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Artículos sobre Agustín Millares Carlo Agustín Millares Carlo: su trabajo en La Casa de España y El Colegio de México (1939-1959) ASCENSIÓN HERNÁNDEZ DE LEÓN-PORTILLA Instituto de Investigaciones Filológicas Universidad Nacional Autónoma de México (Las Palmas de Gran Canaria) Boletín Millares Carlo, núm. 29. Centro Asociado UNED. Las Palmas de Gran Canaria, 2010. Resumen: Breve biografía de don Agustín Millares Carlo en la que se enfoca su llega-da a México en 1938 y su labor en la Casa de España, llamada después El Colegio de Méxi-co. El trabajo se centra en esta etapa de su vida durante la cual Millares realizó grandes proyectos como profesor e investigador, no sólo en La Casa de España sino también en la Biblioteca Nacional de México, en la Biblioteca Pública de Morelia (Michoacán) y en el Archivo de Protocolos de Notarías. Se pondera esta etapa como años de fecundidad en la cátedra y en la investigación en los que su labor marcó una profunda huella. Palabras clave: Exilio, Casa de España, Centro de Estudios Filológicos, Proyectos de investigación, Paleografía, Publicaciones. Abstract: This brief biography of Agustin Millares Carlo concentrates mainly the time his stay in Mexico since 1938. In that year he was invited as professor in The Casa de España which later became The Colegio de Mexico. There, and later in the National Library, in the Public Library of Morelia (Michoacán) as well as in the Public Notaries’ Archives, developed very important programs of research. The time he worked at these various places in Mexi-co was full of fruitful contributions on account of which he left there an indelible memory. Key words: Exile, House Spain, Philological Studies Center, Research projets, Paleo-graphy, Publications. INTRODUCCIÓN Agustín Millares Carlo (1893- 1980), como muchas figuras del siglo XX, fue arrastrado por los acontecimientos históricos de su siglo y tuvo que emigrar de Europa a América. Pasó sus ochenta y siete años en dos mundos y cuatro moradas: la primera fue Las Palmas de Gran Canaria, su tierra natal, donde se formó como bachiller y como enamorado de los legajos del Archivo de Nota-rías, de la mano de su padre, notario en aquella ciudad. A los diez y seis, se 12 Ascensión Hernández de León-Portilla trasladó a Madrid, su segunda morada. Allí se inscribió en las Facultades de Filosofía y Letras y Derecho y pasó casi tres décadas de su vida. Allí conoció a los grandes maestros que estaban forjando la Edad de Plata, los de la gene-ración del 98, y los más jóvenes de la generación de 1914, la suya propia. Con ellos se relacionó en la Universidad, en el Ateneo y en el Centro de Estudios Históricos, dirigido por Ramón Menéndez Pidal (1869-1967), en donde tenían presencia algunos mexicanos que después serían sus amigos, como Alfonso Reyes y Silvio Zavala. Muy joven, en 1929, ganó la cátedra de Paleografía en la Universidad Central y en 1934 fue elegido miembro de la Academia de la Historia, para ocupar la silla del conde de la Viñaza. Durante aquellos años publicó mucho, ganó premios, alcanzó prestigio y formó una familia. En 1938 tuvo que dejar su país. México fue su tercera morada durante veintiún años. Aquí enriqueció su vida con el mundo americano y con un tra-bajo continuado e intenso y llegó a ser uno de los humanistas más famosos entre los profesores españoles que se instalaron en esta tierra, que se trans-terraron, como decía José Gaos. En plena madurez, a los 66 años, marchó a Venezuela, país donde vivió quince años, hasta 1974. Una vez más, Millares emprendió un nuevo camino e hizo morada en Maracaibo, en la Universidad de Zulia. Una morada en la que su morador, como siempre, fue tenido como figura nacional en el campo de las humanidades. Al final de su vida regresó a su tie-rra, Las Palmas donde recuperó su identidad de grancanario y formó más dis-cípulos. Millares mostró siempre una capacidad de adaptación que sorprende: en las cuatro moradas se entregó a los hombres y culturas que en ellas habi-taban; en las cuatro dejó un legado para la posteridad. En este breve ensayo trataré de perfilar su vida en México y sus tareas docentes y de investigación en La Casa de España, pronto transformada en El Colegio de México, tareas que realizó conjuntamente con más tareas en la Universidad Nacional1. SU VENIDA A MÉXICO Millares llegó a México a mediados de 1938 después de vivir una breve etapa de exilio en Francia desde finales de 1936, casi desde que abandonó la capital de España. Salió de Madrid rumbo a Valencia una noche de noviem-bre de 1936 en un coche del Ministerio de Educación en compañía de Juan Comas (1900-1979), y Wenceslao Roces (1897-1992). Años después, Juan Comas recordaba con tristeza aquel viaje lleno de incertidumbre y angustia2. 1 Para reconstruir su labor en El Colegio es esencial la correspondencia de Alfonso Reyes con varios personajes importantes del momento, como se verá a lo largo del pre-sente artículo. Las cartas de Reyes son una fuente de primera magnitud en la que se registra la vida académica de México en las décadas de 1940 y 1950. Debemos a Alber-to Enríquez Perea su publicación hecha con fidelidad y esmero. 2 El relato de Juan Comas lo escuchó en varias ocasiones la autora de este ensayo. Agustín Millares Carlo: su trabajo en la Casa de España y el Colegio de México 13 En aquellos días era Director General de Archivos y Bibliotecas, cargo que aceptó cuando muchos intelectuales tuvieron que dar un sesgo político a sus vidas y ejercer funciones ajenas a su trabajo para apoyar física y moralmen-te a la República. Durante su exilio en Francia —finales de 1936 hasta me-diados de 1938— se trasladó con su familia a Hendaya y estuvo en contacto con las universidades de Valencia y Barcelona, a las que acudía de vez en cuando. Pero en realidad, su estancia en Francia, en medio de la tragedia que vivía y del futuro que se avizoraba, tuvo su lado consolador: Millares pudo hacer consultas en dos bibliotecas de París, la Nacional y la Mazarina en bús-queda de datos acerca de códices visigóticos, el trabajo que le apasionó toda su vida y que no pudo ver impreso3. También acudió a la Escuela de Paleo-grafía de Chartres como profesor invitado. En realidad, los momentos de Fran-cia fueron los últimos de esperanza de un posible regreso a su patria y a su vida universitaria. Un hecho inesperado vino a truncar los últimos momentos de su estan-cia en Francia. En julio de 1938 murió su esposa Paula Bravo con la que te-nía una relación de cariño y armonía. Don Agustín quedó «sentimentalmen-te roto y con las manos vacías», cuenta su biógrafo José Antonio Moreiro»4. Fue entonces cuando su paisano Juan Negrín le nombró vicecónsul de Espa-ña en México y miembro del recién fundado Servicio de Evacuación de los Republicanos Españoles, SERE, dirigido por el doctor José Puche (1896- 1979). Con sus cuatro hijos y su cuñada Mercedes embarcaron en El Havre a Nueva York y desde esa ciudad llegaron en autobús a México. Aquí empe-zó a reconstruir paso a paso su vida y a conectarse con los pocos miembros universitarios que, invitados por Cárdenas, habían llegado en 1938 para dar vida a una nueva institución académica de altos vuelos: La Casa de España5. Ciertamente, el profesor canario llegaba a México cargado de tristezas pero también de remedios para ellas: grandes proyectos. 3 En 1934 Millares fue elegido miembro de la Academia de la Historia y eligió como tema de su discurso Los códices visigóticos de la Catedral toledana. Cuestiones cronológicas y de procedencia. Fue publicado el año siguiente en Madrid por la editorial Hernando. Con este trabajo se ganó un lugar como medievalista. Su primer ensayo sobre este tema data de 1925 y se intitula «De paleografía visigótica: a propósito del Codex Tuletanus», Re-vista de Filología Hispánica, Madrid, 1925, v. XII, p. 252-270. Bibliografía completa en José Antonio Moreiro, Agustín Millares Carlo: el hombre y el sabio, Islas Canarias, 1898. 4 José Antonio Moreiro, Agustín Millares Carlo: el hombre y el sabio, Islas Canarias, 1989, p. 157. 5 El primero que llegó, en 1938, invitado por La Casa fue José Gaos, (1900- 1969), quien había sido rector de la Universidad de Madrid. En este mismo año llegaron José María Ots Capdequí, jurista e historiador; Enrique Díez Canedo (1879-1944), crítico de literatura his-panoamericana; Juan de la Encina (1890-1963), crítico de arte; el psiquiatra Gonzalo Lafo-ra (1886-1971), y Jesús Bal y Gay, (1905-1993), musicólogo. La Casa incorporó a tres que ya estaban: León Felipe (1884-1968), Luis Recasens Siches (1905-1975) y José Moreno Villa, (1887-1955). Vid. Clara E. Lida, José Antonio Matesanz y Josefina Zoraida Vázquez, La Casa de España y El Colegio de México, 2000, pp. 45-56. 14 Ascensión Hernández de León-Portilla LAS PRIMERAS TAREAS: 1939 En su nueva tierra y con su nombramiento de vicecónsul, Millares reto-ma de inmediato sus antiguos trabajos. Y lo hace recabando información para aumentar un libro suyo que había sido premiado en 1932, el Ensayo de una bio-bibliografía de escritores naturales de las Islas Canarias (siglos XVI, XVII y XVIII)6. Quería enriquecer un trabajo ya de suyo muy extenso, 716 páginas. Y quería enriquecerlo con información referente a José de Anchieta (1534- 1597), jesuita canario que escribió la primera gramática de una lengua de América del sur, del guaraní7. En el tema podemos ver su nuevo enfoque aca-démico: retomar algo de su tierra que lo unía al mundo americano, al mundo que pisaba. Y para ello escribe a un viejo amigo de Madrid, Alfonso Reyes (1889- 1959), que estaba en Brasil en misión diplomática. Le pide fotostática de las poesías de Anchieta que se conservan manuscritas en el Instituto His-tórico de Río de Janeiro y asimismo otros datos acerca de su paisano cana-rio8. Un mes después, el 28 de noviembre de 1938 Alfonso Reyes le contes-ta: le proporciona sus encargos y le envía su apoyo y su amistad. La carta termina con una frase que es un deseo pero también una profecía: «Que mi tierra sea para ustedes lo que España fue para mí en horas aciagas y alegres». Este fue el primer contacto de Millares con Reyes y el principio de una lar-ga amistad que se reanudó plenamente en marzo de 1939, cuando Reyes fue designado Presidente de La Casa de España. Mientras, en el invierno de 1938, Millares entra en contacto con dos fi-guras clave para su futuro: José Gaos (1900-1969), que había sido rector de la Universidad de Madrid, donde él había sido catedrático de Paleografía desde 1929 y Daniel Cosío Villegas (1898- 1976), el diplomático mexicano que cam-bió la historia del exilio español, el que supo mostrar a Cárdenas el valor de los españoles de la Edad de Plata, que a finales de la guerra estaban en bus-ca de morada. Gaos escribe a Cosío, Presidente del Patronato de la recién fundada Casa de España y, en diciembre de 1938, Cosío se entrevista con Millares y le hace tres importantes ofrecimientos: ser miembro de La Casa de España; gestionar clases de latín y paleografía en la Facultad de Filosofía y Letras; y, abrirle las puertas del Archivo General de la Nación9. Un día an- 6 El trabajo había sido premiado por la Biblioteca Nacional de Madrid en 1932 y salió publicado en ese mismo año por la editorial Tipografía de Archivos. 7 Joseph de Anchieta, Arte de grammatica da lingoa mais vsada na costa do Brasil. Coim-bra, Antonio de Mariz, 1595. 8 Carta del 28 de octubre de 1938. Vid. Contribuciones a la historia de España y México. Correspondencia entre Alfonso Reyes y Agustín Millares Carlo. 