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En Arquitectura la traza de las fachadas
significa para sus profesionales una
buena ocasión de expresar los ideales
artísticos. Ahora bien, desde el punto
de vista sociológico ellas muestran por
antonomasia lo que sus comandatarios
desean manifestar a los viandantes que
circulan por las calles o a quienes trans-curren
su ocio en las plazas a las que
asoman algunas de esas construcciones.
Ambas interpretaciones de un mismo
elemento siempre deben ser tenidas
en cuenta. Es bien conocido el mensaje
de eternidad que pueden transmitir
los afilados pináculos de las catedrales
góticas, la opulencia que manifiestan
ciertos frontispicios de palacios barrocos
o la regularidad institucional de los
incorporados a obras neoclásicas... Por
ello, no resulta nada extraño que a lo
largo de los siglos y con el cambio de
cánones estéticos la aparente sencillez
de ciertas edificaciones haya querido
ser enmascarada mediante la aporta-ción
de nuevos frentes. Tal hecho se
ejemplifica en el caso del Puerto de la
Cruz con la parroquia matriz a finales
del siglo XIX, pero acaeció asimismo
con posterioridad en las de Los Silos
y Guía de Isora, por citar poblaciones
de la misma isla.
Conocemos la anterior fachada que
tuvo la iglesia de Nuestra Señora de
la Peña de Francia si analizamos una pintura conservada allí en recuerdo de D.
Mateo de Souza, quien fuera su primer párroco desde 1681 hasta su fallecimiento
algo más de cuarenta años después. En dicho lienzo aparece su retrato y al fondo,
como un “cuadro dentro del cuadro”, está una representación de ese templo con
el frontispicio que ostentaba tras costear Bernardo Valois en la década de 1720
los balconcillos dispuestos ante las ventanas de las naves colaterales.
Mas también podemos recurrir a los dibujos y pinturas que perduran del siglo XIX.
El libro de la Primera estancia en Tenerife (1820-1830) de Sabino Berthelot incluye
un gran número de ilustraciones, trazadas por J.J. Williams pero litografiadas
Edificación de la Nueva fa-chada
en la parroquia ma-triz
del Puerto de la Cruz
por Carmen Fraga González
Fachada de la iglesia portuense de Ntra.
Sra. de la Peña de Francia.
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CATHARUM Revista de Ciencias y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias
por A. St. Aulaire y otros autores. Entre esas láminas figura la Vue d`une place du
Port de L´Orotava –Vista de una plaza del Puerto de La Orotava1–. Merced a ella
podemos contemplar el aspecto que tenía dicho conjunto en la primera mitad
de la antedicha centuria: se aprecia cómo se alzaba el edificio en medio de las
viviendas, compuestas por alguna casa señorial y simples terreras; por otro lado se
elevaba el antiguo convento de monjas catalinas, con su esbelto mirador recatado
mediante los ajimeces. En el centro de la explanada atraía la mirada la redonda
fuente a la que se acercaban los viandantes.
En dicha lámina la proporción menor
de las viviendas de tejas y la cantarina
fuente no hacen sino realzar la esbeltez
del recinto sacro, cuyas tres naves ar-ticulan
exteriormente las techumbres;
para acceder a su interior hay sendas
puertas en cantería, con columnas
adosadas y prolongadas por molduras al
compás de los arcos, encima se ubican
los correspondientes balcones de ma-dera;
ahora bien, no existe una portada
central sino una barroca ventana y en
lo alto un óculo. Las superficies blancas
en las esquinas se interrumpen merced
a los sillares pétreos, rematando cada
una en su correspondiente espadaña;
se articulaba así la habitual dicotomía
de la arquitectura canaria.
Quien conoció en profundidad la historia portuense fue José Agustín Álvarez Rixo
(1796-1883), como prueban su extensa Descripción histórica del Puerto de la Cruz
de La Orotava y su breve manuscrito con la Descripción del Puerto de la Cruz de La
Orotava en la isla de Tenerife, la más central de Canarias, así como su fundamental
estudio Anales del Puerto de la Cruz de La Orotava, dividido en décadas, 1701-1872.
Pero también supo plasmar con el pincel las vistas más habituales del acontecer
diario de esta población, incorporando a sus textos las fachadas de diversas cons-trucciones,
entre ellas la del templo parroquial, que reflejó en varias ocasiones:
en una muestra la plaza y la iglesia engalanadas para conmemorar “el día 12 de
mayo de 1820 en que se publicó por segunda vez la Constitución2”; insistió en el
conjunto3 en 1828 y varios lustros más tarde volvería a figurar dicho frontispicio4,
concretamente en un prospecto de edificios portuenses fechado el 30 de mayo
de 1843. Su traza se corresponde con la que hemos puntualizado en el párrafo
anterior.
Su contemporáneo el británico Alfred Diston (1793-1861), avecindado también
aquí, pintó una acuarela titulada Plaza de la Iglesia, Port Orotava, looking to the S5.,
de manera que se contempla la esquina de la nave del Evangelio con su espadaña
y una de las campanas, en frente se yergue el antedicho convento de religiosas de
clausura, ya desaparecido. Era el enclave preferido por la feligresía en sus ratos
de esparcimiento y por ello no faltan las referencias.
Aunque no era natural del Valle de Taoro, sí conoció a los antedichos su coetáneo
Antonio Pereira Pacheco y Ruiz (1790-1858), quien supo reflejar en 1834 para la
posteridad el “Plan del Puerto de Santa Cruz de La Orotava6”, incluyendo la traza
de los edificios más importantes, entre ellos el que comentamos.
Esas aportaciones visuales de cómo era el exterior de esa iglesia en los siglos XVIII
y XIX son bastante significativas respecto a su sello de arquitectura popular, mas
no debemos marginar las descripciones literarias de la época y citaremos sendas
Vista de la plaza de la Iglesia, Puerto
de la Cruz. Grabado de J.J. Williams
(dibujo) y A. St. Aulaire (litografía).
(1) Sabino BERTHELOT: Primera Estancia
en Tenerife (1820-1830). Traducción de
Luis DIEGO CUSCOY. Aula de Cultura del
Cabildo de Tenerife -Instituto de Estudios
Canarios, Santa Cruz de Tenerife, 1980,
lámina 2.
(2) José Agustín ÁLVAREZ RIXO: Anales del
Puerto de la Cruz de La Orotava 1701-1872.
