Tío Agustín Millares Carlo
en mi recuerdo
CARLOSB OSCHM ILLARE(St )
Tratar de compendiar en unas breves páginas la compleja y rica personali-dad
de mi tío Agustín Millares Carló, se me antoja tarea imposible. Aunque
durante muchos años, y en multitud de ocasiones sostuvimos extensas conver-saciones,
sobre una gran variedad de temas, en especial, los concernientes a la
gran tragedia española: nuestra guerra civil, estoy seguro, que por la índole de
sus trabajos y preocupaciones, otros miembros de mi familia, también cerca-nos
a él, habrán tenido mejores oportunidades que yo, para adentrarse en la
vastedad de su cultura y en la extensión y profundidad de sus trabajos de inves-tigación
y aportar así un mejor conocimiento y valoración de su labor científi-ca
y de su persona.
Para mi, tío Agustín era como una leyenda que se materializaba de vez en
cuando con la llegada de noticias desde su exilio mejicano, cartas, fotografías
o recortes de periódicos, en que se resaltaba su actividad científica e investi-gadora.
Hay que situarnos, para entender lo que digo, en los años que median
entre 1939, final de la guerra y 195 1 o 52, año de su regreso que en modo algu-no
fue definitivo, pues esta vuelta tuvo sus intermitencias, y creó recordar, que
volvió a México, en donde abrumado por determinados problemas, determinó
aceptar la oferta de la Universidad de Zulia, en Venezuela, en donde, según me
confesó él mismo en más de una ocasión, fue mucho mas feliz, encontrándo-se
más a gusto en todos los órdenes.
Tío Agustín, que parecía marcado por el destino, para haber terminado sus
días en Madrid, con plena dedicación a su Cátedra y a sus estudios en los
diversos centros de investigación histórica, se vio inmerso en el torbellino de
la guerra, que le arrancó de sus autenticas raíces y lo proyectó a otras tierras y
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destinos en medio de grandes sufrimientos y dramas familiares, que a otro
menos dotado, le hubieran hundido para siempre.
Así, para mí, su figura se enaltece y resalta no solo por su ingente labor
investigadora, que eminentes especialistas han valorado justamente, sino por
el hecho admirable, de que pese a todas las tragedias, dificultades e inconve-nientes
de todas clases, a veces insalvables, que le fue dado vivir, aun fuese
capaz de llevar a cabo una tarea científica de primer orden, sin entregarse al
desánimo o a la desesperación, sentimientos, que sin embargo le atenazaron
continuamente. Ello habla sobre todo en favor de la existencia de una clara y
profunda inteligencia, una excepcional preparación científica y cultural, y una
inquebrantable vocación de idéntico signo, indomable y constante en la prose-cución
de sus objetivos. Para mí ha sido siempre lo mas admirable de su exis-tencia,
la persistencia en su labor, que otros hubiesen abandonado por alterna-tivas
más fáciles y rentables, superando en el estudio y la investigación, su
drama personal y las graves repercusiones que sobre su vida y su medio fami-liar,
tuvo la gran tragedia nacional en la que se vio envuelto.
Porque tío Agustín a pesar de sus sinsabores, y quizás también por eso, era
un hombre esencialmente bueno, a quien podrían aplicarse plenamente aque-llos
versos de Machado:
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno
Creo que estas palabras pueden servir para definir Ia entrañable figura de
tío Agustín, hombre bueno, donde los haya habido, incapaz de odios o renco-res,
incluso cuando le constaba quienes eran sus enemigos irreconciliables,
que se valían de toda clase de tretas incluyendo mentiras y calumnias para des-prestigiarle
o perjudicarle, sobre todo en los primeros tiempos de su regreso, a
aquella España desconfiada y mezquina, presta a la persecución o al castigo de
los sospechosos o tibios. Nunca que yo sepa, respondió tío Agustín a aquellos
ataques, realizados casi siempre en las sombras cómplices de la cobardía, pro-picias
a la ocultación o al disimulo.
