CATHARUM Revista de Ciencias y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias
Españoles y americanos en la gue-rra
de la independencia mexica-na,
¿momento de saldar cuentas?
por Graciela Bernal Ruiz.
En las últimas décadas, la historiografía mexicana ha abordado de una manera
específica la problemática española durante los primeros años independientes luego
de que los trabajos pioneros en los sesenta y setenta de Romeo Flores Caballero1
y Harold Sims2 despertaran un mayor interés entre los investigadores. Si bien
tuvieron que pasar algunos años para que ese interés fuese manifestado de una
manera amplia, esto se produjo, sobre todo, a partir de las discusiones que se
suscitaron en torno a la definición del estado nacional mexicano. En este debate,
la idea de que España quería recuperar sus antiguas colonias fue una preocupación
constante de los políticos contemporáneos, y la convirtió en tema de diferencias
y pugnas entre las distintas facciones que deseaban hacerse con el poder.3
Era de esperar que en ese contexto la hostilidad hacia los españoles cobrara una
relevancia especial en la historiografía, teniendo como eje central la rivalidad entre
criollos y españoles y, por tanto, la existencia de un resentimiento hacia estos
últimos. Sabemos que ese resentimiento estuvo presente en prácticamente los
tres siglos de dominación española, pero se acrecentó y se manifestó con mayor
claridad a partir del último tercio del siglo XVIII con la política reformista de los
Borbones, y fue llevado a su máxima expresión durante la guerra insurgente y
en la primer década del México independiente con la expedición de leyes de
expulsión de españoles en 1827, 1829 y 1833.
Sin obviar los tres siglos de dominación española, consideramos que estos mo-mentos
concretos que señalamos requieren de un análisis profundo más allá de
las explicaciones enmarcadas en un contexto político –la línea predominante en
la historiografía sobre el tema-, pues ésta sólo nos explica una parte del proble-ma
dejando de lado a otros sectores de la sociedad que no participaban de las
discusiones políticas en los años mencionados. Asimismo, consideramos que es
necesario recurrir a otros elementos de análisis que maticen esos resentimientos
entre los distintos sectores de la sociedad.
En este artículo tenemos como objetivo analizar uno de los periodos de mayor
hostilidad hacia los españoles: las agresiones que sufrieron durante los primeros
años de la guerra insurgente, pues si bien esto es un hecho evidente, intentamos
matizar esas acciones y las razones que las justifican. Pretendemos reparar en
algunos elementos que consideramos importantes para entender esa hostilidad
y, de esta manera, marcar algunas pautas que nos brinden explicaciones más
amplias.
Los hechos
El inicio del movimiento insurgente está marcado en la noche del 15 de septiem-bre
de 1810 en el pueblo Dolores con el llamado que el cura Miguel Hidalgo
hizo a la población para levantarse en armas; a este episodio se asocia una frase
memorable que se ha difundido de manera amplia en la historiografía mexicana:
“¡Mueran los gachupines!”.4
(1) Romeo FLORES CABALLERO: La
contrarrevolución en la independencia.
Los españoles en la vida política social
y económica de México (1804-1838), El
Colegio de México, México, 1969.
(3) Esta temática también ha sido reflexio-nada
en foros académicos como el seminario
permanente “Relaciones México-España,
siglos XIX y XX”, iniciado en 2002, que
tiene su sede El Colegio de México; sus
primeros resultados se dieron a conocer
en el número 228 de la Revista de Indias;
dos de esos artículos se ocupan la expulsión
de españoles: Erika PANI: “De coyotes y
gallinas: Hispanidad, identidad nacional y
comunidad política durante la expulsión
de los españoles”, en Revista de Indias,
LXIII, no. 228, 2003, pp. 345-354 y Leticia
GAMBOA y Emilio MACEDA: “La expulsión
de los españoles en Puebla, y el perfil de
los exceptuados”, en Ibid, pp. 375-394.
Algunas tesis han abordado el tema: Graciela
BERNAL RUIZ: “La presencia española
ante la sociedad potosina, 1808-1828”,
[Tesis Maestría en Historia], El Colegio de
San Luis, San Luis Potosí, 2004, y Jesús
RUIZ DE GORDEJUELA URQUIJO: La
expulsión de los españoles de México y su
destino incierto, CSIC, Escuela de Estudios
Hispanoamericanos, Universidad de Sevilla,
Diputación de Sevilla, 2006. Por otra parte,
esta temática también ha sido abordada como
elemento explicativo o como resultado de
otros procesos: Peter GUARDINO: Peasants,
politics and formation of Mexicos’ national
state. Guerrero, 1800-1857, Stanford
University Press, Stanford, California,
1996, y Rosalina RÍOS ZÚÑIGA: Formar
ciudadanos. Sociedad civil y movilización
popular en Zacatecas, 1821-1853, Centro de
Estudios sobre la Universidad, Universidad
Nacional Autónoma de México, Plaza y
Valdés, México, 2005.