Cabildo Insular deTenerife y Ayuntamiento
del Puerto de la Cruz, 1994., p. 268.
(4) J.A. Álvarez Rixo: Anales..., op. cit.,
p. 363.
(5) VARIOS AUTORES: Alfred Diston y su
entorno. Una visión de Canarias en el siglo
XIX. Cabildo de Tenerife (Museo de Historia
de Tenerife) y CajaCanarias, Santa Cruz
de Tenerife, 2002, p. 133.
(3) Vide Agustín GUIMERÁ RAVINA:
El Hotel MARQUESA. Apuntes para un
centenario 1887-1987. Puerto de la Cruz
(Tenerife), 1987, lámina X.
José Agustín ÁLVAREZ RIXO: Descripción
histórica del Puerto de la Cruz de La
Orotava. Tomo II de Historia de dos puer-tos
canarios. Introducción, trascripción y
notas por Margarita Rodríguez Espinosa
y Luis Gómez Santacreu. Ayunta- miento
de Arrecife y Cabildo de Lanzarote, 2003,
pp. 81 y 100.
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publicaciones escritas en alemán. Francis Coleman Mac-Gregor (Hamburgo,
1783-Tikob, Dinamarca, 1876), cuyo abuelo paterno era escocés, tuvo el nom-bramiento
de cónsul británico en Tenerife; entonces recogió material suficiente
para publicar en 1831 en Hannóver un libro relatando su conocimiento de las
Islas Canarias; concretamente del Puerto de la Cruz señala: <<El lugar es limpio
y hermoso, y posee unas calles amplias y rectas, una espaciosa plaza del mercado
y casas muy bien construidas, entre las que hay algunos edificios importantes. La
iglesia parroquial, que está en una encantadora plaza adornada con una fuente,
se terminó en el año 1697 y está en el mismo sitio que ocupaba la antigua iglesia.
Frente a ella se encuentra el convento de las dominicas7>>...
Medio siglo después, en 1886, se editaba en Basilea un libro sobre este archipiélago
escrito por el botánico Herman Christ, el cual estaba habituado a unas construc-ciones
sacras marcadas por el sello de los grandes estilos artísticos, teniendo en
cuenta esa preparación erudita se explica mejor el comentario siguiente: <<Los
templos del valle de La Orotava no son notables. Sólo son bonitas las cúpulas de
la de la Villa, que dominan la ciudad. La del Sauzal, próximo a Tacoronte, parece
más importante. También tiene una cúpula que debe ser de buen tamaño8.>>. Es
obvio que desconocía el valor de la carpintería de técnica mudéjar que configuraba
la gran mayoría de nuestra arquitectura y le daba su peculiar atractivo.
Lo cierto es que el Puerto de la Cruz atrae ya desde el siglo XIX a viajeros llegados
de Europa con unos ideales estéticos que paulatinamente se van abriendo camino
merced a los sectores más ilustrados de la sociedad insular. La aportación foránea
por sí sola no implanta los nuevos estilos, sino los profesionales aquí estableci-dos,
cuando asumen los encargos de unas poblaciones que demandan nuevas
edificaciones o la transformación de las antiguas para no caer en un peligroso
aislamiento. Así se explica que la configuración arquitectónica de la parroquia
matriz fuera renovada precisamente a finales de aquella centuria. Sobre esa ini-ciativa
aportaremos nueva documentación que abrirá luz acerca de los autores y
condiciones económicas del proyecto.
Su benefactor
El apoyo económico y las donaciones de obras han sido un medio habitual de
enriquecer el patrimonio artístico de las colectividades. A través del mecenazgo
o mediante legados testamentarios en muchas ocasiones se han llevado a cabo
realizaciones artísticas de gran interés, así ha sucedido en el Puerto de la Cruz con
el presbítero D. Manuel Ildefonso Esquivel en el siglo XIX, permitiendo incorporar
piezas de orfebrería y pintura, e incluso un nuevo frontispicio a la iglesia de Ntra.
Sra. de la Peña de Francia, a cuyo servicio como párroco había estado durante
mucho tiempo.
A cargo de esta iglesia durante más de cuatro décadas estuvo dicho sacerdote.
Para las ceremonias del culto allí pocos años antes de su muerte donó un juego
de vinajeras de plata9. La fecha de 1856 ha permitido al Dr. Pérez Morera10 iden-tificarlas
con las que muestran el punzón del contraste F./Hurtado y el nombre del
orfebre Prieto; además se comprueba que presentan marca de origen–Hércules
entre dos leones –, todo lo cual permite afirmar que fueron realizadas en Cádiz,
algo nada extraño entre las adquisiciones argénteas de Canarias durante esa
centuria, como fue el caso de la custodia que realizara (1805-1806) el platero
de la catedral gaditana Antonio Díaz para la parroquial de San Sebastián de la
Gomera11. Seguramente don Manuel sabía que tal género de donación por parte
de un clérigo acaeció con cierta frecuencia en el Valle de la Orotava ya desde
siglos antes12 y en su propia época, dado que en 1824 el presbítero D. Domingo de
Valcárcel en sus últimas voluntades legó a la iglesia de Ntra. Sra. de la Concepción
en esa Villa un Crucifijo, tres fuentes de plata y varios ornamentos13.
Retrato de D. Manuel Ildefonso
Esquivel, por E. Diart. Parroquia de
Ntra. Sra. de la Peña de Francia, Puerto
de la Cruz.
(6) Tenerife a través de la cartografía (1588
-1899). Comisario de la exposición Juan
Tous Meliá. Museo Militar Regional de
Canarias, Ayuntamiento de La Laguna,
Cabildo de Tenerife, 1996, pp. 108-9.
(7) Francis Coleman MAC-GREGOR: Las Islas
Canarias. Traducción, estudio introductorio
y notas por José Juan Batista Rodríguez.
Gobierno de Canarias, Cabildos Insulares
de La Palma y Fuerteventura, Centro de la
Cultura Popular Canaria, 2005, p. 302.
(8) Herman Christ: Un viaje a Canarias
en primavera. Traducción Karla Reimers
Suárez y Ángel Hernández Rodríguez.
Prólogo Ángel Luque Escalona. Cabildo
Insular de Gran Canaria, Las Palmas de
Gran Canaria, 1998, p. 139.
(9) J. A. ÁLVAREZ RIXO: Anales..., p. 455.
Las cita como “unas hermosas vinajeras
de plata sobredorada”.
