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El problema concerniente al Homenaje
a Cataluña de Orwell y, por extensión al
Tierra y Libertad de Loach no está tanto
en lo que dicen sino en su público y en
cómo se perciben. El libro de Orwell
es un interesante relato de un testigo
ocular partidista sobre un pequeño
fragmento de la Guerra Civil Española.
Si estuviera recopilando una lista de
los cien libros más importantes sobre
la guerra, probablemente lo incluiría.
Desafortunadamente, para miles de
personas, este será probablemente
el único libro sobre la Guerra Civil
Española que leerán –sus cifras de
ventas anuales muestran que gana
a cualquier otro libro que trata de la
guerra. Así que, no es cuestión de ata-car
a Orwell, aunque sus percepciones
son a menudo erróneas precisamente
porque son tan limitadas y localizadas.
Se trata de que el libro de Orwell
aisladamente da la impresión de que
los acontecimientos clave de la guerra
sucedieron en el frente de Aragón y
durante los días de mayo de 1937 y,
peor aún, la idea de que la República
Española fue derrotada a causa de la
política comunista. El libro de Orwell
facilita el que se olvide que la República
Española fue derrotada por Franco,
Hitler, Mussolini y la pusilanimidad y
la estrechez de mente de los gobiernos
británicos, americanos y franceses.
Stalin tiene mucho que ver, pero NO con la victoria de Franco.
En 1986 el Gobierno Español concedió la ciudadanía a los miembros supervivientes
de las Brigadas Internacionales que lucharon contra el fascismo durante la Guerra
Civil. Fue un gesto de gratitud bien recibido pero tardío y en cumplimiento de las
sentidas palabras pronunciadas por la dirigente comunista Dolores Ibarrurri, “La
Pasionaria” en el desfile de despedida de los Brigadistas, celebrada en Barcelona
el 29 de octubre de 1938. Su conmovedor discurso finalizó así: “Motivos políticos,
motivos de estado, lo bueno de esa misma causa por la que ustedes ofrecieron
su sangre con generosidad ilimitada, les envía a algunos de ustedes de regreso
a sus países y a algunos a un exilio forzoso. Pueden ir con orgullo. Sois historia.
Sois leyenda. Sois el ejemplo heroico de la solidaridad y universalidad de la
democracia... Nosotros no les olvidaremos; y cuando del árbol de olivo de la
paz broten sus hojas, entrelazadas con los laureles de la victoria de la República
Española, ¡vuelvan! Vuelvan a nosotros y aquí encontrarán una patria”. Se ha
tardado más de sesenta años, pero los españoles no son los únicos en retrasarse
en dar las gracias.
Loach & Orwell
por Paul Preston.
Ken Loach.
Pasionaria con milicianos.
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Los voluntarios que fueron, estaban entre los primeros en Europa en hacer algo
respecto a la amenaza fascista. Refugiados italianos, alemanes y austriacos vieron
en la Guerra Civil Española su primera oportunidad de luchar contra el fascismo.
Voluntarios franceses (el contingente más numeroso) británicos y norteamericanos
fueron a España preocupados por lo que significaría una derrota de la República
Española para el resto del mundo. Fueron los primeros en el campo de una guerra
que duraría hasta 1945. Estos “antifascistas prematuros” fueron vilipendiados a
su regreso a Gran Bretaña, tratados como “la escoria de la tierra” en los campos
de internamiento franceses o considerados como peligrosos y antiamericanos en
los Estados Unidos. A pesar de esto, los voluntarios supervivientes lucharon en la
Segunda Guerra Mundial –después de todo, la guerra antifascista era su guerra.
No están resentidos por la falta de reconocimiento universal por su contribución
a la derrota del fascismo. Están, sin embargo, indignados ante la creencia, alimen-tada
por el éxito de Tierra y libertad de Loach, de que la lucha de los brigadistas
y del pueblo español no fue una lucha contra el fascismo español y sus aliados
alemanes e italianos, sino más bien parte de una guerra civil intestina izquierdista
en el cual el enemigo central era el Partido Comunista.
