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ESTO DOMÍNGUEZ SURIA
Ha S DE PINTURA
NES~O< SA~JTA' ,
lr-,STIT ~ ro JE ESTLJIOS j-iISPA"jlvOS
DICIBJB8E/EI\EQO 2005/2006
~-.... uando me reüno con Nésrol',
ya sea en su estudio
de Santa Cruz, ya sea en
~ _ la tertulia de los jueves
por la tarde/noche en el Callejón del
Combate, terminamos filosofando
sobre la pintura. Mejor, él termina
filosofando sobre la pintura y yo me
limiro a escucharle o traro mentalmente
de trasladar sus ideas a la literatura.
y son trasladables no sólo a la
literatura sino a cualquier faceta de la
vida con la que me proponga aplicarlas,
con lo que creo que lo que dice
Nésror es consustancial con el Arte
con mayüscula. Dice cosas sencillas:
habla de autenticidad/sinceridad, de
técnica/oncio, de alma/emoción, de
gloria frente a fama, conceptos de tan
rico contenido que uno no tiene por
menos que estar de acuerdo con él sin
ningün tipo de reserva.
Estamos pasando ahora por una
época en la que los hombres muerden
a los perros: algunos profesores están
asustados y temerosos an te las preten-
siones de algunos de sus alumnos; algunas emisoras de televisión, con tal
de ser los primeros en la audiencia, emiten programas zanos y soeces con
algunos falsos presentadores ram plo nes que creen que su éx ito consiste en
ch ill ar cuanto más mejor; los políticos gobiern an al margen de los deseos
de sus electores; es difícil y penoso ir por la calle porque desde cualquier
parte puede ven ir un insulto, cuestiones que hacen que hoy se haya n perdido
los valores ético/morales y que lo que prima es el oportunismo y el
golpe de mano. Es una plaga bíblica que, quizá, el eva ngelista no llegó a
soñar o, si la soñó, la escribió de manera tan indescifrable que no llegamos
a vislumbrar cómo ni en dónde lo profetiza.
Frente a estas equívocas maneras están la constancia, la se ri edad, el
rigor y, en denni t iva, la plenitud de los que se rea lizan con el trabajo bien
hecho, de la técnica aprendida y apre hendida, del oncio y de las horas, en
resumen, de los que se entregan a una vocación. Y si esa vocació n deri va
hacia lo artístico, hacia aquello que se enfrenta con la nada, que nace de
una idea, que recorre el arduo cam ino del esfuerzo y que culmina en la
creación, esa plenitud roza lo divino, lo aristotélico.
Es el caso de Néstor. Aristotélica vocación, insisto. Lo primero de todo,
el catón de las artes está en asi m i lar sus técn icas. En la pi ntu ra está el conocimiento
de los materiales, tanto de los soportes en donde se plasman las
ideas, como de los líqu idos, las grasas, las pastas, los pinceles, las paletas; de
los colores, las sombras, las luces, las distancias, los encuadres, y de tantas
cosas, que hacen falta años de estud io y dedicación para dominarlas. Se
diría que el pintor juega con ello como un niño toca y palpa aquello que
se muestra ante él y que lo conduce de lo visual a lo táctil, a lo tangible, a
lo manejable. Luego, en un segundo nivel, está el oncio: llenar papeles y
lienzos; pintar cuadros de blanco para pintar encima de lo pintado; gastar
cuadernos y cuadernos con dibujos de cabezas, pies, manos, nalgas, pelvis,
senos, o rejas, bocas ... Cientos y cientos de copias y copias. Se diría que, al
nnal, la mano va so la conducida por un nervio inmediato que une el cerebro
co n los dedos: la maestría. (El artista tiene a veces la sensación de que lo
que ve --o lo que lee- no lo ha creado él. Goya seiialaba, sorp rendido, que
sus manos veían a veces más que sus ojos). Y a la postre, ¡qué co ntraste!, hay
que olvidar lo aprendido y aprehendido porque eso es sólo un vehículo. Lo
fantástico y lo genial es saber/poder/llegar a pintar el alma.
Velázquez no es sólo Velázquez, dice Néstor en la tertulia de la tarde/
noche de los jueves, por pintar maravillosamente una menina, un enano o
un perro. No, no. Velázquez es también Vclázquez - y sobre todo- porque
ha pintado las almas de una menina, un enano y un perro, porque palpi-
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tan y laten en la tela, porque hablan, ven, escuchan y transmiten su
mundo al mundo. No sólo hay que plasmar la carne de la pintura
sino que, también, hay que trascender. Estoy de acuerdo con él: al
final la técnica vale pero traspasar el cuadro con las almas de los
. . .
personajes es un pago tan mmenso, tan emocIOnante y tan cercano
a los dioses que se llega a la catarsis.
Lo dije antes: la catarsis aristotélica. Ese amasar y manosear los
materiales; acariciar el lienzo; el olor a veces rancio a disolvente o
a barniz que tanto tiempo ha costado reconocer; y, sobre todo, el
hacer y crear el alma de lo pintado, devuelve con creces al pintor el
amor a su entrega incondicional al oficio, a las horas de pintura.