Ortega y el canario muerto de Juan Ramón
Jiménez (¿o de Alonso Quesada?)
ANTONIO HENRÍQUEZ JIMÉNEZ
Seminario de Humanidades Agustín Millares Carlo
(Las Palmas de Gran Canaria)
Boletín Millares Carlo, núm. 28. Centro Asociado UNED. Las Palmas de Gran Canaria, 2009.
Resumen: Se habla del eco de una elegía a la muerte de un pájaro canario por un poeta
de la época más sangrienta de la revolución francesa (Lagache, hijo) en unas palabras de José
Ortega y Gasset y de la reacción de Juan Ramón Jiménez a esas palabras, aventurando que
esta reacción podía responder a la defensa de un escrito suyo y de un poema de Alonso Que-sada.
Se presentan los textos, junto a otros de Emilio Carrere e Hyppolite Taine.
Palabras clave: pájaro canario, revolución francesa; Lagache, hijo; José Ortega y Gas-set,
Juan Ramón Jiménez, Alonso Quesada, Emilio Carrere, Hyppolite Taine.
Abstract: It is presented the echo of an elegie on the death of a canary bird written by
a poet who lived in the blodiest epoch of the French revolution (Lagache, son) in some
words of José Ortega y Gasset and about the reaction of Juan Ramón Jiménez to these
words, adventuring that this reaction would be due to the defense of one of his works and
of a poem written by Alonso Quesada. The texts are presented, along with other texts by
Emilio Carrere and Hyppolite Taine.
Key words: canary bird, french revolution; Lagache, son; José Ortega y Gasset, Juan
Ramón Jiménez, Alonso Quesada, Emilio Carrere, Hyppolite Taine.
La revista El Cultural del periódico El Mundo publicó1 unas prosas inédi-tas
del «impiadoso polemista» que fue Juan Ramón Jiménez, introducidas2 por
unas explicaciones sobre su origen (los archivos de la Sala Zenobia y Juan
Ramón Jiménez de la Universidad de Puerto Rico) y sobre el entronque en
su obra y en su carácter. Una de aquellas prosas («La guerra grande y al ca-nario
chico»), datada a su pie con un 1915 entre paréntesis, me llamó ense-
1 3-9 de julio de 2002.
2 «La cólera del niño Dios», firmado por José Luis García Martín (p. 3), y «Los papeles
secretos de JRJ» (p. 5).
292 Antonio Henríquez Jiménez
guida la atención. Al punto me asaltó la pregunta de si Juan Ramón Jiménez
se estaría refiriendo a la prosa dedicada a un canario, inserta en el libro Pla-tero
y yo, publicado al final de 1914, o al poema «Elegía al canario» del libro,
también recién publicado entonces —febrero de 1915— por Rafael Romero
Quesada (Alonso Quesada), en El lino de los sueños.
La prosa de Juan Ramón Jiménez hace referencia a la censura de José
Ortega y Gasset a un poeta «que en estos instantes ha escrito una elejía a la
muerte de su canario». Busqué en vano la referencia en las Obras Completas
de Ortega y Gasset, de Revista de Occidente. Con la ayuda de los miembros
de la Fundación Ortega y Gasset, logré hacerme con el texto completo de la
conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid el 4 de abril de 1915. La
conferencia está incompleta en las citadas Obras Completas. Se publicó en la
revista España. Semanario de la vida nacional, bajo el epígrafe general de
«Guía espiritual de España»3. Su título es «El monasterio». La conferencia
formaba parte de la serie «Guía espiritual de España», organizada por la Sec-ción
de Literatura del Ateneo madrileño en 1915. Esta parte de la conferen-cia
se reproduce en El espectador. VI, bajo el título «Meditación del Escorial».
Se publicará entera, con los originales manuscritos preparatorios de dicha
conferencia, en Octubre de 1965 en la Revista Mapocho4, y en 1988, en No-tas
de andar y ver (Viajes, gentes y países)5. De este libro transcribo más ade-lante
lo que pudiera llamarse el preámbulo de la conferencia6.
La reflexión de Juan Ramón Jiménez ante las palabras de Ortega y
Gasset es verdaderamente dura. Quizás sea esta la causa de que no la pu-blicara
en su momento; pero también podría suceder que considerase la
posibilidad de que las palabras de Ortega no se refiriesen a él, sino a Alonso
Quesada.
La alusión al poeta del Mercurio le debió parecer en un principio una ex-cusa
fácil para referirse a Juan R. Jiménez, o a Alonso Quesada, o a ambos a
3 N.º 11, 9-IV-1915, p. 7.
4 Chile, pp. 5-21.
5 Revista de Occidente-Alianza Editorial. Obras de José Ortega y Gasset, 32. Edición de
Paulino Garagorri, pp. 43-74.