A pesar de sus muchos méritos, el guión de Loach parece obviar dos factores
centrales de la Guerra Civil Española: en sus orígenes fue una guerra social espa-ñola,
y en su transcurso y resultado, fue un episodio dentro de una gran guerra
europea que finalizó en 1945. La llegada del setenta aniversario de la victoria
electoral del Frente Popular en España, el 19 de febrero de 1936, es un momento
apropiado para reflexionar acerca de dónde salió aquella alianza de izquierda y
los problemas españoles que afrontó y sobre su defensa heroica en contra de,
y posterior derrota a manos de, las fuerzas del fascismo internacional. Durante
el proceso, se verá que la maravillosa película de Loach sobre el destino de una
pequeña unidad militar trotskista luchando en el tranquilo y periférico frente de
Aragón no debería ser considerada por nadie como explicativo de gran cosa acerca
de la Guerra Civil Española. Un oficial alemán trajo a un grupo de voluntarios
catalanes desde el frente de Aragón para ayudar en la defensa de Madrid. Habían
sufrido muchas bajas y estaban totalmente desmoralizados. Se encontró con un
miembro alemán de las Brigadas Internacionales, Jan Kurzke, y le dijo: “Hemos
venido pensando que sería como en Aragón donde damos un tiro por aquí y otro
por allá. No he visto a un maldito fascista desde que llegamos y ya he perdido a
sesenta hombres de ochenta y cinco a causa del fuego de artillería.”(1)
Cuando se estableció la Segunda República en España el 14 de abril de 1931, la
gente abarrotó las calles de las ciudades españolas con una explosión de júbilo
anticipado. El nuevo régimen levantó esperanzas desmedidas entre los miembros más
humildes de la sociedad y fue visto como una amenaza por los más privilegiados,
los terratenientes, los industriales y los banqueros y sus defensores en las fuerzas
armadas y en la Iglesia. Por primera vez, el control del aparato del estado había
pasado de la oligarquía a la izquierda moderada. Esto consistía en representantes
de la sección más reformista de la clase obrera, los socialistas, y una mezcla de
republicanos pequeño burgueses, algunos de los cuales eran idealistas y muchos
de ellos cínicos. Juntos, tenían la esperanza, a pesar de considerables diferencias
en cuanto a los detalles más minuciosos, de usar el poder del estado para crear
una nueva España reduciendo la influencia reaccionaria de la Iglesia y del Ejercito,
fraccionando las grandes fincas o latifundios y concediendo las demandas auto-nómicas
de los regionalistas Vascos y Catalanes. Estas esperanzas, y el ambiente
de fiesta popular que había recibido la llegada de la República, pronto fueron
frenadas por la fuerza de las defensas del antiguo régimen.
El poder social y económico –propiedad de la tierra, los bancos y las industrias,
además de los principales periódicos y cadenas de radio– permanecían sin cambios.
Aquellos que ostentaban ese poder estaban unidos con la Iglesia y el Ejercito en
el empeño de prevenir cualquier ataque sobre la propiedad, religión o unidad
(1) Jan Kurzke & Kate Mangan, “ The Good
Comrade”, p.198 (inédito, Jan Kurzke
Papers, Archivos del Instituto Internacional
de Historia Social, Amsterdam).
Cartel de las Brigadas Internacionales.
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nacional. Su repertorio de defensa era rico y variado. La propaganda, a través de la
poderosa red de prensa de la derecha y desde el púlpito de cada iglesia parroquial,
denunciaba los esfuerzos de los lideres progresistas de la República en llevar a
cabo la reforma como trabajo subversivo de Moscú. Se fundaron nuevos partidos
políticos frondosamente subvencionados para montar una defensa legalista de los
intereses de los sectores más poderosos de la sociedad. Se urdieron conspiraciones
para derrocar al nuevo régimen. Oficiales del Gobierno y de los sindicatos que
buscaban ejecutar la tímida reforma agraria de la República fueron aterrorizados
por matones pagados por los grandes propietarios. Cierres patronales rurales y
en la industria eran la respuesta habitual a legislaciones dirigidas a proteger los
intereses de los trabajadores.
