Luis Mateo Díez
54 ~ T N E c:::»
ay una vieja pregunta que sigue
teniendo actualidad y que seguramente,
sea como sea el siglo que
se avecina, no dejará de tenerla.
Es aquella que inquiere sobre el
territo rio de la memoria que contiene
la lite ratura, la novela, la ficción.
Es una pregunta que puede
dar pie a algunas reflexiones fácilmente
parangonables con otras
destinadas a dirimir lo que supone
la memoria de la propia lite ratura,
la tradición que la constituye,
la conciencia de esa tradición a la que se pertenece,
en proporción a la conciencia de la propia
lengua como elemento constitutivo y expresivo
sustancial.
No reconocer en la literatura, en el arte en general,
un cauda l tan peculiar como insustituible, de la
memoria, un espejo, más o menos sthendeliano o
metafórico, de nuestra condición y el tiempo que
refleja, es no reconocer esa evidencia de que el arte
es una parte sustancial de la vida, de esa otra vida
que sólo él contiene,
Los narradores solemos convenir que los elementos
constitutivos de nuestro trabajo son, al menos,
la imaginación, la memoria y la palabra. Hay quienes
afinan más y señalan que la ficción es un espejo de
la vida, un espejo que al reflejarla la inventa y la crea,
que tiene a la imaginación ya la memoria como elementos
desencadenantes y a la palabra como auténtico
elemento constitutivo. Uno escribe novelas
desde la imaginación y la memoria, materializando
su invención en palabras. Se trata, en cualquier caso,
de tres elementos de fácil determinación porque nos
conciernen a todos los seres humanos, y probablemente
esa circunstancia revela bastante de la propia
condición de los fabuladores y del destino de las ficciones.
Quiero decir, que sentirse dueño de esos elementos,
más que distinguir emparenta, y compromete
porque nos pertenecen a todos.
El creador de ficc iones hace un uso activo de ellos
y los conecta o compagina para que segreguen esa
materia imaginaria de la fabulación que son las
novelas y los relatos. Para escribir ficciones hay que
sentirse dueño de las palabras necesarias y hay que
saber establecer el telar adecuado para que las palabras
confluyan y procreen lo que la imaginación va
delimitando. La masa verbal se integra en ese edificio
de la imaginación con la misma sustantividad
con que el fondo se integra en la forma, atendiendo
a los términos de aquella tradicional división cada
día más olvidada. Fue Víctor Hugo, hace ya tanto
tiempo, quien dijo que la forma es lo que sube del
fondo hacia la superficie. Entre la imaginación y las
palabras que la modelan narrativamente, fondo y
superficie son definitivamente dos términos tan
inseparables que bien podríamos entender que son
dos términos de lo mismo.
Decir que la ficción es un espejo de la vida avala
esa idea de que en ella todos podemos mirarnos
reflejados con el latido que concierne a tantas cosas
de lo que somos, de lo que sentirnos, de lo que soñamos.
Un espejo abierto y profundo, a veces casi
insondable, que descubre o revela mucho de lo que
por otro conducto jamás percibiríamos. Hay una vida
al pie de lo cotidiano, en la aventura particular que a
cada uno compete, en el viaje que nos corresponde
por este mundo, cada cual con sus vicisitudes. Y hay
otra imaginaria, que el espejo de la ficción refleja.
donde todos podemos sentirnos concernidos de otra
manera, a través de la imaginación, de la memoria y
la palabra de quien tiene el poder de crear esos universos
que encierran las novelas.
Imaginación, memoria y palabra son elementos,
como decía, de los que todos somos dueños, llaves
para esas aventuras en las que existen otras posibilidades
de vivir intensamente lo que sólo en ellas
puede vivirse. Y de sobra sabemos que, con frecuencia,
en el espejo de la ficc ión está reflejado el secreto
de lo que la vida jamás nos desvelará, y que sin
ese espejo nuestra existencia es irremediablemente
mucho más pobre.
He oído decir que el territorio de la imaginación y
la memoria es el territorio interior de la experiencia,
y que en algún punto impreciso de confluencia de
ambos es donde salta la chispa que suscita una historia
, casi siempre revestida en su formulación originaria
por una idea o una imagen de específica condición
narrativa. Una imagen o una idea que contienen
la sugerencia o la aureola poética que dará destino y
sentido a la historia que irán segregando, ya que una
parte crucial del proceso creador de la novela estribará
en orientar esa segregación.
Si la memoria y la imaginación están en el interior
de la experiencia, como motores de la invención,
podríamos decir que la palabra, íntimamente ligada a
ellas sin solución de continuidad, está en el exterior,
en tanto cumple la tarea de exteriorizarlas, de materializar
la expresividad La novela se alimenta en igual
medida de esos tres elementos sustanciales y el estallido
de la invención , por decirlo con cierta fogosidad,
se produce siempre en el punto de confluencia de los
mismos. Yo aseguraría que la palabra, la palabra
narrativa, requiere de la imaginación y la memoria
para ser tal palabra, sin ellas sería otra cosa. Y la imaginación
y la memoria jamás podrían alimentar una
novela sin esa misma palabra mediadora, constitutiva.
