CATHARUM MARINA MAYORAL
A TRAVÉS DE LA MAR TENEBROSA
CONFERENCIA IMPARTIDA EN EL SALÓN DE PLENOS DEL EXCMO. AYUNTAMIENTO DE PUERTO
DE LA CRUZ, CON OCASIÓN DE LA CELEBRACIÓN DEL 12 DE OCTUBRE DE 2002
Podemos considerar el 3 de agosto de 1492,
día en que las carabelas de Colón salieron
del puerto de Palos, o quizá mejor el 6 de
septiembre, cuando partieron de la isla de
La Gomera rumbo oeste, a través de un
mar desconocido y hasta entonces insondable,
como el comienzo de lo que López
de Gómara definió en su Histona General de
la Indias como la mayor cosa después de
la creación del mundo, sacando la encarnación
y muerte del que lo creó".
&trato de Cristóbal Colón
Seis siglos después, esa consideración
no ha cambiado: el descubrimiento
de América sigue siendo la mayor gesta
que el ser humano ha realizado y que posiblemente
realizará, porque no es previsible
que se den las circunstancias de ignorancia,
de espíritu aventurero, de riesgo,
de superación de los límites de lo humano
que confluyeron en aquel momento de la
historia. Hoy los astronautas, los científicos
y los gobiernos que se lanzan a la con-
. quista del espacio conocen las dificultades,
saben lo que buscan y lo que pueden encontrar.
La Luna, Marte, han sido estudiados,
fotografiados, analizados antes de que
el hombre pusiera o pueda poner su pie
en ellos. Por el contrario, los hombres que
salieron de La Gomera, dispue~tos a atravesar
la mar tenebrosa de los antiguos
mapas, apenas sabían nada de lo que les
esperaba en su travesía. Y_ lo que sabían,
·sólo contribuía a aumentar su temor.
Su mentalidad todavía · medieval,
mágica en muchos aspectos, los llevaba a
interpretar los fenómenos naturales como
sucesos sobrenaturales ca5i siempre terroríficos.
Algunos de esos fantásticos sucesos
narrados por náufragos o marineros y
recogidos en diversas narraciones han sido
interpretados hoy a la luz de los conocimientos
actuales. El libro de aventuras
marítimas atribuido a San Brandano, la
Navigatio Brendani, escrito en prosa latina a
comienzos del siglo X, contribuyó a alimentar
numerosas leyendas y creencias
que tenían en común la idea de la peligrosidad
del océano, a cuyos límites nadie
había llegado nunca. En la Navigatio se cuen-
CATH!BUI
ta que los navegantes vieron una columna
de cristal transparente coronada de nubes,
que muy bien pudo ser un iceberg. El olor
a azufre de cierta costa nórdica se entendió
que procedía de las cavernas del infierno,
y, cuando el mar se puso a hervir y a
apedrear con escorias ardientes a la tripulación,
tuvieron por cierto que sólo las
oraciones podían contrarrestar la furia de
los diablos soterrados. Muy probablemente
estaban presenciando la erupción de un
volcán de Islandia.
El mismo Colón participaba de esa
mentalidad mágica que lo llevaba a interpretar
mal, o a interpretar conforme a lo
que había leído en libros antiguos, lo que
pasaba ante sus ojos. Así sucede cuando en
el diario de su primer viaje afirma que ha
visto sirenas mientras navega por las islas
del Caribe. En el apunte del día 9 de enero
de 1493 transcribe Las Casas: "Dijo que
vio tres sirenas que salieron bien alto de
la mar, pero no eran tan hermosas como
las pintan, que en alguna manera tenían
forma de hombre en la cara. Dijo que otras
veces vio algunas en Guinea, en la costa
Manegueta". En opinión de todos los estudiosos
colombinos se trata de los animales
llamados manatíes o vacas marinas,
que tienen la cabeza articulada y los miembros
anteriores en forma de brazos, lo que
les da cierta apariencia humana. Tienen
además bigotes como las focas, de ahí la
oportuna observación del almirante de
que "tenían forma de hombres en la cara".
Pero su buen ojo y su sentido común no
bastan para desterrar de su cabeza la convicción
de que ha visto a las míticas sirenas
que con su belleza y su canto causaban
la perdición de quienes se acercaban a ellas.