(10) Jesús PÉREZ MORERA: “Cristo Altar.
Vaso Sagrado y Sol Radiante”. En Sacra
Memoria, Ayuntamiento del Puerto de la
Cruz, 2001, p. 172.
(11) Carmen FRAGA GONZÁLEZ: “La
casa comercial Cólogan y las adquisiciones
artísticas en torno a 1800”. XII Coloquio
de Historia Canario-Americana (1996),
Cabildo Insular de Gran Canaria, 1998,
tomo II, pp. 213-4.
(12) Idem: “El clero de La Orotava y las
donaciones artísticas”. CCL Aniversario
de la Venerable Esclavitud del Santísimo
Cristo a la columna. La Orotava, 2008.
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También el Beneficiado portuense manifestaría su gran aprecio a la comunidad
que atendió durante esas décadas, mediante un legado testamentario a favor de
la remodelación de la fachada de ese recinto. Pensamos que el ejemplo prestado
por quien fuera el primer párroco de Nuestra Señora de la Peña sería un acicate
para él, pues si D. Mateo de Souza vio levantar el recinto de tres naves y se le
representó mediante una pintura, D. Manuel también quiso dejar huella de su
labor mediante el patrocinio de la nueva fachada y al igual que aquél quiso ser
recordado por un cuadro con su retrato. Es así que en el exterior del templo una
marmórea lápida evoca a quien hiciera posible su actual configuración:
V. Parochus
d.d. Emmanuel Ildefonsus Esquivel
sua hanc turrim estruendam
mandavit
MDCCCXCVIII
Es decir, el Venerable Párroco D. Manuel Ildefonso Esquivel mandó construir esta
torre, 1898. El empleo del latín en dicha placa seguramente se debió a la doble
circunstancia de estar emplazada en la pared de una iglesia y referirse a un miembro
del clero diocesano, mas la fecha inscrita ha propiciado el error en algunas publica-ciones,
pues su lectura alude únicamente al acto protocolario de su instalación, no a
la conclusión de los trabajos que tuvo lugar un año antes. Este último aserto viene
corroborado por fuentes bibliográficas de la época; así lo publica Vicente Bonnet14
al igual que el decimonónico viajero británico A. Samler Brown, quien aconseja
textualmente la visita de “La Iglesia de Nuestra Señora de la Peña de Francia.
Buena decoración interior; la torre se terminó de construir en 189715”.
El recuerdo de su promotor quedó asimismo perpetuado en el interior del recinto,
al colgar en la sacristía su retrato pintado al óleo, sobre lienzo de 126 x 103 cen-tímetros.
Aparece dicho clérigo ante una mesa, donde se encuentra una imagen
ebúrnea del Crucificado, la cual forma parte del patrimonio parroquial, y donde
se halla también el volumen de los Evangelios sobre el que deposita su mano en
ademán de promesa. En la parte inferior se indica:
E. Diart. Pintó el año R. Manuel Yldefon
De 1861 so Esquivel de edad de 83 años
La identidad del autor del óleo corresponde a Eduardo Diart, del cual sabemos
que participó en 1862 en una muestra artística, pero no fue en Tenerife como se
ha publicado16, pues en ese año no se pudo celebrar la tradicional exposición de la
Academia de Bellas Artes por una epidemia de fiebre amarilla que se propagó en
la capital de la isla17. Sí se organizó entonces en Las Palmas una gran <<Exposición
Provincial de Canarias de Agricultura, Industria y Artes>>, figurando él con un
retrato, dos bodegones, un “Ramo” y una “Perdiz”. Su autor obtuvo por todo ello
un reconocimiento oficial al conseguir una Medalla de Bronce, algo nada desdeña-ble
si se tiene en cuenta que en la sección de pintura al óleo concursaron artistas
luego afamados en el archipiélago, contabilizándose doce de Gran Canaria, siete
de Tenerife y dos de Lanzarote, con una amplia cantidad de obras18.
En el catálogo de dicha exposición se le cita como procedente de “La Orotava.
Tenerife19”, algo que debemos aclarar mejor en el ámbito biográfico de su persona.
En realidad no era español20 sino francés y sospechamos que motivos relacionados
con su salud le llevaron a pasar un tiempo en el Puerto de la Cruz. Precisamente
(13) Idem: “Miguel García de Chávez y la
iglesia de la Concepción en La Orotava”.
Homenaje al profesor D. Telesforo Bravo.
Universidad de La Laguna, 1991, tomo
II, p. 230.
(15) A. SAMLER BROWN: Madeira, Islas
Canarias y Azores. Traducido de la 11
edición inglesa por Isabel Pascua Febles
y Sonia C. Bravo Utrera, Cabildo de Gran
Canaria, 2000, p. 459.
(14) Vicente BONNET TORRES: Album-Guía
de Tenerife. Imprenta V. Bonnet, Santa
Cruz de Tenerife, 1897, p. 187.
(16) E. BENEZIT: Dictionnaire critique et
documentaire des peintres, sculpteurs,
dessinateurs et graveurs. Livrairie Gründ,
París, 1976, vol. tercero, p. 558.
(17) Manuel Ángel ALLOZA MORENO:
Pintura en Canarias en el siglo XIX. Aula
de Cultura de Tenerife, 1981, p. 23.
(18) Memoria histórica y oficial de la
Exposición Provincial de Canarias de
Agricultura, Industria y Artes, celebrada en
las Casas Consistoriales de Las Palmas de
Gran Canaria en 1862. Imprenta de Tomás
B. Matos, Gran Canaria, 1864, p. 127.
(19) Ibidem, p. 155.
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en ese año de 1861, cuando firma el retrato de D. Manuel Ildefonso Esquivel,
recaló aquí el vapor galo “Egyptien”, en el cual embarcó de retorno a Francia con
su familia monsieur Belcastel, quien escribiría un libro sobre las buenas condiciones
climáticas del Valle de La Orotava para fines terapéuticos21.
Una vez instalado aquí, el pintor francés tendría la oportunidad de conocer la
convocatoria de esa muestra, porque Álvarez Rixo anotó en sus memorias: “Para
ser presentados en la exposición de Gran Canaria, se remitieron algunos objetos
rurales y artísticos de este Puerto de La Orotava, entre ellos una curiosa memoria
sobre el cultivo del tabaco en estas islas
Canarias, escrito por el doctor don Víctor
Pérez, nuestro convecino22”.
