Notas sobre la prevención sanitaria
y el proyectismo higiénico a principios de siglo
en Las Palmas de Gran Canaria
JUAN FRANCISCO MARTÍN DEL CASTILLO
I.E.S. Siete Palmas
(Las Palmas de Gran Canaria)
Boletín Millares Carlo, núm. 26. Centro Asociado UNED. Las Palmas de Gran Canaria, 2007.
Resumen: A principios del siglo XX, la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria emprende
un básico planeamiento de reformas en el ámbito sanitario y la proyección higiénica. En pa-ralelo
a una decidida política de perfil regeneracionista, tanto la Dirección de Higiene Pú-blica
como la propia Alcaldía someten a examen algunos puntos de la red de atención sani-taria,
desde la inspección rutinaria de establecimientos o locales hasta el servicio de
recogida de desechos, con el ánimo de fortalecer el mínimo estándar higiénico de la urbe.
Este incipiente movimiento de control de la sanidad es un primer avance de las posterio-res
medidas de mayor alcance y contundencia. En esta labor, destacan las voluntades del
médico Andrés Navarro Torrens y la del político Tomás Sintes y Llabrés, como máximo re-presentante
de la municipalidad.
Palabras clave: Sanidad, Higiene, Regeneracionismo, Las Palmas de Gran Canaria,
Siglo XX.
Abstract: At the beginning of XX century, the town of Las Palmas de Gran Canaria (Ca-nary
Islands) undertakes a basic drawing of reforms in the sanitary order and hygiene pro-jection.
In conformity with the regenerationism policy, the Health Office and the Mayor
submit to examination several points of public attention net, from routine inspection of com-mon
places (hotels and garages, for example) to the garbage collection service, with the goal
of supporting a hygienic standar of port city. The early movement of health control is the
first progress of later and strong improvements. The determination of doctor Andrés Na-varro
Torrens and the local politician Tomás Sintes Llabrés, as Mayor of townhall, distin-guish
in this advance.
Keywords: Health, Hygiene, Regenerationism, Las Palmas de Gran Canaria (Canary Is-lands),
XX Century.
60 Juan Francisco Martín del Castillo
0. INTRODUCCIÓN
El cambio de siglo en la ciudad portuaria presenta múltiples ópticas de
atención, significativas todas ellas desde luego. Por una parte, se siente la
expectación creciente por la definitiva conclusión de las obras de La Luz, en
las que se habían depositado, y además con justicia histórica, buena propor-ción
de las esperanzas futuras de progreso social y crecimiento económico;
por otra, la población experimenta, debido al factor anterior, un notable de-sarrollo
demográfico1, con una paulatina concentración humana en determi-nados
enclaves urbanos. También, se procura observar, en las lides adminis-trativas,
una respuesta coherente a tales fenómenos, sobre todo el último,
resumen de un diferente trato político, más acorde con el incipiente plantea-miento
de una ciudad moderna y ansiosa por sumarse a los índices de ade-lanto
del estado español. En una palabra, Las Palmas de Gran Canaria comien-za
a mirarse en el espejo que identifica a los auténticos núcleos de pujanza
en la España de la época, pese a su diferencial histórico.
En otra consideración, quizá menos generalista, la localidad contempla una
disciplina de tipo regulacionista que destaca con inusitada observancia en el
vector jurídico-legal y urbanístico. Por supuesto, no es un aceptar únicamente
la normativa, emanada de Madrid, sino admitir una planificación u ordena-miento
que resulta chocante con las actitudes del siglo anterior. En princi-pio,
el propósito del gobierno local postula una mayor unificación de los pro-cedimientos
administrativos y, unido a ello, la exacta materialización de
las reformas previstas. Este modelo regulador se atisba en el primero de los
apartados próximos, así como en el posterior se circunstancia la urgencia y
necesidad de dotar a los servicios sanitarios de una elemental proyección,
hasta ese instante inexistente por dejadez o ausencia de motivaciones pro-fundas,
promediando el desinterés o la disfunción en responsabilidades cier-tamente
relevantes para el régimen ordinario de las actividades de la capital
grancanaria.
