ISSN: 021 1-2140
Higienismo antiepidém ico
en Las Palmas de Gran Canaria (1 920-1 921):
divulgación y terapéutica
Juan Francisco MARTINDE L CASTILLO
I.E.S. Mesa y López
Las Palmas de Gran Canaria
Resumen
En los textos dc dos figuras importantes de la Historia de la Medicina Canaria, Andrés Navarro
Torrens y Vicente Ruano Urquía, puede descubrirse el pensamiento higienista y la acción social
de su práctica. En una etapa comprometida de la Epidemiología histórica, ambos buscan la
común meta de la erradicación de la insalubridad y los posibles focos de infección. El primero
por medio de la divulgación y el segundo por la vía de la terapéutica directa.
Palabras clave.- Higiene, Epidemia, Islas Canarias (Gran Canaria), Siglo XX, Navarro Torrens,
Ruano Urquía.
Abstract
Andrés Navarro Torrens and Vicente Ruano Urquía are two important physicians in the History
of Medicine in the Canary Islands. The texts make evident the hygienist thought and social
action of their work. In a difficult situation of historical Epidemiology, both search the goal of
elimination of disease and unhealthy points. Divulgation and Therapeutics are the ways to
obtain this purpose.
Keywords- Hygiene, Epidemic, Canary lslands (Grand Canary), XX Century, Navarro Torrens,
Ruano Urquia.
El,fin del hombre no ei el bien presente, ni el mundo acaba
con él; y que todos estos ma1e.s del progreso el mismo progreso
los cura con más o menos tiempo. (Apud "El Ingeniero",
de enero de 1905, incluido en: Juan Maragall, Vida escrita, Madrid,
Colección "Ensayistas Hispánicos", Aguilar dc Ediciones, pág. 323)
Ya algunos pensadores europeos, y españoles también, a principios del
siglo XX, anticipaban las contradicciones y riesgos que podría atraer el pro-greso
material sobre la humanidad. Por ejemplo, las aglomeraciones malsanas,
de tumultuoso hacinamiento en ínfimas condiciones de habitabilidad y vivicn-da,
provocadas por los flujos migratorios, y aledañas a las urbes industriales,
eran fuente de innumerables complicaciones en buena medida surgidas de la
ausencia de higiene y de la proverbial falta de prevención sanitaria. Sin einbar-go,
la floreciente industria no podía prescindir de la mano de obra que, a una
vez, accionaba las fábricas y producía los bienes de consumo que la sociedad
demandaba. La perplejidad de la situación no distraía a la ciencia, que ponía
su máximo interés en solucionar los problemas que el avance social y tccno-lógico
presentaba a la modernidad. En este sentido, la medicina social, la inci-piente
bacteriología y la gestión sanitaria son tres elementos que, desde sus
propios campos y en la diversidad de sus respuestas a una idéntica problemi-tica,
intentan obtener el correspondiente contrapunto a la insalubridad dc las
poblaciones, la diseminación del agente patógeno y, en fin, la invertebradn
estructura de alerta y detención de la enfermedad genérica e infecciosa.
Las Islas Canarias, a su manera, han participado por igual de riesgos y ade-lantos
de la propedeutica sanitaria. Por su lejanía geográfica de los grandes
centros de acumulación humana, se pensaría que estarían a salvo de los ata-ques
infecciosos o los brotes epidémicos. Pero, esto no es del todo cierto. La
insularidad y el distanciamiento, bien es verdad, han constituido salvaguarda
durante siglos de sus habitantes; no obstante, con el desarrollo de los medios
de comunicación, especialmente los marítimos, los puertos han venido a ser
puntos de introducción de la enfermedad. La historia sanitaria de las islas evi-dencia,
tristemente, la incapacidad de las localidades costeras, en primer lugar,
para atajar los males sobrevenidos de las embarcaciones que tocan puerto. Y
después, lo que sería peor, la extensión de la infestación hasta los interiores de
los pueblos apartados del litoral.
Un caso prototípico, ejemplo palmario del riego sanitario y de la ingenua
confianza del isleño en la providencia, fue el Cólera Morbo de 185 1 , que dicz-mó
el censo del principal núcleo urbano de Gran Canaria. Pareciera que la
situación en 1900 vendría a experimentar un cambio hacia mejor, sobre todo
en lo concerniente a la protección higiénica del entorno y las personas, aunque
no puede ser pronunciada una afirmación semejante sin caer en la falsedad his-tórica.
La gripe de 191 8- 1919 dejó a muchos en condición perpleja, sin opción
a la reacción eficaz, y cabe decir que fueron aquellos que más debían estar
alerta los que promediaron en el despropósito. Al albur de la contingencia y el
voluntarismo fue como pudo eludirse un mal que no ccjaba por extenderse mis
allá de las breves fronteras que le habían adjudicado].
La labor de los profesionales de la medicina canaria, en aquellos instantes de
gloria e inquietud, no desmerece a la de cualquier otro rincón del mundo civili-
' CJY. Rarnirez Muñoz, Manuel (1994) "El Lazarcto dc Gando y la gripe de 1'1 IX: Hernardino Valle 4
Gracia: un alcalde para unos días dramáticos". Aguuvro, 208, 34-38.
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zado. Estas páginas mostrarán A s e es nuestro deseo- cómo sus intereses, pre-paración
y métodos los aúpa a la vanguardia del momento que les tocó vivir.
