Boletín Millares Carlo
30, 2014, 330-341
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EL ESPAÑOL Y LAS LENGUAS AMERICANAS*
Ascensión Hernández de León- Portilla
Instituto de Investigaciones Filológicas. UNAM
RESUMEN
Tomando como punto de partida la Gramática de la lengua castellana de Antonio de Nebrija, la autora hace un recorrido por la vida del castellano en América y su transformación en Español. Asimismo, analiza el significado de la gramática latina de Nebrija como paradigma en la tradición grecolatina y como modelo que mucho sirvió para reducir a artificio gramatical las lenguas del Nuevo Mundo, en especial las de Mesoamérica.
Palabras clave: Lenguas americanas, Gramática, Categoría gramatical, Mesoamérica, Evangelización.
ABSTRACT
Beginning with the Gramática de la lengua castellana of Antonio de Nebrija, the autor reflects upon the life of the Castilian Lenguage in America and its transformation in to the Spanish Language. She also analyze the meaning of the latin grammar of Nebrija as a paradigm in the tradition greek and latin that become a model to provide a grammatical structure to the Languages of the New World, especially those of Middle America.
Keywords:
American languages, Grammar, Grammatical category, Mesoamérica, Evangelization.
∗ Una primera versión de este trabajo fue presentada en el Coloquio “La obra de Nebrija y su recepción en la Nueva España”, que tuvo lugar los días 18 - 20 de agosto de 1992 en el Museo Nacional de AntropologíaAscensión Hernández de León-Portilla
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Cuando en 1492 Antonio de Nebrija, en el Prólogo a su Gramática de la lengua castellana, escribió que “siempre la lengua fue compañera del imperio”, posiblemente nunca imaginó el futuro de aquella lengua que él, por primera vez, acababa de “reducir en artificio gramatical”. Si hubiera imaginado el porvenir del castellano en el mundo nuevo que ese mismo año apareció a los ojos asombrados de los europeos, habría adaptado su famosa frase, inspirada en Lorenzo Valla, y hubiera escrito “las lenguas compañeras del imperio”.1
Pero la historia es a veces impredecible y Nebrija (1444- 1522) pensaba, al redactar su obra, en el futuro del castellano como lengua académica, competitiva, diríamos hoy, frente al latín, dentro del espacio peninsular en el que los Reyes Católicos estaban construyendo un estado moderno. Quizá imaginó la posibilidad de que su lengua, algún día, tuviera un papel destacado en el ámbito geopolítico más importante para la España de aquel momento, el Mediterráneo y el norte de África.
En realidad, si leemos con atención el prólogo a la Gramática, veremos que su gran preocupación era que el castellano dejara de ser peregrino, “pues no tiene propia casa en que pueda morar”. Y como para justificar más su tarea gramatical afirma que era el momento oportuno “por estar nuestra lengua tanto en la cumbre que más se puede temer el descendimiento della que esperar la subida”.
Pero una vez más el futuro resultó sorprendente y ese mismo año de 1492, Cristóbal Colón (1451- 1506) llegaba a las nuevas tierras. Nebrija vivió lo bastante para saber que aquellas tierras eran un Orbe Nuevo donde existía un universo de hombres y lenguas. Sin embargo, no tuvo datos para intuir el futuro de ese Orbe en el que paulatinamente se impondría el castellano, a la vez que permanecerían muchas de las lenguas que en él se hablaban. Quizá nunca imaginó tampoco que sus trabajos lingüísticos serían el punto de partida para “reducir en artificio gramatical” y codificar el léxico de las lenguas americanas, hecho de gran trascendencia en la historia lingüística moderna.
En este breve ensayo quiero fijarme precisamente en estas dos realidades que Nebrija no pudo imaginar: por una parte, que el castellano sería la lengua de un extenso imperio, hoy un enorme ámbito cultural plurinacional; por la otra, que conviviría por siglos con muchas de las lenguas del Nuevo Orbe, de tal manera que estas lenguas llegarían a ser compañeras inseparables de la cultura hispánica.