Como inseparable rasgo de su innata bondad, asimismo paralelo a la pro-fundidad
de su inteligencia, estaba su particular sentido del humor, ácido y
amargo a veces, pero que nunca perdió, y que era como una compensación
vital intelectual para tratar de equilibrar en la aparente intranscendencia de sus
bromas, la intensidad del drama vivido. En este terreno no vacilo en compa-rarle
con otra personalidad que me es muy grato recordar con el cariño que
brotaba de nuestra cercanía familiar y de la admiración que generaba en mí,
me refiero a D. Simón Benítez Padilla, amigo de mi tío Agustín aunque le
Tío Agustín Millares Carlo en mi vecuerdo 33
aventajaba en edad, persona sobre la que incidieron dos tremendas pérdidas,
las de sus dos hijos en breve plazo, y que pese al drama, que a veces afloraba
en algunas silenciosas y casi ocultas lágrimas, encontró fuerzas para continuar
una labor investigadora en los diversos campos en los que era un auténtico
experto, sin abandonar su extraordinario sentido del humor, casi siempre
inofensivo, pero que surgía como un certero y mortífero dardo ante la incom-prensión,
la envidia o la maledicencia.
A mí no me es posible detallar o recordar algo más que contribuya a resal-tar
o enriquecer la visión de la personalidad de tío Agustín, que quizás sea ya
el tiempo del adecuado biógrafo que sitúe las cosas en su sitio, no obstante,
creo que hay algo de lo que debo hablar, me refiero a su afectividad, puesta de
manifiesto hacia todos nosotros, no solo hacia sus hermanas, a las que obvia-mente
recordaba, sino a sus sobrinos a los que casi no conocía. No puedo olvi-dar
los momentos en que por teléfono, él estaba en Madrid, le comuniqué el
fallecimiento de mi madre, ni la incontenible emoción que se apoderó de él y
sus palabras atropelladas de sollozos.
Sus poesías a sus hermanas aparecidas en el Boletín Millares Carló, están
llenas de esa humanidad plena de comprensión y cariño, que eran la esencia de
su carácter y que impregnaba todos sus actos y juicios. Bondad y humor, que
se resumen en los versos hacia Yoya , su sobrina y sus potajes, los dedicados
a sus hermanas, o en su poemario, casi secreto publicado hace años, que evi-dencia
no solo un talento poético nada común, sino que es un exponente de esa
bondad inextinguible que le acompañó hasta su muerte.
En mi casa y después de su regreso, en los días de mi Santo, el cuatro de
Noviembre, nos reuníamos todos durante muchos años, y tío Agustín acos-tumbraba
a asistir mientras duraron encantándonos a todo con su amenísima
conversación y riqueza de recuerdos, era como un viviente archivo del pasa-do,
con multitud de historias inéditas sobre los mas diversos personajes y las
más extrañas situaciones que relataba prolija y graciosamente, y que casi sin
excepción acababan en unánime carcajada y alegría generalizada. Los años y
su aliada la implacable parca, fueron reduciendo el numero de asistentes, hasta
que la reunión se convirtió en un círculo en el que predominaban los desapa-recidos,
perdiendo tal celebración su principal razón de ser, quedándonos tan
solo el recuerdo de tantas horas felices en unión de amigos y familiares que se
fueron para siempre.
Tío Agustín era aficionado a la música y en especial la ópera, conociendo
arias enteras que solía cantar junto con el disco que oíamos. Recuerdo a este
respecto que le gustaba mucho mas Verdi que Puccini. Oyendo en una ocasión
una de las tantas versiones de "El Trovador", una opera, de la que la familia
era y es muy devota, comentaba con ironía después del desgarrador Miserere
con el que la protagonista intenta despedirse del amado: estas historias tenían
34 Carlos Bosch Millares
que terminar en dramones, pues ¿te imaginas a Leonora secando los pañales
del niño en las almenas?
En alguna ocasión oí decir a un colaborador suyo, que cuando trabajaba
oyendo música en la radio, solía llevar el ritmo con el lápiz, su instrumento
preferido, de la pieza que transmitían.
