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1886, Nace el sueño portuense
Como bien afirma el amigo Isidoro Sánchez en el prólogo del libro El turismo en la
historia del Puerto de la Cruz de Melecio Hernández y mío, los antecedentes turísticos
del Puerto de la Cruz habría que buscarlos en la literatura de viajes que caracteriza a
Canarias, en particular a Tenerife y al Teide. En efecto, algunos viajeros de los siglos XVI
y XVII escribieron memorias de sus desplazamientos por el océano Atlántico en los que
recogían sus impresiones de los lugares que visitaban. Estos primeros viajeros crearon
paulatinamente en el europeo el interés por esos lugares que describen en sus libros,
que se proyectaría a lo largo de la historia. Fascinantes relatos que constituirían lo que
hoy denominamos literatura de viajes. Muchos escritos evocan incluso una concepción
de la tierra que prevaleció hasta los primeros años del siglo XVIII, como la creencia de
que el Teide era la montaña más alta del mundo. El Teide va a resultar el primer atractivo
turístico, y ya en 1646, o 1652, según las fuentes, el volcán fue visitado por un grupo
de comerciantes ingleses (Philips Ward, John Webber, John Cowling, Thomas Bridges y
George Cove). El relato de esa visita sería publicado en la primera historia de la Royal
Society, en 1667, escrita por Thomas Robert Sprat. Este es uno de los primeros ejemplos
de la literatura montañera europea, si no el primero. Dentro de esta vasta literatura de
viajes, destacan muchos otros ejemplos, que ahora no es momento de exponer, en los que
se pone de relieve la importancia que tuvieron Canarias y en particular el pico del Teide,
además de los afamados vinos malvasías tan codiciados en la Inglaterra isabelina. La
montaña y el vino van a tener un denominador común geográfico, el Valle de La Orotava
y su puerto, entonces Puerto Orotava o Puerto de Orotava, –con ambas denominaciones
aparece en los manuscritos antiguos–, hoy el Puerto de la Cruz, desde donde una colonia
extranjera se encargaba de exportar los caldos e importar manufacturas europeas.
Y pronto se añadiría la benignidad de su clima, puesta en valor, expresión tan en uso
hoy, por los viajeros del Siglo de las Luces y del Romanticismo, cuando la masificación
y la polución de las ciudades industriales británicas producían afecciones pulmonares,
originando patologías como la tuberculosis, convertida en epidemia en los siglos XVIII y
XIX, cuyos remedios se buscaban en la Riviera francesa y en la italiana. Es lo que se conoce
como el Grand Tour. Desde la época de los romanos, no se producía el fenómeno del viaje
a gran escala que se dio a partir del Grand Tour practicado por los ingleses, origen de la
pasión viajera turística del pueblo británico. Funchal, capital de Madeira, gozaría de un
espectacular desarrollo turístico en las últimas décadas del Grand Tour, favorecido por la
familiaridad del archipiélago con Inglaterra tras la incorporación de Portugal dentro de la
órbita británica después del matrimonio de Carlos II con la princesa portuguesa Bárbara
de Braganza en 1662, origen del hundimiento del mercado de malvasía con Albión.
El Grand Tour no se dio en Canarias, las islas estaban lejos, pero vivía lo que yo llamo
prototurismo temprano. En el archipiélago la producción vitivinícola se impuso como
producto de exportación después del azúcar, hasta tal punto que el panorama económico
de las islas, y del valle de La Orotava en particular, estuvo marcado casi en su totalidad
por su cultivo, pero también se convirtió en lugar de avituallamiento, y la mayoría de las
embarcaciones europeas, si no todas, que se dirigían en el siglo XVIII hacia los Mares del
Sur, América u Oriente fondeaban en nuestros puertos, sobre todo en el de Santa Cruz por
la presencia del Teide, además de por la baratura de su mercado y la calidad de sus vinos.