1 Antonio de Nebrija, Gramática de la lengua castellana. Estudio y edición de Antonio Quilis, Madrid, Editora Nacional, 1980, p. 97. Las siguientes citas del prólogo de la Gramática están tomadas de la misma edición. Sobre esta frase famosa de Nebrija puede consultarse el artículo de Eugenio Asensio, “La lengua compañera del imperio. Historia de una idea de Nebrija en España y Portugal”, Revista de Filología Española. Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1960, v. XLIII, pp. 309 -413.El español y las lenguas americanas
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EL ESPAÑOL, UNA LENGUA “MORADA DE MORADAS”
A fines del siglo XV, cuando los súbditos de la Corona de Castilla llegaron a las islas y poco después a la tierra firme, hablaban un idioma que había tardado siglos en formarse y consolidarse. En su proceso de formación a partir del latín, este idioma, el castellano, aceptó elementos de otras lenguas, principalmente del árabe. Se puede decir que ya en época de Nebrija, el castellano se hablaba con claras variantes dentro de la Península Ibérica. Lógico es pensar que estas variantes pasaran a América y se extendieran y arraigaran allí donde iba llegando sus hablantes.
Poco a poco, nuevas formas de habla iban surgiendo al entrar en contacto el español con las múltiples lenguas que aquí se hablaban. Primero el taíno pobló de antillanismos el castellano universal, ya que los navegantes y cronistas que describían la naturaleza de las islas, tenían que llamar a las novedades con sus nombres originales. De todos es sabido cómo en los escritos de Colón se registra el primer americanismo, la palabra canoa, que por cierto también aparece en el Vocabulario español-latino de Nebrija de 1495.
Después, el español se fue nutriendo con nuevos vocablos de las lenguas habladas en la tierra firme; se fue enriqueciendo con indigenismos, con americanismos. El nuevo léxico pasó rápidamente a la lengua escrita como lo muestran los cronistas del siglo XVI. Uno de ellos, Pedro Mártir de Anglería ( ca. 1455- 1526), nos ha dejado una muestra de su curiosidad lingüística en sus Décadas IV y V, escritas entre 1520 y 1523, en las que se pregunta por la etimología de varios vocablos nahuas.2
Ya para fines del XVI, contamos con el testimonio del gran cronista franciscano Gerónimo de Mendieta (1524- 1606) quien, al lamentarse de los cambios que había sufrido la lengua mexicana, nos ha dejado un testimonio muy elocuente de la situación del español:
“Y de nuestro modo de hablar toman los mesmos indios y olvidan el que usaron sus padres y abuelos y antepasados. Y lo mesmo pasa por acá de nuestra lengua española que la tenemos medio corrupta con vocablos que a los nuestros se les pegaron en las islas cuando se conquistaron y otros que acá se han tomado de la lengua mexicana. Y así podemos decir que, de lenguas y costumbres y personas de diversas naciones, se ha hecho una mixtura o quimera…”3
2 Vid. Hernández de León Portilla, Ascensión: “Un primerísimo ensayo de análisis etimológico de toponimias y otros vocablos nahuas en 1520-1523”, en Estudios de Cultura Náhuatl. México, UNAM, 1986, v. 18, pp. 219-230.
3 MENDIENTA, Fray Gerónimo de: Historia eclesiástica indiana. La publica por primera vez Joaquín García Icazbalceta, México, 1870, p. 552.Ascensión Hernández de León-Portilla
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Por eso, a principios del siglo XVII, Mateo Alemán (1547 – 1614), en su Ortografía castellana, decía con cierta gracia: “la lengua castellana comió de todo y todo se hizo frasis castellana”.4 Hoy sabemos que por mucho tiempo el castellano siguió comiendo a medida que sus hablantes se mezclaban con los hombres de este continente. En un proceso incesante y nunca acabado, aquella lengua que tanto preocupó a Nebrija fue perfilando su imagen americana, la de un rostro dinámico enriquecido con múltiples gestos. Cada gesto refleja una realización en la que los lingüistas descubren las huellas de un largo proceso histórico en un enorme espacio continental.
