CARTAS DIFERENTES. REVISTA CANARIA DE PATRIMONIO DOCUMENTAL 307
JORGE Lozano Vandewalle.
[Textos Fernando Gabriel Martín...
et al.]. Las Palmas de Gran Cana-ria;
Santa Cruz de Tenerife: Filmo-teca
Canaria, D.L. 2006. 97 p. (Cua-dernos
de la Filmoteca Canaria. Do-cumentos;
2). ISBN 84-7947-412-1.
Jorge Lozano: una tierna y apa-sionada
mirada. El cine, como in-mensa
y poliédrica representación
de la riqueza de la condición huma-na,
es muchas cosas. Pasión de gen-tes
tanto delante como detrás de
una cámara. Para muchos, negocio
y entretenimiento; para otros, cul-tura
con mayúsculas; para unos
pocos, un espacio para entronizar su
ego desmesurado; para otros muchos
una humilde y constante aportación
a la necesidad de hacer humanidad.
Delirio mitómano para los más; sim-biosis
de vulgaridad y gravedad
impostada para quienes lo miran
severamente. Pasión cinéfila que
encuentra placer en la mirada, casi
voyeurística, sobre unas ficciones
repletas, rebosantes de significados
y significantes, que nos sumergen en
lo mas íntimo e inexpresado de
nosotros a través de la catarsis co-lectiva
que se manifiesta, cada día,
en la oscuridad pudorosa de una sala
cerrada, como si la vida no fuera
nuestra ¿realidad?, sino algo que
sucede en la ficción de la pantalla.
Necesidad de sus demiurgos (direc-tores,
guionistas, actores, músicos...)
de comunicar, de profundizar y
develar el profundo misterio del
alma humana, con matices que se
multiplican hasta el infinito. Un
poderoso instrumento de control y
propaganda, de expresión y difusión
de idearios nobles y también espu-rios.
Necesidad de algo y de su
contrario, como la profunda y con-tradictoria
dualidad del ser huma-no.
Impostura maravillosa y transfor-madora.
Espejo en el que nos des-cubrimos
y recreamos. Comunión
de oficios y saberes diversos. Hay
quienes opinan que es algo más que
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el séptimo arte y desearían verlo
desembarazarse de ese puesto infa-me,
y también hay quienes dicen
que es algo menos, y que el voca-blo
‘arte’ le queda grande. Más allá
de adjudicarle un puesto, diría que
es, o puede ser, el séptimo arte, pero
únicamente porque ha sido el últi-mo
en llegar a la palestra de las
formas de expresión humanas, pero
que razonablemente es el que ma-yor
repercusión tiene en nuestra
sociedad actual, en sus múltiples
formas, desde la clásica pantalla de
cine hasta la posibilidad de contem-plarlo
(desde luego, no disfrutarlo)
en la pantalla de un teléfono móvil.
Jorge, mi antiguo y querido ve-cino
de la calle Álamo, en cuya casa
vi con curiosidad y por primera vez
un magnetoscopio, sabe mucho de
soportes cinematográficos, puesto
que, como bien dice, ha conocido
prácticamente todos los formatos en
los que puede quedar almacenada
la imagen en movimiento.
Jorge Lozano es cineasta que,
afortunadamente, escapa a las eti-quetas
(las cuales no hacen sino
empobrecer y escamotear el análi-sis,
trufándolo de lugares comunes),
más interesado por buscar solucio-nes
creativas a todos aquellos pro-yectos,
de índole tan diferente tanto
los que él mismo pergeñó como los
que se le han presentado en su rica
trayectoria que por adscribirse a un
género en particular. En el caso de
Jorge, se me antoja que, y a riesgo
de invocar una perogrullada, su afán
por parir cine es, fundamentalmente,
una forma de vida, una puesta en
escena visceral que hace de la ne-cesidad
virtud, una excusa para tejer
su particular red de comunicación
con el mundo y de búsqueda de una
sociedad mejor a través de esta for-ma
de expresión coral. El cine es su
puerta de acceso a su vida íntima,
su personal anatomía del espíritu,
expresada ésta a través de la vida de
los otros aquéllos que quedaron
indeleblemente impresionados en el
celuloide de su linterna mágica y de
las vidas de todos aquéllos a los que
toca con su pasión por crear, con su
infatigable y multifacética inquietud
buscadora. Quizás su manera de
expresarnos buena parte de sus
necesidades y sus inquietudes, sus
desesperaciones y sus plenitudes, las
que le sobrevienen e inspiran des-de
el sustrato de su entorno inme-diato,
en cuya evolución como so-ciedad
participa activamente. Es su
manera de expresar el amor por
nuestra tierra, por su patria chica,
La Palma, luminoso terruño de en-sueños
crepusculares, por lo demás,
muy cinematográfico, no tanto por
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sus paisajes como por su condición
de espacio para una sensualística y
pausada contemplación, donde la
vida transcurre como en un largo y
cadencioso plano secuencia. Su
particular aventura en busca de la
excelencia y el conocimiento, refle-jada
además en el importantísimo
trabajo antropológico que nos ha
legado con su obra. Acción e impul-so
iniciático son también caracterís-ticas
de su persona.
Estructurado alrededor de una
amena y enjundiosa charla/entrevis-ta
con Fernando Gabriel Martín, ca-tedrático
de Historia del Arte de la
Universidad de La laguna, y otras
tantas y manifiestamente amorosas
aportaciones de varios de sus colabo-radores/
admiradores (desde Loló
Fernández, su esposa y alma gemela,
hasta mi compañero del Aula de
Cine de la Universidad de La Lagu-na,
Emilio Ramal, pasando por las
palabras llenas de gratitud y amistad
de Elsa López y Luis Ortega Abra-ham
entre otras magníficas semblan-zas),
se presenta esta miscelánea, des-de
mi punto de vista imprescindible,
como lo es el siempre joven cineasta
cuyo trabajo se expone. Porque im-prescindibles
son todos aquéllos que,
como Jorge, nunca se rinden, nunca
cesan de perseguir sus sueños.
Pero, y puesto que el cine es uno
de los principales inductores y ger-men
de aquello que se ha dado en
llamar valores, en este caso los míos,
testigo de mi educación sentimen-tal
y pilar fundamental de mi acceso
al conocimiento, creo que lo mejor
que, a título personal, puedo apor-tar
sobre la necesidad de divulgar
el trabajo de Jorge es mi propia
memoria: todavía hoy recuerdo
vívidamente el desasosiego que me
produjo el contemplar la caída, risco
abajo, del protagonista de El salto del
enamorado, una de las pocas pelícu-las
suyas que he podido ver. Y to-davía
hoy recuerdo la rabia e indig-nación
que sentí al escuchar las
palabras del mencey Tanausú: “¡Va-caguaré!”,
y la tristeza de contem-plar,
en el tan añorado Circo de
Marte, cómo su gente moría hela-da
en la magnífica Aysoraguan.
Gracias, Jorge, por hacer más rica
la experiencia vital de todos aqué-llos
que, aun de soslayo, hemos tran-sitado
tu obra.
AGUSTÍN M.
FRANCISCO CURBELO