CATHARUM
HENRY KAMEN
MITO Y REALIDAD DE LA EMPRESA AMERICANA
Ante todo quiero expresar mi agradecimiento
al Instituto de Estudios Hispánicos
de Canarias, y en particular a su presidente
el Sr. Nicolás Rodríguez Münzenmaier,
por la amable invitación a participar
en este curso de conferencias, y quiero
expresar al mismo tiempo mi reconocimiento
por su gran aportación a la dinámica
cultural iberoamericanista y canaria.
· Ninguna otra nación se ha dedicado
con tanta pasión a debatir su pasado
colonial como España, y el debate aún continúa,
algunas veces inspirado por el deseo
de denunciar los males del sistema colonial
y otras por el deseo de defender el
nombre de España en contra de sus detractores.
Por fortuna, durante los últimos sesenta
años, un gran número de ilustres profesores
-en España, Latinoamérica y Estados
unidos- se han dedicado a investigar
sobre muchos de los problemas que la experiencia
americana ha planteado y han
permitido que muchos de nosotros pudiéramos
estudiar el pasado sin tener en cuenta
a los que prefieren la polémica al estudio.
No soy un especialista del tema, pero
reconozco mi deuda hacia los estudiosos
que han convertido Sevilla y sus archivos
en el\centro de su trabajo y de ese modo
han Hecho posible que veamos con claridad
la historia del imperio atlántico.
Sin embargo, mi propósito hoy es ir
más allá de Sevilla. En vez de observar
la aventura americana a través de ojos
españoles, quiero observarla a través de
ojos no españoles.
Dirigiré mi atención muy concretamente
hacia aspectos del tema que quise
enfatizar en mi reciente libro sobre el imperio
español. La intención del libro no
fue repetir lo que todos ya saben sobre la
historia de España; es más, ni siquiera trata
exclusivamente acerca de ésta. Abordo
la historia del Imperio español, lo que cambia
ligeramente las cosas. Asimismo, tampoco
se trata de la historia que aprendimos
en los colegios durante aquellas pesadas
lecciones que aguantábamos dormitando,
sino de la narración de la más asombrosa
aventura que el mundo occidental
haya conocido, del primero de los grandes
imperios territoriales europeos: el
Imperio de España. En concreto, el libro
explica cómo uno de los países más pobres
de Europa se convirtió en la nación más
poderosa del mundo.
Sé que esta afirmación que acabo de
hacer ya es del todo dudosa, puesto que
no puede suceder que un país pobre se convierta
en el país más poderoso del mundo
-he aquí el primer problema-. Los países
pobres no suelen tener la capacidad de convertirse
en poderosos. No obstante, lo imposible
ocurrió en el caso de España, y fueron
los propios españoles quienes quedaron
totalmente asombrados ante el éxito
de su pequeño país .. De ello queda constancia
en los comentarios de los escritores
de la época, que reflejaban su orgullo y
sorpresa al respecto. Francisco Ugarte de
La Hermosa, por ejemplo, dijo a mediados
del XVII: "Desde que Dios creó el
mundo, no ha habido otro imperio en él
más dilatado que el de España, porque
desde que sale el Sol hasta que vuelve asalir
está alumbrando tierras de esta gran
monarquía, sin que en toda su carrera falten
a su luz un solo instante tierras de este
gran monarca". Y otro autor de la época
de Felipe II, Pedro Salas Mendoza, afirmaba:
"La monarquía de España abraza la tercera
parte del universo, y sólo su América
C!Tll!BUI
o Mundo Nuevo es tres veces mayor que
Europa. El imperio de España es más de
20 veces mayor que lo que fue el romano".
Estas citas ilustran a la perfección que la
mayoría de los españoles siempre consideraron
el Imperio, que llegó a ser 20 veces
mayor que el romano, un gran logro
que ellos habían creado con sus propias
manos y del que, por ello, debían sentirse
orgullosos. Un sentimiento de orgullo
que todavía existe en la mente de muchos
españoles que aún viven en el pasado, unos
cinco siglos atrás, pero que, como el gran
erudito e historiador español Ramón
· Carande decía, no creo que tenga un lugar
en la escena. "Si contemplamos la magnitud
de la hegemonía española y no nos reprochamos
la pobreza que contribuyó a
engendrarla -comentaba-, no por eso hemos
de incurrir en la vanagloria".