Y la excursión al Teide fue una de las razones por las cuales se visitaba la isla, si no la
principal. Y la ascensión al pico se realizaba obligatoriamente por el Valle de La Orotava,
en muchas ocasiones desde el Puerto de la Cruz. El broche final lo pondría Alexander von
Humboldt.
(1) Editorial Fondo de Cultura Económi-ca.
(2) Por ejemplo varios ataques terroristas
en París, en noviembre del mismo año,
en el que murieron 137 personas y otras
415 resultaron heridas.
Nicolás González Lemus
«1886, nace el sueño del portuense» es el título de la conferencia
impartida el 5 de septiembre de 2016 en el Instituto de Estudios
Hispánicos de Canarias del Puerto de la Cruz con motivo del 130.º
aniversario del nacimiento del turismo en Canarias (1886-2016).
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Cuando el viaje a Europa se realizaba por razones de salud, la climatoterapia adquirió
mayor importancia entre los naturalistas de las expediciones. Sus observaciones sobre el
clima y la colonia extranjera establecida en el Puerto serán las que favorecerán la difusión
de la benignidad de nuestro clima. No obstante, la liquidación definitiva del Imperio
napoleónico (1815) y el establecimiento de la Pax Britannica, período de dominación
comprendido entre 1815 y 1914, y las mejoras del transporte marítimo favorecieron al
Puerto de la Cruz. Fue este el momento de las primeras visitas de los doctores encargados
de registrar las características del clima con fines terapéuticos, entre las que destacó, por
su importancia para el Puerto, la de William Robert Wilde, padre de Oscar Wilde, en 1837.
Sin embargo, hay un antes y un después en el comienzo y desarrollo del turismo en el
Puerto, con la visita de Gabriel Belcastel en 1859.
De nacionalidad francesa, Gabriel Belcastel recurrió a los relatos de viajes de los británicos
para asesorarse del lugar idóneo para la cura de su hija, enferma de tuberculosis. Recorrió
muchos lugares médico-turísticos para la convalecencia de su hija sin resultados positivos.
Sin embargo, como el Puerto de la Cruz estaba siendo punto de atención de la clase
médica británica, decidió trasladarse al lugar con su hija. Llegó al Puerto de la Cruz el 17
de noviembre de 1859. Vino de Málaga, adonde la había llevado para curarla. Permaneció
aquí alrededor de seis meses, algunos días en La Orotava. Su obra Las islas Canarias y el
Valle de Orotava bajo el punto de vista médico é higiénico (Les Îles Canaries et la vallé
d’Orotava au point hygiénique et médical) fue un libro ampliamente conocido entre los
lugareños por la rápida traducción al castellano que, en 1862 hizo Aurelio Pérez Zamora,
hermano de Feliciano, el diputado conservador a Cortes por Tenerife, y desempeñó un
papel importantísimo en el despegue del turismo en el Puerto de la Cruz. Entre otras
razones, porque ya advertía del peligro que correría la economía canaria con la muerte del
mercado de la cochinilla como consecuencia del descubrimiento de la anilina. Belcastel
transmitió la noticia a la isla desde la temprana fecha de 1859. Sus proféticas palabras
son toda una premonición de lo que sucederá décadas después no solo en el valle sino
en toda Canarias:
El rico cultivo [del nopal] no resarce, en absoluto, a Tenerife de la pérdida de sus famosos
vinos semejantes a los de Madeira... El isleño del Puerto de la Cruz habla siempre con
dolor de los tiempos en que veinte buques anclados daban al valle un aire de importancia
y regocijo. Además, si tenemos en cuenta los recientes rumores, hasta la misma industria
del nopal está próxima a su caída. Europa produce, por un nuevo procedimiento químico,
un rico matiz que hasta hoy no tenía rival en el mundo, y que hoy se paga a muy bajo
precio, lo que en otro tiempo se adquiría a precio de oro.
Aunque aún estaba lejos de crearse la alarma, la posible crisis de la cochinilla y la
importancia de la climatoterapia despertaron la atención de algunos propietarios locales
por el turismo como recambio.