1. LIMPIEZA Y DESINFECCIÓN: EL ANHELO DE UNA REFORMA NECESARIA
Claro está que no siempre los factores propiciatorios de la precitada in-curia
habrían de ser encontrados entre la madeja de supuestas irresponsabi-lidades
de los administradores municipales. En realidad, el germen de la si-tuación
corresponde a las nulas partidas presupuestarias previstas en los
ejercicios anuales, debido a la contumaz falta de financiación de origen esta-
1 Cfr. Burriel de Orueta, Eugenio L. y Martín Ruiz, Juan Francisco (1980), Evolución
demográfica del municipio de Las Palmas. Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo Insular
de G. C.
Notas sobre la prevención sanitaria y el proyectismo higiénico... 61
tal. Sabedores de esta principal nota, los ediles probarán, y el verbo es ajus-tado,
con una política de extracción posibilista, en el bien entendido que las
competencias, de manera contraria, se expondrían al absurdo de comulgar con
lo inaceptable, esto es, derivar hacia una irresponsabilidad social y política.
Comoquiera que los nuevos aires en la España de principios de siglo pro-metían
una dosis mayor de participación en el progreso de las mínimas in-fraestructuras
y en los servicios estratégicos de las urbes capitalinas2, Las
Palmas de Gran Canaria experimenta todos los indicadores descritos, natu-ralmente
en una escala insular y ultraperiférica, que corren desde el posibi-lismo
en el desarrollo de las políticas locales hasta la relativa pero decidida
implementación de aquellos sectores que determinan el avance de una so-ciedad
concreta. En lo tocante al capítulo de la profundización de las institu-ciones
básicas, lo primero en certificarse es un diagnóstico previo de la su-frida
disfunción, cosa nada difícil, pues a los ojos saltaba la problemática; mas
luego, se aproximaban las soluciones, pendientes por lo regular de los dine-ros
públicos o de las buenas voluntades inmersas en el asunto. La limpieza
municipal de los barrios y los proyectos a visibilizar en la reforma sanitaria
son diáfanos ejemplares de la renovada conjunción de intereses en la políti-ca
del gobierno de la ciudad.
Andrés Navarro Torrens (1844-1926)3, prohombre de la higiene social y
la prevención sanitaria de la isla, a finales del Ochocientos y en los inicios
de la centuria entrante, como Director de Higiene4, se erige en genuino adalid
de las grandes líneas programáticas de provisión de medidas eficaces y re-solutivas
en el medio de la limpieza y la inspección ejecutiva de las órdenes
dictadas desde el Consistorio. En 1902, distínguese el activo ánimo del mé-dico
grancanario en una aparente, simple tal vez, reforma de la planificación
del sistema de limpieza viaria, aunque, en el trasfondo, se debate una impor-
2 Cfr. Chueca Goitia, F. (1987), Breve historia del urbanismo. Madrid, Alianza Ed., 11ª.
reimp., lección 8 (pp. 165 y ss.); Jover Zamora, J. Mª. (1990), «La época de la Restaura-ción.
Panorama político-social, 1875-1902», en Manuel Tuñón de Lara (dir.), Historia de
España. VIII. Revolución burguesa, oligarquía y constitucionalismo (1834-1923). Barcelo-na,
Ed. Labor, 2ª. ed., 13 º. reimp. , pp. 269-406, esp. 322 y ss. Para una visión globalizada,
véase el estudio de Bédarida, F. (1989), «Las ciudades. Población y explosión urbana»,
en Asa Briggs (dir.), Historia de las civilizaciones. 10. El siglo XIX. Madrid, Alianza Ed./
Ed. Labor, pp. 146-183, esp. 180-183.
3 Cfr. Bosch Millares, Juan (1967), Historia de la Medicina en Gran Canaria. Gran Ca-naria,
Cabildo Insular de G. C., II, pp. 237-239; Alzola, José Miguel (1999), Andrés Navarro
Torrens. Cofundador del Museo Canario (1844-1926). Las Palmas de Gran Canaria, El Mu-seo
Canario.