Así que, en resumen, hay problemas
con respecto a nuestra percepción de
este Imperio. ¿Fue una creación española
y, por tanto, nuestro orgullo está justificado?
La verdad es que sería fútil polemizar
sobre él. Por eso, en vez de buscar polémica,
creo que es mejor que dediquemos
nuestro tiempo a analizar algunas cuestiones
muy sencillas pero también muy importantes
que, por cierto, no son sólo aplicables
al caso del Imperio español, sino
también a todos los imperios, sea cual sea
la época en que surgieron y se desarrollaron.
Y digo esto porque algunos comentaristas
españoles que querían discrepar de
alguna opinión mía me achacaban que sólo
criticaba a los suyos, cuando en absoluto
es así. Sé y afirmo que los ingleses hicieron
lo mismo, lo reconocía al principio, o
incluso los franceses, lo que pasa es que he
dedicado mi libro al imperio de los
españoles, y no al imperio francés
o al imperio británico -queda por
hacer otro libro más sobre otros
imperios, pero yo no dispongo de
la energía ni de los años para escribirlo-.
Y aclarado esto, dejen que
empiece con la cuestión principal,
arriba citada: ¿cómo se las arregló
un país tan pobre como España
para crear un imperio en el Nuevo
Mundo como el que tuvo? En primer
lugar aunque los manuales de
historia en los colegios hablan de
una "conquista", es razonable matizar
esta palabra de tal manera que
casi desaparezca del vocabulario. En
el Nuevo Mundo, la naturaleza de
la empresa descartó desde el principio
cualquier uso de la fuerza militar
por parte de la corona. Ni Fernando
el Católico, ni Carlos V consideraron
la aventura americana
como una "conquista". Cuando los
Lz imaginación de los artistas europeos idealizó fa realidad del Nuevo Mundo españoles dedicaron sus energías a
(Cuesta Domingo, Rllmbo a lo desconocido. Madrid, 1992) las tierras de ultramar, no las con-
©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2015.
quistaron -a pesar de las orgullosas afirmaciones
de sus cronistas-. Cuando consolidaron
su dominio, lo hicieron mediante
los esfuerzos esporádicos de pequeños grupos
de aventureros que más tarde la corona
trat6 de someter a su control. Por lo
general estos hombres, que asumieron con
orgullo el título de "conquistadores", ni
siquiera eran soldados. El grupo que captur6
al Inca en Cajamarca en 1532 estaba
compuesto por artesanos, notanos, comerciantes,
marineros, hidalgos y campesinos;
pequeño bot6n de muestra de los
inmigrantes americanos y, en cierta medida,
reflejo de la propia sociedad peninsular.
Grupos similares entraron en acci6n
en otros lugares del Nuevo Mundo. Un
estudio que se ocupa de casi dos tercios de
los europeos que tomaron parte en la conquista
de Tenochtitlán demuestra que había
un 94% de españoles y un 6% de otras
nacionalidades, sobre todo portugueses y
genoveses, con algunos griegos y flamencos.
De una muestra de los españoles sabemos
que eran principalmente artesanos,
marineros, soldados y escribanos. Había
por supuesto pocos soldados profesionales.
Ni un solo ejército español fue empleado
en la "conquista".
En cambio las conquistas se hicieron
posibles gracias a la ayuda de los soldados
indios. El historiador indio de
T excoco, Alva Ixtlilxochitl, relat6 c6mo,
justo antes del asedio de Tenochtitlán, el
soberano de T excoco pas6 revista a sus
hombres y "ese mismo día, los de Tlaxcala,
de Huitzilán y de Cholula también pasaron
revista a sus tropas, cada cacique a sus
vasallos, y en total habría más de trescientos
mil hombres". Toda la empresa imperial
fue posible s6lo gracias a la ayuda de
las así llamadas poblaciones "conquistadas".
Llegados a este punto, quisiera recordarles
que al tratar de explicar el verdadero
papel de los españoles estoy intentando
huir de la mitología que ha elaborado
el imperialismo tradicional para todas y
CATHJ.BDI
cada una de las naciones europeas, para
todos y cada uno de los imperios, no ya
únicamente para el español. Por ejemplo,
una perdurable leyenda creada por dicha
mitología acerca del primer imperio atlántico
era la capacidad sobrehumana de los
conquistadores, algo fáci! de leer en todas
las cr6nicas de los españoles del siglo XVI.