Desgraciadamente, no puede decirse lo mismo de los medios a su alcance. En
contadas ocasiones, el ahínco y prurito del profesional, valedor de la buena pra-xis
médica, no logra producir la huella necesaria en el tejido social, al cual, por
otro lado, ha jurado proteger en solemne ceremonia. Son dos los médicos que, a
través de sus probadas cualidades y en provecho de sus conciudadanos, ejerci-tan
la ocupación higienista, si bien con impar fortuna. Navarro Torrens y Ruano
Urquía tienden la mano hacia el entendimiento de las particularidades de la
medicina preventiva, certero y casi único paladín frente a la infección.
La presunción del alegato higienista, por supuesto, no es nueva en
Canarias, ni siquiera en España. La realidad es que, a partir de la Segunda
Revolución Industrial, por utilizar una denominación conocida, la nación
acoge una muestra progresiva de publicaciones referidas a la temática. En pri-mera
instancia, se trata de autores relacionados de alguna u otra manera con la
medicina, que aprovechan la estructura del sistema educativo para introducir
sus producciones bibliográficas en los formatos adecuados para las asignatu-ras
ad hoc. Ahí estarían las obras de Pedro Felipe Monlau (1 808-1 871), como
los Elementos de higiene pública o arte de conservar la salud de los pueblos
(Madrid, Imprenta y estereotipia de M. Rivadeneyra, 1862, 3 tomos), o la del
psiquiatra barcelonés Juan Giné y Partagás (1836-1903), con su importante
Curso elemental de higiene privada y pública (1 87 1 - 1872) y también la de
Francisco Javier Santero Van-Baumberghen, Elementos de higiene privada y
pública (Madrid, El Cosmos Editorial, 1885, 2 vols.). Es decir, la representa-ción,
bibliográfica al menos, de la campaña higienista no puede ser en absolu-to
despreciada u orillada, por cuanto sostiene un aliento histórico que algunos
quieren remontar hasta mucho más atrás, en plena centuria ilustrada2.
Cosa bien distinta, y en cierta manera objetivo prioritario del presente estu-dio,
es saber de la aplicación efectiva de los contenidos teóricos impresos en
las citadas publicaciones, de las que nadie pone en duda la oportunidad y el
rigor intelectual. Quiere decirse que si lo doctrinal estaba cubierto por la ofer-ta
editorial precisa, las necesidades reales de las poblaciones españolas habrí-an
de estar igualmente servidas. Repárese en la enunciación condicional de la
frase, ya que, en verdad incontestable, múltiples factores sociales, económicos
Véase: Alcaide González, Rafael (1999) "Las publicaciones sobre higienismo en España durante el
periodo 1736-1939: Un estudio bibliométrico". Scripta Novu. Revista electrbnica de Geografía y Ciencias
Sociales, 37 (www.ub.eslgeocrit/sn-37.htm).
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y, desde luego, sanitarios se ponían en su contra. Las adversas evidencias de la
historia de las ciudades y, en general, del urbanismo hispano de finales dcl
siglo XIX y principios del XX dejan en el aire, por decirlo con suavidad. el
temperamento y los alicientes de las obras higienistas de los autores nombra-dos.
Tampoco es mejor la situación en la Europa industrial, sin embargo cl pro-ceso
de introducción y desarrollo de la higiene social difiere en el alcaiicc y los
logros, amén de que las autoridades intelcctuales del movimiento en pos de la
salubridad generalizada son originarias de las grandes capitales atormentadas
por el hacinamiento y la infravivienda de los cinturones radiales.
Parecido fenómeno se halla en las urbes españolas y, de modo espccial.
entre las capitales importantes del país. Se ha detectado que las eminencias
médicas de la doctrina higiénica mostraron inusitado interés por potenciar la
salud pública en las poblaciones de las que eran oriundos o en las que habían
fijado la residencia. Verbigracia, la personalidad histórica del catalán Monlaii
bregó en la dirección de dotar a la ciudad madrileña de los mecanismos bási-cos
de higienización, en buena parte descritos en sus Elernetitos? Claro cs que
el componente político de la empresa podía menoscabar la voluntad mis entu-siasmada,
pero no parece ser ése el condicionante del autor ni de la época revo-lucionaria
que asistió con ilusión a la puesta en practica de los esfuerzos higie-nistas.
En otra vertiente, quizá menos reconocida, Gine y Partagis se sumó a
la iniciativa, a las puertas de la Restauración y tras ella4. Debido a su profe-sión,
encaminada a la curación del desequilibrio mental o paliar la ~kqytie~-lr-cións,
en una línea eugenésica proveniente de la doctrina francesa, tuvo quc
someter los postulados higiénicos a un contraste insospechado para las direc-trices
generalistas de la dinámica dc la salud. Las mal llamadas "enfermeda-des
sociales"6, auténticos jinetes de la Apocalipsis para bastantes nacionales
del momento, son el contrincante irreverente del inedico psiquiatra.
Tuberculosis, alcoholismo, cretinismo y pobreza son particularmente insisten-tes
en sus manifestaciones públicas; menos reconocidas, aunque de idéntica
virulencia, la sífilis y el grupo de las enj'rmedades secretas (vencreas) obligan
al profesional a un posicionamiento con respecto a ellas. En este instante, la
higiene se legitima por sí misma y busca abrir hueco en los sectores en los que
más honda es su ausencia: la prostitución y la miseria social, que, al ti11 y a la
postre, son parte de un mismo bloque.
Cjr. Urteaga, L. (1 982) "El pensamiento Iiigicnista y la ciudad. la obra de P. F. Monlii~i ( l SOXI S7 1 )"
Actas del 2". Simposio de Urhu~iismoc Historiu Lb-htmu. Madrid, Universidad Coiiipluieiisc. pp. 397-4 12.