(2) Harold SIMS: La expulsión de los espa-ñoles
de México (1821-1828), Fondo de
Cultura Económica, México, 1974.
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Esta frase, atribuida a Hidalgo,5 de alguna manera engloba la guerra contra el
español opresor y explica los ataques que las tropas insurgentes y algunos otros
individuos que no se sumaron de manera activa a la guerra hicieron en su contra,
convirtiéndose por una u otra razón, en una de las principales banderas del movi-miento.
Sin embargo, el “mueran los gachupines” no surgió en estos momentos,
fue una consigna que también se expresó en otros momentos.
Quizá uno de los momentos que vale la pena traer a colación es el de 1767. Durante
este año tuvieron lugar varios levantamientos de poblados o barrios enteros en
Apatzingán, Uruapan y Pátzcuaro (cercanos a Valladolid), en la ciudad de Guanajuato
y sus inmediaciones (San Luis de la Paz y San Felipe), así como en la ciudad de
San Luis Potosí y varios poblados cercanos,6 en los que se agredió a españoles y
se pretendía acabar con ellos o desterrarlos de esos lugares. Los levantamientos
fueron sofocados en pocos meses, implantándose castigos ejemplares, pero sentaron
un precedente de la hostilidad hacia los peninsulares y dieron muestra de lo que
era capaz de hacer una población enardecida en un escenario que coincide con
el mapa de los primeros años de la guerra insurgente.
Fue precisamente en esos lugares, o en sus inmediaciones, en donde se reportan
las agresiones más cruentas contra los españoles al iniciar la guerra insurgente.
La primera fue tan sólo unos días después del llamado a las armas de Hidalgo, el
28 de septiembre, con lo que se conoce como la matanza de Granaditas, lugar en
donde se encontraban refugiados desde el 24 de septiembre los españoles que
habitaban en la ciudad y el Intendente Riaño.
A ese lugar tan emblemático, por ser el almacén de granos para el abasto de la
ciudad, el Intendente trasladó consigo blancos fácil del ataque insurgente: los
caudales reales, los archivos, su familia, una gran cantidad de víveres que eran
para el abasto de los habitantes de la ciudad y, junto con ellos, a las personas más
acaudaladas de Guanajuato. Decisión que, como era de esperarse, causó enorme
descontento en el resto de la población, que comentaba:
(…) los gachupines y señores […] querían defenderse solos y dejarlos
[a los habitantes de la ciudad] entregados a el enemigo, y aun los
víveres les quitaban para que perecieran de hambre.7
Por ello, una vez que el intendente negó la rendición que le pedía Miguel Hidalgo,
la batalla fue decidida casi de manera inmediata a favor de las tropas insurgentes,
pues lejos de encontrar una resistencia de la población, encontraron aliados con
quienes se dirigieron a la alhóndiga. Después de un enfrentamiento con tropas
que resguardaban el edificio, lograron entrar y acabar con la vida de muchos de
los que estaban dentro. Muchos, en efecto, eran españoles, pero también había
muchos criollos.8
Como era de esperarse, el conocimiento de estos hechos provocó un pánico
entre los españoles que intentaron trasladarse a zonas que consideraban seguras
para garantizar sus vidas y caudales, por ello fue común que buscaran lugares en
donde estuvieran acantonadas las tropas del gobierno que empezaron a formarse
para combatir a los insurgentes, aunque otros intentaron embarcarse fuera de
la Nueva España.
La actitud mostrada por la mayoría de ellos fue resumida por el coronel español
Félix María Calleja, que encabezó el mayor contingente militar contra la insur-gencia,
el mismo que logró capturar al cura Hidalgo y sus oficiales inmediatos.
Calleja se quejaba de que los españoles salieron huyendo y no ayudaron a sofocar
un movimiento que, en su concepto, era contra ellos; por el contrario, remarcaba
que las tropas comandadas por él se habían engrosado de criollos, mestizos e
indios de diferentes zonas de San Luis Potosí.9
(4) El término gachupín era usado de manera
despectiva para referirse a los españoles
establecidos en América, torpe, tonto por su
desconocimiento del ambiente americano.
Cachupin “español establecido en América
Latina; de Cachopín, español establecido en
América Latina, tonto zoquete, por su des-conocimiento
del ambiente latino americano.
Del español anticuado y asturiano cachopo
‘tronco, hueso de árbol de Cacho, vasija,
pedazo de vasija. Guido GÓMEZ DE SILVA:
Breve diccionario etimológico de la lengua
española, El Colegio de México, Fondo de
Cultura Económica, México, 1985.
