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Notas sobre la presencia del mundo grecolatino en la narrativa centroamericana del siglo XX MIGUEL RODRÍGUEZ-PANTOJA* (Las Palmas de Gran Canaria) Boletín Millares Carlo, núm. 28. Centro Asociado UNED. Las Palmas de Gran Canaria, 2009. Resumen: Estudio de las influencias del mundo clásico grecolatino en A. Monterroso, S. Ramírez, M. A. Asturias, R. Arévalo Martínez y diversos cuentos de narradores contem-poráneos centroamericanos. Importancia de estos estudios para la comprensión íntegra de las obras analizadas. Palabras clave: tradición clásica; narrativa Centroamericana contemporánea. Abstract: This is a study of the influences of the Graeco-Latin classical world on A. Monterroso, S. Ramírez, M. A. Asturias, R. Arévalo Martinez and various short stories by Central American contemporary narrators. Thesse studies are of great importance for the complete understanding of analyzed works. Key words: classical tradition; Central American Contemporary narrative. * ca1romam@uco.es 0. El mundo grecolatino está muy presente en la literatura occidental de todos los tiempos y sin conocerlo con una cierta solvencia resulta difícil, por no decir imposible, entender en su plenitud la obra de los grandes escri-tores... y de los no tan grandes. Partiendo de esa premisa, incuestionable, in-tento mostrar hasta qué punto tal circunstancia continúa a lo largo de la se-gunda mitad del siglo XX en los representantes más eximios y cosmopolitas, si se me permite la expresión, de la literatura centroamericana, que tuvo un notable desarrollo en ese periodo. A modo de complemento, añado los resul-tados de algunas calas en antologías de cuentos escritos por otros autores contemporáneos de esa misma zona. En todo caso, bueno será anotarlo des- 342 Miguel Rodríguez-Pantoja de el principio, se trata sólo de una aproximación, que no pretende en abso-luto ser exhaustiva. 1. Entrando en materia, y hablando sin tecnicismos, ¿cuánto perdería el laureado AUGUSTO MONTERROSO1 si se le quitaran a su obra las referen-cias a los clásicos grecolatinos o lo que en ellos se inspira? Y ¿cuánto perde-rá un lector que ignore ese legado, si tenemos en cuenta que cualquier re-ceptor que no esté debidamente pertrechado tendrá dificultades para aprehenderlo? 1.1. De la misma manera que quien desconozca la poesía española del siglo de oro no está en condiciones de captar las evidentemente intenciona-das resonancias de la famosa décima calderoniana2 cuando lea, en el relato titulado «Míster Taylor» aquello de (p. 29)3 «Tan pobre y mísero estaba, que cierto día se internó en la selva en busca de hierbas para alimentarse», será muy difícil que entienda, por poner sólo un par de ejemplos, la alusión a la relación etimológica entre «can» y «cínico»4 en el relato «Diógenes también» (p. 63): «Recordaba yo que el viejo filósofo lo escogió como lo más bajo y despre-ciable que pudiera darse: can. Y me complacía en admirarlo por haberse dado a imitarlos para que los hombres lo despreciaran tanto como él despreciaba a los hombres. Llegué a leer en un libro: «Estando en una cena, hubo algu-nos que le arrojaron los huesos como a un perro, y él acercándose a los ta-les, se les meó encima, como hacen los perros». Odié también el viejo cíni-co, ¡tan cándido!». 1 Recibió el Premio de Cuento Nacional Saker Ti, de Guatemala, en 1952; el Premio Magda Donato, como escritor de una obra de sentido humanista y universal, en 1970; el Premio Xavier Villaurrutia, de escritores para escritores, en 1975; la condecoración del Águila Azteca por su aportación a la cultura de México, en 1988; el Premio del Institu-to Italo-Latinoamericano de Roma, en 1993; el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, en 1996; el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias, de Guatemala, en 1997; el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, en reconocimien-to a su carrera literaria, en 2000... 2 La reproduzco por si alguien no la recuerda en su integridad: «Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba, / que sólo se sustentaba / de unas hierbas que cogía. / ¿Habrá otro (entre sí decía) / más pobre y triste que yo?; / y cuando el rostro volvió, / ha-lló la respuesta, viendo / que otro sabio iba cogiendo / las hojas que él arrojó». El autor lo puso en boca de Rosaura, en el acto primero de La vida es sueño (versos 213-262). Cito por la edición de Augusto Cortina para la colección de «Clásicos Castellanos». Madrid, Espasa Calpe, 1971. 3 Cito por Cuentos, fábulas y lo demás es silencio. México, Alfaguara, 1996. 4 Sin ir más lejos, el Diccionario de la Academia señala que la palabra «cínico» remon-ta, a través del latín cynicus, al griego kynikós, adjetivo derivado de kýôn, kynós, «perro». La presencia del mundo grecolatino en la narrativa centroamericana del s. XX 343 Por cierto que el libro aludido en el texto es el titulado Vidas de los filó-sofos del griego Diógenes Laercio, que vivó probablemente en la primera mitad del siglo III d. C., en cuyo parágrafo 46 del volumen 6 se relata preci-samente esta anécdota5. 1.2. O bien la referencia a la debacle de Ícaro, quien provocó que se de-rritiera la cera con la cual estaban unidas las plumas de sus alas, cuando, des-oyendo los consejos de Dédalo, su padre y fabricante de esas alas, se acercó demasiado al sol y acabó precipitándose a tierra y estrellándose. Está en el relato al que da nombre Pigmalión, el mítico rey de Chipre que, enamorado de la estatua de una mujer perfecta, que, según la mayoría de las versiones, él mismo había modelado, pidió a Afrodita una esposa semejante a aquélla... y recibió de la diosa el don de que la propia estatua cobrara vida. Monterro-so da un sesgo humorístico a la leyenda comenzando así el relato (p. 197): «En la antigua Grecia existió hace mucho tiempo un poeta llamado Pig-malión que se dedicaba a construir estatuas tan perfectas que sólo les falta-ba hablar. Una vez terminadas, él les enseñaba muchas de las cosas que sabía: lite-ratura en general, poesía en particular, un poco de política, otro poco de mú-sica y, en fin, algo de hacer bromas y chistes y salir adelante en cualquier conversación». Pues bien, estas criaturas «discurrían que si ya sabían hablar, ahora sólo les faltaba volar, y empezaban a hacer ensayos con toda clase de alas, inclusive las de cera, desprestigiadas hacía poco en una aventura infortunada». 1.3. Quien no sea capaz de percibir sin ayuda las referencias comenta-das, mucho menos lo será de captar en su plenitud la estupenda biografía de Horacio, al que, dentro de ella, Monterroso no menciona en ningún momen-to por su nombre, titulada «El cerdo de la piara de Epicuro». La cual termi-na con las siguientes palabras (p. 203): «A este Cerdo se deben dos o tres de los mejores libros de poesía del mundo; pero el Asno y sus amigos esperan todavía el momento de la ven-ganza ». 5 Este biógrafo es mencionado por Monterroso en la «Breve selección de aforismos, dichos famosos, refranes y apotegmas del doctor Eduardo Torres extraídos por Don Juan Manuel Carrasquilla de conversaciones, diarios, libros de notas, correspondencia y artí-culos publicados en el suplemento dominical de El Heraldo de San Blas, de San Blas, S. B.», con el siguiente comentario (pág. 315): «Al contrario de lo que acontece con la poesía, el género biográfico es por muchos conceptos el no menos difícil. Desde los días de Plutarco ningún biógrafo, ni siquiera Diógenes Laercio o nuestro Boswell, ha podido encontrar vidas tan paralelas como las del viejo maestro griego en algunas ocasiones». 344 Miguel Rodríguez-Pantoja 1.4. Y si pasamos a un estadio más especializado, no verá que el gua-temalteco nacido en Honduras y afincado en México se inventa la aventura de «La Sirena inconforme». Esta sirena, a diferencia de las restantes, insis-te en cantar cuando Ulises pasa de nuevo por aquel lugar, y acaba teniendo con él una aventura. Como consecuencia de ella nacerá un ser de ficción, «Hygrós, o sea ‘el Húmedo’ en nuestro seco español», como dice el autor, el cual remacha, y evidencia, su invento con la enumeración de los seres sobre los cuales se extiende el patronazgo del «fabuloso» personaje (p. 213): «De esta unión nació el fabuloso Hygrós, o sea ‘el Húmedo’ en nuestro seco español, posteriormente proclamado patrón de las vírgenes solitarias, las pálidas prostitutas que las compañías navieras contratan para entretener a los pasajeros tímidos que en las noches deambulan por las cubiertas de sus vas-tos trasatlánticos, los pobres, los ricos, y otras causas perdidas». 1.5. Incluso no notará la irónica y ficticia referencia a sendos textos del historiador Tácito y el poeta Estacio (si es que, claro está, los conoce) en el relato titulado Gallus aureorum ovorum, o sea «El gallo de los huevos de oro» (p. 211): «El propio Tácito, quizá con doble intención, lo compara al Ave Fénix por su capacidad para reponerse, y añade que este Gallo llegó a ser sumamente famoso y objeto de curiosidad entre sus conciudadanos, es decir los otros Gallos, quienes procedentes de todos los rumbos de la República acudían a verlo en acción, ya fuera por el interés del espectáculo mismo como por el afán de apropiarse de algunas de sus técnicas. Pero como todo tiene un límite, se sabe que a fin de cuentas el nunca interrumpido ejercicio de su habilidad lo llevó a la tumba, cosa que le debe de haber causado no escasa amargura, pues el poeta Estacio, por su parte, refiere que poco antes de morir reunió alrededor de su lecho a no menos de dos mil Gallinas de las más exigentes, a las que dirigió sus últimas palabras, que fueron tales: «Contemplad vuestra obra. Habéis matado al Gallo de los Huevos de Oro», dando así pie a una serie de tergiversaciones y calumnias, principalmente la que atribuye esta facultad al rey Midas6, según unos, o, se-gún otros, a una Gallina inventada más bien por la leyenda». Es interesante señalar aquí que, aun cuando, obviamente, se trata de un comentario ficticio, Tácito dedica un largo parágrafo de los Anales, el 6,28, a describir la aparición de tal ave en Egipto y en una fecha concreta, el año 34 d. C., y a relatar lo que unos y otros dicen de sus antecedentes, su naturale-za, su edad centenaria y sus costumbres. Por otra parte, Estacio dedica una de sus Silvas (2,4) a la muerte de un papagayo, donde se lee, entre otras co- 6 Muy conocida es la peripecia de aquel desgraciado rey de Frigia que convertía en oro todo cuanto tocaba, incluyendo la comida y la bebida, por lo que hubo de suplicar a Dioniso (el Baco latino), responsable de tales poderes, que lo devolviese a la normalidad. La presencia del mundo grecolatino en la narrativa centroamericana del s. XX 345 sas (v. 16) «reúnanse aquí los pájaros sabios...» y (v. 25) «ha fallecido la glo-ria más grande del género alado»... 1.6. Y aún, subiendo un peldaño más en el análisis de un texto, el críti-co, será difícil que perciba ciertos descuidos (o no) evidentes para quien co-nozca suficientemente la antigüedad clásica. 1.6.1. Así, después de ilustrar para la edición mexicana de 1959 (publica-da por Era) el relato sobre la sirena inconforme, mencionado arriba, con el di-bujo de una que tiene cola de pez, escribe en «Los buscadores de oro» (p. 58): «Un ensayo: “La cerámica griega”. Recuerdo mi clara visualización de las ánforas ahí descritas, que hoy relaciono con figuras de Ulises y de sirenas con cuerpos de aves siniestras». Es decir, conoce las clásicas, las de alas y patas de ave, que son estas úl-timas (y las relaciona adecuadamente con Ulises), pero toma como icono o imagen paradigmática la que aparece de forma cada vez más frecuente a par-tir del siglo VI de Cristo, conviviendo al principio con la otra, a la que termi-na por suplantar. 1.6.2. Y atribuye, por dos veces de forma expresa, a Juvenal una frase que no es suya. En «Una nueva edición del Quijote», leemos (p. 283): «En efecto, pocas novelas tienen esa particularidad de deleitar enseñan-do, y de pocas, también, se puede decir con más propiedad que castigat ridendo mores, como dijo el viejo Juvenal». El autor insiste sobre ello en «De animales y hombres» (p. 309): «... para extraerles inmisericorde ese dulzor amargo propio de ciertos cítri-cos con que clava el aguijón de su sátira en las costumbres o mores más in-veteradas para castigarlas ridendo (Juvenal), y que tan positivo resultado ha dado en todos los tiempos». Realmente ese castigat ridendo mores tiene más relación con su dilecto Horacio que con Juvenal; en efecto, aquél pregunta, en la sátira 1.