4 Véase: Dicciunuriu hist(jrico U'P lrr rie~ir,irr~ I I O ~ L W I L I e 11 L.Y;ILI~( HUa rcclona. Ed. Pcii iiiw la. 1 OS -3 1.
tomo 1, pp. 400-402, esp. 401.
5 Cfr.. Campos Marin, Ricardo (1998) "La tcoria de la degcrieracibn y la inediciii;i social eii I,\pafio
en el cambio de siglo". Llull, 41, 333-356.
6 Esta grosera clasificacirin desborda lo español y europeo y llega a1 contiiic~itc aiiicric;iiio. timo
constata Gabriela Mistral en su articulo "Algo sobre higiene social cri la AlnCrica Iiispanii" ( R i ~ i \ / <o/ e lii\
Españus, 2" época, no. 2 [1926]. pp. 122-123).
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De todo lo dicho cabe inferir que, como en tantas otras actividades, la ini-ciativa
de unos pocos, aunque su entrega fuera innegable, hubo de chocar con
los anquilosados engranajes de la administración española. De ese particular
balance, la historia extrae sus conclusiones que pontifican a unos y. desmejo-ran
la imagen de otros. Precisamente, la necesidad y proyección higiénicas
extreman aún más la dispersión, dando acabada muestra de quienes enfatiza-ban
la implantación del modelo sanitario general o, por el contrario, quienes
hacían oídos sordos a las doctrinas y ejemplos de la salubridad anteponiendo
intereses económicos o de otra índole sobre aquéllos. Al fin, quedan despeja-dos
los protagonistas últimos de la fuerza histórica: conocimiento bieninten-cionado
versus ignorancia consentida e interesada.
Por empezar por algún sitio, el archipiélago ha disfmtado, a lo largo de los
siglos, de una imagen positiva como destino de salud allende las fronteras his-panas,
grandemente entre las capitales centroeuropeas. El turismo de salud
hallaba en las bonancibles condiciones climáticas un importante valedor de cara
a las enfermedades agravadas por los rigores del frío y la sequedad del conti-nente.
Tal fue así que, durante el siglo XIX en preferencia7, fue aumentando la
nómina de ediciones foráneas que explicaban los pormenores de las estancias
curativas en las islas, llegando al detalle de los bienes parciales provocados en
las maltrechas vidas de los enfermos. Por supuesto, esta imagen exterior era,
sagaz y hábilmente, alentada y aprovechada por las autoridades sociales y eco-nómicas
con el desarrollo de actividades empresariales que alimentaran el ansia
floreciente por la estadía insular8. No obstante, la extensión del paradigma com-placiente
sobre la situación natural de las islas había de tener un techo, por más
que el empeño de unos cuantos interesados lo intentara obviar. Esa referencia,
o tal vez detonante, estaba centrada en el crecimiento urbano desmedido y en el
incremento del tráfico marítimo, bienvenido en muchos sentidos pero también
fautor de la diseminación fuera de control de brotes infecciosos.
Justamente, Domingo J. Navarro hizo evidentes ambas vertientes en un
tomo importante dentro de la escueta bibliografia higiénico-sanitaria escrita por
Véase, por ejemplo: García Pérez, José Luis (1988) Viajeros ingleses en las L~las Canarias duran-te
el siglo XIX. Santa Cruz de Tenerife, Caja General de Ahorros de Canarias.
Incluso los ayuntamientos tomaron para sí, la tarea de difundir las estadísticas de temperatura para
su posterior publicación en los medios de prensa. Ese iba a ser uno de los principales cometidos de la futu-ra
estación meteorológica en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria en los albores del siglo XX (cfr.
Martín del Castillo, Juan Francisco [2001] "El primer proyecto de Observatorio Meteorológico Municipal
de Gran Canaria ( 1904- 1905): un documento inédito". El Museo Canario, LVI, 135-149).
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los propios galenos de la urbe grancanaria. Los Con.wjo~.v de higiene pzíhlic~r a
la ciudad de Las Palmas (Tip. de "La Verdad", 1896), inexplicablemente igno-rados
por la historiografía específícag, adquieren una relevancia de todo plinto
insobornable en cuanto a la profundización de los elementos e intereses dc la
salud pública. Aunque habremos de volver a ello más adelante, el grueso de la
obra aborda extremos que con el paso del tiempo se fueron imponiendo como
alarma social. Así, el agua de abasto -tema del texto de Navarro Torrens-, la
infravivienda o el chabolismo, el hacinamiento, la gestión sanitaria y la efica-cia
de sus resortes, la vacunación controlada y general, los recursos hospitala-rios,
etcétera, son, pues, los apartados que aborda con conocimiento óptimo dc
la doctrina y experiencia directa sobre la realidad concreta.
El legado del cronista Navarro no siempre fue bien atendido más allá del
grupúsculo socioprofesional al que pertenecía. No obstante, la impronta perdu-ró
con el cambio de siglo, realzando en letras de molde las admoniciones y
advertencias del doctor. En lo que atañc a este estudio, Domingo J. Navarro
eleva su figura hasta lograr alcanzar el parangón de autoridad histórica cn el
tema higienista. No otra fue su línea doctrinal, apercibiendo a personalidades
políticas y aún económicas y coinerciales de los dcsafueros que se cometían en
favor del progreso. Como en el artículo de Maragall, que abría la investigación,
también Navarro confía en que las mentes progresistas rompan los designios y
malos presagios sobre las tasas demográficas y el aumento de las bolsas de
miseria social. Particularmente, dio instrucciones diáfanas para acabar con el
hacinamiento de los caseríos del Puerto de La Luzlo, focos de infección huma-na
y animal, habida cuenta la numerosa comunidad de chozas y estercoleros
con animales sueltos pululando a su alrededor. Vicente Ruano Urquía ( 1 852-
1924), a principios de 1921, vuelve a retomar la problemática, si bien e11 refe-rencia
a la posible zoonosis con origen en la peste bubónica.