(5) Si bien esta frase fue expresada durante
los años que duró la guerra, está más que
discutida su autoría a Miguel Hidalgo en la
noche del 15 de septiembre de 1810; esto
ha obedecido más a una explicación de la
historiografía nacionalista enmarcada en
la lucha por la independencia, en la que
el enemigo a vencer era el español como
símbolo de la opresión.
(6) Las causas de estos levantamientos
se centran, en términos generales, en un
problema con trabajadores mineros que
reclamaban algunos derechos, y desembocó
en agresiones contra algunos españoles. En
San Luis Potosí, por ejemplo, se intentó
acabar con la vida de muchos de ellos
que se habían resguardado en uno de los
conventos de la ciudad. Un estudio general
de estos levantamientos es el de Felipe
CASTRO: Nueva ley, nuevo rey. Reformas
Borbónicas y Rebelión popular en la Nueva
España, El Colegio de Michoacán, Instituto
de Investigaciones Históricas, Universidad
Nacional Autónoma de México, México,
1996.
(7) Este ejemplo lo hemos tomado del texto
de Marco Antonio LANDAVAZO: “El ase-sinato
de españoles durante la guerra de
independencia Mexicana”, presentado en
la sesión de febrero de 2007 del Seminario
permanente “Relaciones México-España,
siglos XIX y XX”, que se celebra en El
Colegio de México.
(8) Las cifras de muertos entre las perso-nas
que se encontraban refugiadas en la
alhóndiga oscilan entre 100 y 200, incluido
el intendente Riaño.
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El tiempo no alcanzó para que todos españoles se pusieran a salvo; después del
episodio de Guanajuato, ya fuese en sus lugares de residencia o en su intento por
huir para ponerse a salvo, muchos de ellos fueron capturados por los insurgentes
durante los meses siguientes, y en noviembre se repitieron los asesinatos en gran
escala, aunque ahora de manera más dirigida. Replegadas por su primer fracaso
militar, las tropas de Hidalgo se dirigieron a Valladolid y ahí, por órdenes expre-sas
del jefe insurgente, en dos días fueron ejecutados alrededor de 100 de esos
españoles que se encontraban presos.
En diciembre, en una acción parecida a la anterior, en Guadalajara (lugar al que se
habían dirigido las tropas) fueron ejecutados un gran número de españoles. Como
sucede en estos casos, las cifras no son exactas, Hidalgo aseguró que fueron 350,
y a partir de esa cifra, los jefes militares realistas y la historiografía de la época
las elevaron entre 600 y mil.
Más asesinatos de españoles tuvieron lugar en Guanajuato (nuevamente en la
alhóndiga), y en varios lugares que habían sido tomados por los insurgentes.
Además de atentar contra sus vidas, también se les agredía psicológicamente,
y una de las formas más generalizada fue la aparición de pasquines o el rumor
permanente durante toda la guerra que acrecentaba los temores.
Por ejemplo, en Zacatecas aparecieron pasquines del siguiente tono:
Santos padres, del acto de anoche hemos sacado la resolución de
acabar con todos los gachupines. Así lo juramos por el Señor de la
Parroquia. (Zacatecas, 1810)10
En San Luis Potosí:
Nobles americanos, sólo por Dios se da la vida, pero por los gachu-pines
no, no, no. Como no defendieron a los jesuitas coluna [sic] de
la virtud.11
Otros intentaban ser más indulgentes:
Criollos de San Luis, conviene prender todos los gachupines no os
opongais al cura de Dolores, Dios lo crio para castigo de estos tiranos.
Soldados de San Luis, es preciso desterrar de todo el reino a estos
ladrones disimulados. No les toquéis sus vidas porque sería cubrir de
oprobio vuestra nación, pero entregadlos al cura de Dolores si queréis
ser felices (septiembre de 1810)12
Los matices brinda nuevas explicaciones
Si bien, como se ha señalado, las agresiones contra los españoles son evidentes,
sobre todo los episodios de Valladolid y Guadalajara en donde se les asesinó de
manera dirigida, en otros episodios como el de Guanajuato (Granaditas), y a lo
largo de la guerra, se agredió física y psicológicamente a españoles y criollos.
La guerra no parecía ser, entonces, en contra de todos los españoles o sólo contra
ellos, sino contra quienes se oponían a la guerra para liberarse del yugo español. En
ocasiones, como fue el caso de Guanajuato, los ataques a peninsulares se confunden
entre las agresiones que sufrieron muchos criollos; en otras, los centros de ataque
fueron haciendas, cuyos dueños no siempre eran españoles. En los saqueos que
se realizaron en los poblados, los testimonios decían que se habían saqueado las
casas de los ricos, y entre estas se encontraban casas de criollos y españoles.