Para los estudiosos modernos, todos los gestos de ese rostro son igualmente válidos, expresivos, atrayentes. La vieja polémica de la superioridad de tal o cual variante del español no tiene sentido. En realidad, hoy día las variantes son objeto de alabanza: cada realización colectiva, cada creación individual, encierra un momento de belleza; se admira la diversidad en la unidad, la posibilidad de ser diferente y entenderse, a la vez que reconocer siempre ese rostro de múltiples gestos. Esta unidad y diversidad de la lengua española constituye “una estupenda morada de moradas”.5 Así la definió Marcel Bataillon ( 1895 – 1977), aplicando a la lengua la categoría histórica de “morada vital” creada por Américo Castro con la inspiración de Santa Teresa. Una “morada de moradas” que abarca casi un hemisferio; un universo lingüístico, plural y uno, igual y diverso, único y diferente. Razón tenía Nebrija cuando en su famoso Prólogo ya citado justificó su tarea de:
“Reducir en artificio este nuestro lenguaje castellano para que lo que agora e de aqui adelante se escribiera pueda quedar en un tenor a extenderse en toda duracion de los tiempos que estan por venir como vemos que se ha hecho en la lengua griega e latina, las cuales, por haber estado debaxo de arte, aunque sobre ellas han pasado muchos siglos todavia quedan en una uniformidad”.6
NUEVAS MORADAS EN LAS MORADAS
Pero, dentro de cada una de estas moradas de las que nos habla Bataillon, existen a su vez otros espacios, otras moradas ocupadas por lenguas que perduran y que tienen sus raíces en los milenios de la historia. Algunas de ellas llegaron a ser lenguas generales, e inclusive imperiales; funcionaron como lenguas francas dentro de sus respectivos ámbitos culturales. Los tres ejemplos más representativos son de todos conocidos: el náhuatl, el quechua y el guaraní. Otras, sin llegar a tanto, fueron habladas por pueblos que lograron crear unidades
4 ALEMÁN, Mateo: Ortografía castellana, estudio preliminar de Tomás Navarro Tomás, México, El Colegio de México, 1950, p. 105.
5 BATAILLON, Marce: “Otra carta sobre España en su historia”, en Les cultures ibériques en devenir. Essais publiés en Hommage à la mémoire de Marcel Bataillon 1895-1977, París, Fondation Singer-Polignac, 1979, p. 125.
6 NEBRIJA, op, cit., p. 101El español y las lenguas americanas
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políticas y culturales fuertes. Sirvan de ejemplo la purépecha, la zapoteca y la mixteca, la maya y la quiché. Y también han perdurado las lenguas de algunos pueblos que han vivido marginados, siempre sometidas a vecinos poderosos como los otomíes. El hecho es que unas y otras han sabido conservar su morada y muchas inclusive han entrado modernamente en un nuevo periodo de vitalidad y creación literaria.
¿Cómo ha sido posible esta pervivencia frente al español que en los siglos XVI y XVII era lengua imperial en Europa, y en América gozaba de una situación muy propicia para imponerse fácilmente? La pregunta tiene más de una respuesta. Podemos señalar, en primer lugar, la existencia de una conciencia del bien hablar en las principales culturas mesoamericanas, la cual garantizaba la cohesión y fortaleza del lenguaje. Entre los nahuas conocemos bien esta conciencia centrada alrededor del cultivo del “lenguaje refinado, noble” el tecpillatolli, el que se estudiaba en los calmécac. Ello implicaba la enseñanza formal de la lengua, en sí misma y como vínculo de cohesión del habla. Mixtecos, mayas y otros pueblos mesoamericanos compartieron ese cultivo.
En segundo lugar, hay que tener en cuenta la mentalidad de los que llegaron, acostumbrados a escuchar varios idiomas dentro de su propio espacio peninsular. Si a estos idiomas añadimos los que se hablaban en los territorios que se unieron bajo la corona del emperador Carlos, comprenderemos que la nueva muchedumbre de hombres y lenguas de América apareciera ante los ojos de los españoles como una realidad impresionante, pero explicable. Por eso no es extraño que los reyes de la Casa de Austria se preocuparan de legislar en pro de las lenguas americanas e inclusive algunos de ellos, como Felipe II ( 1527- 1598) y Felipe III (1578- 1621), propiciaran en las universidades la existencia de cátedras de las lenguas generales.
Un tercer factor, que precisamente ahora nos importa destacar, es la existencia de un instrumento que facilitó la codificación gramatical y léxica de las nuevas lenguas y su más fácil aprendizaje. Me refiero a las obras de Nebrija, en particular a las Introductiones latinas, Salamanca, 1481 y al Vocabulario español-latin, Salamanca, 1495. Si a todos estos factores añadimos la pronta difusión de la escritura alfabética y la introducción de la imprenta, comprenderemos el brillante inicio de la filología y la lingüística mesoamericanas hacia el año de 1528, año en el que un habitante de Tlatelolco terminó de redactar en náhuatl el famoso manuscrito conocido como Unos anales históricos de la nación mexicana, donde por primera vez se cuenta la Conquista desde la perspectiva de los conquistados.