6 Pp. 42-43. Le sigue «Introducción sobre lo que es un paisaje», tampoco publicado en
la revista España; lo mismo sucede con los parágrafos titulados «Castilla imaginada desde
el Jardín de los Frailes» y «Final» (pp. 62-74). Según Paulino Garagorri, partes del texto
que publica «fueron luego utilizados por Ortega y aparecieron dispersas bajo diversos títu-los,
pero otras han permanecido inéditas y se publican ahora en España por primera vez.
Así se restablece el original en su probable integridad, que incluso comprende, como verá
el lector, un final de la conferencia que, ante la necesidad de abreviarla, hubo de ser susti-tuido
por otro». En «Castilla imaginada desde el Jardín de los Frailes», Ortega cita unos
versos de Antonio Machado «que me está ahora escuchando». Sería interesante saber si
asistió también Juan Ramón Jiménez a la conferencia, cosa más que improbable, pues es
sabida su aversión a cualquier acto público. Si así no sucedió, ahora se sabe que quedó bien
enterado del preámbulo de la conferencia.
Ortega y el canario muerto de Juan Ramón Jiménez... 293
la vez. Los dos poetas acababan de publicar sendos libros en los que se ha-cía
una elegía a un canario muerto. Se sabe que Juan Ramón Jiménez seguía
la trayectoria de Alonso Quesada, y, de seguro estaría al tanto de las noti-cias
de la prensa madrileña sobre la lectura de El lino de los sueños en el Ate-neo
de Madrid, por Agustín Millares Carlo, el 25 de febrero de 19157. No es
de extrañar que entre los asistentes a la lectura hubiera algún amigo que le
llevara la noticia del evento8. Tampoco es de extrañar que Luis Doreste Sil-va,
a cuyo empeño se debió que se publicara El lino de los sueños, enviara el
libro de Alonso Quesada a Juan Ramón Jiménez, o que llegara a sus manos
de alguna otra manera. En la biblioteca de Moguer no aparece el libro de Alo-nso
Quesada, cosa que nada significa conociendo los avatares de los libros de
Juan Ramón Jiménez. Sí se sabe, por las cartas de Fernando González a Saulo
Torón, que Juan Ramón Jiménez conocía El lino de los sueños y lo que Alon-so
Quesada iba publicando posteriormente en revistas. Estas noticias datan
de 1922 y 1923. No es, pues, de extrañar que conociera el libro en el mo-mento
de su aparición, y que la airada prosa fuera una defensa por los dos.
Juan Ramón Jiménez, en su reflexión, acusa al filósofo conferenciante de
insensibilidad, al preguntarle si él «en estos días de guerra, no ama, no aspi-ra,
no sueña, no huele una flor, no besa a su hijo».
Juan Ramón Jiménez publica la prosa «El canario se muere» en la edición
de Acebal (Noviembre de 1914) de Platero y yo. Lleva el número LI. En la
edición completa de la obra (Calleja, 1917), lleva el número LXXXIII. No ten-go
noticias de que el texto se publicara anteriormente9.
7 Entre los asistentes a la lectura, se encontraban María Álvarez (la hija de
Colombine), Andrés González Blanco, Luis García Bilbao, Fernández Ardavín, Llovet,
Olmedilla, García Sanchiz, Miguel Sarmiento, Luis Doreste, José Franchy y Roca, Néstor
Martín Fernández de la Torre, Izquierdo, y Merino. De hecho, en la reseña que se hace
del banquete ofrecido a Rafael Romero por la publicación del libro, el 27 de marzo de
1915 en Las Palmas, entre los varios telegramas que se presentan, aparece el siguien-te:
«Rafael Romero.- Considérenos presentes en el banquete con nuestra entusiasta fe-licitación.-
Francisco Acebal.- Juan Ramón Jiménez.- Santiago Rusiñol.- Manuel Abril.-
Jacinto Grau.- Luis Bilbao.- Cipriano Rivas Cherif.- E. Díez-Canedo.- Juan J. Llovet.-
Carlos Merino.- Juan Guixé.- Néstor.- Miguel Martín.- Fernando Izquierdo.- Juan del
Pozo.- Bagaría.- García Sanchiz.» (Tomado de La Provincia, 29-III-1915: «Homenaje a
Alonso Quesada. El banquete de antenoche».)
8 Afirma José Luis García Martín, en el ya citado «La cólera del niño Dios»: «Juan Ra-món
Jiménez presumía de estar al margen de la vida literaria, pero pocos poetas más aler-ta.