(9) J. E. HERNÁNDEZ y DÁVALOS: Historia
de la guerra de Independencia de México,
Instituto Nacional de Estudios Históricos de
la Revolución Mexicana, México. [Edición
facsimilar de 1877-1782], 1985. II: 354-
355.
(10) Rafael MONTEJANO y AGUÑAGA: San
Luis Potosí. La tierra y el hombre, Archivo
Histórico del Estado de San Luis Potosí,
Centro de Investigaciones Históricas de
San Luis Potosí, San Luis Potosí, 1995.
p. 100.
(11) Archivo General de la Nación, México [en
adelante AGNM], Operaciones de Guerra,
tomo 204, exp. 9.
(12) AGNM, Operaciones de Guerra, tomo
204, exp. 8.
Catedral de Guadalajara.
Alhóndiga de Granaditas, Guanajuato.
10
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Catedral San Luis Potosí.
Esto señala que muchas de esas acciones se debieron a los estragos mismos de los
movimientos armados; es decir, a la efervescencia del momento –es difícil hacer
un saqueo dirigido cuando se tiene un contingente deseoso de salir con un botín-;
también se debieron a las necesidades de víveres de subsistencia de los ejércitos
combatientes, al control sobre puntos estratégicos de movilidad, y a la idea de
tomar venganza en momentos en que reinaba la impunidad. Por lo cual, asegurar
que sólo los españoles fueron los enemigos a vencer para todos los sectores de la
población y que, en esa lógica, sólo ellos fueron agredidos, sería generalizar un
problema que cada vez cuenta con mayores interrogantes.
Nuestro planteamiento es que las consignas iban dirigidas contra aquellos que
participaban y abusaban de lo español, entendido como un conjunto de derechos
y prácticas cotidianas, que no siempre fue el español, entendido como el individuo
nacido en España, si bien en apariencia –y en principio- podían ser lo mismo. Esta
diferencia es indispensable para entender por qué algunos criollos también se
convirtieron en blanco de ataque cuando el discurso manejaba la guerra contra
el peninsular.
A partir de este supuesto, consideramos que durante la guerra insurgente los
reclamos iban dirigidos contra los individuos que gozaban de algunos derechos
y prácticas de las que estaban excluidos la mayoría; por eso, quienes se habían
sentido agraviados secundaron o aprovecharon el movimiento insurgente en la
medida que veían en ello posibilidades para tomar revancha u obtener aquello
de lo que se les había privado.
Pero, ¿qué era lo español? Un conjunto de símbolos, derechos y prácticas emanadas
de una forma de vida que pudieron percibirse y vivirse, al menos, en dos niveles.
Tal vez los elementos más fáciles de señalar sean los que resultaban de la relación
entre el criollo relegado de la vida política y el peninsular funcionario, influyente
y pudiente (los de la llamada elite), pues en la medida en que los criollo buscaban
espacios políticos, produjeron documentos que dan cuenta de que, al menos en
principio, su rivalidad era con el peninsular, no con lo español. Pero, por otro lado,
estaba la gente del común, entre quienes también se encontraban criollos; en
este nivel, los elementos en que se sustenta su percepción de lo español son más
complicados de localizar en tanto dejaron poca constancia documental, aunque
afloran, sobre todo, en protestas, reclamos o levantamientos. Pero vayamos por
partes.
Desde finales del siglo XVIII ciertos grupos de criollos propagaron una corriente
de pensamiento que reivindicaba el derecho de los americanos a ocupar cargos
políticos y a encabezar los gobiernos locales; esto fue su respuesta a las reformas
implementadas por los Borbones que los alejaba de la práctica política. A partir
de ello, se acrecentó o se manifestó de una manera más clara la rivalidad con
los españoles en el escenario político, pero no un rechazo a lo español –al menos
no en este momento-; postura que más adelante los llevaría a una aparente
contradicción cuando algunos de esos criollos o herederos de este pensamiento
desearan borrar el pasado colonial.13
Para ellos, lo español estaba fincado en una cultura, educación, manera de vestir,
la ocupación de algunos espacios.... Una forma de vida a la que sólo tenía acceso
una parte privilegiada de la población; y no era esto lo que querían cambiar, pues
participaban de ello, sino lo que se les estaba negando: la práctica política. Su
estrategia fue recurrir a derechos de nacimiento, argumento que les permitiría
acceder a espacios que requerían, o al menos eso pensaban. Sólo buscaban una
reforma y no una abierta confrontación con la monarquía, pues lo que deseaban
era formar parte de ese sistema político y gozar de los derechos políticos que
no tenían.
