Cuadernos del Ateneo 87
DDEL POETA LEGENDARIO PEDRO GARFIAS,
DE SU AMIGO VIRGILIO FERNÁNDEZ DEL
REAL Y DE LOS ORÍGENES DEL FESTIVAL
INTERNACIONAL CERVANTINO
HUMANIDADES
José Mendívil Macías V.
Virgilio Fernández del Real
nació en Larache, Marrue-cos,
el 26 de diciembre de
1918, porque sus padres, que vivían en
Sevilla, pasaban los inviernos en este
lugar con mejor clima, donde además
vivía su tía. A los 6 años su padre, que
vendía productos farmacéuticos, se fue
a vivir a Cabra, donde Virgilio creció.
En esta ciudad, de unos 25.000 habi-tantes,
estuvo en el Colegio Aguilar y
Eslava, donde unos años antes había es-tudiado
el futuro poeta Pedro Garfi as,
que en 1917, a los 17 años, había escri-to
en colaboración una pequeña obra
de teatro para recabar fondos, con el
fi n de hacerle un homenaje al escritor
egabrense Juan Valera. Virgilio alternó
sus estudios de bachillerato con los de
practicante de medicina, al término de
los cuales se trasladó a Madrid con su
familia, con la fi nalidad de estudiar en
la Facultad de Medicina. Estaba en eso
cuando comenzó la guerra civil. El pa-dre
de Virgilio era masón y trabajaba
para el gobierno republicano, Virgilio y
su hermano Carlos pronto se compro-metieron
políticamente y repartían por
las calles de Madrid el periódico de las
juventudes comunistas. Los hermanos
decidieron marchar a la guerra prácti-camente
desde el comienzo. Cuando
Francisco Franco se levanta en armas
contra la República el 18 de julio de
1936, Carlos y Virgilio se alistan en el
frente de Somosierra desde el 22 de ju-
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lio. Virgilio, como practicante que era,
trabajó en el sector médico junto a las
Brigadas internacionales, donde acabó
alcanzando el grado de Teniente a pesar
de su juventud. Allí pudo conocer a al-gunos
actores de cine que había visto en
pantalla, a colores, y a escritores como
Ernest Hemingway, en “La moraleja”.
Estuvo en los frentes de Somosierra,
Madrid y Chinchón. De allí pasó a
Guadalajara y Aragón, a Lleida y al di-fícil
cruce del Ebro, y fi nalmente a Bar-celona.
En un periodo de descanso por
Levante reconoció, al subirse a un tren,
a su amigo de Cabra José Cobos Pana-dero,
del Estado Mayor, el hombre que
luego le presentaría en México a Pedro
Garfi as el poeta, y a quien volvería a en-contrar
en el campo de concentración
francés en las playas provenzales.
Virgilio, cuando la guerra se consi-deró
perdida, acabó huyendo a Fran-cia,
con miles de sus compatriotas. El
recuerda que al entrar a los pueblos y
ciudades la gente les aplaudía, pero que
el gobierno francés, a pesar de ser “so-cialista”
no pareció recibirlos con tanto
entusiasmo, puesto que también vio
cómo bajaban de los camiones a golpes
a los refugiados para ingresarlos en los
campos de concentración. En México,
adonde llegó después de pasar por Nue-va
York y La Habana sintió lo contrario,
que el gobierno los recibía muy bien,
pero la po-blación
no
t a n t o.
En las
c a r -
pas de teatro vodevil y en algunos pe-riódicos
no se hablaba del todo bien
de los llamados “refugiados”, que eran
muchos miles. Al principio había come-dores
gratuitos para ellos, fi nanciados
también por organizaciones de refugia-dos.
Con el tiempo Virgilio sintió mu-cho
apoyo de la población, en cuanto se
aminoraron los prejuicios y aumentó la
convivencia. Con los años se sintió tan
mexicano como cualquiera, sin dejar de
ser español ni de añorar el terruño.
Virgilio llegó a México en 1939, a
los 21 años, con su madre y dos her-manos.