ª (24-25) ridentem dicere uerum / quis uetat? (o sea, «decir la verdad entre risas, / ¿quién lo prohíbe»). De hecho, como señala, por ejemplo, Renzo Tosi7, el sintagma que nos ocupa fue acuñado por Jean de Santeuil (1630-1697), en el Seiscien-tos a propósito de la máscara de Arlequín, un busto del cual decoraba el pros-cenio de la Comedia Italiana en París, y fue luego retomado como emblema 7 En su Dizionario delle sentenze latine e greche. Milano, Rizzoli, 19942, nº 305. 346 Miguel Rodríguez-Pantoja de varios teatros. En la literatura latina clásica sólo he encontrado el sintag-ma castigare mores una vez: lo emplea el naturalista Plinio en nat. 22,148. Augusto Monterroso, fallecido, como se sabe, el año 2003, es sin duda el más rico de los autores consultados en cuanto a lo que aquí estudiamos, y él solo ocuparía un espacio mucho mayor que el razonable en un trabajo como éste. He seleccionado algunos ejemplos de lo que ocupa las escalas tipológi-cas más altas: la utilización creativa, no meramente erudita, y la recreación de lo clásico, tomándolo como base o pretexto para algo nuevo. Pero, como se trata de una visión general, pasaré a las obras de los guatemaltecos Mi-guel Ángel Asturias, fallecido en 1974, y Rafael Arévalo Martínez, fallecido en 1975, más las del nicaragüense Sergio Ramírez, que, si mis cálculos son correctos, cumple este año de 2008 sesenta y seis. 2. SERGIO RAMÍREZ es, de los tres, el que más reclama un cierto cono-cimiento, al menos de la mitología clásica, para ser entendido en todas sus facetas. 2.1. Por ejemplo, en las páginas 229-231 de Margarita, está linda la mar, premio Alfaguara 19989, se habla una y otra vez de las «hermanas remendo-nas » (a las que el narrador increpa: «despierten, es tiempo ya de poner aten-ción y alistar los hilos de su labor», volviendo a mencionarlas más adelante: «Las remendonas, porque están apuradas, equivocan los hilos, si es que ellas, ciegas y todo, son capaces de equivocarse») o simplemente «las costureras» («¡Oh, tristes costureras! ¡Con qué hilos equivocados se alistan a remendar la tela!»), que «han guiado su mano, forzándola, como hacen las maestras de primaria con los niños rebeldes en caligrafía». Las hallamos de nuevo poco después: «Dos hebras metidas en la urdimbre del paño remendado que zurcen ya las costureras, sin apresurarse, despreocupadas de que caiga la noche, por-que no necesitan de ojos para trabajar bien sus puntadas». Reaparecen páginas más adelante (p. 330): 8 El texto dice literalmente sed quis non mores iure castiget? addidere uiuendi pretia deliciae luxusque; numquam fuit uitae cupido maior nec minor cura, que en la versión inédita hasta el siglo XX de Francisco Hernández, acabada en 1576, suena así: «Pero ¿quién no culpará, con razón, nuestras costumbres, principalmente haviendo hecho ma-yor el precio y estima de la vida las delicias y superfluidades? Jamás fue el deseo de vivir mayor, o menor el cuidado de conservarle»: lo tomo de Historia natural de Cayo Plinio Segundo, trasladada y anotada por el doctor Francisco Hernández (libros primero a vigesimoquinto) y por Jerónimo de Huerta (libros vigesimosexto a trigesimoséptimo) y apén-dice (libro séptimo capítulo LV). Madrid, Visor, UNAM, 19992, pág. 863, col. 1. 9 Tomo las citas de la edición publicada precisamente ese año de 1998, en Madrid, por la editorial que lo premió. La presencia del mundo grecolatino en la narrativa centroamericana del s. XX 347 «Así lo ha tramado una de las hermanas que se divierte con las sorpre-sas. Ojerosa y macilenta, corta ese hilo de la urdimbre con el filo de sus dien-tes porque el ruido de las tijeras herrumbradas no llame la atención de las otras que canturrean mientras zurcen en la oscurana. Pero esas otras dos se han concertado desde antes para jugarle una mala pasada a la bromista, de este modo suelen divertirse entre ellas las hijas de la noche». Y, aún (págs. 358-359): «La mente de Van Wynckle es de puntadas precisas, como las de las her-manas que esta noche tienen mucho que zurcir y costuras de sobra que sol-tar ». Y, en fin «vean a las hermanas reírse pelando sus dientes careados». Se refiere, claro está, sin mencionarlas, a las Parcas, que, efectivamente, son hijas de la Noche (y de Érebo), aunque no consta en los textos clásicos que fueran ciegas. 2.2. En esa misma novela10 juega papel fundamental el centauro Qui-rón, al que Rubén Darío dedicó inmortales versos, y también los cisnes mí-ticos, por los que es sabido que el gran poeta sentía predilección11, y de ello se hace eco el propio Ramírez, cuando, en la página 81 de Adiós muchachos12, afirma: «Eduardo Contreras (el Comandante Cero) [...] en Berlín [...] secuestró [...] un cisne [...] No ignoraba seguramente que había puesto en las brasas al ave heráldica de su paisano y el mío, Rubén Darío». 2.2.1. Sirva de ejemplo para el primero este diálogo entre el propio Rubén, el médico Debayle (el padre de Margarita, la niña destinataria de los famosos versos rubenianos utilizados en el título de la novela) y el obispo Simeón, en presencia del niño llamado precisamente Quirón (págs. 28-29): «Eulalia vuelve a su sitio. Y cuando el niño aparece con otra botella, él lo alcanza por encima de la mesa y lo agarra por la manga de la camisa de popelina. —Y tú, ¿cómo te llamas? —le pregunta. El niño sólo acierta a mirarse los pies descalzos. El sabio Debayle, im-paciente, le informa que se llama Quirón. 10 Que va encabezada, dicho sea de paso, por una cita de la comedia Las Aves de Aristófanes (traducción concretamente de los versos 1072-1083). 11 Hasta el extremo de constituir el símbolo más característico de su poesía, «identifi-cado con el modernismo». Rubén Darío dedicó a este animal varios poemas, a alguno de los cuales haremos referencia más adelante. 12 El título completo de la obra es Adiós muchachos. Una memoria de la revolución san-dinista. Utilizo la edición madrileña de Aguilar (1999). 348 Miguel Rodríguez-Pantoja —¿Quirón? —la asombrada interrogación de Rubén queda vibrando en el ambiente caluroso. —¿Recuerdas la edición de Prosas profanas que me enviaste desde Pa-rís? —le pregunta el obispo Simeón. —Me acuerdo mucho —le responde—. La edición argentina de 1896. Era mi propio ejemplar. Me quedé sin ninguno. —Me lo decías en tu carta que me llegó con el libro. Pues allí me mara-villé por primera vez con tu Coloquio de los Centauros. Y así nació Quirón, con tu poema, y con el siglo —el obispo Simeón, sonriente, extiende la mano en la que luce su anillo episcopal, para indicarle a Quirón que se acerque. El niño obedece. —¿Quién es, entonces, su padre? —pregunta Rubén al obispo Simeón. Hay un silencio extraño. Pero al cabo de un momento, el obispo Simeón vuelve a sonreír. —Un día, a ti solo, voy a contarte la historia de Quirón el centauro —le dice. —Quirón el centauro —dice Rubén—. La gloria inmarcesible de las Musas hermosas...»13. 2.2.2. Respecto a los cisnes, leemos, por ejemplo, también en Marga-rita..., con una clara alusión a la aventura de Zeus con Leda, aun cuando ésta no era una ninfa (p. 191): «Y el Dragón Colosal [un pirotécnico] no entendía por qué tanto despre-ciaba ella a los cisnes, si en la pared empapelada de listones verdes, entre los dos huecos de las ventanas, colgaba ese cuadro de pesada moldura donde bogaban cisnes de blanco plumaje en las aguas de un lago azul. Había ninfas desnudas bañándose en el lago, y era un cisne, capitán de todos ellos, el que cubría con el estertor de sus alas a la más hermosa, que se entregaba desfa-llecida a al beso de su pico de grana». O bien, ya al final de la novela, en la descripción del cortejo fúnebre que acompaña al cadáver del poeta (p. 316): «Luego, las carrozas alegóricas pobladas de niñas: La Poesía: un cisne blanco asido del pico por las riendas de seda que empuñaba la musa Calíope»14. 13 ... Y el triunfo del terrible misterio de las cosas»: son versos puestos en boca de Quirón en «El coloquio de los centauros», incluido, claro está, en las Prosas profanas de Rubén Darío (versos 27-28). Cito por la edición del Centenario. Poesías completas. Ma-drid, Aguilar, 1967, vol 1, pág. 573. 14 Recuérdense los tres endecasílabos finales del soneto que Rubén Darío dedica al ani-mal, incluido en Prosas profanas y otros poemas: «Bajo tus blancas alas la nueva Poesía / concibe en una gloria de luz y de harmonía / la Helena eterna y pura que encarna el ideal» (o. c. vol 1, pág. 588). La presencia del mundo grecolatino en la narrativa centroamericana del s. XX 349 2.3. El autor prodiga los latinismos comunes, que estarían, sólo por de-lante de palabras clásicas adaptadas con su sentido originario del tipo «sáti-ro », «fauno»15, «peplo»16, etc., en la parte más baja de una escala tipológica. 2.3.1. Son expresiones corrientes cuyo significado, en todo caso, hay que conocer para entender el texto, del tipo in fraganti (en el relato «Tumul-to », p. 4117), ad lateres (en «La banda del presidente», p. 54), per secula secu-lorum («De las delicias de la posteridad», p. 83; Margarita..., p. 175), perso-na non grata («Del olvido eterno», p. 89), urbi et orbi -así, correctamente, y no ese necio urbi et orbe que tantas veces oímos y leemos- («Del olvido eter-no », p. 89), ad honorem («Suprema ley», p. 107), mens sana in corpore sano («Charles Atlas también muere», p. 127)... 2.3.2. Alguna vez incluso ofrece la traducción de la expresión latina: merece la pena preproducir este diálogo, tomado de Margarita... (págs. 68-69): «—Vamos a leer sobre Pedrarias Dávila18, el furor domini que fue el que trajo por primera vez los chanchos a Nicaragua […] —¿Qué quiere decir furor domini- le pregunta Quirón. Nunca antes, hasta ahora, había escuchado su voz, que suena como un caramillo lejano entre las frondas del bosque de Pan. —La furia de Dios. Cuando Dios se arrecha, le manda a los pueblos un criador de chanchos. Y los criadores de chanchos no entienden de poetas, sólo de manteca y tocino. Las musas, Quirón, nada tienen que ver con los chicha-rrones —Rubén bebe otra copa...». 15 Cf. Margarita... pp. 95-96 «sería cierto o no que Rubén Darío era un sátiro, que tenía por muslo viril pata de chivo, o aquello de fauno de rudas tropelías carnales era sólo inocente decorado de sus versos». Según la Academia, «fauno», además de al «se-midiós de los campos y selvas», designa a un «hombre lascivo», en tanto que a «sátiro» (procedente de una palabra latina tomada del griego) se le puede aplicar exactamente esta misma definición, además de la más extensa: «en la mitología grecorromana, divinidad campestre y lasciva, con figura de hombre barbado, patas y orejas cabrunas y cola de caballo o de chivo». 16 El vocablo se repite varias veces en Margarita...: cf. p. 94 «cuando él [Rubén], envuelto en la sábana como en un peplo griego, se vuelve»; p. 280 «¿Y es cierto que lo vistieron y desvistieron como un maniquí para velarlo? -preguntó Erwin-. Una noche de peplo griego...»; p. 315 «El cadáver, vestido de peplo blanco y coronado de mirtos, iba conducido en andas descubiertas»... La Academia describe detenidamente esta prenda: «Especie de vestidura exterior, amplia y suelta, sin mangas, que bajaba de los hombros a la cintura formando caí-das en punta por delante. Lo usaron las mujeres en la Grecia antigua»: obviamente la pala-bra es de origen griego, pero el español viene de su versión latina, peplum. 17 Sigo la edición de Cuentos completos publicada por Alfaguara en México (1997). 18 Pedrarias Dávila, o sea, Pedro Arias Dávila, un segoviano muerto en León de Nicara-gua en 1531. Gobernador de estas tierras a partir de 1527, introdujo en ellas, además de una serie de cultivos, cerdos y otros tipos de animales. Se le llamó, efectivamente furor domini, utilizando un sintagma bíblico (repetido casi una veintena de veces en el Antiguo Testamento), por su extremada crueldad tanto con los indígenas como con los españoles. 350 Miguel Rodríguez-Pantoja 2.4. Pero también recurre, avanzando un par de pasos en la secuencia tipológica que vamos señalando de pasada, a otros sintagmas de propia cose-cha más o menos correctos, donde es evidente la intención de explotar lite-rariamente la lengua del Lacio: Félis Concóloris da título a un relato donde se juega con alternativas del tipo Félis Silvestrus en lugar de Félis silvestris y, para los gatos domésticos, «Félis Catus Ordinarius en lugar de Félis Ca-tus tan sólo» (págs. 19-20): «Kioto, Japón, abril 12 (US): El Congreso Internacional de Glosología Animal reunido aquí resolvió tras intensos debates establecer un nuevo sis-tema de nomenclatura científica para los gatos. Así que de ahora en adelan-te, los gatos de monte serán denominados Félis Silvestrus en lugar de Félis Silvestris y los gatos domésticos Félis Catus Ordinarius en lugar de Félis Catus tan sólo. Igual medida se adoptó para denominar a los pumas y leones, los cuales se llamarán desde ahora Félis Concóloris y Felis Leo Fierus en lugar de los nombres con que antiguamente se les conocía»19. En latín literario están documentados tanto concolor como concolorus, pero no silvestrus, que aquí responde a la intención ridiculizadota de Ramírez. En esa misma línea iría fierus, latín ferus. Pero a la hora de reproducir vocablos de esta lengua no se puede descartar, aparte de la deformación intencionada del autor, una mala transcripción por parte del copista, o bien una corrección indeseada por parte del programa informático que se aplique20. Obsérvese que el autor opta por acentuar los vocablos latinos, cosa anacrónica, pero eficaz, para evitar aberraciones como el tan extendido (incluso en personas que se supone conocen la lengua de Cicerón) rosáe y similares: en latín no hay agu-das y ae es un diptongo. 