Cuadernos del Ateneo 27
DDESAROLO SOSTENIBLE:
¿RACIONALISMO O IDEOLOGÍA?
DOSSIER
Jabel A. Ramírez naranjo
La imagen del mundo en la era de las nuevas tecnologías muta constante-mente
y de forma acelerada. Esta es una premisa asumida por la sociedad
contemporánea. Sin embargo, la cuestión de nuestro tiempo no haría re-ferencia
a la imagen sino más bien a lo permanente y sustancial que subyace tras
dicha imagen, y que denominaremos en éste caso, esencia; ¿es la esencia de la era
técnica también una característica cambiante? ¿Es posible aprehender, en alguna
medida o dimensión, algo sólido y no perecedero en esto que hemos venido a
denominar mundo contemporáneo? Habida cuenta de que, desde hace ya algún
tiempo, el ser humano ha culminado la construcción de unas estructuras de
sustentación de la sociedad, tanto fácticas como culturales, observables, ponde-rables
y comprensibles solo a través del sistema tecnológico, es preciso pregun-tarse
si, asimismo, el sistema moderno de la técnica aportaría los instrumentos
necesarios y suficientes para dirigir y revisar estas estructuras; en otras palabras;
¿es gobernable la nave de los locos, cuyo mástil es el árbol del conocimiento, sin
acudir a nuevas cartas náuticas? ¿o por el contrario va siendo hora de desarrollar
una nueva teoría de la navegación?.
El momento presente supone una encrucijada histórica de horizonte amplio.
Las señales de cambio son perceptibles; dos grandes corrientes que convergen,
cortejadas por algunas turbulencias menores, son las causantes. Por un lado, se
ha tornado en realidad palpable el desequilibrio que, en algunos procesos básicos
del entorno físico se está produciendo. Procesos que influyen definitivamente en
la capacidad del planeta para ser habitado por el ser humano. Y por otra parte,
estas evidencias han salido a la luz en un momento de indefinición o crisis cultu-ral.
Estos dos grandes flujos que avanzan poderosamente, asolando todo lo que
encuentran a su paso, en busca de un mar donde recobrar su equilibrio y cumplir
su ciclo, amenazan con convertirse, durante el presente siglo, en la potencia que
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definirá el rumbo de toda la sociedad a nivel planetario. Este gran doble reto,
hasta el momento, ha sido parado y templado por el otro único poder que es
capaz de medírsele: La tecnología; comenzando así una nueva recreación de las
batallas mitológicas que antaño, tal vez, hicieran de la Tierra de los hombres el
campo de lucha entre dioses y titanes. Sin embargo, la técnica o sistema tecno-lógico,
como nos referiremos indistintamente, adolece de tantos defectos como
órgano pensante como virtudes posee como instrumento ejecutor. Su fuerza
y su potencia emanan de profundidades insondables, mientras que sólo es po-sible
planificar sus efectos observando su superficie cambiante. Surge la duda
entonces, acerca de si esta potencia no estará animada a la postre por otra clase
de agentes menos amables y no tan dispuestos a salvaguardar a la humanidad,
ya que, al fin y al cabo, siendo juez y parte tanto como marco y contenido de la
sociedad, es difícil no cuestionar su idoneidad de juzgársela autónoma, puesto
que sería algo así como un intento munchhausiano de levitar tirándose del pelo.
A mediados de los noventa anunciaba Francis Fukuyama el fin de la historia,
una nueva era de placidez capitalista en la que tanto las luchas como su misma
necesidad habrían concluido. Derrotado su oponente socialista el fin del juego
habría llegado, y un progreso lineal, cuasi-estático, sería el único futuro posible.
