LA MISiÓN DE LOS ATENEOS EN
EL SIGLO XXI
JOSÉ L UIS ABELLÁN
a palabra Ateneo es de inspiración griega, y hace una refe rencia evidente
a Palas Atenea, la diosa de la sabiduría que nació armada de
la cabeza de Júpiter, sin duda con la idea de que el saber hay que
defenderlo de la ignorancia, de la violencia y de todos sus enemigos.
Su significación es muy distinta a la que tiene Apolo, dios de la inteligenci a y
de todas las artes, que impone por irradiación solar su imperio frente al impulso
contrario de Dionisos. Apolo no necesita defenderse; Atenea, sí; esta es la
diferencia. Mucho más importante de lo que a primera vista pudiera parecer,
en un mundo donde el saber parece acosado desde tantos ámbitos.
El primer acoso le viene a la sabiduría de donde menos podíamos imaginarlo:
del conocimiento mismo. Una acumulación de información científica tan
desorbitada como la que hoy poseemos puede resultar contraria a una actitud
sabia ante la vida. El exceso de conocimientos puede saturarnos de información
y conducirnos a la inacción o a la barbarie. Ya Ortega y Gasset hablaba de
la "barbarie del especialismo", y es que efectivamente: un plus de información
sin criterios éticos y morales que lo orienten y delimiten puede convertirnos
en "bárbaros" . De hecho, hoy hay muchas zonas del planeta donde la barbarie
impera, y no precisamente porque sean pobres o subdesarrollados, sino sencillamente
porque ha desaparecido el sentido humano del saber.
He aquí el primer objetivo de cualquier Ateneo que se precie: estimular el
sentido humano de la existencia y el cultivo de las humanidades. Desde es te
punto de vista, encontramos ya un primer acercamiento a la importancia de
los Ateneos en el mundo hispánico, dentro de un humanismo que tuvo su
origen en Castilla cuando imperaba la fórmula del "aquí nadie es más que
nadie", luego reconvertida por Antonio Machado en un famoso apotegma:
"por mucho que valga un hombre, nunca tendrá valor más alto que el de ser
hombre". Y es que este es el sentido hispánico de la vida, impuesto a lo largo
de los siglos.
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La misión de los Ateneos hay que enmarcarla dentro de esas coordenadas, y de
hecho todo su desarrollo histórico ha marchado en esa dirección, desde los primeros
Ateneos que hubo ya bajo e! Imperio romano, surgidos con e! imperativo de
mantener viva la tradición de la cultura greco-latina. Aunque bien es cierto que su
importancia se renovó sustancialmente durante los tiempos de la Ilustración francesa,
por las mismas circunstancias que estamos invocando aquí. El Athenée de les Arts,
en Marsella, creó e! modelo que se difundió por todo e! territorio francés y luego se
importó a España. Ese Ateneo tenía como fin difundir y propagar "las luces" como
fundamento de la democracia. Desde entonces se impuso la convicción de que no
podía haber democracia sin la debida educación del pueblo; de ahí la necesidad de la
instrucción y de la ilustración.
En España tenemos un ejemplo palmario de lo que decimos cuando la magnífica
labor de las Cortes de Cádiz (1810-181 2) en pro de una Monarquía constitucional
y parlamentaria se vio interrumpida por la llegada de un Fernando VII que volvió
a imponer e! absolutismo, coreado por el pueblo que gritaba: "¡Vivan las cadenas!".
Es evidente que educar al pueblo se convertía en tarea prioritaria; por eso en 1820
cuando se restablece la Constitución de Cádiz, durante e! llamado "trienio liberal",
lo primero que hacen los próceres de! país es fundar un Ateneo Español; mediante él
se podría realizar la imprescindible labor de extender los valores de la Ilustración y
propagar las llamadas "luces", de tal modo que se extendiese a todas las clases sociales
e! ideario exigible para su definitivo asentamiento de la democracia. Es perfectamente
coherente por ello que dicho Ateneo surgiese como una "Sociedad patriótica",
emanada de la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, uno de los organismos
emblemáticos de la Ilustración española. Ahora bien, ese Ateneo no duró ni
podía durar más que los tres años en que se mantuvo e! régimen constitucional.
El Ateneo volvió a España en 1835, de la mano de los liberales exiliados en Londres
durante la llama "década ominosa", si bien ahora enriquecido con nuevas ideas
y planteamientos. Es fundamental que nos detengamos en él, pues este Ateneo ha
servido de modelo a muchos de los Ateneos que se han creado después y base fundamental
para entender la misión de los Ateneos en el siglo XXI.
