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Ante el centenario de Pancho Guerra
Por: Juan José Laforet.
Tristemente al “inolvidable” Pancho Guerra, el escritor grancanario que mudó de cielo, pero no de
corazón, como diría el poeta Luis Cernuda, o el escritor del amor a lo propio, como ha reseñado la
catedrática Yolanda Arencibia, se le ha conocido más en los últimos tiempos por el luctuoso y
trágico suceso acaecido en el año 2006, en la calle que lleva su nombre en Las Palmas de Gran
Canaria, que por la difusión y utilización de su obra en la vida cotidiana de la isla y de sus gentes,
para cuyo uso y disfrute la escribió con el corazón encendido de ilusiones isleñas.
Ahora que se cumplirá,
el próximo 11 de junio, el centenario de su
nacimiento, en el recoleto fulgor de Los
Tirajanas, con el sonido de la brisa en las
palmeras a modo de sonajero, que parecía
hablarle ya en su cuna con el sentir y el léxico
de las gentes de su isla, es el momento
oportuno no sólo para imprescindibles esfuerzos
editoriales, que permitan el acceso de todos a
sus obras, pues por el momento es muy difícil
encontrarlas en las librerías, sino para
emprender un conjunto de acciones que
reivindiquen su figura –más trascendental para
la literatura y el conocimiento del alma
grancanaria de lo que muchos se imaginan-,
divulguen sus obras entre las generaciones
actuales y hagan de ella un elemento de uso
habitual en sus vidas cotidianas, como ya
ocurrió con otras que utilizamos los discos de
“Pepe Monagas” hasta casi desgastar el vinilo
de tanto ponerlos una y otra vez –el mismo
Pancho Guerra en el prólogo a “Memorias de
Pepe Monagas” no dudó en señalar como estos
textos le procuraron “en torno y hacia fuera la
alegría de haber divertido a los más honestos,
sencillos y generosos de mis paisanos…”–,
sumándose instituciones oficiales y privadas a
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trabajos y esfuerzos como los que hace, desde
su presentación en el Real Club Náutico el 21
de diciembre de 2006, la Fundación Pancho
Guerra, ó la Orden del Cachorro Canario;
aunque tampoco podemos olvidar la destacada
e impagable labor que, en la década de los
sesenta, ya hizo la inolvidable Peña Pancho
Guerra, que presidió el Dr. Arbelo, gracias a la
cual fueron recuperadas y editadas la mayoría
de sus obras a título póstumo.
Tunte en 1927. (Fondo Fedac)
El periplo vital de Francisco Guerra Navarro,
desde su cuna tirajanera, siguió por la
veguetera calle López Botas, donde se ubicó el
nuevo domicilio familiar, muy cerca de la sede
que entonces tenía la Escuela Luján Pérez, a
través de la que entró en contacto con
ambientes artísticos, literarios y periodísticos de
la isla, tomando en 1929, cuando la Escuela
realizó una de sus primeras y destacadas
exposiciones, la decisión de adoptar como
seudónimo en sus escritos el de “Pancho
Guerra”, en unos años felices, fecundos,
creativos, en los que incluso llegó a trabajar
momentáneamente en la librería que tenía
entonces Pacota Mesa, con la que compartió las
canciones que compuso y que tanto éxito
obtendrían, consagradas hoy en verdadera
expresión popular grancanaria, como son
“Somos Costeros” ó “Barquito Velero”, le llevó a
sufrir los acontecimientos de la Guerra Civil,
algo que le marcó indeleblemente, le hizo
abandonar los estudios de derecho a favor de
su acentuada vocación periodística, y terminó
por conducirle a Madrid en 1947, donde trabajó
en el periódico Informaciones y obtuvo el
Premio Nacional de Periodismo Manuel Tercero
por sus crónicas judiciales.
En Madrid, donde fallecería
inesperadamente un caluroso jueves 3 de
agosto de 1961, cuando su corazón se detuvo
para siempre cargado de tantos sentires isleños,
de tanto amor a la isla, cuyo recuerdo se
agigantaba cada día en lo mas sensible de sus
entrañas, en una pleamar de nostalgia hecha
realidad palpitante en sus manos y en sus
textos, viviría los catorce últimos años de su
vida consagrado a su profesión periodística y a
la redacción de la obra que legó a su tierra natal
y a sus gentes; una obra que contribuye
indiscutiblemente a la configuración del
carácter, la idiosincrasia, el ser y el sentir de sus
paisanos. Aunque también tuvo tiempo para
contactar y compartir ambientes literarios y
artísticos, así como tertulias con canarios
residentes en la capital de España.
Periódicamente Carmen Laforet, en aquellos
años en los que había llegado desde Barcelona
y en los que escribió su novela dedicada a Gran
Canaria “La isla y los demonios”, reunía en su
casa para almorzar y tertuliar, e incluso se
tocaba el piano, a un grupo de estos isleños,
entre los que era figura principal el propio
Pancho Guerra, cuyo seudónimo era ya también
referencia habitual y amical. Carmen no dudo en
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señalar, tras leer las “Memorias de Pepe
Monagas”, como se trataba de un “libro
espléndido. Toda la picaresca de la isla, una
picaresca inocente, tierna, divertidísima y
malhablada, está ahí y también, en inesperados
golpes de poesía, el paisaje de la isla…Yo creo
que no se ha hecho hasta ahora un libro mejor
sobre las Islas Canarias”.
En fin, un centenario que no sólo no se
puede dejar pasar por alto, sino que requiere
que se le de una respuesta comprometida y a la
inmensa altura en la que se ubica este
imprescindible autor grancanario; pero, y como
se preguntaba el propio Pepe Monagas en uno
de sus famosos cuentos, “¿Y los cuartos pal
coche, don Silvestre…?”.
J. J. Laforet, 2009.