Su nombre completo era Jules Édouard
Diart y había nacido en Berry–au–Bac
(Aisne), debiendo de haber vuelto a
Francia poco después de la comentada
muestra, pues en 1864 ya participó en
el Salón de París, al igual que haría
en 1868 y 1879 con unas naturale-zas
muertas y unas vasijas llenas de
flores, iconografía ésta habitual en su
producción artística. Buen ejemplo
es el cuadro que guarda el Museo de
Bourges bajo el título de Fruits, pêches
et raisins –Frutas, melocotones y uvas –,
o el existente en el Museo de Angers.
Sus obras suelen conservarse en colec-ciones
particulares y salen a la venta
a través de empresas especializadas;
es así que entre los años 1990 y 2005
se ha registrado la presencia de diez,
datadas tres de ellas en 1857, 1859 y
1866, todas con similares temas de
flores y frutas23.
Nos ha llamado la atención que en 1937
se subastara en Londres un cuadro suyo
fechado en 1862 y titulado Fleurs dans
un vase24,–Flores en un jarrón–. Pudiera
tratarse quizás de uno de los óleos
incluidos en la muestra de Las Palmas
de Gran Canaria, aunque en relación con el retrato mencionado en su catálogo,
sin concretar la identidad de la persona, debemos subrayar que nunca aparece
citado como retratista; suponemos que haría el de D. Manuel Ildefonso Esquivel
únicamente como un medio de allegar fondos económicos para su manutención
en estas islas, lejos de su medio físico familiar.
Disposiciones testamentarias
Precisamente ese mismo año de la exposición en Las Palmas, el día 2 de septiembre
el mencionado J.A. Álvarez Rixo apuntó en sus memorias el fallecimiento, a los
84 años de edad, del portuense D. Manuel Ildefonso Esquivel, Beneficiado de la
parroquia de Nuestra Señora de la Peña. Dicho cronista señala que este sacerdote
“Había sido recibido en este destino desde 1815 en propiedad; de consiguiente,
ejerció dicho ministerio por espacio de más de cuarenta y siete años y casi toda
la presente generación ha sido bautizada por sus manos. Otorgó testamento
cerrado hacia el año de 1858, pero el de 1860 hizo codicilo por ante don Sixto
Fotografía antigua del exterior de
la iglesia de Ntra. Sra. de la Peña
de Francia. Instituto de Estudios
Hispánicos, Puerto de la Cruz.
(20) E. Benezit, op. cit., p. 558. En su diccio-nario
se incluyen dos autores, Edouard Diart
y Jules-Edouard Diart, el primero figura
adscrito a la escuela española únicamente
por su participación en Tenerife durante
1862 en una exposición, al segundo se le
integra en la escuela francesa. Pensamos
que en realidad se trata de un mismo
pintor, quien solía firmar únicamente con
el apellido.
(21) J. A. ÁLVAREZ RIXO: Anales..., op.
cit., pp. 448 y 497 (nota 2).
(22) Ibidem, p. 453.
(23) Vide información del mercado del arte
en ARTPRICE, París.
(24) E. BENEZIT, op. cit., vol. tercero,
p. 558.
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González Regalado, Escribano público, variando el contenido del primero. Y aun-que
tenía dos sobrinas, hijas de un hermano, no eran de su aprobación, e hizo
varios legados de sus bienes a favor de diversos particulares, para durante la vida
de los sujetos agraciados, por fallecimiento de los cuales dispone se vendan las
fincas, cuyo importe será para la parroquia, principalmente para la construcción
de una torre25”.
Así pues, durante mucho tiempo no revirtieron esos bienes26 al objetivo final de
“que con el valor de todos sus bienes se construyese una torre en la Iglesia Parroquial
del Puerto de la Cruz, y si resultase algún sobrante que este se invierta en reformar el
frontis de dicha Iglesia”, tal como se declara en documento firmado durante 1892
ante el notario D. Vicente Martínez de la Peña en La Orotava27. No fue hasta el
22 de enero de dicho año que el Juzgado de Primera Instancia nombró como
albaceas de sus últimas voluntades a Dª Laura Cólogan y Heredia, marquesa de
la Candia, y a D. Esteban Salazar y Ponte, conde del Valle de Salazar, vecinos
ambos de La Orotava, de modo que ellos pudieran asumir las disposiciones tes-tamentarias
del finado.
En realidad antes de dictarse el citado auto judicial ambos aristócratas ya habían
procedido a llevar a cabo algunas gestiones, como “representantes del Excelentísimo
Señor Marqués de la Candia Don Tomás Fidel Cólogan, último albacea de los designados
por el testador, con lo dispuesto por el mismo respecto de dicha obra, cuyo estudio
había encargado al Arquitecto Don Manuel de Cámara, vecino de Santa Cruz de esta
Isla28”.
Sobre dicho aristócrata, que vio la luz en La Laguna en 1813, ha escrito un extenso
trabajo D. Marcos Guimerá Peraza, indicando entre los datos familiares que había
desposado en la parroquia matriz del Puerto de la Cruz el 8 de abril de 1839 con
su prima segunda Dª Laura de Cólogan Franchi y Heredia mediante ceremonia
sacra bendecida precisamente por D. Manuel Ildefonso Esquivel29, quien cono-cería
su buena gestión en el seno de la Hermandad del Santísimo en la parroquia
portuense. Así pues, cuando el mencionado sacerdote lo designó albacea, era
plenamente consciente de su decisión, además no debe marginarse el hecho de
que D. Tomás fue alcalde constitucional de esa población en varias ocasiones, lo
cual podía redundar muy favorablemente en esa voluntad de renovar la fachada
de su templo principal.
En reciente publicación ha dado a conocer E. Zalba30 los desvelos de T. Cólogan
en dicha cofradía, además de su gestión en 1840 con el fin de obtener una ayuda
económica para el templo lamentándose el aristócrata en estos términos: “El re-parable
abandono y falta de aseo que de algunos años a esta parte se ha notado
en el aspecto exterior de la Iglesia parroquial de este Puerto ha sido objeto de
disgusto para todos los vecinos de el, que han visto con dolor desatendido el lugar
sagrado de sus oraciones”... Cuando el legado del prebendado Sr. Esquivel parecía
una oportuna forma de subsanar tal situación, la muerte del albacea el 15 de
mayo de 1888 truncó su intervención, no obstante ya había tomado la decisión
de elegir al arquitecto que debía acometer su realización.