Si eso sucedía al Almirante hay que
imaginar lo que pasaría por la mente de
una tripulación ignorante que se enroló
en aquella aventura en muchos casos a su
pesar y obligados por las circunstancias.
A pocos días de navegación, los marineros
interpretaban como señales adversas
los fenómenos meteorológicos que presenciaban.
El 15 de septiembre, cuando ya el
almirante para que no se alarmasen les
mentía sobre las millas que llevaban navegadas
mar adentro, vieron caer al mar lo
que sin duda fue un meteorito y que Colón
y su transcriptor Las Casas califican
de "maravilloso ramo de fuego". Los marineros
entendieron que se trataba de una
señal cierta de que llevaban un rumbo desgraciado.
Solamente habían transcurrido nueve
días desde que dejaran atrás tierra firme,
pero la realidad era que aquella aventura
en la que estaban metidos se había
iniciado mucho antes de la partida de Palos
o de la isla de La Gomera. Se trataba
de un asunto muy oscuro y misterioso del
que aún hoy siguen sin resolverse aspectos
fundamentales.
Uno de los más fascinantes podría
formularse así: ¿qué ofreció Cristóbal Colón
a los Reyes Católicos para que estos
aceptasen sus desmesuradas exigencias? o,
dicho de otra forma: ¿qué le contó a la reina
Isabel sobre Colón su confesor Fray
Juan Pérez para que ella se arriesgase a
aceptar las condiciones de aquel extranjero
pobre y de dudoso pasado en contra de
la opinión de una junta de hombres sabios?
Colón vivió en Portugal catorce
años, emparentando por su matrimonio
con la clase social alta, y tuvo acceso al
monarca portugués Juan 11, que en 1488
se dirige a él en una carta llamándolo
"nuestro especial amigo". Lo lógico hubiera
sido que Portugal, que llevaba años explorando
el Atlántico hacia el sur, hubiera
apoyado el proyecto colombino de buscar
una nueva ruta a las India§ navegando
hacia occidente. No fue así por la sencilla
razón de que, cada vez que Colón presentaba
su proyecto ante los eruditos de la
época, este era descalificado por irrealizable,
ya que se basaba más en citas bíblicas
que en argumentos científicos.
©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2015.
El propio Colón años más tarde,
en su Libro de las Profecías, escribió: "Y a dije
que para la ejecución de la empresa de las
Indias no me aprovechó razón, matemáticas,
ni mapamundos: llanamente se cumplió
lo que dijo Isaías, y esto es lo que deseo
escribir aquí".
Frente al escepticismo de los sabios
sorprende el apoyo recibido por dos .frailes,
que en palabras del mismo Colón fueron
los únicos que lo tomaron en serio. Se
trata de Fray Antonio de Marchena, cosmógrafo
conocido, y de Juan Pérez, prior
del monasterio de la Rábida y confesor de
Isabel la Católica.
Y cabe preguntarse: ¿podría ser que
Colón contase a los frailes, quizá bajo secreto
de confesión, algo que no exponía
en los proyectos que examinaban las juntas
de científicos? Es decir, ¿guardaba Co-
16n un secreto sobre lo que podía encontrarse
en la mar tenebrosa? ¿Sabía algo que
no quería hacer público antes de haberse
asegurado sus beneficios en la empresa?
Han sido muchos los investigadores
que defendieron esa hip6tesis del secreto
de Crist6bal Col6n, basándose tanto
en deducciones como en pruebas documentales.
En primer lugar, debemos señalar
que esa actitud de reservar los conocimientos
y no hacer partícipes de ellos a quienes
pudieran convertirse en rivales fue la
política que se ha llamado del sigilo, mantenida
por la corte portuguesa donde Co-
16n vivió catorce años. La desconfianza de
Portugal ante los avances castellanos en el
mar llegó a tal extremo, en tiempos de Juan
II, que este había prohibido a sus navegantes,
bajo pena de muerte, la divulgación de
sus descubrimientos. En cuanto a los barcos
extranjeros que fueran encontrados en
los dominios portugueses, la orden real era
que fuesen hundidos sin contemplaciones.
Por el tratado de Alca<;ovas, en tiempos
CATR!BUM
El escudo de armas de Cristóbal Colón
de Alfonso V, Portugal consiguió que se
le reconociese el dominio de cuantas tierras
se descubriesen al sur de Canarias, cerrando
así el paso a la expansi6rt castella.
na por tierras africanas.