Tanto éxito tuvieron los obstáculos puestos a la reforma que, en 1933, la coalición
Republicana-Socialista empezó a resquebrajarse. Eso era en parte un reflejo de
las diferentes prioridades de sus componentes –los Republicanos estaban pre-ocupados
por encima de todo por la reforma institucional, la separación de la
Iglesia Española y el estado, refrenar al militarismo; los Socialistas estaban más
interesados en la legislación laboral y la reforma social. En un sistema electoral
que favorecía inmensamente a las coaliciones, la decisión de los Socialistas de ir
en solitario a las elecciones de noviembre de 1933 fue un trágico error. Le dio
el poder a una derecha empeñada en desmantelar las reformas sociales de la
República. Los empresarios y terratenientes celebraron la victoria recortando
salarios, despidiendo a obreros, echando a inquilinos y subiendo los alquileres.
Al partido más grande, el católico CEDA, no se le ofreció el poder porque el
Presidente Republicano –el conservador Niceto Alcalá Zamora– sospechaba que
su líder, José María Gil Robles, atesoraba ambiciones más o menos fascistas de
establecer un estado autoritario y corporativo. De ahí que gobernó el conservador
Partido Radical. Dependientes de los votos de la CEDA, los Radicales serían las
marionetas de Gil Robles. Se desmanteló la legislación social y, uno tras otro, los
principales sindicatos se iban debilitando al irse provocando y reventado huelgas
–incluyendo una dura represión sobre un paro a nivel nacional de agricultores
en el verano de 1934. Entre la Izquierda se creía extensamente que Gil Robles
estaba intentando destruir el sistema Republicano. Había un ambiente de gran
tensión. La Izquierda veía fascismo en cada acción de la Derecha; la Derecha olía
a revolución en cada movimiento de la Izquierda. Los Socialistas empezaron a
amenazar con un levantamiento revolucionario con la esperanza de impedir la
destrucción de la República. Gil Robles aprovechó la oportunidad para insistir en
que la CEDA se uniera al Gobierno el 6 de octubre de 1934, sabiendo que esto
provocaría una respuesta de la Izquierda. El sindicato Socialista, la Unión General
de Trabajadores, convocó una huelga general que, en la mayor parte del país fue
un fracaso principalmente por la rápida declaración de la ley marcial y el titubeo
de líderes Socialistas que no creían que su farol fuera secundado. En Barcelona,
un estado independiente de Cataluña “dentro de la República Federal de España”
tuvo corta vida. Sin embargo, en los valles mineros de Asturias, militantes de
base espontáneos empujaron a los lideres Socialistas a seguir con un movimiento
revolucionario organizado conjuntamente con la UGT, el sindicato anarquista CNT
y un poco más tardíamente, los Comunistas, unidos en la Alianza Obrera. Durante
tres semanas, una comuna revolucionaria resistió heroicamente a las fuerzas
represoras coordinadas por el General Franco hasta que finalmente los mineros
fueron reducidos a la rendición con fuertes ataques de artillería y bombardeos.
La salvaje represión que siguió a la derrota del alzamiento Asturiano iba a ser
el caldo de cultivo en el que naciera el Frente Popular –aunque sus ambiciones
serían de todo menos revolucionarias.
Fue la creación de dos hombres, Manuel Azaña, líder del Partido Republicano
de Izquierda e Indalecio Prieto, líder centrista del Partido Socialista. Ambos,
pragmáticos moderados, estaban empeñados en asegurar que las divisiones
que llevaron a la derrota electoral de 1933 no se repitieran. Azaña trabajó
Cartel del POUM.
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intensamente para reunificar a los diversos pequeños partidos Republicanos,
mientras que Prieto, desde el exilio en Bélgica, se concentró en contrarrestar el
extremismo revolucionario de la izquierda Socialista de Largo Caballero. Azaña
se dirigió a multitudes en varias reuniones al aire libre en Bilbao, Valencia y
Madrid, en la segunda mitad de 1935. El sólido entusiasmo por la unidad de la
izquierda mostrado por los cientos de miles que acudieron, ayudó a convencer a
Largo Caballero a abandonar su oposición a una renovación de la coalición elec-toral
Republicana-Socialista de 1931, la cual eventualmente fue conocida como
el Frente Popular. Al mismo tiempo, el pequeño Partido Comunista de España,
impulsado por la ansiedad de Moscú por un entendimiento con las democracias
en contra de las ambiciones agresivas del Tercer Reich, utilizó su influencia con
Largo Caballero a favor del Frente Popular. Ellos sabían que para darle el sabor
más proletario que él quería, Largo Caballero insistiría en su presencia. De esta
manera, los Comunistas encontraron un espacio en un frente electoral que, en
contra de lo que decía la propaganda derechista, no era en España, una creación
del Komintern aunque sí tomó el nombre de Frente Popular, acuñado en el VII
Congreso del Komintern en agosto de 1935. La izquierda y el centro cerraron filas
en base a un programa de amnistía para presos, de reformas básicas en lo social
y en la educación y libertades sindicales.
