ESTIMONIO LITERARIO DE
LA EMIGRACiÓN
JORGE RODRÍGUEZ PADRON
¡«z
w
CJ) w
a:
r-~ar-!II
ESCRITORES CAi\:ARIOS Er.: CUBA.
LITERATURA DE LA E,\lICRACI()i\: .
PAIÜ\IA ] 1:-"lIé0Jl°.z.
LAS P¡\L.\lA~, CABILDO 1 'SULAR, 2003.
n su origen, este libro quiso ser una tesis doctoral. Con todo lo
que ello implica: preferencia por lo expositivo frente a lo analítico;
abundante material de referencia; orden estricto de sus diferentes
capítulos que, de esa forma, se constituyen en compartimentos estancos;
propuestas críticas que sólo se arriesgan cuando hay fuentes y autoridad
reconocida que las justifican ... Su autora, Paloma Jiménez (Las Palmas, 1968)
defendió su trabajo en la Universidad Complutense de Madrid, y obtuvo entonces
el Premio Nacional de Doctorado, lo que habla por sí sólo de la brillantez
y solidez de su trabajo de investigación. Sin embargo, yo pediría al lector
que ahora se acerca al libro de aquella tesis derivado, que haga abstracción de
tal servidumbre académica y se detenga a reflexionar en lo que, a mi modo de
ver, es la verdadera riqueza y el interés mayor de esta obra de Paloma Jiménez:
el pálpito humano que ella quiere poner en lugar preferente, a lo largo de su
viaje erudito, y por algo se empeña en mostrárnoslo como asunto primordial
de este estudio. Que la relación Canarias-Cuba es clave en la historia de este
archipiélago, y no menos en la de aquella isla, nadie lo pone en duda. Es más,
me parece casi una ohviedad para quienes nos movemos en tales cercanías.
y conste que no estoy hablando ahora del ámbito estricto de la literatura; el
asunto condiciona la evolución de ambas sociedades y de su particular geografía
humana. De ello, en sustancia, trata este libro. Y al abordar ese territorio
con la seriedad que lo hace, la autora deja al descubierto tanto tópico, tanta
improvisada razón, como muchos aducen cuando pretenden simplificar en vez
de explicar tan largo y fructuoso intercambio histórico, social y cultural.
Veamos el título: Escritores canarios en Cuba. Literatura de la emigración
(Cabildo Insular. Las Palmas, 2003). Por ese orden, precisamente. Primero,
el escritor y su razón; después, la obra y su testimonio. Escritores que son
emigrados: por motivos diversos, se desplazan, desde esta región insular es-
<:t¡ Fachada del Ateneo C UAn ERNOS DEl. ATENW 143
pañola, a aquella isla del Caribe. Una
constante histórica, recurrente desde
el mismísimo siglo XVI, aledaño al
descubrimiento; no por casualidad,
sin embargo, los flujos migratorios
que interesan a nuestra autora son los
que se producen en el tránsito entre
los siglos XIX y XX, contexto crucial
de la emancipación e independencia
de la última colonia americana. Estos
escritores canarios conforman una galería
de retratos, que recorremos en la
primera parte del libro: vidas copiosas
o intrascendentes; existencias azarosas
o previsibles. Sin embargo, todos se
dan un "aire de familia". Basta indagar
-como hace Paloma ]iménez con cuidadosa
dedicación- en la cronología y
en la peripecia y en los títulos publicados
por cada uno. Escritores, insisto,
cuyas vidas se entregan a una existencia
inexplicable sin el contexto humano
y político de su tiempo. Responden
al perfil de la época: racionalistas y
liberales, con destacada actividad pública
y decidida voluntad de cambiar
las cosas. Si es así -y así es- por qué
no entrar en el análisis de las crónicas
periodísticas de quienes las escribieron.