Autoría del proyecto arquitectónico
Al poco tiempo del fallecimiento de dicho albacea el periódico Valle de Orotava
en mayo de 1890 anunciaba a sus lectores: “Hemos oído asegurar que pronto
comenzarán las obras de construcción de la torre de la Iglesia parroquial del
Puerto de la Cruz, pues solo se espera á la terminación del correspondiente pla-no,
á cargo del arquitecto D. Manuel H. Cámara31”. Tal noticia muestra que era
de dominio público el encargo de esa edificación a dicho profesional y que sólo
faltaba la pertinente entrega del proyecto ya concluido.
(25) José Agustín ÁLVAREZ RIXO: op.
cit., p. 455.
(26) El expediente de su patrimonio se con-serva
en el Archivo Diocesano de Tenerife,
“1800, Realejo Alto, 86-4” , según ha
publicado T. (Tindaya) R. (Rosa) P. (Pérez)
S. (Sánchez): “Manuel Ildefonso Esquivel”.
Sacra Memoria, op. cit., pp. 91-2.
(27) ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL DE
SANTA CRUZ DE TENERIFE (A.H.P.T.),
P.N. 4360, documento nº 104, folios 627-
634. Párrafo citado en el folio 628.
(28) Ibidem, fol. 628 vto.
(29) Marcos GUIMERÁ PERAZA: “Tomás
Fidel Cólogan y Bobadilla (1813-1888)”.
Anuario de Estudios Atlánticos. Madrid-
Las Palmas de Gran Canaria, nº 33 (1987),
pp. 175-176.
(30) Eduardo ZALBA GONZÁLEZ: “Las
andas del Córpus del Puerto de la Cruz
(siglos XVIII-XIX). Platería, mecenazgo y
significación histórica”. Revista de Historia
Canaria, Universidad de La Laguna, nº 189
(2007), pp. 184 y 193.
(31) `Cabos sueltos´, Periódico Valle de
Orotava, La Orotava, nº 108, 11 de mayo
de 1890.
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Mas los trámites administrativos llevaban su tiempo. En cualquier caso, los alba-ceas
siguieron los pasos previos dados por D. Tomás Fidel Cólogan, de modo que
“solicitaron del propio Arquitecto lo terminase, y se los <sic> entregó, formalizado
en planos, cubicaciones, presupuestos, condiciones facultativas y memoria descriptiva,
con fecha quince de Diciembre del año próximo pasado <1891>, cuyos documentos
merecieron la aceptación de los mismo Albaceas, después de haberla obtenido también
de personas inteligentes con quienes consultaron, para mayor satisfacción del público,
á cuyo fin expusieron los planos en la Secretaría del Ayuntamiento del Puerto de la
Cruz, sin embargo de no estar obligados á esa formalidad32”.
Hay unas circunstancias que no han de marginarse a la hora de analizar la elección
de Manuel de Cámara y Cruz por el marqués de la Candia para asumir la traza y
presupuesto de las obras. Por aquellas fechas en Tenerife había dos profesionales
que respondían de los encargos más importantes, eran el antedicho y Manuel de
Oráa. En este último se daba la vinculación familiar con uno de los albaceas, al
estar casado con Dª Cándida Cólogan y Heredia, hermana de Dª Laura33; además
en 1882 había dado el visto bueno para la pavimentación de la citada iglesia
portuense34. Entonces ¿por qué Oráa no recibió tal encargo? Pensamos que inter-vinieron
varios factores, como el hecho de que ya había dimitido del puesto de
Arquitecto Provincial y asumido el de Municipal de Santa Cruz de Tenerife, mas
debió de prevalecer la circunstancia de su precaria salud, pues en el verano del
año 1888 solicitó del consistorio capitalino el pertinente permiso para residir en
La Laguna en aras de su recuperación35, falleciendo en febrero de 1889. Habría
intervenido ese motivo en la decisión de no encomendarle la obra.
La opción a favor de M. Cámara la comprendemos mejor atendiendo al hecho
de que ya en 1888 había preparado unos planos para la edificación del entonces
llamado Hotel Balcón, luego Hotel Taoro36, y Tomás Fidel Cólogan auspiciaba la
nueva industria turística portuense37. No obstante, pensamos que fue decisivo
también el haber sido nombrado Arquitecto Diocesano38 por el Ministerio de
Gracia y Justicia desde el 8 de octubre de 1877, pues la obra a efectuar estaba
en el ámbito de lo eclesiástico. Hay otros factores colaterales que harían más
favorable la elección de ese profesional: su padre Miguel Cámara y Armas39 es
citado en la documentación del escribano de La Orotava durante 1859 y 1861,
cuando se firman cartas de poder a su favor40; precisamente una de ellas la otorga
Celestino Guillermo de Ventoso, vecino del Puerto de la Cruz41, de manera que su
ámbito familiar era bien conocido en el Valle de Taoro.
Se ha publicado por J. del Castillo que D. Manuel Ildefonso Esquivel “dispuso
que, a su muerte, sus fincas (entre las que se encontraba, importante hacienda
con casa de labranza, en San Antonio, dañada por el aluvión de 1926) se ena-jenaran
para con su importe construir una torre con campanario y reformar la
fachada. De la Parroquia se hacen dos proyectos. Uno de estilo neoclásico y con
dos torres; el segundo, que fue el realizado, hace desaparecer los dos balcones y
dos espadañas, y levanta esa inexpresiva torre...42”. Lo cierto es que con desdeñar
una traza y elegir otra como definitiva no se solucionaba la crítica adversa que
recibiría posteriormente el conjunto.
Al tratar de esta edificación Pedro Tarquis publicó que Cámara “intentó hacer
arquitectura retrospectiva. Pero las repisas altas tienen formas muy semejantes
en diferentes torres del archipiélago”; en la puerta central hizo acopio de las
formas empleadas por los maestros canteros del siglo XVII en las laterales del
mismo templo, aunque suprimiendo las molduras trenzadas de estas últimas.
Enjuiciando el resultado final, asimismo señala el “Defectuoso enlace de la parte
baja con la alta43”. Incide en similar comentario el Dr. Darias Príncipe, para quien
dicho frontis está “dominado por la torre que se yuxtapuso al comienzo de la
nave principal, constando de tres cuerpos sucesivos de amplitud decreciente y
torpe paso de uno a otro44”.
(32) A.H.P.T., P.N. 4360, doc. 104, fol.
628 vto.