(13) Esa aparente contradicción se basa en
el supuesto de que quería eliminar todo
el pasado novohispano, cuando quienes
mantenían una postura antimonárquica
–y aún aquellos que buscarían la expulsión
de españoles- deseaban un nuevo sistema
de gobierno, pero conservaban parte de la
cultura hispana, mucho de lo cual, formaba
parte de lo español. Además, las posturas
se inclinaron hacia las posibilidades reales
que se les presentaban en cada momento.
Véase Edmundo O’GORMAN: La supervi-vencia
política novohispana. Monarquía o
república, Universidad Iberoamericana,
México, 1986, pp. 10-23.
Miguel Hidalgo.
11
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Por lo que toca a la gente del común, acaso recibieron por intermediación esa
corriente de pensamiento a través de sermones o algún tipo de discurso –que, por
otra parte, no parecían compartir en tanto no los incluía-; pero era de otra manera
como concebían lo español, era la otra cara de una forma de vida. Sujetos, como
lo estaban los demás grupos sociales, a una estructura de gobierno colonial, se
habían sumergido en la dinámica económica y social de ese sistema de gobierno
que los excluía de muchos privilegios; las cosas cambiarían cuando algunas prác-ticas
y abusos que no podían evadir llegaran a un límite.
Se trataba de una sociedad mestiza, racial y culturalmente, sus integrantes ha-bían
adoptado elementos hispanos, como la religión, las festividades, aspectos
culinarios, y prácticas14 que les permitían funcionar en esa dinámica y que, de
alguna manera, concebían como parte de su cultura. Sin embargo, había otros
elementos, derechos y prácticas hispanas de la que estaban excluidos y que, aso-ciados
a quienes se decían españoles –ya fuesen peninsulares o americanos- eran
vistos como un mundo aparte.
Pero ese mundo aparte no significaba una separación física, por el contrario, era
algo que los individuos podían ver de cerca y sufrir sus consecuencias. En este
sentido, al interrelacionarse en diferentes ámbitos (laborales, comerciales, socia-les,
etc.), debieron mostrar sentimientos de sumisión y obediencia, pero también
resentimientos y odios, claro está, con matices, en tanto sufrían los agravios
de una convivencia desigual, aun cuando esto fuese común a las sociedades de
Antiguo Régimen.
Este tipo de sociedad reservaba derechos y privilegios para los españoles, pues
aunque no todos los peninsulares gozaran de importantes posiciones económicas
y políticas, sí tenían la supremacía en aspectos sociales y, sobre todo, culturales. El
derecho a portar armas y caballo, el derecho o la posibilidad de usar determinado
tipo de ropa, la preferencia para ocupar ciertos espacios para vivir, etc., estilo de
vida de la que también participaban muchos criollos.
Por ello, aun cuando no todos los españoles eran dueños de establecimientos,
minas, haciendas o tuvieran cargos políticos y militares –muchos de estos eran
criollos- podían acceder a una forma de vida y participar de prácticas sociales y
culturales a las que no tenía acceso el resto de la sociedad, es en este sentido que
formaban parte de un grupo privilegiado y diferenciado del resto.
Los tumultos de 1767, en los que participó mayoritariamente una población india
y mestiza, nos indican que en ese entonces se luchaba contra una marginación, y
eso se muestra en las acciones que emprendieron los sublevados: la intención de
nombrar un rey indígena, hacer que las españolas fueran quienes sirvieran a las
indias, mandar matar a los españoles o desterrarlos del lugar...15 Los tumultos no
tuvieron implicaciones mayores para el gobierno novohispano, pero se implantaron
castigos que se recordarían al iniciar la guerra insurgente.
Durante la guerra, la población tuvo algunos momentos para dirigirse contra
quienes formaban parte de lo español a través de agresiones físicas y verbales,
pero también se atacó aquello que significara opresión, como los estancos, uno
de los blancos principales de las tropas insurgentes, que si bien no parecía ser
extraño en un movimiento armado en búsqueda de víveres y recursos, también
lo era que se estaba atacando símbolos de opresión en tanto se trataba de un
monopolio que afectaba a la población de manera directa.
Sin embargo, la situación de reclamo y los deseos de tomar venganza no podía
prevalecer entre los insurgentes durante todo el tiempo que duró la guerra,
también tenía que haber indulgencia.
(14) Tomamos aquí a De Certeau, para
quien a través de las prácticas (a las que
llama “maneras de hacer”) los usuarios
se reapropian del espacio organizado por
quienes diseñan y tratan de imponer una
cultura. Michel DE CERTEAU: La inven-ción
de lo cotidiano, 1. Artes de hacer,
Universidad Iberoamericana, México,
1986, p. XLIV.
(15) Este tipo de acciones se sucedieron en
San Luis Potosí. El desarrollo completo de
los acontecimientos, así como las peticiones
de los levantados pueden verse en Primo
Feliciano VELÁSQUEZ: Historia de San
Luis Potosí, Archivo Histórico del Estado
de San Luis Potosí, Academia Potosina
de Historia, San Luis Potosí, 1982, II:
499-523.