1919-1958. Compilación, pre-sentación, bibliografía y notas de Alberto Enríquez Perea, 2005, p. 31. En adelante citaré como Contribuciones… 9 Carta de Cosío Villegas a Millares del 17 de noviembre de 1938. Apud. Alberto Enrí-quez Perea, «Presentación» a Contribuciones…, p. 7. La fundación de La Casa de España Agustín Millares Carlo: su trabajo en la Casa de España y el Colegio de México 15 tes de la Navidad de 1938, Millares agradece a Cosío sus ofrecimientos y le promete empezar el programa de trabajo pasadas las fiestas navideñas10. Al empezar el año de 1939, Millares tenía asegurada la entrada al mundo académico mexicano, entrada que se consolidó cuando Alfonso Reyes fue nombrado Presidente de La Casa de España en marzo de ese mismo año. Dos meses después, exponía un extenso proyecto al literato admirado, ahora amigo cercano11. El proyecto consistía en un Catálogo general de los libros españoles de los siglos XVI y XVII, aprovechando la bibliografía de los escritores canarios, ya publicada y la que sobre la imprenta en Barcelona traía manuscrita en cua-tro volúmenes. Y sobre todo, aprovechando los fondos de la Biblioteca Na-cional de México y de otras bibliotecas del Distrito Federal. Un proyecto de tal envergadura nos muestra la capacidad de trabajo de Millares, que además, estaba de tiempo completo en el consulado de España y nos muestra tam-bién el entusiasmo ante la riqueza bibliográfica del país que lo acogía. Por un momento, se olvidó de sus múltiples intereses y se concentró en el mundo del libro, una de sus pasiones desde que era joven. Y para facilitar todo, le dice a Reyes que no se preocupe del dinero, que se hará con pocos recur-sos, sólo sueldos para los auxiliares y gastos de viaje. Además del proyecto bibliográfico, la carta de presentación de Millares ante Reyes incluía el plan de reedición de una Gramática latina y una Anto-logía latina, ambas obras publicadas en España. Su deseo fue prontamente satisfecho y ambos libros fueron reeditados en 194112. La reedición de estos libros era muy necesaria para la clase y seminario de latín que planeaba dar en la Facultad de Filosofía y Letras y que empezó a impartir en el segundo semestre de 1939, bajo los auspicios de La Casa13. También en ese semes-tre formalizó un curso de paleografía, «eminentemente práctico […] incluyen-do nociones de diplomática, como cronología, forma externa, estudios de for-mularios, etc»14. se hizo por decreto del Presidente Lázaro Cárdenas en julio de 1938. En la fundación fue determinante la acción de Daniel Cosío Villegas, diplomático en Lisboa y presente en la guerra civil española. Vid. Clara E. Lida, José Antonio Matesanz y Josefina Zoraida Vázquez, La Casa de España y El Colegio de México, 2000, p. 37 y ss. 10 Alberto Enríquez Perea, Contribuciones… pp. 7 y 8. 11 Carta a Alfonso Reyes del 14 de mayo de 1939, en Contribuciones… pp. 39-41. 12 La primera edición de la Gramática, hecha en Madrid, es de 1935. La de la Antología, se hizo en Valencia en plena guerrra, en 1937. La edición mexicana tiene pie de imprenta de El Colegio de México. Más información en José Antonio Moreiro, op. cit. pp. 116 y 397 - 398. También en Alberto Enríquez Perea, «Bibliografía» en Contribuciones... p. 42-43. 13 En los primeros años La Casa no tenía sede propia y sus profesores fueron acomoda-dos en diversas instituciones académicas, entre ellas la Universidad Nacional. Este acomodo aparece en las cartas que cruzaron Alfonso Reyes y el entonces rector de la UNAM, Gus-tavo Baz (1894-1987), publicadas por Alberto Enríquez Perea con el título de Inteligencia española en México. Correspondencia Alfonso Reyes / Gustavo Baz, 2001. 14 Alberto Enríquez Perea, Contribuciones a la historia de España y México, p. 47. 16 Ascensión Hernández de León-Portilla Un proyecto más hay que recordar en este año de 1939: la catalogación de la sala de teología de la Biblioteca Nacional. Hay una carta fechada el 16 de octubre de 1939 en la que Reyes le ofrece al rector de la UNAM, Gusta-vo Baz que «durante las vacaciones, el miembro de esta Casa, profesor Mi-llares Carlo está dispuesto a trabajar en la catalogación de esta sala». Noso-tros, le dice, «proporcionaríamos el mozo para el correo de libros y un ayudante para su trabajo»15. Pocos días después, Gustavo Baz le contesta a Reyes que las autoridades de la Biblioteca han acogido el ofrecimiento y que don Agustín, «por su trato caballeroso y cordial, ha despertado grandes sim-patías en la Institución»16. EL GRAN PROYECTO DE 1940 El año de 1939 fue de trabajo angustioso y arduo: había que abrirse ca-mino en el mundo académico del nuevo país, trazar cursos y programas que encajaran bien con la enseñanza universitaria y mostrar una competencia en temas que atrajeran la atención de los estudiantes mexicanos. Para 1940 ya eran muchos los profesores españoles que habían llegado a México al termi-nar la guerra el 1 de abril de 1939 y que esperaban encontrar un contrato de trabajo duradero y amable en la Universidad Nacional, en el Politécnico o en universidades de provincias, algunas muy reconocidas. En estas circunstancias, Millares le propone a Reyes, en carta de 29 de octubre de 1939, un plan de trabajo para 1940 verdaderamente extenso, con varias líneas de docencia e investigación, diríamos hoy, aunque él lo denomi-na simplemente «un plan triple»: cursos en la Universidad, trabajos de inves-tigación y publicaciones. Los cursos en la Universidad eran varios: uno de lengua latina para toda clase de alumnos; dos seminarios monográficos so-bre autores latinos concretos y un curso de paleografía de los siglos XVI y XVII. En este curso colaboraba el profesor Federico Gómez de Orozco. Respecto de los trabajos de investigación, ofrecía don Agustín tres proyectos: la cata-logación de la sala de teología de la Biblioteca Nacional; el examen y catalo-gación de la Biblioteca Pública de Morelia, y la investigación del Archivo de Protocolos Notariales guardados en las oficinas del Distrito Federal. Finalmen-te en el apartado de publicaciones ofrecía la edición ya citada de la Gramáti-ca y la Antología latinas y el comienzo de nuevas obras, una referente a fray Alonso de la Veracruz y un tratado de paleografía. Verdaderamente cualquie-ra que lea el programa pensará que era demasiado ambicioso y así lo sintió él porque en la misma carta hay un párrafo muy elocuente: 15 Vid. Inteligencia española en México…, 2001, p. 94. 16 Ibid., pp. 95 y 96. Agustín Millares Carlo: su trabajo en la Casa de España y el Colegio de México 17 Nada cuanto arriba se propone es ilusorio. Si el volumen de trabajo es grande, todo el problema para su realización estriba en una ordenación lógi-ca y rígida del trabajo. ¿Gastos? Casi ninguno. Unos ficheros, una máquina de escribir y a ser posible y como máxima aspiración una «leica», hoy poderoso auxiliar de estas tareas por lo mucho que las abrevia y simplifica17. En sus palabras se adivina el entusiasmo como motor de su disciplina de trabajo, de la que él habla. Sabe vender su proyecto, no pide casi nada de pre-supuesto, todo entra en su sueldo, que por esa fecha era de alrededor de 500 pesos mensuales. Además piensa hacerlo él solo con su máquina de escribir y una cámara de fotos. Y después de esto podemos preguntarnos: qué logró de lo prometido. Simplificando la mucha materia que se contiene en las car-tas de los años siguientes y en los informes de trabajo dirigidos a Reyes, po-demos decir que logró mucho de lo ofrecido. Consolidó las clases de latín y paleografía con un programa atrayente y completo. En sus seminarios logró preparar un grupo de latinistas que hoy son maestros de generaciones de maestros. Logró trabajar intensamente en la sala de teología de la Biblioteca Nacional con su sobrino Jorge Hernández Millares. Tan intensamente, que en un informe de 1940 dice que tienen ela-boradas 1.120 fichas con descripciones minuciosas de obras18. Pero un año después, en junio de 1941, ya se habla de millares de fichas en una carta que Reyes le escribe en tono confidencial y que quizá su autor, el propio Reyes, nunca pensó que sería publicada: El director de la Biblioteca Nacional, don José Vasconcelos, contestando a mi pregunta, me dice que podemos mandarle los millares de fichas de teo-logía que usted levantó, a reserva de que ellos continúen el trabajo cuando buenamente puedan, pues no se me disimula que la Biblioteca es el antro de la pobreza. En tales condiciones, no parece aconsejable el que nos despren-damos de estas fichas para que caigan en el olvido. Si a usted le parece, las conserva todavía en su poder o las deposita en El Colegio de México. Yo me encargo de no hacerle caso a mi amigo José Vasconcelos19. Otro logro a corto plazo fue el de la Biblioteca de Morelia. En carta de Reyes a Millares del 30 de agosto de 1939 le pregunta qué día puede ir a Morelia para entrar en contacto con el rector de la Universidad, don Natalio Vázquez Pallares a concretar el proyecto de catalogación de los libros del antiguo convento agustino de Tiripetío20. Dos años después, en 1941, volvió 17 Contribuciones… p. 57. Editor Alberto Enríquez Perea. 18 Ibid. p. 63. 19 Carta del 6 de junio de 1941. En Alberto Enríquez Perea, op. cit. p. 99. 20 Ibid., p. 51. El convento y Colegio de Tiripetío fue fundado hacia 1538 por los agusti-nos para educar a los jóvenes purépechas que se formaban en humanidades, en el trivium y cuatrivium. Allí enseñó fray Alonso de la Veracruz y fray Diego de Chávez, dos agusti- 18 Ascensión Hernández de León-Portilla a Morelia para tomar nota de algunos de los libros que procedían de Tiripe-tío y que habían ido a parar al Museo Michoacano. Por fin en 1942 realizó el trabajo, según el informe oficial que dirigió a Reyes a principios de 1943. En él le dice que ha encontrado ejemplares de libros excepcionales como la Bi-blia Políglota Complutense y la Chrónica Mundi o Crónica de Nuremberg, de 1493. Otra noticia buena que le da es que encontró y transcribió el testamento de don Antonio Huitziméngari, hijo del último gobernante del reino de Mi-choacán y maestro de la lengua purépecha de fray Alonso de la Veracruz, for-mado en Tiripetío. También le informa que encontró en el Museo un lote de libros antiguos en mal estado que trató de catalogar lo mejor que pudo. Ter-mina su informe pidiéndole a Reyes que apoye una exposición en la ciudad de México y un catálogo de estos libros tan valiosos y tan olvidados21. Final-mente, respecto del tercer proyecto del año 40, el estudio de los protocolos notariales, Millares lo llevó a cabo a lo largo de varios años con ayuda de José Ignacio Mantecón, como pronto se verá. EL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS Y EL CENTRO DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS El 16 de octubre de 1940, La Casa de España en México cambió de es-tructura y se transformó en El Colegio de México. La Casa había quedado chica porque su destino había sobrepasado la idea para la que fue creada: dar una morada a los profesores de la España peregrina22. Pronto esos profeso-res de múltiples disciplinas científicas y humanísticas se multiplicaron, y, con ellos, se mezclaron los mexicanos destacados. Unos y otros aparecían dando cursos y conferencias por los centros culturales de la ciudad de México: La Universidad, el Instituto Politécnico, el Palacio de Bellas Artes e inclusive universidades de provincia, en especial la de Morelia, Guanajuato y San Luis Potosí. Los pasos y trámites que se dieron para cambiar la estructura de la Casa están documentados punto por punto en la correspondencia de Reyes nos destacados del siglo XVI. En el siglo XIX, como consecuencia de las Leyes de Reforma, los libros acumulados en Tiripetío y en el cercano convento de Cuitzeo, fueron trasladados al Museo Michoacano, creado en Morelia por el doctor Nicolás León, figura destacada del siglo XIX y principios del XX. 21 La carta a Reyes con el citado informe está fechada el 17 de febrero de 1943. Vid. Alberto Enríquez Perea, pp. 118-120. 22 Sobre esta transformación existe un Memorandum de Reyes al Secretario de Hacienda en el que le hace varias propuestas, de acuerdo con el sentir de la opinión pública. Entre ellas, que la Institución acoja a profesores mexicanos, que cambie su nombre al de Centro de Estudios Superiores y que deje de ser dependencia del ejecutivo y pase a ser una aso-ciación civil. El Memorandum se reproduce en carta de Reyes a Gustavo Baz, 27 de noviem-bre de 1939. Vid. Inteligencia española en México…editada por Alberto Enríquez Perea, 2001, p. 99. Agustín Millares Carlo: su trabajo en la Casa de España y el Colegio de México 19 reunida por Alberto Enríquez Perea en un volumen titulado Alfonso Reyes en La Casa de España en México (1939 y 1940), publicado en 2005. Una amplia «Presentación» abre el citado volumen con un ensayo en el que se recons-truye el proceso del cambio y los protagonistas que en él intervinieron23. La Casa era ya, de hecho, una universidad con intensa actividad. El cambio era necesario y Reyes se lo hizo saber a Millares avisándole que su contrato, como cada año, terminaba el 31 de diciembre. Sin embargo le pedía el programa de trabajo para el año próximo. Millares se lo envía y muy amplio; además de sus cursos, le presenta un proyecto de elaboración de un índice analítico de las colecciones documentales de historia de Améri-ca. Lo expone detalladamente y le dice que cuenta con la colaboración de dos investigadores: Juan Vicens (1895- 1958) y José Ignacio Mantecón (1902- 1980).24 Reyes le contesta que se ponga en contacto con Silvio Zavala. Un nuevo personaje entra en el entorno cercano de Millares, personaje bien co-nocido de él ya que ambos habían trabajado juntos en el Centro de Estudios Históricos de Madrid. Precisamente en una carta de Silvio Zavala dirigida a Reyes en diciem-bre de 1940 aparece ya Millares como miembro del futuro Centro de Estu-dios Históricos del El Colegio. En la carta, Zavala le dice a Reyes que des-pués de varias reuniones con colegas, le envía unas páginas con un proyecto de Instituto de Investigaciones Históricas y que en él tendrá un papel —aún no definido— el señor Millares25. El Centro se hace realidad bajo la dirección de Zavala en 1941 con un pro-yecto académico ambicioso orientado, según Clara E. Lida, a «cultivar con profundidad la historia de Hispanoamérica con énfasis especial en la de Méxi-co. El Centro recogió la inquietud nacionalista predominante en el país en esos momentos, que en múltiples ocasiones tomó la forma de una arrobada curiosidad por sí mismo»26. Pero, más allá del nacionalismo, en el Centro se puso en marcha un programa de estudios en el que se profundizaba en la in-dagación del dato y en la reflexión de los hechos con nuevos métodos e ins-trumentos. En este contexto se hacía muy valioso el saber paleográfico de Millares y sus cursos de latín para indagar en cualquier tema histórico, clá-sico, medieval o novohispano, relacionado con documentos de archivo. 