Un futuro en el cual no permanecería ni la misma necesidad de seguir contando
el tiempo, ya que toda posibilidad de novedad estaría fuera de lugar. Como vinie-ron
a sugerir los hechos solo algunos años después, esta resultó ser una propo-sición
errónea. Sin embargo, la profecía de Fukuyama quizá fuera mal compren-dida
o mal augurada porque, si bien resultó ser un rotundo desacierto si quiera
sugerir un final para una forma sobre la que no conocemos ni su contorno, es
posible que alguna de sus ideas estuviera más atinada, porque lo que vimos morir
a finales de los noventa no fue la historia en sí misma, sino más bien, la historia
de los grandes relatos como donadores de sentido global a la esfera político-cul-tural
que nos guarecía hasta ese momento. Y fue precisamente en el ámbito de la
industria cultural, y más concretamente, en el de la cultura de masas, en donde se
dejó sentir con gran nitidez la ruptura política, ya que se produjo una evolución
desde el lanzamiento de productos culturales impregnados por la confrontación
ideológica, hasta una posición más centrada en la neutralidad política.
Con el fin de los grandes relatos también cristalizó la ruptura cultural que ve-nía
gestándose desde hacía mucho, prácticamente desde el final de la ilustración,
si consideramos toda la posmodernidad como un estado de búsqueda jamás
culminado. La ruptura provocó una fractura tal de todo el continente cultural
occidental, que dejó únicamente pequeños fragmentos flotando a la deriva de
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corrientes nihilistas incapaces de fundar nuevos valores, como algunos espera-ban
de ellas al comienzo; resultando que, hasta el presente, solo se han conocido
tímidos ensayos de construcción de sentido asediados por los fuertes embates
del oleaje caótico e impredecible del mercado, que tiene como características la
mutación, la velocidad, el simulacro y la imagen; las cuales comparte en cierta
medida con el sistema tecnológico.
Estos acontecimientos acaecidos han conducido, en la actualidad, al surgi-miento
de un nuevo tipo de condiciones, abonadas por una polarización de dis-tinto
sentido en la conciencia de las nuevas generaciones que renuncian a los
modelos fracasados, para la posible instauración de un renovado modelo cultu-ral.
La gran corriente se dispone a asentarse con la creación de una nueva masa
de aguas, y reconocer si será navegable es algo que nos atañe.
Durante su dilatada existencia, el pensador alemán Ernst Jünger fue uno de
los pioneros, junto con Martin Heidegger, en la reflexión acerca del ascendien-te
de la técnica en la sociedad contemporánea. En el curso de su obra, trató
de elucidar las consecuencias de la técnica moderna para el desarrollo de las
grandes masas encarnadas en la figura del trabajador, así como su transmuta-ción
en poderes totalitarios, y además realizó un análisis de la guerra tecnológica
como escenario paradigmático del cambio en el espíritu europeo. Fueron sus
experiencias juveniles en la gran guerra, las que le permitieron captar que el
ambiente híper mecanizado y deshumanizado, desatado por primera vez con la
guerra total, en el que se encontraba, no constituían un hecho aislado, sino más
bien una cabeza de puente del cambio en Europa y por ende en el Mundo. Fue
uno de los desveladores de la nueva gran potencia que entraba en liza. Uno de
sus principales méritos, oscurecidos quizás por su controvertida simpatía juvenil
hacia ciertas ideas consideradas por algunos como precursoras del nazismo, lo
constituye el hecho de haber señalado que la nueva capacidad de manipular y
provocar al mundo físico tenía como contrapartida un cambio en la conciencia
del sujeto por una lado, y en la cultura y fundamentación de la sociedad por
otro, subrayando que eran estos cambios los auténticamente reveladores, y no
los primeros. De esta forma, salió a la luz de la actualidad un hecho primordial y
que nos atañe hoy más que nunca, a saber: Que las fuerzas transformadoras de
la realidad están íntimamente ligadas a aquellas que transforman el pensamiento,
y que unas desencadenan a las otras de forma recíproca.
Hoy, en nuestro mundo, volvemos a encontrarnos en una situación que ha-bría
dado mucho que pensar al propio Jünger. Dos escenarios de crisis conflu-
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yen, una crisis en el mundo físico y otra en el de las ideas, y desde la perspectiva
del ser humano no es posible solucionar una sin atender a la otra. Esto es así
porque, como se ha tratado más arriba, existen dudas más que fundadas acerca
de la capacidad de la técnica como garante de su propio autogobierno, y porque,
en relación a la crisis del pensamiento, un cambio de tal magnitud en nuestro
mundo influirá obligatoriamente en nuestra visión del mismo. Por tanto, estos
dos fenómenos estarían íntimamente influenciados.