Cuenta que los españoles recién
llegados vivían en cuartos baratos y ho-teles
de mala muerte en la ciudad de
México, estaban esperanzados en volver
pronto a España, de modo que vivían
con la maleta hecha, de allí tomaban su
ropa y allí la volvían a guardar, con una
actitud de total provisionalidad. Cuan-do
terminó la guerra en Europa, creían
que Franco tendría que dejar el poder,
puesto que era enemigo de los aliados,
pero no fue así, y esto causó una gran
decepción.
Los refugiados se ayudaban unos a
otros en lo que podían, y Virgilio, que
llegó sin dinero, empezó a trabajar en
distintos lugares, hasta que se estabilizó
vendiendo productos farmacéuticos de
una compañía de españoles. Vivía en
un pequeño departamento con la fami-lia,
hasta que conoció a Gene Byron, de
origen canadiense y ciudadana norte-americana.
Gene era actriz, locutora de
radionovelas en Nueva York y pintora,
y vino a México a conocer a grabadores,
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pintores y muralistas, entusiasmada con el boom artístico de aquellos años. Gene y
Virgilio comenzaron a vivir juntos en la ciudad de México y a viajar por el sur del
país, donde Virgilio distribuía sus productos por esos lugares tropicales y de cultura
indígena que Gene prefería dibujar y pintar. En estos años, gracias a José Cobos,
quien vivía en un edifi cio de tres pisos lleno de refugiados, Virgilio conoció a Pedro
Garfi as y se hizo buen amigo de este poeta bohemio, itinerante y desarraigado, que
sin embargo obtenía el apoyo de sus compatriotas y de algunos políticos infl uyentes.
Virgilio conoció también gracias a José Cobos al escritor Juan Rejano, gran amigo de
Pedro, y al poeta León Felipe, que asistía al consultorio de Urología en donde traba-jaba.
Cuenta Virgilio que cuando Pedro vivía en el “Hotel Inglaterra” de la ciudad de
Tampico con su esposa Margarita, lleno de deudas, Virgilio y otros amigos del poeta
buscaban a los “gachupines” del centro de la ciudad para venderles sus libros de
poesía. Mientras los comerciantes españoles les daban algún dinero por sus poemas,
Humanidades
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sin interesarse apenas en leerlos, Pedro Garfi as, al recibir el dinero les
agradecía, y al mismo tiempo ordenaba –cuenta Virgilio– copas gratis
para todos. Pero el talento y la personalidad del poeta andaluz trasterra-do
le permitió sobrevivir, además de la generosidad de los amigos y la
admiración de muchos que escuchaban sus poemas de viva voz.
El poeta Pedro Garfi as (1901-1967), uno de los poetas más caracte-rísticos
y legendarios del exilio, aunque olvidado en España por muchos
años, perteneció a la generación ultraísta, al lado de Cansinos-Asséns,
Gerardo Diego y Jorge Luis Borges, habiendo participado en la revista
vanguardista y estridente Ultra, aunque no tardó en separarse de este
grupo y fundar luego la revista Horizonte en 1922, donde publicaron
García Lorca, Machado y Alberti. Sin embargo, su poesía acabó sien-do
más serena, cálida, concisa y sencilla, poesía para el pueblo y para
la batalla cuando fue Comisario del Batallón Villafranca, en el Frente
Sur, donde escribió su Héroes del Sur (poesías de la guerra)1. Pedro acos-tumbraba
recitar sus poemas en las líneas del frente de guerra y en las
estaciones de radio.
Cuarenta años después, Angel Sánchez Pascual2 cuenta cómo en
Pozoblanco, Córdoba, muchos recitaban de memoria sus poemas, sin
saber que eran de su autoría: “Pozoblanco, Pozoblanco / tú nunca serás
de Queipo / Te defi enden los soldados / del ejército del pueblo”. Por
sus Poesías de la guerra le concederán el Premio Nacional de Literatura
en 1938.
Cuando Pedro llegó a México en 1939 a bordo del Sinaia, junto con
otros 1.800 refugiados, en agradecimiento al pueblo y al gobierno de
Lázaro Cárdenas escribió, para representar a los tripulantes en su llega-da,
su emotivo y famoso poema “Entre España y México”.
Qué hilo tan fi no, qué delgado junco
–de acero fi el– nos une y nos separa
con España presente en el recuerdo,
con México presente en la esperanza.