Belcastel se ocupó de los análisis y registros de la temperatura, de la higrometría y de la
atmósfera durante seis meses, de noviembre a junio. Reunió las temperaturas de algunas
Humboldt, Cuadro físico de las Islas Ca-narias.
Geografía de las plantas del pico
del Teide.
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capitales conocidas por ser destacados health resorts y las comparó con las del Puerto
de la Cruz.
En Niza, en Roma, en Nápoles, hiela; en toda la Italia no se hace, es verdad, tanto uso de
las estufas como en París, pero se emplean, aun en Palermo mismo, según lo he visto yo, el
30 de octubre. En el Puerto de la Cruz es enteramente inútil. En Italia y en Argel lo mismo
que en Francia, la lana o la franela es el indispensable escudo contra los resfriados y la
gripe, hasta que llega el hermoso mes de mayo. En el Puerto de la Cruz puede ostentarse
en todas las estaciones el blanco y fresco lienzo de los vestidos; y sin hacer agravio a los
bañistas de Dieppe o de Biarritz, les diré que el 31 de enero último, me he sumergido
yo en sus aguas con mas gusto todavía que aquellos que quizás lo harían el 31 de julio.
Belcastel se quedó enamorado del valle y en particular del Puerto de la Cruz, la ciudad
que le devolvió la salud, y la vida, a su hija.
A diferencia de otros viajeros en Canarias, Belcastel sí influyó en la toma de conciencia
del potencial del turismo entre los lugareños. El libro de Gabriel Belcastel se convirtió en
un verdadero leitmotiv del turismo en Canarias, y en particular en el Puerto de la Cruz.
¿Qué tenía aquel libro, traducido al español el año siguiente de publicarse en París, para
que haya adquirido tal protagonismo? Probablemente tenga que ver con la duración de
la estancia. Si bien los doctores apenas permanecieron unos días, a lo sumo semanas, la
estancia de seis meses de Belcastel en el valle de La Orotava le permitió relacionarse con
la «sociedad» del momento, e incluso fue socio del casino del lugar; consecuentemente
no es de extrañar que muchos hacendados isleños se sintieran influenciados por sus
opiniones positivas sobre la benignidad del clima del lugar y las posibilidades de la isla
de convertirse en un health resort distinguido, es decir, en un centro turístico. Y seguro
que uno de ellos fue Nicolás Benítez de Lugo y Medranda, factor de Tomás Fidel Cólogan,
autor de las tempranas iniciativas (1863 y 1883) en pro de establecer hoteles en el Puerto
de la Cruz, concretamente en La Paz.
Otro de los muchos visitantes, o viajeros, que también permanecieron por algún tiempo
fue el doctor William Marcet, director de la Royal Meteorological Society (RMS) de Londres.
Estuvo en el Puerto de la Cruz en julio de 1878 y se relacionó con los lugareños, como
los doctores Víctor Pérez González y Tomás Zerolo Heredia, y con propietarios locales. Al
igual que el francés Belcastel, Marcet también jugó un destacado papel en la historia del
turismo en el Puerto de la Cruz. No voy a referirme a las referencias al clima y su relación
con la medicina hechas por el destacado médico, por otro lado muy interesantes, pero sí
a los comentarios que hizo. Según él, en el Puerto de la Cruz había algunos hacendados
muy interesados en el fomento del turismo, deseosos de establecer unos hoteles en La Paz.
En efecto, los propietarios locales comenzaron a dejar de dar la espalda a la literatura de
viajes, que tantos años había aclamado las riquezas naturales del lugar, y comenzaron a
pensar en la explotación del clima, es decir, en el turismo, como recambio de la cochinilla,
antes que el plátano, el tomate y las papas. El turismo se impuso a ellos. La declaración
del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz en 1883 es relevante. En sesión ordinaria del 8
de abril, el consistorio, presidido por el primer teniente alcalde, Diego de Arroyo y Soto, en
funciones de alcalde por la ausencia de su titular, Luis González de Chaves y Fernández
Montañés, no duda en considerar las obras proyectadas por Nicolás Benítez de Lugo para
la construcción de hoteles como de las más útiles que pudieran emprenderse.