Insomne y solitario, invisibles hilos de araña le ponían en contacto con las tertulias de
los cafés, las redacciones de los periódicos, los talleres de imprenta, la remota revistilla de
cualquier aislado grupo juvenil. No se susurraba su nombre sin que llegara a sus oídos, no
había alusión que le pasara inadvertida. Y pobre del que se permitiera la más pequeña iro-nía
en torno a su persona o a su obra. Juan Ramón respondía siempre, con toda su artille-ría.
Y en la polémica personal no le ganaba nadie».
9 Por una carta de Juan R. Jiménez de 1927, se podría deducir que algunos de los tex-tos
pudieron aparecer antes de la publicación del libro, pero la distancia temporal le hace
294 Antonio Henríquez Jiménez
El poema de Alonso Quesada «Elegía al canario» aparece en la sección
«Situaciones líricas (Las horas, los momentos, los recuerdos.)» de El lino de
los sueños. El libro apareció en Madrid a finales de febrero de 1915 (Impren-ta
Clásica Española). En la correspondencia mantenida con Luis Doreste Silva,
encargado en Madrid de llevar a buen puerto la edición, no aparece ninguna
referencia a este poema, ni para cambiarle algo, ni para dedicarlo, como sí
sucede con otros del libro. Tampoco parece que hubiera visto la luz en algu-na
publicación antes de aparecer editado, como sí ocurre con otros poemas
de El lino de los sueños. Posteriormente a la salida en público, sí he encon-trado
este poema en la prensa de Las Palmas de Gran Canaria (Diario de Las
Palmas, 8-V-1915).
Es verosímil que Alonso Quesada escribiera su poema después de haber
leído Platero y yo. Si es así, la fecha de escritura debe situarse a finales de
1914 o a principios de 1915. Posiblemente el libro de Juan Ramón Jiménez
llegaría a las librerías de Las Palmas en el mes de diciembre de 1914 o a prin-cipios
de enero de 1915. El poema de Alonso Quesada sería entonces una
especie de homenaje al poeta de Moguer. Un homenaje algo precipitado, un
apunte de poema, creo, sin pulir. Al menos, esa es la sensación que se pue-de
sacar de la lectura del mismo. Índice de este dar por bueno lo primero que
sale a las puntas de la pluma es el hecho de acabar el verso 5 en «partirla»,
con un enclítico que no puede llevar un verbo intransitivo («partir», signifi-cando
«marchar, ir»), significado a que nos aboca el anterior «saliendo». A esto
se añade el empleo de la misma palabra al final de dos versos contiguos, aun-que
con género distinto («extraña», «extraño»); como la repetición del en-clítico
«la» al final de los versos 5 y 6.
En el mes de marzo de 1915, firmando con las iniciales de su pseudóni-mo
más conocido, Alonso Quesada publica una lírica reseña de Platero y yo,
titulada «Platero y yo. Elegía para los niños, pero quizás, más para los hom-bres,
por J. Ramón Jiménez»10, en la que no hace referencias a esta prosa.
confundir el año 1914 por 1917, año de la edición completa del libro. La carta (En Cartas
de Juan Ramón Jiménez (Primera selección). Recopilación, selección y prólogo de Francisco
Garfias. Madrid, Aguilar, 1962, pp. 299-230), del mes de diciembre de 1927, la dirige Juan
R. Jiménez al Director del periódico madrileño El Sol, «sobre el desagradable asunto que
D. Luis Bello ha traído con su artículo sobre mi libro Platero y yo». Escribe el poeta mo-guereño:
«Yo no he suprimido nunca pájina alguna. Si en la primera edición no aparecen esas
pájinas es porque el libro era entonces poema, que luego fue tomando más cuerpo hasta
quedar completo en el año 1914 que lo da la Casa Calleja.»
10 Diario de Las Palmas, 13-III-1915. No está de más recordar que, al aparecer el Dia-rio
de un poeta recién casado, se publicó una reseña en el periódico Ecos (Las Palmas, 21-
VI-1917), sin firmar, que tiene todas las trazas de ser de la pluma de Rafael Romero. Allí
lo trata de «nuestro amigo el poeta». Califica la obra de este «artista tan sencillo y tan puro»
como «unas tenues páginas de oro donde el impalpable lirismo de Juan Ramón Jiménez al-canza
su mayor y definitiva transformación». A continuación presenta el poema «Niño en
el mar».