4 Debido a la previa renuncia del doctor Bartolomé Apolinario Macías, Navarro Torrens
es elegido por unanimidad el nuevo Director de Higiene de la ciudad, conforme al acuerdo
tomado por la sesión ordinaria del pleno capitalino, con fecha del 6 de septiembre de 1899.
Cfr. Martín del Castillo, Juan Francisco (1996), Los primeros laboratorios de Las Palmas
(1904-1926). (Una aproximación). Las Palmas de Gran Canaria, Ayuntamiento, pp. 36-37.
62 Juan Francisco Martín del Castillo
tante realidad urbana y sociohigiénica. A través de una plataforma informati-va,
bastante habitual en la época, Navarro Torrens, sitúa en sus justos tér-minos
el déficit:
«(...) El sistema empleado para el aseo y limpieza que, á diario, se verifi-ca
en esta ciudad es de resultado satisfactorio por lo que respecta á los ba-rrios
centrales de Vegueta y Triana, donde, la amplitud de las calles y el ado-quinado,
permiten el empleo de medios adecuados; pero no sucede lo mismo
tratándose de los barrios extremos, sin urbanizar, en su mayor parte, despro-vistos
de pavimento y consistiendo, muchas de sus calles, en verdaderas ve-redas
tortuosas, de difícil acceso. (...) La brigada de limpieza pública, compues-ta
sólo de cuarenta individuos, puede, á fuerza de su buena organización, aten-der
diariamente á la parte más visible de la ciudad; pero de ningún modo a
los barrios extremos sino en períodos largos y de una manera muy imperfecta
por las condiciones de la localidad ya indicadas. Los vecinos de estos sitios,
á su vez, no pudiendo arrojar con libertad á la vía pública, porque los prohíben
las ordenanzas municipales, lo que dentro de casa perjudica notoriamente al
bien estar y á la salud, vienen en un constante recelo y aprovechando las no-ches
para burlar la vigilancia de los agentes municipales, lo dispensan
disimuladamente en las callejuelas, puertas inmediatas y acequias de los
heredamientos. A esta causa obedece la suciedad constante de las afueras de
esta ciudad con notable quebranto de la higiene pública y de las convenien-cias
del decoro»5.
El médico y el responsable político resumen la cuestión en una única voz
de denuncia y alarma social. Aunque el lenguaje está ausente de ribetes in-cendiarios,
no por ello pierde un ápice de contundencia en la advertencia hi-giénico-
sanitaria. Antes y después6, Navarro Torrens pronunciará graves pa-labras
de admonición social en el sector de su dominio, pero lo que hace
especial a este informe sobre la limpieza viaria en la capital no es otra cosa
que la carga moral ínsita a su contenido. Por un lado, refiere que la ciudada-nía
de los barrios alejados del casco viejo reserva una tradicional y pernicio-sa
costumbre al deshacerse de los desperdicios caseros en su entorno inme-diato,
con total ignorancia de la elemental cautela cívica que preside la sana
convivencia; pero, por uno alternante, también se pregunta por las posibles
responsabilidades municipales en la detención de semejante práctica. Sea lo
uno o lo otro, tal presentación adquiere un valor historiográfico interesante,
al desvelar el escueto ideario de la política local, al menos en unas compe-tencias
que antaño dejaban mucho que desear. Hay un tercer aspecto, sobre-puesto
a los anteriores, que despierta la atención: la distinta óptica de los
5 AHPLP, Ayuntamiento, Sanidad, legajo 6, expediente 18. Informe del Director de
Higiene al Alcalde Presidente, del 14 de marzo de 1902.
6 Cfr. Martín del Castillo, Juan Francisco (2003), «Higienismo antiepidémico en Las Pal-mas
de Gran Canaria (1920-1921): divulgación y terapéutica». Boletín Millares Carlo, 22, pp.