Repite el mar sus cóncavos azules,
repite el cielo sus tranquilas aguas
y entre el cielo y el mar ensayan vuelos
de análoga ambición, nuestras miradas.
España que perdimos, no nos pierdas;
guárdanos en tu frente derrumbada,
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Cuadernos del Ateneo 91
conserva a tu costado el hueco vivo
de nuestra ausencia amarga
que un día volveremos, más veloces,
sobre la densa y poderosa espalda
de este mar, con los brazos ondeantes
y el latido del mar en la garganta.
Y tú, México libre, pueblo abierto
al ágil viento y a la luz del alba,
indios de clara estirpe, campesinos
con tierras, con simientes y con máquinas;
proletarios gigantes de anchas manos
que forjan el destino de la Patria;
pueblo libre de México:
como otro tiempo por la mar salada
te va un río español de sangre roja,
de generosa sangre desbordada.
Pero eres tú quien nos conquistas,
y para siempre, ¡oh vieja y nueva España!
Merece la pena señalar que para el poeta Juan Rejano, acompañante
en la travesía del Sinaia, este poema se convertiría en el “evangelio del
nuevo migrante español”, pues representaba una España temporalmen-te
perdida y un México que restañaba las heridas, “un destino histórico
que cumplir, el que nosotros encarnábamos, el que había brotado de
nuestras propias desventuras: devolver con creces a esta tierra lo mucho
que ella nos daba y nos ofrecía, hacer desaparecer con nuestra conducta
las sombras que aún pudieran sobrevivir del pasado. No se ha escrito
otra página mejor desde nuestra llegada a América. Ni se ha concebido
otra política más cuerda. Política que, por los cauces sensibles de la
poesía, llega a lo más noble y justo del pensamiento. Con esos versos ha
ganado Garfi as en México más adhesiones a nuestra causa que muchos
de los hombres que políticamente la representan. Con esos versos ha
recorrido ejidos, sindicatos, centros culturales, pueblos y ciudades. Los
ha dicho ante muchedumbres que lo han aclamado fervorosamente. Y,
donde quiera que su voz ha resonado, ha dejado una estela de fraterni-dad,
de gratitud, de simpatía” 3.
En su antología de Poesía española contemporánea, Fanny Rubio y
José Luis Falcó afi rman que Garfi as pudo mantener “el tono de la poesía
Humanidades
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de anteguerra”4, pero también un tono
melancólico y solitario que lo acompa-ño
toda su vida, como se puede ver en
los títulos de sus poemarios De soledad y
otros pesares y Río de aguas amargas5.
Virgilio Fernández y Gene Byron,
en 1946, decidieron cambiarse a vivir al
norte del país. En la ciudad de Monte-rrey,
donde vivieron por diez años, vol-vieron
a encontrarse con Pedro Garfi as
y con otros españoles que vivieron la
experiencia de la guerra. Virgilio visita-ba
a Pedro en una cantina que quedaba
al frente de su casa, y allí acostumbra-ban
jugar dominó y tomar unas copas
con otros amigos, pero mientras que
Pedro se quedaba allí buena parte del
día, a pesar de trabajar para la Universi-dad
de Nuevo León, Virgilio estudiaba
medicina y trabajaba vendiendo fárma-cos.
Pedro ofrecía recitales, escribía en
periódicos y revistas –además de dejar
numerosos poemas en servilletas, casi
todos perdidos, que regalaba a sus ami-gos–
y participaba en tertulias. Había
en Monterrey un “Centro Republicano
Español”, con un gran salón de reunio-nes
en donde Pedro ofrecía recitales.
Había además una librería llamada
“Cosmos”, del trasterrado Alfredo Gra-cia
Vicent, que también era un espacio
cultural privilegiado, y en donde se ex-hibían
pinturas y grabados como los de
Gene Byron, quien además enseñaba
pintura aquí y en la Universidad de
Nuevo León, pero también exponían
artistas como el Dr. Atl y Camarena. En
relación con estos esfuerzos nació des-pués
la asociación “Arte A.C.”, ubicada
en un antiguo y céntrico caserón (diri-gida
por doña Rosario Garza Sada de
Zambrano, y luego por doña Romelia
Domene de Rangel), aquí también se
organizaban recitales con cante jondo,
en donde Pedro explicaba el profundo
signifi cado del arte andaluz.