Este Ateneo de 1835 va a recibir e! nombre de Ateneo Científico, Literario y
Artístico de Madrid, y es el resultado de muy diversas influencias. En primer lugar,
es de Madrid, porque e! nuevo régimen liberal traído en 1833 por la Reina-Gobernadora,
María Cristina de Nápoles, tiene una fuerte influencia del centralismo
francés, y Madrid como capital de! reino debía ejercer esa influencia centralizadora.
En segundo lugar, recibe como influencia inglesa e! gusto de debatir libremente en
centros privados como eran los clubs; e! propio Duque de Rivas, primer Presidente
de! Ateneo madrileño, invoca a los clubs ingleses como antecedente de la nueva institución.
A esta doble influencia se añade e! gusto mediterráneo por la conversación
146 C UADERNOS DEL ATENEO
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libre y abierta a la iniciativa particular que toma cuerpo en la tertulia del café. Ni
la Academia de origen galo con su formalismo característico; ni el club minoritario
y acceso restringido del gusto británico; sino la charla desenfadada, espontánea, sin
normas ni cánones, abierta a veces al grito desaforado o al improperio descortés.
Esta es la Tertulia española como categoría propia del genio particular hispánico,
que luego se extendió a los países latinos de nuestra América; de aquí el éxito que
han tenido los Ateneos, no sólo en el ámbito peninsular de lo español, sino en todo
el conjunto iberoamericano.
Esta triple influencia se vertebró en torno al liberalismo como ideología articuladora
de sus actividades. La exaltación de la libertad como principio político que debe
proteger todas las actividades culturales fue el legado recibido de aquellas Cortes
de Cádiz de 1812, donde españoles y americanos discutían en pie de igualdad los
artículos constitucionales que deberían regir su convivencia. Este principio de una
libertad que se considera consustancial con la dignidad humana es el nervio articulador
de toda la actividad ateneísta en el mundo hispánico. Es una forma radical de entender
el liberalismo, que no tiene nada que ver con el liberalismo anglosajón -ahora
llamado neo-liberalismo- como principio regulador de la actividad económica sobre
la base de oferta y demanda -lessaiz foire, lessaiz passer-; ni con el liberalismo francés
que se constituye como principio regulador de una convivencia basada en el pacto
constitucional, la división de poderes y el régimen parlamentario. El liberalismo
español es el viejo liberalismo cervantino de creencia en la bondad y en la dignidad
del hombre como ente moral solidario y generoso con sus semejantes, yen virtud del
cual puede decir y hacer cuanto le venga en gana siempre que guarde y mantenga el
debido respeto al resto de los seres humanos.
Es un liberalismo teñido del romanticismo que los exiliados españoles mamaron
en Inglaterra de escritores como Walter Scon que había aplicado al ejercicio de la
literatura aquel principio de Víctor Hugo: "el romanticismo es el liberalismo de la
literatura". Se trataba entonces de una rebelión contra el neo-clasicismo, pero que
los españoles elevaron al cubo como concepción del mundo en cánticos como la
exaltación del pirata en los famosos versos de Espronceda.
Que es mi barco mi tesoro
Que es mi Dios la libertad
Mi ley la fuerza y el vien to
Mi única patria la mar.
Este liberalismo romántico tomará cuerpo en el Ateneo de Madrid y se extenderá
después al resto de los Ateneos españoles o iberoamericanos. Según él, todo Ateneo
debe entenderse como plataforma abierta a la disensión y debate libre de todas las
CUADERNOS DEL ATENEO 147
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Esta descripción puede aplicarse en su integridad al Ateneo de
San Cristóbal de La Laguna, en plena actividad tras los cien años
de su fundación. Al visitarlo con motivo de tan fausta efeméride he
comprobado en la atmósfera de sus salones, en la disposición de su
mobiliario, en la decoración artística de sus paredes, ese aire romántico
que le ha hecho perdurar durante un siglo en el ejercicio de su
actividad, librando batallas memorables por la libertad de expresión
y de pensamiento, rasgos inherentes a cualquier Ateneo que se precie,
como estamos viendo.
En una España convulsa como la del siglo XIX esta ideología
ha sido como el hilo conductor de una trayectoria nacional que ha
ido evolucionando -aunque fuese de forma lenta y paulatina- hacia
la "modernidad". En el Ateneo de Madrid se puso como base la
plataforma de despegue de un liberalismo amplio e integrador que
culminó a principios del siglo XX en un programa de regeneración
nacional, caldo de cultivo de la llamada Edad de Plata.