También era aficionado al buen yantar, y de los platos canarios, el sanco-cho
era uno de sus predilectos, preferencia que compartía conmigo y con otros
miembros de la familia, Lothar Siemens, mi hermano Agustín y otros amigos,
entre ellos su gran colaborador Manuel Hemández Suárez. El día de San José,
Pepe Naranjo, factotum que fue del Museo Canario en aquellos años, cuya
esposa Consuelo preparaba unos sancochos realmente antológicos, nos invita-ba
el día de su Santo, durante unos años solíamos asistir a compartir los selec- m
tos manjares, rindiendo cumplido tributo a las excelencias del sancocho, arte, D
E en el que tío Agustín se distinguía particularmente. O
Mi tío Agustín, era hermano de mi madre, el siguiente a ella, del matri- - m
monio de mis abuelos Agustín Millares Cubas y Dolores Carló Medina. -
O
E
Cronológicamente, era pues, el tercero de sus seis hijos. Mi madre era la E
2
segunda de la serie, y hoy después de tantos años, estoy convencido de que E
ambos hermanos eran muy similares, no sólo en aficiones, sino en firmeza,
3 constancia y determinación. No solo era mi madre una gran aficionada a la
música, casi una experta en muchas ocasiones, sino plural en sus gustos artis- -
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E ticos y culturales, fmto de una inextinguible curiosidad y de su capacidad para
el entusiasmo que la acompañaron hasta el día de su muerte. Yo siempre he O
pensado que de haber sido hombre, o de haber gozado de las oportunidades n
E que hoy se ofrecen a la mujer, hubiese sido un émulo de tío Agustín con quien -
B
compartía muchos de sus gustos y aficiones, así como su perseverancia, inte- n
ligencia y una enorme bondad. Naturalmente todo esto que afirmo tiene un n
n
valor muy relativo puesto que soy su hijo. Lo que si trato de resaltar, es la ana- 3
logía en sus respectivos caracteres, aunque quizás mi madre fuese mas realis- O
ta y decidida en ciertas decisiones y circunstancias.
Me es imposible señalar con precisión en el tiempo cuando la imagen de
tío Agustín aparece en mi vida y en mi recuerdo. Creo poder situarla, en un
lejanísimo 1935, último año en que mis tíos vinieron a Gran Canaria. Ignoro si
en años precedentes acostumbraban a venir a veranear a nuestra isla. Me acuer-do
distintamente de Las Canteras en aquellas fechas; una rampa de piedras,
mal cimentadas, daba acceso a la arena de la playa, tan maravillosa como siem-pre,
y mi tío, gran pescador, afición que compartía con otros muchos miembros
de la familia, incluido mi padre, su primo hermano, me ayudaba en mis infan-tiles
peninos en tal difícil arte, contrariamente a lo que se cree. Me refiero,
claro está, a esa forma de cultura superior tan propicia a la meditación y al
"dialogo con el hombre que siempre va conmigo", que es la pesca con caña.
Tío Agustín Millares Carlo en mi recuerdo 35
Yo tenía nueve años y recuerdo que en la desaparecida Peña de los Perros,
hoy bajo la arena, que era el marisco más próximo en el comienzo de la "Playa
Grande", pues llegaba hasta la orilla, como humilde conato de otros acciden-tes
costeros de más envergadura. En ese entorno, en el que si cierro los ojos
me parece encontrarme, el agua transparente, que se volvía opaca por la arena
que mis incipientes braceos natatorios, levantaba, espantando a los peces que
pacíficamente discurrían por los alrededores, los comunes, casi vulgares y
molestos gueldes y los fugaces destellos de aquellos diminutos espejos vivien-tes
que eran los peces blancos, encandilándonos con sus inquietos y rápidos
virajes siempre en fugaz huida. En aquellos alrededores, por increíble que
parezca, se cogían camarones, que tío Agustín con mano maestra, ensartaba en
el alfiler doblado en forma de anzuelo, artilugio prohibido a los niños.
El recuerdo se pierde y confunde con la presencia de mis tíos Agustín y
Paula, su mujer en nuestra casa del Monte, donde hoy vivo. La incierta y
borrosa imagen me trae a la memoria mi extrañeza. ante el acento madrileño
de mi tía y primas, así como una absurda discusión de mi prima Teté
(Mercedes), la mayor, con mis hermanos sobre si se decía "lasca" o "filete".
El huracán de la guerra civil trastorna todo aquél mundo de mi infancia.