Pedro Garfi as hacía comentarios
críticos acerca de la historia del cante
jondo o de la fi esta taurina, todo esto
también en la radio. Su amigo Alfre-do
Gracia tuvo después un programa
cultural en la televisión. Pedro acos-tumbraba
recitar en público poemas
de Neruda o García Lorca, siempre sin
leerlos, pues tenía muy buena memoria,
su voz se normalizaba cuando recitaba,
pero al hablar su acento andaluz era
muy pronunciado, gracioso y a veces
poco inteligible. En su andar errante,
Pedro había vivido en Guadalajara en
los cuarenta junto con Carlos, el her-mano
de Virgilio, que fue un notable
abogado y defensor de causas sociales, y
en los cincuenta en la ciudad de Puebla.
También estuvo, entre otros lugares, en
Veracruz y la península yucateca, vivió
un tiempo y visitó varias veces la ciu-dad
de Guanajuato, en la que después
vivió Virgilio cuando terminó sus prác-ticas
médicas en San Antonio, Texas,
para poder obtener el grado en el año
de 1958.
José Rojas Garcidueñas, oriundo de
Salamanca, Guanajuato, profesor de la
Universidad de Guanajuato y un gran
historiador de la literatura mexicana
colonial, nos cuenta que Pedro vivía
de sus recitales y de la venta personal
José Mendívil Macías V.
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de sus libros, y cómo lo alojaban “por
semanas y meses” en Guanajuato (en
Pocitos, nº 77) a mediados de los años
cincuenta, otros dos trasterrados y lite-ratos,
el poeta Luis Rius y el maestro
Horacio López Suárez, ambos profe-sores
y fundadores de la Facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad de
Guanajuato. Lo conminaban a publicar
más para que pudiera sostenerse econó-micamente,
puesto que mostraba una
cultura y una memoria sorprendentes,
pero su vida era, aunque brillante, des-ordenada
y sin muchas ambiciones, era
más melancólico que emprendedor.
Rojas Garcidueñas decía de él que “era
esencialmente un hombre bueno, leal
y cordial”6, y su magnetismo lo con-virtió
también en amigo, compañero
de tertulia y copas del Gobernador de
Guanajuato, don José Aguilar y Maya.
En una charla difundida posteriormen-te
por la radio de Torreón, afi rma Pe-dro
Garfi as que “cuando la poesía o la
pintura es verdadera, quien la percibe
mejor es el pueblo”. Comenta que en
el proyecto de teatro popular La Ba-rraca,
Federico García Lorca y Ugalde
presentaban los Entremeses cervantinos
en las plazas de los pueblos, y “el único
que entendía aquello es el campesino”
como ocurrió luego, siguiendo la mis-ma
idea, con los Entremeses en las calles
de la ciudad de Guanajuato (origen del
actual Festival Internacional Cervan-tino),
donde los snobs sólo presumían
entender, por ello para Pedro “a los
grandes poetas el pueblo los entiende”,
como es el caso de Cervantes, Lope y
Víctor Hugo, “el único genio de verdad
de la poesía francesa” que “habló para
siempre”. Por ello el buen poeta debería
escribir para que lo entiendan, lo oigan
y lo sientan7.
Es evidente, o debería ser evidente,
que los Entremeses, el Festival Interna-cional
Cervantino y las ediciones del Co-loquio
Cervantino no habrían tenido lu-gar
sin esta importante presencia de los
exiliados españoles, como se muestra en
este testimonio radiofónico, donde se
conecta directamente el proyecto cul-tural
de los republicanos con la historia
cultural de Guanajuato. Otro exiliado
distinguido, el poeta, pintor y crítico
malagueño, don José Moreno Villa,
en Cornucopia de México, recuerda que
para él todo Guanajuato era una evo-cación
de la España meridional, calles,
plazas, balcones, callejones, etc., y se-ñala
las invitaciones que le hiciera don
Armando Olivares, Rector fundador de
la Universidad. En otro valioso testi-monio,
Don Fernando Carmona Nan-clares
describe el paso de Pedro Garfi as
por las calles de Guanajuato:
“Pedro caminaba… era impresio-nante
verlo, lento, abstraído, silente.