131-145, esp. 137-140.
Notas sobre la prevención sanitaria y el proyectismo higiénico... 63
munícipes y, por consiguiente, de los servicios básicos conforme se tratase
de una barriada céntrica o «extrema». En esto, la esculpida valentía de don
Andrés es merecedora de un efusivo elogio.
La limpieza viaria, pues, reúne los suficientes condicionantes para sen-tar
una aproximación al prurito preventivo de la nueva centuria en la volun-tad
de la administración local. Claramente se ve que las soluciones, al mar-gen
de las posibilidades presupuestarias, se arbitran en la correcta
comprensión y ejecución del servicio, como así lo persigue la propuesta del
Director de Higiene Pública:
«Con el fin de evitar los posibles inconvenientes apuntados, cree esta
Dirección que sería conducente el establecer por el Municipio, en los suso-dichos
barrios, eligiendo los sitios,... unos espacios cercados, á manera de
corralillos, que, construidos á distancia y en número suficiente, permitan á los
vecinos depositar, con comodidad y á diario, el estiércol y sea también á dia-rio
extraído metódicamente por los carros de limpieza pública»7.
El posibilismo de la política higienista resultante queda patente en la sen-cilla
medida prevenida por Navarro Torrens. Quizás, en otro sentido, permi-te
colegir el mal estado de los parcos equipamientos de las vías urbanas, por
lo que hace referencia a las zonas periféricas. Es más que habitual, entre los
papeles del ramo sanitario, toparse con documentación relativa a la ilegal y
antihigiénica proliferación de estercoleros o porquerizas en lugares no pre-parados
para tal menester, así como la oportuna denuncia por parte de la guar-dia
municipal, pero, aun así, también se aprecia la continua reiteración de la
poco saludable conducta ante la falta de lo que hoy sería una organizada y
efectiva política de recogida de desechos urbanos. En esta suerte, el arbitrio
del médico público roza lo ridículo por la obviedad de sus planteamientos. No
obstante, representa un emergente fenómeno de prevención social que soli-cita
para sí más parabienes que recelos. De ello da cuenta el que, en el mis-mo
día de su registro oficial, se aprueba sin contrariedad de ningún tipo.
Otro extremo de la misma política posibilista es la búsqueda de una ele-mental
práctica de desinfección en cuanto a los dispositivos higiénico-sani-tarios
dependientes de la municipalidad, acompañada de una cuidadosa revi-sión
y vigilancia de las viviendas o locales en situación de riesgo, hasta ese
instante fuera del control rutinario de las autoridades médicas. Vuelve, en-tonces,
el afán de la Dirección de Higiene a motivar el concurso de la locali-dad
en este punto. En lo particular, el 26 de octubre de 19018, Navarro To-rrens
promueve una acción en la cruzada higienista que le tiene por principal
7 Expediente cit. Finalmente, fue aprobado en sesión ordinaria del 14 de marzo de
1902.
8 AHPLP, Ayuntamiento, Sanidad, legajo 6, expediente 7. Oficio de la Dirección de Hi-giene
Pública del Ayuntamiento de Las Palmas al Alcalde Constitucional.
64 Juan Francisco Martín del Castillo
paladín, una de la tantas que acredita ese protagonismo sociomédico bien
ganado en el desarrollo y prosperidad de Las Palmas de Gran Canaria. El ofi-cio
en cuestión, excitado por la inspección de los «locales y domicilios don-de
pudieran concurrir malas condiciones higiénicas»9, se detiene en la expli-citud
de los fundamentos de la medida que, en su esencia, toma un valor
testimonial de la política preventiva:
«Con este motivo se ha hecho presente á los dueños de cocheras públi-cas,
cuadras y potreros, la necesidad de un extremado aseo y de poner sifo-nes
inodoros en los albañales que desembocan en las cloacas á fin de evitar
las emanaciones fétidas y el ingreso de ratas é insectos que, bañados de los
impuros líquidos de las mismas cloacas, son la causa inmediata de muchas
enfermedades infecciosas»10.