3. En cuanto a RAFAEL ARÉVALO MARTÍNEZ, cuya obra salió de prensas en una cuidada edición a cargo de Dante Liaño el año 199721, ya el título de su relato más conocido, «El hombre que parecía un caballo», lleva a evocar el recurrente tema del centauro, siguiendo a Rubén Darío22. 19 La denominación científica del puma es Puma concolor y la del león Pantera leo, ambos, claro está, pertenecientes a la familia de los félidos. 20 Así, ¿quién es el culpable de que en Adiós muchachos leamos «suspendidos ad divi-nis de su ministerio sacerdotal» (p. 173), cuando lo correcto es a divinis, y «la cárcel ro-mana de Regina Celli» en lugar de Regina Coeli o Celi (p. 181)? 21 Rafael Arévalo Martínez, El hombre que parecía un caballo y otros cuentos. Edición crí-tica. Dante Liaño, coordinador. Madrid, París, México, Buenos Aires, Sao Paulo, Lima, Guatemala, San José, Allca XX / Ediciones UNESCO, 1997. 22 Como señala D. Liaño, en «Algunas fuentes de El hombre que parecía un caballo y otros cuentos» (ed. cit., p. 313), «El magisterio de Darío sobre el poeta guatemalteco está fuera de discusión. También parece clara la mutua creencia en temas ocultistas». La presencia del mundo grecolatino en la narrativa centroamericana del s. XX 351 3.1. Desde el principio del relato se piensa en esa mítica criatura mi-tad hombre, mitad caballo... y el propio autor lo explicita en el párrafo final, con la referencia asimismo a otro ser mítico del mundo grecolatino, la Esfin-ge, de tanta significación en los círculos esotéricos con los que se vincula Aré-valo Martínez (p. 25): «Volví los ojos hacia donde estaba la Esfinge en su eterno reposo de mis-terio, y ya no la vi. ¡La Esfinge era el señor de Aretal que me había revelado su secreto, que era el mismo del Centauro! Era el señor de Aretal que se alejaba en su veloz galope, con rostro humano y cuerpo de bestia». 3.2. A lo largo de su obra no es, desde luego, lo más destacable la pre-sencia del mundo clásico, aun cuando cabe señalar ciertos rasgos dignos de comentario. Dos se relacionan con autores de siglos más cercanos cronológi-camente a nosotros, que forman parte de la cadena de transmisión de esas inagotables tradiciones, integrables en un nuevo apartado dentro del esbozo tipológico al que vengo aludiendo de forma intencionadamente no sistemática. 3.2.1. En «El trovador colombiano» cabe leer (p. 18): «Me ha pasado muchas veces: generalmente con hombres gordos; siem-pre con hombres bien proporcionados y sanos; nunca con los seres pálidos y flacos que temía César: ¡los amo a primera vista y me dan una gran sensa-ción de confianza! Todo mi ser descansa en sus rostros gruesos y se ensan-cha en sus vientres anchos. Yo no temo a los gordos. Nunca son malos. No pueden serlo: les pesa el vientre». En la base de este pasaje está una anécdota reiterada por el historiador griego Plutarco, que la reproduce casi literalmente en tres biografías: la del propio César, la de Marco Antonio y la de Bruto23. De ahí la toman por un lado William Shakespeare y por otro Francisco de Quevedo. Así, Julio César le dice a Marco Antonio, en la segunda escena del pri-mer acto de la obra homónima de aquél24: «Rodéame de hombres gruesos, de poca cabeza y que de noche duerman bien. He allí a Casio, con su figura extenuada y hambrienta. ¡Piensa demasia-do! ¡Semejantes hombres son peligrosos!». Quevedo traduce así el pasaje reseñado en su Vida de Marco Bruto25: 23 Caes. 62,10; Ant. 11,6; Brut. 8,2. Las palabras puestas en su boca por el biógrafo en las tres ocasiones vienen a decir: «no temo en absoluto a estos gordos y melenudos, sino a los pálidos y flacos. Refiriéndose a Casio y Bruto». 24 La traducción es de Luis Astrana Marín (William Shakespeare, Dramas clásicos. Ma-drid, Espasa Calpe, 2000, p. 144). 25 Tomo las citas de la edición que realizó Hispamérica Ediciones de la Biblioteca per-sonal de Jorge Luis Borges, reproducida por Orbis. Barcelona, 1987, pp. 174-175. 352 Miguel Rodríguez-Pantoja «Yo no temo hombres gordos y guedejudos, sino hombres descoloridos y flacos: denotando a Casio y Marco Bruto», y comenta en el correspondiente «Discurso»: «Poco hay que temer en aquel hombre que embaraza su alma en servir a su tez, y a llenar de más bestia la piel exterior de su cuerpo. Entendimien-to que asiste a la composición del cabello, poco cuidado puede dar a otra ca-beza; y en la suya que riza, más veces es cabellera que entendimiento. El hombre gordo es mucho hombre y grande hombre en el peso y en la medi-da, no en el valor; porque en el que es abundante de persona, la vida está cargada y la mente impedida [...] Al contrario los ciudadanos flacos y desco-loridos, como los gruesos alimentan sus estómagos de su entendimiento, és-tos hacen alimento de sus entendimientos sus estómagos...». 3.2.2. Unas páginas más adelante, en ese mismo relato de «El tro-vador colombiano», dice Arévalo Martínez (p. 25): «—¡Vaya! Ahora comprendo que en esta mínima ciudad un hombre cul-to no pueda ni leer a Platón, ausente de las librerías que llena López Bago, ni leer a Bilitis, ausente de librerías que llena Carlota Braemé». El rival en las librerías del filósofo Platón es Eduardo López Bago (1855- 1931) el abanderado del llamado «naturalismo radical», que alcanzó un gran éxito de público por su temática relacionada con la explotación sexual feme-nina y otros temas llamativos y porque sus publicaciones le granjearon diver-sos procesos judiciales. Bilitis, supuesta poetisa contemporánea de Safo, es un personaje inven-tado por Pierre Louis (1870-1925), en Les chansons de Bilitis, traducidas del griego (Paris, Mercure, 1898). En cuanto a Carlota Braeme (1836-1884), sa-bemos que esta escritora inglesa alcanzó gran difusión, como autora de no-velas rosa, en el mundo de habla hispana a través de las traducciones edita-das durante las primeras décadas del siglo pasado (sobre todo por la Casa Editorial Maucci, de Barcelona); escribió alrededor de un centenar, con títu-los tan sugerentes como Corazón de oro, El amor verdadero, Dora, El secreto de Lady Muriel, Luchas del corazón, Redimida por amor. 3.3. También Arévalo coloca tras el título de uno de sus relatos «La sig-natura de la Esfinge», un sintagma latino (p. 31), Hic sunt leones, apuntado que lo toma «De los mapas antiguos». Se refiere, claro está, a los de África. La ex-presión marcaba las regiones aún sin explorar. Proverbialmente, señala peligro. 3.4. Y alude en varias ocasiones a hechos míticos más o menos conoci-dos: por ejemplo, en «El señor Monitot» (p. 107): La presencia del mundo grecolatino en la narrativa centroamericana del s. XX 353 «Osos […] ¿quién no sabe que venís del Bóreas, de la isla plateada del Norte de donde llegaron Orfeo y Apolo a los griegos?». De hecho, Apolo, nacido en la isla llamada por él posteriormente Delos, fue conducido desde allí al país de los hiperbóreos por el carro del que tira-ban unos cisnes, antes de trasladarlo a Delfos. En cuanto a Orfeo, es situado en ese mítico lugar, tras perder a su espo-sa Eurídice, vgr., por Virgilio en la Geórgica 4ª, versos 517-519, cuando dice solus hyperboreas glacies Tanaimque niualem / […] lustrabat, raptam Eurydi-cem atque irrita Ditis / dona querens, o sea, «solo, los hiperbóreos hielos y el Tanais nevado / [...] recorría, añorando a Eurídice, ya sin remedio, / y el re-galo, inútil, de Dite26». 3.5. Poco más adelante, en ese mismo relato, aparece Deucalión, junto a su esposa Pirra, sin nombrarla (págs. 107-108): «¿Quiénes eran aquellos seres caídos de no sé dónde? ¿Quiénes? ¿Era Deucalión y su esposa que venían a sembrar de una nueva especie humana la tierra desierta?». En referencia al hecho de que este hijo de Prometeo, el único que, junto con su esposa, se salvó del diluvio enviado por Zeus para castigar a la huma-nidad, en una barca que había construido por consejo de su padre, repobló la tierra arrojando hacia atrás los huesos de su madre, o sea, la propia tierra. 4. Por lo que atañe al premio Nobel de Literatura en 1967, MIGUEL ÁN-GEL ASTURIAS, es en El señor presidente (1946)27, su obra más difundida de entre las seleccionadas para este trabajo28, donde encontramos mayor número de referencias al mundo grecolatino, en general bastante banales. 4.1. Así, menciona una serie de personajes tomados como prototipo (algo que ocuparía uno de los primeros peldaños en la tipología de las remi-niscencias clásicas). 26 Nombre romano equivalente al griego Plutón, que significa también «rico», porque en el reparto hecho entre los tres hermanos (los otros dos, como bien se sabe, son Júpiter y Neptuno), le tocó la tierra, sede de todas las riquezas naturales. El «regalo» se vuelve inútil porque para devolverle su esposa a Orfeo le había impuesto la condi-ción de que no se volviera a mirarla antes de abandonar sus dominios; como Orfeo no fue capaz de cumplir tal precepto, Eurídice se quedó definitivamente en ellos. 27 Cito por la edición de Alianza Editorial, Madrid 1981. 28 Son Viento fuerte (1950) y El papa verde (1954), que he tomado de las Obras comple-tas. Vol. II. Madrid, Aguilar, 1969, más Baladrón. Madrid, Alianza, 1984. 354 Miguel Rodríguez-Pantoja 4.1.1. Por ejemplo los dos grandes militares Alejandro y Julio César, que «comparten cartel» con Napoleón y Bolívar (p. 67): «El verdadero Chamarrita, el Canales que había salido de casa de Cara de Ángel arrogante, en el apogeo de su carrera militar, dando espaldas de ti-tán a un fondo de gloriosas batallas libradas por Alejandro, Julio César, Napoleón y Bolívar, veíase sustituido de improviso por una caricatura de ge-neral ». 4.1.2. O bien el estadista Pericles; su contemporáneo Fidias, el escul-tor más famoso de la antigüedad; la ciudad de Atenas, refugio de grandes poe-tas, donde ambos vivieron y a cuyo esplendor contribuyeron notablemente (p. 100): «Los periodistas nacionales y extranjeros se relamían en presencia del redivivo Pericles. ¡Señor, Señor, llenos están los cielos y la tierra de vues-tra gloria! Los poetas se creían en Atenas, así lo pregonaban al mundo. Un escultor de santos se consideraba Fidias y sonreía poniendo los ojos en blanco y frotándose las manos al oír que se vivaba en las calles el nombre del egre-gio gobernante». 4.2. También aparecen los dioses utilizados sinecdóticamente: recurre en una ocasión al común «hijo de Marte» para referirse a un militar (p. 179: «el noble hijo de Marte repartía su tiempo entre las obligaciones del servi-cio y el amor»), en otra al de «devoto de Baco» para un bebedor (p. 100: «Un compositor de marchas fúnebres, devoto de Baco y del Santo Entierro, aso-maba la cara de tomate a un balcón para ver dónde quedaba la tierra»), en otra a la Parca para la muerte (p. 220): «—¿Y dice usted, Petronila —el Tícher hablaba pausadamente—, que ya los señores médicos facultativos se declararon incompetentes para rescatar-la de los brazos de la Parca?». 4.3. No faltan en esta obra referencias expresas o tácitas a obras figu-rativas de tema clásico, sobre todo mitológico. 4.3.1. Por ejemplo, en «un fondín de mala muerte» (p. 42), «Distraídamente levantó los ojos el favorito y fue viendo las botellas ali-neadas en los tamos de la estantería, la ese luminosa de la bombita de la luz eléctrica, un anuncio de vinos españoles. Baco cabalgaba un barril entre frai-les barrigones y mujeres desnudas». 4.3.2. En la mesa del Auditor había (p. 241) «un tinterote que ostenta-ba, entre dos fuentes de tinta negra, una estatua de la diosa Themis», preci-samente la de la Justicia... La presencia del mundo grecolatino en la narrativa centroamericana del s. XX 355 4.4. También cabe detectar errores, como estos dos, uno intencionado, el otro imagino que no. 4.4.1. El intencionado está puesto en boca de un orador ignorante lla-mado «la Lengua de Vaca», quien, entre otras cosas, dice, mezclando divini-dades en absoluto relacionadas entre sí (p. 102): «el pabellón sigue ondeando impoluto y no ha huido del escudo patrio el ave que, como el ave «tenis», renació de las cenizas de los ‘manos’ —corrigién-dose— ‘mames’ que declararon la independencia nacional en aquella grora [sic] de la libertá de América, sin derramar una sola gota de sangre, ratificando de tal suerte el anhelo de libertá que habían manifestado los «mames» co-rrigiéndose «manes» indios que lucharon hasta la muerte por la conquista de la libertá y del derecho!». 