Paloma ]iménez sólo afude a ellas junto
a "otro tipo de textos" que no considera
"estrictamente literarios". ¿Qué forma
más literaria -en ese tiempo y en ese
ámbito ideológico y estético- que la
crónica periodística? En Hispanoamérica,
sin ninguna duda; pero es que, en
Canarias, fue género de obligado cumplimiento
para los más destacados escritores
de las islas, desde Alonso Quesada
144 CUADERNOS DEL A TENEO
a Francisco González Díaz; desde Luis
Benítez Inglott a Domingo Doreste,
Fray Lesco; desde Miguel Sarmiento a
José Suárez Falcón, fordé ...
Escritores que son, pues, su biografía.
Personajes muy significados, por su
mayor o menor implicación en la cosa
pública, bien porque se nutrieran de
la corriente regionaLista dominante en
la escritura literaria insular del tiempo,
bien porque encontraran en Cuba
terreno propicio para continuarla,
durante los plazos decisivos que allí les
tocó vivir. En ambos casos, voluntarioso
empeño por intervenir en el cambio
histórico inmediato y consecuente
limitación estética a causa de dicha servidumbre.
Lo subraya Paloma ]iménez,
con palabras de María Rosa Alonso:
"ideario político de perdedores [el de
los regionalistas canarios] ( ... ) lo que
levantará, lógicamente, un complejo
sentimental de resentimiento"; y a
continuación la autora anota -con gran
tino-la pobreza literaria de ese discurso
"fragmentario y disperso, que ha sido
relegado a la sombra, condenado al
silencio". ¿Por qué, pues, reivindicarlo?
No hay más que seguir el rumbo
trazado en esta carta de navegación tan
precisa, que Paloma ]iménez completa
en su libro: para estos escritores, insistirá,
lo primordial no es tanto el riesgo
o aventura estética como el acierto al
elegir una serie de temas que, en ese
momento, pedían a gritos una manifestación
literaria; ello es, requerían
ser tratados públicamente como parte
sustantiva de la profunda crisis social e
histórica de fin de siglo, en el ámbito
tardocolonial.
En consecuencia, si Paloma ]iménez
quiere arrojar luz sobre aquel rincón de
sombras o dejar que se oigan las voces
de escritores tanto tiempo silenciados,
es -como ya adelanté- porque reconoce
la estrecha vinculación que existe entre
tales propuestas literarias y una experiencia
existencial tan próxima, y nada
ajena, a la peripecia vivida por cada
uno de estos escritores. Ahí, el verdadero
valor testimonial de esta escritura,
y no tanto -como suele malemplearse
el término- porque procuren seguir un
dictado ideológico determinado. Hace
nuestra autora un oportuno discrimen
entre la orientación de los poetas y las
propuestas de los narradores, sobre el
cual habremos de volver. Pero, en unos
yen otros, queda en evidencia -quiero
significarlo- la doble perspectiva desde
la cual escriben; doblez sin la cual será
imposible explicar, de modo suficiente,
las razones que hacen poetas a los unos
e impulsan a los otros a contar esa peripecia
que, en muchos casos, protagonizan
pero en la que, siempre, estarán
presentes como testigos , .e~cepcionales;
es más, la entienden ya como cosa
suya, pues no tienen conciencia de ser
extranjeros en la nueva tierra. Que no
han llegado a lugar ajeno es cosa obvia:
Cuba formaba parte aún de la Corona
española. Pero el carácter tan peculiar
de la inmigración canaria -y la autora
lo explica cuidadosamente y por extenso,'
con la ayuda de abundante bibliografía
sobre este asunto- hace mayor
dicha proximidad, que es verdadera familiaridad
con el mundo al que llegan
y con las gentes a las cuales, a partir de
ese momento, unirán sus destinos.