23 Sobre este tema puede también consultarse a Clara E. Lida, José Antonio Matesanz y Josefina Zoraida Vazquez, La Casa de España y el Colegio de México, 2000, pp. 93- 98. 24 Carta del 17 de enero de 1941. Vid. Alberto Enríquez Perea, op. cit. pp. 85-92. 25 Carta de Silvio Zavala a Alfonso Reyes del 16 de diciembre de 1940. Fronteras con-quistadas. Correspondencia Alfonso Reyes / Silvio Zavala 1937-1958. Compilación, introduc-ción y notas Alberto Enríquez Perea, 1998, p. 65. 26 Clara E. Lida, La Casa de España y El Colegio de México, p. 179. Informa esta autora que en 1945 El Colegio tuvo una sede propia en la calle de Sevilla 30. Antes funcionó en las oficinas del Fondo de Cultura y en la Secretaría de Hacienda. Las clases de historia se impartían en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, ENAH. 20 Ascensión Hernández de León-Portilla El curso comenzó en enero de 1941con cinco profesores, número que aumentó a siete en 1942: Agustín Millares Carlo, latín y paleografía; Juan B. Iguíniz, (1881-1972), bibliografía; Ramón Iglesia, (1905-1948), historiografía y conquista de América; José Carner (1884-1970), historia general de la cul-tura europea; Concepción Muedra, instituciones medievales españolas y ar-chivología; Silvio Zavala, instituciones coloniales de España en América; y José María Miquel y Vergés (1904-1964), Independencia de América con én-fasis en la de México27. De los siete, cinco eran españoles28. Este dato con-firma, una vez más, la importancia que tuvo para el exilio la fundación de La Casa de España como morada vital. Para la propia España, la importancia era aún mayor porque muchos de los cursos que allí se dieron tocaban temas de la historia española, lo cual propiciaba la creación de un espacio de compren-sión y acercamiento de España y México, en aquellos años alejados por un profundo corte en las relaciones diplomáticas. «El núcleo fundamental y básico del profesorado del Centro lo formaron quienes se dedicaron a él casi exclusivamente: Zavala, Altamira, Iglesia, Mue-dra, Millares, Miranda y Gaos», afirma Clara Lida en su estudio ya citado29. Pero en realidad, todos los que enseñaron en El Centro innovaron en sus cursos con propuestas y puntos de vista nuevos en las disciplinas humanís-ticas básicas. Respecto de los cursos de Millares, Clara Lida afirma «que tuvo a su cargo algunas de las materias técnicas y metodológicas más importan-tes en la formación de colonialistas: la paleografía y el latín, campos en los que su erudita formación resultó fundamental»30. La opinión es verdadera, aunque debe extenderse no sólo a los colonialistas sino también a los histo-riadores en general y desde luego a los filólogos formados en el Centro de Estudios Filológicos que se abrió en 1947 bajo la dirección de Raimundo Lida (1908-1967), en el que Millares dejó huella. Pero además, sus materias no sólo eran técnicas y metodológicas ya que a través de ellas enseñaba a sus alum-nos el humanismo de la cultura clásica y medieval. De su trabajo en los primeros años del Centro de Estudios Históricos tenemos el propio testimonio de don Agustín en una carta dirigida a Reyes en 1942. En ella dice que ha concentrado sus esfuerzos en la paleografía de los siglos XVI y XVII y que el grupo de alumnos es bueno. En cuanto al latín, afirma que quiere dar una hora más a la semana para que se pueda ver a fon-do la gramática. En resumen, afirma, «mi experiencia es satisfactoria y abri-go la esperanza de que de nuestro Centro saldrá un grupo bien preparado de futuros historiadores»31. 27 Informe sobre el Centro de Investigaciones Históricas, en Alberto Enríquez Perea, Fronteras conquistada, p. 315 28 Más tarde se incorporaron al centro José Miranda (1903-1967) y José Gaos. 29 Ibidem, p. 186. 30 Clara Lida, op cit. p. 189. 31 Contribución a la historia de España y México. Correspondencia entre Alfonso Reyes y Agustín Millares Carlo, p. 103. Agustín Millares Carlo: su trabajo en la Casa de España y el Colegio de México 21 Como ya se adelantó, en 1947, El Colegio fundó un Centro de Estudios Filológicos bajo la dirección de Raimundo Lida. Desde antes, Alfonso Reyes y algunos miembros de El Colegio como Enrique Díez Canedo, pensaban en un centro de estudios literarios y filológicos, al estilo del que se había fun-dado en Buenos Aires en 1923 bajo la inspiración del Centro de Estudios Históricos de Madrid. Para dirigir el nuevo Centro se pensó en Pedro Hen-ríquez Ureña (1884-1946), admirado literato y filólogo dominicano con mu-cha proyección en América. Al morir Ureña, Reyes entró en contacto con Amado Alonso, quien había dirigido el Instituto de Filología de Buenos Ai-res, aunque en aquellos momentos enseñaba en la Universidad de Harvard. Finalmente la responsabilidad de dirigir el nuevo centro cayó en Raimundo Lida, discípulo de Amado Alonso y de gran prestigio como lingüista y litera-to, quien en 1948 organizó y puso en marcha El Centro de Estudios Filoló-gicos. Lida preparó un programa de docencia y de investigación muy exten-so y reanudó la publicación de la Nueva Revista de Filología Hispánica, que con él se mudó de Buenos Aires a México32. Millares estuvo presente en todas estas tareas que no le eran ajenas. Por una parte, había trabajado en el Centro de Estudios Históricos de Madrid con Menéndez Pidal, quien le encargó la dirección del recién creado Instituto de Filología de Buenos Aires en 1924 durante casi un año, en 1924. Conocía a Amado Alonso, formado también en Madrid y exiliado como él. En suma, el Nuevo Centro arrancaba de una tradición que le era familiar a Millares pues, en cierto grado, en ella se había formado. Por otra parte, el Millares latinista era esencial para la preparación de los nuevos filólogos y así lo dejó consig-nado Antonio Alatorre al recordar el quehacer de sus maestros en aquellos primeros años del Instituto: Algunos de los cursos fueron muy comunes y corrientes […] Pero otros estuvieron muy por encima porque quienes los dieron eran entusiastas. Un entusiasta: Millares Carlo que dio clases de latín y de paleografía. Yo no asistí a las primeras (porque ya sabía latín), pero me consta que eran tan animadas como las de paleografía; aprender paleografía con Millares era una aventura emocionante, un viaje de descubrimientos33. Las palabras de Alatorre nos confirman el lado humano del profesor que sabía dar vida a la materia que explicaba y sabía transmitir a sus alumnos el gusto y la pasión por lo que estudiaba. Era el profesor que se entregaba a su asignatura con saber y sentir. El testimonio coincide con el de otro de sus alumnos, Antonio Gómez Robledo, quien recordaba que en sus clases de la-tín, Millares recreaba los hechos históricos de los textos clásicos y así, un 32 La historia del Centro puede consultarse en la obra citada de Clara E. Lida et alii, La casa de España y El Colegio de México, pp. 243-275. 33 «Testimonio de Antonio Alatorre», en Clara E. Lida, op. cit. p. 254. 22 Ascensión Hernández de León-Portilla día, al terminar la traducción del libro IV de la Eneida, Millares recreó llo-rando la muerte de Dido34. AÑOS DE FECUNDIDAD: LIBROS Y MÁS LIBROS En suma, en estos años de trabajo en los Centros de Estudios Históri-cos y Filológicos, don Agustín produjo mucho y variado. En realidad, uno de los rasgos más marcado de su quehacer era el de sus múltiples intereses por varias disciplinas, lo cual lo hizo ser un polígrafo al estilo de su admirado Menéndez Pelayo y de su maestro Menéndez Pidal. Este rasgo lleva en sí otro: la fecundidad de su pluma. Desde sus años de estudiante en Madrid publicó mucho, y no sólo libros sino múltiples ensayos en revistas y periódi-cos. Puede decirse que su bibliografía es impresionante como puede verse en la obra que le dedicó hace unos años José Antonio Moreiro35. Una gran parte de esa obra la hizo en México y está reseñada por Alberto Enríquez Perea en el volumen ya citado que recoge la correspondencia entre Alfonso Reyes y Millares Carlo. Es necesario sin embargo, hacer algunos comentarios sobre ella. En pri-mer lugar hay que destacar que la obra escrita es el logro de sus grandes proyectos que se describieron en páginas anteriores; en segundo, que es parte inseparable de sus tareas docentes en El Colegio y en la Universidad Nacio-nal, a la cual don Agustín estuvo también muy ligado e inclusive hay que re-cordar que a partir de 1954 fue nombrado profesor de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras. El nombramiento implicaba pedir licencia en El Colegio, aunque Millares siguió «unido moralmente» a esta Casa que le acogió a su llegada36. Ya vimos que las primeras publicaciones fueron reediciones de la Gramá-tica y la Antología latinas que había editado en Madrid. Pero Millares, como muchos de sus compañeros de exilio, al pisar tierra mexicana, se interesó por la historia de México. En su proyecto de 1940 ya incluye un estudio de los protocolos de los archivos notariales de la ciudad de México, estudio que poco a poco realizó con su amigo José Ignacio Mantecón. Ambos publicaron un artículo en 1944 sobre el «Archivo de notarías»37 y un año después estaba 34 Testimonio recogido por la autora de este ensayo el 7 de octubre de 1986. Publi-cado en «Agustín Millares Carlo, polígrafo de España y América», Cuadernos America-nos. Nueva Época, México, UNAM, 1994, v. 47, p. 25. 35 José Antonio Moreiro, Agustín Millares Carlo: el hombre y el sabio. Islas Canarias, 1989. La bibliografía se extiende a lo largo de 112 páginas. 36 Carta a Alfonso Reyes del 29 de julio de 1954, en Contribuciones… p. 195. 37 El artículo se publicó en la Revista de Historia de América 1944. Comentarios en Al-berto Enríquez Perea, «Presentación» a Contribuciones a la historia de España y México..., p. 56 Agustín Millares Carlo: su trabajo en la Casa de España y el Colegio de México 23 lista la publicación Índice de extractos de los protocolos del Archivo de Notarías de Mexico D. F. (Siglo XVI), publicado por El Colegio de México en dos volú-menes de 470 p. y 395 p. Esta obra fue un punto de partida para la investi-gación en el campo de la archivología, que ambos siguieron cultivando en di-versos ensayos hasta elaborar el Repertorio bibliográfico de los archivos mexicanos y de los europeos y norteamericanos de interés para México, publica-do en 1959 por la Biblioteca Nacional, otro volumen de casi cuatrocientas páginas y modelo en su género. En relación con estos tratados que abrían nuevos horizontes en el cam-po de la archivología, Millares y Mantecón preparon un texto de estudio para facilitar la lectura de los manuscritos. Me refiero al Álbum de Paleografía his-panoamericana, en tres volúmenes, uno de índole teórica y los otros dos de lectura de láminas. El Álbum es fundamental, instrumento imprescindible para el estudio de documentos novohispanos. No existe otra obra de esta índole, sigue teniendo vigencia absoluta. En realidad, el Álbum es el equivalente mexicano del Tratado de paleografía española, Madrid, Hernando, 1932, 3 v.38 Por estos y otros estudios de paleografía, Millares es considerado uno de los mejores paleógrafos de Europa junto con el francés Jean Mallon. Uno de sus intereses más fuertes y perdurables fue el saber acerca de los libros, las bibliotecas y los bibliográfos. En varios de sus proyectos habla de crear un Instituto de Bibliografía Mexicana, cuestión que aborda con fuerza en una carta a Alfonso Reyes escrita en marzo de 194339. No lo consiguió pero sus publicaciones en este campo abrieron camino. Es más ese mismo año sacó a la luz con su amigo Mantecón el Ensayo de una bibliografía de bibliografías mexicanas. La imprenta, el libro y las bibliotecas, publicado por el departamento del Distrito Federal. Otro dato: entre los años de 1944 y 1961 sacó miles de fichas en la sección bibliográfica en la Revista de Historia de América. Digna de recordar es su biografía de Juan José de Eguiara y Eguren (1696-1763), publicada por el Fondo de Cultura en 1944. Y digna de recordar es su edi-ción y puesta al día de la obra de Joaquín García Icazbalceta (1825-1894), que vio la luz en 1870, Bibliografía mexicana del siglo XVI, Fondo de Cultura Eco-nómica, 1954. Gracias a su enorme cantidad de datos y anotaciones hoy po-demos tener completa y revivida la obra del famoso historiador del siglo XIX. El interés por la historia de México llevó a Millares a incursionar en un campo nuevo para él, el de los historiadores y cronistas de México. Muy pron-to, para 1942, tenía lista la traducción del extenso libro de fray Bartolomé de las Casas, De unico vocationis modo omnium gentium ad veram religiones. Del 38 El Tratado, también en tres volúmenes, marcó un hito en los estudios paleográficos y se volvió a reeditar, puesto al día por su discípulo José Manuel Ruiz Asensio, en 1983. En realidad, parte de su contenido proviene de un libro anterior, Paleografía española. Ensayo de una historia de la escritura en España desde el siglo VIII al XVII, Barcelona, La-bor, 1929. 