De un lado y del otro, vemos que los Consejos anticipan y preludian postc-riores
situaciones de contrariedad sanitaria. Le cabe, pues, el honor de ofrecer
las primeras lecciones de salubridad, a las cuales habrían de suceder las dc sus
compañeros; sin embargo, cuánto hubiera dado él por ignorar esa distinción y
trocarla en bonanza sanitaria de Las Palmas de Gran Canaria.
1.2. TIPOSD E HIGIENE SOCIAL
No se intenta en este apartado hacer nuevo descubrimiento sobre este o
aquel aspecto de la doctrina higiénica, sino presentar la realidad de lo
No aparecen en las obras de referencia, como las siguientes: Grai~jel,L uis S. ( 1975) E/ lihi.o irl<i/i-co
en Espuña (1808-lY36). Salainanca, Ediciones del Instituto Médico de Historia dc la Mcdicina Española;
López Piñero, José M." y Terrada, María Luz (1990) Bibliographítr Midicu //i~sprinici~(1 475-1950~.
Valencia, Instituto de Estudios Documcntales e Histciricos sobre la Ciencia. Universidad de Vdencia-CSIC'.
l o Navarro (1896). pág. 18.
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higiénico al través de la documentación histórica. De modo singular, la
higiene en la capital grancanaria ha generado una respuesta o imagen, sobre
todo a partir de la época finisecular, que puede ser motejada de la próxima
manera.
a) Higienismo divulgativo
De las tres clases de higiene social ésta es la más generalizada y, por
ende, difusa en cuanto a objetivos y resultados. El medio de introducción
del mensaje en la población viene de la mano de la prensa, que, normal-mente,
representa el órgano de expresión de la ideología imperante y, en su
consecuencia, del poder político en el gobierno. Resulta reiterativo, por
tantas veces pronunciado, decir que los periódicos locales son los voceros
de la burguesía ascendente en el mayor tramo histórico del siglo deci-monónico;
no obstante, es así: las preocupaciones ínsitas al criterio
ideopolítico reinante se muestran, de forma natural, en los diarios, ver-daderas
páginas de conocimiento de la realidad cotidiana de las ciudades
españolas. En las Islas Canarias no se separa, en absoluto, la imagen del
resto del Estado. Por lo que hace relación a Las Palmas de Gran Canaria,
el Diario de Las Palmas, o antes El Liberal y más tarde La Provincia, entre
ochos muchos, hacen gala de su prurito por informar o divulgar las condi-ciones
sanitarias de la urbe. En ocasiones, la divulgación se funde con la
advertencia social.
El texto de Navarro Torrens atiende a esta última característica. No sabe-mos
si fue publicado realmente, pero su perfil coincide en un todo con el del
típico artículo de fondo. Además el rubro no necesita de aclaración, ya que o
bien se asimila con la funcionalidad del bando municipal o bien queda inscrito
en las planas del noticiario. Al público. No hay motivos de alarma, fechado el
16 de junio de 1920 y redactado a mano en cuartillas, es un ejemplo más de la
tarea informativa que algunos señalados médicos principiaron en un afán
reformista que no siempre cuajó. Por obvio se omite, aunque luego degenere
en ignorancia de los orígenes de la preocupación de los galenos. Es decir, lle-gados
los comunicados a las redacciones de los periódicos, por vía directa o
mediante la recomendación de turno, eventualmente los textos resultantes
quedaban expuestos a la criba de la censura administrativa o, lo más habitual,
al recorte justificado por las dimensiones propias del periódico. Fuera lo que
fuera, el artículo definitivo podía distanciarse en forma y contenido del origi-nal
a expensas del dictado político en auge.
Referido esto, surge la emergencia de un análisis en conciencia del Al
público, explicando la motivación, el sesgo, el tiempo y la autoría.
Comenzando por lo último, Andrés Navarro Torrens (1 844- l926), del que José
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Miguel Alzola ha escrito una acertada biografía'', fue un médico mi géneris
que ostentó diversos cargos administrativos en la municipalidad relacionados
con el área sanitaria. No en vano en la firma del manuscrito, agrega las respon-sabilidades
a las que debía atender, que suponen una seria y delicada labor.
Director de la Sanidad Municipal y del Laboratorio Municipal de Higiene"
son dos avales que, utilizados a conveniencia, deberían actuar como soporte
profesional a las recomendaciones que se extienden en el texto. El margen
temporal en el que se enmarca la redacción no es baladí, ya que acoge, según
la opinión de los expertos en la cuestiónl3, el interregno en el cual se abre una
inflexión en los ataques epidémicos en el mundo occidental. Dc los años pre-vios,
la pandemia gripal (1 9 18- 19 19) y la dura contienda mundial son eventos
que no deben perderse de vista, sobre todo el primero. Una nueva oleada de
infecciones virulentas había de acontecer a las poblaciones del Hemisferio
Norte, especialmente las indicadas como alarmantes para la estabilidad
demográfica dada su alta incidencia morbífica.