Entremos, pues, en materia. En
la materia de estos autores; en ese espacio
temático por ellos abordado, y
en donde son fácilmente perceptibles
sus razones para escribir y, en cierto
modo también, los hallazgos -bien
que limitados- de sus obras. Los poetas
(mejor, quienes optan por la poesía)
se dejan llevar por la nostalgia de la
pequeña patria que han abandonado;
sus versos hablan, una y otra vez, de
"la tierra común, el dolor por los seres
queridos ausentes, los eventos históricos
nacionales ( ... ) las cuestiones
sociales de actualidad". Se dirá: poesía
de circunstancias; recurrencia de ciertos
tópicos propios de un sentimentalismo
tardorromántico; idealización mentirosa
de la realidad ... Porque, en estos
poemas de más bien torpe factura, hay
demasiada complacencia en el paisaje o
en el hogar que se ha dejado atrás, en
aquel reducto espacial que se identifica
con el lugar encantado de la infancia o
del entusiasmo juvenil. Bien hace Paloma
]iménez en poner las cosas en su
sitio, en no dejarse llevar por una práctica
errónea, muy común en la crítica
sobre el siglo XIX canario: disculpar las
carencias estéticas, la torpeza literaria y
el mimetismo Ragrante con formas de
un romanticismo decadente o de un
costumbrismo insustancial, creyendo
defender así una diferencia identitaria,
que no es entonces cuando de verdad se
CUADl-RNO'i DH ATF.NFO 145
manifiesta, sino en la particular manera que adquiere en las islas el modernismno.
Nuestra autora deja bien claro, en todo momento, que no puede hablarse de una
aportación literaria significativa, y que si a estos escritores acude es porque -con la
excepción de quienes más cercanos se hallan al modernismo, precisamente- dejan el
testimonio de esa poesía de la emigración que en su libro quiere revisitar.
Pero, entre los tópicos señalados, hay uno que tiene una particular significación.
De un lado, porque abunda en el testimonio de la experiencia de desarraigo que toda
emigración supone; de otro -yen este sentido me parece de primordial importancia-
porque nos explica mucho del carácter sustantivo de la insularidad y del comportamiento
cultural de ella derivado. Constante, en todos los ejemplos a los que se
refiere Paloma ]iménez, es la figura de la mujer (madre, esposa, novia) cuya pérdida o
lejanía lamenta ese yo que se expresa a través del poema; y a la que también identifica
con el motivo mayor para ansiar el regreso o para lamentar que sea imposible. Argumentalmente,
no tendría mayor trascendencia este asunto. Pero sucede que esa mujer
(seno o centro maternal) se relaciona directamente con la isla también perdida, y de
esa manera la condición femenina del lugar revela en qué consiste la fuerza centrípeta
que ata al insular a las jaldas de su mundo, a ese espacio protector, en donde indefectiblemente
busca refugio al primer contratiempo o ante cualquier situación -mental
o sentimental- que deba afrontar a lo largo de su experiencia fuera de las islas. Un
complejo de inferioridad que, hasta no desprenderse de él absolutamente, puede con
el insular siempre, y limita el desarrollo de su potencial existencia. Asunto que, todavía
hoy, condiciona el comportamiento social y cultural del isleño.
Paloma ]iménez no se detiene en este análisis; pero insiste en la función que
desempeña la mujer en dicho contexto social y afectivo, tal y como se manifiesta
en las obras que estudia: "garantizar -escribe- la permanencia y difusión de los
hábitos culturales ( ... ). La endogamia canaria refuerza los vínculos internos dentro
de la comunidad y transmite la cultura local ( ... ); es una indiscutible garantía de
preservación e incluso de perennidad de la diferencia social y étnica de una comunidad".
Insisto, nuestra-a~tora dice esto para señalar el papel aglutinante de la
mujer dentro de la nueva sociedad a la que los emigrados se incorporan, y apoya
su afirmación -concretamente- con los estudios del profesor Hernández González
en torno a este asunto. Sin embargo, yo he subrayado por algo: es fácil colegir que
la fuerza centrípeta, a la que siempre se alude cuando se quiere caracterizar la identidad
cultural de las islas, tiene que ver con la preservación y mantenimiento de lo
propio, con esos "vínculos internos" que condicionan estrechamente el comportamiento
social y las inclinaciones culturales del insular canario, a quien -a causa de
ese nexo matriarcal tan sólido- le cuesta demasiado desprenderse de su rutina; es
más, se le considera extraño entre los suyos cuando logra desligarse de esa presión
endogámica tan exigente.