39 Vid. Contribuciones… 122. 24 Ascensión Hernández de León-Portilla único modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera religión, manuscrito inédito conservado en la Biblioteca Pública de Oaxaca, publicado por el Fon-do de Cultura Económica con una «Introducción» de Lewis Hanke. Con él se abrió una nueva colección del Fondo, la Biblioteca Americana de Obras Latinas. Dentro de esta colección y en colaboración con Hanke, Millares pu-blicó la Historia de las Indias, también de Las Casas, Fondo de Cultura Eco-nómica, 1951. Tradujo y editó también las Décadas del Nuevo Mundo de Pe-dro Mártir de Anglería, Secretaría de Educación Pública, 1945. Importante es, en este contexto, el conjunto de publicaciones acerca de fuentes sobre el gran debate que surgió en el siglo XVI acerca de la legalidad de la conquista. En-tre ellas recordaré el Cuerpo de documentos del siglo XVI sobre los derechos de España en las Indias y en Filipinas, descubiertos y anotados por Lewis Hanke, Fondo de Cultura Económica, 1943 y los tratados de dos profesores salman-tinos que en la Junta de Burgos de 1512 levantaron su voz en defensa de los naturales americanos, Juan López de Palacios Rubios, De las islas del mar océano, y Fray Matías de Paz, Del dominio de los reyes de España sobre los in-dios. Ambos, escritos en latín y traducidos por Millares fueron publicados con una Introducción de Silvio Zavala por el Fondo de Cultura en 1954. Un título más completa este conjunto, la edición facsimilar y estudio de las Leyes Nue-vas de Indias, México, Gráfica Panamericana, 1952. Al recordar esta obras, algunas traducidas del latín, hay que hacer alusión a un campo más en el que abrió brecha: el del latín novohispano o como hoy se dice, el neolatín. Hoy este campo ocupa a muchos investigadores que encuentran en él no solo datos para la historia de México sino una fuente de creatividad del pensamiento novohispano. Y al hablar del latín viene a la memoria otra aportación más, verdadera-mente genial de Millares: los autores clásicos en versión original con traduc-ción fiel al español y dentro de una colección mexicana. En 1944 salía el pri-mer volumen de la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana. Diseñada como una serie bilingüe, en ella se presentarían los textos clásicos apegados a las normas filológicas de la modernidad, con un prólogo sobre el autor y la obra. El proyecto era ambicioso y pocos centros académicos del mundo habían logrado una empresa de tal naturaleza. El hecho de que se lo-grara en la Universidad Nacional es un indicador del clima académico que se vivía en la ciudad de México en la década de 1940. Era un «momento feliz» en palabras de Eduardo García Máynez, director de la Facultad de Filosofía y Letras: Deseo recordar que entre 1937 y 1940 llegaron de España muchos y muy distinguidos intelectuales para los que el doctor Gaos invento el calificativo feliz de transterrados […]. Lo que entonces se hizo, difícilmente habría po-dido lograrse sin su ayuda. Aquellos años fueron un momento feliz de nues-tra Facultad pues los azares de la historia hicieron que entre sus profesores Agustín Millares Carlo: su trabajo en la Casa de España y el Colegio de México 25 figuraran, junto a los más notables entre los mexicanos, varios de los mejo-res de las universidades de Madrid y Barcelona40. En realidad, el proyecto fue presentado a Alfonso Reyes en carta firmada por Millares el 29 de marzo de 1943 según un plan ideado por él y Juan David García Bacca (1901-1992)41. La idea era que el Colegio patrocinara traduccio-nes de los clásicos y algo se hizo. Por una parte, en 1944, salió una segunda edición de las Cuestiones Académicas, de Cicerón, que Millares había publi-cado en Madrid en 1919; y, por la otra, la citada edición De los deberes, am-bas con prólogo de Juan David García Bacca y ambas patrocinadas por El Colegio. Pero finalmente, el proyecto se logró en la Universidad. Don Agustín colaboró en la Bibliotheca desde el primer año de su funda-ción, 1944 con una traducción de La conjuración de Catilina, de Salustio. Al año siguiente, 1945, publicó otro volumen con La Guerra de Yugurta, Frag-mentos de Historia y Cartas a César sobre el gobierno de la república. Poco des-pués sacó otros dos volúmenes, Vidas de los ilustres capitanes de Cornelio Nepote, 1947, y más tarde, Desde la fundación de la ciudad, de Tito Livio, 1955. En esta tarea de impulsar la colección bilingüe estuvo acompañado de varios colegas transterrados latinistas como él: Juan David García Bacca, José María Gallegos Rocafull (1899- 1963) y Domingo Tirado Benedí (1898-1971). El proyecto fue comunitario, mexicano-español aunque Millares imaginó y puso nombre a la colección, una vez que él y García Bacca conquistaron el corazón de Eduardo García Máynez42. La Biblioteca se consolidó con latinis-tas mexicanos, algunos de ellos discípulos de Millares y hoy maestros de maestros como Rubén Bonifaz Nuño, Germán Viveros, Roberto Heredia y Tarsicio Herrera, figuras destacadas de la Universidad Nacional. Tanto en sus traducciones de los autores latinos como de los cronistas novohispanos que escribieron en latín, Millares tuvo saber y sutileza, al de-cir de Elsa Cecilia Frost. Destaca esta autora que sus traducciones están acompañadas de numerosas notas en las que explica con paciencia y rigor problemas lingüísticos; destaca su cuidado de leer bien el texto, así como su buen oído y sensibilidad. Piensa ella que fue un traductor excepcional: Uno de aquellos pocos que son capaces de ir más allá de las palabras del texto para entregarnos el mundo del que nació. Pero me atrevo a decir que, más allá que sus traducciones mismas, lo que debiéramos aceptar como su 40 Eduardo García Máynez, «Breve historia del Centro de Estudios Filosóficos», Dianoia, 1966, p. 240. 41 Carta del 29 de marzo de 1943. Vid. Contribuciones a la historia de España y México… p. 122. 42 Vid. Ascensión Hernández de León Portilla, «Clasicistas», en Científicos y Humanis-tas del exilio español en México, México, Academia Mexicana de Ciencias, 2006, p. 69. Cabe añadir que desde 1944 hasta 1955 de veintidós volúmenes, dieciséis son de españoles. 26 Ascensión Hernández de León-Portilla mayor legado es su manera de acercarse a un original: con una gran prepa-ración y un gran interés y también con humildad y paciencia43. Para Millares, su proyecto como latinista acabó en México. Al marchar a Venezuela se dedicó profundamente a la historia de ese país. Pero, poco an-tes de marcharse, en una carta a Alfonso Reyes le invita a escribir en un Anuario de Estudios Clásicos próximo a publicarse por el Instituto de Filolo-gía Clásica de la UNAM. Millares firma como director y le ruega que colabo-re. Vemos pues que al final de su estancia en México, pudo corresponder con el hombre que tanto le había ayudado a lo largo de su vida, una vida llena de proyectos y logros, de venturas y desventuras, pero siempre vivida con es-peranza. SUS ÚLTIMOS AÑOS. SU LEGADO En 1953, don Agustín viajó a España acompañado de una de sus hijas y de su nieto con la idea de reintegrarse a su cátedra de Paleografía en la en-tonces Universidad Central. En carta a Reyes del 23 de marzo de aquel año le cuenta brevemente el fracaso de su intento y su proyecto de regresar a México, proyecto que fue muy bien recibido en El Colegio44. Por segunda vez volvió a La Casa de España, a su vida mexicana. Pero en 1959 decidió pasar un sabático en la Universidad de Zulia, en Maracaibo, y lo que iba a ser un sabático se convirtió en una larga estadía de quince años. Se volcó en la his-toria de Venezuela, a través de libros y documentos de bibliotecas y archi-vos y dejó una huella profunda45. Sin embargo, el destino quiso que en 1975 se le hiciera un homenaje en su tierra y Millares llegó a su isla para quedarse. El «viejo profesor de la-tín »46, tuvo arrestos para iniciar un plan cultural y para arreglar sus papeles sobre los códices visigóticos, la pasión de su vida. Con él llevó toda su expe-riencia del mundo americano, un inmenso saber acumulado en bibliotecas y archivos, en clases y pasillos. Su vida fue un ir y venir entre dos mundos y tres culturas hermanas y hermanadas por los libros. En ese peregrinar sin descanso vivió los acontecimientos vertebrales del siglo XX: el renacer cul-tural español de la Edad de Plata, la guerra civil, el esplendor cultural pos-revolucionario mexicano. En todos estos aconteceres fue siempre el mismo: 43 Elsa Cecilia Frost, «De la humildad y el esplendor de la traducción: don Agustín Millares Carlo (1893- 1978)», Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad, 1993. 44 Carta incluída en Contribuciones a la historia de España y México… p. 185. 45 Vid. José Antonio Moreiro, op. cit. p. 229- 282. 46 Así le gustaba llamarse. Lo cuenta su discípulo venezolano Lino Vaz Araujo en Agus-tín Millares Carlo. Testimonios para una biografía. Maracaibo, Universidad de Zulia, 1968, p. 32. Agustín Millares Carlo: su trabajo en la Casa de España y el Colegio de México 27 el maestro generoso, el investigador sin descanso, el hispanista que se vuel-ve americanista. Si se hubiera quedado en España, hubiera visto publicada su obra sobre los códices visigóticos, la pasión de su vida47. Pero su destino es-taba en América, donde supo construir un espacio común a varios países de una lengua común. Hombres como él han ayudado a forjar la historia de nues-tra centuria y a enriquecer nuestra cultura compartida en las orillas del At-lántico. REFERENCIAS BILIOGRÁFICAS Alfonso Reyes en La Casa de España en México (1939 y 1940). Compilación, intro-ducción y notas de Alberto Enríquez Perea. México, El Colegio Nacional, 2005. Contribuciones a la historia de España y México. Correspondencia entre Alfonso Reyes y Agustín Millares Carlo 1919-1958. Compilación, bibliografía y notas de Alberto Enríquez Perea. México, El Colegio Nacional, 2005. Días de exilio. Correspondencia entre María Zambrano y Alfonso Reyes, 1939-1959 y textos de María Zambrano sobre Alfonso Reyes, 1960-1989. México, Taurus y El Colegio de México, 2005. Fronteras conquistadas. Correspondencia Alfonso Reyes/Silvio Zavala. Compilación, Introducción y notas de Alberto Enríquez Perea. México, El Colegio de México, 1998. HERNÁNDEZ DE LEÓN PORTILLA, «Filólogos españoles en la UNAM», El pensamiento español contemporáneo y la idea de América. José Luis Abellán y Antonio Mon-clús, coordinadores. Barcelona, Anthropos, 1989, v. I, pp. 225-242. — «Agustín Millares Carlo, polígrafo de España y América». Cuadernos Americanos. Nueva época, México, UNAM, 1994, pp. 76-102. — «Agustín Millares Carlo, codicólogo». Boletín Millares Carlo. Las Palmas de Gran Canaria, Centro Asociado a la UNED, 2001, v. 20, pp. 51-58. — «Clasicistas», en Científicos y humanistas del exilio español en México. Antonio Bolívar Goyanes, coordinador. México, Academia Mexicana de Ciencias, 2006, pp. 63-74. Inteligencia Española en México. Correspondencia Alfonso Reyes/Gustavo Baz (1939- 1958). Compilación, presentación y notas de Alberto Enríquez Perea. Fundación Histórica Tavera. El Colegio de México, 2001. LIDA, Clara E., José Antonio MATESANZ y Josefina Zoraida VÁZQUEZ, La Casa de Es-paña y El Colegio de México. Memoria, 1938- 2000. México, El Colegio de Méxi-co, 2000. 47 Cuando Millares regresó a Las Palmas, llevó consigo cinco carpetas verdes con sus papeles sobre los dichos códices. Años después, en 1999, sus discípulos terminaron el trabajo y lo publicaron en dos volúmenes con el patrocinio de la Universidad de Educa-ción a Distancia y el Gobierno de Las Canarias con el título de Corpus de Códices visigóticos. Se hizo una presentación del corpus en la Biblioteca Nacional de México, Vid. Ascen-sión Hernández de León-Portilla, «Agustín Millares Carlo, codicólogo», 2001. 28 Ascensión Hernández de León-Portilla MANTECÓN, Matilde, «Indice biobliográfico del exilio español en México», en El exi-lio español en México, Fondo de Cultura Económica y Editorial Salvat, 1982. MOREIRO, José Antonio, Agustín Millares Carlo: el hombre y el sabio. Gobierno de las Islas Canarias, 1989. PEREA, Alberto Enríquez, «Presentación» a Contribuciones a la historia de España y México. Correspondencia entre Alfonso Reyes y Agustín Millares Carlo. México, El Colegio Nacional, 2005. VAZ ARAUJO, Lino, Agustín Millares Carlo. Testimonios para una biografía. Maracai-bo, Universidad de Zulia, 1968.