A finales de 1935, el Partido Radical se colapsó bajo un maremagno de acusaciones
de corrupción y presión de Gil Robles exigiendo políticas aún más derechistas. Se
convocaron elecciones para mediados de febrero de 1936. La derecha disfrutó
de enormes ventajas económicas al montar una campaña dirigida a asustar a
las clases medias. Las elecciones fueron presentadas como una batalla a vida o
muerte entre el bien y el mal, supervivencia y destrucción. El Frente Popular basó
su campaña en la amenaza del fascismo, los peligros que acechaban a la República
y en la necesidad de una amnistía para los prisioneros de octubre. Las elecciones
celebradas el 16 de febrero dieron una estrecha victoria a la izquierda en cuanto
a votos, pero un triunfo masivo en número de escaños para las Cortes.
El levantamiento de octubre de 1934 y la victoria del Frente Popular hizo añicos la
esperanza de la derecha de poder imponer un estado autoritario y corporativo sin
tener que luchar una guerra civil. Habiendo predicho que una victoria electoral de
la izquierda sería el preludio a los desastres sociales más espeluznantes, Gil Robles
no hizo nada por impedir que los miembros más jóvenes de la CEDA entraran
en la fascista Falange Española. Al mismo tiempo, él y otros dirigentes de la de-recha
exageraban la inestabilidad social, tanto en intervenciones parlamentarias
como en la prensa, para crear el clima que haría parecer a la clase media que un
levantamiento militar era la única alternativa a la catástrofe. Al mismo tiempo,
dos años de gobierno agresivo de derecha había dejado a las masas trabajado-ras,
especialmente en el campo, en un estado de ánimo decidido y vengativo.
Habiendo sido ya una vez bloqueada en sus ambiciones reformistas, la izquierda
estaba ahora empeñada, por lo menos a nivel local, a proceder con rapidez con
la significativa reforma agraria.
Sin embargo, el factor central en la primavera de 1936 era la fatal debilidad del
Gobierno del Frente Popular. Mientras que Prieto estaba convencido de que la
situación demandaba la colaboración Socialista en el Gobierno, Largo Caballero,
temeroso de un traspaso de militantes al sindicato anarquista CNT, insistía en que
los republicanos liberales gobernaran en solitario. Él creía verdaderamente que
los republicanos desarrollarían el programa electoral del Frente Popular y luego,
habiendo alcanzado sus limitaciones burguesas, dejarían paso a un gobierno total-mente
Socialista. Él confiaba en que, si sus reformas provocaban un levantamiento
fascista y / o militar, este sería derrocado por la acción revolucionaria de las masas.
De ahí que, usando su poder para impedir que Prieto formara gobierno, Largo
Caballero se aseguró de que no hubiera un verdadero Frente Popular. Un gabinete
de Republicanos simplemente no era representativo de la gran coalición electoral
Portada de Homenaje a Cataluña.
Brigadistas británicos.
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que había derrotado a la derecha en febrero. El que las aspiraciones populares
no se podían satisfacer con el Gobierno Republicano se demostró con una oleada
de requisamientos de terrenos en el sur. Incapaz de satisfacer la necesidad de
reformas de las masas y demasiado débil para detener los preparativos de un
levantamiento militar, el Gobierno contemplaba cómo la Falange orquestaba una
estrategia de tensión, su terrorismo provocando represalias en la izquierda y una
sensación de desmoronamiento de la ley y del orden.