De pronto, la escala y el significado de las palabras y de los "valores", que me
parecían normales, lógicos y deseables, se distorsiona completamente. Nada es
igual. Junto a las inacabables crueldades que la guerra trajo consigo, un clima
de suspicacia y recelo, se va imponiendo en ciudades y pueblos, alterando pro-fundamente
todo lo que hasta entonces parecía evidente o justo. La libertad. en
sus diversas formas y contenidos, pasa a ser estigmatizada y considerado como
algo perverso, así como cualquier concesión a la crítica o a la moderación en
las creencias religiosas. La represión, tomó la forma, no solo del exterminio
físico, del confinamiento o la marginación, sino en el advenimiento de un
clima de enrarecimiento cultural, al principio poco perceptible, pero que pron-to
se transformó en un autoritarismo sin apelación, en un dogmatismo tanto
político, como ideológico y por supuesto religioso, en donde adquirió una
dureza y un rigor inapelables. Yo tengo para mí, que en pocas, o quizás en nin-guna
otra época de La Historia de Espada, se haya llegado a los extremos de
fanatismo, fundamentalismo religioso, como ahora se dice, o nacional catoli-cismo
como muy justamente ha sido también denominado, como el de aque-llos
años. Fueron sus objetivos, no solo las costumbres, espectáculos etc.., sino
la persecución con saña de cualquier manifestación científica, cultural o artís-tica,
que no encajase en los estrechos y mezquinos esquemas mentales de tanto
inquisidor de vía estrecha. ¡Pobre de aquel, sospechoso no sólo de disidencia
o independencia en materia religiosa, cosa inconcebible, sino simplemente de
tibieza o indiferencia! Hoy en día es muy difícil hacerse una idea de la atmós-fera
de aquellos años de condena y persecución de cualquier forma de libertad
de pensamiento o crítica.
3 6 Carlos Bosch Millares
Fue no sólo la militarización inmisericorde de la vida social, cultural o
política, sino la "conversión" "manu militari" de los discrepantes, tibios o cri-ticos
en asuntos religiosos, desde las películas a toda clase de publicaciones.
Todas habían de tener el "nihil obstat" eclesiástico, que una vez mis en el
acontecer histórico español, imponían "su verdad", que pretendían única e
inapelable, en consonancia con el nuevo régimen que habían contribuido a
crear, sin demasiados miramientos en sus métodos. Hoy con la perspectiva que
dan los muchos años, me parece todo aquello como una irrupción, una forza-da
y colectiva "beatificación", un pasaporte obligado hacia el "reino de los cie-los",
las forzadas "conversiones" masivas y "consagraciones" de enormes pro-porciones
geográficas, tan gratas a la Iglesia de entonces. "Benditos sean los
cañones si en las brechas que abre en el enemigo, florece el Evangelio".
(Monseñor Gomara).
Tío Agustín, desaparece de mi vida. Él había permanecido en la zona repu-blicana,
"Zona roja", como se la denominaba, y solo esporádicas noticias lle-gaban,
ignoro por qué caminos o sistemas. Recuerdo haber visto unas fotos de
mis primos y de mi tía, no sé si en Francia, pero si creo que fue durante la gue-rra.
Como relataré, casi todo lo que sé de la vida de tío Agustín en aquellos
años trágicos, me fue contado por él mismo en las numerosas conversaciones
que tuvimos desde su regreso en 1951 o 52 , no estoy muy seguro, hasta su
muerte.
En aquél terrible verano de 1936, mi tía y sus hijos habían escogido
Galicia, ignoro la causa, para pasar las vacaciones, huyendo, de los rigores de
la canícula madrileña. Así que el estallido de la guerra, separó a tío Agustín de
su mujer e hijos, lo cual sucedió también a muchos miles de familias españo-las
divididas por el inicio de nuestra "incivil" contienda.
Me contaba tío Agustín, que preocupado como era lógico y sin noticias de
su familia, hacía cábalas pensando cómo reunirse con ella, cuando repentina-mente,
en medio de su desesperación y de haber tratado de pulsar influencias,
ya entonces inútiles, se le ocurrió la idea de recurrir a un ex- alumno, navarro
y por ende carlista, de apellido si no recuerdo mal Liquiniano, quien le debía
un favor, ya que se había matriculado tarde, fuera de plazo y tío Agustín influ-yó
en la Facultad para que no pagase matricula doble como era preceptivo.