Su sucesor, el rey Juan II, se encarg6
de mantener y aumentar las leyendas
terroríficas sobre la peligrosidad del océano
para alejar a posibles· aventureros de
aquellos lugares. El historiador Cortesao
cuenta que en una ocasión afirm6 ante
Pero d' Alanquer, conocido piloto, que las
naves de casco redondo eran incapaces de
retornar desde Guinea. El piloto mostró
su desacuerdo y se ofreció a demostrarlo,
pero el rey lo calificó en público de fanfarr6n
y le hizo callar. En privado le dio una
explicaci6n, aunque le obligó a que mantuviese
el secreto: enviaba a la colonia naves
redondas muy viejas que eran desguazadas
allí para mantener la creencia de que
era imposible el viaje de vuelta.
Se sabe también que tenía espías en
la corte de los Reyes Católicos que lo
©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2015.
CATHABUI
&cepción en Barrelona de los ~es Católicos a Colón, tras el primer 11iaje (litografía romántica del siglo XIX, elaborada para el IV
Centenario del descubrimiento colombino) ·
mantenían bien informado de cuanto se
proyectaba en el país vecino.
Pero no eran los portugueses los
únicos que hacían uso de la política del sigilo.
Según un libro reciente del historiador
británico Rodney Broome, al prohibir
Dinamarca la presencia de barcos ingleses
en sus costas en 1475, los come!'ciantes
ingleses tuvieron que buscar nuevos
caladeros. En 1480 una expedición en la
que se encontraba el Trini!J, un barco fletado
por el mercader de Bristol Richard
Amerike, partió a la búsqueda de la mítica
Brassyle, situada según las leyendas a 400
millas de_ las costas inglesas. No se sabe l~
que descubrieron, pero desde ese momento
los barcos de comerciantes de Bristol
dedicados a la pesca del bacalao partían
cargados de sal con destino a Irlanda, viaje
que no duraba más de tres semanas, y regresaban
al cabo de meses cargados de bacalao
en salmuera. La ciudad de Bristol
prosperó extraordinariamente y cuando
las autoridades aduaneras quisieron investigar
las actividades de Amerike este alegó
que el T riniry se dedicaba a la exploración
y no al comercio. Rodney Broome
supone que llegaron a las costas de América
y que ocultaron el hecho para no compartir
con nadie las riquezas de las nuevas
tierras.
En este ambiente de desconfianza
no es de extrañar que Colón no quisiera
hacer públicos conoéimientos que tentasen
la ambición de otros que le dejasen a
él al margen del proyecto. Eso podía muy
bien suceder en la corte portuguesa, donde
existía ya una larga tradición de viajes
de descubrimientos hacia el sur de África
y donde sería muy fácil organizar una expedición
hacia el oeste, prescindiendo de
alguien que tenía tan grandes exigencias
como el extranjero pobre y de incierto
origen que era entonces Cristóbal Colón.
Porque las condiciones de Colón
eran en verdad desmesuradas para lo poco
que podía ofrecer sobre el papel: un confuso
revoltijo de vaguedades y profecías,
mal adobado con datos no verificados.
Cuando en febrero de 1492 los Reyes
Católicos recibieron a Colón en el
Campamento Real de Santa Fe, bajo la conquistada
ciudad de Granada, y oyeron lo
que pedía a cambio de sus servicios, debieron
de pensar sin duda que estaba loco,
porque lo que aquel hombre exigía era
nada menos que la décima parte de cuantas
riquezas pudieran obtenerse en las Indias,
el tÍtulo de Don y las dignidades de ·
Almirante de la Mar Océana, Virrey y
Gobernador de las Indias. Tanto los reyes
como la nueva junta de sabios que se había
©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2015.
convocado para oírlo quedaron estupefactos
y su respuesta fue una negativa terminante.
Parecía aquello el triste final de siete
duros años por tierras castellanas, que
venían a sumarse a los que había consumido
intentando convencer a la corte portuguesa.
Colón abandonó Santa Fe, pero
apenas se había alejado del campamento
cuando fue alcanzado por un correo que
le ordenó regresar en nombre de la Reina.