146 C UADER.N"OS DEL ATENED
Como ya dije, Paloma ]iménez señala la diferencia entre los poetas y los narradores.
Para los primeros -escribe- "ocupa un lugar preponderante [la] imagen de
Canarias ( ... ) [como] evidencia [de] un frágil mundo de transición"; por su parte,
"la realidad cubana, su historia, sus costumbres, serán la materia con que estos canarios
moldearán sus ficciones narrativas siguiendo los modelos en boga en la Cuba
de su tiempo". Que en esos relatos se encuentren algunas ocasionales alusiones a
Canarias, no tiene mayor significación; sí la tendrán -por contra; y mucha- lo que
revelan de las peculiaridades "de la sociedad isleña establecida en Cuba". Los títulos
de las distintas novelas o colecciones de relatos que nuestra autora comenta, porque
los entiende más destacados o de mayor entidad literaria, pueden ayudarnos
a reconocer cuanto -más allá de lo meramente costumbrista o lo pretendidamente
histórico- importa en estas obras. Claro que se manifiestan las costumbres cubanas
a lo largo de las peripecias contadas; o bien evidente resulta el fondo histórico sobre
el que las mismas discurren: son los años decisivos del último cuarto del siglo XIX,
y marcan de modo inequívoco a los cubanos de nación lo mismo que a cuantos allí
residen, en aquellos amenes de la colonia.
Pero, también aquí, el pálpito humano, la vinculación existencial del autor a
cuanto en la peripecia de su ficción nos dice, es muy superior a la trama argumental,
tan simple y tópica siempre, tan truculenta muchas veces: aquélla encierra verdad y,
sobre todo, ahonda en la complejidad innegable que carga dicha verdad. En este sentido,
debe destacarse la disposición -implícita en el relato- que el narrador canario
de la emigración muestra para integrarse en la nueva sociedad; y, de modo paralelo
(al tiempo que es un elemento muy eficaz para explicar dicha relación), la equidistancia
desde la cual observa la realidad que le sirve de referencia, que es de los ottoS
pero que, al propio tiempo, reconoce como suya. En este orden de cosas, adquieren
particular relevancia -y así los destaca Paloma ]iménez- los temas que estos narradores
aciertan a elegir para sus obras. En primer lugar, la lucha por la abolición de
la esclavitud. No podría ser otro que Andrés Avelino Orihuela (l818-1873/1887?),
dada su peculiar biografía y su indomable personalidad, quien abordara dicha cuestión;
dejándose llevar quizá -lo explica muy bien nuestra autora, que no olvida los
trabajos al respecto del profesor Pablo Quintana- por una impulsiva sentimentalidad,
por una valoración simplista y maniquea, convocando a personajes de una pieza
(más bien, tipos), cuyos comportamientos resultan, en consecuncia, excesivamente
tópicos. No se olvide que Orihuela había traducido, en 1852, La cabaña deL tío 10m,
de Harriett B. Stowe.
De todas maneras (esto habría que anotarlo en el haber de la doble perspectiva
con que el escritor canario, por serlo, se asoma a la realidad cubana) , Orihuela
presta especial atención a la complejidad social y racial a la que debe enfrentarse
aquella lucha abolicionista a la que, apasionadamente, se refiere en su novela EL soL
CUADHtNOS nu ATI'NI'O 147
Como ya dije, Paloma ]iménez señala la diferencia entre los poetas y los narradores.