Deduzco, y esto es de mi cosecha, que dicho señor debía ser un alumno desta-cado,
o tener, por causa de algún trabajo o dedicación, estrecho contacto con
tío Agustín, pues no resulta lógico, hacer un favor de esa clase a alguien abso-lutamente
desconocido o que no lo mereciese. El hecho fue que el recado para
encontrarse con el Sr. Liquiniano, llegó a su destino, no sé como, y en la fron-tera
de las dos Españas, tío Agustín en Francia y el Sr. Liquiniano en el lado
nacional, ambos se vieron. Ello debió ser pienso yo, después de la toma de Irún
por las tropas nacionales, hecho ocurrido en Septiembre de 1936, por lo que la
Tío Agustín Millares Carlo en mi recuerdo 37
entrevista, presumo, tuvo lugar después de esa fecha. Al verse, me contaba tío
Agustín, que el Sr. Liquiniano le dijo más o menos: ¡D. Agustín!, ¿ quiere Ud.
venir a la zona nacional como es lógico? A lo que mi tío contestó: no, sólo
quiero pedirle a Ud. un favor: que localice a mi familia que está en Galicia y
la traiga aquí para reunirse conmigo. Hay que decir, que el Sr. Liquiniano que
era carlista, cumplió fielmente lo prometido, y al poco tiempo, pudo reunirse
todo el grupo familiar en territorio francés.
Aunque ignoro la fecha exacta de todo esto, como digo debió ser entre
fines de Septiembre del treinta y seis o principios del treinta y siete. No obs-tante
él había obtenido el traslado oficial a Francia en donde debía realizar
determinados estudios, cobrando sus haberes en España, aunque su situación
no debió ser muy boyante pues se ganaba la vida en Francia dando clases de
latín medieval, y su mujer también trabajaba. Así que allí debieron estar bas-tante
tiempo probablemente desde fines del 36 o principios del 37, hasta el
final de la guerra en 1939. Mi tía Paula falleció repentinamente el 4 de Julio
de 1938, quedando tío Agustín con todos sus hijos pequeños, en situación
auténticamente desesperada. Debió constituir un continuo tormento para él
aquellos días terribles, en los que no sólo tuvo toda la responsabilidad de su
familia, sino la necesidad de tomar decisiones pertinentes. y aquí he de decir
algo que quizás sorprenda, tío Agustín que estaba dotado como pocos para el
estudio y la concentración intelectual en determinados temas de su interés, era
para otros aspectos de la vida diaria mas bien débil de carácter y hasta abúlico
en ocasiones. Recuerdo que me decía: "voy a un sitio decidido a decir que no
y acabo diciendo si". Así que aquellas semanas, solo en un sitio extraño con
nadie que le pudiera ayudar debieron ser terribles. Creo que fue a consecuen-cia
de esta tragedia familiar, que el Dr. Negrín, a la sazón Presidente del
Consejo de Ministros de la República, lo nombró Vicecónsul de España en
México, país al que se encaminó poco después coincidiendo con el fin de la
guerra. Tío Agustín, fue nombrado, según creo, antes de todo esto Director
General de Notarías, único cargo que ostentaría, durante su permanencia en
España, y al que él, con su habitual sentido del humor, se refería: "como un
cargo de alto contenido militar- estratégico, como todo el mundo sabe". De
aquel trágico período de la guerra civil, recordaba él, la impresión que le cau-saban
los camiones llenos de gente que iban a luchar en el Guadarrama en los
primeros días del conflicto. Yo pienso que además residía en un sitio bastante
estratégico, pues si mi memoria no me es infiel, él vivía en la C/ Altamirano,
cerca de Moncloa y Parque del Oeste, poco más tarde zona de sangrientos
enfrentamientos, por ello, inevitablemente, tendría que haber visto todo el des-pliegue
bélico de aquellos días.