(33) Carmen FRAGA GONZÁLEZ: El arqui-tecto
Manuel de Oráa y Arcocha (1822-
1889). Instituto de Estudios Canarios. La
Laguna, 1999, p. 20.
(34) Fernando Gabriel MARTÍN RODRÍGUEZ:
“Biografía”. Basa, Colegio Oficial de
Arquitectos de Canarias, nº 3 -dedicado
a Manuel de Oraá Primer Arquitecto
Provincial de Canarias-, p. 11.
(35) C. FRAGA GONZÁLEZ: El arquitecto
Manuel de Oráa..., op. cit., p. 36.
(36) A. Sebastián HERNÁNDEZ GUTIÉRREZ:
...De la Quinta Roja al Hotel Taoro... Premio
de Investigación Histórica “J. Agustín
Álvarez Rixo” 1982. Aula de Publicaciones
del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz,
1983, pp. 95-96.
(37) Ibidem, pp. 84 y 89.
A. GUIMERÁ RAVINA, op. cit., pp. 34
y 39.
(38) Alberto DARIAS PRÍNCIPE: Arquitectura
y arquitectos en las Canarias Occidentales
1874-1931. Premio de Investigación
<<Agustín de Bethencourt>>. Caja General
de Ahorros de Canarias, Santa Cruz de
Tenerife, 1984, pp. 139-140.
(40) A.H.P.T., escribano Sixto González
Regalado, P.N., 3335, Índices, año 1859,
fol. 1747 vto., y año 1861, fol. 836 vto.
(41) Ibidem, año 1861, fol. 969.
(42) Juan del CASTILLO: El PUERTO de
la CRUZ entre la nostalgia y la ilusión.
Tenerife, 1986, p. 115.
(39) Archivo Municipal de Santa Cruz de
Tenerife, Censo de población año 1865, fol.
111. En la calle de San José nº 33 vivían
entonces D. Miguel Cámara, de La Laguna,
propietario, 56 años de edad, con su esposa
Dª María del Pilar Cruz, natural de la isla
de La Palma, 50 años de edad...
Idem, libro I, año 1875, fol. 139 vto.
Entonces moraban allí Menandro de Cámara
y Cruz, Ayudante de Obras Públicas, 37
años, su hermano Manuel, arquitecto
municipal, 27 años...
56
CATHARUM Revista de Ciencias y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias
Cuando se analiza su diseño de torre-fachada comparando con los ejemplos
existentes en la misma época, es decir finales del siglo XIX, se cae en la cuenta de
que el arquitecto respondió a los parámetros del eclecticismo, opción favorita en
aquellas décadas. Era un profesional que había superado el “clasicismo romántico”,
es decir heterodoxo, de una primera época de su carrera y se mostraba luego
abierto a la simbiosis de la libertad compositiva y la experiencia de los grandes
estilos del pasado, sobre todo en un caso como éste, una edificación adosada a
otra en la que no primaba el rigor de una teoría artística, sino la praxis de humildes
artífices: naves con arcos de medio punto, según pautas renacentistas continuadas
por el Barroco, y techumbres de técnica mudéjar habituales en Canarias.
Ello explica mejor la simbiosis de elementos que incorporó a su traza de la fachada
para la iglesia portuense. No extraña el comedimiento del arco de medio punto
utilizado para la puerta central, contraponiéndolo con el esbelto ángulo en el re-mate
del primer cuerpo de la torre; ritmo éste que se repite en el segundo, donde
los vanos de medio punto contrastan con los vértices agudos de las cornisas. El
contraste se hace simbiosis una vez más en lo referente a los materiales: la cantería
prima en el hastial propiamente dicho, mientras que los paramentos encalados
combinan con los elementos pétreos en el campanario. La articulación de esos
elementos permite al artífice obtener un efecto de fortaleza sólida en el nivel
inferior del templo y de ligereza clara en la parte superior, quedando unidos por
la presencia de la simbólica cruz, cuya simplicidad geométrica prevalece sobre el
barroquismo de las seudo-almenas en las esquinas. Aquí el eclecticismo desarrolla
un vocabulario no sujeto a cánones estilísticos de carácter inflexible.
Esa traza responde a la personalidad de su artífice. Era un hombre opuesto al
conservadurismo, abría su mente a las novedades que según su parecer podían
redundar en el avance de la sociedad45. Así lo mostró en calidad de miembro y
presidente del Gabinete Instructivo de Santa Cruz de Tenerife, institución que,
entre sus muchas actividades, en 1876 programó una conferencia suya acerca de
“La Arquitectura”, en marzo de 1888 otra de Enrique Funes sobre “Tendencias del
arte”, la cual fue seguida de amplio debate durante varias sesiones, en junio de
ese mismo año se acogió una reunión de accionistas de <<Hoteles y Sanatorium
de La Orotava46>>...No debe marginarse tampoco la espléndida biblioteca que
fue atesorando la entidad47, de modo que Manuel de Cámara estaba muy al
corriente de la cultura que se iba generando en su época y, más en concreto, con
la heterodoxia estilística de las Artes en el último tercio del siglo XIX.
Contratista. Condiciones económicas
Ahora bien, la figura primordial del arquitecto que realizó el proyecto no ha de
significar olvido del maestro de obras que lo hiciera realidad. La persona elegida
por los albaceas para tal empresa edificatoria fue Nicolás Álvarez y Olivera, “de
cincuenta y tres años, casado, carpintero y asimismo de esta vecindad <La Orotava>,
con cédula personal de undécima clase expedida con fecha de quince de Abril último
<1892> por la Agencia ejecutiva de dicha zona, bajo número veinte y uno”, según
señala el notario cuando se efectúa el pertinente contrato de los trabajos48.
Sin embargo en el censo electoral del año 1890 no figuraba con dicha edad: se
le apuntó con el número 7 en la “Sección primera” de La Orotava, haciéndose
constar que tenía 41 años y que vivía en la calle Ascanio nº 2, era ebanista, sabía
leer y escribir49. A menudo en los padrones vecinales hay erratas en los números,
debiéndose de haber cometido en esta ocasión una de ellas. Había nacido en el
Puerto de la Cruz, aunque tras su matrimonio con Dª Elvira Casanova Hernández
en septiembre de 1862 pasó a residir en La Orotava50.
Sus trabajos en el Valle de Taoro en calidad de maestro de obras le avalaban su-ficientemente.