El levantamiento tuvo lugar el atardecer del 17 de julio en la colonia española de
Marruecos y en la Península misma la mañana del 18 de julio. Los conspiradores
estaban confiados en que todo acabaría en un par de días. Si sólo hubiesen tenido
que vérselas con el Gobierno Republicano, quizás sus predicciones se hubieran
cumplido. De hecho, España estaba dividida según los resultados electorales de
febrero –el golpe tuvo éxito en las pequeñas zonas católicas que votaban a la
CEDA. Sin embargo, en los cotos de izquierda de las zonas industriales y de las
grandes fincas del sur profundo, el levantamiento fue derrotado por la acción
espontánea de las organizaciones de los trabajadores. En cuestión de días, el
país estaba dividido en dos zonas de guerra y se daban todas las condiciones
para suponer que la República podría aplastar al levantamiento. Mientras que
el poder en las calles estaba con los obreros y sus organizaciones de milicianos,
todavía existía un Gobierno Republicano burgués que tenía legitimidad en el
terreno internacional, control de las reservas de oro y de moneda de curso legal
de la nación y virtualmente de toda la capacidad industrial de España. No había
mucho de donde escoger entre las fuerzas armadas de cada bando. La prepara-ción
de la que carecían las milicias de las clases obreras la compensaban con un
entusiasmo que no podía compararse con el de los reclutas del ejército rebelde.
Esa situación quedo ejemplarizada en la marina, donde los marineros de izquierda
se amotinaron contra sus oficiales de derecha.
Habría, sin embargo, dos grandes diferencias que eventualmente serían determi-nantes
entre los dos bandos –el feroz Ejercito Africano y la ayuda de los poderes
fascistas. En un principio, el ejercito colonial bajo el mando de Franco fue bloqueado
en Marruecos por la flota. Sin embargo, mientras que el Gobierno Republicano
en Madrid sólo se encontró con titubeos por parte de su gobierno hermano del
Frente Popular en París y una hostilidad encubierta de Londres, Franco pudo
rápidamente convencer a los representantes locales de la Alemania nazi y de la
Italia fascista que debían apoyarle a él. A finales de julio, llegaban aviones de
transporte Junkers 52 y Savoia-Marchetti para permitir el traslado aéreo a través
del estrecho de Gibraltar de la sanguinaria Legión Extranjera. A esa crucial ayuda
temprana, le siguió un flujo regular de asistencia de alta tecnología. En contraste
con este equipamiento de vanguardia procedente de Italia y Alemania, junto con
técnicos, repuestos y los manuales de taller adecuados, la República, rechazada
por las democracias, tuvo que conformarse con el equipamiento caro y obsoleto
procedente de traficantes de armas privados.
La reacción inicial de la Unión Soviética había sido de profunda vergüenza.
El Kremlin no quería que los acontecimientos en España socavaran sus planes
minuciosamente preparados para una alianza con Francia. Sin embargo, para
mediados de agosto, era aparente que ocurriría un desastre aún mayor si caía la
República Española. Eso alteraría severamente el equilibrio del poder Europeo,
dejando a Francia con tres estados fascistas en sus fronteras. Eventualmente, se
decidió enviar ayuda a regañadientes. Los tanques y aviones que llegaron en
otoño eran, junto a la llegada de las Brigadas Internacionales, para salvar Madrid
en noviembre de 1936. Sin embargo, también serían utilizados para justificar la
intervención de Hitler y Mussolini. La motivación de ambos era principalmente
socavar la hegemonía Anglo-Francesa en las relaciones internacionales, pero es-taban
seguros de encontrar a un interlocutor amable en Londres cuando decían
estar combatiendo al bolchevismo.
Cartel Homenaje a las Brigadas
Internacinales.
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En consecuencia, la República Española estaba luchando no sólo contra Franco
y sus ejércitos sino también, si cabe más, contra el poder militar y económico de
Hitler y Mussolini. Asediada desde fuera, la República también tenía tremendos
problemas internos desconocidos en la zona brutalmente militarizada de Franco.
