otro, el
escritor y también docente Alfonso Armas Ayala, gran amigo suyo, lo retrata así en las
páginas de la publicación Agustín Espinosa Cazador de mitos, editada por nuestro IEHC:
Su calva, sus anchurosos pantalones y su cartera; desde allí salían cuartillas blancas,
cuartillas emborronadas, cuartillas semirrotas que habían dejado de serlo; y libros, y
apuntes...y palabras: luminosas palabras que luego él iba prendiendo con una magia
particular en el negro encerado de clase, cruzado de sujetos, de complementos, de
predicados...
El propio Agustín Espinosa deja documentada su vocación cuando cuenta la noticia de su
recién estrenada paternidad:
Ahora tengo un hijo (un hijo de mi carne, pues tengo, además, cada curso, 500
o 600 del espíritu).
DE LA ROSA DE LOS VIENTOS A «EL CRIMEN DE AGUSTÍN»
1927, año clave en la historia reciente de nuestra literatura, como están viendo,
fue especialmente intenso. Por entonces Agatha Christie se paseaba por la ladera de
Martiánez tramando relatos de misterio, el género que la haría famosa. Óscar Domínguez
emprendía su decisivo primer viaje a París. Se consolida el primer colegio de segunda
enseñanza en el Puerto. Y, en Madrid, un grupo de poetas se reúne para conmemorar el
tercer centenario de la muerte de Góngora sin sospechar todavía que el nombre con que
entrarían en la historia de la literatura incluiría ese año.Agustín Espinosa, conjuntamente
con Ernesto Pestana y Juan Manuel Trujillo, funda La Rosa de los Vientos, cuyo primer
número constituiría el acontecimiento más importante producido en mucho tiempo
en la literatura de las islas. Era una revista culta, innovadora, con la que se iniciaba
la vanguardia canaria, vinculada a la Generación del 27 y aplaudida por la prestigiosa
Gaceta Literaria peninsular. Pero fue recibida con numerosos ataques en forma de burlas
y parodias en la prensa de la isla por los escritores de la escuela regionalista del XIX, a
la que el crítico e historiador de la literatura Valbuena Prat califica de pseudorromántica,
imitadora de imitadores, localista y «empapada de un modernismo trasnochado, muy
alejado de la profundidad de Tomás Morales y Alonso Quesada». Se inicia así el debate
sobre literatura insular que durará unos años y que va a instalar su escenario en el Puerto
de la Cruz de 1928, cuando el entonces alcalde, Isidoro Luz, le ofrecía un homenaje a su
amigo Espinosa, que acababa de obtener su cátedra. Juan Manuel Trujillo es el encargado
de pronunciar un brindis con el que se encona la polémica: en su discurso considera
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este renacimiento en las islas «emparentado, no con el inmediato ayer, sino con el de
antes de ayer; no con el siglo XIX, enfermo de localismo, sino con el XVIII, ansioso de
universalidad», y cita estas palabras del homenajeado:
Ahondar en la profundidad de lo propio conduce inevitablemente a centros de
generalidad; nunca a callejuelas de participación.
Será poco más tarde cuando Espinosa emprenda otra batalla en la que va a empeñar la
salud de sus últimos años. Publica Crimen en 1934, con portada de Óscar Domínguez,
una edición de Gaceta de Arte, la revista fundada por Westerdahl, que va a marcar el
segundo momento de la vanguardia canaria junto con Crimen. En marzo de 1935 es
nombrado director del nuevo Instituto Nacional de Segunda Enseñanza de Santa Cruz y,
al poco tiempo, presidente del Ateneo, donde se va a celebrar la exposición surrealista.
Espinosa se muestra entusiasmado con la llegada de los impulsores del surrealismo
francés. «Breton, Péret y Eluard, nuevos reyes magos en Canarias»: así titula un artículo
publicado en La Tarde, en el que escribe:
Viene el tesoro –que también el regalo– que traen estos Reyes a Canarias. Viene
bajo el cielo, junto a los nuevos Reyes, acunado por el mar y vigilado muy
de cerca por una álgida estrella; por la ESTRELLA SURREALISTA –crudo y noble
astro–, la que hace pestañear a los cretinos y torcer la cabeza a los hijos de nadie.
Los visitantes son invitados a conocer la isla. En el Puerto, recorren el Jardín Botánico, y
en la playa de Martiánez conocen por fin aquellas arenas negras de las que les hablaba
Óscar Domínguez en París. Bretón ya las había imaginado:
Se me dice que allá abajo las playas son negras de la lava que marcha hacia el
mar precipitándose al pie de un inmenso pico de humeante lava.
Y luego las recordará así en «El castillo estrellado»:
Toda la sombra echada por el mar está hecha de grandes extensiones de arena
más negra todavía que forman tantas playas como la del Puerto [de la] Cruz,
velillas intercambiables entre el agua y la tierra, bordadas con lentejuelas de
obsidiana por la ola que se retira.