12
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Lealtad como medio de salvación
El discurso contra los españoles cambiaría pronto; dos años después de iniciado
el movimiento, y ya con la dirección de José María Morelos, se mostraba una
actitud indulgente hacia ellos; en una proclama dirigida a los criollos que luchaban
al lado de los españoles, se decía:
Ya hemos matado más de la mitad de los gachupines que había en el
reino. Pocos nos faltan que matar, pero en guerra justa, no matamos
criaturas inocentes, sino gachupines de inaudita malicia.16
A partir de estas proclamas, al mismo tiempo que se señalaba contra quién era
la lucha, el discurso insurgente daba una opción de rectificar el camino a través
de la lealtad.17 Con ello, los dirigentes del movimiento recurrían a una estrategia
para tratar de ganarse un mayor número de aliados. Sabían que el apoyo de
sectores bajos de la población, que era de quienes se engrosaban sus ejércitos,
no sería suficiente para ganar la guerra; también necesitaban tener el respaldo
de personas de otros estratos sociales, incluidos aquellos contra quienes lucha-ban,
pues ellos serían un elemento determinante para conseguir y consolidar los
cambios que buscaban.
Por su parte, quienes se sentían desprotegidos y vulnerables sabían que a través de
muestras de apoyo podían evitar enfrentamientos armados y ataques personales. De
esta manera, las muestras de lealtad fueron un factor clave para intentar mantener
una convivencia política en diferentes contextos pero, dadas las circunstancias, se
trataba de una lealtad condicionada y muchas veces efímera.
En la medida en que los agredidos entendían cómo debían comportarse en
cada momento y lugar de la lucha, ya fuese mostrándose partidarios de ella o
imparciales, podían encontrar la salvación, entendida como el perdón a los agra-vios
cometidos, y el respeto a sus vidas y personas. Pero está claro que quienes
optaron por ello, muchas veces lo hicieron de manera momentánea y como una
estrategia de seguridad; los acontecimientos propiciaban el “cambio de bando”
en la medida que se sentían amenazados por los insurgentes o protegidos por
tropas realistas.
Este tipo de comportamientos no fueron exclusivos de españoles y criollos en
contienda, también recurrieron a ellos individuos o poblaciones que no partici-paron
activamente en la guerra. Era difícil mostrarse partidario por una guerra
cuando se tenía un cuartel realista en sus inmediaciones, como también lo era
oponer resistencia a las incursiones insurgentes cuando se estaba desprotegido
militarmente. Los habitantes de las poblaciones aprendieron que si se declaraban
partidarios o combatientes de un grupo de manera abierta, podían ser castigados
por el grupo contrario si éste tomaba el control de la zona, por lo que muchas
veces actuaron con cautela. Si embargo, había algo inevitable: ambos bandos
necesitaban declarar indultos como una estrategia para ganarse aliados, así como
para sembrar las bases de una conciliación para terminar la guerra.18
La exigencia de lealtad fue utilizada para ganarse el apoyo del contrario, pero
también para descalificarlo; durante los primeros meses los dos bandos en contienda
se habían acusado mutuamente de falta de lealtad a la monarquía española y de
tramar la entrega del reino a Napoleón Bonaparte. En sus manifiestos, los insur-gentes
acusaron a los españoles de traidores e ingratos, pero algunos otros como
Mariano Jiménez trataban de impedir que se siguieran cometiendo agresiones
contra ellos, pues consideraba que había buenos y malos españoles, y pedía sacar
del reino sólo a estos últimos.
(16) José María Morelos, “A los criollos que
andan con las tropas de los gachupines”,
Cuautla, febrero de 1812, en LEMOINE,
La Revolución de Independencia, 1974,
pp. 61-63 y 85.
(17) Al referirnos a éste término, optamos
por apoyarnos, de manera inicial, en la
definición que en la época se le daba; la
lealtad es la “fidelidad con que se hace una
cosa conforme a las leyes de la razón y de la
justicia”. REAL ACADEMIA. Diccionario
de Autoridades. 3 vols. Madrid, GREDOS,
1964, II: 373. Es en esta última, en la jus-ticia,
en la que los dirigentes del movimiento
basaban su discurso de propaganda: al ser
ellos quienes buscaban la justicia (dar a cada
uno lo que le pertenece, resarcir agravios)
debían contar con el apoyo y lealtad de los
demás; por su parte, quienes tenían que
pagar por los agravios cometidos podían
ser perdonados si reconocían lo injustos que
habían sido, y no condenaban el movimiento
insurgente.