La descomposición del estado burgués en los primeros días de la guerra vio la
rápida aparición de los órganos revolucionarios del poder paralelo. Tuvo lugar una
colectivización popular masiva en la agricultura y en la industria. Estimulante para
participantes y observadores como George Orwell y Franz Borkenau, los grandes
experimentos colectivistas del otoño de 1936 contribuyeron poco a la creación de
una máquina de guerra. Eso yacería en el corazón de la guerra civil sin declarar
que arrasaría la zona republicana hasta mediados de 1937. Dirigentes socialistas
como Prieto y Juan Negrín estaban convencidos de que un estado convencional,
con control central sobre la economía y los instrumentos institucionales de mo-vilización
de masas, era esencial si iba a haber un esfuerzo de guerra eficaz. Los
Comunistas y los consejeros Soviéticos estaban de acuerdo –esto no sólo era de
sentido común sino que la minimización de las actividades revolucionarias de los
trotskistas y anarquistas era necesaria para reasegurar las democracias burguesas
con quienes la Unión Soviética buscaba entendimientos. En lo sucesivo, habría una
lucha por establecer un gobierno del Frente Popular que colmara las expectativas
de los arquitectos de la coalición electoral del Frente Popular de febrero de 1936.
Eventualmente, se estableció bajo el mandato de Negrín a partir de mayo de 1937.
A pesar de haber aplastado a la revolución, de haber incorporado las milicias
obreras a las fuerzas regulares y de haber desmantelado a los colectivos, aún no
logró la victoria –no porque las políticas fueran erróneas sino por la solidez de
las fuerzas internacionales desplegadas en contra de la República.
En este contexto, la película de Ken Loach, Tierra y Libertad, tiene que ser vista como
una explicación marginal si no perversa de la Guerra Civil española en la década
de los 90. Su principal valor está en su conexión con la Gran Bretaña contempo-ránea
y los temas de sus otras películas mediante el mecanismo cinematográfico
que enmarca su acción española. La escena inicial de la película –la muerte de un
anciano de izquierdas de Liverpool, David Carr, en un piso cochambroso en lo alto
de un edificio azotado por el viento– y el emotivo final en su entierro, enmarcan la
acción central en la que su nieta ensambla la historia de su pasado heroico durante
la Guerra Civil Española en una unidad miliciana multinacional del casi trotskista
Partido Obrero de Unificación Marxista. El mensaje de esa parte de la película
por lo menos es claro: el heroísmo desinteresado de este hombre ha llegado a su
fin entre la desesperanza de la Gran Bretaña post-Thatcheriana.
Por lo demás, el propósito de la película es, según varias entrevistas concedidas
por Loach, recobrar para una público joven algo de la pureza emocional de la
“última gran causa”. Es un objetivo loable y conseguido en parte en ciertos mo-mentos
cargados de emoción –las tres escenas de funerales acompañados cada
uno por los cánticos de los himnos de la izquierda, como La Internacional o el
anarcosindicalista A las barricadas o el apasionado (y magistralmente realizado)
debate en un pueblo recién liberado en el frente de Aragón donde los aldeanos y
la milicia discuten de las bondades y maldades de la colectivización. Hay también
escenas de eficacia didáctica en las que algunos de los grandes temas de la Guerra
Civil Española se exponen con naturalidad y en toda su complejidad. Durante el
debate obligatorio sobre colectivización, por ejemplo, Lawrence, un comunista
americano del grupo, expone la línea del partido, consistente en que la victoria
militar debe ser previa a la colectivización, y será refutado por un refugiado ale-mán,
quien atribuye el ascenso de Hitler al abandono cauto y defensivo de los
objetivos revolucionarios del KPD y del SPD.
En otras partes, sin embargo, se ha infringido la línea divisoria entre licencia
cinematográfica y distorsión. Es fácil ver por qué los Brigadistas Internacionales
que se enfrentaban diariamente a la muerte en el frente de Madrid se sienten
Cartel de Tierra y Libertad.
Fotogramas de la película.
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despreciados por la autoindulgencia
política y personal de los atractivos
chicos y chicas de la unidad del POUM
en el frente menor de Aragón. En última
instancia, el problema está en que la
posición de Loach es casi idéntica a
la de George Orwell. El Homenaje a
Cataluña de Orwell es un libro bri-llante
y dolorosamente honesto pero,
contrario a la imagen popular de su
autor, no es un libro “de verdad”. Es
decir, no es verdad si se toma, como
lo es por la mayoría de lectores, como
una visión general de la Guerra Civil
Española, cuando en realidad, es un
relato limitado y partidista de un
acontecimiento relativamente marginal
dentro de la guerra.