Uno de los actos más importantes (acto de afirmación poética, se llamó) de esta visita,
que fue todo un acontecimiento, resultó ser el celebrado en el Círculo de Amistad XIV de
Abril del Puerto de la Cruz el día 23 de mayo de 1935. En este acto Breton afirma que
quiere «rendir homenaje al director de Gaceta de Arte, Eduardo Westerdahl, así como a
sus colaboradores», entre los que se encontraba nuestro escritor, y añade: «cuán precioso
me ha sido conocer a Agustín Espinosa, cuyo libro Crimen es una ilustración viva del
surrealismo en lengua española».. En el cine Olimpia, Peret pronuncia su conferencia
«Análisis marxista de la religión», acto organizado por la Agrupación Socialista del Puerto.
Westerdahl fue el fotógrafo del acontecimiento. La exposición no tuvo éxito comercial,
aunque sí mucho rechazo social. Para contrarrestar los gastos, el Ateneo y Gaceta de
Arte intentan presentar La Edad de Oro de Buñuel, pero se tropiezan con las fuerzas
reaccionarias que la consideran una película inmoral. Agustín Espinosa publica en su
defensa:
Se han pronunciado con excesiva frecuencia las palabras «pornográfico», «libre»,
«procaz», «indecoroso», «insolente», con relación a la Edad de Oro, ni con más ni
con menos razón –puedo decirlo ahora de paso– que a propósito de mi libro Crimen,
olvidándose que análogos adjetivos habría que esgrimir, desde ese bizco punto de vista,
para calificar a Quevedo, a Boccaccio, a Cervantes, a Rabelais, a Lautréamont, a Goethe...
Cuando ya ha triunfado el golpe de estado de Franco, detenidos muchos de sus amigos
y parientes e incluso habiendo sido asesinados algunos de ellos, como López Torres y
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Rodríguez Figueroa, a Espinosa se le abre un expediente de depuración y se le separa de
su cátedra.
Los cargos que se le imputaban, ser izquierdista, ser autor de la obra titulada «El crimen
de Agustín» [sic] y haber intentado presentar en los cines de esta Ciudad una película
inmoral y sacrílega.
Agustín Espinosa intenta salvarse colaborando en periódicos falangistas con exaltados
artículos, por los que sufrió el rechazo de algunos de sus amigos. Paradójicamente,
tampoco logró su propósito de convencer a los afectos al régimen, como sucedió con
Gabriel de Armas, representante de la extrema derecha canaria, quien le dedica el famoso
artículo «Ayer lo vi con la camisa azul». Que el autor intente si quiere, dice, «hacer
desaparecer las huellas de su crimen», pero que no engaña a nadie, porque, según él, «ha
llegado la hora de la justicia, porque estamos en la hora de la VERDAD». (Esta VERDAD
escrita así, con mayúsculas amenazadoras).
Lorenzo Cáceres, amigo de Espinosa afín ahora al régimen franquista, no le vio otra
salida que seguir con estas publicaciones. Pero con todo, hasta el 13 de abril de 1938
no consigue que se le devuelva su cátedra, aunque para ello se le obliga a trasladarse
al Instituto de Santa Cruz de La Palma y «se le inhabilita para cargos directivos y de
confianza».
Ayer (bueno, antes de ayer) me llegó un libro de manos de Agustín Espinosa Boissier, hijo
menor del escritor, quien a su vez lo había recibido de su hermano Joaquín. Es una novela,
premio internacional de Literatura Antonio Machado 2014. Su autora, Selena Millares,
profesora de la Universidad Autónoma de Madrid, narra las memorias de su abuelo Juan
sin cambiar ni disimular los nombres de las personas, los lugares y las situaciones reales
que relata. Uno de los capítulos de estas memorias lo titula «Medio juicio», que hace
referencia al cariñoso apodo por el que sus alumnos –entre los que estaban los dos hijos
mayores del narrador– conocían a su profesor, del que, cito, «adoraban su locura y el
embrujo de sus clases». El capítulo termina con estas emotivas palabras que su hijo ha
accedido a leernos:
El tiempo nuevo de infamia y degradación que irrumpía de pronto había de
arrebatarles a algunos incluso la vida, como a mi buen Espinosa, pobre amigo
mío, todo nervio y pasión, sacrificado, humillado con tu corona de espinas, tú
que eras solo un ángel rebelde, ángel al fin, y que solo sabías volar al son de
tus palabras. Con qué saña habían de quemar tus libros, cómo te acorralaron
como si fueras un asesino, tú que nunca supiste de política más que como una
pose romántica, y ahora estabas en manos del verdugo, que te persiguió, te hirió,
te desterró lejos. Así te dibujé en el homenaje que se te tributó tras tu muerte,
alejándote de espaldas, hacia poniente, como en aquellas películas de Chaplin
que tanto te gustaban. Con tu sombrero ladeado, y tu traje casi vacío sobre el
cuerpo desencuadernado, y tu carpeta de poemas y papeles bajo el brazo. Pero la
muerte te llamaba como el faro a la noche.