(18) Las autoridades virreinales, por ejemplo,
al mismo tiempo que decretaron castigos y
promovían recompensas a quienes denun-ciaran
insurgentes, declaraban el indulto a
quienes abandonaran sus filas y denunciaran
a los cabecillas. Fueron publicados bandos
que decretaban indulto el 4 y 9 de noviembre
de 1810 (el primero por el virrey de Nueva
España y el segundo por el comandante Félix
María Calleja), el 1 de abril de 1812, sólo
por mencionar algunos. Archivo Histórico
de San Luis Potosí (en adelante AHESLP),
Secretaría General de Gobierno (en adelante
SGG), Impresos, legajo 1810, exp. 11, “El
virrey a los habitantes de Nueva España”,
04.XI.1810; AHESLP, SGG, Impresos,
legajo 1812, exp. 5, “Bando que concede
el indulto general”, 01.IV.1812.
José María Morelos.
13
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Para Jiménez, los malos españoles eran, evidentemente, aquellos que se oponían
a la insurgencia, ellos eran los desleales; pero si tomaban partido por una patria
que los habían adoptado, se les perdonaban los males que, según diversas pro-clamas,
habían causado a la Nueva España. En esta etapa de la guerra se estaba
pidiendo la unidad entre españoles y americanos en un contexto en el que en
Cádiz se declaraba la igualdad entre españoles y americanos.19
Por su parte, los españoles difícilmente podían mostrar esa lealtad en tanto ob-servaban
los estragos del movimiento y se les pedía adherirse a un objetivo que
no compartían (que, además, parecía poco claro en los inicios del movimiento),
y menos aún cuando escuchaban las voces que se lanzaban contra ellos.
Lejos de esto, la situación debió generarles incertidumbre y miedo: la aparición de
pasquines, las proclamas de los insurgentes desde el inicio del movimiento contra
los peninsulares, y el grito de “mueras”, y su consecuente eco en las poblaciones
por dónde pasaban los insurgentes eran motivos suficientes para temer por la
vida. Y los acontecimientos de Guanajuato, Guadalajara, Valladolid y varios puntos
de San Luis Potosí lo confirmaban.
Esta indulgencia pone matices a ese odio, aparentemente generalizado hacia los
españoles, que tuvo su máxima expresión durante la primera etapa de la guerra,
pues les daba la oportunidad de reivindicarse y rectificar el camino, aún cuando
fuera a través de la presión y del escarmiento al matar a otros individuos.
Ante estas acciones, los españoles parecían tener tres opciones, unirse a las
tropas realistas, abandonar sus lugares de origen, o actuar en función de los
acontecimientos. En San Luis Potosí, por ejemplo, los insurgentes decían haber
perdonado a algunos peninsulares “por su conducta arreglada”. Algunos otros
intentaron crear guardias de seguridad en sus lugares de residencia; al norte de
la ciudad, españoles de la zona de Catorce dijeron en testimonio que tan pronto
como tuvieron noticias de la insurgencia se reunieron los europeos radicados en
ese Real para hacer rondas y evitar el levantamiento de la gente.20 Después, el
grupo conformado intentó reunir a españoles de los lugares vecinos: Venado,
Cedral y Matehuala para crear una tropa que hiciera frente a los insurgentes. Sin
embargo, mostraron su desilusión:
(…) de ver que los europeos de los citados lugares por donde tran-sitábamos,
sobrecogidos de un panico terror se habian retirado a la
Villa de Saltillo, en donde las tropas al mando del Sr. Coronel Cordero
ofrecían alguna seguridad.21
Algunos otros españoles que se unieron a las tropas realistas, lo hicieron para
salvar sus bienes y personas, por lo cual “fue imposible acordar las ideas de to-dos:
cada uno quería que la partida fuera primero por el lugar que habia tenido
su residencia o intereses”. Por ello Villarguide sólo logró reunir un grupo de 11
peninsulares de Real de Catorce y zonas aledañas que realmente se sumaron a
las tropas realistas.22
Por otro lado, no tenemos noticias documentadas de que españoles hubiesen
brindado apoyo a la causa insurgente –no durante los primeros años de la guerra-,
pero en momentos de pánico algunos de ellos prefirieron mantenerse imparciales
o dar visto bueno a los acontecimientos. En este sentido, las manifestaciones de
lealtad, tan importantes para la causa del movimiento, surgen totalmente débiles
y sin un convencimiento total, pues en ocasiones bastaba con expresarlo para
salvar vidas y bienes, ya fuesen españoles o criollos.
La actitud de los criollos fue en varios sentidos, muchos se sumaron a la insurgencia,
pero entre ellos también había temores a los estragos del movimiento, por lo que
(19) No olvidemos que estos acontecimientos
se estaban desarrollando a la par de los de
Cádiz, sucesos de los que se tenía noticia en
Nueva España, en América en general.