Llegados a este punto de la argumentación debe entrar en escena el concepto
de sostenibilidad y el de desarrollo sostenible. En primer lugar, debemos adver-tir
que aunque tomados habitualmente como sinónimos, estos dos conceptos
aluden a dos realidades claramente diferenciadas puesto que la sostenibilidad no
es más que la cualidad o capacidad de hacer alguna cosa, o proceso, sostenible;
mientras que el concepto de desarrollo sostenible quiere significar el conjunto de
estrategias implementadas en la práctica socio-económica, con el fin de modifi-car
aquellos modelos de relación con el entorno que actualmente contribuyen a
su deterioro, convirtiéndolos de igual forma, en sostenibles. Es decir, estaríamos
ante la aplicación práctica de ciertos enunciados teóricos.
Si observamos con detenimiento, tanto uno como el otro concepto, emanan
de la idea de ser sostenible, pero, ¿qué significa que algo sea sostenible?
De la misma manera que las preocupaciones por la relación precaria entre el
ser humano y el medio que le sustenta, tal como explicitó Malthus, son moneda
corriente dentro de ciertos círculos minoritarios desde el inicio de la revolución
industrial; la idea de la sostenibilidad no es tampoco de nuevo cuño. Ya desde
el siglo xviii los fisiócratas franceses hablaban del aumento de las riquezas re-nacientes
sin el menoscabo de los bienes de fondo. Y desde esa época hasta la
actualidad, siempre ha existido, de alguna manera, cierta inquietud acerca de
las consecuencias que, a largo plazo, se producirían sobre el medio ambiente a
causa del ritmo despreocupado de producción de bienes y de utilización de los
recursos naturales. Consecuencia de dicha inquietud, han sido los numerosos
intentos de cristalizar en un discurso público las medidas conducentes a corregir
dicha situación. Sin embargo, desafortunadamente, en todas las ocasiones ha
resultado un discurso hegemónico de la praxis político-económica, relegando la
cuestión de los fundamentos y del pensamiento subyacente a un segundo plano.
Decimos desafortunadamente porque, con el tiempo, ha quedado claro que la
naturaleza misma del asunto tiene como cualidades la complejidad, la globalidad,
y la interculturalidad; y una visión meramente instrumental ni siquiera se acerca
a tocar su verdadero núcleo.
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A la pregunta por el significado del término “sostenible”, podríamos res-ponder
de muchas maneras dependiendo del bagaje conceptual en el que nos
apoyemos; no es pues esta una cuestión baladí, habida cuenta de que la sanción
general del concepto vendría a regular su aplicación en el mundo físico.
Si atendemos a la teoría de sistemas, un ente sostenible sería aquel que inde-finidamente
cumpliera su función en el seno del sistema sin perturbar el libre
desarrollo de los demás entes que conforman la totalidad. Esta definición de
sostenibilidad, si bien genera un marco, imponiendo ciertos límites, no arroja
verdadera luz sobre el asunto, ya que no es más que un acercamiento genérico e
insuficiente. De forma análoga, cualquier otra definición parcial o fragmentaria
que pudieran ofrecer alguna de las demás visiones reguladoras del mundo actual,
consideradas como respetables y veraces, y hablamos de todas aquellas discipli-nas
enmarcadas en el ideal tecno-científico, nos ofrecería una respuesta incom-pleta
y dependiente de ciertas premisas previamente aceptadas, ya que, de alguna
manera, este enfoque consiste en la búsqueda de respuestas partiendo de pre-misas
asumidas, que juntas conforman hipótesis de mimetismo con la realidad.