El Ayuntamiento argumenta en su resolución que «si Niza, la isla de Madeira, y otros
puntos de Europa gozan de prosperidad, es debido a que millares de extranjeros, huyendo
del frío y de las nieves del norte, buscan refugio todos los inviernos en sus climas más
templados». «Esos enfermos –continúa la resolución– se establecerían indudablemente
en el valle de La Orotava, si encontrasen aquí establecimientos confortables tales como
los que se hallan en esos países». La corporación portuense reconocía así que no se
podía seguir desatendiendo «a los que llegan en la actualidad atraídos por la fama del
clima y se marchan desalentados al ver que aquí se carece de establecimientos donde
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poder instalarse con los cuidados y comodidades que desean las personas ricas y que
son indispensables para los que han perdido la salud». «Se tenía que prestar –continúa
la resolución municipal– la atención necesaria y urgente puesto que la afluencia y
establecimiento de extranjeros durante una parte del año en el valle suponía inversiones
de sumas considerables y el desarrollo de industrias desconocidas hasta ahora, como el
arrendamiento de casas y jardines, que tan pingües beneficios dan en otras partes». La
apuesta por el turismo del Ayuntamiento fue firme, pues se vivía una regresión económica
grave consecuencia del hundimiento del mercado de la cochinilla. Por ello la resolución
termina: «Así pues, este Ayuntamiento cree que la obra debe declararse de utilidad pública
y con derecho a la expropiación forzosa de los terrenos necesarios para la construcción
de hoteles».
Y no se tardó mucho en ponerse en práctica, acabando así el prototurismo tardío y
comenzando el auténtico turismo como tal. El 11 de abril de 1886 comparecieron ante el
notario Agustín Delgado y García algunos miembros de la oligarquía local para registrar
la Compañía de Hoteles y Sanatorium del Valle de La Orotava, con un capital nada
desdeñable de 20.000 libras, es decir, 500.000 pesetas de capital inicial, dividido en
1.000 acciones de 20 libras cada una, o, al cambio, 500 pesetas. Su objetivo era construir
un hotel, pero, hasta que no se consiguiera, la compañía decidió comenzar su actividad
con el arrendamiento de la residencia personal de Antonia Dehesa Sanz, en los Llanos de
Martiánez, para establecer su primer hotel, el Orotava Grand Hotel (conocido a lo largo
de la historia como el hotel Martiánez). Se abrió al público el 1 de septiembre de 1886
aunque su inauguración oficial sería el 12 del mismo mes. Pero dada su poca capacidad
alojativa la compañía arrienda otras tres casas: casas Lavaggi, Marqués y Zamora.
Algunos de los adalides eran Víctor Pérez y González, con 15 acciones; Luis Renshaw
de Orea, 10 acciones; Esteban Salazar y Ponte (el conde del Valle Salazar), su primer
presidente, con 6 acciones, las mismas que Saturio Fuentes y González. Y así un listado
amplio de hacendados, como Antonio María Casañas y González, Felipe Machado y del
Hoyo, Ricardo Ruiz Aguilar, Andrés Carpenter y Goodall, Domingo Aguilar y Quesada,
Diego de Arroyo y Soto, Luis Benítez de Lugo, Luis Monteverde y del Castillo, Ignacio
Llarena y Monteverde, entre otros, para terminar con el mayor accionista, Carlos Hamilton,
con 20 acciones, 10.000 pesetas de las de entonces. Hamilton controlará también las
riendas de la otra compañía que se gestaría en el seno de la Compañía de Hoteles y
Sanatorium…, la Compañía de Construcción y Explotación de Hoteles y Villas del Valle
de La Orotava, la Compañía Taoro para simplificar, responsable de la construcción del
hotel Taoro, que inauguró su frente en las Navidades de 1890 y los laterales del naciente
y poniente en las de 1893.