En nombre de la Reina ... cuyo confesor,
no lo olvidemos, era Fray Juan Pérez.
Colón lo había conocido a comienzos
del 1491 en una visita al monasterio
de la Rábida de la que aquel era prior. No
sabemos qué le contó el navegante al fraile,
pero sí sabemos que este lo disuadió de
su proyecto de entrevistarse con Carlos
VIII de Francia para ofrecerle sus servicios,
e inmediatamente escribió a la Reina
Isabel. Algo muy importante debió ·de
contar el confesor a la Reina en esa carta
cuando sólo dos semanas más tarde y pese
a estar todavía inmersos en el sitio de Granada,
fraile y navegante recibieron la orden
de presentarse en el campamento Real
de Santa Fe ... Y algo muy importante debía
saber Isabel cuando, tras la tajante negativa
que acababa de dar junto con su
marido y la junta de científicos, hace volver
al extranjero y acepta todas sus condic10nes.
Colón regresó a la Rábida y fue
Fray Juan Pérez quien lo representó en la
corte en las negociaciones que culminaron
con la firma de las Capitulaciones de Santa
Fe, en las que los Reyes se comprometieron
a conceder todos los privilegios que
aquel solicitaba.
El análisis de ese documento ha sentado
las bases para la teoría del
predescubrimiento de América, que defiende
la hipótesis de que Colón no sólo
CATBABUI
pretendía abrir una nueva vía de comunicación
hacia las Indias sino que tenía conocimientos
fundados de que en el océano
que se extendía desde las costas occidentales
de Europa a las orientales de Asia
habí.a tierras habitad. as, ricas en metales
preciosos y en especies.
¿Qué dicen las Capitulaciones para
dar pie a esta teoría? Dicen cosas muy sorprendentes,
tan sorprendentes que se interpretaron
como error del copista. En el
preámbulo a la lista de concesiones dice
asi':
"Las cosas suplicadas e que Vuestras
Altezas dan e otorgan a don Christoval
de Colón en alguna satisfacción de lo que
HA DESCUBIERTO en los mares océanos
y del viaje que agora, con el ayuda de
Dios ha de fazer por ellas en servicio de
Vuestras Altezas, son las que siguen".
Fray Bartolome de las Casas, <lepo-
. sitario de tantos documentos colombinos,
y el cronista Alonso de Santa Cruz consideraron
un error el tiempo verbal pasado
ha descubierto y los sustituyeron por un futuro
ha de descubrir o había de descubrir. Esas
correcciones fueron aceptadas por los historiadores
posteriores y así se mantuvieron
hasta que el cotejo con otras copias
del original perdido han persuadido a los
investigadores de que los Reyes y Colón
firmaron un documento en el que está claro
que los privilegios que se otorgan al navegante
se le otorgan en virtud de las tierras
que ha descubierto y del viaje que va
a hacer por ellas.
O sea, que Colón tuvo que decir a
los reyes que había descubierto en la mar
tenebrosa, antes de 1492, unas tierras que
se disponía a poner a su servicio mediante
el viaje que "con el ayuda de Dios" iba a
realizar.
No parece verosímil que en un documento
de tanta importancia y sobre un
hecho tan decisivo como el haber descu-
©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2015.
C!THilUI
bierto unas tierras nuevas el copista fuese
a equivocarse y poner ha descubierto donde
tenía que decir ha de descubrir. Tampoco
podía referirse a tierras de África, porque
ya estaba firmado el tratado de Alca~ovas
por el que Castilla se reservaba las Canarias
y el mar adyacente y Portugal todo lo
que se descubriese al sur de Canarias.
No fue esa frase el Único apoyo en
el texto de las Capitulaciones a la teoría
del predescubrimiento. En la primera cláusula
de las mismas se dice:
"Vuestras Altezas, como SEÑORES
QUE SONDELASDICHASMARES
OCEANAS, fazen dende agora al
dicho Cristoval Colón su Almirante de
todas aquellas islas e tierras firmes que por
su mano e industria se descubrirán o ganarán
en las dichas mares océanas ... ".
