Boletín Millares Carlo, núm. 28. Centro Asociado UNED. Las Palmas de Gran Canaria, 2009.
FAJARDO DE RUEDA, Marta: Oribes y Plateros en la Nueva Granada, Se-cretariado
de Publicaciones de la Universidad de León, León, 2008, 389 pp.
+ ilustraciones en B/N y color [ISBN: 978-84-9773-428-8].
Prologada por el Dr. Jesús Paniagua Pérez, Catedrático de Historia de América
de la Universidad de León y estudioso de la platería hispanoamericana, la presente
publicación supone una interesante aportación a los estudios sobre la orfebrería de
Hispanoamérica, tornándose en una fuente fundamental para el conocimiento de la plata
del antiguo Reino de la Nueva Granada, actual República de Colombia.
Su autora, Marta Fajardo de Rueda, Dra. en Historia del Arte por la Universidad
Nacional de Colombia, ha de ser considerada pionera de los estudios sobre el arte de
la plata labrada en Nueva Granada, ya que, si exceptuamos las pequeñas contribucio-nes
debidas a los historiadores G. Giraldo Jaramillo (1954), L. Alberto Acuña (1964),
F. Gil Tovar y C. Arbeláez Camacho (1968), la platería neogranadina no había conta-do
hasta ahora con otros estudios. Asimismo, a la historiadora se debe el haber orga-nizado
en 1990 la primera exposición sobre orfebrería en el país, seleccionando para
ello las preseas más valiosas custodiadas en el Tesoro de la Catedral Primada de
Bogotá.
En los once capítulos de que consta la obra que ahora reseñamos, la Dra. Fajar-do
nos ofrece un completo panorama de lo que ha supuesto el Arte de la Platería en
las diferentes regiones del país, desde el período precolombino hasta el siglo XIX. A
esto hemos de sumar el valioso diccionario bibliográfico-documental de artífices de la
plata activos en la Nueva Granada, el cual, junto con la bibliografía, las fuentes docu-mentales
consultadas y los índices, constituyen el colofón de su trabajo de investiga-ción.
En el primero de los capítulos, la investigadora se ocupa de algunos aspectos re-lacionados
con el oficio de platero: procedencia de los artistas, formación y organiza-ción
del trabajo, las técnicas empleadas y el control por parte del Estado, entre otras
cuestiones.
388 Reseñas
El segundo capítulo trata de los precedentes prehispánicos, destacando el papel
fundamental que jugó la orfebrería en las culturas indígenas precolombinas, al tiempo
que se da a conocer cómo la platería española se fue imponiendo poco a poco hasta
hacer desaparecer las manifestaciones indígenas.
El capítulo tercero versa sobre la región de Santafé, y el mismo nos aporta infor-mación
de sumo interés referente a los conciertos de aprendizaje entre los plateros y
sobre los principales destinatarios de las obras labradas. El capítulo incluye una se-lección
de las creaciones santafereñas más señeras que han llegado hasta hoy, caso
de la Custodia de San Ignacio, conocida como La Lechuga (José de Galaz, 1700-1707)
o la Custodia La Preciosa (Nicolás de Burgos y Aguilera, 1736).
La región de Tunja centra el siguiente capítulo, en el que la autora destaca el
empleo en la platería de las abundantes esmeraldas extraídas de las minas de la zona,
así como la presencia de artífices portugueses en la región. También contamos con
una breve muestra del rico legado sacro, del cual son valiosos testimonios las custo-dias
del siglo XVII y el arca eucarística dieciochesca de la Catedral de Santiago de
Tunja.
El capítulo quinto presta atención al arte de la plata en las regiones de Santa Marta
y Ríohacha, en el que la autora destaca la importancia de la que gozaron algunos
materiales entre los orfebres, como son la perla, el carey y el marfil, empleados en
diversas tipologías (marcos de cuadros, custodias, cruces, atriles, rosarios, ...).
Nueva Pamplona y San Juan de Girón son las regiones estudiadas en el sexto ca-pítulo,
donde la Dra. Fajardo ofrece una sucinta visión sobre la organización de los
plateros y las alhajas que pertenecieron a las imágenes de mayor devoción, como la
Virgen de Chiquinquirá o Nuestra Señora de la Cueva Santa de Bochalema. Asimis-mo,
se mencionan las piezas de mayor interés que se custodian en el Museo Arqui-diocesano
de Arte Religioso de Pamplona.