NEBRIJA EN MESOAMÉRICA
A pesar de los factores antes citados que propiciaron el acercamiento entre dos sistemas lingüísticos radicalmente diferentes, el de las lenguas indoeuropeas y las mesoamericanas, la redacción de artes y vocabularios no fue fácil. De nuevo es Mendieta quien en la Historia eclesiástica indiana nos relata los trabajos y sufrimientos de los primeros religiosos para Ascensión Hernández de León-Portilla
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entenderse con los niños que tenían en sus escuelas.
7 Gracias a ellos se redactaron los primeros glosarios y se prepararon incipientes reglas gramaticales.
La situación empezó a mejorar hacia 1530, cuando los franciscanos lograron hacer funcionar un centro de estudios de humanidades en Santa Cruz de Tlatelolco y los agustinos otro en otro Tiripitío, Michoacán. En ambos se puso en marcha un proyecto educativo en el que maestros y alumnos se comunicaban en tres lenguas, náhuatl, español y latín; y en el caso de Tiripitío, en tarasco o purépecha.
No es extraño que fuera en uno de estos centros donde cuajaran los primeros tratados de lingüística. Concretamente en el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, en el que fray Andrés de Olmos (ca. 1485 -1571) elaboró su Arte para aprender la lengua mexicana, aunque la terminó en tierra totonaca, en Hueytlalpan, en 1547.8 Era la primera gramática de una lengua del Nuevo Mundo. Allí también Alonso de Molina redactó su Vocabulario en la lengua castellana y mexicana impreso en 1555. Poco después, en 1558 el también franciscano Maturino Gilberti (1498- 1585) , quien trabajaba en Tzintzuntzan, sacaba a luz la primera gramática que se imprimió América, el Arte de la lengua de Michuacan y al año siguiente el Bocabvlario en lengva de Mechuacan. Esto sucedía cuando en varios países europeos se elaboraban también las primeras gramáticas y diccionarios.
En realidad el centro de la Nueva España se convirtió en un foco vanguardista en la producción de obras lingüísticas, de tal manera que no es exagerado decir que para fines del siglo XVI las principales lenguas mesoamericanas estaban “debaxo de arte”. Sin pretender hacer una lista de todas ellas recordaré el Arte breve de la lengua otomí y vocabulario trilingüe, de fray Alonso Urbano (1528- 1608), terminado en 1606;9 el Arte en lengua zapoteca y el Vocabulario en lengva çapoteca del dominico fray Iuan de Cordoua (1501- 1595), ambos de 1578; el Arte de la lengua mixteca, 1593, de fray Antonio de los Reyes (m. 1603) y el Vocabulario en lengua misteca, 1593, de fray Francisco de Alvarado (m. 1603), ambos dominicos; el Arte y Dictionario con otras obras en lengva michuacana, 1574, del franciscano fray Juan Bautista de Lagunas (m. 1604) y el Arte de la lengua totonaca del clérigo Eugenio Romero (primer tercio del siglo XVII).
Yucatán fue otro foco vanguardista. Allí los franciscanos Luis de Villalpando (m. 1572) y Diego de Landa (1524-1579) comenzaron los trabajos que luego completó fray Antonio de Ciudad Real, (1551- 1617), quien nos ha dejado su copioso Diccionario de Motul. A esta misma época, segunda mitad del siglo XVI, corresponde la gran obra del dominico fray Domingo de Ara (m. 1572): el Ars tzeldaica y Vocabulario en lengua tzeldal según el orden
7 MENDIETA, op. cit. lib. III, cap. 16.
8 El Arte de Olmos del cual quedan seis manuscritos, fue impreso por primera vez en París por Rémi Siméon en 1875. La última edición se debe a Ascensión y Miguel León- Portilla, Arte de la lengua mexicana. México, UNAM, 2002. En ella se reproduce en facsímile el Manuscrito de la Biblioteca Nacional de España.
9 El Vocabulario de Urbano, como el de Olmos, no se imprimió en su momento. De hecho la única edición que de él tenemos se debe a René Acuña, México, UNAM, 1990.El español y las lenguas americanas
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de Copanabastla.
10 No perdían el tiempo aquellos misioneros, a quienes el destino había convertido en lingüistas, para llevar a cabo su tarea evangelizadora.
