Anecdotario
TARSICIHOE RRERZAA PIÉN
Una tarde de 1974, los miembros del Centro de Traductores de la UNAM,
tuvimos el gusto de ver llegar a dos ilustres bibliófilos hispanos: don Agustín
Millares Carlo y don Ignacio Mantecón.
Don Agustín era el centro de todas las atenciones. Venía a mostrarnos algo
de su inmenso saber bibliográfico en torno al clasicismo.
Al día siguiente, me apresuré a obsequiarle mi reciente traducción de las
Epístolas de Horacio, editadas por la UNAM. Se lo dediqué con este epígrafe:
D. D. AUGUSTINO MILLARES CARLO
HUMANIORUM LITTERARUM
EXPLORATORI. PRAECEPTORI.
AMATORI PERSPICUO
LIBELLUM HUNC
INTERPRES PERLIBENTER DEDICAT
Cuando, un día después, le llevé mi flamante ejemplar del enciclopédico
volumen: Bibliogvafia mexicana del siglo XVI por Joaquín García Icazbalceta.
Nueva Edición por A. Millares C., el admirado maestro me lo dedicó en estos
términos:
Para el doctor Tarsicio Herrera, con mis felicitaciones mas cordiales por
su bella versión española de las Epistolas de Hovacio, y en testimonio de
afecto y consideración. A.M.C. México, febrero 1974.
Al terminar la serie de conferencias que don Agustín nos impartió, Rafael
Moreno lo invitó a festejar su ciclo con una comida en compañía de los inves-
1 O4 Tarsicio Herrera Zapién
tigadores fundadores del Centro: José Quiñones, Roberto Heredia, cl hoy des-aparecido
Ignacio Osorio, y un servidor.
Ya don Agustín me conocía como traductor de Horacio. Así quc, cuando
se sirvió la comida en el distinguido restaurante del Club España de San
Ángel, y me llevaron un platón de verduras y mariscos cuyo gran tamaiio
causó la hilaridad de todos, surgió el alegre comentario de don Agustín:
- ¡Vamos! Que le han servido a usted un platillo verdaderamente
horaciano.
La plática siguió fluyendo jocosamente. Alguien le habló entonces del
grado de popularidad que tenía su apellido entre universitarios. y él comentó:
- Sí. Hasta llegó a pasar que un alumno español me preguntó una vez:
"Oiga. ¿Usted es 'el Millares'?", como si yo fuera mi propio libro de historia
de la literatura latina.
Recuerdo con poca precisión que don Agustín refería que le acababan dc
adjudicar un gran premio de investigación bibliográfica. y comentaba con lla-neza:
-Me bastó con enclaustrarme en mi biblioteca con una secretaria durante
unas semanas, y de allí resultó un volumen considerable, que los jurados aca-baron
por premiar.
Luego, nos llamó la atención la amenidad con que el maestro refería sus
experiencias como oyente de zarzuelas. Entonces le pregunte:
-Maestro: ¿Usted escucha la zarzuela como estudio profesional, o 5810
como espectáculo?
-Nada. Por pura diversión -contestó feliz don Agustín.
Años después me llegó a referir la hoy día doctora en Letras Clásicas
Concepción Abellán Giral:
-Si algo le hacía fmncir el ceño a mi tío Pedro Urbano González era saber
que don Agustín traducía al latín hasta La verbena de la pcrloma, y la cantaba
jocosamente en las reuniones, a la hora de los holgorios festivos.
Me imagino cantando una letra más o menos así:
Quonariz pergis in pallio ex Manilla'?
Quonam pergis in vcste sinensi?
Ea ad domum amici mei Petri.
Ex Gunzalvis ille unus est.
En la misma tarde de la comida en el Club España, de que arriba hablába-mos,
le obsequié al maestro Millares la Revista de la Uni\wsidad de México
donde se publicaba mi articulo: "Tres poemas de amor de Neruda y su versión
latina".
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Ante la proliferación de mis afanes latinizantes que yo le iba entregando,
don Agustín decidió recompensarme con el regio obsequio de la carta en latín
ciceroniano que acabo de incluir en mi libro inédito El imperio novelistico
romano, que ustedes ya conocen. Claro que autorizo a usted a reproducir la
carta del maestro Millares y mi traducción.
Por cierto que esa carta me la dejó don Agustín en nuestro Centro cuando
yo estaba ausente, y ya no pude agradecérsela y despedirme de él.
Así era don Agustín. Se le apreciaba como catedrático, pero aún más como
suscitador de vocaciones hacia el humanismo por sus iniciativas, siempre
creadoras, ya fueran culturales o recreativas.
Tales son mis recuerdos de don Agustín.
En homenaje a Millares Carlo, añado una curiosidad latinizante.
He ido traduciendo en un latín rítmico y rimado, una docena de villancicos
navideños de diversos países, con el mismo afán del maestro Millares, de
poner las alegrías duraderas en la lengua perdurable por excelencia.
Refiero ahora a usted que siempre he sospechado que el villancico "Los
peces en el río" no haya nacido como canto navideño, sino como canción de
unos bebedores que "beben y beben".
Por mi parte, yo le he dado un giro más navideño a la letra, y la he dado a
cantar a mis alumnos universitarios en estas estrofas latinas mías:
Inter caelos, sicut turba, 1 Videntur angeli.
Omnes revocant in Betlehem, / Fontem gaudii.
Cantant et cantant 1 et adhuc cantilant
Deum natum dum exaltant IJubilos nobis dant.
Mi redacción castellana dice:
En el cielo por bandadas 1 los ángeles se ven.
Vana todos invitando 1 a correr hacia Belén.
Cantan y cantan / y vuelven a cantar .
y al Pequeño en tanto exaltan, 1 gran júbilo nos dan.
Tengo una anécdota en tomo al villancico yanqui Jingle bells. Ya la refe-riré
en otra ocasión.
Ahora bien, si por azares del destino llegara yo a ser llamado a Las Palmas,
prometo llevarles a ustedes mis latinizaciones rítmicas de todos los villancicos
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internacionales que tengo vertidos. Dado que soy tan entusiasta melómano
como don Agustín, y además soy músico "de tecla", puedo escribir también la
partitura melódica.
Además de los dos cantos citados, he latinizado: "Los pastores a BelCn",
"Veinticinco de diciembre", "Noche de paz", "Blanca navidad", "Joy to thc
world", "El himno a la alegría", "Por el valle de rosas" (que Plácido Domingo
acaba de grabar en Viena en 1999), y algunos otros.
Deséeme usted suerte en el Premio A. Millares Cado de este bienio y dis-ponga
de las páginas que le gusten de estas evocaciones del maestro.
Reciba usted un cordial saludo de su servidor