Ortega y el canario muerto de Juan Ramón Jiménez... 295
Habrá que recordar que Alonso Quesada, en el mismo El lino de los sueños,
publicó otro poema, «Jaula abierta», en el que el protagonista es otro pájaro,
un ruiseñor11. En él se encuentran elementos de la «Elegía al canario» («el
ruiseñor se ha marchado / dejando mi alma abierta al Infinito», «pájaro de oro»
y las «alas»). Y en ambos, algunas concomitancias de la elegía de Platero y
yo: «el canario [...] ha amanecido hoy muerto», la referencia a lo infantil, al
sol que «hacía jardín la estancia abierta», a los «trinos claros de oro puro».
Salvo esto, en el breve poema de Alonso Quesada no se encuentran otras
referencias a la prosa juanrramoniana. El poeta canario se limita a mostrar
el hecho de encontrar muerto al pajarillo y la emoción que le produce, un
dolor que se parece a la sensación de que el alma se le va saliendo del pe-cho
y no tiene el valor de sujetarla.
Otra referencia al poeta que cantaba a su canario muerto la encontré en
la revista madrileña La Esfera, unos años más tarde (1919)12, en la sección
«De la vida que pasa», bajo el título «La elegía al canario», y firmada por
Emilio Carrere13. Emilio Carrere da noticia de la publicación en el Mercurio
francés de «una sentida elegía en memoria de su canario», en la época del
terror de la revolución francesa.
Fiado en el preámbulo de la conferencia de Ortega y Gasset, pedí el mi-crofilme
del Mercure Français, que así se llamaba entonces la revista, de 1793;
pero la poesía «A los manes de mi canario» no se encuentra allí. De los au-tores
que escriben poemas en dichas páginas, sobresalen Benoît Lamothe,
Talairat, La Chabeaussière, Ducis.
Aparecen varios poemas anónimos; también una sección en cada núme-ro
de charadas, enigmas y logogrifos, en verso. El responsable de las pági-nas
de «Poésie», además de las de «Littérature, extraits ou notices», es La-harpe.
Hay traducciones en verso de Tibulo y Virgilio. Poemas dedicados a
los «manes» aparecen sólo dos: «Coraucez aux mânes de son fils Godefroy»,
sin autor; y «Aux mânes de Lemière», por Sedaine. Marmontel aparece con
uno de sus cuentos morales, en tres números de la revista14. Hay otros cuen-tos
anónimos. Entre las obras reseñadas, se encuentra las Fables de Florian,
donde se cita la deuda de este fabulista con el canario Iriarte15.
Confuso ante tal resultado, se me ocurrió buscar noticias en alguna his-toria
de la revolución francesa, en la época del terror. Espigando algunas, cayó
11 En la sección «Intermedio juvenil (Versos de la primera mocedad)».
12 Año VI, n.º 274, 29-III-1919, [p. 2].
13 El escrito de Carrere se publicó también en la revista bonaerense Fray Mocho, n.º 651,
el 14-X-1924, [p. 15], con algunas diferencias que anotaré a pie de página.
14 Remy de Gourmont hace un repaso a los poetas de la revolución en sus Promenades
Littéraires. Deuxième Série (Paris, Mercure de France, 1913): «L’Almanach des Muses pen-dant
la Révolution». Lagache hijo no es citado, ni tampoco Marmontel.
15 Deuda que señala el mismo Florian en el prefacio de su obra. En la reseña se lee: «et
surtout d’un poète Espagnol, Yriarte, qui lui a fourni ses apologues les plus heureux».
296 Antonio Henríquez Jiménez
en mis manos la obra de Hyppolite Taine Les origines de la France contempo-raine,
en la que cita a muchos escritores. Pero el estudio que hace de la época
del terror, aunque en él aparecen escritores que firman en el Mercure
Français, no da noticia del hecho que buscaba. Me pasé al primer tomo de la
obra, L’Ancien régime, y allí me encontré la cita que posiblemente leyó Orte-ga
y Gasset y Emilio Carrere. En el capítulo dedicado a los salones en el an-tiguo
régimen, se vuelven a citar escritores que aparecen en el Mercure
Français. Allí están Ducis, Marmontel, Florian, Laharpe, y la noticia busca-da.
Taine habla de las costumbres mundanas y disipadas de la época, de la
búsqueda del sentimentalismo en las letras y en las artes, y cita a Rousseau,
los idilios rústicos de Greuze, etc.16 En la obra aparecen citados los Cuentos
morales de Marmontel, y los versos «aux mânes de mon serin», que abrían
las páginas del número del Mercure que vio la luz después de las masacres
de septiembre de 1792.
No es de extrañar que Ortega y Gasset conociese el texto de Taine, au-tor
al que cita varias veces en sus obras, criticando sobre todo su determi-nismo.