De su estancia en el Madrid de aquellos años, me contaba que albergó, no
sé si en su casa o en otra parte a Monseñor Galindo, que fue más tarde su suce-sor
en la Cátedra de Madrid y que probablemente debía su vida a tío Agustín.
38 Carlos Bosch Millares
Decía con aquel inimitable sentido del humor que le caracterizaba, que
Monseñor, aún estando vestido de miliciano, no hacía esfuerzo alguno por
pasar desapercibido, siéndole muy difícil disimular sus modos eclesiásticos, y
quitándose la boina a cada momento, con el peligro de exhibir su tonsura,
marca inconfundible de su verdadera personalidad, y procedencia, lo cual era
casi un pasaporte para el otro mundo en aquellos primeros meses de la guerra.
Lo cierto es que durante algún tiempo, tío Agustín ocultó a Monseñor Galindo,
hasta que me imagino, se refugiara en otro sitio, o logró pasarse al lado nacio-nal,
no lo sé, lo que sí parece evidente, es que probablemente debió su vida a
tío Agustín al principio de la guerra, antes de que el Gobierno de la República,
pusiese coto a tantos desmanes.
A Monseñor Galindo le conocí yo n~uchosa ños después, creo que fue en
1949, el mismo año en que acabé mis estudios de Licenciatura en Farmacia.
Mi prima Tonton (Asunción), en aquella época una hermosa mujer, vino a
Madrid. pienso yo para palpar el ambiente en torno a un posible regreso de tío
Agustín. En aquella ocasión, Monseñor Galindo nos invitó a almorzar y
recuerdo que nos tomó por matrimonio. Si la memoria no me falla, el quería,
que el regreso de tío Agustín se produjese inmediatamente, pero algo debió
fallar, pues no se produjo hasta dos o tres años mas tarde.
Hay una gran cantidad de anécdotas e historias de aquellos tiempos, que
tío Agustín contaba con aquel humor que impregnaba toda su persona-lidad,
incluso en el relato de momentos amargos, algunas de las cuales se me
han escapado por ese inextricable agujero de la memoria que las hace ina-prensible~.
En cierta ocasión. que no sé porqué, sitúo en Febrero de 1937, iba tio
Agustín en el tren de Barcelona a la frontera francesa, y frente a él, un indivi-duo
que estaba todo el tiempo callado. Tío Agustín me decía, que ello exami-naba
de reojo y decía para sí, "este hombre tiene que ser canario". Pasó el
tiempo, el tren prosigue su marcha y el frío que era espantoso, pues muchas
ventanillas estaban rotas y un viento glacial helaba sus respectivas anatomías
a pesar de las ropas de abrigo, fuera la nieve cubría toda la tierra hasta donde
alcanzaba la vista. En un momento determinado, entablaron conversación, y
efectivamente, nuestro hombre era canario, según dijo y había sido barbero en
el Puerto de la Luz, y ahora se dirigía a "Figüeras", para unirse a las tropas del
Gobierno. Cuando el tren se detiene en la estación de Figueras, se despide, y
baja la escalerilla, y al pisar la nieve, pierde el equilibrio y cae al suelo. Tío
Agustín comentaba, relatando el suceso, como la última visión que tuvo del
sujeto, fue la del hombre pataleando en la nieve y pugnando por recuperar la
posición vertical. ¿Qué habrá sido de él?, se preguntaba. IJn destino más des-conocido
entre miles análogos en aquellos años trágicos.
En ocasiones, se refería tío Agustín a su exilio en México, donde llegó con
Tío Agustín Millares Carlo en mi recuerdo 3 9
lo puesto y cómo entregó a las autoridades republicanas en el exilio, un deta-llado
inventario de todo lo recibido en el Consulado Español. Contaba un sin
número de anécdotas y de curiosas historias que hoy lamento no recordar. Él
conoció a muchos importantes personajes del éxodo republicano, desde
lndalecio Prieto, o Dr. Negrín al Dr. Puche, que era su médico, y también al
General Ignacio Hidalgo de Cisneros, Jefe de la Aviación de la República, aris-tócrata
y Grande de España, que junto a su mujer Constancia de la Mora, tam-bién
de ilustre familia, fueron miembros destacados del Partido Comunista.