La chispa se había prendido y su luz aumentó en los siglos siguientes. Más artes y vocabularios, hechos desde variadas perspectivas, enriquecieron el conocimiento de las lenguas ya estudiadas. Pero, a medida que la expansión misionera avanzaba, eran elaboradas otras artes y vocabularios y naturalmente doctrinas cristianas, en lenguas lejanas al corazón de la Nueva España. No es posible siquiera hacer una breve lista de las obras de los siglos XVI, XVII y XVIII.11 A modo de ejemplo recordaré solamente tres: el Arte y pronunciación en la lengua timuquana y castellana del franciscano Juan de Pareja, impreso en México en 1614; el Arte de la lengua cahita, del jesuita Tomás Basilio elaborado en el siglo XVII, impreso en México en 1737 y el Compendio del Arte de la lengua de los tarahumares y Guazapares, por el también jesuita Thomas de Guadalaxara, Puebla, 1683.
LAS LENGUAS MESOAMERICANAS FRENTE A LAS CATEGORÍAS GRECOLATINAS
A sí como Nebrija partió del latín para cimentar la gramática del romance, estos misioneros partieron de Nebrija para cimentar el estudio de las nuevas lenguas amerindias. No se equivocaron al elegir los escritos de Antonio quien había abierto la primera y mejor senda en los estudios gramaticales. Mérito grande de ellos es que supieron hacer suya la modernidad lingüística nebrisense con salvedades. Así lo expresan a menudo en sus escritos. Recordemos por ejemplo a Andrés de Olmos, quien al comenzar su Arte avisa que:
“la mejor manera y orden que se ha tenido es la que Antonio de Lebrixa sigue en la suya [su gramática latina]… Pero por que en esta lengua no cuadra la orden que él lleva… no seré reprehensible si en todo no siguiere la orden del arte de Antonio”
Otro ejemplo muy elocuente lo encontramos en Antonio del Rincón (1556- 1601), quien afirma en el “Prologo” a su Arte de la lengua mexicana, publicado en 1595, que dará “nuevas reglas y nuevo estilo”, porque afirma, “la uniformidad entre la [lengua latina y mexicana] seria gran disformidad”.12
10 El Diccionario de Ciudad Real corrió manuscrito por mucho tiempo. La primera edición la hizo Juan Martínez Hernández, Mérida, 1930. Hay ediciones recientes de René Acuña y Ramón Arzápalo. Respecto de las obras de Ara, también corrieron manuscritas. Hoy contamos con la edición de RUZ, Mario Humberto: Vocabulario en lengua tzeldal según el orden de Copanabastla, México, UNAM, 1986, 520 p.
11 Un amplio estudio de los impresos en lenguas indígenas es el de CONTRERAS GARCÍA, Irma:, Bibliografía sobre la castellanización de los grupos indígenas de la República Mexicana (siglos XVI al XVIII). México, UNAM, 1985- 1986. 2 v. La descripción y estudio de los impresos en lengua náhuatl se puede consultar en HERNÁNDEZ DE LEÓN-PORTILLA, Ascensión: Tepuztlahcuilloli, impresos en náhuatl, México, UNAM, 1988, 2 v.
12 RINCÓN, Antonio del: Arte mexicana, México, en casa de Pedro Balli, 1595. Edición facsimilar, Guadalajara, Edmundo Aviña Levy editor, 1967.Ascensión Hernández de León-Portilla
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La brevedad del tiempo nos impide hacer un análisis de hasta qué grado aquellos frailes gramáticos llegaron a captar los rasgos lingüísticos propios de las lenguas mesoamericanas. Sin embargo, vale la pena recordar algunas innovaciones. Así, por ejemplo, el tratamiento de la morfología, en especial del sustantivo y del verbo en náhuatl. Del primero, señala Olmos su doble condición de “primitivo y ayuntado”; y, cuando es ayuntado, su compleja estructura, dentro de la cual sufre cambios morfofonémicos. Del verbo destaca el rico sistema de articulación, su versatilidad para formar derivaciones tanto verbales como nominales y el fenómeno, desconocido hasta entonces, de la incorporación objeto- verbo para formar oración. Respecto de la sintaxis, suprime este término grecolatino y emplea el mucho más acertado de composición. El concepto de composición, ampliamente desarrollado por Olmos y sus seguidores, dio lugar a un nuevo paradigna gramatical y enriqueció la lingüística del Renacimiento.13
Algo parecido ocurre con los diccionarios. Aunque muchos de ellos siguen el modelo del Vocabulario español-latín de Nebrija, incluyen las innovaciones que introdujo Alonso de Molina (1510- 1579) en su Vocabulario de 1555. Una de ellas, fundamental, es la forma de registrar los verbos, con la tercera persona del presente de indicativo, acompañada siempre de los pronombres y partículas, marcadores de agente y paciente, con los que puede estructurarse.