En La Orotava, junto con el mampostero Nicolás Mora reparó en
Detalle de la puerta principal.
(43) Pedro TARQUIS RODRÍGUEZ:
“Diccionario de arquitectos, alarifes y
canteros que han trabajado en las Islas
Canarias (siglo XIX)”. Anuario de Estudios
Atlánticos, Patronato de la Casa de Colón,
Madrid - Las Palmas de Gran Canaria, nº
13 (1967), p. 517.
(44) A. DARIAS PRÍNCIPE, op. cit., p.
167.
(45) Sebastián PADRÓN ACOSTA: Retablo
canario del siglo XIX. Aula de Cultura
(Cabildo Insular) de Tenerife, 1968, capítulo
XIII `El escritor Manuel de Cámara´.
(46) Luis COLA BENÍTEZ: El Gabinete
Instructivo de Santa Cruz de Tenerife
(1869-1901). Ayuntamiento de Santa Cruz
de Tenerife, 2001, pp. 74, 79-80 y 111.
(47) Ibidem, pp. 100-2.
(48) A.H.P.T., P.N. 4360, doc. 104, fol.
627 vto.
(49) A. H.P.T., Diputación Provincial, Censo
electoral del año 1890, sign. 1500.
(50) Antonio LUQUE HERNÁNDEZ: La
Orotava, corazón de Tenerife. Ayuntamiento
de La Orotava, 1988, p. 477, nota 10.
Da amplia referencia de sus hijos, tam-bién
dedicados a la construcción, Diego
y Nicolás Álvarez Casanova, así como de
sus nietos.
57
CATHARUM Revista de Ciencias y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias
1880 la “gallera” que en la calle de San Francisco nº 4 poseía D. Ignacio Llarena;
ya en 1895 le fue aprobado por el Consistorio el proyecto para alzar en la calle
Marqués nº 25 una casa propiedad de D. Pedro Díaz Yanes51. Buena prueba de su
labor dejaría a principios del siglo XX, cuando se le encomienda por adjudicación
directa la decoración del Salón de Sesiones del Ayuntamiento52. En su población
natal y bajo la dirección técnica del antedicho arquitecto Manuel de Cámara in-tervendría
a partir de 1892 en la conclusión del Hotel Taoro53, tras determinarse
el finiquito del contratista Rafael Clavijo Armas54.
Así pues, todo propiciaba su elección para la nueva fachada del templo por-tuense.
Deseando ejecutar la fábrica con la mayor celeridad posible los nuevos
albaceas eligieron a Nicolás Álvarez Olivera, “quien se ha comprometido á tomarla
á su cargo con extricta sujeción á los citados planos, por la cantidad ó precio alzado
de treinta y seis mil seiscientas once pesetas noventa y tres céntimos, que comprende
absolutamente todos los gastos á que la misma obra dá lugar, sin excepción alguna, y
bajo las condiciones facultativas propuestas por el Arquitecto mencionado, excepto las
que figuran bajo los números treinta y cinco, treinta y seis y treinta y siete”, a sustituir
por otras de nuevas redacción.
La número treinta y cinco fijó el tiempo de conclusión de los trabajos en dos
años, a partir de la firma del contrato. En lo concerniente a la número treinta y
seis se indicó que la garantía sería de un año desde la entrega provisional de la
nueva edificación, durante cuya etapa serían de cuenta del contratista todas las
obras de conservación y reparación que fueran necesarias. En la treinta y siete se
explica que, llevado a cabo el proyecto arquitectónico, se verificaría la recepción
provisional de acuerdo a las normas establecidas para esos casos, de manera
que si correspondiera a lo estipulado se levantaría la correspondiente acta y
empezaría a contarse el citado plazo de garantía por un año. No obstante a esos
tres artículos de nueva redacción se añadió otro muy concreto, precisándose lo
siguiente: “el mortero que ha de emplearse en la obra, será en la proporción de un
tercio de cal y dos tercios de arena, circunstancia que se omitió en el aludido pliego
de condiciones55.”
El pago de la cantidad pecuniaria lo haría Dª Laura Cólogan, ”tenedora del importe
de lo realizado, hasta la fecha para este objeto, y encargada de percibir lo que aun queda
por realizar procedente de la misma testamentaría del Venerable Beneficiado Esquivel”.
El abono pertinente lo efectuaría de acuerdo a las fases de la fábrica:
<<Á la terminación de los cimientos de la torre, incluso excavaciones y obras de alba-ñilería,
hasta dejarlas á la superficie del piso” --- 2.330´52 pesetas
“Á la terminación del primer cuerpo de la torre” --- 6.744´58 “
“Á la del segundo” --- 8.934´38 “
“Á la del tercero” --- 9.372´29 “
“Á la del último cuerpo” --- 4.438´84 “
“Y á la de las reformas en la fachada de la Iglesia” --- 4.791´32 “ >>
Cantidades que ascenderían a la suma de 36.611 pesetas y 93 céntimos56.
La precisión de las cifras no bastaba para dar por concluidos los artículos del
contrato, pues se tuvo buen cuidado en prevenir incluso otras circunstancias, cual
la siguiente: “Como puede suceder que las excavaciones para dichos cimientos de la
torre tengan que ir á mayor ó menor profundidad que la calculada en el presupuesto,
se estará en este caso á lo que resulte de la cubicación de las mismas excavaciones y
(51) Carmen FRAGA GONZÁLEZ:
“Arquitectura doméstica en La Orotava
durante el siglo XIX”. Estudios Canarios,
Anuario del Instituto de Estudios Canarios,
La Laguna, 2004, vol. XLVII <2002>,
pp. 30 y 44.
(53) A.H.P.T., notario Vicente Martínez de
la Peña, P.N. 4361, año 1892, documento
nº 52. En el Puerto de la Cruz el gerente
de la Sociedad Taoro, Domingo Aguilera
Quesada, y Nicolás Álvarez Olivera firman
el documento correspondiente para efectuar
el arrendamiento de obras que se han de
llevar a cabo en el Gran Hotel.
(54) Ibidem , documento nº 62. El contra-tista
Rafael Clavijo Armas firma ante el
mismo notario un <<Acta pª hacer constar
cierta reclamación hecha á la Sociedad
denominada “Taoro”>>.
(56) Ibidem, fols. 630-631.
(55) Ibidem, fols. 629 vto. y 630.