Esa experiencia interior de la fabulación no puede
LUIS MATEO OíEZ nació en Villablino (León), en 1942. En 1973 escribió su primer libro de
relatos, Memorial de Hierbas, con el que se reveló como uno de los más destacados
cultivadores del género, yen 1989 publicó otro, Brasas de Agosto. Asimismo, sus novelas
le han granjeado un puesto entre las primeras filas de la narrativa española actual. Junto
a Pamasillo Provindal de Poetas Apócrifos (en colaboración), Relato de Babia, Apócrifo del
Clavel y de La Espina y las Estadones Provindales, cabe destacar muy especialmente La
Fuente de la Edad, con la que en 1986 obtuvo el Premio Nadonal de Literatura y el Premio
de la Critica, y Las Horas Completas, que junto con El Expediente del Náufrago forman un
ciclo de novelas que comparten la geografía provinciana en que desenvuelven las tramas,
el tiempo en que transcurren (la oscura etapa de los años cincuenta del franquismo) y el
infortunio en que están sumidos sus personajes.
N E c::::>. 55
alcanza r sentido y destino si no nace ya encaminada
hacia la expresividad en que se materia liza: ese exterior
de la palabra que es, además, quien la hace
pública y participable
Memoria e imaginación pueden ser también elementos
sustanciales de otras ficciones que no tienen,
como la novela, la palabra como conductor de
expresividad. Yen este sentido hay que reconocer la
especificidad de la ficción escrita por ser dueña de la
palabra como sustancia decisiva de la misma. Y hay
que reconocer, como ya he dicho, que es desde la
palabra, desde la pa labra narrativa, desde donde fluyen
y se iluminan la imaginación y la memoria.
Supongo que con lo que llevo dicho, ya podría
aventurar que ese terri torio de la memoria que está
en la literatura es un terri torio peculiar que contribuye,
seguro que muy profundamente, a acrecentarla, a
sostenerla. La memoria como elemento constitutivo
de lo imaginario alcanza un grado de perpet uación
que incluye lo que a la experiencia individual y colectiva
del creador pertenece, lo que esa experiencia
destila como alimento de la imaginación en el
imprescindible encuentro de la palabra. Es una
memoria peculia r en lo que tiene de memoria artística,
de memoria creativa, de memoria narrativa. si
seguimos sin salirnos del ámbito de la ficción.
No sé si sería signif icativo delimitar, balando más
el detalle, la distinta en tidad de esa memoria en lo
que pudie~ ser una narrativa testimonial o una
narrativa fantástica, por buscar dos direcciones muy
ale jadas entre sí. En cualquier caso los datos más o
menos explícitos de la misma estarían en ese orden
de lo imaginario que les concede otra significación,
que los distingue de los que por otros medios almacena
la memoria común o la memoria histórica.
Si la ficción es esa otra parte de la vida que se acumula
desde las conquistas imaginarias del arte de
narrar, la memoria que pertenece a esas conqu istas.
que las nutre y revela, tiene la peculiaridad de un
valor más ambiguo, de una verdad que pervive en el
recuerdo escrito de su fabulación, de una huella que
en la verosimilitud de lo que se cuenta marca un
grado de belleza y lucidez distintos a los que se perpetúan
por cualquier otro conducto.
Una eval uación de lo que en la memoria histórica,
en el devenir de los siglos, supone la memoria literaria,
la memoria na rrativa, la huella de esa verdad
artíst ica que se ha perpetuado en el universo imaginario,
resultaría tan contundente que, si sólo por un
56 b-.. T
momento pudiéramos pensar en su pérdida o en su
inexistencia, sentiríamos el terrible vacío de lo que
sólo ella contiene, ese otro resplandor del pasado
que la ficción literaria hace pervivir con el latido y la
intensidad con que sólo el arte derrota al tiempo
Porque una parte imprescindible de la conciencia
de lo que somos está en lo imaginario, en el espejo
sthendeliano o metafórico de lo que la ficción refleja
desde que existe, y esta celebración de la imaginación
y la palabra se constituye como elemento fundamental
de la lucha contra el olvido. Hablar, narrar,
inventar historias de unos hombres que vivían enhebrados
al lenguaje que los crea, dice Emilio Lledó, es
romper el impávido ritmo del mundo y de las cosas y
poner a su lado otro universo, más abstracto tal vez,
pero más firme. La memoria de las palabras se acaba
haciendo eco, espejo de la vida.
Esa vieja pregunta sobre el territorio de la memoria
que contiene la literatura, tiene su mejor contestación
en el propio ejercicio que cada uno podemos
hacer de lo que a t ravés de la literatura sabemos,
recordamos, reconocemos, del pasado: de tantos
conocimientos imaginarios que perviven y se recrean
conectando nuestra sensibilidad de lectores con los
universos que encierran las ficciones.
Aunque la novela esté ya muy lejos de aquella prerrogativa
de escuela de vida, que obtuvo en la edad
dorada del género, sus conquistas siguen remitiendo
a esa especie de interior de la memoria que tan profundas
significaciones genera, a esa revelación de lo
más hondo del alma humana, en tantas figuras inolvidables,
en tantos personajes que viven en su tiempo
y llegan al nuestro habiendo roto la lejanía que
acrecienta su vida, que la sigue haciendo nuestra.
Ningún archivo documental, histórico, puede preservar,
más allá de un caudal infinito de datos e
información sobre modos de vida , en todos los órdenes
en que la vida humana se muestra, el sentimiento
profundo de la misma, el latido que contiene sus
emociones, desazones, deseos, la mirada secreta, el
placer o el dolor, de algún ser humano de un tiempo
pasado. Sólo desde lo imaginario laten y perviven ,
contribuyendo a una memoria de la existencia humana
de la que no queda huella tan profunda en ningún
otro sit io, seres como Emma Bovary o Ana Ozores. Y
al interior de sus corazones sólo podemos llegar en
las novelas en que habitan, donde la vida del tiempo
que las contiene sigue brotando con la eterna intensidad
de su ficción.