4.4.2. El otro son las palabras latinas que pronuncia un sacerdote al san-tiguarse y que presenta una sintaxis errónea (p. 175), pues dice «In nómine Pater (en vez de Patris) et Filiis (en vez de Filii)». 4.5. Mientras la irónica mención de las tres gracias a propósito de tres rameras (acompañadas de su patrona: p. 15429) no merece más comentario, sí nos detendremos, antes de pasar adelante, en las palabras de (p. 253): «un hombre de ceño mefistofélico, cargado de espaldas, con los ojos como tildes de eñes y las piernas largas y delgadas. En el momento en que ellos pasaban, este hombre alzaba el brazo con lento ademán y abría la mano, como si en lugar de hablar fuese a soltar una paloma. Parthenios de Bithania decía fue hecho prisionero en la guerra de Mitrídates y llevado a Roma, enseñó el alejandrino. De él lo aprendimos Propercio, Ovidio, Virgilio, Horacio y yo...» Efectivamente, Partenio (o Parthenios), originario de Nicea, ciudad de Bitinia (no Bithania), fue hecho prisionero en la guerra de los romanos con-tra Mitridates, rey de Ponto, y enviado a Roma (en el año 73 a. C.). Esto es cierto. El resto parte de un error (que, según ya hemos apuntado, puede ser buscado por el autor para caracterizar al personaje): a lo sumo cabría decir 29 «De un carruaje que se detuvo frente a la Casa Nueva se apearon tres mujeres jóvenes y una vieja doble ancho. Por su traza se veía lo que eran. Las jóvenes vestían cretonas de vivísimos colores, medias rojas, zapatos amarillos de tacón exageradamente alto, las enaguas arriba de las rodillas, dejando ver el calzón de encajes largos y sucios, y la blusa descotada hasta el ombligo. El peinado que llamaban colochera Luis XV, con-sistente en una gran cantidad de rizos mantecosos, que de un lado a otro recogía un listón verde o amarillo; el color de las mejillas, que recordaba los focos eléctricos rojos de las puertas de los prostíbulos. [...] Que se espere el carruaje, ¿verdad, Niña Chonita? pre-guntó la más joven de las tres jóvenes gracias, alzando la voz chillona, como para que en la calle desierta la oyeran las piedras». 356 Miguel Rodríguez-Pantoja que este poeta enseñó el alejandrinismo. De hecho, aparece citado entre los maestros de Virgilio, si bien el principal representante del alejandrinismo romano fue Catulo. Pero el texto habla del alejandrino, un tipo de verso des-conocido hasta el siglo XIII. 4.6. Son escasas las referencias algo significativas en las otras obras con-sultadas, aunque alguna hay. 4.6.1. Valga como primera muestra la que cabe leer en la página 402 de El Papa Verde: «—¡Ay de los noqueados!... —gritó Parlama Juárez, transformando el “¡Ay de los vencidos!” de su historia universal, al mismo tiempo de dar un punta-pié al guante que había ocasionado la pelea». Como cuenta, por ejemplo, Tito Livio (5,48,8-9), los romanos compra-ron la paz a Breno, el caudillo de los Galos que llegó a saquear Roma el año 390 a. C., tasada en mil pesos de oro. Cuando se estaba efectuando la operación, «a una cosa ignominiosa en sí misma se la añadió una indignidad: los galos aportaron unas pesas excesivas y el tribuno las rechazó; entonces el insolente galo arrojó su espada en el peso y se oyó una voz intolerable para los romanos: ¡ay de los vencidos!». Por cierto que ya el comediógrafo Plau-to hace alusión a este hecho cuando el protagonista de Pseudolus utiliza la expresión en respuesta a su interlocutor, que se queja diciendo (v. 1317): «¿Qué le hago yo a este hombre, que sin más ni más me quita el dinero y se burla de mí?». 4.6.2. Puede añadirse este texto de Maladrón (p. 144): «Los mineros, decía siempre, somos esclavos de cráneos rasurados, fa-miliares del Orco y por haber visto a Plutón frente a frente ostentamos en la faz el matriz del oro desenterrado». Sabido es que el Orco es la morada, subterránea, de los muertos, donde gobierna Plutón, como decíamos arriba, el dios al que originariamente se llamó así como responsable de la fertilidad de la tierra, de donde viene la riqueza. 4.6.3. El mismo Maladrón asegura en la página 206: «No sé qué sea otra cosa que el óleo de Ática y el vino de Lesbos». Fama bien ganada tenía el óleo o aceite de Ática, regalado a su capital por Atenea en competencia con Poseidón, que ofrecía un caballo, para conseguir su patronazgo. La presencia del mundo grecolatino en la narrativa centroamericana del s. XX 357 En cuanto al vino de Lesbos, puede leerse, por ejemplo, el siguiente pá-rrafo de la traducción de Dafnis y Cloe de Longo, realizada por Juan Valera, que corresponde al libro IV30: «Sobresalía entre estos presentes el vino de Lesbos, que huele a flores y es el más grato al paladar de cuantos le beben». Y son muy conocidos y reiterados en las antologías de poesía mexicana los versos de Enrique Fernández Granados (1867-1920) que, bajo el título «Al vino de Lesbos», comienzan así: «Si queréis de mi lira Oír los sones, Dadme vino de Lesbos Que huele a flores» 31. 5. Ya adelanté al principio que, en la prolífica producción de cuentos de la Hispanoamérica contemporánea, por supuesto dejando a un lado los de autores ya mencionados, no resulta demasiado difícil detectar algunos que toman temas o ideas del mundo clásico. 5.1. Es el caso, entre otros, del titulado «La tejedora de palabras», es-crito por la costarricense RIMA DE VALLBONA (1931), que se abre con una cita de Homero (traducción de los versos 210-213 del canto X de la Odisea). «Y hallaron en un valle, sitio [sic] en un descampado, los palacios de Circe, elevados obre piedras pulidas. Y en sus alrededores vagaban lobos monteses y leones, pues Circe habíalos domesticado administrándoles pérfidas mixturas». Como este encabezamiento hace imaginar, el relato discurre todo él en torno a la figura de Circe, la maga que convertía a los hombres en bestias, encarnada en una profesora de griego que seduce y hace desaparecer miste-riosamente a sus alumnos32. 30 Lo reproduzco a partir del tomo I, p. 871, de sus Obras completas, editado por Aguilar. Madrid 1958. 31 Lo tomo de Manuel Gutiérrez Nájera, Obras I. México, UNAM, 1995, pág. 351. El autor, que los considera «una de las más delicadas composiciones que el librito encierra», en referencia a Mirtos. Poesías. México, Ignacio Escalante, 1889, comenta: «Estos versos están elegantemente cincelados, como el asa de una ánfora de plata en la que el buril hu-biera labrado hojas de vid y pámpanos enredados a los cuerpos de amores juguetones. Tras-cienden a flores: Anakreón ha de ser el poeta predilecto de Fernández Granados». 32 Lo tomo de El cuento hispanoamericano en el siglo XX, edición, introducción y notas de Fernando Burgos. Madrid, Castalia, 1997, II, p. 381 ss. 358 Miguel Rodríguez-Pantoja 5.2. O bien de «La gestión», escrito por el guatemalteco VICENTE AN-TONIO VÁZQUEZ BONILLA (CHENTE VÁSQUEZ, 1939)33, donde Zoila Hetaira Baca del Toro (cuyo nombre ya rezuma tono burlesco) presenta la siguiente demanda «Atentamente se dirige a la Corte Disciplinar del Lenguaje, doña Zoila H. Vaca Del Toro Rogaría se tramitasen las instancias hacia este Tribunal para que tuvie-ra a bien variar sustancialmente o en lo posible el siguiente aspecto de nuestro lenguaje (marque con una cruz el que proceda) O Forma verbal considerada de especialmente inútil dificultad O Orden y sintaxis de la frase. X Nuevos significados de palabras consideradas de evidente mayor belleza que su contenido. O Otras cuestiones fonéticas, morfológicas, sociológicas... Concretamente, mi solicitud se refiere a: la palabra Hetaira (Hetera) proponiendo que se sustituya por: Una significación mas digna y acorde a su actual modalidad, en vista que varias personas bien intencionas al escuchar el vocablo, les ha parecido bello, e ignorantes de su significado, más el craso desconocimiento de algunos registradores civiles, que permiten su uso, ha dado origen a que, varias niñas del pueblo (y algunas mayores) lleven con orgullo ese nombre, sin saber que, desde el tiempo de los griegos, se califi-ca con ese término a las féminas de comportamiento disoluto y que, además, reclaman honorarios por emular, en pareja, la gimnasia previa al acto de la concepción y es más, lo hacen con fines netamente recreativos y/o de explo-tación económica. En caso de que mi oferta no sea aceptada, debo declarar que son ustedes unos Inconscientes, sin sensibilidad social, que anteponen la rigidez de las palabras con la excusa de respetar las raíces idiomáticas y también unos retrógrados que no permiten que el idioma evolucione de acuerdo al uso que le damos los hablantes, que a la postre somos los que determinamos la aplicación de las palabras de acuerdo a su uso cotidiano. Esperando que tengan a bien la con-sideración y aprobación de mi experta sugerencia, se despide: (f) Zoila Hetaira Baca Del Toro». 5.3. El costarricense RAFAEL ÁNGEL HERRA (1943) parafrasea confesa-damente, entre otros, a Sófocles y a Plutarco en su relato «Había una vez un tirano llamado Edipo»34. Bastará leer su postcriptum para dar fe, con él, de ello (p. 371): «Reconozco mis deudas: en Había una vez un tirano llamado Edipo con-vergen lamentos e ideas de autores muy diversos. Además de Oidipous 33 Lo he leído directamente en la página electrónica del autor: http://espanol. geocities.com/chentevasquez2004/ (consulta confirmada el 29/10/08). 34 Cf. El cuento, cit., III, p. 348 ss. La presencia del mundo grecolatino en la narrativa centroamericana del s. XX 359 tyrannos35, sin embargo, su fuente principal emana del carácter de las dicta-duras, no tanto y no sólo porque los gobernantes brutales signifiquen un ejer-cicio excepcional o una usurpación del poder entre los hombres, sino porque revelan trágicamente la esencia misma del poder. He recurrido seis veces al collage, con citas breves subs-tancialmente modificadas y adaptadas al discurso (Sófocles, Plutarco, Escrivá...). Aunque redacto de nuevo lo que atañe al mito del águila solitaria, tomo en préstamo su reinterpretación de uno de los artesanos de la seguridad nacional militar estatal latinoamericana. Las palabras finales podrían encabezar la proclama de Poder de cualquier comandante-en-jefe-de-gobierno contemporáneo: el discur-so del tirano Edipo es circular, pero... ¿hasta cuándo?». 5.4. En fin, el panameño CLAUDIO DE CASTRO (1957), Premio Nacional Signos de Joven Literatura 1987 y Premio Centroamericano de Literatura Jo-ven, en «Los verdugos» (de 1991)36 evoca, siguiendo el relato tacíteo37, a ve-ces casi al pie de la letra, la muerte de Séneca... «En mi apocamiento veía a los que penosamente subían al cadalso y re-cordé lo que una vez leí sobre el pobre Séneca. En el año 65, Nerón sintiendo fastidio por su maestro de infancia, le en-vió un mensajero solicitándole que se quitara la vida. Teniendo respeto, tal vez, le dio la potestad de elegir. El viejo Séneca sin replicar, se despidió de su mujer y se cortó las venas. Pero no obtuvo resultados. Luego bebió un vaso de la mortal cicuta, lo cual no surtió efecto. Al final, agotado, mandó prepa-rar un baño caliente en el que se sumergió. Allí murió, ahogado por los va-pores, y la debilidad de su cuerpo». 6. Basten, por el momento, estas notas. Espero haber dejado evidencia suficiente de que para leer con algo más que los ojos muchas de las obras literarias escritas, no ya en los tiempos pasados, sino en los que corren hoy, es necesaria una cierta familiaridad con el legado de la antigüedad clásica. Y que cometen un grave error quienes marginan o simplemente desprecian el mundo clásico grecolatino desde los ámbitos más diversos, que, para desgracia y vergüenza de nuestra Universidad, cuentan entre sus nutridas filas a mu-chos estudiosos relacionados directamente con la lengua y la literatura es-crita en cualquiera de las lenguas cultas de Occidente... y no digamos políti-cos (incluidos los que hacen sayos de sus capas a la hora de elaborar «directrices» (!!) para los planes de estudios) y eso que llaman agentes so-ciales; pero no se pueden pedir peras al olmo. 35 Transcripción latina del título de la tragedia de Sófocles, que se sitúa cronológicamente poco después del año 430 a. C., normalmente vertido al español como «Edipo rey». 36 Está en El cuento, cit., III, p. 497. 37 Está en Anales 15,61-64.