SegÚn el derecho de la época, el mar
que se encontraba al occidente de las Islas
Canarias era un mar libre sobre el que nadie
tenía derecho por no haberlo navegado
ni conquistado. Para tener derecho sobre
esa parte del mar era necesario mandar
una expedición a navegar por él en
nombre de un monarca o reino, que, de
esa forma, se fo apropiaba, tal como venían
haciendo los portugueses con la costa
y el mar de la parte suroccidental de
África. Si en el documento se dice de los
reyes castellanos "señores que son de las
dichas mares océanos", eso significa que
Colón tuvo que asegurarles que había navegado
por ellas y que mediante aquel
documento las ponía al servicio de
Castilla.
NingÚn investigador serio defiende
hoy que Colón realizase un viaje de descubrimiento
antes de 1492, pero lo que sí
se sostiene es que sabía que existían tierras
habitadas en la mar tenebrosa y que ese
conocimiento no procedía sólo de los libros
antiguos consultados, de Marco Polo,
del !mago Mundi de Pierre d' Ailly o de los
informes del físico Toscanelli, a quien escribió
desde Portugal, sino de informes recientes
a los que nunca se refería en público
y que le fueron suministrados por náufragos.
SegÚn Manzano fue el llamado "piloto
anónimo" el que hacia 1477 informó
a Colón de la existencia de aquellas tierras,
y según Pérez de Tudela fueron unas amazonas
amerindias quienes hacia 1482-83 dieron
a Colón tales informes.
Aunque esos personajes parecen
pertenecer más al mundo de la leyenda que
al de la realidad, lo cierto es que numerosos
testigos (entre ellos el propio Las Casas)
dieron fe de que el Almirante hablaba
de las nuevas tierras como si estuviese comprobando
algo que de antemano sabía y
no como quien se encuentra con un hall~go
inesperado.
¿Todo este misterio formaba part.e
de las habilidades de un aventurero que
buscaba enriquecerse y encandilar a sus
protectores o de la seguridad de un hombre
que se creía elegido por Dios para llevara
cabo una gran misión?
Es difícil contestar con seguridad
porque sobre la figura de Colón se ha dicho
de todo.
A pesar de las nubes de humo que
tanto Colón como su hijo Hernando lanzaron
sobre su origen y sus años de juventud,
hoy parece probado que se dedicó al
comercio y que navegó no sólo por el Mediterráneo
sino en galeras mercantes que
iban de Génova a Bristol (donde pudo conocer
lo que se decía de las nuevas tierras
descubiertas por los navegantes de aquel
puerto). De esa época conservó siempre
una predisposición a ver el lado comercial
de los asuntos en los que intervenía, y así
desde el primer momento hay en su diario
anotaciones que se refieren a las riquezas
que podrán conseguir en las costas
orientales de Asia: el oro, las perlas, las
especies y ... los esclavos. Aspecto este úl-
©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2015.
timo poco simpático en el que insiste el
Almirante hasta que el comercio de hombres
fue prohibido por los reyes.
En el diario del primer viaje hay
una anotación al margen que se debe a Las
Casas y que demuestra lo poco que le gustaba
esa inclinación de Colón a traficar con
seres humanos.
El Almirante manda retener a seis
jóvenes en su nave para llevárselos a
Castilla y anota Las Casas: "No fue lo
mejor esto". Después dice que mandó traer . .,,., " . muJeres y nmos, porque meJor se com-portan
los hombres en España habiendo
mujeres de su tierra que sin ellas". Pone el
ejemplo de Guinea, de donde habían traído
hombres, los habían tratado bien y les
habían enseñado el portugués para que les
sirviesen de intérpretes, pero en cuanto pi-
Ilustración simbólica de los momentos finales del explorador
CATHABUM
saban su tierra desaparecían, y piensa el Almirante
que "teniendo sus mujeres, tendrán
ganas de negociar lo que se les encargue".
Y comenta Las Casas, escandalizado:
"¡Mira que maravilla!" (pág. 101 ).
En la Carta a Luis de Santangel, contador
mayor de los reyes, dice que "con muy
poquita ayuda que le den los Reyes, él les
dará de las nuevas tierras oro cuanto
hubieren menester y especiería, algodón,
almáciga y liñáloe cuanto mandaren cargar".
Esa misma expresión utiliza para los
hombres, equiparándolos a mercancías o
riquezas: "esclavos cuantos mandaren car-gar".
Incluso en los momentos en que
habla de la labor evangelizadora que los
Reyes deben llevar a cabo en las nuevas tierras,
no olvida el aspecto práctico de conse-
©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2015.