Ciertamente, el proceso vivido en el Lazareto de Gando con el desembar-que
del pasaje del Sutitu ísuhel acicateó al galeno para informar a la población
de los medios a su disposición para prevenir una posible infccci6n devenida
del abasto público del líquido elemento. También pesó en el ánimo de Navarro
Torrens la cruel experiencia de una epidemia desatada en toda su penuria.
como la del Cólera Morbo. Estos males, cercanos o distanciados en el tiempo.
son los referentes patológicos que conforman la visión médica del asunto. El
sesgo de la redacción huye, en todo momento, de la palabra técnica y el fatuo
alarmismo, peligros inherentes a la escritura de un profesional de la medicina.
Mas, por otra parte, cae inconscientemente en el mas craso de los paternaiis-mos
al tratar al ciudadano con indisimulable suficiencia. En este punto.
Navarro Torrens se identifica con la mayoría de los tratadistas de la especiali-dad
higienista, amén de potenciar la iconografía tutelar de la prhctica médica.
tan bien dibujada en la literatura del tiempo (por ejemplo, Pío Baroja).
La espita que derramó la tinta del escrito fue, en lo particular, un anuncio
público de abstención del uso del agua potable de abasto por estar, en medida
cautelar, a la espera de una purificación ulterior. Sabedor de la contrariedad qiic
provocaría en el vecindario, el médico estima convcnicnte redactar las cuartillas
para aliviar las conciencias de sus conciudadanos. En sus palabras1%
1 ' Alzola, José Miguel (1 999) AndrrL;s N m w w 7i>rrc.ti.sC 'o/t~ndudode~l Alrt.\~co Cunut~~/lo~ Y34-/'i2hi.
Col. "Viera y Clavijo", n". 16. Las Palmas de Gran Canaria. E1 Museo Canario. (Sobre la 6poc:i que coiiici-de
con nuestra investigación, consultar las páginas finales del libro, 176 en adcla~itc).
' 2 Cfr. Martín del Castillo, Juan Francisco (19%) Los pt.itnri.o\ luhot~citorio,cd e L1.s r J d i t t i i .(~1 '104-
1926). (Una aproximación). Las Palmas de Gran Canaria, Ayuntamiento.
' 3 C'b. Kumate, Jesús (2002) "La transición cpidcrniolGgica del siglo XX: ¿vino ~ i ~ i c ceno odrcs \le-jos?'.
Revista de la Facultad de Medicina (UNAM), vol. 45, n." 3.
14 AHPLP, Ayuntamiento, Serie: Sanidad, legajo I 1, expediente 6.
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El anuncio de cualquier medida sanitaria, dirigida como son todas, á evi-tar
una de las tantas causas que pueden alterar la salud del vecindario es, casi
siempre, objeto de equivocadas interpretaciones, convirtiendo en temor lo que
debiera ser motivo de tranquilidad.
Un simple consejo, una sencilla recomendación, como el haberse pro-puesto,
en estos días, el no hacer uso del agua potable sin antes hervirla, mien-tras
en la nueva instalación de la del concurso público, no se eviten, como así
lo hará, las impurezas que pueda contener el dicho líquido, ha dado lugar á
variadas versiones que han despertado la intranquilidad y el sobresalto del
público; y cuando llega este caso, las exageraciones y suspicacias ahogan todo
conato de reflexión, y la acalorada imaginación, en brazos del pesimismo, no
ve, en aquella medida sanitaria, otra cosa que un aviso, el fatal anuncio de una
grave epidemia.
Este primer párrafo de la redacción retoma los viejos fantasmas, a los que
inveteradamente ha de enfrentarse la ciencia médica. La ignorancia y la irra-cionalidad
son el caballo de batalla al que hace frente Navarro Torrens. La
anécdota del agua potable también inquiere al pasado histórico y resulta re-levante
para hacer comprensión del estado sociosanitario de la población. A
las alturas de 1920, la ciudad aún estaba carente de una depuradora eficiente,
a lo que el galeno no puede oponer alegato convincente por estar fuera de sus
conipetencias presupuestarias. Volvemos entonces al capítulo de la gestión
higiénico-sanitaria, que, fácil se aprecia, no reside en las manos que, por
conocimiento y capacidad, serían las llamadas a desempeñar la responsabili-dad.
Esto se deja traslucir medianamente en la textualidad, pero no sólo eso.
Verbigracia, hay un elevado componente psicológico en el diagnóstico de la
situación propiciada por la implantación de la medida cautelar sobre el abasto
y consumo de agua.
No le duelen prendas al doctor al clasificar al grueso de la población como
propenso a la imaginación fantasiosa y a la sinrazón. Sin embargo, este prover-bial
paternalismo no dificulta la conquista del propósito establecido de ante-mano.
En un alarde de pedagogía higienista, a la par que de sabiduría técnica,
explicita la necesidad de la medida, confrontando el alarmismo irreal con la
certeza del frecuente cotejo analítico del agua, tan necesario como oportuno
para obtener la consecuente estadística de optimización e informar de
insospechados agentes patógenos, orgánicos o minero-metaloides. Finalmente,
llega a la clave del problema, el extremo de la cadena higiénica: la propia
vivienda.
Pero no podemos seguir con este plácido optimismo. Por más que el agua de
las fuentes, en la generalidad de los casos, sea la bebida ideal, queda distante de
nuestra casa y aun partiendo del supuesto de que allí llegue en tuberías imper-meables
que garanticen su pureza, es muy común, que, en nuestra propia vivien-da
la pierda contaminada en los acueductos parciales con los albañales del uso
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doméstico o en los recipientes destinados á los depósitos de la misma agua sino
estando bien cubiertos, el polvo y los insectos se han encargado de infectarlos15.