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Título y subtítulo | Notas sobre la presencia del mundo grecolatino en la narrativa centroamericana del siglo XX |
Autor principal | Rodríguez Pantoja, Miguel |
Entidad | Universidad Nacional de Educación a Distancia (España). Centro Asociado de Las Palmas (Las Palmas de Gran Canaria) |
Publicación fuente | Boletín Millares Carlo |
Numeración | Número 28 |
Sección | Literatura |
Tipo de documento | Artículo |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Centro Regional Uned |
Fecha | 2009 |
Páginas | p. 341-362 |
Materias | Cultura ; Literatura ; Filosofía ; Historia ; Canarias |
Enlaces relacionados | Enlace al editor: http://www.boletinmillarescarlo.es/index.php/BMC/index |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 115043 Bytes |
Texto | Notas sobre la presencia del mundo grecolatino en la narrativa centroamericana del siglo XX MIGUEL RODRÍGUEZ-PANTOJA* (Las Palmas de Gran Canaria) Boletín Millares Carlo, núm. 28. Centro Asociado UNED. Las Palmas de Gran Canaria, 2009. Resumen: Estudio de las influencias del mundo clásico grecolatino en A. Monterroso, S. Ramírez, M. A. Asturias, R. Arévalo Martínez y diversos cuentos de narradores contem-poráneos centroamericanos. Importancia de estos estudios para la comprensión íntegra de las obras analizadas. Palabras clave: tradición clásica; narrativa Centroamericana contemporánea. Abstract: This is a study of the influences of the Graeco-Latin classical world on A. Monterroso, S. Ramírez, M. A. Asturias, R. Arévalo Martinez and various short stories by Central American contemporary narrators. Thesse studies are of great importance for the complete understanding of analyzed works. Key words: classical tradition; Central American Contemporary narrative. * ca1romam@uco.es 0. El mundo grecolatino está muy presente en la literatura occidental de todos los tiempos y sin conocerlo con una cierta solvencia resulta difícil, por no decir imposible, entender en su plenitud la obra de los grandes escri-tores... y de los no tan grandes. Partiendo de esa premisa, incuestionable, in-tento mostrar hasta qué punto tal circunstancia continúa a lo largo de la se-gunda mitad del siglo XX en los representantes más eximios y cosmopolitas, si se me permite la expresión, de la literatura centroamericana, que tuvo un notable desarrollo en ese periodo. A modo de complemento, añado los resul-tados de algunas calas en antologías de cuentos escritos por otros autores contemporáneos de esa misma zona. En todo caso, bueno será anotarlo des- 342 Miguel Rodríguez-Pantoja de el principio, se trata sólo de una aproximación, que no pretende en abso-luto ser exhaustiva. 1. Entrando en materia, y hablando sin tecnicismos, ¿cuánto perdería el laureado AUGUSTO MONTERROSO1 si se le quitaran a su obra las referen-cias a los clásicos grecolatinos o lo que en ellos se inspira? Y ¿cuánto perde-rá un lector que ignore ese legado, si tenemos en cuenta que cualquier re-ceptor que no esté debidamente pertrechado tendrá dificultades para aprehenderlo? 1.1. De la misma manera que quien desconozca la poesía española del siglo de oro no está en condiciones de captar las evidentemente intenciona-das resonancias de la famosa décima calderoniana2 cuando lea, en el relato titulado «Míster Taylor» aquello de (p. 29)3 «Tan pobre y mísero estaba, que cierto día se internó en la selva en busca de hierbas para alimentarse», será muy difícil que entienda, por poner sólo un par de ejemplos, la alusión a la relación etimológica entre «can» y «cínico»4 en el relato «Diógenes también» (p. 63): «Recordaba yo que el viejo filósofo lo escogió como lo más bajo y despre-ciable que pudiera darse: can. Y me complacía en admirarlo por haberse dado a imitarlos para que los hombres lo despreciaran tanto como él despreciaba a los hombres. Llegué a leer en un libro: «Estando en una cena, hubo algu-nos que le arrojaron los huesos como a un perro, y él acercándose a los ta-les, se les meó encima, como hacen los perros». Odié también el viejo cíni-co, ¡tan cándido!». 1 Recibió el Premio de Cuento Nacional Saker Ti, de Guatemala, en 1952; el Premio Magda Donato, como escritor de una obra de sentido humanista y universal, en 1970; el Premio Xavier Villaurrutia, de escritores para escritores, en 1975; la condecoración del Águila Azteca por su aportación a la cultura de México, en 1988; el Premio del Institu-to Italo-Latinoamericano de Roma, en 1993; el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, en 1996; el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias, de Guatemala, en 1997; el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, en reconocimien-to a su carrera literaria, en 2000... 2 La reproduzco por si alguien no la recuerda en su integridad: «Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba, / que sólo se sustentaba / de unas hierbas que cogía. / ¿Habrá otro (entre sí decía) / más pobre y triste que yo?; / y cuando el rostro volvió, / ha-lló la respuesta, viendo / que otro sabio iba cogiendo / las hojas que él arrojó». El autor lo puso en boca de Rosaura, en el acto primero de La vida es sueño (versos 213-262). Cito por la edición de Augusto Cortina para la colección de «Clásicos Castellanos». Madrid, Espasa Calpe, 1971. 3 Cito por Cuentos, fábulas y lo demás es silencio. México, Alfaguara, 1996. 4 Sin ir más lejos, el Diccionario de la Academia señala que la palabra «cínico» remon-ta, a través del latín cynicus, al griego kynikós, adjetivo derivado de kýôn, kynós, «perro». La presencia del mundo grecolatino en la narrativa centroamericana del s. XX 343 Por cierto que el libro aludido en el texto es el titulado Vidas de los filó-sofos del griego Diógenes Laercio, que vivó probablemente en la primera mitad del siglo III d. C., en cuyo parágrafo 46 del volumen 6 se relata preci-samente esta anécdota5. 1.2. O bien la referencia a la debacle de Ícaro, quien provocó que se de-rritiera la cera con la cual estaban unidas las plumas de sus alas, cuando, des-oyendo los consejos de Dédalo, su padre y fabricante de esas alas, se acercó demasiado al sol y acabó precipitándose a tierra y estrellándose. Está en el relato al que da nombre Pigmalión, el mítico rey de Chipre que, enamorado de la estatua de una mujer perfecta, que, según la mayoría de las versiones, él mismo había modelado, pidió a Afrodita una esposa semejante a aquélla... y recibió de la diosa el don de que la propia estatua cobrara vida. Monterro-so da un sesgo humorístico a la leyenda comenzando así el relato (p. 197): «En la antigua Grecia existió hace mucho tiempo un poeta llamado Pig-malión que se dedicaba a construir estatuas tan perfectas que sólo les falta-ba hablar. Una vez terminadas, él les enseñaba muchas de las cosas que sabía: lite-ratura en general, poesía en particular, un poco de política, otro poco de mú-sica y, en fin, algo de hacer bromas y chistes y salir adelante en cualquier conversación». Pues bien, estas criaturas «discurrían que si ya sabían hablar, ahora sólo les faltaba volar, y empezaban a hacer ensayos con toda clase de alas, inclusive las de cera, desprestigiadas hacía poco en una aventura infortunada». 1.3. Quien no sea capaz de percibir sin ayuda las referencias comenta-das, mucho menos lo será de captar en su plenitud la estupenda biografía de Horacio, al que, dentro de ella, Monterroso no menciona en ningún momen-to por su nombre, titulada «El cerdo de la piara de Epicuro». La cual termi-na con las siguientes palabras (p. 203): «A este Cerdo se deben dos o tres de los mejores libros de poesía del mundo; pero el Asno y sus amigos esperan todavía el momento de la ven-ganza ». 5 Este biógrafo es mencionado por Monterroso en la «Breve selección de aforismos, dichos famosos, refranes y apotegmas del doctor Eduardo Torres extraídos por Don Juan Manuel Carrasquilla de conversaciones, diarios, libros de notas, correspondencia y artí-culos publicados en el suplemento dominical de El Heraldo de San Blas, de San Blas, S. B.», con el siguiente comentario (pág. 315): «Al contrario de lo que acontece con la poesía, el género biográfico es por muchos conceptos el no menos difícil. Desde los días de Plutarco ningún biógrafo, ni siquiera Diógenes Laercio o nuestro Boswell, ha podido encontrar vidas tan paralelas como las del viejo maestro griego en algunas ocasiones». 344 Miguel Rodríguez-Pantoja 1.4. Y si pasamos a un estadio más especializado, no verá que el gua-temalteco nacido en Honduras y afincado en México se inventa la aventura de «La Sirena inconforme». Esta sirena, a diferencia de las restantes, insis-te en cantar cuando Ulises pasa de nuevo por aquel lugar, y acaba teniendo con él una aventura. Como consecuencia de ella nacerá un ser de ficción, «Hygrós, o sea ‘el Húmedo’ en nuestro seco español», como dice el autor, el cual remacha, y evidencia, su invento con la enumeración de los seres sobre los cuales se extiende el patronazgo del «fabuloso» personaje (p. 213): «De esta unión nació el fabuloso Hygrós, o sea ‘el Húmedo’ en nuestro seco español, posteriormente proclamado patrón de las vírgenes solitarias, las pálidas prostitutas que las compañías navieras contratan para entretener a los pasajeros tímidos que en las noches deambulan por las cubiertas de sus vas-tos trasatlánticos, los pobres, los ricos, y otras causas perdidas». 1.5. Incluso no notará la irónica y ficticia referencia a sendos textos del historiador Tácito y el poeta Estacio (si es que, claro está, los conoce) en el relato titulado Gallus aureorum ovorum, o sea «El gallo de los huevos de oro» (p. 211): «El propio Tácito, quizá con doble intención, lo compara al Ave Fénix por su capacidad para reponerse, y añade que este Gallo llegó a ser sumamente famoso y objeto de curiosidad entre sus conciudadanos, es decir los otros Gallos, quienes procedentes de todos los rumbos de la República acudían a verlo en acción, ya fuera por el interés del espectáculo mismo como por el afán de apropiarse de algunas de sus técnicas. Pero como todo tiene un límite, se sabe que a fin de cuentas el nunca interrumpido ejercicio de su habilidad lo llevó a la tumba, cosa que le debe de haber causado no escasa amargura, pues el poeta Estacio, por su parte, refiere que poco antes de morir reunió alrededor de su lecho a no menos de dos mil Gallinas de las más exigentes, a las que dirigió sus últimas palabras, que fueron tales: «Contemplad vuestra obra. Habéis matado al Gallo de los Huevos de Oro», dando así pie a una serie de tergiversaciones y calumnias, principalmente la que atribuye esta facultad al rey Midas6, según unos, o, se-gún otros, a una Gallina inventada más bien por la leyenda». Es interesante señalar aquí que, aun cuando, obviamente, se trata de un comentario ficticio, Tácito dedica un largo parágrafo de los Anales, el 6,28, a describir la aparición de tal ave en Egipto y en una fecha concreta, el año 34 d. C., y a relatar lo que unos y otros dicen de sus antecedentes, su naturale-za, su edad centenaria y sus costumbres. Por otra parte, Estacio dedica una de sus Silvas (2,4) a la muerte de un papagayo, donde se lee, entre otras co- 6 Muy conocida es la peripecia de aquel desgraciado rey de Frigia que convertía en oro todo cuanto tocaba, incluyendo la comida y la bebida, por lo que hubo de suplicar a Dioniso (el Baco latino), responsable de tales poderes, que lo devolviese a la normalidad. La presencia del mundo grecolatino en la narrativa centroamericana del s. XX 345 sas (v. 16) «reúnanse aquí los pájaros sabios...» y (v. 25) «ha fallecido la glo-ria más grande del género alado»... 1.6. Y aún, subiendo un peldaño más en el análisis de un texto, el críti-co, será difícil que perciba ciertos descuidos (o no) evidentes para quien co-nozca suficientemente la antigüedad clásica. 1.6.1. Así, después de ilustrar para la edición mexicana de 1959 (publica-da por Era) el relato sobre la sirena inconforme, mencionado arriba, con el di-bujo de una que tiene cola de pez, escribe en «Los buscadores de oro» (p. 58): «Un ensayo: “La cerámica griega”. Recuerdo mi clara visualización de las ánforas ahí descritas, que hoy relaciono con figuras de Ulises y de sirenas con cuerpos de aves siniestras». Es decir, conoce las clásicas, las de alas y patas de ave, que son estas úl-timas (y las relaciona adecuadamente con Ulises), pero toma como icono o imagen paradigmática la que aparece de forma cada vez más frecuente a par-tir del siglo VI de Cristo, conviviendo al principio con la otra, a la que termi-na por suplantar. 