CAT11.llUI
guir riquezas. Así lo vemos en una de las
numerosas descripciones que en su primer
viaje hace de las gentes que ve. Colón insiste
en su mansedumbre y en su opinión
de que, si se les hablase en su lengua de religión,
"luego todos se tomarían cristianos",
y espera de los Reyes que "se determinarán
a ello con gran diligencia" y cuando
les llegue su día, "que todos somos
mortales", puntualiza, "serán bien recibidos
delante del Eterno Criador". Y después
de alabar mucho a los Reyes por haber
acrecentado la santa religión cristiana,
dice amén, y a continuación: "hoy tiré
la nao a monte y me despacho para partir
el jueves en nombre de Dios e ir a Sudeste
a buscar oro y especierías y descubrir tierra"
(p. 99).
En cuanto al oro, la estima que por
él sentÍa el Almirante se mantuvo hasta el
final de sus días, pese al creciente mesianismo
de que dio pruebas en sus últimos
años. En la relación de su cuarto viaje, en
medio del recuento de sus trabajos, desdichas
y ofensas que ha recibido de quienes
deberían estarle agradecidos, Colón hace
una loa del oro que no deja lugar a dudas:
"El oro es excelentísimo; del oro se
hace tesoro, y con él, quien lo tiene, hace
cuanto quiere en el mundo, y llega a que
echa las ánimas al Paraíso" (p. 310 ).
Pero si Colón dejó pruebas escritas
de su afición a los bienes terrenales, muchas
más dejó de su convencimiento de
haber sido elegido por Dios para llevar a
cabo el descubrimiento y la cristianización
de Indias.
El mismo hecho de servir a los Reyes
Católicos le parece milagro divino, que
cegó el entendimiento del rey portugués,
tan ducho en descubrimientos, para que
no entendiese lo que Colón le proponía.
Así escribe al Rey Fernando:
"Dios Nuestro Señor milagrosamente
me envió acá (a Castilla) porque
yo sirviese a Vuestra Alteza; dije milagrosamente
porque yo fui a aportar a Portu-gal,
a donde el rey de allí entendía en el
descubrir más que otro; él le atajo la vista,
oído y todos los sentidos, que en catorce
años no le pude hacer entender lo que yo
di.x e " .
También la idea de viajar a las Indias
por Occidente dice el Almirante que
le ha venido por inspiración divina: "Me
abrió Nuestro Señor el entendimiento con
mano palpable a que era hacedero navegar
de aquí a las Indias, y me abrió la voluntad
para la ejecución de ello".
Colón ve la mano de Dios en tocios
los episodios de su larga aventura, y no
sólo en el sentido en que un creyente puede
atribuir a Dios cuanto le sucede, sino
como una especial atención del Creador a
la empresa en la que está metido. Veamos
un ejemplo: el día 25 de diciembre por la
noche el marinero encargado de gobernar
durante la guardia la carabela Niña, que
es la del Almirante, se va a dormir dejando
a un grumete al cargo. Las corrientes
llevan la nave a encallar contra los arrecifes.
El grumete da voces, y Colón intenta
evitar el desastre con un maniobra que los
marineros encargados de llevar a cabo no
cumplen sino que huyen en una barca, temerosos
del castigo. Encalla la Niña y es
ayudado por el cacique de aquellas tierras,
con quien el Almirante había establecido
una buena relación. Como consecuencia
de la estancia forzada en aquella parte de
La Española descubren el oro tan buscado.
Los nativos lo tienen y saben dónde
encontrarlo. Colón atribuye todo lo sucedido
a la voluntad de Dios que quiso de
ese modo señalarles el camino. Y le da un
significado casi milagroso explicando a los
Reyes en su Diario que "cuando encalló la
nao fue tan paso que casi no se sintió, ni
había o la ni viento"; o sea, que la causa de
haber encallado no fueron los errores y las
faltas sucesivas cometidas por sus marineros
sino la mano de Dios guiándolo hacia
el tan deseado oro (p. 164 ). Hay que decir
que esa conciencia de Colón de haber sido
©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2015.
elegido tenía algún fundamento en la vida
real. En numerosas ocasiones, aún visto
desde fuera y desde hoy, nos encontramos
con una serie de circunstancias que resultan
sorprendentes y que inclinan a pensar
que, en efecto, estaba tocado por la mano
del destino. Veamos algunos ejemplos.