(52) Mª Candelaria HERNÁNDEZ
RODRÍGUEZ: Los maestros de obras en
las Canarias Occidentales (1785-1940). Aula
de Cultura de Tenerife (Cabildo Insular),
1992, p. 266.
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obras de mampostería de los propios cimientos, para el pago de su importe, conforme
á los precios de unidades de obra del referido presupuesto, con deducción de la parte
proporcional correspondiente á dos mil quinientas pesetas de baja en el total presu-puesto
de las obras57”.
Antes de abonar las respectivas cantidades pecuniarias de las distintas fases del
contrato, cada una de las partes de la fábrica sería “reconocida por el Arquitecto que
designen los expresados Albaceas”, sólo entonces Nicolás Álvarez Olivera recibiría la
correspondiente paga; además, cuando cobrara la última, se le devolvería el de-pósito
del diez por ciento que dicho maestro de obras habría dejado previamente
como garantía de su firma del contrato. En caso de acabar su trabajo antes del
vencimiento de los dos años estipulados, no se le adelantaría el pago final, es decir
lo correspondiente a “la reforma de la fachada de la Iglesia58”.
La prevención de hechos inesperados llegaba hasta puntualizar que, si el contratista
fallecía antes de terminar las obras o no pudiera hacerlas por causas independien-tes
de su voluntad, los albaceas podían rescindir el contrato o proseguirlo con los
herederos de aquél, liquidándose entonces “lo que de él estuviese construido, al
efecto de satisfacer su importe, por los precios de unidades de obra del presupuesto con
la deducción de lo que corresponda á cada una de las mismas unidades, en la ya citada
baja de dos mil quinientas pesetas en el todo del presupuesto”. Esta última cláusula no
se haría efectiva, porque fue en 1907 que murió Nicolás Álvarez Olivera59, quien
pudo contemplar el trabajo ya concluido.
Las fotografías que conserva el Instituto de Estudios Hispánicos en el Puerto de la
Cruz permiten apreciar cómo se elevó el primer cuerpo de la torre manteniendo
detrás, a una cierta distancia, la fachada primitiva. Tal disposición de las obras era
lógica, ya que se podía mantener el culto y a la vez resguardar el interior del recinto
con su patrimonio artístico. Paulatinamente se fue desarrollando el proyecto, que
hizo factible alargar en corta medida el buque del templo.
Mientras se culminaba la torre, se ponía a punto todo el edificio. Tal afirmación
queda refrendada por la documentación parroquial, basta con acudir a la con-sulta
de las cuentas existentes en el nivariense Archivo Diocesano. Don Esteban
Rodríguez y García, entonces mayordomo de fábrica, firma en las del año 1897 el
pago de 3,75 pesetas “Por id. <gratificación> á los peones que limpiaron el polvo
de las paredes y columnas del templo60”, debiendo de haber motivado esa labor
las obras acometidas en 1896, tanto la reparación del cimborrio a cargo de los
peones Manuel Expósito y Pedro Regalado, el mampostero Gregorio Pérez y el
maestro carpintero Miguel López61, como el arreglo del tejado de la capilla mayor
por el albañil Santiago García Hernández y el peón José Encinoso62. Pero en las
de 1898 anotó el gasto de 84,64 pesetas “Por los jornales y materiales invertidos en
el enjalvegado exterior del templo, justificables nº 41”. La factura está fechada el 30
de abril de ese año, figuran los albañiles Santiago García y Miguel Lorenzo con
cinco días y medio de trabajo, José Martínez y Cristóbal Rodríguez con ocho días,
así como los materiales empleados para esa labor –cal ordinaria, cal fina y dos
paquetes de “negro humo63”.
Es lógico pensar que tras la construcción de la nueva fachada se decidiera remozar
todo el exterior del templo y que ello hubiera de ser costeado por la propia pa-rroquia,
instalándose entonces la reseñada placa marmórea con la fecha de 1898.
El resultado final se plasmó en una arquitectura, la iglesia de Nuestra Señora de
la Peña de Francia, con la cual hoy se identifica en gran medida la visión que del
Puerto de la Cruz tienen tanto sus habitantes como los visitantes que continuamente
acceden a su llamada turística. Para hacerla realidad se aliaron las voluntades de
legatario, albaceas, arquitecto, contratista, obreros..., todos en común la hicieron
posible.
(57) Ibidem, fol. 631.
(58) Ibidem, fol. 632 vto.
(59) A. LUQUE HERNÁNDEZ, op. cit., pp.
477-8, nota 10.
(60) ARCHIVO HISTÓRICO DIOCESANO
DE LA LAGUNA. Documentación de la
parroquia de Ntra. Sra. de la Peña de
Francia en el Puerto de la Cruz, sign. nº
35, Cuentas de Fábrica año 1897.
(61) Idem, sign. nº 35, Cuentas de fábrica
del año 1896, factura nº 48. El costo
ascendió a 79,35 pesetas, intervinieron
Manuel Expósito durante cinco días y
Pedro Regalado dos días, Gregorio Pérez
seis días, y Miguel López tres días.
(62) Idem, sign. nº 35, Cuentas de fábrica
del año 1896, factura nº 49. Durante día y
medio trabajaron el albañil Santiago García
Hernández y el peón José Encinoso.
(63) Idem, sign. nº 35, Cuentas de Fábrica
año 1898, factura nº 41
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Ahora bien, una vez concluida la obra
eclesiástica, el Ayuntamiento asumió
su papel de promotor urbano y afrontó
el embellecimiento del contorno, em-prendiendo
la tarea de renovar la plaza
de la Iglesia, que desde siglos antes
había sido testigo del acontecer diario.
Un primer proyecto fue elaborado en
1897 por el maestro de obras Antonio
Martín Núñez, pero sería desechado,
de manera que en 1900 se eligió el
firmado por Pedro González Perera,
detallando las obras a realizar y el
presupuesto, tal como ha publicado
el Dr. Galindo Brito64.
Se mantenía así la coordinación de la
arquitectura y el urbanismo: el templo
cual recinto sacro y la plaza cual espacio abierto estrechan el vínculo de unión entre
los moradores portuenses que acuden al templo como parroquianos y las oleadas
de visitantes que durante algo más de un siglo han visitado el Puerto de la Cruz.
(64) Antonio GALINDO BRITO: Crónicas por-tuenses
“La plaza de la Iglesia”. Periódico
La Opinión, Santa Cruz de Tenerife, 28 de
enero, 4 y 11 de febrero de 2000.
Plaza de la Iglesia.