A continuación, la estudiosa se centra en el desarrollo del Arte de la Platería en
Cartagena de Indias y en la Villa de Santa Cruz de Mompox. En este capítulo, Fajar-do
de Rueda da a conocer la importante tradición de la técnica de la filigrana entre
los plateros momposinos, que llegaron a ser reputados filigraneros, y algunas de las
creaciones más sobresalientes que han llegado hasta nuestros días, como es el mani-festador
o expositor eucarístico del siglo XIX que se conserva en el Museo de Arte
Religioso momposino.
En cuanto a Cartagena de Indias, la historiadora hace mención de los artífices que
laboraron en la región y de las joyas que los oribes o plateros de oro llevaron a cabo
por encargo de los cartageneros más acaudalados, según revelan los testamentos.
En los capítulos octavo y noveno, Fajardo de Rueda presta atención a la evolu-ción
de la platería en las gobernaciones de Antioquia y Popayán, aportando documen-tación
sobre los gremios de plateros, las artífices María Francisca Rojas, que trabajó
en Antioquia, y Balthasara Prado, oriunda de Cali. Asimismo, la historiadora se ocupa
de las notables creaciones de la orfebrería religiosa, como la Custodia La Bicéfala
(Museo de Arte Arquidiocesano de Popayán) o la riquísima Corona de la Inmaculada
Concepción de Popayán, famosa pieza de oro y pedrería conocida como la Corona de
Los Andes (colección particular de Nueva York).
En el siguiente capítulo, la investigadora analiza las rutas que las piezas america-nas
de plata recorrían desde el lugar donde fueron labradas hasta su destino, especial-mente
las que, partiendo del floreciente puerto novohispano de Veracruz, arribaron a
Nueva Granada, San Cristóbal de La Habana, La Guaira o Maracaibo. Buen ejemplo
Reseñas 389
de lo comentado son las alhajas procedentes de Nueva España que la historiadora ha
localizado en el Museo Arquidiocesano de Arte Religioso de Pamplona, así como las
obras quiteñas pertenecientes a museos y colecciones neogranadinas.
Finalmente, el último capítulo trata de la joyería, concretamente de su significa-ción
en lo que al culto de las imágenes sagradas concierne (alhajamiento de las Vír-genes
de mayor devoción), de la relevancia de la que la misma gozó en el adorno
personal, así como de las fuentes documentales (testamentos, inventarios) e iconográ-ficas
(la pintura) con las que contamos para el estudio y catalogación de las antiguas
alhajas.
La presente publicación se enriquece más si cabe con la inclusión, al final del li-bro,
de un diccionario bibliográfico-documental de oribes y plateros que trabajaron en
el antiguo Reino de la Nueva Granada, durante los siglos XVI-XIX. En este diccionario,
de gran utilidad a la hora de emprender el estudio de la platería neogranadina, la Dra.
Fajardo de Rueda logra documentar la trayectoria vital y la actividad desplegada por
casi quinientos artistas de la plata labrada, gracias a la documentación que durante años
pudo extraer de diferentes archivos nacionales, entre los que descuellan el Archivo
General de la Nación, el Archivo de la Catedral Primada de Bogotá y los Archivos
Históricos de Boyacá, Antioquia, Cartagena de Indias y Santa Cruz de Mompox.
JOSÉ CESÁREO LÓPEZ PLASENCIA
EVOCACIÓN
MILLARES CARLO, Juan: Obras completas, Las Palmas de Gran Canaria,
Gobierno de Canarias y Cabildo de Gran Canaria, 2008-2009, 4 vols. [ISBN
978-84-8103-526-1]
En 1960, por recomendación del gran filólogo canario, don Agustín Millares Car-lo,
a quien conocí en la tertulia de Rodríguez Moñino en el Café Lyon, fui a Las Pal-mas,
a trabajar en la recién inaugurada Casa-Museo de Galdós. Se empezaban a sacar
los libros y papeles de sus cajas, así que me instalé en el Museo Canario, donde me
dieron un despacho al cual pronto llegó don Agustín también a seguir trabajando en
su libro sobre el abate Marchena. Allí entre cafés y divertida cháchara llegué a admi-rar
a y aprender de don Agustín, generoso y jovial siempre.
