HOMENAJES
ANTONIO MANUEL DÍAZ RODRÍGUEZ
(1929-2011)
El pasado 18 de febrero de 2011 falleció Antonio Manuel Díaz
Rodríguez, al que puede considerarse uno de los más preclaros con-servacionistas
con los que ha contado la isla de La Palma (Canarias).
De personalidad abierta, afable, inquieta y dotada de un fi no sentido
del humor —tan consubstancial, por otro lado, a la seña de identidad
palmense—, desplegó a lo largo de toda su existencia un carácter
vitalista y un perfi l encarnado en la esencia más auténtica de la isla.
Su biografía se resume en un compromiso constante con La Palma,
por el que mostró a sus convecinos que la mejor manera de defender
los valores universales es a través de su medio más inmediato. Quizás
éste haya sido su mejor legado: saber hacer de la patria chica el mo-delo
para ennoblecer la patria grande. En este sentido, Díaz Rodríguez
fue un naturalista y un humanista de vocación local a la vez que un
ciudadano de sentimiento generalista. Es decir, consiguió contemplar
La Palma como una utopía viable al mismo tiempo que entrevió
el mundo como anhelo de la propia isla. Su presidencia de la Real
Sociedad Cosmológica y la colaboración en el presente número de
Cartas diferentes, con un artículo sobre el periódico escolar Cristal y
roca, son pruebas esa adhesión a la cultura en todas sus perspectivas.
Nacido en Santa Cruz de La Palma el 14 de octubre de 1929 en
el seno de una familia de honda tradición liberal y mercantil, Antonio
Manuel Díaz ejemplarizó una manera de ser en la que sabiamente
supo conjugar las raíces culturales de la geografía insular; una decidida
y valiente apuesta medioambiental, asentada en sólidos argumentos;
y un respetuoso talante, capaz de trabar vasta amistad con personas
de todas las ideologías o tendencias políticas, una actitud, por demás,
siempre difícil de encontrar. Hijo de Diógenes Díaz Cabrera (1904-
1993), cónsul de Venezuela en la isla, y de Rosa Rodríguez Hernández,
mostró desde niño una curiosidad innata por cuanto le rodeaba. De
este tiempo son sus entrañables recuerdos del carnaval de la primera
mitad de la década de 1930, rememorados en la casa familiar de la
Cartas diferentes. Revista canaria de patrimonio documental, n. 8 (2012), pp. 423-437.
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calle O’Daly y que, con posterioridad, glosó en más de una ocasión.
Sin embargo, en 1936, la terrible guerra civil marcó el destino fami-liar.
Su padre, Diógenes Díaz, conocido francmasón y militante del
Partido Republicano Palmero en la línea de Alonso Pérez Díaz (1876-
1941), fue encarcelado en distintas prisiones del archipiélago y de la
península entre 1941 y 1947. A partir de este momento, la huella de
Pérez Díaz y un republicanismo consecuente quedarán patentes como
dos principios que sellan buena parte de su vida. Señalemos en este
sentido que Díaz Rodríguez dispuso que las fl ores de su sepelio, una
vez concluido su velatorio, se depositaran ante la tumba de D. Alonso.
Entretanto, los años de bachillerato supusieron para el joven Díaz un
oportuno encuentro con la cultura. El magisterio —también motivado
por las trágicas consecuencias de la guerra civil— de José Pérez Vidal
(1907-1990) en el Instituto de Bachillerato de Santa Cruz de La Palma,
fue un remanso en aquellos tormentosos años. Un testimonio de aquel
empuje juvenil fue la confección del periódico escolar Cristal y roca
(1948), un ilusionado boletín escolar secuestrado desde el número 1 por
las autoridades educativas. No obstante, lo más importante de aquella
efímera empresa fue la estrecha amistad forjada desde este instante
entre D. Antonio Manuel y el etnógrafo palmero, del que aquél llegó
incluso a ser albacea testamentario. En este ámbito resulta indudable
la infl uencia de Pérez Vidal en la sensibilidad de Díaz, y en especial
en la amplia receptividad que mostró siempre por la cultura popular.
D. Antonio Manuel supo hacer suya aquella máxima dictada por D.
José en su prólogo al libro Narraciones que parecen cuento (Santa Cruz
de Tenerife, 1954) de Armando Yanes Carrillo (1884-1962): «El pueblo
que [...] deje desvanecer su tradición y su historia perderá sus raíces y
llegará a sentirse extranjero en su propia tierra».