Pasos, los suyos, llenos de pesadumbre
¿caminaba en realidad, por el pavimen-to
físico o por los rumbos infi nitos del
sueño, que la noche prolonga hacia
atrás de uno? Caminar hacia adelante
en lo físico, caminar hacia atrás, den-tro
de uno, hacia el sueño de la propia
vida, tan remoto… De noche es más
diáfana la perspectiva interior, cuando
las cosas, pegajosas, indestructibles,
Humanidades
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hunden sus agudos perfi les en el gran
centro nocturno. Todavía murmuran
por ahí los fi listeos almidonados que
Pedro iba borracho. El navío de una
vida náufraga dando barquinazos en la
noche. Bueno ¿y qué? Uno se emborra-cha,
sin duda, por dos motivos. Tomen
nota los fi listeos. Por evadirse de uno
mismo, por hacer una cosa, una cosa
más –hasta la inercia–. Por no ser uno
lo que es: oscuro agujero hacia la nada.
El instante que se autodevora, incansa-ble.
Pero el otro motivo dice que, cuan-do
uno ya acumuló demasiado llanto,
lágrimas del llanto que no se llora,
también se emborracha. Pues hay que
encontrar de nuevo el hilo de la vida,
el primer eslabón, de la nada hacia
acá; en suma, la continuidad que nos
permita seguir hacia delante. Sócrates,
Dédalo, Hércules, tenían el noble gusto
del vino por alegría de la vida. Pero, en
estos días, ni en el vino hay alegría de
la vida. Aquel era el camino que Pedro
nunca puede caminar. Visto desde las
calles de Guanajuato parecía solitario,
siempre desierto, el camino de ninguna
parte. Algo de su soledad, de su enig-ma
remoto, allá arriba, en el borde de la
montaña por el rumbo de la Presa, era
la nuestra: digo que la nuestra porque
la inolvidable imagen del camino hace
un recuerdo único con la imagen de Pe-dro
Garfi as y la estampa del desterrado.
Pedro logró recuperar, en las noches de
Guanajuato, deambulando en procura
del amanecer –en procura de sí mis-mo–,
la pieza originaria, el cabo último
de su vida, enredado en el drama de Es-paña…
Esta es, por tanto, la imagen de
Pedro Garfi as, el hermano inamistoso;
la imagen de un recuerdo”8.
Del otro lado de esta historia parale-la,
Virgilio y Gene decidieron comprar,
en 1954, un terreno que conservaba
las ruinas de la vieja hacienda minera
de Santa Ana en Guanajuato, donde
habría mejor clima y comenzarían un
nuevo proyecto de vida, Gene pintando
y haciendo cerámica y artesanías, y el
doctor Virgilio con la práctica médica.
Empezaron a vivir en esta ciudad en
1958.
Gene también fue buena amiga de
Pedro, y acostumbraban leer poemas
juntos, ella en inglés y él en español,
o ayudándole a traducir, Pedro no sa-bía
mucho inglés, pero a partir de una
traducción literal, convertía el texto en
poético. Gene desde muy joven había
cooperado a favor de los republicanos
españoles, y había sido una combativa
sindicalista en Nueva York, lo que faci-litó
su inserción en el mundo de los re-fugiados
españoles. Desgraciadamente,
con la llegada de la pareja a Guanajua-to,
estos amigos se separan, puesto que
Pedro seguirá viviendo, por lo general,
en Monterrey.
Finalmente, Pedro Garfi as fallece en
Monterrey en 1967, siendo una leyenda
viviente en México y casi olvidado por
completo en España. Santiago Roel,
quien fue Secretario de Relaciones Ex-teriores
de México, cuenta estos signifi -
cativos detalles, “…le amortajé con un
traje mío, el mejor, y es más, hasta le
José Mendívil Macías V.
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puse unos zapatos míos… que conservo, claro está, como un don que-rido.