Así, Cieza de Le6n, uno de los primeros
cronistas y testigo personal de los acontf'cimientos
del Perú, comentaba: "¿Quién
podrá contar los nunca oídos trabajos
que tan pocos españoles en tanta grandeza
de tierra han pasado?". Vargas Machuca,
veterano de la frontera americana, afirmaba:
"Hernando Cortés, con menos de
1.000 infantes, rindió un gran imperio
como el de la Nueva España". Y "Quesada
con 160 españoles gan6 el nuevo reino de
Granada".
Los españoles en el Nuevo Mundo
siempre fueron pocos y necesitaron la ayuda
de otros, ya fueran indígenas o de otras
naciones. Y aunque hay la idea muy exten-
. dida de que eran muchos, mi opinión es
que no tenían demasiadas ganas de ir a América.
Las cifras totales de emigración desde
la Península no indican, en modo alguno,
una avalancha. Los emigrantes tenían
que registrarse el) la Casa de la Contrataci6n
de Sevilla y así lo hicieron alrededor
de cincuenta y seis mil .personas en el curso
del siglo XVI. Historiadores han sugerido
que esta cifra puede representar s6lo
alrededor de una quinta parte del total,
puesto que muchos conseguían emigrar sin
pasar por el sistema de control. Si se acepta
este razonamiento, fueron muchos más
al Nuevo Mundo de lo que dicen los registros
existentes. U na estimación reciente
señala que en el periodo de mayor afluencia,
1500-1650, quizás llegaran al Nuevo
Mundo 437.000 españoles. Prefiero discrepar
de estos cálculos. En realidad, las cifras
mencionadas son proyecciones aritméticas
basadas en la (improbable) suposici6n
de que un torrente continuo de gente atra-
©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2015.
C!Tll!BUI
vesó el Atlántico. No existen evidencias
sólidas de que éste fuera el caso. E vidente-
• • I • • I • mente, exist10 una em1grac1on no registra-da,
pero es probable, como se ha argumentado
recientemente un historiador holandés,
que las cifras fueran significativamente
inferiores. La población española de las
ciudades más importantes de América
siempre fue reducida y se vio abastecida
por niveles de inmigración bastante modestos
desde la Península. Como hemos
comprobado por la correspondencia de
aquellos que tras obtener éxito en el Nuevo
Mundo deseaban atraer a sus familias,
no era fácil convencer a los españoles de
las ventajas de la emigración.
Es cierto que en tomo a 1570, tres
cuartos de siglo después de la llegada de
Colón, podían encontrarse españoles en
todos los rincones del mundo atlántico.
Pero su reducido número y la inmensidad
del paisaje del Nuevo Mundo les impedían
llevar a cabo una ocupación al estilo europeo.
Nunca se produjo, desde un punto de
vista realista, una "conquista" de América,
porque los españoles nunca contaron
ni con los hombres ni con los recursos
necesarios para llevarla a cabo. Todas sus
colonias fueron pequeñas y vulnerables.
En 1550, no había en toda Cuba más que
322 hogares; veinte años después la ciudad
de la Habana sólo tenía sesenta. En 1570,
Cartagena de Indias sólo tenía trescientos.
En tomo a 1570, según López de Velasco,
geógrafo oficial del rey, el número.total
de hogares españoles en todos los
asentamientos del Nuevo Mundo no pasaba
de los 25.000. En otras palabras, toda la
población española en América habría
podido acomodarse con facilidad en cualquier
ciudad europea relativamente grande
-por ejemplo, Sevilla-.
Al situar en la correcta perspectiva
el papel de España en América, podemos
ver con mayor claridad el impresionante
papel que la demás gente desempeñó. Ante
todo, los propios nativos americanos. La
Entre la colaboración indígena de incalculable valor para el 'descubrimiento
y conquista americana debe ser citada la de los informantes,
guías, traductores e intérpretes aborígenes. Grabado de De
Bry, (siglo XVI, en el Seroicio Histórico de la Marina de París.
Cuesta Domingo, Rnmbo a lo desconocido. Madrid, 1992)
idea tradicional de una "conquista" ha hecho
que los historiadores vean a los indios
de América como una población sometida.