El celo higienista con las aguas no es un asunto baladí, y menos en una
urbe que se vanagloriaba de contar con un nutrido censo, de 30.699 habitan-tes
en aquel entonces, como confirma la misma fuente sanitaria11, necesita-da
de potentes argumentos para imponer con rectitud sus criterios. Se sabe
que el salto histórico de una villa de tamaño medio y escasos servicios e in-fraestructuras
civiles hacia una ciudad, digna de ser denominada tal, debe
ameritar unas nítidas garantías en la higienización del agua de abasto públi-co,
no menos que en la red local de tratamiento de los residuos sólidos o lí-quidos,
como es el caso. Las actuaciones que persigan ese fin, como las des-critas,
son ejemplares en la definición de la inquietud de la Dirección de
Higiene Pública por demostrar un progreso en esa línea. Por descontado, Na-varro
Torrens no cejará en el propósito, incluso más allá de las veleidades
de la primera década del nuevo siglo12.
La necesidad de una reforma en los sectores aludidos, a veces de una tri-vialidad
espantosa, y bien aquilatada por la documentación, introdujo una ul-terior
demanda proyectista, indicada por la urgencia de planificar unos ser-vicios
de carácter estructural, definitorios de unos modernos niveles de
urbanización, ya prescritos por la historia de las ciudades españolas o extran-jeras13,
y la propia historia de la medicina14.
9 Ibíd.
10 Ibíd.
11 Ibíd.
12 Por ejemplo, en sus papeles de higienismo divulgativo, como el manuscrito Al públi-co.
No hay motivos de alarma, del 16 de junio de 1920, relativo al agua de abasto; cfr. Mar-tín
del Castillo (2003), cit., p. 137.
13 Cfr. Bonet Correa, A. (1982), «Los ‘ensanches’ y el urbanismo burgués del siglo XIX
en España». Storia della cita, 23, pp. 27-34; Bédarida (1989), cit., pp. 180-183.
14 A través de la «higiene experimental» de Max von Pettenkofer (1818-1901) y su mo-derna
reflexión sobre el tándem higiene y urbanismo. Véanse, al respecto, Babini, José
(1980), Historia de la Medicina. Barcelona, Gedisa, pp. 141-142, y López Piñero, José Ma-ría
(19733), Medicina, Historia, Sociedad. Barcelona, Ed. Ariel, pp. 326-328.
Notas sobre la prevención sanitaria y el proyectismo higiénico... 65
2. SE ABRE UNA NUEVA ÉPOCA: LA SOLICITUD DE PROYECCIONES
El espíritu regeneracionista, propio de las coordenadas temporales, no
tardó en darse a conocer con la suficiente presteza y alientos. En el tramo
sanitario, nuestro caballo de batalla, la finisecular petición de renovación se
traslada a un reformismo de cuño proyectista. No bien se entiende que el
cambio debe operarse por lo simple o fácil de acometer, más temprano que
tarde se llega a la convicción de que la reforma obliga también al diseño in-tegral
de los servicios. De manera natural, son enfrentadas políticas actuali-zadoras
en el negociado educativo (aun en la esfera privada pero regulada por
la directriz municipal15) o en los institutos y equipamientos básicos (como el
deslumbrante Laboratorio Químico municipal de 190416 y la sala de autopsias
en el cementerio), y de lo cual se tiene buena noticia por los diarios de la
época17; sin embargo, el vértigo localista por dar un sentido moderno y pro-gresista
a las decisiones de los ediles determina, en ocasiones, sucesos cu-riosos
e insospechados, y no precisamente por lo incorrecto de su ejecución.