El portuense se sentía orgulloso de tener un edificio hotelero de tales dimensiones, único
en su haber en el archipiélago. En solo tres años, 1886-1890, la ilusión se extendió a
todos los residentes. Desde el mismo momento de la apertura del Taoro, se augura una
gran prosperidad económica, pues el movimiento de viajeros en los dos primeros años
fue relativamente bueno. El número de estancias también aumentó en el mismo periodo.
Pero los ingresos que se generaban iban siendo gravemente absorbidos por el importe
de los intereses de las obligaciones, que cada vez iban en aumento por el enorme coste
que supuso la construcción del hotel, los jardines y los campos para practicar deportes.
Efectivamente, el volumen de capital disponible para su construcción fue relativamente
escaso. Las obras supusieron un montante de 1.000.000 de pesetas, es decir, el doble del
capital previsto para la puesta en marcha del proyecto, 20.000 libras (500.000 pesetas).
Si a esto le añadimos que ni siquiera se llegaron a vender todas las acciones con la que la
Compañía Taoro pretendía empezar su andadura, la situación parecía ser agónica. Incluso
hay quien afirmó que los gastos de construcción del hotel Taoro fueron muy superiores al
millón de pesetas. La viajera británica Margaret D’Este, que vino en diciembre de 1907,
comenta que fueron necesarias 120.000 libras (aproximadamente unos tres millones de
pesetas) de inversión, capital que no solo se empleó en la construcción del edificio, sino
Publicidad del Hotel Martiánez.
Hotel Taoro.
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también en sufragar los costosos trabajos ejecutados sobre un terreno malpaís para hacer
los hermosos jardines, los campos de tenis y croquet, la suntuosa decoración y el lujo
del mobiliario. El hotel Taoro fue un gigante con pies de barro, un edificio que se había
pensado, cuando se construyó su frente, para ofertar 100 camas, pero se le añadieron los
lados este y oeste, lo que supuso una gran inversión. Se recurrió a los accionistas para
una derrama, pero no hubo respuesta positiva. Los que habían respondido positivamente
proporcionaron elevadas sumas de dinero imposibles de recuperar. Para que se hagan
una idea, a Edward Beanes, su presidente, la Taoro Company le debía la elevada cantidad
de 328.747 pesetas, y a Carlos Howard Hamilton se le debía, en 1903, la cantidad de
196.960 pesetas. Por lo tanto, la permanente crisis económica que padecía la Taoro
Company Ltd por el continuo recurso al crédito, la diversidad de deudas contraídas y la
escasa afluencia de visitantes movió a su directiva a poner el hotel en venta en la temprana
fecha del otoño de 1901, justo diez años después de su apertura. La compañía pedía
1.700.000 pesetas por el hotel y todas sus pertenencias. Al no haber compradores dado
el elevadísimo precio, en julio de 1905 se le arrendó a la compañía alemana denominada
la Kurhaus Betriebsgesellschaft, no sin que surgieran tensiones entre algunos accionistas
y miembros de la comunidad británica. Pero la escasa afluencia de visitantes continuó
y los impagos se pusieron a la orden del día. El asunto se resolvió en los tribunales, el
peor desenlace posible. Ahora bien, mientras que la Compañía de Hoteles y Sanatorium
del Valle de La Orotava no invirtió dinero alguno en la construcción de edificio, la Taoro
Company sí que lo hizo y sus accionistas no lo recuperaron. El Cabildo se hizo cargo de
las dependencias, hasta ahora.
No obstante, desde el momento en que se abrió el Orotava Grand Hotel (futuro hotel
Martiánez) en 1886 y se inauguró el hotel Taoro en 1890, el Puerto de la Cruz se
convertiría en uno de los centros turísticos más distinguidos entre la clase pudiente
europea, fundamentalmente inglesa y alemana. Unos acudían aquejados de tuberculosis
u otras patologías bronquiales; otros viajaban por ocio: nobles y aristócratas, naturalistas,
escritores, periodistas y filósofos llegan para disfrutar del lugar, del nuevo centro turístico
de moda.