El 10 de octubre de 1492, después
de haber rebasado ampliamente mar adentro
el número de leguas que se suponía los
separaba de tierra firme, y de haber conseguido
sofocar varios intentos de motín, el
Almirante se enfrenta al más serio de ellos.
Dice Las Casas que "la gente ya no lo podía
sufrir más" y en los Pleitos colombinos se
añade que los maestres de las tres naves
dieron a Col6n un plazo de tres días para
descubrir tierra, y si no, volver a España.
Al día siguiente, a las diez de la noche,
Colón vio lumbre, "aunque fue cosa tan
cerrada que no quiso afirmar que fuese tierra".
Se lo comunica a alguno de sus hombres;
unos la ven y otros no. Se trataba de
una luz pequeña, como "una candelilla que
se alzaba y levantaba". Pese a lo deseoso
que estaban todos de que el milagro se produjese,
lo que el Almirante vio, dice Las
Casas, "a pocos pareciera ser indicio de
tierra,,. Colón, sin embargo, está seguro,
según escribe Las Casas: "Pero el almirante
tuvo por cierto estar junto a la tierra.
Por lo cual, cuando dijeron la Salve ( ... )
rogó y amonestólos que hiciesen buena
guarda al castillo de proa, y mirasen bien
por la tierra y que al que le dijese primero
que veía tierra le daría luego un jubón de
seda, sin las otras mercedes que los Reyes
habían prometido, que eran diez mil
maravedíes de juro, a quien primero la viese".
Dos horas después de la media noche
"pareció la tierra" (p. 63 ).
En el viaje de regreso encontramos
también algunos episodios que contribuyen
a dar a Colón esa imagen de elegido.
El 14 de febrero sobreviene una terrible
tormenta, las olas son "espantables" y durante
seis horas los navíos están a merced
C!TH!BUM
del mar. El Almirante ordena que se hagan
votos de ir en romería a Santa María de
Guadalupe, a Santa María de Loreto y a Santa
Clara de Moguer. Se echa a suertes y al
que le caiga debe cumplir el voto. Para ello
ponen en un bonete tantos garbanzos cuantas
personas hay a bordo. Un garbanzo va
marcado con una cruz. Cada uno de los presentes
debe meter la mano y sacar un garbanzo.
De los tres votos que hacen, a Colón
le sale el de la cruz en dos (p. 204-205).
El 3 de marzo encontramos repetida
la misma situación. Un viento huracanado,
"una turbonada" les rompe todas las velas.
Se echan suertes para enviar un peregrino a
Santa María de la Cinta de Huelva, que fuese
en camisa, y de nuevo cayó la suerte al
Almirante. (p. 15). O Colón hacía trampa o
parece demasiada casualidad que de cuatro
veces le caigan tres al Almirante.
· La forma en que arribaron a Portugal,
en el puerto de Cascaes, es otro ejemplo
de la destreza de Colón como navegante,
pero también de su fortuna o de su especial
protección por parte de la providencia.
El 4 de marzo, en medio de una terrible tempestad,
llegan a Cascaes_: "Los del pueblo
dicen que estuvieron toda aquella mañana
haciendo plegarias por ellos y después que
estuvo dentro, venía la gente a verlos por
maravilla de cómo habían escapado". Allí
sabe por la gente de mar que "jamás hizo
invierno de tantas tormentas, y que se habían
perdido veinticinco naos en Flandes y
otras estaban allí que había cuatro meses que
no habían podido salir" (p. 216).
Además de salvarse de la furia del
mar, parece que en Portugal Colón se salvó
también de una conspiración contra su vida:
el cronista portugués Rui de Pina cuenta que
varios cortesanos sugirieron al rey que asesinase
a Colón, imaginando que, muerto el
descubridor, los reyes castellanos desistirían
de la empresa.
No será esa la última vez que Colón
se salve de manera que parece milagrosa. Y a
con cincuenta años, con poca salud y al
©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2015.