Una breve mirada a la historia de las ideas de la cultura occidental nos permite
observar además que, en su génesis, el paradigma epistemológico de la ciencia
se basa en reducir todo lo que constituye su campo de estudio a un estatus de
mero objeto, y se produce así una escisión de la realidad en dos componentes,
el investigador y el resto de la realidad, que sería un objeto. Esta estrategia de
cosificación invalidaría aún más su uso como referente en la construcción de un
discurso articulador de la acción, puesto que, salta a la vista que lo auténticamen-te
existente consiste en una realidad multi-dimensional y multi-subjetiva, donde
no sólo intervendrían muchos actores, sino que considerar a la naturaleza como
un simple objeto a la disposición del ser humano es, en sí misma, una actitud
altamente inconveniente. Aún así, es el carácter ambiguo y globalmente incon-sistente
del concepto, tal y como se considera actualmente, el responsable de su
peligrosidad; ya que esta indefinición le permite ser amoldado con facilidad a una
pluralidad de intereses que podrían no estar en consonancia con su naturaleza
original.
En síntesis, lo que se pretende comunicar es que, visto lo anterior, si bien el
conjunto de disciplinas científicas y los medios técnicos son idóneos para la eje-cución
de las tareas, e incluso para su organización y análisis; no debe admitirse
que ellas sean las únicas responsables de conceptuar el panorama, ni las relacio-nes,
ni los valores, ni tan siquiera definir los objetivos. No deben actuar de forma
exclusiva y unilateral, sino más bien verter su gran riqueza en las raíces del árbol
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de un nuevo conocimiento. De lo contrario, estaríamos corriendo el peligro de
navegar con cartas equivocadas, que describan un mundo plano, con abismos, y
más allá monstruos.
¿Debemos pues considerar inválida toda la formulación que hasta la fecha se
ha venido haciendo del concepto de sostenibilidad y desarrollo sostenible? Pen-samos
que no debería ser rechazado, pero tampoco aceptado. El alumbramiento
de un concepto tan simbólico y difundido como éste, ha costado un gran esfuer-zo
de negociación durante un dilatado proceso; y como desafortunadamente las
leyes que gobiernan el poder no son las mismas que las del pensamiento puro,
debe considerarse un avance poder contar con él como oficialmente aceptado.
Negarlo radicalmente sería tanto como negar también las importantes verdades
que, aunque no de la mejor forma, encierra. Sin embargo tampoco debería ser
aceptado, porque el auténtico objetivo es lograr el desarrollo un discurso capaz
de hacer frente, de una manera holística, a los desafíos del presente, tanto me-dio
ambientales, como sociales y culturales. Los cuales como hemos visto, son
indisolubles.
El término “sostenible”, en fin, haría referencia, antes que a la capacidad de
sostenerse que tendrían determinados procesos, entornos o fenómenos natu-rales;
a la potencialidad de sostener a la civilización que los habita, es decir, es
realmente de nuestras relaciones, de nuestras ocupaciones, y del sentido que les
otorgamos, de nuestra cultura, en suma, de lo que hablamos cuando hacemos
referencia a la sostenibilidad. Deseamos que la naturaleza se sostenga para así
poder nosotros apoyarnos en ella, en su capacidad para soportar el entramado
de nuestras estructuras. Se entiende, por lo tanto, que la acuñación de tales con-ceptos
revele el temor a un desplome, un agotamiento de nosotros mismos y de
nuestra civilización.
Nuestras sociedades tecnológicas temen el riesgo de colapso de un mundo
que se ha tornado en limitado, pequeño, casi insuficiente para el poder desple-gado
por nuestros propios instrumentos. Y ciertamente, el riesgo reside en no
ser capaces de conectar, en la complejidades conjugadas del espacio natural y
del dominio social en los que vivimos; la tradición racionalista y humanista, en
su sentido amplio, con los instrumentos que poseemos; lo cual nos conduciría
por senderos equivocados cuyo desenlace serían la creación de otra ideología,
un nuevo falso relato del sentido. En la otra cara, la oportunidad se encontraría
en alumbrar un nuevo pensamiento auténtico dirigido en último término a la
acción, al cambio.
Jabel A. Ramírez Naranjo