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YANES MESA, JULIO ANTONIO & ENRIQUE ARMANDO PERERA GARCÍA: Antonio J. Perera Hernández (1892-1978): Un indiano isleño excepcional, Ediciones Densura, núm. 6, Islas Canarias, 2014, 256 páginas. ISBN: 978-84-617-1273-1.
Antonio J. Perera Hernández (1892-1978): Un indiano excepcional es el título de algo más que un libro científico sobre la historia de la emigración canaria. Escrito por los profesores de la Universidad de La Laguna, Julio A. Yanes Mesa y Enrique A. Perera García, el texto gira en torno a un personaje, Antonio J. Perera Hernández, que no sólo es el protagonista de los hechos estudiados sino también el hilo conductor de una Historia que lo es con mayúsculas. A través de la vida del personaje, podemos acercarnos a las mentalidades y los usos cotidianos de una sociedad isleña tan rezagada y desigual que, por ejemplo, en el ámbito comunicativo, la prensa diferenciaba el tratamiento informativo que daba a los emigrantes en función de la extracción social y las disponibilidades económicas. Así, mientras los que viajaban a América en primera clase recibían el tratamiento de «don», los jornaleros analfabetos que lo hacían en tercera eran reseñados en un escueto número, dejándolos en el anonimato.
A través de los doce capítulos y las 256 páginas que componen el libro, los autores desgranan la singular historia de un canario que emigró a Cuba a finales de la I Guerra Mundial, pero no para trabajar a jornal en los ingenios y centrales de caña de azúcar como la inmensa mayoría de sus paisanos, sino para hacerlo como representante comercial y encargado de varios ingenios azucareros de una compañía norteamericana. Su éxito estuvo cimentado en la formación teórica y práctica adquirida previamente en el Puerto de la Cruz, su localidad natal, en la que Antonio J. Perera había nacido en el seno de una familia pequeño-burguesa. Así, cuando en octubre de 1918, con 26 años, inició su aventura americana, tenía unos sólidos conocimientos de contabilidad, mecanografía e inglés que había afianzado con su experiencia como administrador, a lo largo de una década, de la sucursal de la casa Yeoward en el Puerto de la Cruz.
De sus años en Cuba, la investigación destaca el excepcional ascenso laboral de Perera cuando millares de sus paisanos, tras el crac azucarero de 1920 conocido como la “danza de los millones”, tuvieron que ser repatriados a Canarias con fondos públicos y cuestaciones benéficas tras quedarse en la indigencia. Entre sus vivencias en la isla caribeña, la publicación recrea la relación personal que tuvo con varias personalidades de la vida pública cubana y con otros destacados isleños, caso de Tomás Felipe Camacho, Teobaldo Padrón o Domingo León, así como su involucración en la política y, dentro del clima de inseguridad reinante por la acentuación de la crisis cubana tras el 289
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hundimiento de la bolsa de Nueva York en 1929, su frustrado secuestro, lo que terminó de decidirle a regresar a Tenerife a mediados de 1932. En sus casi tres lustros de estancia en Cuba, Perera fue un emigrante isleño excepcional para la época, cuyas vivencias parecen más propias de una novela de ficción que de un libro de Historia. Pero, como tantos otros hechos que se narran en este texto, la anécdota se convierte, vía antítesis, en una muestra más de la precaria situación del común de los isleños emigrados que, al carecer de una mínima cualificación profesional, en vano esperaban encontrar una oportunidad en la isla antillana.
En este sentido, las vivencias de Perera resultan una especie de líquido de contraste mediante el cual es posible percibir con precisión las deformidades y tumores de una época donde la desigualdad de oportunidades estaba asumida con naturalidad por los coetáneos. Para entrever la excepcionalidad del personaje estudiado dentro del contingente emigrante de la época, basta con recordar que, a finales de la I Guerra Mundial, el 76% de los varones canarios y el 82% de las mujeres eran analfabetos.
Aunque a su regreso a Tenerife fue recibido como un indiano, lo cierto es que Antonio J. Perera hizo la mayor parte de su fortuna a posteriori en las Islas Canarias, gracias a su carácter emprendedor y a sus excelentes aptitudes como gestor. La mitad del libro (desde el capítulo seis que narra “El doloroso regreso a Canarias” hasta el final) se ocupa de los negocios y actividades del protagonista tras su vuelta a Tenerife. Regresa a las Islas en 1932, al año de proclamarse la II República, en un contexto inmerso en la crisis económica causada por el crac de 1929, al que poco después se sumó el golpe de estado franquista, con lo que se encontró con un nuevo cambio, tras la instauración de la dictadura, de las reglas del juego. Aunque había regresado con alrededor de 40.000 o 50.000 pesetas en efectivo, los autores dejan claro que “fue el capital intelectual la cosecha más valiosa que trajo de su experiencia migratoria”. Así, con las enseñanzas adquiridas sobre el terreno en la otra orilla del Atlántico, montó una próspera agencia de aduanas, adquirió una enorme finca en La Matanza de Acentejo para dedicarla a la producción y exportación de plátanos, otra en San Andrés, fue uno de los promotores de la empresa Canarias Explosivos, S.A., formó parte de consejo de administración de Harineras de Tenerife, S. L., y llegó a presidir el Círculo de Amistad XII de Enero y el Club Deportivo Tenerife, entre otros hitos de su excepcional biografía como indiano. A finales del franquismo, Antonio J. Perera Hernández había conseguido amasar, a pesar de encontrarse con un contexto muy desfavorable hasta los años sesenta
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para emprender negocios, una fortuna que rondaba los 100 millones de pesetas, lo que significa que en Canarias multiplicó por 20 la cuantía de los ahorros traídos de Cuba.
Aunque Antonio J. Perera tuvo éxito, tanto en su vida laboral en Cuba como en su labor empresarial en Canarias, los autores resaltan el alto precio que tuvo que pagar por su experiencia migratoria. Así, entre las conclusiones del libro, se subraya la añoranza que en sus años de madurez sintió por la isla antillana, sentimiento que, a su vez, trasladó a sus allegados y descendientes, entre los que se idealizó la “Perla de las Antillas”. Otro tanto les sucedió a Tomás Felipe Camacho y Teobaldo Padrón, el primero retornado a Canarias y el segundo exiliado en Estados Unidos, ambos tras la revolución castrista, de los que la obra ofrece testimonios documentales sumamente lúcidos sobre el precio que pagaron por escindir su mundo afectivo entre dos polos, el lugar de nacimiento y su tierra de acogida, con la esperanza de forjarse un futuro mejor en Cuba. Lo que viene a ser, de nuevo, una lección de historia casi universal: el desarraigo del emigrante, su dificultad para volver a encontrar su lugar de vuelta en su tierra natal y la tendencia a idealizar los lugares donde vivió sus años de infancia y juventud.
En definitiva, se trata de una aportación muy novedosa que arroja abundante luz sobre el estado actual de los conocimientos de la emigración canaria y de la colonia isleña establecida en la isla antillana en los años posteriores a la “danza de los millones”, tanto por el período cronológico estudiado como por la riqueza de las fuentes utilizadas, entre las que cabe destacar la abundante correspondencia epistolar legada por el personaje estudiado y conservada por sus herederos. Tal circunstancia es lo que hace explicable que los autores pudieran precisar, de una manera que hasta el momento no se había podido hacer con las fuentes convencionales, todos los costes y beneficios que le supuso a Antonio J. Perera Hernández su estancia de casi quince años en Cuba.
Lara Carrascosa Puertas
Universidad de La Laguna
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