Podrían aducirse otros ejemplos en los cuales los autores descubren la propiedad de la “frasis”, del modus dicendi, como escribe Gilberti; la elegancia, las metáforas, y otras singularidades lingüísticas. En una palabra, al leer las obras de ellos, vemos que más allá de las categorías grecolatinas está la fina percepción de la naturaleza de las lenguas nuevas. Quizá todo esto explique la abundancia de juicios estimativos que nos han dejado, la mayor parte muy elogiosos.14 Recordaré uno, original de Mendieta, quien, al describir el náhuatl, dice: “y puedo con verdad afirmar que la mexicana no es menos galana y curiosa que la latina y aún pienso que más artizada en composición y derivación de vocablos y en metáforas”.15
13 Sobre éste y otros paradigmas acuñados por los gramáticos novohispanos para codificar las diferencias de las nuevas lenguas respecto de la latina, vid. HERNÁNDEZ DE LEÓN-PORTILLA, Ascensión: La tradición gramatical mesoamericana y la creación de nuevos paradigmas en el contexto de la teoría lingüística universal. México, Academia Mexicana de la Lengua y UNAM, 2010.
14 El primer estudio sobre este tema se debe a GUZMÁN BETANCOURT, Ignacio: “Policía y barbarie de las lenguas indígenas de México, según la opinión de gramáticos e historiadores novohispanos”, en Estudios de Cultura Náhuatl, México, UNAM, 1991, vol. 21, pp. 179-218.
15 MENDIETA, op. cit., libro IV , cap. 44.El español y las lenguas americanas
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SIGNIFICADO DEL ESFUERZO LINGÚISTICO-EVANGELIZADOR
Lo anterior nos lleva a una pregunta: ¿qué significó este esfuerzo lingüístico-evangelizador? A una distancia de siglos podemos responder que este esfuerzo ha hecho posible un legado de valor único en el campo de la lingüística y la filología. En lo que a lingüística se refiere, la obra de los misioneros propició que estos idiomas tuvieran, como decía Nebrija, “casas donde morar”. En ellas, las lenguas encontraron un abrigo, un refugio para defender y mantener su propiedad. Porque, aunque es cierto que la escritura pictoglífica y la tradición oral sistemática eran elementos fijadores y vitalizadores de las lenguas, las gramáticas y vocabularios impresos, además de cumplir estas funciones, ofrecían la posibilidad de servir a muchas gentes en diferentes tiempos y espacios. Además, la letra impresa fue la imagen idónea donde quedó plasmado el purismo, que a su vez favoreció la uniformidad. Salió profeta Nebrija al afirmar que la uniformidad era garantía de larga vida.
Inclusive algunas de estas lenguas, antes peregrinas, ahora ya con morada propia, entraron pronto en una etapa de consolidación como lenguas académicas al ser objeto de estudio en colegios, seminarios y universidades. De esta manera se convertían en lenguas, podríamos decir, “competitivas” frente al latín que, hasta el siglo XVII fue la lengua por excelencia de las elites ilustradas.
Desde la perspectiva del tiempo, el número de tratados gramaticales y lexicográficos que se elaboraron en los tres siglos novohispanos constituye un capítulo único en la historia de la lingüística de la edad moderna, sin parangón fuera de Europa. Porque, ¿dónde existe un cúmulo de gramáticas y vocabularios en el que se pueda encontrar la descripción y análisis de un universo tal de lenguas? Por eso los lingüistas del siglo XIX tuvieron muy en cuenta los estudios existentes acerca de los idiomas mesoamericanos, especialmente al teorizar sobre comparatismo, tipología y sobre la profunda relación de lengua y cultura.