Comienza la explotación de la playa de Martiánez. Los propietarios, los hermanos Pedro
y Sebastián Fernández Perdigón, arrendaron un trozo de terreno, 3.300 m² en el frente
norte de los Llanos de Martiánez, a los hermanos Guillermo y Gustavo Wildpret Duque
por un período de 24 años para establecer enfrente de la playa el Thermal Palace, un
edificio de estilo neogótico victoriano de madera importada de Alemania y montada por
especialistas alemanes, cuyas paredes fueron decoradas por Francisco Bonnín. Se inauguró
en 1912 y se convirtió en un centro de ocio donde se ofrecía una extensa variedad de
actividades culturales, además de contar con bar, restaurante, sala de billar, gimnasio,
entre otras prestaciones. Los lugareños y turistas extranjeros visitaban sus instalaciones
socioculturales con asiduidad.
Hotel Martiánez. Tarjeta postal coloreada.
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El Puerto de la Cruz estaba viviendo unos años de esplendor turístico. Se formó el 29 de
enero de 1912 el Comité de Turismo del Valle de La Orotava. Estamos en los orígenes
del imaginario de lo extranjero entre la población portuense, son los años en que se va
fraguando ese imaginario colectivo que la acompañará el resto de su vida. El Puerto de la
Cruz vivirá, de esa manera, lo que yo llamo primera edad de oro del turismo.
La Primera Guerra Mundial obstaculizó la marcha emprendida en los años iniciales; sin
embargo, en el período de entreguerras, el Puerto de la Cruz se va a ver favorecido por
las visitas de muchos distinguidos viajeros (Alberto I de Bélgica, Federico Augusto III,
Cecilia de Mecklemburgo, María Augusta de Anhalt, los duques de Kent [Jorge y Marina
de Grecia], entre otros) y por la llegada de destacados hoteleros que dejarán huella en el
prestigio del sector: me refiero a los alemanes Christian H. Trenkel, Andreas Carl Gleixner,
Enrique Talg Schulz y, algunos años después, Luis Díaz González, que en 1947 compró el
Marquesa y lo convirtió en lugar de referencia por su alta calidad hotelera y culinaria. En
cierta manera, el Marquesa era en la ciudad turística como el Museo de Perico Chicote en
Madrid: un establecimiento de encuentro de las élites política y económica.
Son los años en que el espacio de arena de Martiánez, la playa, estaba ya parcialmente
protegido por un muro, con boyas de salvavidas y, en verano, cuando se solía llenar de
usuarios, también se ponía un bote. Ya contaba con duchas de agua fresca, cabinas para
los bañistas, algunas construcciones de particulares, un restaurante y tres chiringuitos,
además de una pista de tenis. Pedro y Sebastián Fernández Perdigón facilitan la parcela
del desaparecido Thermal Palace a una sociedad que establecería en 1940 las piscinas de
Martiánez. Las explotará Enrique Talg Schulz. Fueron muy frecuentadas por lugareños y
turistas. Se cerrarían al público el 30 de abril de 1964, cuando expiró la concesión, y poco
después fueron demolidas.
Pero de nuevo las actividades turísticas se vieron mermadas por la Guerra Civil de España
y la Segunda Guerra Mundial. El Estado dictatorial establecido en el país hizo difícil el
desarrollo de la actividad turística en la década de los cuarenta, consecuencia, entre otras
razones, del aislamiento al que fue sometido el régimen por la comunidad internacional
en la etapa autárquica o «azul» del franquismo, en alusión al color de la camisa del
uniforme falangista. En 1941 se prohibieron la libre salida al extranjero, la libre circulación
interna de nacionales sin salvoconducto y la entrada de extranjeros, pues el turismo era,
para el régimen, además de un peligro moral, un peligro ideológico. Sin embargo, el
acercamiento de España a Gran Bretaña, su protector, favoreció el turismo británico.