Ambos fueron autores de dos interesantes y amenos libros sobre la guerra
civil. Por cierto que ella estuvo casada primeramente con Luis Bolin, corres-ponsal
de ABC en Londres y el organizador del vuelo del Dragón Rapide, que
recogió a Franco en Gran Canaria. Al advenimiento de la 11 República y cuan-do
se aprueba el divorcio, fue ella la primera mujer divorciada en España,
casándose poco después con 1. Hidalgo de Cisneros, matrimonio que se deshi-zo
en años posteriores a la guerra.
Del riquísimo anecdotario de tío Agustín, me viene a la memoria una his-toria
curiosa. Se trataba de la muerte de un gran humorista que colaboraba
regularmente en la prensa de la república, en donde ganó justificada fama.
Contaba el siguiente chiste: le preguntaron que significaba la palabra clítoris,
y el decía, jclítoris!, jclítoris!, ¡NO me lo digas que lo tengo en la punta de la
lengua! Pues bien este hombre enfermó gravemente y según creo, superó una
grave enfermedad, para acabar años más tarde en la más absoluta miseria. Pues
bien la historia se refiere a esa grave dolencia en la que hubo que hacerle una
transfusión sanguínea. En aquella época se acostumbraba a practicarla de per-sona
a persona, siempre que fueran compatibles, y parece que únicamente un
señor del exilio conocido por sus cursilerías, resultó seleccionado. Al enterar-se,
nuestro humorista gravemente enfermo, reunió fuerzas para gritar con su
típico acento andaluz: ¡De" eze" no que me llena la" zangre" de gerundios!
Otra historia que me concierne personalmente, tuvo lugar en el Instituto
Ibys de Madrid, cuando yo iniciaba mis primeros pasos en mi tesis doctoral,
en aquel entonces bajo los sabios consejos del Dr. Faustino Cordón, reciente-mente
fallecido, en aquel entonces, Jefe de Investigación en el mencionado
Instituto, y a quien, por cierto, tuve oportunidad de presentarle a tío Agustín,
en ocasión de un almuerzo en su casa. Un día vino a verme al Laboratorio, un
cierto Dr . Zabala, de quien lo único que recuerdo es su nombre, para pregun-tarme
si yo era pariente de D. Agustín Millares. Como es lógico le aclaré lo
del parentesco, satisfaciendo su curiosidad al respecto. En el curso de la con-versación
que tuvimos, cuyos términos exactos no recuerdo, me dijo que tío
Agustín era una de las personas más sabias, cultas e inteligentes que había
conocido, y que estuvo presente en las oposiciones a la Cátedra de Latín del
Ateneo, en donde todavía se recordaba la brillantez de sus intervenciones.
40 Carlos Bosch Millares
Y una última anécdota me viene a la memoria, antes de poner punto final
a estos desordenados recuerdos; se refiere a una tasca de Madrid que tío
Agustín solía frecuentar ya en los años de su regreso definitivo, y donde le
hacían un rehogado de lentejas exquisito. En cierta ocasión, advirtió que un
señor en una mesa cercana le miraba con insistencia. Por fin el vecino de mesa
se decidió, se levantó y se acercó a tío Agustín diciéndole más o menos:
"iperdone!, pero Ud. me recuerda muchísimo a un profesor que tuve en la
Facultad antes de la guerra, D. Agustín Millares". Inútil describir la alegría de
todos, pues los clientes eran como suele suceder en esos pequeños restauran-tes,
habituales y todos se conocían, y estaban pendientes del tema. Contaba
tío Agustín que días después fue recibido por los presentes con gran "expec-toración".
Y con esto creo haber agotado el caudal de mis recuerdos conscientes, se
que hay muchísimos más, que como tantas otras cosas se han marchado hacia
ese agujero negro, reservorio de emociones y experiencias, que almacenado en
un recóndito e inaprensible lugar de la conciencia, aumenta sin cesar como una
flecha direccional, entropía, que marca la senda hacia el fin de nuestra exis-tencia.
Si he aportado algo aunque sea infinitesimal a enriquecer la entrañable
imagen humana de tío Agustín, me daré por satisfecho y estas torpes líneas
mías no habrán sido escritas en vano.