Llegada la edad universitaria, Díaz Rodríguez marchó a Tenerife,
donde cursó estudios en la Escuela Profesional de Comercio, en cuyo
seno, en 1952, se tituló como perito mercantil. Más tarde completó
su formación como profesor mercantil en la Escuela de Altos Estu-dios
Mercantiles de Madrid, en la que se graduó en 1954. Vuelto a
La Palma, empieza a ejercer profesionalmente en la empresa familiar,
una de las casas más relevantes de la isla. Fundada en 1902 por su
abuelo Manuel Rodríguez Acosta (1883-1961), el negocio abarcaba
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géneros de diversa índole como el de ferretería, gasolinera, venta de
automóviles, motocicletas y repuestos, así como las explotaciones
agrícola y ganadera.
En 1957, de manera paralela a los quehaceres comerciales, se in-corpora
al claustro de la Academia Insular de Magisterio y Comercio,
donde comienza a impartir docencia. En esta faceta destacó como
un buen profesor gracias a sus dotes naturales para la comunicación.
Alguno de sus antiguos alumnos recuerda cómo sus aptitudes de
pedagogo movieron su interés por las asignaturas más áridas del plan
de estudios. Una vez cerrada la academia, pasó por oposición a ser
profesor de Tecnología Administrativa y Comercial en el Instituto de
Formación Profesional Virgen de las Nieves, donde trabajó hasta su
jubilación en 1994. De igual modo, D. Antonio Manuel compaginó las
tareas docentes con el servicio diplomático. Retirado su padre del cargo,
desde 1959 Díaz fue designado cónsul ad honorem de la República de
Venezuela en La Palma, empleo que desempeñó hasta el año 2008. En
este ejercicio tuvo el privilegio, por ejemplo, de recibir al presidente
venezolano Rafael Caldera en sus visitas a la isla en 1975 y 1978.
En cierta manera ese compromiso social le condujo a formar parte
activa del Club de Leones, asociación altruista que durante la década
de 1970 auspició una serie de relevantes proyectos en la capital pal-mera:
erección de un parque infantil en la antigua plaza de las Monjas
(1971), acondicionamiento del elemento escenográfi co del Barco de la
Virgen como Museo Naval (1970-1975), o colaboración en el rescate,
tras varias décadas de olvido, de la popular Cabalgata de Reyes en
la noche del 5 de enero (1970). Antonio Manuel Díaz y su esposa,
Blanca Aurora Ríos Pérez, profesora superior de piano, colaboraron
con cariño, ilusión y entusiasmo en estas iniciativas.
Con el restablecimiento en 1978 del sistema democrático en España,
Antonio Manuel Díaz asumió entonces el compromiso político. Entre
1979 y 1983, durante la primera legislatura de la nueva etapa de las
corporaciones locales, integró como independiente las candidaturas
de Unión de Centro Democrático al Ayuntamiento de Santa Cruz
de La Palma y al Cabildo de La Palma. En este tiempo, y a través de
su cargo de consejero insular, se materializó la creación de la Granja
Experimental de Garafía, institución concebida para la salvaguarda
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de las razas autóctonas de La Palma que ha venido a representar un
papel fundamental en la conservación del patrimonio genético insu-lar.
En este cometido cabe recordar que fue pionero en identifi car la
mayoría de las razas locales, como la oveja y la cabra palmeras y el
perro pastor garafi ano. Desde su puesto como edil en el Cabildo de
La Palma impulsó medidas de protección para estos genotipos, así
como también para la vaca palmera y el cerdo negro canario. En justo
reconocimiento a su labor, y a título póstumo, desde 2011 la granja
experimental del Cabildo de La Palma lleva el nombre de «Antonio
Manuel Díaz Rodríguez»». En igual medida, el Concurso Monográfi co
del Perro Pastor Garafi ano, instituido desde 2008 en el marco de la
feria ganadera de San Antonio del Monte, porta hoy la denominación
«Antonio Manuel Díaz Rodríguez».
El propio Díaz, en su fi nca de la hacienda de Bajamar (Breña Alta),
crió ovejas, gallinas camperas de la isla y, sobre todo, pastores garafi anos.