Y en abril de 1949 llegan al hotel Taoro John Petty, el apoderado de Thomas Cook, y
J. D. Jeneid, jefe de cruceros turísticos de dicha compañía, quienes mantuvieron en el
hotel una reunión con Isidoro Luz Carpenter, alcalde y presidente accidental del Cabildo,
para negociar cruceros turísticos a la isla mediante hidroaviones, como los que estaban
realizándose desde Inglaterra a Madeira. La agencia de viajes Thomas Cook fue la primera
en conseguir el privilegio. Pero muchos países europeos exigieron los mismos privilegios
que el Reino Unido y ante la necesidad de divisas se suprimieron las barreras.
España comenzó lentamente a liberarse de las trabas económicas y sociales del período
autárquico establecido por el régimen de Franco bajo el dominio de la Falange, y aparece
otro hombre crucial en el fenómeno del turismo local: Isidoro Luz Carpenter, que contó
con la estrecha colaboración en los años iniciales de Antonio Ruiz Álvarez y el apoyo del
catedrático de Literatura de la Universidad Central de Madrid, Joaquín Entrambasaguas
Peña. Médico de profesión y miembro de la Falange, Isidoro Luz era consciente de los graves
problemas económicos y sociales de su lugar de nacimiento, eminentemente agrícola y
cuya pobreza era alarmante: carencia de los servicios básicos, todavía con transportes
públicos de tracción animal, sin transportes urbanos dentro de la población –solo existían
entre el casco y La Vera, y la playa Martiánez en la época de estío, gestionados por
Exclusiva de Autobuses S.A.–. Numerosas familias vivían en ciudadelas, alrededor de unas
quince, e Isidoro Luz, para paliar el apuro de mucha gente pobre, decidió ceder terrenos de
Isidoro Luz Cárpenter
Llanos de Martiánez.
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propiedad municipal en el barrio de María Jiménez (Punta Brava) para la autoconstrucción
de viviendas bajo la dirección técnica del aparejador municipal. Luz Carpenter ve en la
riqueza que representará el turismo la solución para el desarrollo del Puerto de la Cruz. Y
siendo alcalde desde 1944 a 1963 realizó las principales transformaciones y estrategias
para conseguir una ciudad turística y avanzada. Siempre se ha señalado la declaración del
Puerto de la Cruz como Lugar de Interés Turístico el 13 de octubre de 1955 –entonces el
Puerto de la Cruz no figuraba en el registro de los municipios de España con la categoría
de pueblo, razón por la cual fue declarado «lugar» y no «municipio»– como punto de
partida. Sin intención de infravalorar tal acontecimiento, creo que Isidoro Luz realizó dos
intervenciones claves, además de la expuesta:
- Una cultural: la fundación del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias en 1953,
lugar cultural alrededor del cual se concentraba la amplia comunidad escandinava. En
efecto, a mediados de la década de 1950, cuando predominaban los turistas nórdicos, ya
existía en el Puerto de la Cruz una considerable colonia formada fundamentalmente por
finlandeses, suecos y noruegos, que desarrollaban una actividad cultural elogiable, como
muestra la cantidad de publicaciones en sueco y noruego, además de obras pictóricas,
depositadas en el Instituto. Es más, en el Instituto, su presidente, Isidoro Luz, potenció el
Museo de Arte Contemporáneo Eduardo Westerdahl, el Museo Arqueológico Luis Diego
Cuscoy, la Residencia de Intelectuales de Alberto Sartoris, y el proyecto del botánico sueco
Eric Sventenius para el Jardín de Flora Canaria en la Ladera de Martiánez, que sí se
realizaría, pero en Gran Canaria: el actual Jardín Canario Viera y Clavijo.