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Calificación | |
Título y subtítulo | Agustín Millares Carlo: su trabajo en La Casa de España y El Colegio de México (1938-1939) |
Autor principal | Hernández de León-Portilla, Ascensión |
Entidad | Universidad Nacional de Educación a Distancia (España). Centro Asociado de Las Palmas (Las Palmas de Gran Canaria) |
Publicación fuente | Boletín Millares Carlo |
Numeración | Número 29 |
Sección | Artículos sobre Agustín Millares Carlo |
Tipo de documento | Artículo |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Centro Regional Uned |
Fecha | 2010 |
Páginas | p. 011-028 |
Materias | Cultura ; Literatura ; Filosofía ; Historia ; Canarias |
Enlaces relacionados | Enlace al editor: http://www.boletinmillarescarlo.es/index.php/BMC/index |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 121727 Bytes |
Texto | Artículos sobre Agustín Millares Carlo Agustín Millares Carlo: su trabajo en La Casa de España y El Colegio de México (1939-1959) ASCENSIÓN HERNÁNDEZ DE LEÓN-PORTILLA Instituto de Investigaciones Filológicas Universidad Nacional Autónoma de México (Las Palmas de Gran Canaria) Boletín Millares Carlo, núm. 29. Centro Asociado UNED. Las Palmas de Gran Canaria, 2010. Resumen: Breve biografía de don Agustín Millares Carlo en la que se enfoca su llega-da a México en 1938 y su labor en la Casa de España, llamada después El Colegio de Méxi-co. El trabajo se centra en esta etapa de su vida durante la cual Millares realizó grandes proyectos como profesor e investigador, no sólo en La Casa de España sino también en la Biblioteca Nacional de México, en la Biblioteca Pública de Morelia (Michoacán) y en el Archivo de Protocolos de Notarías. Se pondera esta etapa como años de fecundidad en la cátedra y en la investigación en los que su labor marcó una profunda huella. Palabras clave: Exilio, Casa de España, Centro de Estudios Filológicos, Proyectos de investigación, Paleografía, Publicaciones. Abstract: This brief biography of Agustin Millares Carlo concentrates mainly the time his stay in Mexico since 1938. In that year he was invited as professor in The Casa de España which later became The Colegio de Mexico. There, and later in the National Library, in the Public Library of Morelia (Michoacán) as well as in the Public Notaries’ Archives, developed very important programs of research. The time he worked at these various places in Mexi-co was full of fruitful contributions on account of which he left there an indelible memory. Key words: Exile, House Spain, Philological Studies Center, Research projets, Paleo-graphy, Publications. INTRODUCCIÓN Agustín Millares Carlo (1893- 1980), como muchas figuras del siglo XX, fue arrastrado por los acontecimientos históricos de su siglo y tuvo que emigrar de Europa a América. Pasó sus ochenta y siete años en dos mundos y cuatro moradas: la primera fue Las Palmas de Gran Canaria, su tierra natal, donde se formó como bachiller y como enamorado de los legajos del Archivo de Nota-rías, de la mano de su padre, notario en aquella ciudad. A los diez y seis, se 12 Ascensión Hernández de León-Portilla trasladó a Madrid, su segunda morada. Allí se inscribió en las Facultades de Filosofía y Letras y Derecho y pasó casi tres décadas de su vida. Allí conoció a los grandes maestros que estaban forjando la Edad de Plata, los de la gene-ración del 98, y los más jóvenes de la generación de 1914, la suya propia. Con ellos se relacionó en la Universidad, en el Ateneo y en el Centro de Estudios Históricos, dirigido por Ramón Menéndez Pidal (1869-1967), en donde tenían presencia algunos mexicanos que después serían sus amigos, como Alfonso Reyes y Silvio Zavala. Muy joven, en 1929, ganó la cátedra de Paleografía en la Universidad Central y en 1934 fue elegido miembro de la Academia de la Historia, para ocupar la silla del conde de la Viñaza. Durante aquellos años publicó mucho, ganó premios, alcanzó prestigio y formó una familia. En 1938 tuvo que dejar su país. México fue su tercera morada durante veintiún años. Aquí enriqueció su vida con el mundo americano y con un tra-bajo continuado e intenso y llegó a ser uno de los humanistas más famosos entre los profesores españoles que se instalaron en esta tierra, que se trans-terraron, como decía José Gaos. En plena madurez, a los 66 años, marchó a Venezuela, país donde vivió quince años, hasta 1974. Una vez más, Millares emprendió un nuevo camino e hizo morada en Maracaibo, en la Universidad de Zulia. Una morada en la que su morador, como siempre, fue tenido como figura nacional en el campo de las humanidades. Al final de su vida regresó a su tie-rra, Las Palmas donde recuperó su identidad de grancanario y formó más dis-cípulos. Millares mostró siempre una capacidad de adaptación que sorprende: en las cuatro moradas se entregó a los hombres y culturas que en ellas habi-taban; en las cuatro dejó un legado para la posteridad. En este breve ensayo trataré de perfilar su vida en México y sus tareas docentes y de investigación en La Casa de España, pronto transformada en El Colegio de México, tareas que realizó conjuntamente con más tareas en la Universidad Nacional1. SU VENIDA A MÉXICO Millares llegó a México a mediados de 1938 después de vivir una breve etapa de exilio en Francia desde finales de 1936, casi desde que abandonó la capital de España. Salió de Madrid rumbo a Valencia una noche de noviem-bre de 1936 en un coche del Ministerio de Educación en compañía de Juan Comas (1900-1979), y Wenceslao Roces (1897-1992). Años después, Juan Comas recordaba con tristeza aquel viaje lleno de incertidumbre y angustia2. 1 Para reconstruir su labor en El Colegio es esencial la correspondencia de Alfonso Reyes con varios personajes importantes del momento, como se verá a lo largo del pre-sente artículo. Las cartas de Reyes son una fuente de primera magnitud en la que se registra la vida académica de México en las décadas de 1940 y 1950. Debemos a Alber-to Enríquez Perea su publicación hecha con fidelidad y esmero. 2 El relato de Juan Comas lo escuchó en varias ocasiones la autora de este ensayo. Agustín Millares Carlo: su trabajo en la Casa de España y el Colegio de México 13 En aquellos días era Director General de Archivos y Bibliotecas, cargo que aceptó cuando muchos intelectuales tuvieron que dar un sesgo político a sus vidas y ejercer funciones ajenas a su trabajo para apoyar física y moralmen-te a la República. Durante su exilio en Francia —finales de 1936 hasta me-diados de 1938— se trasladó con su familia a Hendaya y estuvo en contacto con las universidades de Valencia y Barcelona, a las que acudía de vez en cuando. Pero en realidad, su estancia en Francia, en medio de la tragedia que vivía y del futuro que se avizoraba, tuvo su lado consolador: Millares pudo hacer consultas en dos bibliotecas de París, la Nacional y la Mazarina en bús-queda de datos acerca de códices visigóticos, el trabajo que le apasionó toda su vida y que no pudo ver impreso3. También acudió a la Escuela de Paleo-grafía de Chartres como profesor invitado. En realidad, los momentos de Fran-cia fueron los últimos de esperanza de un posible regreso a su patria y a su vida universitaria. Un hecho inesperado vino a truncar los últimos momentos de su estan-cia en Francia. En julio de 1938 murió su esposa Paula Bravo con la que te-nía una relación de cariño y armonía. Don Agustín quedó «sentimentalmen-te roto y con las manos vacías», cuenta su biógrafo José Antonio Moreiro»4. Fue entonces cuando su paisano Juan Negrín le nombró vicecónsul de Espa-ña en México y miembro del recién fundado Servicio de Evacuación de los Republicanos Españoles, SERE, dirigido por el doctor José Puche (1896- 1979). Con sus cuatro hijos y su cuñada Mercedes embarcaron en El Havre a Nueva York y desde esa ciudad llegaron en autobús a México. Aquí empe-zó a reconstruir paso a paso su vida y a conectarse con los pocos miembros universitarios que, invitados por Cárdenas, habían llegado en 1938 para dar vida a una nueva institución académica de altos vuelos: La Casa de España5. Ciertamente, el profesor canario llegaba a México cargado de tristezas pero también de remedios para ellas: grandes proyectos. 3 En 1934 Millares fue elegido miembro de la Academia de la Historia y eligió como tema de su discurso Los códices visigóticos de la Catedral toledana. Cuestiones cronológicas y de procedencia. Fue publicado el año siguiente en Madrid por la editorial Hernando. Con este trabajo se ganó un lugar como medievalista. Su primer ensayo sobre este tema data de 1925 y se intitula «De paleografía visigótica: a propósito del Codex Tuletanus», Re-vista de Filología Hispánica, Madrid, 1925, v. XII, p. 252-270. Bibliografía completa en José Antonio Moreiro, Agustín Millares Carlo: el hombre y el sabio, Islas Canarias, 1898. 4 José Antonio Moreiro, Agustín Millares Carlo: el hombre y el sabio, Islas Canarias, 1989, p. 157. 5 El primero que llegó, en 1938, invitado por La Casa fue José Gaos, (1900- 1969), quien había sido rector de la Universidad de Madrid. En este mismo año llegaron José María Ots Capdequí, jurista e historiador; Enrique Díez Canedo (1879-1944), crítico de literatura his-panoamericana; Juan de la Encina (1890-1963), crítico de arte; el psiquiatra Gonzalo Lafo-ra (1886-1971), y Jesús Bal y Gay, (1905-1993), musicólogo. La Casa incorporó a tres que ya estaban: León Felipe (1884-1968), Luis Recasens Siches (1905-1975) y José Moreno Villa, (1887-1955). Vid. Clara E. Lida, José Antonio Matesanz y Josefina Zoraida Vázquez, La Casa de España y El Colegio de México, 2000, pp. 45-56. 14 Ascensión Hernández de León-Portilla LAS PRIMERAS TAREAS: 1939 En su nueva tierra y con su nombramiento de vicecónsul, Millares reto-ma de inmediato sus antiguos trabajos. Y lo hace recabando información para aumentar un libro suyo que había sido premiado en 1932, el Ensayo de una bio-bibliografía de escritores naturales de las Islas Canarias (siglos XVI, XVII y XVIII)6. Quería enriquecer un trabajo ya de suyo muy extenso, 716 páginas. Y quería enriquecerlo con información referente a José de Anchieta (1534- 1597), jesuita canario que escribió la primera gramática de una lengua de América del sur, del guaraní7. En el tema podemos ver su nuevo enfoque aca-démico: retomar algo de su tierra que lo unía al mundo americano, al mundo que pisaba. Y para ello escribe a un viejo amigo de Madrid, Alfonso Reyes (1889- 1959), que estaba en Brasil en misión diplomática. Le pide fotostática de las poesías de Anchieta que se conservan manuscritas en el Instituto His-tórico de Río de Janeiro y asimismo otros datos acerca de su paisano cana-rio8. Un mes después, el 28 de noviembre de 1938 Alfonso Reyes le contes-ta: le proporciona sus encargos y le envía su apoyo y su amistad. La carta termina con una frase que es un deseo pero también una profecía: «Que mi tierra sea para ustedes lo que España fue para mí en horas aciagas y alegres». Este fue el primer contacto de Millares con Reyes y el principio de una lar-ga amistad que se reanudó plenamente en marzo de 1939, cuando Reyes fue designado Presidente de La Casa de España. Mientras, en el invierno de 1938, Millares entra en contacto con dos fi-guras clave para su futuro: José Gaos (1900-1969), que había sido rector de la Universidad de Madrid, donde él había sido catedrático de Paleografía desde 1929 y Daniel Cosío Villegas (1898- 1976), el diplomático mexicano que cam-bió la historia del exilio español, el que supo mostrar a Cárdenas el valor de los españoles de la Edad de Plata, que a finales de la guerra estaban en bus-ca de morada. Gaos escribe a Cosío, Presidente del Patronato de la recién fundada Casa de España y, en diciembre de 1938, Cosío se entrevista con Millares y le hace tres importantes ofrecimientos: ser miembro de La Casa de España; gestionar clases de latín y paleografía en la Facultad de Filosofía y Letras; y, abrirle las puertas del Archivo General de la Nación9. Un día an- 6 El trabajo había sido premiado por la Biblioteca Nacional de Madrid en 1932 y salió publicado en ese mismo año por la editorial Tipografía de Archivos. 7 Joseph de Anchieta, Arte de grammatica da lingoa mais vsada na costa do Brasil. Coim-bra, Antonio de Mariz, 1595. 8 Carta del 28 de octubre de 1938. Vid. Contribuciones a la historia de España y México. Correspondencia entre Alfonso Reyes y Agustín Millares Carlo. 