Ayudado, pues, con la noticia de Taine, acudí al Mercure Français de 1792.
Y, efectivamente, abriendo el número «Samedi 8 Septembre 1792», bajo el
título «Pièces fugitives», se encuentra el poema «Aux mânes de mon serin»,
firmado por M. Lagache hijo, de Amiens. Nada he encontrado sobre este es-critor,
que publica en la misma revista otros poemas ese mismo año. Moder-namente
el poema ha visto la luz, en facsímil, en la obra de Pierre Gascar
Album. Les écrivains de la Révolution. Iconographie choisie et commentée (Pa-ris,
Gallimard, 1989, Bibl. de la Pléiade, p. 192)17.
T E X T O S
JOSÉ ORTEGA Y GASSET
En 1793, en la sazón más cruel de la Revolución francesa, cuanto del Te-rror
segaba a diario centenares de gargantas, el Mercurio de Francia, revista
de los poetas, publicaba una poesía con este título: «A los manes de mi ca-nario
».
16 Les origines de la France contemporaine. L’Ancien régime. Tome premier. Quatrième
édition. Paris, Librairie Hachette et Cie., 1887. Tome premier. Livre deuxième. Les
meurs et les caractères, Chapitre III, Inconvenients de la vie de salon, II, p. 210.
17 Se presentan facsímiles de las dos páginas del Mercure Français donde apareció el
poema. A pesar de encontrarse el título de la revista como queda dicho y el nombre y ori-gen
de su autor, Pierre Gascar anota (230) lo siguiente: «M. Lagache fils d’Amiens, Aux
mânes de mon serin. Poème in Mercure de France, Paris, 8 septembre 1792.»
Ortega y el canario muerto de Juan Ramón Jiménez... 297
Confieso que esta anécdota me salió al encuentro como una amonesta-ción
al empezar a recoger las notas que siguen con el fin de leerlas hoy ante
vosotros. ¿No es absurda la tranquila ocupación literaria cuando en torno cruje
el cuerpo de la historia, retiembla desde las raíces a la cima y sus flancos
convulsos se entreabren para dar a la luz una nueva edad? ¿No es insoporta-ble
esa inactualidad del pobre poeta imbécil que, mientras los hombres se
degüellan, recuerda a su canario?
Cuando amenaza a un grupo de personas el objetivo instantáneo de un
fotógrafo, por muy ajenas que ellas sean a toda presunción, sienten un mo-vimiento
involuntario que les lleva a corregir su postura y a componer el
gesto. Todos, en efecto, sentimos un confuso terror a vernos perpetuados en
una actitud indigna de la perpetuidad.
Pues bien, ciertos acontecimientos sociales parece que no han menester
de aguardar a que el historiador los convierta mañana en historia, sino que
se presentan desde luego con el carácter de páginas históricas. De este lina-je
es lo que hoy pasa en torno nuestro. Cierto que de la guerra inmensa sólo
llega a nosotros un vago rumor, ese vago rumor que al arrabal desierto y si-lencioso
de una grande urbe llega cuando en las plazas centrales se hace fiesta
mayor o estalla un motín. Mas ello es que nos parece como si todo lo que
hoy pasa, tal y como pasa fuera a quedar para siempre eternizado en la his-toria.
Y es justo que aun a los hombres de condición más oscura, les preocu-pe
no ser sorprendidos en una actitud poco decente, por ejemplo, cantando
a su canario como el poeta de París.
Sin embargo, que el cuidado de evitar este escollo no nos lleve a adoptar
una posición fingida y convencional, movidos por la preocupación de situar-nos,
según suele decirse, a la altura de las circunstancias. Cuando no sabe-mos
bien qué hacer, lo mejor que podemos hacer es ser sinceros, esto es,
cumplir con intensidad la tarea que la hora nos presenta. Si lo hacemos hon-damente,
seriamente, estemos seguros de que toparemos con algo esencial.
Y lo esencial es siempre actual.
En 1807, aquellos días mismos en que el cañón de los soldados napoleó-nicos
tronaba sobre la campiña de Jena, dentro de la ciudad, en su aposento,
Hegel, tranquilamente, concluía de escribir la Fenomenología de la concien-cia.
En este libro prodigioso se hablaba de todo menos de Napoleón el Gran-de,
menos de lo que entonces ocurría, y no obstante, ese libro es una de las
simientes para otra Alemania que en 1870 se vengó de Napoleón el Grande
derrotando a Napoleón el Pequeño. ¿Podemos llamar inactual la actitud de
Hegel?