Desde la perspectiva filológica, la abundancia de gramáticas y vocabularios fue la senda que abrió camino a la redacción de numerosos textos, sobre todo en náhuatl y maya. Frailes e informantes, cronistas e historiadores, escribanos indígenas, a veces perdidos en pueblos lejanos, realizaron una tarea gigantesca: la de preservar la memoria del pasado. Además de los brillantes relatos históricos y literarios y de las crónicas famosas, en los archivos se hallan miles de papeles en lenguas mesoamericanas en los que se guarda el pensamiento de los pueblos del México antiguo y el transcurrir de los siglos novohispanos, un pensamiento que es fuente inagotable donde los filólogos y etnohistoriadores modernos logran semicalmar su voraz apetito histórico.
CONTINUIDAD HISTÓRICA
El significado de la tarea lingüística realizada por los misioneros quedaría sólo parcialmente comprendido si no estimáramos su valor desde una perspectiva histórica. En Ascensión Hernández de León-Portilla
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verdad, al reflexionar sobre el largo proceso de formación de la conciencia de los pueblos americanos, fácil es percatarse que el punto de partida está en el momento en que se logran enlazar dos conciencias históricas radicalmente diferentes, las de los dos mundos que se encontraron en la Conquista. Enlace difícil y violento que se hizo al fin posible por la mezcla de gentes y culturas. Y es precisamente en los comienzos de este enlace cuando los espontáneos lingüistas y filólogos de que venimos hablando realizan su gran aportación, la de crear espacios de diálogo entre las lenguas. Los lingüistas, a través de artes y vocabularios donde lograron integrar sistemas de lenguas tan encontrados como el indoeuropeo y los de las lenguas mesoamericanas. Los filólogos, a través de los textos, puerta de entrada al pensamiento del otro, de lo que hoy se llama comprensión de la alteridad. Sin estos espacios quizá el mestizaje biológico no hubiera bastado para anudar el transcurrir histórico del México de antes y de después de la Conquista, para construir la secuencia lineal en la que, como columna vertebral, descansa la vida de los hombres y los pueblos.
En el mundo mesoamericano la creación del espacio de diálogo entre las lenguas cristalizó en 1536, año en que se fundó el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, animado por los franciscanos y propiciado por el emperador Carlos. Es el mismo año en que, según Manuel Alvar (1923- 2001), el castellano, lengua de una nación, se convirtió en el español, lengua de dimensiones europeas. En su erudito ensayo titulado “Del castellano al español”, Alvar enfatiza la importancia de este momento histórico cuando el emperador Carlos escogió la lengua española para hablar en Roma ante la corte pontificia en presencia de los embajadores de varios países europeos. Allí afirmó: “mi lengua española es tan noble que merece ser sabida y entendida de toda la gente cristiana”.16 Momento cumbre, sin duda, del español como lengua franca en Europa.
Desde esta orilla del Atlántico ese año es también de grandeza para el español. Es el año en que, al fundarse Santa Cruz de Tlatelolco, se selló el compromiso de un diálogo entre la lengua española y el náhuatl, diálogo que hizo posible el encuentro entre la sabiduría mesoamericana y el humanismo renacentista. Pocos años después en 1547, al emperador, en la cumbre de su poderío tras la batalla de Mühlberg, le hubiera gustado saber que la lengua que él había hecho suya había llegado a ser, gracias a Andrés de Olmos, lengua de acercamiento y de comprensión del idioma de una de las culturas más pujantes del Orbe Nuevo. También le hubiera gustado saber que ese mismo año dos franciscanos de Santa Cruz de Tlatelolco, Olmos y Sahagún (1499- 1590), terminaban de recoger nada menos que la mayor colección existente de Huehuetlahtolli, la antigua palabra de esa cultura.
El diálogo siguió y en 1555, cuando el emperador Carlos, nacido en Gante, elegía Extremadura “para retirarse a hablar con Dios”, Alonso de Molina, nacido en Extremadura y criado en México, elegía el náhuatl y publicaba su primer Vocabulario en esta lengua, también para hablar con Dios. Una fecha más cierra este breve ejercicio de memoria
16 ALVAR, Manuel: “Del castellano al español”, en Cuadernos Hispanoamericanos. Madrid, Instituto de Cooperación Iberoamericana 1992, vol. 500, p. 35.El español y las lenguas americanas
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histórica: la de 1558, cuando, al morir el emperador en Yuste, empieza el declinar del español como lengua en el Imperio alemán de Carlos V; en ese mismo año aquí, en México, Bernardino de Sahagún elaboraba en náhuatl su magno proyecto enciclopédico sobre el México antiguo, y Maturino Gilberti daba a la imprenta la primera de sus cuatro grandes obras acerca de la lengua y del “tesoro espiritual” del pueblo tarasco.