Hace muchos años que los estudiosos
n,orteamericanos dudan de la validez de
esta interpretación. Muchas décadas después
de iniciarse la dominación española,
y especialmente en regiones remotas como
los valles de Perú, las sociedades indias
nativas continuaban con su modo de vida
tradicional, sin verse afectadas por los
cambios que con seguridad tenían lugar en
el resto del Nuevo Mundo. En las zonas
principales de los asentamientos españoles
se desarrollaron dos sociedades paralelas:
un mundo hispánico, donde todo se
organizaba en respuesta a las demandas de
los colonos, y un mundo indio, con su propia
cultura y élite gobernante. Con frecuencia,
ambas actuaban de manera autónoma
durante generaciones, aunque al
cabo del tiempo comenzaban a converger.
©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2015.
Frente a la enorme extensión del Nuevo
Mundo y a lo exiguo de sus efectivos y limitada
capacidad de conquista, los españoles
nunca consiguieron un control adecuado
de la población nativa.
La otra perspectiva de la realidad
americana que muchas veces se olvida es
la actuación de los extranjeros. Desde un
principio, los no-españoles desempeñaron
un papel significativo en la creación del
imperio no sólo en Europa sino también
en Asia y el Nuevo Mundo. A pesar de los
intentos por controlar su presencia, había
ciudadanos no españoles, sobre todo portugueses
e italianos, en todas partes. La situación
provocó el comentario del historiador
Oviedo: "tantas diferencias y gentes
y naciones mezcladas de extrañas condiciones,
como a estas Indias han venido y
por ellas andan,,. En concreto, decía el historiador,
en la ciudad de Santo Domingo
"ninguna lengua falta acá de
todas aquellas partes del mundo en
que hay cristianos, así de Italia
como de Alemania, Escocia e Inglaterra
y franceses y húngaros y polacos
y griegos y portugueses y de
todas las otras naciones de Asia,
África y Europa". América era un
continente demasiado extenso para
abarcarlo en su totalidad, y· el elemento
no-español continuó siendo
importante durante todo el periodo
colonial.
C!THilUI
da en los estudios sobre la gestión española
en América. Se suele dar mucha importancia
al comercio atlántico, sobre todo
por el transporte de la plata y su indudable
importancia para el imperio español.
Pero hay que recordar siempre que el volumen
del comercio atlántico de España
es probable que fuera en todas las épocas
mucho menor que el volumen del comercio
atlántico de las demás naciones europeas.
Alrededor de 1600, lo cito como
ejemplo, el tonelaje español desplazado en
el Atlántico constituía sólo una mínima
parte del tonelaje comercial desplazado
por los holandeses en el Báltico. En el Atlántico
no se puede equiparar tonelaje desplazado
con número de barcos españoles.
En los primeros años del siglo XVII, los
navíos de otras naciones marítimas de
Europa superaron en volumen al tonelaje
La presencia extranjera no
era exclusivamente una cuestión de
asentamiento sino más bien del control
de la mayor parte del comercio
americano. Como la profesora
Enriqueta Vila y otros han demostrado,
los demás países europeos
controlaban buena parte de la vida
económica del continente. La trata
de esclavos quedaba por ejemplo totalmente
en manos de extranjeros.
Quiero subrayar en particular un
aspecto que normalmente se olvi-
El Caribe fae el área mitral de la actividad dest11/Jridqra y colonizadora en la
primera mitad del sigkJ XVI (Cuesta Domingo, &mbo a /() desconocido.
Madnd, 1992)
©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2015.
CATBillll
desplazado por España. Lo mismo puede
decirse de las mercancías que cruzaban el
Atlántico. Los españoles siempre constituyeron
la parte menos significativa de los
artículos llevados o traídos del Nuevo
Mundo. La consecuencia de esto es que no
podemos seguir tratando el Atlántico
como si fuera un coto de España, como
asumen los estudios clásicos de Pierre
Chaunu. El imperio atlántico fue en gran
medida no español; formaba más una parte
de la historia de Occidente que de Es-
N pana.
Algún historiador ha cuestionado
la poca atención que mi libro presta a la
legislación del imperio americano, y acepto
que he dejado fuera casi todo el tema de
la gran obra legislativa de los españoles.
Pero lo hice deliberadamente. En mi opinión,
la impresionante imagen de un control
ejercido desde la Península rara vez
concordaba con lo que realmente ocurría.