Como veis no es cosa fácil ésta que voy a intentar: no es fácil hablar con
dignidad del Escorial mientras un incendio incalculable cierra la línea toda del
horizonte. Y habéis de auxiliarme con una peculiar benevolencia, porque si
no me conviene encontrarme junto al poeta que canta a su canario, me sería
mucho más perniciosa la aproximación a Hegel.
298 Antonio Henríquez Jiménez
Vamos, pues, hacia el Escorial. Lamento que la Sección de Literatura no
haya tenido hoy para vosotros un cicerone más ornado o siquiera de mejor
humor. Yo sólo puedo invitaros a un viaje meditabundo. Y con objeto de que
en nuestro camino no nos perdamos dividiremos la jornada por capítulos.
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
La guerra grande y el canario chico
José Ortega y Gasset, para cimentar (débilmente) una necesaria alusión
a esta guerra, ha censurado acerbamente a un poeta ¿francés o español? que
en estos instantes ha escrito una elejía a la muerte de su canario.
¿Es que mi querido amigo, en estos días de guerra, no ama, no aspira,
no sueña, no huele una flor, no besa a su hijo? ¿Qué tiene el pobre canario
para irse, por morir en día de guerra, sin la mirada compasiva de su amo?
Si todos los países cantaran a sus canarios vivos y muertos, es posible
que no hubiera nunca estallado esta guerra. Es una pena que Ortega no em-plee
su gran talento oratorio, retórico, en la esposición de la cátedra, en la
tribuna pacífica de la filosofía y del arte. Y que infle, (a las estrellas al fin y
siempre) pues que no es hombre de acción, vanos y errantes globos de pa-triotismo
accidental y hueco, apareciendo y desapareciendo, con levita y tris-teza
del momento, por los escenarios oscuros y las tribunas rojas.
Sobre toda la palabrería forzada y lejana, revuela amarillo y bello un ca-nario
mudo y transfigurado con una ramita de oliva en el pico, el canario que
Ortega tanto desprecia, de la paz.
(1915)
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
LI
EL CANARIO SE MUERE
MIRA, Platero; el canario de los niños ha amanecido hoy muerto en su
jaula de plata. Es verdad que el pobre estaba ya muy viejo... El invierno últi-mo,
tú te acuerdas bien, lo pasó silencioso, con la cabeza escondida en el plu-món.
Y al entrar esta primavera, cuando el sol hacía jardín la estancia abier-ta
y abrían las mejores rosas del patio, él quiso también engalanar la vida
nueva, y cantó, pero su voz era quebradiza y asmática, como la voz de una
flauta cascada.
El mayor de los niños, que lo cuidaba, viéndolo yerto en el fondo de la
jaula, se ha apresurado, lloroso, a decir:
Ortega y el canario muerto de Juan Ramón Jiménez... 299
—¡Puej no l’a faltao ná; ni comida, ni agua!
No. No le ha faltado nada, Platero. Se ha muerto porque sí —diría Cam-poamor,
otro canario viejo...
Platero, ¿habrá un paraíso de los pájaros? ¿Habrá un vergel verde sobre
el cielo azul, todo en flor de rosales áureos, con almas de pájaros blancos,
rosas, celestes, amarillos?
Oye; a la noche, los niños, tú y yo bajaremos el pájaro muerto al jardín.
La luna está ahora llena, y a su pálida plata, el pobre cantor, en la mano cán-dida
de Blanca, parecerá el pétalo mustio de un lirio amarillento. Y lo ente-rraremos
en la tierra del rosal grande.
A la primavera, Platero, hemos de ver al pájaro salir del corazón de una
rosa blanca. El aire fragante se pondrá canoro, y habrá por el sol de abril un
errar encantado de alas invisibles y un reguero secreto de trinos claros de
oro puro.
ALONSO QUESADA
ELEGÍA AL CANARIO
Hoy, al dar el sustento al pajarillo,
le hemos hallado muerto.
Fue una extraña
emoción, un dolor tan extraño,
como si lentamente fuera saliendo el alma
de nuestro pecho, y viéramos partirla
sin tener el valor de sujetarla...
Un silencio infantil, sobre nosotros
pone las suaves alas...
¡El pájaro de oro se ha evadido
por un rayo de sol de la mañana!
EMILIO CARRERE
Hubo un poeta bonachón a quien se le murió un canario-flauta que tenía
en gran estima. Reinaba María Antonieta, la Venus austriaca, cuando acaeció
este grave suceso en la vida mansa de nuestro poeta. Vivía en un barrio apar-tado
de París, y decidió encerrarse en su casa para componer una sentida ele-gía
en memoria de su canario.