En ese proceso el Ateneo fue centro de acogida de movimientos
europeos de amplio espectro que abrió a nuevos horizontes la panorámica
nacional de la cultura. El krausismo, el positivismo, el institucionismo,
el liberalismo, el regeneracionismo se fueron alternando
en esa apertura de la mente española, bajo el común denominador
del liberalismo de fondo al que nos hemos referido reiteradamente.
En una sociedad cerrada a toda innovación, con una mentalidad
reaccionaria y obsoleta, el Ateneo fue la puerta abierta que permitió
la entrada de aires nuevos y renovadores; por eso se le llamó la "Holanda
de España" y Cánovas del Castillo dijo que "en el Ateneo se
puede decir todo lo que no se puede decir en ninguna otra parte".
y hasta tal punto fue así que el Ateneo llegó a ejercer la función de
sustituir a la Universidad en algunos momentos de su existencia.
Así lo reconoció Unamuno cuando dijo que el Ateneo era "la institución
de cultura más famosa de España; más que cualquiera de sus
Universidades" 1 •
El hecho hasta cierto punto es comprensible, puesto que las Universidades
habían sido tradicionalmente fundadas por el Papa o por
públicas. Ahora bien, como el Estado estaba también -como lo ha
estado durante siglos- en connivencia con la Iglesia, la tutela de ésta
sobre la docencia universitaria resultaba inevitable. Así surgieron los
tremendos enfrentamientos entre el Estado y la Universidad que llevó
en repetidas ocasiones a la expulsión de profesores, ya fueran krausistas,
darwinistas o simples progresistas. Afortunadamente, aunque a
largo plazo, la libertad de cátedra se consiguió yel principio liberal se
impuso, haciendo que la Universidad se normalizase. Pero hay que
reconocer que en esa normalización, el Ateneo de Madrid realizó una
función ejemplar del mayor encomio. Yaún después de normalizada
la Universidad pública, siguió ejerciendo esa ejemplaridad al crear
en 1896 la Escuela de Estudios Superiores, germen de lo que sería
después la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones
Científicas presidida por el Premio Nobel, Santiago Ramón y Cajal,
que también había intervenido en los cursos del Ateneo.
En este clima de ateneismo profeso y entusiasta se genera el caldo
de cultivo que dará lugar a la renovación modernista y a la llamada
generación del 98. El Ateneo será la plataforma de difusión de la
teosofía, un movimiento fundamental en las postrimerías del siglo
XIX y la transición hacia el siglo XX. Desde el punto de vista de la
historia de las ideas, y dejando a un lado su valor religioso, la teosofía
ejerce una función esencial en la reconciliación entre ciencia
y religión. Dados los planteamientos reduccionistas y materialistas
del primer positivismo, ciencia y religión habían aparecido como
dos actitudes irreconciliables entre sí. O se era científico, o se era
religioso, sin posible transacción entre ambas, como manifestó J.W
Draper en su famoso libro, Historia de los conflictos entre la religión
y la ciencia (1876), que se convirtió en una especie de catecismo de
aquel momento históric02
•
La teosofía, surgida a partir de 1891, se convierte en una actitud
mediadora entre ese positivismo a ultranza y otra mentalidad más
abierta a lo religioso y al misterio, a través de una atención prioritaria
a la matemática y a un pitagorismo que principalmente se nutre
de ella. Es curioso que sea el Ateneo de Madrid, la caja receptora de
voz convIcto y conteso; sus conterenClas en la OOdocta casaoo van a ser
definitivas. El hecho es que el Ateneo se llena de teósofos: Rafael
Urbano, Víctor Pérez-Díaz, Doreste, A. Bonilla y San Martín, Lucio
Gil Fagoaga ... 3
.
El propio Juan Valera se siente tocado por esta ola espiritualista
de lo que algunos llamaban "budhismo esotérico" y escribe su última
novela -Morsamor- movido por esas inquietudes. La teosofía
influyó de forma decisiva en la creación artística de Valle-Inclán,
sobre todo, a partir del tratado teórico que publicó con el título
de La Lámpara maravillosa (1916), y recordemos que Valle-Inclán
tuvo una relación personal estrechísima con el Ateneo; no sólo fue
Presidente de la Institución (1938), sino que llegó a vivir en ella -un
caso insólito.