En la práctica, el sistema colonial español
guardaba poca relación con las intenciones
de los legisladores. Desde las Nuevas
Leyes de 1542 en adelante, los colonos hicieron
caso omiso de casi todas las leyes
de España. En consecuencia, el mayor imperio
del mundo del siglo XVI debía su
supervivencia a una virtual ausencia de
control directo. Es un hecho fundamental
que tenemos que tener en cuenta para
entender el desarrollo político del Nuevo
Mundo. La América española dejó de ser
española casi desde el principio, durante
el siglo XVI. Lo que perduró durante tantos
siglos, hasta su desaparición a principios
del siglo XIX, fue un continente totalmente
globalizado, en el que los españoles
controlaban muy poco. Desde el
principio, siempre hubo hombres de muchas
naciones en el Nuevo Mundo preocupados
por asegurar que sus pequeñas inversiones
en tierras, minería, producción,
comercio e incluso en el tráfico de esclavos
africano, marchasen de forma apropiada
y les dieran dividendos. Poco a poco,
se fue tejiendo un tapiz de intereses que
aunó a los inversores europeos, americanos
y asiáticos. En un sentido real casi podemos
llegar a decir que nunca hubo una
América española, y que siempre era internacional.
No es una exageración, es sólo
otra manera de contemplar la realidad de
lo que realmente ocurrió en América.
El tema clave es, por supuesto, el
de la famosa plata americana. La plata americana
seguía moviendo los engranajes del
imperio y el vasto mercado americano
abría sus puertas a los comerciantes del
mundo entero. Pero los que ganaron con
la plata no fueron solamente los españoles.
"¿De qué sirve", protestó un autor castellano
en la década de 1650, "el traer tantos
millones de mercaderías y de plata y
oro la flota y galeones con tanta costa y
riesgos, si viene en permuta y trueco de
hacienda de Francia y de Génova?". Esta
indignación era justificada, pero también
injustificada. Desde la época del emperador,
si no antes, España había podido explotar
sus limitados recursos precisamente
porque estaba inmersa en una red global
que suministraba los servicios básicos
-créditos, reclutamiento, comunicaciones,
barcos, armamentos, etc.- que permitían
el funcionamiento del imperio. La plata
tenía que actuar fuera del país, de otro
modo habría resultado inservible. Hasta
el fin de la dinastía Habsburgo, los españoles
se obstinaron en no reconocer que
' . . teman que compartir su riqueza para que
fuera productiva. Y durante los dos siglos
anteriores la plata de hecho había servido
como mecanismo para ayudar la economía
americana. Los ingleses, holandeses y franceses
se llevaban buena parte de la producción
americana de plata, pero sus actividades
ayudaban a las colonias. Los funcionarios
españoles del Caribe se quejaban de
la actividad comercial de los extranjeros y
declaraban que estaban arruinando las colonias.
Era verdad sólo en parte. Comerciantes
y contrabandistas extranjeros ayu-
©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2015.
daron a crear en el Caribe un sistema de
comercio normalizado en el que las restricciones
del sistema oficial condenaban
de facto a las colonias a la frustración económica.
Como en otros rincones de su
vasto imperio, España no contaba con
medios para regular de manera adecuada
el comercio de los territorios que reivindicaba.
De no existir comerciantes ilegales,
el suministro y mantenimiento de la
gran mayoría de los asentamientos gestionados
por los españoles se habrían derrumbado.
En realidad, los comerciantes extranjeros
hacían posible, a su modo, la supervivencia
del imperio.
En todo este argumento que he
presentado hoy, he insinuado que la participación
de los españoles en el imperio
americano era muy a menudo menor que
la de otra gente, tanto indígena como extranjera.
El caso es que uno de los primeros
principios de toda empresa tan v~ta
como un imperio es que desde luego su
consecución no se puede lograr con las
fuerzas de un solo país. Y dicha regla, que
es fundamental, rige toda la historia, in- .·
cluso a los romanos, pero aún más en el
caso español. Sé que muchos de los que
hemos sido educados en la historia tradicional,
encontraremos difícilmente aceptable
que un imperio deba ser de todos;
sin embargo, debemos rendirnos ante la
evidencia, porque por supuesto es indiscutible
que no sólo los españoles participaron.