300 Antonio Henríquez Jiménez
Fue una pieza poética bastante extensa. Cinceló primorosamente las ri-mas,
hizo toda suerte de retóricos malabarismos con las palabras y, al cabo
de seis meses de trabajo, puso su firma al final de las múltiples hileras de
renglones cortos. El poeta respiró satisfecho; su canario estaba llorado18 poé-ticamente.
Durante su aislamiento se desarrollaron los más sangrientos episodios del
«Terror».
El poeta, que no se había enterado de nada, llevó al Mercurio la elegía al
canario, creyéndola de gran interés patético19, cuando a diario centenares de
cabezas humanas caían en el cesto de Maese Guillotín.
A mí me sucede un poco lo que a este poeta. En los cuatro años de
la guerra he estado muy distraído20 haciendo elegías a los canarios-flautas,
y no me he enterado de nada. Sabía que la muerte y el diablo se folgaban
copiosamente al calor de la hoguera del mundo, y que se estaba escribiendo
la página más abominable para la Historia de la locura de la Humanidad21.
Realmente, las agencias telegráficas hubieran contribuido a mi confusión;
los aliados y los imperiales obtenían idéntica victoria en la misma batalla,
según las conveniencias subterráneas de las fuentes informativas que llega-ban
a calmar mi curiosidad. Ésta era una broma demasiado pesada.
Decidí, pues, dedicarme a la filosofía22 esotérica y al noble juego de ca-rambolas.
Después de una gran serie de retrocesos y de recodos de fraile, abro un
ojo a la realidad exterior y me encuentro con una divertida batalla de reyes.
Esto ya empieza a interesarme. Es la voz potente y magnífica de los pueblos
la que se oye por encima de las fronteras. No es la sirena falaz de la diplo-macia,
ni el bárbaro rugir de los cañones. Este concierto le place más a mis
orejas de hombre pacífico y civil.
Este encantador no enterarse de nada me ha librado acaso de las violen-cias
de la pasión. De este hervidero enconado de filias y fobias surjo inge-nuamente,
espectador ecuánime, aunque dolorido, del monstruoso asesinato
de tantas floridas juventudes. Ninguna fobia se retuerce en mi alma; única-mente
el amor sereno y ungido de compasión para los que duermen bajo las
sábanas de la tierra, para todos los huérfanos del mundo, para las madres
dolorosas, con el pecho atravesado por los siete puñales.
No influye en mi sentimiento que los muertos sean germanos, los huér-fanos
belgas o las doloridas mujeres inglesas o turcas. En mi geografía sen-
18 En la revista argentina, sigue: «muy».
19 En la revista argentina, sigue: «poético».
20 En la revista argentina, no aparece: «muy distraído».
21 En la revista argentina, las iniciales de «historia» y de «humanidad» son minúsculas.
22 En la revista argentina, falta desde aquí hasta «el mundo es como un cadáver». Se
explica la mutilación por las referencias a la guerra europea, ya acabada hacía algún tiem-po.
No se explica cómo no se quitaron las alusiones del quinto párrafo.
Ortega y el canario muerto de Juan Ramón Jiménez... 301
timental no hay fronteras. Es el dolor humano que se retuerce ante mis
ojos por siglos de siglos, multiforme Prometeo amarrado al potro de la
crueldad, de la locura y del crimen como por una maldición oculta y mile-naria.
Y, como no me he enterado de nada, me he librado, ¡oh felicidad!, de leer
los artículos de los críticos de guerra, esos hombres terribles que anuncia-ban
la probable destrucción de millares de hombres con la misma frialdad de
la del ajedrecista, que calcula las jugadas ante el tablero.
¡Germanófilos, aliadófilos! El momento es un vendaval de pasiones en-conadas,
el mundo es como un cadáver donde la materia se desborda, falta
de la mónada directriz.
Las testas coronadas tienen trágicas pesadillas en las doradas alcobas de
sus palacios. A nuestro rincón llegan salpicaduras de la putrefacción mundial,
y se plasman los odios violentos en esta hora que debiera ser de la piedad
universal.
Más allá del tiempo y del espacio, Shakespeare, Goethe y Hugo se fun-den
amorosamente a la serena y dorada luz del Elíseo.
Son la eternidad del genio humano sobre las divisiones geográficas, so-bre
los crímenes de los ejércitos, sobre los rojos odios de esta hora sinies-tra
de la historia.
El poeta que escribió la elegía del canario, durante el «Terror», fue supe-rior
a sus contemporáneos; su pluma no se manchó con el fango del odio, ni
sus manos con la sangre fraterna.
HYPPOLITE TAINE
Les origines de la France Contemporaine. L’Ancien Régime (Livre deuxième,
Chapitre III, II).