1919-1958. Compilación, pre-sentación, bibliografía y notas de Alberto Enríquez Perea, 2005, p. 31. En adelante citaré como Contribuciones… 9 Carta de Cosío Villegas a Millares del 17 de noviembre de 1938. Apud. Alberto Enrí-quez Perea, «Presentación» a Contribuciones…, p. 7. La fundación de La Casa de España Agustín Millares Carlo: su trabajo en la Casa de España y el Colegio de México 15 tes de la Navidad de 1938, Millares agradece a Cosío sus ofrecimientos y le promete empezar el programa de trabajo pasadas las fiestas navideñas10. Al empezar el año de 1939, Millares tenía asegurada la entrada al mundo académico mexicano, entrada que se consolidó cuando Alfonso Reyes fue nombrado Presidente de La Casa de España en marzo de ese mismo año. Dos meses después, exponía un extenso proyecto al literato admirado, ahora amigo cercano11. El proyecto consistía en un Catálogo general de los libros españoles de los siglos XVI y XVII, aprovechando la bibliografía de los escritores canarios, ya publicada y la que sobre la imprenta en Barcelona traía manuscrita en cua-tro volúmenes. Y sobre todo, aprovechando los fondos de la Biblioteca Na-cional de México y de otras bibliotecas del Distrito Federal. Un proyecto de tal envergadura nos muestra la capacidad de trabajo de Millares, que además, estaba de tiempo completo en el consulado de España y nos muestra tam-bién el entusiasmo ante la riqueza bibliográfica del país que lo acogía. Por un momento, se olvidó de sus múltiples intereses y se concentró en el mundo del libro, una de sus pasiones desde que era joven. Y para facilitar todo, le dice a Reyes que no se preocupe del dinero, que se hará con pocos recur-sos, sólo sueldos para los auxiliares y gastos de viaje. Además del proyecto bibliográfico, la carta de presentación de Millares ante Reyes incluía el plan de reedición de una Gramática latina y una Anto-logía latina, ambas obras publicadas en España. Su deseo fue prontamente satisfecho y ambos libros fueron reeditados en 194112. La reedición de estos libros era muy necesaria para la clase y seminario de latín que planeaba dar en la Facultad de Filosofía y Letras y que empezó a impartir en el segundo semestre de 1939, bajo los auspicios de La Casa13. También en ese semes-tre formalizó un curso de paleografía, «eminentemente práctico […] incluyen-do nociones de diplomática, como cronología, forma externa, estudios de for-mularios, etc»14. se hizo por decreto del Presidente Lázaro Cárdenas en julio de 1938. En la fundación fue determinante la acción de Daniel Cosío Villegas, diplomático en Lisboa y presente en la guerra civil española. Vid. Clara E. Lida, José Antonio Matesanz y Josefina Zoraida Vázquez, La Casa de España y El Colegio de México, 2000, p. 37 y ss. 10 Alberto Enríquez Perea, Contribuciones… pp. 7 y 8. 11 Carta a Alfonso Reyes del 14 de mayo de 1939, en Contribuciones… pp. 39-41. 12 La primera edición de la Gramática, hecha en Madrid, es de 1935. La de la Antología, se hizo en Valencia en plena guerrra, en 1937. La edición mexicana tiene pie de imprenta de El Colegio de México. Más información en José Antonio Moreiro, op. cit. pp. 116 y 397 - 398. También en Alberto Enríquez Perea, «Bibliografía» en Contribuciones... p. 42-43. 13 En los primeros años La Casa no tenía sede propia y sus profesores fueron acomoda-dos en diversas instituciones académicas, entre ellas la Universidad Nacional. Este acomodo aparece en las cartas que cruzaron Alfonso Reyes y el entonces rector de la UNAM, Gus-tavo Baz (1894-1987), publicadas por Alberto Enríquez Perea con el título de Inteligencia española en México. Correspondencia Alfonso Reyes / Gustavo Baz, 2001. 14 Alberto Enríquez Perea, Contribuciones a la historia de España y México, p. 47. 16 Ascensión Hernández de León-Portilla Un proyecto más hay que recordar en este año de 1939: la catalogación de la sala de teología de la Biblioteca Nacional. Hay una carta fechada el 16 de octubre de 1939 en la que Reyes le ofrece al rector de la UNAM, Gusta-vo Baz que «durante las vacaciones, el miembro de esta Casa, profesor Mi-llares Carlo está dispuesto a trabajar en la catalogación de esta sala». Noso-tros, le dice, «proporcionaríamos el mozo para el correo de libros y un ayudante para su trabajo»15. Pocos días después, Gustavo Baz le contesta a Reyes que las autoridades de la Biblioteca han acogido el ofrecimiento y que don Agustín, «por su trato caballeroso y cordial, ha despertado grandes sim-patías en la Institución»16. EL GRAN PROYECTO DE 1940 El año de 1939 fue de trabajo angustioso y arduo: había que abrirse ca-mino en el mundo académico del nuevo país, trazar cursos y programas que encajaran bien con la enseñanza universitaria y mostrar una competencia en temas que atrajeran la atención de los estudiantes mexicanos. Para 1940 ya eran muchos los profesores españoles que habían llegado a México al termi-nar la guerra el 1 de abril de 1939 y que esperaban encontrar un contrato de trabajo duradero y amable en la Universidad Nacional, en el Politécnico o en universidades de provincias, algunas muy reconocidas. En estas circunstancias, Millares le propone a Reyes, en carta de 29 de octubre de 1939, un plan de trabajo para 1940 verdaderamente extenso, con varias líneas de docencia e investigación, diríamos hoy, aunque él lo denomi-na simplemente «un plan triple»: cursos en la Universidad, trabajos de inves-tigación y publicaciones. Los cursos en la Universidad eran varios: uno de lengua latina para toda clase de alumnos; dos seminarios monográficos so-bre autores latinos concretos y un curso de paleografía de los siglos XVI y XVII. En este curso colaboraba el profesor Federico Gómez de Orozco. Respecto de los trabajos de investigación, ofrecía don Agustín tres proyectos: la cata-logación de la sala de teología de la Biblioteca Nacional; el examen y catalo-gación de la Biblioteca Pública de Morelia, y la investigación del Archivo de Protocolos Notariales guardados en las oficinas del Distrito Federal. Finalmen-te en el apartado de publicaciones ofrecía la edición ya citada de la Gramáti-ca y la Antología latinas y el comienzo de nuevas obras, una referente a fray Alonso de la Veracruz y un tratado de paleografía. Verdaderamente cualquie-ra que lea el programa pensará que era demasiado ambicioso y así lo sintió él porque en la misma carta hay un párrafo muy elocuente: 15 Vid. Inteligencia española en México…, 2001, p. 94. 16 Ibid., pp. 95 y 96. Agustín Millares Carlo: su trabajo en la Casa de España y el Colegio de México 17 Nada cuanto arriba se propone es ilusorio. Si el volumen de trabajo es grande, todo el problema para su realización estriba en una ordenación lógi-ca y rígida del trabajo. ¿Gastos? Casi ninguno. Unos ficheros, una máquina de escribir y a ser posible y como máxima aspiración una «leica», hoy poderoso auxiliar de estas tareas por lo mucho que las abrevia y simplifica17. En sus palabras se adivina el entusiasmo como motor de su disciplina de trabajo, de la que él habla. Sabe vender su proyecto, no pide casi nada de pre-supuesto, todo entra en su sueldo, que por esa fecha era de alrededor de 500 pesos mensuales. Además piensa hacerlo él solo con su máquina de escribir y una cámara de fotos. Y después de esto podemos preguntarnos: qué logró de lo prometido. Simplificando la mucha materia que se contiene en las car-tas de los años siguientes y en los informes de trabajo dirigidos a Reyes, po-demos decir que logró mucho de lo ofrecido. Consolidó las clases de latín y paleografía con un programa atrayente y completo. En sus seminarios logró preparar un grupo de latinistas que hoy son maestros de generaciones de maestros. Logró trabajar intensamente en la sala de teología de la Biblioteca Nacional con su sobrino Jorge Hernández Millares. Tan intensamente, que en un informe de 1940 dice que tienen ela-boradas 1.120 fichas con descripciones minuciosas de obras18. Pero un año después, en junio de 1941, ya se habla de millares de fichas en una carta que Reyes le escribe en tono confidencial y que quizá su autor, el propio Reyes, nunca pensó que sería publicada: El director de la Biblioteca Nacional, don José Vasconcelos, contestando a mi pregunta, me dice que podemos mandarle los millares de fichas de teo-logía que usted levantó, a reserva de que ellos continúen el trabajo cuando buenamente puedan, pues no se me disimula que la Biblioteca es el antro de la pobreza. En tales condiciones, no parece aconsejable el que nos despren-damos de estas fichas para que caigan en el olvido. Si a usted le parece, las conserva todavía en su poder o las deposita en El Colegio de México. Yo me encargo de no hacerle caso a mi amigo José Vasconcelos19. Otro logro a corto plazo fue el de la Biblioteca de Morelia. En carta de Reyes a Millares del 30 de agosto de 1939 le pregunta qué día puede ir a Morelia para entrar en contacto con el rector de la Universidad, don Natalio Vázquez Pallares a concretar el proyecto de catalogación de los libros del antiguo convento agustino de Tiripetío20. Dos años después, en 1941, volvió 17 Contribuciones… p. 57. Editor Alberto Enríquez Perea. 18 Ibid. p. 63. 19 Carta del 6 de junio de 1941. En Alberto Enríquez Perea, op. cit. p. 99. 20 Ibid., p. 51. El convento y Colegio de Tiripetío fue fundado hacia 1538 por los agusti-nos para educar a los jóvenes purépechas que se formaban en humanidades, en el trivium y cuatrivium. Allí enseñó fray Alonso de la Veracruz y fray Diego de Chávez, dos agusti- 18 Ascensión Hernández de León-Portilla a Morelia para tomar nota de algunos de los libros que procedían de Tiripe-tío y que habían ido a parar al Museo Michoacano. Por fin en 1942 realizó el trabajo, según el informe oficial que dirigió a Reyes a principios de 1943. En él le dice que ha encontrado ejemplares de libros excepcionales como la Bi-blia Políglota Complutense y la Chrónica Mundi o Crónica de Nuremberg, de 1493. Otra noticia buena que le da es que encontró y transcribió el testamento de don Antonio Huitziméngari, hijo del último gobernante del reino de Mi-choacán y maestro de la lengua purépecha de fray Alonso de la Veracruz, for-mado en Tiripetío. También le informa que encontró en el Museo un lote de libros antiguos en mal estado que trató de catalogar lo mejor que pudo. Ter-mina su informe pidiéndole a Reyes que apoye una exposición en la ciudad de México y un catálogo de estos libros tan valiosos y tan olvidados21. Final-mente, respecto del tercer proyecto del año 40, el estudio de los protocolos notariales, Millares lo llevó a cabo a lo largo de varios años con ayuda de José Ignacio Mantecón, como pronto se verá. EL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS Y EL CENTRO DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS El 16 de octubre de 1940, La Casa de España en México cambió de es-tructura y se transformó en El Colegio de México. La Casa había quedado chica porque su destino había sobrepasado la idea para la que fue creada: dar una morada a los profesores de la España peregrina22. Pronto esos profeso-res de múltiples disciplinas científicas y humanísticas se multiplicaron, y, con ellos, se mezclaron los mexicanos destacados. Unos y otros aparecían dando cursos y conferencias por los centros culturales de la ciudad de México: La Universidad, el Instituto Politécnico, el Palacio de Bellas Artes e inclusive universidades de provincia, en especial la de Morelia, Guanajuato y San Luis Potosí. Los pasos y trámites que se dieron para cambiar la estructura de la Casa están documentados punto por punto en la correspondencia de Reyes nos destacados del siglo XVI. En el siglo XIX, como consecuencia de las Leyes de Reforma, los libros acumulados en Tiripetío y en el cercano convento de Cuitzeo, fueron trasladados al Museo Michoacano, creado en Morelia por el doctor Nicolás León, figura destacada del siglo XIX y principios del XX. 21 La carta a Reyes con el citado informe está fechada el 17 de febrero de 1943. Vid. Alberto Enríquez Perea, pp. 118-120. 22 Sobre esta transformación existe un Memorandum de Reyes al Secretario de Hacienda en el que le hace varias propuestas, de acuerdo con el sentir de la opinión pública. Entre ellas, que la Institución acoja a profesores mexicanos, que cambie su nombre al de Centro de Estudios Superiores y que deje de ser dependencia del ejecutivo y pase a ser una aso-ciación civil. El Memorandum se reproduce en carta de Reyes a Gustavo Baz, 27 de noviem-bre de 1939. Vid. Inteligencia española en México…editada por Alberto Enríquez Perea, 2001, p. 99. Agustín Millares Carlo: su trabajo en la Casa de España y el Colegio de México 19 reunida por Alberto Enríquez Perea en un volumen titulado Alfonso Reyes en La Casa de España en México (1939 y 1940), publicado en 2005. Una amplia «Presentación» abre el citado volumen con un ensayo en el que se recons-truye el proceso del cambio y los protagonistas que en él intervinieron23. La Casa era ya, de hecho, una universidad con intensa actividad. El cambio era necesario y Reyes se lo hizo saber a Millares avisándole que su contrato, como cada año, terminaba el 31 de diciembre. Sin embargo le pedía el programa de trabajo para el año próximo. Millares se lo envía y muy amplio; además de sus cursos, le presenta un proyecto de elaboración de un índice analítico de las colecciones documentales de historia de Améri-ca. Lo expone detalladamente y le dice que cuenta con la colaboración de dos investigadores: Juan Vicens (1895- 1958) y José Ignacio Mantecón (1902- 1980).24 Reyes le contesta que se ponga en contacto con Silvio Zavala. Un nuevo personaje entra en el entorno cercano de Millares, personaje bien co-nocido de él ya que ambos habían trabajado juntos en el Centro de Estudios Históricos de Madrid. Precisamente en una carta de Silvio Zavala dirigida a Reyes en diciem-bre de 1940 aparece ya Millares como miembro del futuro Centro de Estu-dios Históricos del El Colegio. En la carta, Zavala le dice a Reyes que des-pués de varias reuniones con colegas, le envía unas páginas con un proyecto de Instituto de Investigaciones Históricas y que en él tendrá un papel —aún no definido— el señor Millares25. El Centro se hace realidad bajo la dirección de Zavala en 1941 con un pro-yecto académico ambicioso orientado, según Clara E. Lida, a «cultivar con profundidad la historia de Hispanoamérica con énfasis especial en la de Méxi-co. El Centro recogió la inquietud nacionalista predominante en el país en esos momentos, que en múltiples ocasiones tomó la forma de una arrobada curiosidad por sí mismo»26. Pero, más allá del nacionalismo, en el Centro se puso en marcha un programa de estudios en el que se profundizaba en la in-dagación del dato y en la reflexión de los hechos con nuevos métodos e ins-trumentos. En este contexto se hacía muy valioso el saber paleográfico de Millares y sus cursos de latín para indagar en cualquier tema histórico, clá-sico, medieval o novohispano, relacionado con documentos de archivo. 