Hay cierta inconexión textual, debida a la improvisada redacción, corre-gida
al vuelo, pero, así y todo, queda demostrado que, para Navarro Torrens,
los esfuerzos por la potabilidad han de experimentar un doble refuerzo en el
domicilio particular. Lo que fuera de él parece garantizado, dentro de sus pare-des
y, señaladamente, en las canalizaciones interiores puede claudicar. Persiste
una referencia directa a la correcta urbanificación de las edificaciones, a sus
condiciones de habitabilidad pero tampoco desea profundizar demasiado en
esas latitudes porque conduciría de vuelta a la responsabilidad municipal. En
otro orden de cosas, había menester una reglamentación más exigente con la
construcción urbanística y, en todo caso, un acento mayor en la inspección
pública de las instalaciones y viviendas del vecindario.
Concluye, taxativo, con el siguiente exordio:
De aquí se sipe que el enemigo de nucstra salud lo hemos de buscar en casa.
estando en nuestra mano el medio de combatirlo. En el agua viven y se propagan
los gérmenes del cólera morbo, de la fiebre tifoidea, de la disentería, etc., como
también los embriones de la tenia ó solitaria y de otros parásitos intestinales.
Para terminar. No distraigamos la atención de nuestra propia casa, coiitri-buyainos
poderosamente a la acción pública higienirando nuestra ki~ienda
que debe ser una parte integrante de nucstra misma persona"16.
Advertida la población del valor del aseo, individual y domiciliario, no puede ulti-marse
este apartado sino con la alusión a las costumbres locales que recuerda Navarro
Torrens. En Recuerdos de un noventcín ( 1 895), Domingo J. Navarro, en funciones de
cronista de la época, glosa el uso de las fuentes y acequias para el lavado de las pren-das
familiares, dando nota y relación de los efectos positivos sobre el intercambio de
las personas, sus amistades, su pintoresquismo~7S. in embargo, ello puede ocasionar
lamentables manifestaciones antihigiénicas y así lo hacc saber Navarro Torrcns, sin
medias tintasl? "Se corre también el riesgo de ser infectado al utilizar para el lavado
ó baños el agua de las acequias, impurificadas con la limpieza de las ropas".
6) Higienismo administvativo
Este nuevo tipo higiénico difierc del anterior en varios extrcinos. El pri-mero,
y quizá el definitivo, nace de la oportunidad del momento en el que se
1 5 Ibíd.
l 6 Ibid
17 Edición del Cabildo Insular de Gran Canaria, 199 1, pág. 98 y SS
Alpúblico, cit.
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Juan Francisco Martin del Castillo Higienismo antiepidémico en Las Palmas de Gran Canaria ...
activa. Si el higienismo divulgativo advierte, anticipa e, incluso, alecciona a la
comunidad para prevenir y evitar males mayores, sobre todo la manifestación
de una epidemia declarada; en cambio, el administrativo supone el ordena-miento
de unas medidas de auxilio para sofocar directamente la posibilidad de
contagio. Si el primero es pedagógico, el segundo viene a ser burocrático, al
actuar la institución municipal con todas sus consecuencias, entrando a valo-rar
las condiciones sociosanitarias de los vecinos y tomando decisiones al res-pecto,
por más que éstas se expresaran en urgentes decretos que implicaban el
derribo de las infraviviendas o el desalojo forzoso de domicilios en vista de un
saneamiento profundo.
Con todo, el administrativo podía quedar en gesto vacuo de una interesan-te
iniciativa. Al envararse las voluntades iniciales en los procedimientos de la
burocracia, fueran cuales fueran estos, el riesgo de vaciar de contenido las
comisiones creadas al efecto es muy real. Como botón de muestra, en solici-tud
de allanar el hallazgo de este higienismo vertical, podemos dirigir la mira-da
a los hechos ocurridos en torno a la alerta sanitaria de fines de 1899 con
motivo de la noticia extendida de la aparición de la Yersenia Pestis en los puer-tos
próximos a Canarias, en el Norte de África, y algunos otros europeos que
mantenían tráfico con el de La Luz, como el de Lisboa. Las autoridades muni-cipales,
a instancias de la crecida preocupación del vecindario, nutrida a su vez
por las publicaciones periódicas y el rigor del informe de los servicios de
Sanidad Exterior, promovieron la creación de comisiones de barrio para detec-tar
posibles focos de infección, en los cuales pudiera prender fácilmente el
contagio masivolg.
Eran comisiones conformadas por no más de una decena de individuos, al
frente de la cual sobresalía la personalidad política del concejal de turno. Sus
funciones, como queda dicho, eran administrativas o de control e inspección,
tras las que se ambicionaba confeccionar un detallado mapa de puntos de con-flictividad
sanitaria. En determinadas ocasiones, la comisión pasaba informe
razonado de este o aquel aspecto a solucionar, dictando la autoridad compe-tente
las medidas higiénicas perentorias, que podían concluir en la desinfec-ción
de los inmuebles o las personas.
En realidad, el higienismo administrativo surge del miedo atávico a la
propagación de la enfermedad infecciosa. Jamás se pensaba en activar medi-das
como las descritas, si antes no existía una alarma previa. Sus resultados,
mínimos y claramente parciales, servían de parapeto político a los gober-nantes,
salvos, en todo caso, de cualquier posible omisión negligente en el
desempeño de sus tareas. En el terreno estrictamente sanitario, producían un
hondo sentimiento de decepción por la pérdida de una oportunidad única de
'9 Cfr. Martin del Castillo, Juan Francisco (1996) Medidas higiénicas y amenaza depeste bubónica en
Las Palmas de Gran Canaria (1899). Las Palmas de Gran Canaria, R.S.E.A.P.L.P.