Para los primeros -escribe- "ocupa un lugar preponderante [la] imagen de
Canarias ( ... ) [como] evidencia [de] un frágil mundo de transición"; por su parte,
"la realidad cubana, su historia, sus costumbres, serán la materia con que estos canarios
moldearán sus ficciones narrativas siguiendo los modelos en boga en la Cuba
de su tiempo". Que en esos relatos se encuentren algunas ocasionales alusiones a
Canarias, no tiene mayor significación; sí la tendrán -por contra; y mucha- lo que
revelan de las peculiaridades "de la sociedad isleña establecida en Cuba". Los títulos
de las distintas novelas o colecciones de relatos que nuestra autora comenta, porque
los entiende más destacados o de mayor entidad literaria, pueden ayudarnos
a reconocer cuanto -más allá de lo meramente costumbrista o lo pretendidamente
histórico- importa en estas obras. Claro que se manifiestan las costumbres cubanas
a lo largo de las peripecias contadas; o bien evidente resulta el fondo histórico sobre
el que las mismas discurren: son los años decisivos del último cuarto del siglo XlX,
y marcan de modo inequívoco a los cubanos de nación lo mismo que a cuantos allí
residen, en aquellos amenes de la colonia.
Pero, también aquí, el pálpito humano, la vinculación existencial del autor a
cuanto en la peripecia de su ficción nos dice, es muy superior a la trama argumental,
tan simple y tópica siempre, tan truculenta muchas veces: aquélla encierra verdad y,
sobre todo, ahonda en la complejidad innegable que carga dicha verdad. En este sentido,
debe destacarse la disposición -implícita en el relato- que el narrador canario
de la emigración muestra para integrarse en la nueva sociedad; y, de modo paralelo
(al tiempo que es un elemento muy eficaz para explicar dicha relación) , la equidistancia
desde la cual observa la realidad que le sirve de referencia, que es de los arras
pero que, al propio tiempo, reconoce como suya. En este orden de cosas, adquieren
particular relevancia -y así los destaca Paloma ]iménez- los temas que estos narradores
aciertan a elegir para sus obras. En primer lugar, la lucha por la abolición de
la esclavitud. No podría ser otro que Andrés Avelino Orihuela (l818-1873/1887?),
dada su peculiar biografía-y su indomable personalidad, quien abordara dicha cuestión;
dejándose llevar quizá -lo explica muy bien nuestra autora, que no olvida los
trabajos al respecto del profesor Pablo Quintana- por una impulsiva sentimentalidad,
por una valoración simplista y maniquea, convocando a personajes de una pieza •
(más bien, tipos), cuyos comportamientos resultan, en consecuncia, excesivamente
tópicos. No se olvide que Orihuela había traducido, en 1852, La cabaña del tío Tom,
de Harriett B. Stowe.
De todas maneras (esto habría que anotarlo en el haber de la doble perspectiva
con que el escritor canario, por serlo, se asoma a la realidad cubana), Orihuela
presta especial atención a la complejidad social y racial a la que debe enfrentarse
aquella lucha abolicionista a la que, apasionadamente, se refiere en su novela El sol
CUAD~.KNm DI'! ArFNFO 147
de jesús del Monte (1852). No se trata,
por tanto, de una simple confrontación
racial; porque no existía una clara
frontera entre los amos blancos y los
siervos negros, la diversidad social de
la población blanca y de color generaba
extrañas relaciones entre ellas. La autora
hace muy bien en explicar esto, a partir
de diferentes estudios históricos y sociológicos,
y acaba por dejar bien sentado
que la trama argumental (amores del
protagonista, Eduardo, con la mulata
Matilde, en una sociedad marcada por
los prejuicios raciales) se propone como
un pretexto para que el autor tome postura
ante los primeros seísmos políticos
producidos (hacia 1844, ''Año del Cuero")
en una sociedad que se encamina,
sin vuelta atrás ya, hacia su definitiva
emancipación. Por eso, tal vez sea limitar
la intención de una novela como
ésta, aceptar el subtítulo de "novela de
costumbres cubanas". Cuando Orihuela
se esfuerza por mostrar la diferencia
entre criollos y peninsulares, haciendo
hincapié en el lenguaje de las gentes, en
el baile o en la brujería, no parece que
su intención sea reproducir "de manera
grata el color local", sino subrayar aquella
distancia entre ambas sociedades,
cuanto determina la condición plural
y mestiza del mundo de la colonia, en
vez de caer en la simplificación que el
costumbrismo como género había implantado,
falseando la identidad nacional
que pretendía defender, o quizá sólo
exaltar sentimentalmente.