De esta última raza repartió gratuitamente más de 1.000 cachorros,
requisito que contribuyó en 2004 a su defi nitivo reconocimiento ofi -
cial por la Real Sociedad Canina como «raza autóctona española»; en
la actualidad, se espera su registro internacional. Como recuerda su
amigo el veterinario y biólogo del Instituto Canario de Investigacio-nes
Agrarias Juan Capote Álvarez, «hasta el último momento, Antonio
Manuel mantuvo el interés de un joven investigador; cuando murió tenía
dos perros en su casa, un pastor garafi ano y un ratonero palmero, que
simbolizan de manera clara a una raza consolidada y a otra emergente,
es decir, su trabajo y su ilusión». La herencia de esta pasión ganadera
ha sido continuada tanto por el propio Juan Capote como por otros
solventes veterinarios y profesores canarios, como Antonio Jesús Fernán-dez
Rodríguez, María del Rosario Fresno, Rafael González y Juan Luis
López. En idéntica forma, sus propias hijas han asumido ese legado:
Rosa Elena Díaz es doctora en Biología; Silvia es veterinaria; y Ana,
profesora de enseñanza primaria, es una apasionada de la naturaleza.
Esta inclinación por las ciencias ambientales se concretó, asimismo,
en su defensa constante del patrimonio natural de La Palma. Espo-rádico
publicista en los medios de comunicación social, siempre en
defensa de los valores del ecosistema de la geografía palmera, fue uno
de los fundadores de la Asociación Junonia Mayor de Amigos de la
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Naturaleza (1982), ateneo ecologista inspirado en la corporación ho-mónima
Asociación Tinerfeña de Amigos de la Naturaleza y dedicado
a la protección de la fauna, fl ora, paisaje y tipismo de La Palma. En
fecha más reciente, Díaz Rodríguez había sido designado miembro
del Patronato de Espacios Naturales de la isla de La Palma. Junto a
su amigo Agustín Rodríguez Fariña mantuvo en las convocatorias de
este organismo una postura comprometida y crítica frente a las tesis
ofi cialistas, con frecuencia más atraídas por un benefi cio inmediato que
asentadas en una perspectiva lógica. Debido a ello, ambos intelectuales
acabaron siendo cesados de la corporación. En este terreno, conviene
colacionar que Díaz llegó a atesorar una copiosísima colección de imá-genes
de los paisajes insulares y que hoy en día quedan como mudos
pero objetivos testigos de un desarrollo con frecuencia mal entendido.
Al mismo tiempo, Díaz Rodríguez participó en cuantas empresas
tuvieron aplicación en la mejora del patrimonio natural o cultural
de La Palma. En esta línea no deben olvidarse sus inclusiones como
miembro constituyente en la Fundación para la Recuperación del
Patrimonio «Villa de Garafía» (1991), la Asociación Española del Pe-rro
Pastor Garafi ano (1997), la Asociación de Criadores de la Oveja
Palmera (2000-2001) o la Sociedad de Estudios Generales de la Isla
de La Palma (2003).
Esta vocación por la naturaleza se combinó con un compromiso
científi co manifestado en su activismo por la Real Sociedad Cosmológica,
entidad de carácter cultural fundada en Santa Cruz de La Palma en
1881 y espejo de la tradición ilustrada de la isla. Cabría rememorar que
fue su presidente entre 1977 y 1986, y bajo su mandato se acometió
la principal reforma de la entidad en sus más de ciento treinta años de
trayectoria. Con este fi n se procedió a la ampliación del edifi cio, sede
en lo antiguo del pósito de la ciudad, sito en el número 6 de la calle
Vandewalle, para lo que se aprovechó el patio-mirador de la vertiente
norte. Además, de estos años data un debate público sobre la naturaleza
jurídica de la sociedad. Y así, frente a las pretensiones del consistorio
de Santa Cruz de La Palma de apropiarse de La Cosmológica y con-vertirla
en mera biblioteca pública municipal —hubiese mantenido
sólo el nombre—, la junta directiva presidida por Díaz contrapuso
la visión de una entidad mucho más ambiciosa. La Cosmológica se
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entendió —por fortuna, aún hoy también— como un foro en el que
tiene cabida la iniciativa particular o, en otras palabras, como un cauce
de participación de la ciudadanía más allá de la administración pú-blica.
Fueron unos momentos delicados, coincidentes, además, con la
etapa como concejal de Díaz Rodríguez en el Ayuntamiento de Santa
Cruz de La Palma. No en vano, el consistorio municipal, propietario
del inmueble en el que se ubica La Cosmológica, llegó a redactar
un borrador de estatutos para controlar la institución. Por gracia, La
Cosmológica permaneció como una institución independiente y de
servicio público.
De igual forma, Díaz presidió durante dos años la histórica So-ciedad
La Investigadora de Santa Cruz de La Palma (2001-2003) y,
como se apuntó, fue miembro fundador de la Sociedad de Estudios
Generales de la Isla de La Palma, así como miembro del consejo de
redacción de su órgano científi co, la Revista de estudios generales de
la isla de La Palma.