1.6.2. Y atribuye, por dos veces de forma expresa, a Juvenal una frase que no es suya. En «Una nueva edición del Quijote», leemos (p. 283): «En efecto, pocas novelas tienen esa particularidad de deleitar enseñan-do, y de pocas, también, se puede decir con más propiedad que castigat ridendo mores, como dijo el viejo Juvenal». El autor insiste sobre ello en «De animales y hombres» (p. 309): «... para extraerles inmisericorde ese dulzor amargo propio de ciertos cítri-cos con que clava el aguijón de su sátira en las costumbres o mores más in-veteradas para castigarlas ridendo (Juvenal), y que tan positivo resultado ha dado en todos los tiempos». Realmente ese castigat ridendo mores tiene más relación con su dilecto Horacio que con Juvenal; en efecto, aquél pregunta, en la sátira 1.ª (24-25) ridentem dicere uerum / quis uetat? (o sea, «decir la verdad entre risas, / ¿quién lo prohíbe»). De hecho, como señala, por ejemplo, Renzo Tosi7, el sintagma que nos ocupa fue acuñado por Jean de Santeuil (1630-1697), en el Seiscien-tos a propósito de la máscara de Arlequín, un busto del cual decoraba el pros-cenio de la Comedia Italiana en París, y fue luego retomado como emblema 7 En su Dizionario delle sentenze latine e greche. Milano, Rizzoli, 19942, nº 305. 346 Miguel Rodríguez-Pantoja de varios teatros. En la literatura latina clásica sólo he encontrado el sintag-ma castigare mores una vez: lo emplea el naturalista Plinio en nat. 22,148. Augusto Monterroso, fallecido, como se sabe, el año 2003, es sin duda el más rico de los autores consultados en cuanto a lo que aquí estudiamos, y él solo ocuparía un espacio mucho mayor que el razonable en un trabajo como éste. He seleccionado algunos ejemplos de lo que ocupa las escalas tipológi-cas más altas: la utilización creativa, no meramente erudita, y la recreación de lo clásico, tomándolo como base o pretexto para algo nuevo. Pero, como se trata de una visión general, pasaré a las obras de los guatemaltecos Mi-guel Ángel Asturias, fallecido en 1974, y Rafael Arévalo Martínez, fallecido en 1975, más las del nicaragüense Sergio Ramírez, que, si mis cálculos son correctos, cumple este año de 2008 sesenta y seis. 2. SERGIO RAMÍREZ es, de los tres, el que más reclama un cierto cono-cimiento, al menos de la mitología clásica, para ser entendido en todas sus facetas. 2.1. Por ejemplo, en las páginas 229-231 de Margarita, está linda la mar, premio Alfaguara 19989, se habla una y otra vez de las «hermanas remendo-nas » (a las que el narrador increpa: «despierten, es tiempo ya de poner aten-ción y alistar los hilos de su labor», volviendo a mencionarlas más adelante: «Las remendonas, porque están apuradas, equivocan los hilos, si es que ellas, ciegas y todo, son capaces de equivocarse») o simplemente «las costureras» («¡Oh, tristes costureras! ¡Con qué hilos equivocados se alistan a remendar la tela!»), que «han guiado su mano, forzándola, como hacen las maestras de primaria con los niños rebeldes en caligrafía». Las hallamos de nuevo poco después: «Dos hebras metidas en la urdimbre del paño remendado que zurcen ya las costureras, sin apresurarse, despreocupadas de que caiga la noche, por-que no necesitan de ojos para trabajar bien sus puntadas». Reaparecen páginas más adelante (p. 330): 8 El texto dice literalmente sed quis non mores iure castiget? addidere uiuendi pretia deliciae luxusque; numquam fuit uitae cupido maior nec minor cura, que en la versión inédita hasta el siglo XX de Francisco Hernández, acabada en 1576, suena así: «Pero ¿quién no culpará, con razón, nuestras costumbres, principalmente haviendo hecho ma-yor el precio y estima de la vida las delicias y superfluidades? Jamás fue el deseo de vivir mayor, o menor el cuidado de conservarle»: lo tomo de Historia natural de Cayo Plinio Segundo, trasladada y anotada por el doctor Francisco Hernández (libros primero a vigesimoquinto) y por Jerónimo de Huerta (libros vigesimosexto a trigesimoséptimo) y apén-dice (libro séptimo capítulo LV). Madrid, Visor, UNAM, 19992, pág. 863, col. 1. 9 Tomo las citas de la edición publicada precisamente ese año de 1998, en Madrid, por la editorial que lo premió. La presencia del mundo grecolatino en la narrativa centroamericana del s. XX 347 «Así lo ha tramado una de las hermanas que se divierte con las sorpre-sas. Ojerosa y macilenta, corta ese hilo de la urdimbre con el filo de sus dien-tes porque el ruido de las tijeras herrumbradas no llame la atención de las otras que canturrean mientras zurcen en la oscurana. Pero esas otras dos se han concertado desde antes para jugarle una mala pasada a la bromista, de este modo suelen divertirse entre ellas las hijas de la noche». Y, aún (págs. 358-359): «La mente de Van Wynckle es de puntadas precisas, como las de las her-manas que esta noche tienen mucho que zurcir y costuras de sobra que sol-tar ». Y, en fin «vean a las hermanas reírse pelando sus dientes careados». Se refiere, claro está, sin mencionarlas, a las Parcas, que, efectivamente, son hijas de la Noche (y de Érebo), aunque no consta en los textos clásicos que fueran ciegas. 2.2. En esa misma novela10 juega papel fundamental el centauro Qui-rón, al que Rubén Darío dedicó inmortales versos, y también los cisnes mí-ticos, por los que es sabido que el gran poeta sentía predilección11, y de ello se hace eco el propio Ramírez, cuando, en la página 81 de Adiós muchachos12, afirma: «Eduardo Contreras (el Comandante Cero) [...] en Berlín [...] secuestró [...] un cisne [...] No ignoraba seguramente que había puesto en las brasas al ave heráldica de su paisano y el mío, Rubén Darío». 2.2.1. Sirva de ejemplo para el primero este diálogo entre el propio Rubén, el médico Debayle (el padre de Margarita, la niña destinataria de los famosos versos rubenianos utilizados en el título de la novela) y el obispo Simeón, en presencia del niño llamado precisamente Quirón (págs. 28-29): «Eulalia vuelve a su sitio. Y cuando el niño aparece con otra botella, él lo alcanza por encima de la mesa y lo agarra por la manga de la camisa de popelina. —Y tú, ¿cómo te llamas? —le pregunta. El niño sólo acierta a mirarse los pies descalzos. El sabio Debayle, im-paciente, le informa que se llama Quirón. 10 Que va encabezada, dicho sea de paso, por una cita de la comedia Las Aves de Aristófanes (traducción concretamente de los versos 1072-1083). 11 Hasta el extremo de constituir el símbolo más característico de su poesía, «identifi-cado con el modernismo». Rubén Darío dedicó a este animal varios poemas, a alguno de los cuales haremos referencia más adelante. 12 El título completo de la obra es Adiós muchachos. Una memoria de la revolución san-dinista. Utilizo la edición madrileña de Aguilar (1999). 348 Miguel Rodríguez-Pantoja —¿Quirón? —la asombrada interrogación de Rubén queda vibrando en el ambiente caluroso. —¿Recuerdas la edición de Prosas profanas que me enviaste desde Pa-rís? —le pregunta el obispo Simeón. —Me acuerdo mucho —le responde—. La edición argentina de 1896. Era mi propio ejemplar. Me quedé sin ninguno. —Me lo decías en tu carta que me llegó con el libro. Pues allí me mara-villé por primera vez con tu Coloquio de los Centauros. Y así nació Quirón, con tu poema, y con el siglo —el obispo Simeón, sonriente, extiende la mano en la que luce su anillo episcopal, para indicarle a Quirón que se acerque. El niño obedece. —¿Quién es, entonces, su padre? —pregunta Rubén al obispo Simeón. Hay un silencio extraño. Pero al cabo de un momento, el obispo Simeón vuelve a sonreír. —Un día, a ti solo, voy a contarte la historia de Quirón el centauro —le dice. —Quirón el centauro —dice Rubén—. La gloria inmarcesible de las Musas hermosas...»13. 2.2.2. Respecto a los cisnes, leemos, por ejemplo, también en Marga-rita..., con una clara alusión a la aventura de Zeus con Leda, aun cuando ésta no era una ninfa (p. 191): «Y el Dragón Colosal [un pirotécnico] no entendía por qué tanto despre-ciaba ella a los cisnes, si en la pared empapelada de listones verdes, entre los dos huecos de las ventanas, colgaba ese cuadro de pesada moldura donde bogaban cisnes de blanco plumaje en las aguas de un lago azul. Había ninfas desnudas bañándose en el lago, y era un cisne, capitán de todos ellos, el que cubría con el estertor de sus alas a la más hermosa, que se entregaba desfa-llecida a al beso de su pico de grana». O bien, ya al final de la novela, en la descripción del cortejo fúnebre que acompaña al cadáver del poeta (p. 316): «Luego, las carrozas alegóricas pobladas de niñas: La Poesía: un cisne blanco asido del pico por las riendas de seda que empuñaba la musa Calíope»14. 13 ... Y el triunfo del terrible misterio de las cosas»: son versos puestos en boca de Quirón en «El coloquio de los centauros», incluido, claro está, en las Prosas profanas de Rubén Darío (versos 27-28). Cito por la edición del Centenario. Poesías completas. Ma-drid, Aguilar, 1967, vol 1, pág. 573. 14 Recuérdense los tres endecasílabos finales del soneto que Rubén Darío dedica al ani-mal, incluido en Prosas profanas y otros poemas: «Bajo tus blancas alas la nueva Poesía / concibe en una gloria de luz y de harmonía / la Helena eterna y pura que encarna el ideal» (o. c. vol 1, pág. 588). La presencia del mundo grecolatino en la narrativa centroamericana del s. XX 349 2.3. El autor prodiga los latinismos comunes, que estarían, sólo por de-lante de palabras clásicas adaptadas con su sentido originario del tipo «sáti-ro », «fauno»15, «peplo»16, etc., en la parte más baja de una escala tipológica. 2.3.1. Son expresiones corrientes cuyo significado, en todo caso, hay que conocer para entender el texto, del tipo in fraganti (en el relato «Tumul-to », p. 4117), ad lateres (en «La banda del presidente», p. 54), per secula secu-lorum («De las delicias de la posteridad», p. 83; Margarita..., p. 175), perso-na non grata («Del olvido eterno», p. 89), urbi et orbi -así, correctamente, y no ese necio urbi et orbe que tantas veces oímos y leemos- («Del olvido eter-no », p. 89), ad honorem («Suprema ley», p. 107), mens sana in corpore sano («Charles Atlas también muere», p. 127)... 2.3.2. Alguna vez incluso ofrece la traducción de la expresión latina: merece la pena preproducir este diálogo, tomado de Margarita... (págs. 68-69): «—Vamos a leer sobre Pedrarias Dávila18, el furor domini que fue el que trajo por primera vez los chanchos a Nicaragua […] —¿Qué quiere decir furor domini- le pregunta Quirón. Nunca antes, hasta ahora, había escuchado su voz, que suena como un caramillo lejano entre las frondas del bosque de Pan. —La furia de Dios. Cuando Dios se arrecha, le manda a los pueblos un criador de chanchos. Y los criadores de chanchos no entienden de poetas, sólo de manteca y tocino. Las musas, Quirón, nada tienen que ver con los chicha-rrones —Rubén bebe otra copa...». 15 Cf. Margarita... pp. 95-96 «sería cierto o no que Rubén Darío era un sátiro, que tenía por muslo viril pata de chivo, o aquello de fauno de rudas tropelías carnales era sólo inocente decorado de sus versos». Según la Academia, «fauno», además de al «se-midiós de los campos y selvas», designa a un «hombre lascivo», en tanto que a «sátiro» (procedente de una palabra latina tomada del griego) se le puede aplicar exactamente esta misma definición, además de la más extensa: «en la mitología grecorromana, divinidad campestre y lasciva, con figura de hombre barbado, patas y orejas cabrunas y cola de caballo o de chivo». 16 El vocablo se repite varias veces en Margarita...: cf. p. 94 «cuando él [Rubén], envuelto en la sábana como en un peplo griego, se vuelve»; p. 280 «¿Y es cierto que lo vistieron y desvistieron como un maniquí para velarlo? -preguntó Erwin-. Una noche de peplo griego...»; p. 315 «El cadáver, vestido de peplo blanco y coronado de mirtos, iba conducido en andas descubiertas»... La Academia describe detenidamente esta prenda: «Especie de vestidura exterior, amplia y suelta, sin mangas, que bajaba de los hombros a la cintura formando caí-das en punta por delante. Lo usaron las mujeres en la Grecia antigua»: obviamente la pala-bra es de origen griego, pero el español viene de su versión latina, peplum. 17 Sigo la edición de Cuentos completos publicada por Alfaguara en México (1997). 18 Pedrarias Dávila, o sea, Pedro Arias Dávila, un segoviano muerto en León de Nicara-gua en 1531. Gobernador de estas tierras a partir de 1527, introdujo en ellas, además de una serie de cultivos, cerdos y otros tipos de animales. Se le llamó, efectivamente furor domini, utilizando un sintagma bíblico (repetido casi una veintena de veces en el Antiguo Testamento), por su extremada crueldad tanto con los indígenas como con los españoles. 