- Una intervención relacionada con el ocio: la construcción del Lido San Telmo, abierto
el 13 de noviembre de 1957. Constaba de piscinas y un edificio, el «Club Nocturno Lido
San Telmo», tal como era llamado por los lugareños. En la parte alta estaba el bar, donde
además de copas había servicio de té, café y pastelería suiza-alemana. Las mesas estaban
frente a la cristalera para poder contemplar el paisaje marino. El local tenía su propia
orquesta. Las paredes estaban decoradas con murales de la pintora sueca Tania (Tanja)
Tamvelius. En la planta baja estaba el restaurante. Se convirtió en el centro de ocio y
diversión de moda no solo del Puerto de la Cruz, sino también de todas las Islas Canarias.
Aquí, en 1959, se bañaron las esposas de Churchill y Onassis por la mañana, mientras que
ellos se tomaron sus güisquis por la tarde, y en las mismas piscinas se bañaron en 1963
los miembros de los Beatles, Paul, Ringo y George, y, en marzo de 1973, los príncipes de
España, doña Sofía y don Juan Carlos, futuro rey. Su construcción significó el pistoletazo
de salida de la segunda edad de oro del turismo en la ciudad, y con la segunda y tercera
zona, originales del artista lanzaroteño César Manrique, el Lago Martiánez, se convertiría
en el buque insignia de la ciudad turística del Puerto de la Cruz.
Urbanización de los Llanos de Martiá-nez
(1964).
Avda. de Colón, piscinas y Lido San Tel-mo
(década de 1960).
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Añadiría otra importante intervención: en 1958 Luz Carpenter ordenó la redacción del
Plan General de Ordenación Urbana del Puerto de la Cruz, pionero en la provincia. Desde
la perspectiva del turismo, consistía en el desarrollo de dos zonas urbanas, la llamada
zona de Parque Urbanizado de Transición, en los Llanos de Martiánez, y la llamada Ciudad
Jardín, en San Fernando.
En una década, el Puerto de la Cruz ya se había convertido en una costa de moda, donde
el precio del terreno se disparaba rápidamente, la construcción iba alcanzando el casco
histórico, y como el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) de 1958 solo recogía la
ordenación urbanística de los Llanos de Martiánez, el Ayuntamiento, presidido por Felipe
Machado González de Chaves, aprobó un nuevo PGOU el 26 de julio de 1974, redactado
por el equipo técnico de Doxiadis Ibérica S.A., para racionalizar el crecimiento urbano del
municipio.
A pesar del establecimiento de los primeros hoteles, en los años cincuenta y sesenta se
ofertaban habitaciones en casas particulares y otro tipo de alojamientos para cubrir la
demanda. Incluso era muy normal el alquiler de habitaciones en casas particulares por
parte de los hoteleros y las agencias para atender al cada vez mayor número de turistas,
ante la falta de plazas alojativas. Era tanta la demanda en invierno que fácilmente había
overbooking, siendo entonces habitual desviar a turistas a otros puntos de la isla (por
ejemplo, el Nautilus en Bajamar) y a otras islas (Lanzarote).
Aquí comienza realmente la presencia del turismo como parte integrante del paisaje
urbano de la ciudad, que se desarrolla velozmente durante los sesenta. Son los años
de la consolidación del imaginario de lo extranjero en la ciudad turística. El conjunto
de imágenes o representaciones reales de los turistas extranjeros deambulando por
sus calles, disfrutando de su playa y sus piscinas, la proliferación de hoteles modernos
y los excelentes restaurantes moldearán la psicología del portuense. El Puerto de la Cruz
comienza a beneficiarse de las mejoras del nivel cultural, de un mayor nivel de renta y de
un nuevo sentido de la vida. Se viven momentos de cambios importantes.
El profesor José Manuel González Rodríguez será el encargado de documentarnos sobre
el desarrollo del turismo de Sol y Playa en la ciudad el miércoles 7 del mes. Por mi parte,
espero que haya mostrado con claridad las diferentes etapas en la que se fragua un nuevo
sistema o filosofía de vida del portuense, como bien afirma el amigo Salvador García en
su blog, el sábado 3 de septiembre, con el título Turismo con rigor científico. Gracias por
la asistencia y la atención prestada. Buenas noches.
Tarjeta postal (década de 1970, primer lustro).