Uno de los más grandes correspon-sales
de la Guerra Civil Española, Jay
Allen, resumió esto en una carta a otro
corresponsal, Louis Fischer. Ambos
habían trabajado incansablemente por
la causa republicana. “Cojo Encounter
y debo decir que me canso un poco
de que presenten a Orwell de alguna
manera en casi cada número como uno
de los gigantes del siglo. Después de
todo, lo que tenía y dio fue una visión por el ojo de la cerradura de un pequeño
sector. Yo estaba interesado en una de sus cartas a Cyril Connolly sobre el libro
de Jellinek, diciendo que era el típico rollo del PCE, pero terminaba diciendo que
Jellinek era de primera categoría. También la carta congratulándose de no haber
estado en Madrid.”(2)
Así pues, tanto en el libro de Orwell como en la película de Loach, mucho menos
inocentemente que la historiografía de la Guerra Civil Española patrocinada por
el Congreso para la Libertad Cultural, con fondos de la CIA, se permite que un
episodio menor eclipse a los acontecimientos más amplios de la guerra. Con la
República Española abandonada por los Poderes Occidentales y combatida por
Franco, Hitler y Mussolini, sólo la Unión Soviética acudió en su auxilio. Por su-puesto,
Stalin no lo hizo ni por idealismo ni sentimiento alguno. Más bien fue que,
amenazado por la Alemania expansionista, él esperaba como sus predecesores
zaristas limitar la amenaza buscando una alianza circundante con Francia. Temía
certeramente que, si Franco ganaba la guerra con la ayuda de Hitler, Francia se
desmoronaría. En consecuencia, se propuso dar suficiente ayuda a la República para
mantenerla viva mientras que se aseguraba que a los elementos revolucionarios
de la izquierda no se les permitiera provocar a los conservadores que tomaban
las decisiones en Londres de apoyar al Eje en una cruzada anti-bolchevique. Es
vergonzoso que el ímpetu revolucionario de la gente española, la mejor cualidad de
la República, hubiera sido desaprovechado, o que los sinceros revolucionarios del
POUM fueran calumniados como agentes nazis y reprimidos de forma sangrienta
por los agentes de la NKVD. Desde luego que es verdad, como argumentaba el
francés de Loach, que la búsqueda de la respetabilidad no hizo nada por alterar
el desprecio que se sentía en Whitehall hacia la República Española.
Sin embargo, Ken Loach simplifica enormemente la suposición subyacente de la
segunda parte de su película de que fue la represión estalinista la que llevó a la
(2) Allen a Fischer, 9 de julio 1962,
(Documentos de Jay Allen, amablemente
cedidos por el Reverendo J.C. Michael
Allen).
George Orwel.
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victoria de Franco. Hitler Mussolini, Franco y Chamberlain fueron responsables
de esa victoria, no Stalin. Como escribía el mismo Orwell en su ensayo de 1943
Looking back on the Spanish War “el resultado de la guerra española se decidió
en Londres, París, Roma y Berlín –desde luego que en España, no.” Es difícil
imaginar cómo una España revolucionaria podía haber tenido éxito sin el apoyo
de las armas rusas. De hecho, sin las armas rusas y las Brigadas Internacionales,
Madrid probablemente habría caído en noviembre de 1936 y Franco hubiese
alcanzado la victoria antes de que los anarquistas y los trotskistas de Barcelona
fuesen una realidad.
Hay tantas cosas maravillosas en Tierra y Libertad que parecería grosero quejarse
de que suficientes partes de ella son históricamente inexactas como para tras-pasar
los límites de la licencia cinematográfica. En una entrevista reciente, Loach
comentó que le había inspirado a hacer la película el hecho que la Guerra Civil
Española aún permanecía viva en la memoria popular como una lucha antifascista
inspiradora. Al igual que Orwell antes que él, Loach ha producido algo que quizás
permanezca en la memoria más como un tratado anti-estalinista, que una cele-bración
de aquellos hombres y mujeres españoles y extranjeros, quienes dieron
su vida luchando contra Franco y sus aliados del Eje.