350 Miguel Rodríguez-Pantoja 2.4. Pero también recurre, avanzando un par de pasos en la secuencia tipológica que vamos señalando de pasada, a otros sintagmas de propia cose-cha más o menos correctos, donde es evidente la intención de explotar lite-rariamente la lengua del Lacio: Félis Concóloris da título a un relato donde se juega con alternativas del tipo Félis Silvestrus en lugar de Félis silvestris y, para los gatos domésticos, «Félis Catus Ordinarius en lugar de Félis Ca-tus tan sólo» (págs. 19-20): «Kioto, Japón, abril 12 (US): El Congreso Internacional de Glosología Animal reunido aquí resolvió tras intensos debates establecer un nuevo sis-tema de nomenclatura científica para los gatos. Así que de ahora en adelan-te, los gatos de monte serán denominados Félis Silvestrus en lugar de Félis Silvestris y los gatos domésticos Félis Catus Ordinarius en lugar de Félis Catus tan sólo. Igual medida se adoptó para denominar a los pumas y leones, los cuales se llamarán desde ahora Félis Concóloris y Felis Leo Fierus en lugar de los nombres con que antiguamente se les conocía»19. En latín literario están documentados tanto concolor como concolorus, pero no silvestrus, que aquí responde a la intención ridiculizadota de Ramírez. En esa misma línea iría fierus, latín ferus. Pero a la hora de reproducir vocablos de esta lengua no se puede descartar, aparte de la deformación intencionada del autor, una mala transcripción por parte del copista, o bien una corrección indeseada por parte del programa informático que se aplique20. Obsérvese que el autor opta por acentuar los vocablos latinos, cosa anacrónica, pero eficaz, para evitar aberraciones como el tan extendido (incluso en personas que se supone conocen la lengua de Cicerón) rosáe y similares: en latín no hay agu-das y ae es un diptongo. 3. En cuanto a RAFAEL ARÉVALO MARTÍNEZ, cuya obra salió de prensas en una cuidada edición a cargo de Dante Liaño el año 199721, ya el título de su relato más conocido, «El hombre que parecía un caballo», lleva a evocar el recurrente tema del centauro, siguiendo a Rubén Darío22. 19 La denominación científica del puma es Puma concolor y la del león Pantera leo, ambos, claro está, pertenecientes a la familia de los félidos. 20 Así, ¿quién es el culpable de que en Adiós muchachos leamos «suspendidos ad divi-nis de su ministerio sacerdotal» (p. 173), cuando lo correcto es a divinis, y «la cárcel ro-mana de Regina Celli» en lugar de Regina Coeli o Celi (p. 181)? 21 Rafael Arévalo Martínez, El hombre que parecía un caballo y otros cuentos. Edición crí-tica. Dante Liaño, coordinador. Madrid, París, México, Buenos Aires, Sao Paulo, Lima, Guatemala, San José, Allca XX / Ediciones UNESCO, 1997. 22 Como señala D. Liaño, en «Algunas fuentes de El hombre que parecía un caballo y otros cuentos» (ed. cit., p. 313), «El magisterio de Darío sobre el poeta guatemalteco está fuera de discusión. También parece clara la mutua creencia en temas ocultistas». La presencia del mundo grecolatino en la narrativa centroamericana del s. XX 351 3.1. Desde el principio del relato se piensa en esa mítica criatura mi-tad hombre, mitad caballo... y el propio autor lo explicita en el párrafo final, con la referencia asimismo a otro ser mítico del mundo grecolatino, la Esfin-ge, de tanta significación en los círculos esotéricos con los que se vincula Aré-valo Martínez (p. 25): «Volví los ojos hacia donde estaba la Esfinge en su eterno reposo de mis-terio, y ya no la vi. ¡La Esfinge era el señor de Aretal que me había revelado su secreto, que era el mismo del Centauro! Era el señor de Aretal que se alejaba en su veloz galope, con rostro humano y cuerpo de bestia». 3.2. A lo largo de su obra no es, desde luego, lo más destacable la pre-sencia del mundo clásico, aun cuando cabe señalar ciertos rasgos dignos de comentario. Dos se relacionan con autores de siglos más cercanos cronológi-camente a nosotros, que forman parte de la cadena de transmisión de esas inagotables tradiciones, integrables en un nuevo apartado dentro del esbozo tipológico al que vengo aludiendo de forma intencionadamente no sistemática. 3.2.1. En «El trovador colombiano» cabe leer (p. 18): «Me ha pasado muchas veces: generalmente con hombres gordos; siem-pre con hombres bien proporcionados y sanos; nunca con los seres pálidos y flacos que temía César: ¡los amo a primera vista y me dan una gran sensa-ción de confianza! Todo mi ser descansa en sus rostros gruesos y se ensan-cha en sus vientres anchos. Yo no temo a los gordos. Nunca son malos. No pueden serlo: les pesa el vientre». En la base de este pasaje está una anécdota reiterada por el historiador griego Plutarco, que la reproduce casi literalmente en tres biografías: la del propio César, la de Marco Antonio y la de Bruto23. De ahí la toman por un lado William Shakespeare y por otro Francisco de Quevedo. Así, Julio César le dice a Marco Antonio, en la segunda escena del pri-mer acto de la obra homónima de aquél24: «Rodéame de hombres gruesos, de poca cabeza y que de noche duerman bien. He allí a Casio, con su figura extenuada y hambrienta. ¡Piensa demasia-do! ¡Semejantes hombres son peligrosos!». Quevedo traduce así el pasaje reseñado en su Vida de Marco Bruto25: 23 Caes. 62,10; Ant. 11,6; Brut. 8,2. Las palabras puestas en su boca por el biógrafo en las tres ocasiones vienen a decir: «no temo en absoluto a estos gordos y melenudos, sino a los pálidos y flacos. Refiriéndose a Casio y Bruto». 24 La traducción es de Luis Astrana Marín (William Shakespeare, Dramas clásicos. Ma-drid, Espasa Calpe, 2000, p. 144). 25 Tomo las citas de la edición que realizó Hispamérica Ediciones de la Biblioteca per-sonal de Jorge Luis Borges, reproducida por Orbis. Barcelona, 1987, pp. 174-175. 352 Miguel Rodríguez-Pantoja «Yo no temo hombres gordos y guedejudos, sino hombres descoloridos y flacos: denotando a Casio y Marco Bruto», y comenta en el correspondiente «Discurso»: «Poco hay que temer en aquel hombre que embaraza su alma en servir a su tez, y a llenar de más bestia la piel exterior de su cuerpo. Entendimien-to que asiste a la composición del cabello, poco cuidado puede dar a otra ca-beza; y en la suya que riza, más veces es cabellera que entendimiento. El hombre gordo es mucho hombre y grande hombre en el peso y en la medi-da, no en el valor; porque en el que es abundante de persona, la vida está cargada y la mente impedida [...] Al contrario los ciudadanos flacos y desco-loridos, como los gruesos alimentan sus estómagos de su entendimiento, és-tos hacen alimento de sus entendimientos sus estómagos...». 3.2.2. Unas páginas más adelante, en ese mismo relato de «El tro-vador colombiano», dice Arévalo Martínez (p. 25): «—¡Vaya! Ahora comprendo que en esta mínima ciudad un hombre cul-to no pueda ni leer a Platón, ausente de las librerías que llena López Bago, ni leer a Bilitis, ausente de librerías que llena Carlota Braemé». El rival en las librerías del filósofo Platón es Eduardo López Bago (1855- 1931) el abanderado del llamado «naturalismo radical», que alcanzó un gran éxito de público por su temática relacionada con la explotación sexual feme-nina y otros temas llamativos y porque sus publicaciones le granjearon diver-sos procesos judiciales. Bilitis, supuesta poetisa contemporánea de Safo, es un personaje inven-tado por Pierre Louis (1870-1925), en Les chansons de Bilitis, traducidas del griego (Paris, Mercure, 1898). En cuanto a Carlota Braeme (1836-1884), sa-bemos que esta escritora inglesa alcanzó gran difusión, como autora de no-velas rosa, en el mundo de habla hispana a través de las traducciones edita-das durante las primeras décadas del siglo pasado (sobre todo por la Casa Editorial Maucci, de Barcelona); escribió alrededor de un centenar, con títu-los tan sugerentes como Corazón de oro, El amor verdadero, Dora, El secreto de Lady Muriel, Luchas del corazón, Redimida por amor. 3.3. También Arévalo coloca tras el título de uno de sus relatos «La sig-natura de la Esfinge», un sintagma latino (p. 31), Hic sunt leones, apuntado que lo toma «De los mapas antiguos». Se refiere, claro está, a los de África. La ex-presión marcaba las regiones aún sin explorar. Proverbialmente, señala peligro. 3.4. Y alude en varias ocasiones a hechos míticos más o menos conoci-dos: por ejemplo, en «El señor Monitot» (p. 107): La presencia del mundo grecolatino en la narrativa centroamericana del s. XX 353 «Osos […] ¿quién no sabe que venís del Bóreas, de la isla plateada del Norte de donde llegaron Orfeo y Apolo a los griegos?». De hecho, Apolo, nacido en la isla llamada por él posteriormente Delos, fue conducido desde allí al país de los hiperbóreos por el carro del que tira-ban unos cisnes, antes de trasladarlo a Delfos. En cuanto a Orfeo, es situado en ese mítico lugar, tras perder a su espo-sa Eurídice, vgr., por Virgilio en la Geórgica 4ª, versos 517-519, cuando dice solus hyperboreas glacies Tanaimque niualem / […] lustrabat, raptam Eurydi-cem atque irrita Ditis / dona querens, o sea, «solo, los hiperbóreos hielos y el Tanais nevado / [...] recorría, añorando a Eurídice, ya sin remedio, / y el re-galo, inútil, de Dite26». 3.5. Poco más adelante, en ese mismo relato, aparece Deucalión, junto a su esposa Pirra, sin nombrarla (págs. 107-108): «¿Quiénes eran aquellos seres caídos de no sé dónde? ¿Quiénes? ¿Era Deucalión y su esposa que venían a sembrar de una nueva especie humana la tierra desierta?». En referencia al hecho de que este hijo de Prometeo, el único que, junto con su esposa, se salvó del diluvio enviado por Zeus para castigar a la huma-nidad, en una barca que había construido por consejo de su padre, repobló la tierra arrojando hacia atrás los huesos de su madre, o sea, la propia tierra. 4. Por lo que atañe al premio Nobel de Literatura en 1967, MIGUEL ÁN-GEL ASTURIAS, es en El señor presidente (1946)27, su obra más difundida de entre las seleccionadas para este trabajo28, donde encontramos mayor número de referencias al mundo grecolatino, en general bastante banales. 4.1. Así, menciona una serie de personajes tomados como prototipo (algo que ocuparía uno de los primeros peldaños en la tipología de las remi-niscencias clásicas). 26 Nombre romano equivalente al griego Plutón, que significa también «rico», porque en el reparto hecho entre los tres hermanos (los otros dos, como bien se sabe, son Júpiter y Neptuno), le tocó la tierra, sede de todas las riquezas naturales. El «regalo» se vuelve inútil porque para devolverle su esposa a Orfeo le había impuesto la condi-ción de que no se volviera a mirarla antes de abandonar sus dominios; como Orfeo no fue capaz de cumplir tal precepto, Eurídice se quedó definitivamente en ellos. 27 Cito por la edición de Alianza Editorial, Madrid 1981. 28 Son Viento fuerte (1950) y El papa verde (1954), que he tomado de las Obras comple-tas. Vol. II. Madrid, Aguilar, 1969, más Baladrón. Madrid, Alianza, 1984. 354 Miguel Rodríguez-Pantoja 4.1.1. Por ejemplo los dos grandes militares Alejandro y Julio César, que «comparten cartel» con Napoleón y Bolívar (p. 67): «El verdadero Chamarrita, el Canales que había salido de casa de Cara de Ángel arrogante, en el apogeo de su carrera militar, dando espaldas de ti-tán a un fondo de gloriosas batallas libradas por Alejandro, Julio César, Napoleón y Bolívar, veíase sustituido de improviso por una caricatura de ge-neral ». 4.1.2. O bien el estadista Pericles; su contemporáneo Fidias, el escul-tor más famoso de la antigüedad; la ciudad de Atenas, refugio de grandes poe-tas, donde ambos vivieron y a cuyo esplendor contribuyeron notablemente (p. 100): «Los periodistas nacionales y extranjeros se relamían en presencia del redivivo Pericles. ¡Señor, Señor, llenos están los cielos y la tierra de vues-tra gloria! Los poetas se creían en Atenas, así lo pregonaban al mundo. Un escultor de santos se consideraba Fidias y sonreía poniendo los ojos en blanco y frotándose las manos al oír que se vivaba en las calles el nombre del egre-gio gobernante». 4.2. También aparecen los dioses utilizados sinecdóticamente: recurre en una ocasión al común «hijo de Marte» para referirse a un militar (p. 179: «el noble hijo de Marte repartía su tiempo entre las obligaciones del servi-cio y el amor»), en otra al de «devoto de Baco» para un bebedor (p. 100: «Un compositor de marchas fúnebres, devoto de Baco y del Santo Entierro, aso-maba la cara de tomate a un balcón para ver dónde quedaba la tierra»), en otra a la Parca para la muerte (p. 220): «—¿Y dice usted, Petronila —el Tícher hablaba pausadamente—, que ya los señores médicos facultativos se declararon incompetentes para rescatar-la de los brazos de la Parca?». 4.3. No faltan en esta obra referencias expresas o tácitas a obras figu-rativas de tema clásico, sobre todo mitológico. 4.3.1. Por ejemplo, en «un fondín de mala muerte» (p. 42), «Distraídamente levantó los ojos el favorito y fue viendo las botellas ali-neadas en los tamos de la estantería, la ese luminosa de la bombita de la luz eléctrica, un anuncio de vinos españoles. Baco cabalgaba un barril entre frai-les barrigones y mujeres desnudas». 