Hice más por él, y se lo digo con la emoción del momento: había
pedido muchas veces, había escrito que se le metiera en la boca tierra
de España cuando muriera. Así lo hice”9. El escrito referido es el poema
“Recién muerto”, en donde Pedro dice, entre otros versos:
Me gustaría
que en el silencio del mundo
se oyese crecer la espiga.
Me gustaría
que la tierra fuese dura
como piedra conmovida.
Me gustaría
que me llenasen la boca
de tierra mía.
Si a los que van a matar
les dan todo lo que pidan
dejadme pedir de muerto
lo que a mí me gustaría.
Por aquellos años, otro evento signifi cativo ocurría en Guanajuato,
esta vez en San Miguel de Allende, en donde se reunían anualmente
una cincuentena de miembros de aquellas Brigadas internacionales (al-gunos
desde Nueva York, California, etc.) en un céntrico restaurante al
lado derecho de la Parroquia neogótica, cuya dueña, la señora Carmina,
también era amiga de Virgilio y Gene.
Desde 1954 comienza otra amistad larga e importante para la vida
cultural de Guanajuato, la de Virgilio Fernández del Real y el muralista
don José Chávez Morado. Ellos se hospedaban al principio de su estancia
en un Hostal en el Paseo de la Presa (por donde hoy está el Banco San-tander
Serfín), propiedad del señor Manuel Valenzuela, mexicano que
había combatido en las Brigadas internacionales hombro con hombro
con los republicanos. Mientras Chávez Morado pintaba los históricos
murales del Museo de la Alhóndiga, se hospedó luego durante meses en
la casa de Virgilio (hoy Casa Museo Gene Byron), mientras terminaban
de construir su casa (hoy Casa Museo de José y Olga) en Pastita. Ambos
Humanidades
96 Cuadernos del Ateneo
NOTAS
1 Existe una edición, al cumplirse el centenario del nacimiento del poeta, en Facsímiles Renacimiento, Sevilla,
2001, con los dibujos de Andrés Martínez de León, edición de José María Barrera López, quien edita en la
misma editorial su prosa reunida con el título de La voz de otros días, del mismo año (con la colaboración de las
diputaciones de Córdoba y Sevilla, y los ayuntamientos de Écija, Osuna y Pozoblanco, en donde estuvo el poe-ta,
que en realidad nació en Salamanca, pero creció en Andalucía). Su Poesía completa, en edición de Francisco
Moreno, se publica por el Ayuntamiento de Córdoba en 1989. En México, el Consejo Nacional para la Cultura
y las Artes (CONACULTA) publica su Antología poética en 1990, selección de Juan Rejano y presentación de
E. López.
2 SÁNCHEZ PASCUAL, A. Pedro Garfi as, vida y obra, Ámbito literario (Anthropos), Barcelona, 1980.
3 Juan Rejano, en SÁNCHEZ PASCUAL, A., Op. Cit, p. 57 y ss.
4 RUBIO, F. y FALCÓ, J. L. Poesía española contemporánea. Historia y antología (1939-1980). Alhambra, Madrid
1982.
5 RUBIO, F., y FALCÓ, J. L., en Op. Cit.
6 ROJAS G., J. Pedro Garfi as, en El erudito y el jardín. Anécdotas, cuentos y relatos. Academia Mexicana, Mexico,
1983.
7 Charla con Pedro Garfi as, en La voz de otros días, Op. Cit. p. 179 y ss.
8 Fernando Carmona en El Gallo Ilustrado, periódico El Día, 16/08/67, también en Sánchez Pascual, A. Op. Cit.
p. 73-74.
9 Santiago Roel, en ABC, Madrid, 2 de abril de 1977, citado por Sánchez Pascual en Op. Cit.
muy buenos amigos desde entonces, sin importar la diferencia ideológica, del Abad
Rafael Ramírez. Gene Byron fallece en marzo de 1987, y Virgilio convierte la her-mosa
hacienda que fue la casa de ambos en Museo en su honor, uno de los espacios
culturales y de creación interesantes y atractivos en la ciudad de Guanajuato. Será
necesario recordar que Virgilio fue también candidato a la Presidencia Municipal,
siempre comprometido con los sectores populares, siempre generoso como médico y
como amigo, honrándome durante ya varias décadas con su amistad.
José Mendívil Macías V.