Siempre en los interiores del ronzal higiénico-sanitario, la postura pre-ventiva
registra un perfil que siluetea tanto lo anecdótico como lo fundamental
al interés general. De lo primero, hay dato directo a través de los oficios
emitidos por la Alcaldía para llevar adelante mensualmente un «libro de re-gistro
de entrada y salida»18 de los establecimientos de hostelería de la ciu-dad,
contemplado como lo normal por los más, y que fuera obedecido reli-giosamente
por hoteles y restaurantes o mesones de cierto renombre y
presencia, amén de que la Inspección de Sanidad giró visita a los locales a
fin de comprobar la veracidad de los informes evacuados por los propietarios
o explotadores comerciales19. Siendo, pues, Tomás Sintes y Llabrés máximo
representante de la corporación local se activó este particular y decidido hi-gienismo
social, del que es buen testigo el bando municipal publicitado el 19
de noviembre de 1901. En fin, el origen de esta previsión hay que encontrarlo
en la circular informativa, remitida a los alcaldes de barrio para extender to-davía
más el impacto de las órdenes de la Alcaldía-Presidencia, del 21 de
mismo mes, desde donde se ruega «secunden con la más clara decisión los
15 Cfr. Martín del Castillo, Juan Francisco (1996), «Higiene y enseñanza privada en
Las Palmas de Gran Canaria (1902-1903)». Boletín Millares Carlo, 15, pp. 219-230.
16 Cfr. Martín del Castillo (1995), «Una noticia histórica: la inauguración del Laborato-rio
Químico Municipal de Las Palmas (1904)». Aguayro, 212, pp. 12-15; íd. (1996) Los pri-meros
laboratorios de Las Palmas, ya cit.
17 Diario de Las Palmas, 3.XI.1904, «Reformas municipales. (La casa de socorro – La sala
de autopsias del cementerio – El laboratorio químico)».
18 AHPLP, Ayuntamiento, Sanidad, legajo 6, expediente 8. Oficio de la Alcaldía de fecha
15 de diciembre de 1901.
19 Ibíd. Diferentes oficios de la Inspección Sanitaria dando noticia de los exámenes a los
huéspedes de los hoteles de la ciudad a lo largo de noviembre de 1901.
66 Juan Francisco Martín del Castillo
Fuente: AHPLP, Ayuntamiento, Sanidad, legajo 6, expediente 8.
nON rUMAS SINTES y LLABRES
Alcalde presidente del Excmo. Ayuntamiento de esta ciudad.
"DON tOMAS llcalde Notas sobre la prevención sanitaria y el proyectismo higiénico... 67
propósitos del Excmo. Ayuntamiento y de esta Alcaldía para precaver y en
lo posible garantizar la salud del vecindario»20.
Sobre lo segundo, es decir, la trama necesaria para ofrecer solidez a la
pretensión higienista, así como a la ansiada prevención sanitaria, no se duda
en recurrir, desde la óptica edilicia, a las asociaciones colegiadas, o, en su
caso, a individuos señalados por sus conocimientos específicos, al objeto de
servirse de las aptitudes de su desempeño profesional para elaborar un con-junto
de proyecciones que avise al político de las pautas observables en el
desarrollo de las responsabilidades de sus funciones competenciales. En tal
tesitura, el regeneracionismo doctrinal revierte en la realidad, encarnándose
en proyecto, y no es únicamente parte de un ideario sensible a la reforma,
como lo fuera en Lucas Mallada o el mismo Joaquín Costa21. Verbigracia, el
oficio enviado al Presidente del Colegio de Médicos de Las Palmas, fechado
el 18 de noviembre de 190122, propone una interpelación inédita, habilitada
por el expreso deseo de lograr una comprensión profunda de los problemas
sanitarios de la urbe:
«Tengo el honor de dirigirme al respetable Colegio de Médicos, que V.
tan dignamente preside, suplicándole que á la mayor brevedad que sea posi-ble
dispense á esta Alcaldía el obsequio, que redundará en interés general, de
remitirle un proyecto en que figuren los medios necesarios para defender á
la ciudad del desarrollo de epidemias»23.
No consta, entre los papeles del negociado de Sanidad, el esperado pro-yecto,
ni tan siquiera una escueta noticia de la respuesta del Colegio de Mé-dicos.