4.3.2. En la mesa del Auditor había (p. 241) «un tinterote que ostenta-ba, entre dos fuentes de tinta negra, una estatua de la diosa Themis», preci-samente la de la Justicia... La presencia del mundo grecolatino en la narrativa centroamericana del s. XX 355 4.4. También cabe detectar errores, como estos dos, uno intencionado, el otro imagino que no. 4.4.1. El intencionado está puesto en boca de un orador ignorante lla-mado «la Lengua de Vaca», quien, entre otras cosas, dice, mezclando divini-dades en absoluto relacionadas entre sí (p. 102): «el pabellón sigue ondeando impoluto y no ha huido del escudo patrio el ave que, como el ave «tenis», renació de las cenizas de los ‘manos’ —corrigién-dose— ‘mames’ que declararon la independencia nacional en aquella grora [sic] de la libertá de América, sin derramar una sola gota de sangre, ratificando de tal suerte el anhelo de libertá que habían manifestado los «mames» co-rrigiéndose «manes» indios que lucharon hasta la muerte por la conquista de la libertá y del derecho!». 4.4.2. El otro son las palabras latinas que pronuncia un sacerdote al san-tiguarse y que presenta una sintaxis errónea (p. 175), pues dice «In nómine Pater (en vez de Patris) et Filiis (en vez de Filii)». 4.5. Mientras la irónica mención de las tres gracias a propósito de tres rameras (acompañadas de su patrona: p. 15429) no merece más comentario, sí nos detendremos, antes de pasar adelante, en las palabras de (p. 253): «un hombre de ceño mefistofélico, cargado de espaldas, con los ojos como tildes de eñes y las piernas largas y delgadas. En el momento en que ellos pasaban, este hombre alzaba el brazo con lento ademán y abría la mano, como si en lugar de hablar fuese a soltar una paloma. Parthenios de Bithania decía fue hecho prisionero en la guerra de Mitrídates y llevado a Roma, enseñó el alejandrino. De él lo aprendimos Propercio, Ovidio, Virgilio, Horacio y yo...» Efectivamente, Partenio (o Parthenios), originario de Nicea, ciudad de Bitinia (no Bithania), fue hecho prisionero en la guerra de los romanos con-tra Mitridates, rey de Ponto, y enviado a Roma (en el año 73 a. C.). Esto es cierto. El resto parte de un error (que, según ya hemos apuntado, puede ser buscado por el autor para caracterizar al personaje): a lo sumo cabría decir 29 «De un carruaje que se detuvo frente a la Casa Nueva se apearon tres mujeres jóvenes y una vieja doble ancho. Por su traza se veía lo que eran. Las jóvenes vestían cretonas de vivísimos colores, medias rojas, zapatos amarillos de tacón exageradamente alto, las enaguas arriba de las rodillas, dejando ver el calzón de encajes largos y sucios, y la blusa descotada hasta el ombligo. El peinado que llamaban colochera Luis XV, con-sistente en una gran cantidad de rizos mantecosos, que de un lado a otro recogía un listón verde o amarillo; el color de las mejillas, que recordaba los focos eléctricos rojos de las puertas de los prostíbulos. [...] Que se espere el carruaje, ¿verdad, Niña Chonita? pre-guntó la más joven de las tres jóvenes gracias, alzando la voz chillona, como para que en la calle desierta la oyeran las piedras». 356 Miguel Rodríguez-Pantoja que este poeta enseñó el alejandrinismo. De hecho, aparece citado entre los maestros de Virgilio, si bien el principal representante del alejandrinismo romano fue Catulo. Pero el texto habla del alejandrino, un tipo de verso des-conocido hasta el siglo XIII. 4.6. Son escasas las referencias algo significativas en las otras obras con-sultadas, aunque alguna hay. 4.6.1. Valga como primera muestra la que cabe leer en la página 402 de El Papa Verde: «—¡Ay de los noqueados!... —gritó Parlama Juárez, transformando el “¡Ay de los vencidos!” de su historia universal, al mismo tiempo de dar un punta-pié al guante que había ocasionado la pelea». Como cuenta, por ejemplo, Tito Livio (5,48,8-9), los romanos compra-ron la paz a Breno, el caudillo de los Galos que llegó a saquear Roma el año 390 a. C., tasada en mil pesos de oro. Cuando se estaba efectuando la operación, «a una cosa ignominiosa en sí misma se la añadió una indignidad: los galos aportaron unas pesas excesivas y el tribuno las rechazó; entonces el insolente galo arrojó su espada en el peso y se oyó una voz intolerable para los romanos: ¡ay de los vencidos!». Por cierto que ya el comediógrafo Plau-to hace alusión a este hecho cuando el protagonista de Pseudolus utiliza la expresión en respuesta a su interlocutor, que se queja diciendo (v. 1317): «¿Qué le hago yo a este hombre, que sin más ni más me quita el dinero y se burla de mí?». 4.6.2. Puede añadirse este texto de Maladrón (p. 144): «Los mineros, decía siempre, somos esclavos de cráneos rasurados, fa-miliares del Orco y por haber visto a Plutón frente a frente ostentamos en la faz el matriz del oro desenterrado». Sabido es que el Orco es la morada, subterránea, de los muertos, donde gobierna Plutón, como decíamos arriba, el dios al que originariamente se llamó así como responsable de la fertilidad de la tierra, de donde viene la riqueza. 4.6.3. El mismo Maladrón asegura en la página 206: «No sé qué sea otra cosa que el óleo de Ática y el vino de Lesbos». Fama bien ganada tenía el óleo o aceite de Ática, regalado a su capital por Atenea en competencia con Poseidón, que ofrecía un caballo, para conseguir su patronazgo. La presencia del mundo grecolatino en la narrativa centroamericana del s. XX 357 En cuanto al vino de Lesbos, puede leerse, por ejemplo, el siguiente pá-rrafo de la traducción de Dafnis y Cloe de Longo, realizada por Juan Valera, que corresponde al libro IV30: «Sobresalía entre estos presentes el vino de Lesbos, que huele a flores y es el más grato al paladar de cuantos le beben». Y son muy conocidos y reiterados en las antologías de poesía mexicana los versos de Enrique Fernández Granados (1867-1920) que, bajo el título «Al vino de Lesbos», comienzan así: «Si queréis de mi lira Oír los sones, Dadme vino de Lesbos Que huele a flores» 31. 5. Ya adelanté al principio que, en la prolífica producción de cuentos de la Hispanoamérica contemporánea, por supuesto dejando a un lado los de autores ya mencionados, no resulta demasiado difícil detectar algunos que toman temas o ideas del mundo clásico. 5.1. Es el caso, entre otros, del titulado «La tejedora de palabras», es-crito por la costarricense RIMA DE VALLBONA (1931), que se abre con una cita de Homero (traducción de los versos 210-213 del canto X de la Odisea). «Y hallaron en un valle, sitio [sic] en un descampado, los palacios de Circe, elevados obre piedras pulidas. Y en sus alrededores vagaban lobos monteses y leones, pues Circe habíalos domesticado administrándoles pérfidas mixturas». Como este encabezamiento hace imaginar, el relato discurre todo él en torno a la figura de Circe, la maga que convertía a los hombres en bestias, encarnada en una profesora de griego que seduce y hace desaparecer miste-riosamente a sus alumnos32. 30 Lo reproduzco a partir del tomo I, p. 871, de sus Obras completas, editado por Aguilar. Madrid 1958. 31 Lo tomo de Manuel Gutiérrez Nájera, Obras I. México, UNAM, 1995, pág. 351. El autor, que los considera «una de las más delicadas composiciones que el librito encierra», en referencia a Mirtos. Poesías. México, Ignacio Escalante, 1889, comenta: «Estos versos están elegantemente cincelados, como el asa de una ánfora de plata en la que el buril hu-biera labrado hojas de vid y pámpanos enredados a los cuerpos de amores juguetones. Tras-cienden a flores: Anakreón ha de ser el poeta predilecto de Fernández Granados». 32 Lo tomo de El cuento hispanoamericano en el siglo XX, edición, introducción y notas de Fernando Burgos. Madrid, Castalia, 1997, II, p. 381 ss. 358 Miguel Rodríguez-Pantoja 5.2. O bien de «La gestión», escrito por el guatemalteco VICENTE AN-TONIO VÁZQUEZ BONILLA (CHENTE VÁSQUEZ, 1939)33, donde Zoila Hetaira Baca del Toro (cuyo nombre ya rezuma tono burlesco) presenta la siguiente demanda «Atentamente se dirige a la Corte Disciplinar del Lenguaje, doña Zoila H. Vaca Del Toro Rogaría se tramitasen las instancias hacia este Tribunal para que tuvie-ra a bien variar sustancialmente o en lo posible el siguiente aspecto de nuestro lenguaje (marque con una cruz el que proceda) O Forma verbal considerada de especialmente inútil dificultad O Orden y sintaxis de la frase. X Nuevos significados de palabras consideradas de evidente mayor belleza que su contenido. O Otras cuestiones fonéticas, morfológicas, sociológicas... Concretamente, mi solicitud se refiere a: la palabra Hetaira (Hetera) proponiendo que se sustituya por: Una significación mas digna y acorde a su actual modalidad, en vista que varias personas bien intencionas al escuchar el vocablo, les ha parecido bello, e ignorantes de su significado, más el craso desconocimiento de algunos registradores civiles, que permiten su uso, ha dado origen a que, varias niñas del pueblo (y algunas mayores) lleven con orgullo ese nombre, sin saber que, desde el tiempo de los griegos, se califi-ca con ese término a las féminas de comportamiento disoluto y que, además, reclaman honorarios por emular, en pareja, la gimnasia previa al acto de la concepción y es más, lo hacen con fines netamente recreativos y/o de explo-tación económica. En caso de que mi oferta no sea aceptada, debo declarar que son ustedes unos Inconscientes, sin sensibilidad social, que anteponen la rigidez de las palabras con la excusa de respetar las raíces idiomáticas y también unos retrógrados que no permiten que el idioma evolucione de acuerdo al uso que le damos los hablantes, que a la postre somos los que determinamos la aplicación de las palabras de acuerdo a su uso cotidiano. Esperando que tengan a bien la con-sideración y aprobación de mi experta sugerencia, se despide: (f) Zoila Hetaira Baca Del Toro». 5.3. El costarricense RAFAEL ÁNGEL HERRA (1943) parafrasea confesa-damente, entre otros, a Sófocles y a Plutarco en su relato «Había una vez un tirano llamado Edipo»34. Bastará leer su postcriptum para dar fe, con él, de ello (p. 371): «Reconozco mis deudas: en Había una vez un tirano llamado Edipo con-vergen lamentos e ideas de autores muy diversos. Además de Oidipous 33 Lo he leído directamente en la página electrónica del autor: http://espanol. geocities.com/chentevasquez2004/ (consulta confirmada el 29/10/08). 34 Cf. El cuento, cit., III, p. 348 ss. La presencia del mundo grecolatino en la narrativa centroamericana del s. XX 359 tyrannos35, sin embargo, su fuente principal emana del carácter de las dicta-duras, no tanto y no sólo porque los gobernantes brutales signifiquen un ejer-cicio excepcional o una usurpación del poder entre los hombres, sino porque revelan trágicamente la esencia misma del poder. He recurrido seis veces al collage, con citas breves subs-tancialmente modificadas y adaptadas al discurso (Sófocles, Plutarco, Escrivá...). Aunque redacto de nuevo lo que atañe al mito del águila solitaria, tomo en préstamo su reinterpretación de uno de los artesanos de la seguridad nacional militar estatal latinoamericana. Las palabras finales podrían encabezar la proclama de Poder de cualquier comandante-en-jefe-de-gobierno contemporáneo: el discur-so del tirano Edipo es circular, pero... ¿hasta cuándo?». 5.4. En fin, el panameño CLAUDIO DE CASTRO (1957), Premio Nacional Signos de Joven Literatura 1987 y Premio Centroamericano de Literatura Jo-ven, en «Los verdugos» (de 1991)36 evoca, siguiendo el relato tacíteo37, a ve-ces casi al pie de la letra, la muerte de Séneca... «En mi apocamiento veía a los que penosamente subían al cadalso y re-cordé lo que una vez leí sobre el pobre Séneca. En el año 65, Nerón sintiendo fastidio por su maestro de infancia, le en-vió un mensajero solicitándole que se quitara la vida. Teniendo respeto, tal vez, le dio la potestad de elegir. El viejo Séneca sin replicar, se despidió de su mujer y se cortó las venas. Pero no obtuvo resultados. Luego bebió un vaso de la mortal cicuta, lo cual no surtió efecto. Al final, agotado, mandó prepa-rar un baño caliente en el que se sumergió. Allí murió, ahogado por los va-pores, y la debilidad de su cuerpo». 6. Basten, por el momento, estas notas. Espero haber dejado evidencia suficiente de que para leer con algo más que los ojos muchas de las obras literarias escritas, no ya en los tiempos pasados, sino en los que corren hoy, es necesaria una cierta familiaridad con el legado de la antigüedad clásica. Y que cometen un grave error quienes marginan o simplemente desprecian el mundo clásico grecolatino desde los ámbitos más diversos, que, para desgracia y vergüenza de nuestra Universidad, cuentan entre sus nutridas filas a mu-chos estudiosos relacionados directamente con la lengua y la literatura es-crita en cualquiera de las lenguas cultas de Occidente... y no digamos políti-cos (incluidos los que hacen sayos de sus capas a la hora de elaborar «directrices» (!!) para los planes de estudios) y eso que llaman agentes so-ciales; pero no se pueden pedir peras al olmo. 35 Transcripción latina del título de la tragedia de Sófocles, que se sitúa cronológicamente poco después del año 430 a. C., normalmente vertido al español como «Edipo rey». 36 Está en El cuento, cit., III, p. 497. 37 Está en Anales 15,61-64. |
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