En pocas palabras, la historia del
Nuevo Mundo no se puede estudiar como
si fuera una extensión de la historia española,
porque ya a partir del siglo XVI
América no es española sino que forma
parte de la historia internacional. A finales
del siglo XVI, España se había convertido
en parte integrante de una red cosmopolita
que incluía las dos mayores vías
de intercambio del comercio internacional
de Europa: el de las Américas y el de
la Asia oriental. Este vasto entramado co-
CATBllDI
mercial tenía la apariencia exterior de un
imperio dominado por España. Visto desde
su interior, sin embargo, era un edificio
cuyas arterias vitales estaban controladas
por no-españoles. Al igual que hoy
en día colaboramos con el imperio norteamericano
cada vez que compramos una
hamburguesa o bebemos una coca cola,
todos colaboraron entonces por el bien de
la empresa imperial. En el siglo XVI, las
La Noche Triste. Los españoles se retiran de Tenochtitlán, mientras
los indios aclaman a Cuitlahuac como su nuevo rry. Pintura
española del siglo XVJJ
élites napolitanas, genovesas, borgoñonas,
flamencas, de los nahuas de México, peruanas,
chinas y japonesas ofrecieron una colaboración
voluntaria cuyo esfuerzo común
obtuvo importantes frutos para el comercio
de América y por tanto del mun-
©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2015.
C!THilUI
do. Visto desde el prisma actual, esta colaboración
económica se puede considerar
el primer ejemplo de globalización, porque
el Imperio español era una empresa
internacional en la que participaban muchos
pueblos. Por vez primera en la historia,
un imperio internacional integraba a
los mercaderes del mundo en una interminable
cadena comercial que permitió el
intercambio de productos, enriqueció a los
comerciantes y globalizó la civilización.
Los esclavos africanos llegaban a México,
la plata mejicana llegaba a China, las sedas
chinas llegaban a México y después a Madrid.
En el siglo XVII, el mundo colaboró
en el esfuerzo de apoyar a España, y
gracias a la colaboración de todos estos
pueblos el Imperio crecía y la economía
española florecía.
Pero dejemos estas anécdotas a un
lado porque, para concluir, quería dirigir
unas pocas palabras tanto a los primerizos
en la historia de España como a los
que han aprendido una historia dásica y
ahora se sorprenden con las nuevas interpretaciones
de la historia del país. En pri-
' mer lugar, deben tener en cuenta que la
fuoción del historiador es descubrir la ver.
dad, no encubrirla. Al estudiar la historia
. . descubrimos una evidencia y nuevas maneras
de entender el pasado, y si privamos
a los españoles del monopolio de la gloria
de haber creado en imperio americano,
también les eximimos del monopolio de
la culpabilidad. Así, deja de existir de golpe
la leyenda negra, por lo que entonces
los malos no sólo fueron Cortés y sus hombres,
sino muchos otros también, como
los mejicanos que les ayudaron, por ejemplo.
Y por esa misma regla de tres, no sólo
los españoles fueron culpables de lo malo
que sucedió en el Nuevo Mundo, sino también
y quizá más los italianos, los holandeses,
los alemanes y hasta algún inglés,
loco y católico, aunque me cueste decirlo,
como aquel famoso Thomas Gage que sirvió
fielmente durante años como párroco
en Guatemala y luego huyó a Inglaterra y
publicó la obra que inspiró a Cromwell
para que llevara a cabo la ocupación de la
isla de Jamaica.
Con todo ello, a pesar de que la historia
del Imperio español es muy apasionante,
sólo algunos pocos han intentado
estudiarla. Hace treinta años existía la esperanza
de que el estudio del continente
americano se extendería en Europa, pero
esta esperanza no se ha cumplido. En España,
el estudio de América ha florecido,
pero nunca como habría sido de desear.
Los norteamericanos mantienen todavía el
liderazgo de la investigación, y sus libros
sobre el tema son toda una notoriedad. No ·
en vano, ¿quién fue el primer historiador
que analizó. el desastre demográfico ocurrido
después de la llegada de Colón, esto
es, la desaparición de millones de indios?
Un norteamericano. ¿Quién fue el.primer
historiador que inspiró tantos estudios
sobre la vida de Bartolomé de Las Casas?
Un norteamericano. ¿Quién fue el primero
en estudiar el impacto ecológico de la
presencia española en América? Otro norteamericano.
Entonces, lo que querría dejar
bien claro es que ya es tiempo de que
nosotros empecemos a estudiar nuestra
propia historia, a estudiar las raíces de
nuestro propio pasado. Desde luego, es
una historia difícil pero fascinante, y espero
que mis palabras sirvan de inspiración
a quienes me escuchan y se dediquen
a estudiarla.
©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2015.