La novela, que se titula así, «El faro y la noche», también narra el final de Espinosa, un
final tan cruel como inútil e innecesario, y las atrocidades de su persecución. Agustín
Espinosa padecía una úlcera de duodeno desde muy joven, que se le agravó con todo
este sufrimiento, y empeora como consecuencia de una operación realizada sin medios
en su exilio palmero. En enero de 1939 muere, en su casa del Realejo, con solo cuarenta
y un años.
Con el Puerto de la Cruz tienen que ver dos escritos últimos de un Agustín Espinosa
derrotado y enfermo: la carta que, en febrero de 1938, dirige a su prima Maite García
Barrenechea, última directora del colegio que él había fundado; carta esta conservada
como el tesoro que es por su hijo José Javier:
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La ISLA aísla mucho más de lo que en realidad parece. Y tanta agua azul, honda y
áspera por medio. Luego yo no sigo mejor. Cada vez tengo menos humor y menos
fuerza. Me fatigo por todo y hasta hablar me cansa. Soy una isla más dentro de la
isla. Una isla en régimen de ulceroso y hambre de bienestar y noches durmiendo.
Y la famosa carta a su amigo Germán Bautista Belarde, de enero del mismo año, a la que
pertenece el conocido fragmento del mirador, escrita desde la casa del Puerto un año
antes de su fallecimiento:
Aquí en el Puerto de la Cruz, nací yo, en una casa cuyo mirador estoy viendo
mientras te escribo, tan alto casi como la torre de la iglesia. Aquí, por estas calles,
callejones y callejas, he correteado y he palanquineado hasta los doce años, como
lo hace ahora mi hijo. Es un pueblo que tuvo, como yo, su historia. Que vive, como
yo, también de recuerdos. El mar le canta y arrulla diariamente como una madre
a un niño inválido, y de noche le cuenta, con voz de trueno, cuentos de brujas,
trasgos y cosas de Tócame Roque que hacen más silencioso y duro el sueño.
Nuestro IEHC, cuando no ha promovido homenajes a Agustín Espinosa, siempre se ha
sumado a los pocos que su pueblo natal le ha brindado. Hoy solo nos quedan una calle
que nadie sabe dónde está y, en el lugar donde estuvo su casa natal, una triste placa (una
lápida triste, como de cementerio), que sustituyó a aquella de bronce desaparecida, con
las palabras del escritor y unos preciosos grabados de Pacheco.
Al interés de Diego Cejas y al de nuestras archiveras Hilda y Enma, que proporcionaron
la documentación, debemos una reproducción del original conservada en el Archivo
Municipal.
Le cortaron las alas, comentaría años más tarde Domingo Pérez Minik.
Como también le cortaron las alas a su amigo Emeterio Gutiérrez Albelo, quien,
funcionario como Espinosa, quiso salvar su plaza de maestro dando un giro a su poesía
para integrarse –o pasar desapercibido– en el nuevo régimen. Según el más destacado
estudioso de la obra de Espinosa, el profesor José Miguel Corrales, de entre todos sus
amigos y seguidores –López Torres, García Cabrera y Gutiérrez Albelo–, este último fue el
que con mayor acierto caló en el maestro, en la persona y en su obra, como delatan estos
versos que le dedica a nuestro escritor en sus años más luminosos:
Apuntes para un retrato
A Agustín Espinosa
I
Delgado.
Delgado, de verdad. Afiladísimo.
Siempre, siempre, clavado.
II
La rueda en loco giro.
Pero siempre en su eje.
Pero siempre en su sitio.
CATHARUM Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias · nº 16, 2017
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III
En la siniestra mano,
un pajarillo,
disecado.
En la diestra, mil juguetes,
enrollados.
En el meollo, erguido,
un banderín mágico.
Y en el corazón…no digo.
Se prohíbe nombrarlo.
Emeterio Gutiérrez Arbelo: Romanticismo y cuenta nueva
Muchos años después, en un programa de las fiestas de julio, escribe Emeterio Gutiérrez
Albelo este soneto, con el que termino:
Al Puerto de la Cruz
A don Luis de la Cruz hoy pido audiencia,
que en mi pecho esta vez quiero miniarte;
y también, al mejor de los Iriarte,
que a sus fábulas lleve tu presencia.
Afirmando tu alcurnia y excelencias
un homónimo, aquí, tu amor comparte;
Espinosa, Agustín que ardió en el arte,
Bethencourt, Agustín que ardió en la ciencia.
Y así tantos que acunas y que meces,
o que atraes, también, con tu reclamo,
a tu nido de amor y amparo cierto.
Así, a mi corazón, donde floreces
en dulce miniatura, pues te amo,
oh Puerto de la Cruz y oh Cruz del Puerto.
No queremos que la «cruz del Puerto» sean el olvido, la ingratitud o la desidia. Es «La
memoria que no nos deja tranquilos», escribió Domingo Pérez Minik al final de aquellas
palabras sobre su amigo Agustín: «Todos estamos en deuda con él, como escritor, como
amigo, como insular primero de las más serias apuestas».
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