La historia del momento es otro
asunto destacado por Paloma Jiménez,
148 C UADERNOS DEL ATENEO
en la obra de estos narradores canarios
en Cuba. Historia que se utiliza como
marco o atmósfera dentro del cual desarrollar
la peripecia novelesca; pero que
-aun así- resulta un elemento condicionador
de la acción y de los comportamientos
de los personajes. "Novela
histórica contemporánea" subtituló el
tinerfeño Aurelio Pérez Zamora (1828-
1918) su Sor Milagros o secretos de Cuba
(1897), narración en donde amores y
aventuras se cruzan con la corrupción
política colonial, la criminalidad de los
bajos fondos y la situación vivida por la
sociedad cubana como consecuencia de
las pretensiones anexionistas de los Estados
Unidos. Novela de escasa calidad
literaria, según nos advierte la autora,
aduciendo otros testimonios críticos: el
autor se inclina por el modelo folletinesco,
"abusa del misterio y el secreto
como estructurantes de la trama, y de la
coincidencia, la casualidad, la sorpresa
y lo repentino para engarzar los hechos
y anunciar lo que va a ocurrir, siempre
previsible". Novela, en fin, cuyo mérito
histórico mayor acaso "sea el haber dado
vida literaria a ciertos personajes de
la tradición popular". Con la historia
también se las verá Pedro Trujillo de
Miranda (1875-1930), que nos acerca a
las dos guerras de independencia entendidas
"como parte del mismo proceso
liberador". Caridad del Cobre (1913)
cuent~ una nueva historia de amor imposible,
cuya intención alegórica es más
que evidente si pensamos en los protagonistas,
"una joven cubana (Caridad) y
un viejo español, su protector (el capitán
España)"; o si nos fijamos en los años en
que transcurre la acción (1860-1898); o
si advertimos la implícita moraleja que
Trujillo Miranda propone: "los jóvenes
se independizan de lo nuevo".
Pero este último autor -que subtitula
esa novela como "de costumbres
cubanas"- desarrolla historia y costumbres,
simultáneamente, en otros
dos libros cuya temática resultará especialmente
reveladora, por lo que de novelesco
pueda tener y -sobre todo- porque,
a través de ella, llega al fondo de
la cuestión histórica en su clave social
y existencial, mucho más importante,
sin duda, que la trama convencional
de acontecimientos, fechas y conflictos
políticos que conocemos. Más aun, el
narrador desvela con ello (y lo convierte
en destacado motivo literario) el nexo
primordial entre la emigración canaria
y la nueva sociedad en la cual debe integrarse.
Creo que Paloma ]iménez, que
estudia con pormenor la obra de Truji-
110, no se detuvo lo suficiente -aunque
lo señala de modo muy oportuno- en
la intención explícita de este escritor al
llamar Caridad a su protagonista y hacerla
originaria del Cobre. Anota la autora:
''Aunque la protagonista femenina
se llama Caridad y, significativamente,
ha nacido en el Cobre ([ ... ] donde se
iniciaron los conflictos bélicos en pro
de la independencia), creemos que este
personaje debe asimismo el nombre a
la Virgen, aunque bien pudiera tratarse
de un juego de palabras". No parece
casualidad; la intención alegórica del
autor queda así confirmada.
. \., 'l. _;.