C!TllillJI
mando de cuatro pequeñas carabelas, el Almirante
regresa a las tierras descubiertas en
un cuarto viaje. Van con él su hijo
Hernando y su hermano Bartolomé. Los
Reyes, para evitar problemas, le piden que
no atraque en la isla Española, salvo al regreso,
pero problemas en una de las naves y
la proximidad de una gran tormenta lo llevan
a anclar ante el puerto de Santo Domingo.
El Almirante pidió permiso al gobernador
Ovando para entrar en el estuario, al
tiempo que lo advirtió del peligro que se
avecinaba y le recomendó que retrasara la
salida de una flota que estaba preparada para
partir hacia España. Ovando le negó el permiso
para entrar y desoyó sus consejos. Un
huracán se abatió sobre Santo Domingo.
Tres de las cuatro naves de Colón rompieron
amarras y fueron arrastradas lejos de la
costa. La del Almirante fue la única que se
mantuvo anclada, y días después pudo recuperar
a las otras tres sin pérdidas humanas.
Sin embargo, la flota española perdió
quinientos hombres y veinte barcos. Colón
en su diario de viaje dice que cualquier persona,
incluso el santo Job, se desesperaría al
ver que le impedían atracar en "la tierra y
puertos que yo, por voluntad de Dios, gané
a España sudando sangre" (p.294).
El cuarto viaje fue verdaderamente
desastroso. Su situación económica al salir
de España era mala. En su relación del vfaje
dice: "Poco me han aprovechado veinte años
de servicios que yo he servido con tantos
trabajos y peligros, que hoy día no tengo en
Castilla una teja; si quiero comer o dormir
no tengo, salvo el mesón o taberna, y las
más de las veces falta para pagar el escote"
(p. 296). Pero a la vuelta su situación era aún
peor: no descubrió el istmo que buscaba
para pasar al Océano Pacífico, perdió los
cuatro barcos y a muchos de sus hombres,
sufrió tempestades, motines y ataques de los
indios. Se quedó en Jamaica sin provisiones
y de nuevo su buena suerte le ayudó a superar
la situación. Un eclipse anunciado por
el Almanaque Perpetuo de Abraham Zacuto le
permitió amenazar a los indios con la privación
de la luz de la luna si se negaban a suministrarle
víveres. Así fue trampeando hasta
que regresaron con ayuda dos de sus hombres,
Diego Méndez y Bartolomeo Fieschi,
que habían atravesado en una canoa india
desde Jamaica a La Española para pedir auxilio
y consiguieron vencer la resistencia de
Nicolás de Ovando, que durante meses había
impedido que se enviase ayuda al Almirante.
Por fin, y de nuevo hay que decir de
milagro, pudo al fin regresar a Castilla dos
años y medio después de su salida, enfermo,
cargado de deudas y lo que era aún peor,
desprestigiado. ·
Muerta poco después la reina Isabel,
que parece haber sido su valedora, Colón
dejó de hacer reclamaciones al rey Fernando,
que parecía poco inclinado a satisfacerlas.
Le escribe a su viejo amigo Diego de
Deza, que por entonces era arzobispo de
Sevilla:
"Y pues parece que Su Alteza no ha
por bien cumplir lo que ha prometido por
palabra y firma juntamente con la Reina, que
haya santa gloria, creo que combatir sobre
el contrario para mí, que soy un arador, sea
azotar el viento; y que será bien, pues que
yo he hecho lo que he podido, que ahora
deje hacer a Dios Nuestro Señor, el cual he
hallado siempre muy próspero y presto a
mis necesidades".
Se resigna Colón y se pone en manos
de Dios. Y poco después. muere con
poco dinero y sin el reconocimiento debido.
Como don Quijote hubiera podido decir:
" Podrán quitarme la ventura, pero el
esfuerzo y el ánimo será imposible". El paso
de los siglos ha venido a situar a cada una de
las figuras de aquella gran hazaña en el lugar
que le corresponde. Hoy, sobre todas ella y
a gran distancia, sobresale la del Almirante,
como autor principal de aquella aventura
que López de Gómara calificaba como "la
mayor cosa después de la creación del mundo".
Su azaroso y peligroso viaje a través de
la mar tenebrosa se ha convertido en un símbolo
del devenir de la Humanidad, del insaciable
deseo del hombre por superar sus límites
y descubrir lo desconocido, de la grandeza
que, a pesar de todas las miserias, puede
alcanzar el ser humano.
©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2015.