(20) Es probable que formaron parte del
grupo que apoyó a las autoridades del lugar
en octubre para evitar la propagación del
movimiento en el lugar; aunque este grupo
citado por Villarguide actuara de manera
independiente, según lo refiere.
(21) “Memoria curiosa de los sangrientos
sucesos acaecidos a D. Juan Villarguide
y sus compañeros, en poder de los insur-gentes”.
México, Imp. De Arizpe, 1812.
Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional
de México, Lafragua [LAF] 179.
(22) Los testimonios al respecto mencionan
algunos nombres: Juan Manuel Pico, Juan
Santos Villarguide, Francisco Argumosa,
Ángel Albino Gorta, Nicolás Oláez, Ambrosio
Pérez, Pedro Soberón, Manuel Abreu.
Véase “Relación de méritos del Lic. Antonio
Frontaura y Sesma”, en MONTEJANO y
AGUINAGA: Documentos para lahistoria
de la guerra de independencia de San Luis
Potosí, Academia Potosina de Historia, San
Luis Potosí, 1981, pp. 126-127.
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CATHARUM Revista de Ciencias y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias
algunos buscarían cambios políticos al margen de la insurgencia con la oportuni-dad
que les brindaba el camino legal de las Cortes, en las cuales creían tener una
opción real, por lo que prefirieron actuar de manera menos comprometedora y,
en la medida que se fortalecían, desafiaron el estado de cosas.
Los criollos de la elite que encabezaron la consumación de la independencia,
motivados por sus intereses políticos y económicos, harían suyo el discurso an-tiespañol
tan sólo unos años después de lograda la emancipación. Este discurso
estaría apoyado en la existencia de una rivalidad política de antaño y reforzada por
la nueva condición de extranjeros que adquirían los españoles que no aceptaban
la independencia, así como por el afán de muchos de ellos de querer mantener
su posición en el gobierno o buscar la reconquista.
Ese discurso también estaría sustentado en la existencia de un sentimiento de
hostilidad hacia los españoles latente entre la población, que como vimos, tuvo
su máxima expresión durante la guerra pero que venía de antaño. Por lo tanto,
tuvo éxito entre una población que buscaba en ello una nueva oportunidad de
tomar venganza y de intentar cambiar un estado de cosas.
CONCLUSIONES
La sombra de los hechos sangrientos que sufrieron los españoles durante los pri-meros
años de la insurgencia ha desviado la atención en las explicaciones que se
han dado sobre la hostilidad existente hacia ellos. Es innegable que las actitudes
contra los españoles fueron cruentas y la intención no ha sido minimizar estos
hechos, sino dar explicaciones a ciertos comportamientos y mostrar que este tipo
de actitudes presentan variables particulares a cada contexto social y espacial;
es decir, que además de obedecer a las circunstancias particulares de cada lugar,
también cambiaron con el tiempo.
Esto no implica que sean comportamientos contradictorios, sino hechos que se
presentan con diversos matices en situaciones de guerra o de pugnas políticas,
en donde luchan opresores y oprimidos que intentan defender una causa, y en
donde se defienden intereses políticos y económicos, máxime en sucesos como
la lucha por la independencia así como en un país recién creado que buscaba
consolidarse como tal, como fue el caso de México.
En los casos analizados creemos haber mostrado algunas particularidades tanto
temporales como espaciales, que más que agotar el tema pretende ampliar las líneas
explicativas. Los resentimientos hacia los españoles no empezaron ni terminaron
con el inicio y término de la guerra. Por un lado, las reformas implantadas en el
último cuarto del siglo XVIII ya habían avivado algunas pugnas políticas, por demás
existentes tiempo atrás, que han llevado a poner énfasis en acciones sociales como
los levantamientos de 1767 en donde hubo agresiones hacia españoles, pero que
requieren un análisis al margen de las rivalidades políticas.
Por otro lado, la reconciliación promovida por el pacto que llevo a la consumación
de independencia (Plan de Iguala), pronto fue rebasado por los intereses políticos
que protagonizaron los primeros años del México independiente, desembocando
en nuevas acciones contra los españoles: primero con varias disposiciones para
que dejaran de participar de la política, y después con tres leyes de expulsión
que tuvieron el apoyo de la población puesto que una parte de la justificación de
las mismas descansaba en borrar el pasado tiránico español, así como expulsar a
todos aquellos que se opusieran a la consolidación del nuevo país.
En esas leyes, sin embargo, nuevamente hubo matices y grandes diferencias entre
la ley y la práctica que, de igual manera, requieren un análisis más puntual.
El Zócalo en la 2ª mitad del siglo XVIII.
Plaza Mayor de la ciudad de México.
1847.