23 Sobre este tema puede también consultarse a Clara E. Lida, José Antonio Matesanz y Josefina Zoraida Vazquez, La Casa de España y el Colegio de México, 2000, pp. 93- 98. 24 Carta del 17 de enero de 1941. Vid. Alberto Enríquez Perea, op. cit. pp. 85-92. 25 Carta de Silvio Zavala a Alfonso Reyes del 16 de diciembre de 1940. Fronteras con-quistadas. Correspondencia Alfonso Reyes / Silvio Zavala 1937-1958. Compilación, introduc-ción y notas Alberto Enríquez Perea, 1998, p. 65. 26 Clara E. Lida, La Casa de España y El Colegio de México, p. 179. Informa esta autora que en 1945 El Colegio tuvo una sede propia en la calle de Sevilla 30. Antes funcionó en las oficinas del Fondo de Cultura y en la Secretaría de Hacienda. Las clases de historia se impartían en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, ENAH. 20 Ascensión Hernández de León-Portilla El curso comenzó en enero de 1941con cinco profesores, número que aumentó a siete en 1942: Agustín Millares Carlo, latín y paleografía; Juan B. Iguíniz, (1881-1972), bibliografía; Ramón Iglesia, (1905-1948), historiografía y conquista de América; José Carner (1884-1970), historia general de la cul-tura europea; Concepción Muedra, instituciones medievales españolas y ar-chivología; Silvio Zavala, instituciones coloniales de España en América; y José María Miquel y Vergés (1904-1964), Independencia de América con én-fasis en la de México27. De los siete, cinco eran españoles28. Este dato con-firma, una vez más, la importancia que tuvo para el exilio la fundación de La Casa de España como morada vital. Para la propia España, la importancia era aún mayor porque muchos de los cursos que allí se dieron tocaban temas de la historia española, lo cual propiciaba la creación de un espacio de compren-sión y acercamiento de España y México, en aquellos años alejados por un profundo corte en las relaciones diplomáticas. «El núcleo fundamental y básico del profesorado del Centro lo formaron quienes se dedicaron a él casi exclusivamente: Zavala, Altamira, Iglesia, Mue-dra, Millares, Miranda y Gaos», afirma Clara Lida en su estudio ya citado29. Pero en realidad, todos los que enseñaron en El Centro innovaron en sus cursos con propuestas y puntos de vista nuevos en las disciplinas humanís-ticas básicas. Respecto de los cursos de Millares, Clara Lida afirma «que tuvo a su cargo algunas de las materias técnicas y metodológicas más importan-tes en la formación de colonialistas: la paleografía y el latín, campos en los que su erudita formación resultó fundamental»30. La opinión es verdadera, aunque debe extenderse no sólo a los colonialistas sino también a los histo-riadores en general y desde luego a los filólogos formados en el Centro de Estudios Filológicos que se abrió en 1947 bajo la dirección de Raimundo Lida (1908-1967), en el que Millares dejó huella. Pero además, sus materias no sólo eran técnicas y metodológicas ya que a través de ellas enseñaba a sus alum-nos el humanismo de la cultura clásica y medieval. De su trabajo en los primeros años del Centro de Estudios Históricos tenemos el propio testimonio de don Agustín en una carta dirigida a Reyes en 1942. En ella dice que ha concentrado sus esfuerzos en la paleografía de los siglos XVI y XVII y que el grupo de alumnos es bueno. En cuanto al latín, afirma que quiere dar una hora más a la semana para que se pueda ver a fon-do la gramática. En resumen, afirma, «mi experiencia es satisfactoria y abri-go la esperanza de que de nuestro Centro saldrá un grupo bien preparado de futuros historiadores»31. 27 Informe sobre el Centro de Investigaciones Históricas, en Alberto Enríquez Perea, Fronteras conquistada, p. 315 28 Más tarde se incorporaron al centro José Miranda (1903-1967) y José Gaos. 29 Ibidem, p. 186. 30 Clara Lida, op cit. p. 189. 31 Contribución a la historia de España y México. Correspondencia entre Alfonso Reyes y Agustín Millares Carlo, p. 103. Agustín Millares Carlo: su trabajo en la Casa de España y el Colegio de México 21 Como ya se adelantó, en 1947, El Colegio fundó un Centro de Estudios Filológicos bajo la dirección de Raimundo Lida. Desde antes, Alfonso Reyes y algunos miembros de El Colegio como Enrique Díez Canedo, pensaban en un centro de estudios literarios y filológicos, al estilo del que se había fun-dado en Buenos Aires en 1923 bajo la inspiración del Centro de Estudios Históricos de Madrid. Para dirigir el nuevo Centro se pensó en Pedro Hen-ríquez Ureña (1884-1946), admirado literato y filólogo dominicano con mu-cha proyección en América. Al morir Ureña, Reyes entró en contacto con Amado Alonso, quien había dirigido el Instituto de Filología de Buenos Ai-res, aunque en aquellos momentos enseñaba en la Universidad de Harvard. Finalmente la responsabilidad de dirigir el nuevo centro cayó en Raimundo Lida, discípulo de Amado Alonso y de gran prestigio como lingüista y litera-to, quien en 1948 organizó y puso en marcha El Centro de Estudios Filoló-gicos. Lida preparó un programa de docencia y de investigación muy exten-so y reanudó la publicación de la Nueva Revista de Filología Hispánica, que con él se mudó de Buenos Aires a México32. Millares estuvo presente en todas estas tareas que no le eran ajenas. Por una parte, había trabajado en el Centro de Estudios Históricos de Madrid con Menéndez Pidal, quien le encargó la dirección del recién creado Instituto de Filología de Buenos Aires en 1924 durante casi un año, en 1924. Conocía a Amado Alonso, formado también en Madrid y exiliado como él. En suma, el Nuevo Centro arrancaba de una tradición que le era familiar a Millares pues, en cierto grado, en ella se había formado. Por otra parte, el Millares latinista era esencial para la preparación de los nuevos filólogos y así lo dejó consig-nado Antonio Alatorre al recordar el quehacer de sus maestros en aquellos primeros años del Instituto: Algunos de los cursos fueron muy comunes y corrientes […] Pero otros estuvieron muy por encima porque quienes los dieron eran entusiastas. Un entusiasta: Millares Carlo que dio clases de latín y de paleografía. Yo no asistí a las primeras (porque ya sabía latín), pero me consta que eran tan animadas como las de paleografía; aprender paleografía con Millares era una aventura emocionante, un viaje de descubrimientos33. Las palabras de Alatorre nos confirman el lado humano del profesor que sabía dar vida a la materia que explicaba y sabía transmitir a sus alumnos el gusto y la pasión por lo que estudiaba. Era el profesor que se entregaba a su asignatura con saber y sentir. El testimonio coincide con el de otro de sus alumnos, Antonio Gómez Robledo, quien recordaba que en sus clases de la-tín, Millares recreaba los hechos históricos de los textos clásicos y así, un 32 La historia del Centro puede consultarse en la obra citada de Clara E. Lida et alii, La casa de España y El Colegio de México, pp. 243-275. 33 «Testimonio de Antonio Alatorre», en Clara E. Lida, op. cit. p. 254. 22 Ascensión Hernández de León-Portilla día, al terminar la traducción del libro IV de la Eneida, Millares recreó llo-rando la muerte de Dido34. AÑOS DE FECUNDIDAD: LIBROS Y MÁS LIBROS En suma, en estos años de trabajo en los Centros de Estudios Históri-cos y Filológicos, don Agustín produjo mucho y variado. En realidad, uno de los rasgos más marcado de su quehacer era el de sus múltiples intereses por varias disciplinas, lo cual lo hizo ser un polígrafo al estilo de su admirado Menéndez Pelayo y de su maestro Menéndez Pidal. Este rasgo lleva en sí otro: la fecundidad de su pluma. Desde sus años de estudiante en Madrid publicó mucho, y no sólo libros sino múltiples ensayos en revistas y periódi-cos. Puede decirse que su bibliografía es impresionante como puede verse en la obra que le dedicó hace unos años José Antonio Moreiro35. Una gran parte de esa obra la hizo en México y está reseñada por Alberto Enríquez Perea en el volumen ya citado que recoge la correspondencia entre Alfonso Reyes y Millares Carlo. Es necesario sin embargo, hacer algunos comentarios sobre ella. En pri-mer lugar hay que destacar que la obra escrita es el logro de sus grandes proyectos que se describieron en páginas anteriores; en segundo, que es parte inseparable de sus tareas docentes en El Colegio y en la Universidad Nacio-nal, a la cual don Agustín estuvo también muy ligado e inclusive hay que re-cordar que a partir de 1954 fue nombrado profesor de tiempo completo en la Facultad de Filosofía y Letras. El nombramiento implicaba pedir licencia en El Colegio, aunque Millares siguió «unido moralmente» a esta Casa que le acogió a su llegada36. Ya vimos que las primeras publicaciones fueron reediciones de la Gramá-tica y la Antología latinas que había editado en Madrid. Pero Millares, como muchos de sus compañeros de exilio, al pisar tierra mexicana, se interesó por la historia de México. En su proyecto de 1940 ya incluye un estudio de los protocolos de los archivos notariales de la ciudad de México, estudio que poco a poco realizó con su amigo José Ignacio Mantecón. Ambos publicaron un artículo en 1944 sobre el «Archivo de notarías»37 y un año después estaba 34 Testimonio recogido por la autora de este ensayo el 7 de octubre de 1986. Publi-cado en «Agustín Millares Carlo, polígrafo de España y América», Cuadernos America-nos. Nueva Época, México, UNAM, 1994, v. 47, p. 25. 35 José Antonio Moreiro, Agustín Millares Carlo: el hombre y el sabio. Islas Canarias, 1989. La bibliografía se extiende a lo largo de 112 páginas. 36 Carta a Alfonso Reyes del 29 de julio de 1954, en Contribuciones… p. 195. 37 El artículo se publicó en la Revista de Historia de América 1944. Comentarios en Al-berto Enríquez Perea, «Presentación» a Contribuciones a la historia de España y México..., p. 56 Agustín Millares Carlo: su trabajo en la Casa de España y el Colegio de México 23 lista la publicación Índice de extractos de los protocolos del Archivo de Notarías de Mexico D. F. (Siglo XVI), publicado por El Colegio de México en dos volú-menes de 470 p. y 395 p. Esta obra fue un punto de partida para la investi-gación en el campo de la archivología, que ambos siguieron cultivando en di-versos ensayos hasta elaborar el Repertorio bibliográfico de los archivos mexicanos y de los europeos y norteamericanos de interés para México, publica-do en 1959 por la Biblioteca Nacional, otro volumen de casi cuatrocientas páginas y modelo en su género. En relación con estos tratados que abrían nuevos horizontes en el cam-po de la archivología, Millares y Mantecón preparon un texto de estudio para facilitar la lectura de los manuscritos. Me refiero al Álbum de Paleografía his-panoamericana, en tres volúmenes, uno de índole teórica y los otros dos de lectura de láminas. El Álbum es fundamental, instrumento imprescindible para el estudio de documentos novohispanos. No existe otra obra de esta índole, sigue teniendo vigencia absoluta. En realidad, el Álbum es el equivalente mexicano del Tratado de paleografía española, Madrid, Hernando, 1932, 3 v.38 Por estos y otros estudios de paleografía, Millares es considerado uno de los mejores paleógrafos de Europa junto con el francés Jean Mallon. Uno de sus intereses más fuertes y perdurables fue el saber acerca de los libros, las bibliotecas y los bibliográfos. En varios de sus proyectos habla de crear un Instituto de Bibliografía Mexicana, cuestión que aborda con fuerza en una carta a Alfonso Reyes escrita en marzo de 194339. No lo consiguió pero sus publicaciones en este campo abrieron camino. Es más ese mismo año sacó a la luz con su amigo Mantecón el Ensayo de una bibliografía de bibliografías mexicanas. La imprenta, el libro y las bibliotecas, publicado por el departamento del Distrito Federal. Otro dato: entre los años de 1944 y 1961 sacó miles de fichas en la sección bibliográfica en la Revista de Historia de América. Digna de recordar es su biografía de Juan José de Eguiara y Eguren (1696-1763), publicada por el Fondo de Cultura en 1944. Y digna de recordar es su edi-ción y puesta al día de la obra de Joaquín García Icazbalceta (1825-1894), que vio la luz en 1870, Bibliografía mexicana del siglo XVI, Fondo de Cultura Eco-nómica, 1954. Gracias a su enorme cantidad de datos y anotaciones hoy po-demos tener completa y revivida la obra del famoso historiador del siglo XIX. El interés por la historia de México llevó a Millares a incursionar en un campo nuevo para él, el de los historiadores y cronistas de México. Muy pron-to, para 1942, tenía lista la traducción del extenso libro de fray Bartolomé de las Casas, De unico vocationis modo omnium gentium ad veram religiones. Del 38 El Tratado, también en tres volúmenes, marcó un hito en los estudios paleográficos y se volvió a reeditar, puesto al día por su discípulo José Manuel Ruiz Asensio, en 1983. En realidad, parte de su contenido proviene de un libro anterior, Paleografía española. Ensayo de una historia de la escritura en España desde el siglo VIII al XVII, Barcelona, La-bor, 1929. 