Los compromisos cívicos, por último, condujeron a D. Antonio Manuel
a colaborar en restablecer la dignidad de los represaliados tras el alzamiento
militar de 1936, una cruda realidad sufrida en su propia familia. Díaz Ro-dríguez
fue uno de los investigadores pioneros en confeccionar un listado
de desaparecidos o ejecutados y, desde la década de 1990, comenzó a dar
a la luz, bajo seudónimo, diversos artículos sobre la cuestión, una de las
más oscuras de la historia de La Palma. Dos circunstancias acaecidas años
antes, y que ponen de relieve una vez más su talante, fueron los modos
en que clandestinamente retornaron desde Las Palmas de Gran Canaria
los restos de Alonso Pérez Díaz, o cómo se repusieron en el cementerio
santacrucero algunos elementos formales de la tumba del periodista,
educador y librepensador Hermenegildo Rodríguez Méndez (1870-1922).
En primer lugar, cabe recordar que D. Alonso había fallecido preso en
1941. Hacia 1961, y por iniciativa de sus hermanas, sus huesos se trajeron
de la capital grancanaria hasta la necrópolis de Santa Cruz de La Palma,
depositándose sin nominación alguna en un nicho del mausoleo familiar;
Antonio Manuel Díaz fue una de las tres personas que se ocuparon de
esta amarga repatriación. Por su parte, la sepultura de Rodríguez Méndez
se erigió rematada por una alegórica columna, prudentemente escondida
tras el triunfo del golpe de estado de 1936. Durante el mandato de Díaz
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en La Cosmológica, y bajo la supervisión del investigador y artista Alberto
José Fernández García (1928-1984), miembro también de la dirección
cosmológica y custodio de la columna, la pieza se repuso en el sepulcro
de D. Gildo.
Este interés panorámico por la cultura insular se manifestó en nu-merosos
trabajos, publicados en la prensa regional y local o en libros
colectivos. Personajes singulares y sabrosas anécdotas de otros tiempos,
cuyos relatos sólo habían sido transmitidos hasta entonces en narraciones
orales, fi jaron su atención. En este sentido, buena prueba de esta afi ción
por lo costumbrista es el trabajo de contextualización que preparaba
sobre la poesía satírica de Domingo Acosta Guión (1884-1959), en la
que se mostraba una descripción e identifi cación de los personajes o de
las circunstancias que iluminara la exégesis humorística de los versos,
crípticos para la mayoría lectora. También cabe incluir en esta faceta
una extensa recopilación sobre recetas de licores caseros. De mayor
gravedad fue su aportación al libro Santa Cruz de La Palma en blanco y
negro (2000), en coautoría con Juan Julio Fernández Rodríguez y Juan
Carlos Díaz Lorenzo, del que suscribió el capítulo «La sociedad» (pp.
134-191), o sus contribuciones en diversas publicaciones, en particular
la relativa al perro pastor garafi ano aparecida en la Revista de estudios
generales de la isla de La Palma («Recuperación y reconocimiento
formal de la raza canina: pastor garafi ano», n. 1, 2005, pp. 91-116),
así como otros artículos insertos en cabeceras de divulgación.
Se trata, en defi nitiva, de un cúmulo de trazos que desde distintos
ángulos retratan el complejo perfi l de un palmero con pincelada profunda
en lo local y amplia perspectiva en lo universal. Condecoraciones como
las de Francisco de Miranda de tercera clase (1975) y Andrés Bello de
segunda clase (1980), otorgadas por el gobierno venezolano; Distinción
Honorífi ca de la Consejería de Agricultura, Pesca y Alimentación del
Gobierno de Canarias (2003); Distinguido de la Isla por la Fundación
Canaria para el Desarrollo y la Cultura Ambiental de La Palma (2003);
Presidente de Honor de la Asociación Española del Perro Pastor Garafi ano
(2008); Distinción de la Sociedad Española para los Recursos Genéticos
Animales (SERGA); Medalla de Oro de la Villa de Garafía (2009); y
Embajador de Buena Voluntad de la Reserva Mundial de la Biosfera de
La Palma (2009), fueron algunos de los reconocimientos y galardones de
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los que se hizo merecedor. Pero por encima de todo, servir a su tierra, a
la Tierra, fue su mayor recompensa. Con la muerte de Antonio Manuel
Díaz Rodríguez se ha marchado un pedazo del alma palmera de la se-gunda
mitad del siglo XX. Queda, sin embargo, su compromiso. Nuestro
compromiso.
MANUEL POGGIO CAPOTE