Cuando llegué a Gando, me esperaban Agustín Millares Sall y su hijo Agustinito.
Ese primer verano forjé una gran amistad con Manena y Agustín. Cenaba casi a dia-rio
con ellos un arroz a la cubana con un platanito de añadidura. Yo les llevaba helado
a los cuatro niños, paseábamos por el barrio, por el parque de Santa Catalina, por las
Canteras. Después de ese verano me hicieron sentir familia, y volví el verano siguien-te,
y todo el año 62-63 con una beca Fulbright. Me sentí honrado cuando me nombra-ron
padrino del quinto niño, Layo. Conocí, pero no bien a don Juan Millares, porque
ya no podía hablar. Solo recientemente he tenido la agradable sorpresa de leer sus
escritos, y disfrutar de sus dibujos en los cuatro tomos que Selena Millares ha reuni-do,
y el Cabildo de Gran Canaria ha editado.
Agustín me leía sus versos a diario. Siempre andaba creando o puliéndolos en sus
cuadernos al volver de su trabajo en la Transmediterránea. En su casa conocí a José
390 Reseñas
María, a Pino, a Totoyo, a Isidro Miranda, a Manolo Bermejo, a Manolo Padorno, y a
muchos más. Aún se vivía en pleno franquismo, así que pude aprender mucho más
sobre esa época, que yo conocía sólo por mis maestros exilados en Nueva York, y
por lecturas y películas. Hoy día que se habla tanto de «memoria histórica», he vuel-to
a profundizar en una España que tanto quiero, y cuyas complejidades aún estudio.
En aquellos años yo había conocido a Américo Castro, Ángel del Río, Francisco Gar-cía
Lorca, Jorge Guillén, Francisco Ayala, Vicente Llorens, Federico de Onís y varios
más, pero aun no conocía muy bien sus historias, aunque si empezaba a penetrar en
sus obras. Al Museo iba a buscarme a menudo Ventura Doreste (Venturita), fino crí-tico
y ensayista. Yo le acompañaba a su casa, y hablábamos de literatura. Conocí tam-bién
a Sebastián de la Nuez, entonces catedrático de instituto, y luego de la Univer-sidad
de La Laguna. Con él colaboré en algunos proyectos galdosianos y, como con
todos mis amigos canarios, llegamos a ser «familia». Yo, hijo único, con casi toda la
familia asesinada en Polonia por los nazis, tuve la gran suerte de ser adoptado por
canarios que nunca he olvidado. Entre ellos Amalia y Carlos Bosch, y Amelia y Ma-nolo
Bermejo.
Al leer la excelente introducción de Selena Millares, me entero de más datos sobre
el franquismo en Canarias y, específicamente, en la vida de Juan Millares y su familia.
El fue destituido de su puesto, y exilado a otra isla sin su familia. Otros, como sabe-mos,
tuvieron peor suerte, como puede constatarse en la novela documental de Niva-ria
Tejera, El barranco. Nadie salió ileso de la horrible sangría sufrida por los espa-ñoles
de diversos tintes políticos. Otras potencias extranjeras se aprovecharon para
perseguir sus fines de conquista y expolio. No es este el momento de tocar un tema
tan complejo, y aun doloroso. Lo que es indudable es que Canarias ha producido siem-pre
grandes escritores, pintores, sabios, y políticos, y que la mayoría abogaba por la
paz. En ese sentido, las Canarias son verdaderamente Afortunadas.
En nuestra casa perviven no sólo los regalos que nos han hecho los amigos cana-rios,
un timple de Totoyo, unos poemas de José María, libros de Agustín, un cuchillo
canario, un gouache de Manolo pero, en primer plano, unos recuerdos para toda la
vida. Entre ellos un ensayo dedicado a mí por don Juan en 1965, Personajes galdosia-nos
(clérigos y anti-clericalismo). No lo conocía hasta verlo en esta tan cuidada edición
de Selena. Le deseo mucha difusión y éxito.
JOSÉ SCRHAIBMAN
Catedrático
Washington University
St. Louis Mo.