39 Vid. Contribuciones… 122. 24 Ascensión Hernández de León-Portilla único modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera religión, manuscrito inédito conservado en la Biblioteca Pública de Oaxaca, publicado por el Fon-do de Cultura Económica con una «Introducción» de Lewis Hanke. Con él se abrió una nueva colección del Fondo, la Biblioteca Americana de Obras Latinas. Dentro de esta colección y en colaboración con Hanke, Millares pu-blicó la Historia de las Indias, también de Las Casas, Fondo de Cultura Eco-nómica, 1951. Tradujo y editó también las Décadas del Nuevo Mundo de Pe-dro Mártir de Anglería, Secretaría de Educación Pública, 1945. Importante es, en este contexto, el conjunto de publicaciones acerca de fuentes sobre el gran debate que surgió en el siglo XVI acerca de la legalidad de la conquista. En-tre ellas recordaré el Cuerpo de documentos del siglo XVI sobre los derechos de España en las Indias y en Filipinas, descubiertos y anotados por Lewis Hanke, Fondo de Cultura Económica, 1943 y los tratados de dos profesores salman-tinos que en la Junta de Burgos de 1512 levantaron su voz en defensa de los naturales americanos, Juan López de Palacios Rubios, De las islas del mar océano, y Fray Matías de Paz, Del dominio de los reyes de España sobre los in-dios. Ambos, escritos en latín y traducidos por Millares fueron publicados con una Introducción de Silvio Zavala por el Fondo de Cultura en 1954. Un título más completa este conjunto, la edición facsimilar y estudio de las Leyes Nue-vas de Indias, México, Gráfica Panamericana, 1952. Al recordar esta obras, algunas traducidas del latín, hay que hacer alusión a un campo más en el que abrió brecha: el del latín novohispano o como hoy se dice, el neolatín. Hoy este campo ocupa a muchos investigadores que encuentran en él no solo datos para la historia de México sino una fuente de creatividad del pensamiento novohispano. Y al hablar del latín viene a la memoria otra aportación más, verdadera-mente genial de Millares: los autores clásicos en versión original con traduc-ción fiel al español y dentro de una colección mexicana. En 1944 salía el pri-mer volumen de la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana. Diseñada como una serie bilingüe, en ella se presentarían los textos clásicos apegados a las normas filológicas de la modernidad, con un prólogo sobre el autor y la obra. El proyecto era ambicioso y pocos centros académicos del mundo habían logrado una empresa de tal naturaleza. El hecho de que se lo-grara en la Universidad Nacional es un indicador del clima académico que se vivía en la ciudad de México en la década de 1940. Era un «momento feliz» en palabras de Eduardo García Máynez, director de la Facultad de Filosofía y Letras: Deseo recordar que entre 1937 y 1940 llegaron de España muchos y muy distinguidos intelectuales para los que el doctor Gaos invento el calificativo feliz de transterrados […]. Lo que entonces se hizo, difícilmente habría po-dido lograrse sin su ayuda. Aquellos años fueron un momento feliz de nues-tra Facultad pues los azares de la historia hicieron que entre sus profesores Agustín Millares Carlo: su trabajo en la Casa de España y el Colegio de México 25 figuraran, junto a los más notables entre los mexicanos, varios de los mejo-res de las universidades de Madrid y Barcelona40. En realidad, el proyecto fue presentado a Alfonso Reyes en carta firmada por Millares el 29 de marzo de 1943 según un plan ideado por él y Juan David García Bacca (1901-1992)41. La idea era que el Colegio patrocinara traduccio-nes de los clásicos y algo se hizo. Por una parte, en 1944, salió una segunda edición de las Cuestiones Académicas, de Cicerón, que Millares había publi-cado en Madrid en 1919; y, por la otra, la citada edición De los deberes, am-bas con prólogo de Juan David García Bacca y ambas patrocinadas por El Colegio. Pero finalmente, el proyecto se logró en la Universidad. Don Agustín colaboró en la Bibliotheca desde el primer año de su funda-ción, 1944 con una traducción de La conjuración de Catilina, de Salustio. Al año siguiente, 1945, publicó otro volumen con La Guerra de Yugurta, Frag-mentos de Historia y Cartas a César sobre el gobierno de la república. Poco des-pués sacó otros dos volúmenes, Vidas de los ilustres capitanes de Cornelio Nepote, 1947, y más tarde, Desde la fundación de la ciudad, de Tito Livio, 1955. En esta tarea de impulsar la colección bilingüe estuvo acompañado de varios colegas transterrados latinistas como él: Juan David García Bacca, José María Gallegos Rocafull (1899- 1963) y Domingo Tirado Benedí (1898-1971). El proyecto fue comunitario, mexicano-español aunque Millares imaginó y puso nombre a la colección, una vez que él y García Bacca conquistaron el corazón de Eduardo García Máynez42. La Biblioteca se consolidó con latinis-tas mexicanos, algunos de ellos discípulos de Millares y hoy maestros de maestros como Rubén Bonifaz Nuño, Germán Viveros, Roberto Heredia y Tarsicio Herrera, figuras destacadas de la Universidad Nacional. Tanto en sus traducciones de los autores latinos como de los cronistas novohispanos que escribieron en latín, Millares tuvo saber y sutileza, al de-cir de Elsa Cecilia Frost. Destaca esta autora que sus traducciones están acompañadas de numerosas notas en las que explica con paciencia y rigor problemas lingüísticos; destaca su cuidado de leer bien el texto, así como su buen oído y sensibilidad. Piensa ella que fue un traductor excepcional: Uno de aquellos pocos que son capaces de ir más allá de las palabras del texto para entregarnos el mundo del que nació. Pero me atrevo a decir que, más allá que sus traducciones mismas, lo que debiéramos aceptar como su 40 Eduardo García Máynez, «Breve historia del Centro de Estudios Filosóficos», Dianoia, 1966, p. 240. 41 Carta del 29 de marzo de 1943. Vid. Contribuciones a la historia de España y México… p. 122. 42 Vid. Ascensión Hernández de León Portilla, «Clasicistas», en Científicos y Humanis-tas del exilio español en México, México, Academia Mexicana de Ciencias, 2006, p. 69. Cabe añadir que desde 1944 hasta 1955 de veintidós volúmenes, dieciséis son de españoles. 26 Ascensión Hernández de León-Portilla mayor legado es su manera de acercarse a un original: con una gran prepa-ración y un gran interés y también con humildad y paciencia43. Para Millares, su proyecto como latinista acabó en México. Al marchar a Venezuela se dedicó profundamente a la historia de ese país. Pero, poco an-tes de marcharse, en una carta a Alfonso Reyes le invita a escribir en un Anuario de Estudios Clásicos próximo a publicarse por el Instituto de Filolo-gía Clásica de la UNAM. Millares firma como director y le ruega que colabo-re. Vemos pues que al final de su estancia en México, pudo corresponder con el hombre que tanto le había ayudado a lo largo de su vida, una vida llena de proyectos y logros, de venturas y desventuras, pero siempre vivida con es-peranza. SUS ÚLTIMOS AÑOS. SU LEGADO En 1953, don Agustín viajó a España acompañado de una de sus hijas y de su nieto con la idea de reintegrarse a su cátedra de Paleografía en la en-tonces Universidad Central. En carta a Reyes del 23 de marzo de aquel año le cuenta brevemente el fracaso de su intento y su proyecto de regresar a México, proyecto que fue muy bien recibido en El Colegio44. Por segunda vez volvió a La Casa de España, a su vida mexicana. Pero en 1959 decidió pasar un sabático en la Universidad de Zulia, en Maracaibo, y lo que iba a ser un sabático se convirtió en una larga estadía de quince años. Se volcó en la his-toria de Venezuela, a través de libros y documentos de bibliotecas y archi-vos y dejó una huella profunda45. Sin embargo, el destino quiso que en 1975 se le hiciera un homenaje en su tierra y Millares llegó a su isla para quedarse. El «viejo profesor de la-tín »46, tuvo arrestos para iniciar un plan cultural y para arreglar sus papeles sobre los códices visigóticos, la pasión de su vida. Con él llevó toda su expe-riencia del mundo americano, un inmenso saber acumulado en bibliotecas y archivos, en clases y pasillos. Su vida fue un ir y venir entre dos mundos y tres culturas hermanas y hermanadas por los libros. En ese peregrinar sin descanso vivió los acontecimientos vertebrales del siglo XX: el renacer cul-tural español de la Edad de Plata, la guerra civil, el esplendor cultural pos-revolucionario mexicano. En todos estos aconteceres fue siempre el mismo: 43 Elsa Cecilia Frost, «De la humildad y el esplendor de la traducción: don Agustín Millares Carlo (1893- 1978)», Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad, 1993. 44 Carta incluída en Contribuciones a la historia de España y México… p. 185. 45 Vid. José Antonio Moreiro, op. cit. p. 229- 282. 46 Así le gustaba llamarse. Lo cuenta su discípulo venezolano Lino Vaz Araujo en Agus-tín Millares Carlo. Testimonios para una biografía. Maracaibo, Universidad de Zulia, 1968, p. 32. Agustín Millares Carlo: su trabajo en la Casa de España y el Colegio de México 27 el maestro generoso, el investigador sin descanso, el hispanista que se vuel-ve americanista. Si se hubiera quedado en España, hubiera visto publicada su obra sobre los códices visigóticos, la pasión de su vida47. Pero su destino es-taba en América, donde supo construir un espacio común a varios países de una lengua común. Hombres como él han ayudado a forjar la historia de nues-tra centuria y a enriquecer nuestra cultura compartida en las orillas del At-lántico. REFERENCIAS BILIOGRÁFICAS Alfonso Reyes en La Casa de España en México (1939 y 1940). Compilación, intro-ducción y notas de Alberto Enríquez Perea. México, El Colegio Nacional, 2005. Contribuciones a la historia de España y México. Correspondencia entre Alfonso Reyes y Agustín Millares Carlo 1919-1958. Compilación, bibliografía y notas de Alberto Enríquez Perea. México, El Colegio Nacional, 2005. Días de exilio. Correspondencia entre María Zambrano y Alfonso Reyes, 1939-1959 y textos de María Zambrano sobre Alfonso Reyes, 1960-1989. México, Taurus y El Colegio de México, 2005. Fronteras conquistadas. Correspondencia Alfonso Reyes/Silvio Zavala. Compilación, Introducción y notas de Alberto Enríquez Perea. México, El Colegio de México, 1998. HERNÁNDEZ DE LEÓN PORTILLA, «Filólogos españoles en la UNAM», El pensamiento español contemporáneo y la idea de América. José Luis Abellán y Antonio Mon-clús, coordinadores. Barcelona, Anthropos, 1989, v. I, pp. 225-242. — «Agustín Millares Carlo, polígrafo de España y América». Cuadernos Americanos. Nueva época, México, UNAM, 1994, pp. 76-102. — «Agustín Millares Carlo, codicólogo». Boletín Millares Carlo. Las Palmas de Gran Canaria, Centro Asociado a la UNED, 2001, v. 20, pp. 51-58. — «Clasicistas», en Científicos y humanistas del exilio español en México. Antonio Bolívar Goyanes, coordinador. México, Academia Mexicana de Ciencias, 2006, pp. 63-74. Inteligencia Española en México. Correspondencia Alfonso Reyes/Gustavo Baz (1939- 1958). Compilación, presentación y notas de Alberto Enríquez Perea. Fundación Histórica Tavera. El Colegio de México, 2001. LIDA, Clara E., José Antonio MATESANZ y Josefina Zoraida VÁZQUEZ, La Casa de Es-paña y El Colegio de México. Memoria, 1938- 2000. México, El Colegio de Méxi-co, 2000. 47 Cuando Millares regresó a Las Palmas, llevó consigo cinco carpetas verdes con sus papeles sobre los dichos códices. Años después, en 1999, sus discípulos terminaron el trabajo y lo publicaron en dos volúmenes con el patrocinio de la Universidad de Educa-ción a Distancia y el Gobierno de Las Canarias con el título de Corpus de Códices visigóticos. Se hizo una presentación del corpus en la Biblioteca Nacional de México, Vid. Ascen-sión Hernández de León-Portilla, «Agustín Millares Carlo, codicólogo», 2001. 28 Ascensión Hernández de León-Portilla MANTECÓN, Matilde, «Indice biobliográfico del exilio español en México», en El exi-lio español en México, Fondo de Cultura Económica y Editorial Salvat, 1982. MOREIRO, José Antonio, Agustín Millares Carlo: el hombre y el sabio. Gobierno de las Islas Canarias, 1989. PEREA, Alberto Enríquez, «Presentación» a Contribuciones a la historia de España y México. Correspondencia entre Alfonso Reyes y Agustín Millares Carlo. México, El Colegio Nacional, 2005. VAZ ARAUJO, Lino, Agustín Millares Carlo. Testimonios para una biografía. Maracai-bo, Universidad de Zulia, 1968. |
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