y claro que toma el nombre para su
protagonista de la Virgen patrona de
Cuba; pero con voluntad de poner al
tablero, además del referente nacional,
lo que la propia Paloma ]iménez explica:
ese culto a la Virgen nacido -en paralelo
con otros de Hispanoamérica: la mexicana
Virgen de Guadalupe, el ejemplo
más sabido- de un sincretismo religioso
entre la fé cristiana y las creencias indígenas;
que en Cuba tiene la peculiaridad
de sumar también lo africano: cultos a
María (católico), a Atabey (taíno) y Ochún
(yoruba) que vinieron a configurar
"una temprana muestra del deseo integracionista
criollo". Hago esta precisión
porque el propio Trujillo de Miranda
continuará narrando, en las otras dos
obras comentadas por Paloma ]iménez,
la clave social y existencial de aquella
historia compartida por cubanos y canarios,
en lo que a ese fondo de memoria
ancestral se refiere. Flores del Ariguanabo
(1917), dice su auror, quiere ser "un humilde
estudio de las supersticiones humanas";
y, en efecto, es novela en donde
-1
Trujillo aprovecha sus conocimientos y
su interés por el esoterismo y las ciencias
ocultas, para entrar en el ámbito de la
santería y del peculiar mestizaje anudado
en esos cultos religiosos que se intercambian
y superponen en sorprendente
mescolanza. Mestizaje y rituales religiosos
que, a su vez, le sirven para poner en
claro la natural integración del insular
canario en la sociedad, sobre roda rural,
de la Cuba de fines del siglo XIX.
Venían esos emigrantes con su estrecha
vinculación endogámica, con su
CUADl-RNm DFL ATL"FO 149
orden matriarcal en donde la mujer, además, era depositaria de la memoria
popular ancestral. ¿Qué dificultad podría haber para que entendieran, aceptaran
y compartieran prácticas religiosas lindantes con la superstición o la
brujería? Bien se comprende, así, que -como explica Paloma ]iménez- la
sociedad colonial diferenciase al isleño del peninsular, que "los canarios [fueran]
considerados como un pueblo criollo pues se habían constituido, en la
misma medida que América, como una colonia española poblada y ocupada
por hispanos y formada por conglomerados étnicos y sociales heterogéneos".
y en el mismo orden de cosas, nos encontramos con otra faceta de la integración
isleña en Cuba; otra actividad -social y económica ésta, pero no
menos generadora de la misma identificación colectiva- que Pedro Trujillo
aprovecha para contar el mundo de la emigración canaria: el tabaco. Capas
y tripas. Cuentos de tabaquería (1903) son relatos, casi fábulas nos advierte
Paloma ]iménez, donde la ficción se trenza con la actividad tabaquera: la
mujer vuelve a contar con un notado protagonismo; pues los isleños también
fueron decisivos en el trabajo de las vegas tabaqueras, ayudaron a conformar
aquella nueva clase social nacida de tan peculiar economía e iniciadora de "las
luchas sociales y políticas del país".
Sociedad y colectividad laboral que tiene sus propios modos de comportamiento
y una "especial forma de habla en la que se maneja un léxico particular";
pero donde, sobre todo, habrá de nacer una forma de narración popular
y oral, de la que estos cuentos son tributarios, en donde las historias sencillas
de ambiente cotidiano y la particular tonalidad de la voz narradora serán
fundamentales. Dice Paloma ]iménez: "quizá no sea descabellado pensar que
este libro de cuentos tuviera la misma finalidad, la de ser leído en las fábricas
de tabaco", práctica -como se sabe- promovida por los propios trabajadores
que pedían los títulos que deseaban oír mientras cumplían su horario laboral.
Algo más que una posibilidad, si -como la autora señala- Pedro Trujillo de
Miranda estuvo vinculado a aquel negocio, hasta el punto de fundar y dirigir
la revista El Tabaco, la única publicación comercial de su tiempo. Pero, sobre
todo, y como Paloma ]iménez concluye, porque este y los otros testimonios
literarios por ella estudiados nos confirman cuanto desde el principio he
subrayado: esta obra literaria medio olvidada quizá no suponga aventura
estética alguna; tal vez abuse de una serie de tópicos que despersonalizan su
escritura; puede que no lleguen a hacer historia en el curso de la literatura de
• su tiempo ... Ahora bien, su testimonio humano, su cercanía existencial, su
conciencia de haber establecido una perspectiva doble e inédita sobre aquel
tiempo y aquella historia, resultan motivo suficiente para que Paloma ]iménez
nos haya invitado a revisitarla con su acertada y reveladora lectura.
15 O C UADERNOS DEL ATENEO