Ahora bien, en ese cambio entre el siglo XIX y el XX, quien sin
duda ejercerá una influencia decisiva será Unamuno, que alcanzó la
Presidencia de la Casa en 1934 y actuó en ella como un verdadero
animador cultural: intervenía en los debates, participaba en las tertulias,
conversaba sin cesar por los pasillos, escandalizaba con sus
posturas radicales ... Estos hombres del 98 fueron los que abrieron
el paso a otros de las generaciones siguientes: Ortega y Gasset, Marañón,
Pérez de Ayala -generación del 14-, pero no tanto a los de
la generación del 27, que encontraron su acomodo en la Residencia
de Estudiantes: Alberti, Dalí, García Lorca, Buñuel... Y es que el
Ateneo había puesto en marcha un proyecto cultural de largo alcance
que ahora conocemos como Edad de Plata, dentro de un marco
político -la II República- que este sí salió del Ateneo: Manuel Azaña,
Fernando de los Ríos, Felipe Sánchez Román, Ángel Osorio y
Gallardo ...
Estos fueron los frutos de aquel liberalismo, que quedaron interrumpidos
por la Guerra Civil, y que ahora -ya en el siglo XXI- pretendemos
volver a incorporar en la sociedad civil: una sociedad laica,
donde la política se haya secularizado definitivamente, si bien ahora
haciendo frente a los nuevos retos. El Ateneo de Madrid pretende
ser otra vez portavoz de la opinión de una sociedad civil que debe
alcanzar renovado protagonismo, tomando postura ante una problemática
que imponen ahora el avance de los tiempos. Desde esta óptica
pretendemos marcar pautas a lo que a nuestro juicio constituye
misión esencial en los Ateneos del siglo XXI; tenemos en marcha un
proceso de Federación de Ateneos de España, que conjuntamente
con otra de Ateneos iberoamericanos ayuden a conformar una opinión
pública de los países hispano parlantes que tenga voz propia en
los foros internacionales.
Este es el gran reto del siglo XXI para los Ateneos del área hispana
e iberoamericana. En un mundo creciente mente global izado
yen un proceso en que ésta resulta imparable, los Ateneos del siglo
XXI constituyen un área geocultural que debe hacer oír su voz en el
mundo. A este respecto nada mejor que volver a escuchar el llamado
de aquel profeta de los tiempos venideros: el inolvidable y siempre
presente Simón Bolívar. Como él decía en la Carta de Jamaica
(1815) podemos también decir nosotros: "Seguramente la unión es
la que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración"4. Y
ahora que Panamá ha vuelto a recuperar su dominio sobre la zona
del canal también podemos afirmar y dar por bueno su supuesto:
"Supongamos que fuere el Istmo de Panamá punto céntrico para
todos los extremos de este vasto continente"5. Y una vez supuesto
todo ello reafirmemos su declaración: "Es una idea grandiosa pretender
formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un
solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene
un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por
consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes
estados que hayan de formarse; mas no es posible, porque climas
remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes,
dividen a la América. ¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá
fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que
algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso
de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y
discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones
de las otras tres partes del mundo. Esta especie de corporación
podrá tener lugar en alguna época dichosa de nuestra regeneración;
otra esperanza es infundada, semejante a la del abate Sto Pierre, que
concibió el laudable delirio de reunir un congreso europeo para decidir
de la suerte y de los intereses de aquellas naciones"6.
Las palabras con que Simón Bolívar se dirigía al Nuevo Mundo,
pueden aplicarse hoy al conjunto del planeta, envuelto en un
recnolOgla ae la comUnlCaClOn como mternet puede ayudarnos a establecer
un diálogo continuo y permanente. Los Ateneos, sin perder un ápice de su
idiosincrasia hispana, podrán permanecer en comunicación permanente y
hacer oír su mensaje en el mundo entero. En una civilización con la tentación
permanente de desintegrarse en millones de fragmentos, el legado
humanista e integrador de nuestra cultura podría realizar una función catalizadora
que enviase una llamada insoportable a la unión y a la paz entre
todos los hombres. El legado bolivariano volvería a tener una actualidad de
mayor exigencia que nunca y el viejo ideal de la anfictionía podría hacerse
realidad.
En un mundo de creciente globalización, los Ateneos son necesarios
por su sentido de la integración y de la solidaridad -un mundo donde el
conocimiento no ahogue la sabiduría y donde el sentido humano de la vida
se mantenga y fortalezca.
NOTAS
1. M. de Unamuno, "La evolución del Ateneo de Madrid", Obras Completas, Escelicer, Madrid, 1966;
tomo VIII, pág. 367.
2. Juan Guillermo Draper, Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia, con prólogo de Nicolás
Salmerón, Madrid, 1876.
3. Véase el artículo de Manuel Carretero, "Los teósofos en España".
4. Simón Bolivar, "Contes tación de un americano meridional a un caballero de es ta isla", Kingsron, 6
de septiembre de 1815; en Obras Completas, Edito rial Lex, La Habana, 1947; romo 1, pág. 174.
5. ¡bid., pág. 169.
6. ¡bid., págs. 172-1 73.