Après eux [Rousseau et Greuze], Ducis, Thomas, Parny, Colardeau,
Roucher, Delille, Bernardin de Saint-Pierre, Marmontel, Florian, tout le
troupeau des orateurs, des écrivains et des politiques, le misanthrope Cham-pfort,
le raisonneur Laharpe, le ministre Necker, les faiseurs de petits vers,
les imitateurs de Gessner et de Young, les Berquin, les Bitaubé, tous bien
peignés, bien attifés, un mouchoir brodé dans la main pour essuyer leurs lar-mes,
vont conduire l’éclogue universelle jusqu’au plus fort de la Révolution.
En tête du Mercure de 1791 et de 1792 paraissent des Contes moraux de
Marmontel1, et le numéro qui suit les massacres de septembre s’ouvre par
des vers «aux mânes de mon serin.»
1. Numéro d’août 1792: «les Rivaux d’eux-mêmes».—Autres pièces in-sérées
vers le même temps dans le Mercure: «Pacte fédératif entre l’hymen
et l’amour, le Jaloux, Romance pastorale, Ode anacréontique à Mlle S. D., etc.»
302 Antonio Henríquez Jiménez
TRADUCCIÓN DE LUIS DE TERÁN23
En pos de ellos, se aprestan a llevar la égloga universal hasta lo más fuerte
de la Revolución, Ducis, Thomas, Perny, Colardeau, Roucher, Delille, Bernar-dino
de Saint-Pierre, Marmontel, Florian, toda la banda de oradores, de escri-tores,
de políticos, el misántropo Chamfort, el razonador Laharpe, el ministro
Necker, los cancioneros, los imitadores de Gessner y de Young, los Berquin,
los Bitaubé, todos bien peinados, atildadísimos, con un pañuelo bordado en la
mano para enjugarse las lágrimas. A la cabeza del Mercurio de 1791 y 1792
aparecen los Cuentos morales de Marmontel, y el número siguiente a las car-nicerías
de septiembre empieza con unos versos «A los manes de mi canario».
LAGACHE HIJO
PIÈCES FUGITIVES
AUX MÂNES DE MON SERIN
Toi qui depuis dix ans, dans mon humble hermitage,
Dissipais mes ennuis par ton charmant ramage;
Toi qui de Philomèle imitais ces accents
Dont elle vient, chaque printemps,
Animer le voisin bocage,
Tu n’es plus!... Reposant dans les bras du sommeil,
Quel cri plaintif a causé mon réveil!
Dans l’ombre j’ouvre la paupière,
Je ne distingue rien; inquiet, agité,
Je saisis dans l’obscurité
Cet instrument d’acier, d’où jaillit la lumière;
Alors je t’apperçois, étendu, palpitant;
A te secourir je m’empresse;
Pour toi, dans ce fatal instant,
Je sens redoubler ma tendresse;
Je te baise, je te caresse;
De la Parque je crois arrêter le ciseau
En t’échauffant de mon haleine;
Hélas! mon espérance est vaine,
Tu péris, et mon sein est ton premier tombeau.
Sous mes yeux à dessein laissée,
A chaque instant du jour ta cage me dira:
«Sa vie est comme une ombre en peu de temps passée;
La tienne ainsi s’écoulera».
(Par M. Lagache fils, d’Amiens.)
23 Los orígenes de la Francia contemporánea. El Antiguo régimen (Madrid, La España
Moderna, [1900]).
Ortega y el canario muerto de Juan Ramón Jiménez... 303
[TRADUCCIÓN]
PIEZAS FUGITIVAS
A LOS MANES DE MI CANARIO
¡Tú, que desde hace diez años, en mi retiro
disipabas mis pesares con tu agradable trino;
tú, que de Filomela imitabas los sonidos
con los que ella llega, cada primavera,
para animar el boscaje vecino,
tú ya no estás!... Reposando en los brazos del sueño,
¡qué grito lastimero ha causado mi despertar!
En la sombra abro los párpados,
no distingo nada; inquieto, agitado,
tomo en la oscuridad
el instrumento de acero, de donde la luz brota;
entonces te percibo, tendido, palpitante;
a socorrerte me apresuro;
por ti, en este fatal instante,
siento redoblar mi ternura;
te beso, te acaricio;
de la Parca creo parar la tijera
calentándote con mi aliento;
pero ¡ay! mi esperanza es vana.
Tú mueres, y mi seno es tu primera tumba.
Bajo mis ojos a propósito dejada,
a cada instante del día, tu caja me dirá:
«Su vida es como una sombra en poco tiempo pasada;
la tuya así se irá.»
(Por el señor Lagache hijo, de Amiens.)