El compromiso se había consolidado. Estaba en marcha un proceso, hasta hoy inacabado, de diálogo entre la lengua española y las del Nuevo Mundo, que, si bien fue a veces de confrontación en detrimento de los idiomas nativos, no trajo consigo aniquilamiento. Al contrario, muchos de éstos, enriquecidos con la explicitación de sus respectivas gramáticas y el registro de sus léxicos, hasta hoy perduran y viven un renacer literario.
A este proceso que, como hemos visto, comenzó siendo lingüístico-religioso, se sumaron muchos autores preocupados por enlazar la historia viviente de un pasado milenar io con su propio presente. Y cabe resaltar que aquel presente, que para nosotros es pasado, constituye precisamente el eslabón fundamental que hizo posible la continuidad histórica y con ella, el camino de la identidad. Hoy día la herencia de estos autores está plasmada en miles de textos, la mayoría de carácter histórico, muchos de contenido literario, entre los cuales abundan las piezas de teatro. Recordemos como ejemplos valiosos el Rabinal Achí, drama en lengua quiché; el Reto contra el Tepozteco, recreación de un mito ancestral; los autos sacramentales y las representaciones de pasajes bíblicos, expresiones de un teatro evangelizador que el pueblo asimiló y reinterpretó; las farsas populares como Güeguence y las múltiples danzas de contenido histórico. Y por último, la presencia de los clásicos: Esopo, Lope y Calderón, a quienes hoy podemos escuchar en náhuatl, así como algunos cuentos de Apuleyo, de los hermanos Grimm y de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont. Con éstas y otras piezas escénicas se podrían montar festivales de teatro en los que cada obra sería como un doble espejo en el que se refleja el intercambio de lenguas y culturas.
EL LEGADO AMERICANO DE NEBRIJA
En la forja de nuestra América factor esencial ha sido la lengua, la lengua que nació en un rincón de Castila, y se extendió poco a poco en el Nuevo Mundo, hasta ser como el tejido conjuntivo de un inmenso organismo en el que conviven multitud de pueblos con sus lenguas y culturas originarias. Lingüistas y literatos, historiadores y sociólogos, coinciden en señalar al español como el factor esencial de unión de un grupo de países con identidades propias, aunque convergentes. Carlos Fuentes define a este espacio como “el territorio común de la lengua”17. Juan Marichal señala en él “la existencia unitaria de la cultura hispánica”.18
17 FUENTES, Carlos: “El territorio común de la lengua”, discurso pronunciado en Alcalá de Henares al recibir el premio Cervantes, El País, Madrid, 22 de abril de 1988, p. 31.
18 MARICHAL, Juan: “La conciencia unitaria de la cultura hispánica”, El País, Madrid, 21 de abril de 1988, p. 42.Ascensión Hernández de León-Portilla
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Boletín Millares Carlo, 30(2014), 330-341
I.S.S.N.: 0211-2140
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Es la lengua que Unamuno, en su conocido soneto “La sangre del espíritu es mi lengua”, definió como de “Juárez y Rizal”. Y esto nos lleva a pensar de nuevo en el concepto ya citado de Bataillon del español, “como estupenda morada de moradas”. Moradas en las que moran a su vez las lenguas de viejas raíces que a lo largo de casi cinco siglos han compartido muchas experiencias con el español y que permanecen ahí, como rocas en el tiempo. Si Nebrija facilitó que el español y estas lenguas americanas dejaran de ser peregrinas y tuvieran “casa donde morar”, todas ellas, a su vez, contribuyeron a cimentar el proceso de formación de un ámbito cultural común. Miremos pues a estas lenguas como compañeras de lo que ayer fue un imperio y hoy es un enorme espacio cultural de dimensiones continentales; todas ellas han hecho posible un puente de acercamiento entre dos mundos radicalmente distintos, unos espacios de diálogo donde descansa la continuidad histórica que los hombres y los pueblos necesitan para comprenderse a sí mismos. A más cinco siglos de la publicación de la obra de Nebrija y en vísperas de un nuevo milenio, cada una de estas lenguas y cada uno de sus hablantes tiene un lugar en el todo del universo de las culturas. Por ello Elio Antonio, si además de ser nuestro gran lingüista, hubiera sido profeta, quizá hubiera escrito en su prólogo famoso no que “la lengua” sino que “las lenguas son compañeras del imperio”.