Esto parece desdecir la prosecución de la empresa de reforma muni-cipal,
sin embargo se impone la imagen contraria, por cuanto la política del
posibilismo social podía deparar situaciones como la reseñada. Amén de ello,
la práctica preventiva, en lo relativo al control de la infestación masiva o de
índole epidémica, resulta de la estricta observancia de unos sencillos princi-pios
higiénicos de naturaleza elemental. Tal vez fuera esta la escondida ra-zón
de no atender al amable requerimiento de la autoridad local. Tampoco
debe ocultarse que la Inspección Municipal de Sanidad reunía, por competen-cias
y capacidad, suficientes méritos para hacer oír su experta voz en el de-safío
renovador.
Otra instancia, penetrada por la correspondiente cuota de anhelo regene-racionista,
fue la Oficina del Arquitecto Municipal, que, para el caso, signifi-
20 Ibíd. Parte del texto de la circular del Alcalde, del 21 de noviembre de 1901.
21 Cfr. Tuñón de Lara, Manuel (1970), Medio siglo de cultura española (1885-1936). Ma-drid.
Ed. Tecnos, pp. 57 y ss; Elizalde Pérez-Grueso, M.ª Dolores (2002), «La Restauración,
1875-1902», en Juan Avilés Farré et alii, Historia Política de España, 1875-1939. Madrid, Ed.
Istmo (Serie «Historia de España», XVII), pp. 171-173.
22 Expediente cit.
23 Ibíd.
68 Juan Francisco Martín del Castillo
ca la intervención de dos personas de indudable huella en el proyecto urba-nístico
de Las Palmas de Gran Canaria. Tanto Laureano Arroyo como Fer-nando
Navarro son solicitados para sendos diseños de carácter higiénico-sa-nitario.
Por ejemplo, a don Laureano se le encomienda «levantar proyecto
completo de una estructura de desinfecciones»24, que supla a la que venía
funcionando hasta aquel momento, verdadera estampa de la improvisación en
tiempos de escasez; mientras que a su colega se le insiste, de igual modo,
en la planificación de un «horno crematorio de basuras»25, más que necesa-rio
a resultas de las descripciones del Director de Higiene Pública (Andrés
Navarro Torrens). La sola idea de emprender la comisión de ambos bocetos
muestra la inquietud, preocupación y criterios de reflexión sobre la ordena-ción
del sector de la higiene municipal a años vista, algo no siempre bien ca-librado,
y menos aún razonado con un prisma de seriedad, al albur del vo-luntarismo
individual o la fatal premura de los virulentos episodios de la
epidemia desatada.
La escasa red de atención sanitaria, general y sobre todo especializada,
hará desembocar a la ciudad, lustros más tarde, en críticas y penosas imáge-nes
de miseria social e higiénica, singularmente con la llegada de los proce-sos
infectocontagiosos de mayor alcance como la gripe española de 1918 y
191926, lo que traería al recuerdo las ocasiones perdidas, como éstas dos aquí
estudiadas, de avanzar de veras en el proyectismo de las reformas básicas y
necesarias. Sin embargo, ello no empece un reconocimiento, incluso en los
errores de previsión o en la marginación del prurito resolutivo, de la vertiente
regeneracionista de una política con la que al menos se perseguía un diag-nóstico
de los déficits tradicionales.
24 Ibíd. Minuta de oficio al Arquitecto Municipal, don Laureano Arroyo, del 18 de
noviembre de 1901.
25 Ibíd. Minuta de oficio al Arquitecto Municipal, don Fernando Navarro, de idéntica fe-cha
al anterior.
26 Cfr. Ramírez Muñoz, Manuel (1994), «El Lazareto de Gando y la gripe de 1918: Ber-nardino
Valle y Gracia, un alcalde para unos días dramáticos». Aguayro, 208, pp. 34-38; Mar-tín
del Castillo, Juan Francisco (2004), «La construcción social de la enfermedad epidémi-ca:
el caso de la ‘gripe española’ de 1918 en Las Palmas de Gran Canaria». El Museo Canario,
LIX, pp. 199-214.