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someter a escrutinio uiblico las condiciones globales de la ci~idadR. aramente,
en curioso ejemplo, participaban los médicos cn las comisiones de higiene, tal
vez avezados en experimcias dc parecido jaez.
Ahora bien, había un rasgo positivo en la tiinción dcl higienisino vertical
o administrativo, a lo menos a los ojos del historiador. Quicrc decirse qiic ccr-tifican
el estado sanitario de la urbe al completo en un tiempo concrcto, algo
impensable e imposible si no fuera por su concurso. Son el lilm blanca de la
higiene histórica, apuntando a los malcs seculares dc la sanidad pública. Otra
cosa sería que tal presentación operara en la senda de resolver los problemas
enquistados o arreglar situaciones clamorosas de abandono y desidia inunici-pal.
En concreto, las comisiones de 1899 son harto elocuentes porque ratifican
el boceto pergeñado, dando particulares y excelentes noticias de los barrios de
Las Palmas de Gran Canaria pero sin ultimar una medida estructural de ataquc
a lo antihigiénico e insalubre. De todos eran conocidas las realidades l a
marina de La Luz, los barrios de los riscos-, con sus pisimas condiciones, sin
embargo no había decidida voluntad por atajarlas. Los años transcurrían y,
pese a ello, todo habría de seguir igual.
c) Higienismo terapkutico
Precisamente, este último tipo de razón higiénica provicnc dc lo apuntado
arriba. Esto es, cuando la situación deviene e11 insostenible, la autoridad sani-taria
competente elabora el conveniente informe y lo alza a la superioridad, no
tanto por oportunismo sino por cumplir con los deberes propios a sus fun-ciones.
Es un higienismo técnico, estricto en el trato del problema y inetódico
en la resolución. Visto en la distancia histórica hasta resulta delator dc la incu-ria
de los ediles, por un lado, al no prestar oídos a sus recornendacioncs, y dc
otra parte, atestigua el buen hacer de los profesionales de la medicina, no sola-mente
observadores del estado sanitario sino también eficaces responsables de
la toma de medidas.
El 2 de julio de 1921, Vicente Ruano Urquía firma unas exhaustivas
Apuntuciones que el Inspector municipal u% Sanidad tiene el honor d~
hacer a las Autoridudes guhernativus con nzotivo de la prc~sentacr0n ck ILI
peste bubonica en puertos vecinos al nuestro20. En ellas hace gala de un
exquisito conocimiento de la situación higiénico-sanitaria de la ciudad, con
especial atención a aquellos posibles focos de brote infeccioso, y además
precipita un diagnóstico fiable de la problemática común. Siendo sinceros
don Vicente había avisado, aun antes, de la probable llegada del mal
epidémico. Remitió oficio, desde la Delegación de Gobierno, en el 28 de
20 AHPLP, Ayuntamiento, Serie: Sanidad, legajo 1 1, expediente 6.
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Juan Francisco Mariin del Castillo Higienismo antiepidimico en Las Palmas de Gran Canaria ...
junio, poniendo en antecedentes a la municipalidad y solicitando la dis-posición
del "hospital de infecto-contagiosos instalado en la Calle de los
reyes7'21.
Se tienen, por lo tanto, varias evidencias concretas de que Ruano Urquía
acreditaba su profesionalidad en el manejo de la alerta, amén de criterio fun-dado
y responsable como oponente a la futura infección. Más tarde, en los
principios de 1923, incluso se le llegó a echar en cara el no haber actuado con
la debida celeridad en la advertencia precisa, cuando la peste bubónica desem-barcó
en La Luz. Además sufrió de la humillación, gratuita e ignominiosa en
todos sus extremos, por arbitrar medidas conducentes a restablecer la normali-dad
sanitaria en los alrededores portuarios. Su postura, contundente y lógica,
le puso en el bando rival a la hegemonía política y económica, que suspiraba
por su remoción al frente de la Jefatura Insular de Sanidad. A la postre, hubo
de dimitir22, no obstante haber reaccionado en la correcta dirección. Estos son
los contratiempos a que puede abocar el higienismo terapéutico, de ningún
modo presentes en los dos anteriores.
Las Apuntaciones son un mínimo conjunto de observaciones e instruc-ciones
sanitarias, con un perfecto orden de prelación que difumina la falsa
imagen que pudiera tenerse de la medicina social g r a n~a n a r i aP~r~ed. omina la
seriedad y la sensatez de juicio, algo de lo que carecían ciertos segmentos de
la sociedad por la inclusión de intereses espurios en la parcela sanitaria a fin
de consagrar unas prebendas socioeconómicas. Hablamos de la declaración de
suciedad portuaria y el más que posible cierre de las instalaciones al tráfico
marítimo; fenómenos ambos que producían un temor cerval en la burguesía
local, aunque fuera real la infección generalizada.
En el preámbulo de las Apuntaciones, entre un razonable optimismo y la
consecuente reserva de la experiencia, reflexiona sobre la peste bubónica y su
prendimiento en tierras isleñas. El motivo combinado es la etiopatogenia y la
higiene social:
De aquí se desprende la facilidad con que hoy la profilaxis pone a recau-do
de este azote a las poblaciones que tienen medios para defenderse de él. En
nuestra población en las faldas de la Isleta se ha visto bien comprobado este
hecho.
Las moscas, mosquitos, pulgas, chinches y piojos, son los parásitos pro-pagadores
de esta enfermedad, de aquí que los medios higiénicos contra estos
insectos, deben emplearse a mano larga para evitar el contagio.
Las ratas son los animales donde la dolencia existe. Es una enfermedad
2' Ibíd.
22 Véase: La Provincia, no. 5015, del 7 de abril de 1923, "Junta Insular de Sanidad".
'3 En 19 16, ya había dejado palmariamente expuesto el buen conocimiento de los males virulentos en
la Memoria presentada a la Real Academia de Medicina de Sevilla, sobre las enfermedades injecciosas y
su tratamiento por las vacunas- sueros (Las Palmas, Tip. del Diario, 110 pp.).
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propia de estos roedores en donde se desarrolla de modo epidémico y de
ella la adquiere el hombre, especialmente por medio de las pulgas; de aquí
la gran importancia que tiene evitar el atraque de los buq~iesa los muelles,
pues de este modo el desembarque de las ratas enfermas es el principal
medio de contaminación a los puertos y de ellos al interior de las pobla-
~ i o n e s " ~ ~ .
Hay un claro discernimiento en el rumbo de las decisiones a tomar. Don
Vicente huye del alarmismo pero no oculta el peligro que sc cierne sobre la
ciudad y la isla si, con la necesaria presteza, no llegan los remedios oportunos.
Apunta a un núcleo urbano de riesgo altísimo como es la barriada de la Isleta.
Tiempo ha se había recomendado su completa higieni~ación (Domingo. J.
Navarro, Consejos de higiene pública ..., 1896), sin embargo en la época de
Ruano Urquía no había experimentado mejoría.
Dos terceras partes de las Aptrntuciones son reglas higiénicas, dirigidas
al común, al individuo particular y a las instituciones. Incluso admite un
apartado para la epizootia y su aniquilación en origen:
Siendo la rata la portadora de esta dolencia, toda la higiene en defensa de
esta enfermedad, debe dirigirse contra el exterminio de la misma, para lo cual
se emplearán las sustancias especiales para enfermar estos roedores y los
venenos más adecuados para darles muerte25.
Pero ante la declaración del mal, ya había pensado en cl mecanismo para
afrontar los primeros momentos de caos. Esto es, en la cura justa nada más pre-sentarse
el cuadro prodrómico y la sintomatología exacta de la invasión del
bacilo de Yersin.
Para prevenir el contagio en la especie humana y como medio contra esta
enfermedad, se ha pasado una nota al Sr. Presidente dcl Cabildo, para que Cstc
pida al Instituto de Alfonso XIII, 250 ampollas de suero y suficiente cantidad
de tubos de vacuna26.
Es lo curioso que, para terminar con las Apzlntuciones, el texto coincida
plenamente con las directrices emanadas del escrito autógrafo de Al pfíhlic~.
En lo esencial, se vuelve el rostro higienista hacia el domicilio, corno valladar
de limpieza, si así se hace, o foco de infección, si no se procede al sancamien-to
oportuno. Tanta insistencia hubiera de obtener éxito en las instancias supe-riores,
empero la evidencia demuestra lo contrario. Semeja un grito de deses-pero
que no llegó a ser escuchado por quien debía.
24 Legajo 11, exp. 6, cit.
25 Ibíd.
26 Ihíd.
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Juan Francisco Martin del Castillo Higienismo unfiepidémico en Las Pulmus de Gran Cunaria ...
La limpieza doméstica deberá ser objeto de especial cuidado de los veci-nos,
generalizándola a todos los departamentos de la casa-habitación, sin
escasear ninguna clase de medios conducentes al aseo de pisos, patios, azote-as
y todos los accesorios y además al blanqueo de tapias, e t ~ . ~ ' .
En tiempos de la alcaldía de Emilio Valle y Gracia hubo, como modesta-mente
se acaba de mostrar, un renacer del hincapié higienista, en torno a las
figuras médicas de las instituciones locales e insulares. Se ha caracterizado a
estos higienismos como divulgativo y terapéutico, respectivamente, si bien su
meta es idéntica. Andrés Navarro Torrens y Vicente Ruano Urquía son los
adalides del movimiento y sus inclinaciones sociosanitarias habían estado en
el ánimo de todos. No eran nuevos en las lides higiénicas ni tampoco
desconocían los entresijos de la administración pública, no obstante sus ansias
quedaban, en muchas ocasiones, reducidas a la mínima expresión por ausen-cia
de apoyo gubernativo.
En cuanto a los dos escritos analizados en esta investigación, sobresale un
común criterio por ordenar la higiene urbana en todos los ámbitos, ya que con-sideran
que el aseo personal y la limpieza domiciliaria son las medidas más
eficientes para evitar los ataques infecciosos y, por ende, las epidemias. Fuera
de esto, hacen explícita recomendación a la superioridad con el objetivo de
articular reglamentos o normativas específicas que sofoquen la posibilidad de
un quebranto sanitario generalizado.
Finalmente, el higienismo antiepidémico depende, en grado sumo, de la
voluntad de los gobernantes y de la difusión de las reglas higiénicas, así como
del caso que se haga a las autoridades sanitarias. Cuando lo económico-portuario
estaba comprometido en el asunto, no siempre era tenido en cuenta
aquel higienismo, por raro que nos parezca en la actualidad.
27 Ibíd.
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