El Real Club Náutico de Gran Canaria como
vínculo social y deportivo. Un capítulo
diferenciado de historia marítima1
MANUEL RAMÍREZ MUÑOZ
Seminario de Humanidades Agustín Millares Carlo
Profesor titular de Historia de la Comunicación
de la Universidad de La Laguna
Boletín Millares Carlo, núm. 27. Centro Asociado UNED. Las Palmas de Gran Canaria, 2008.
Resumen: A finales del siglo XIX surgió una nueva visión del mar uniendo a sus activida-des
tradicionales la del deporte, hecho que daría lugar al nacimiento de los Clubes Náuti-cos.
El Real Club Náutico de Gran Canaria, fundado en 1908, además del desarrollo de los
deportes náuticos, contribuyó eficazmente a sentar las bases del sector más importante de
la economía canaria contemporánea: el turismo.
Palabras clave: Historia Marítima, Real Club Náutico, deportes náuticos, turismo.
Abstract: At the end of the 19th Century the new view of the seas, with the tradicional
sport activities, makes the birth of the Nautical Clubs. The Real Club Náutico de Gran Ca-naria,
founded in 1908, as well as the nautical sports development, contributed effectively
to sit the basis of the sector more important in the canary economy: the turism.
Key words: Marítime history, Real Club Náutico, nauticals sports, turism.
Un poeta granadino de mediados del siglo pasado, Manuel Benítez Carras-co,
incluye en su libro Mi Barca unos sencillos versos, que nos hablan de un
imaginario astillero en el que se construye un no menos imaginado barco,
utilizando como únicas herramientas la ternura y la poesía:
Para hacer
un barquito de papel
sólo hace falta tener,
como es natural, papel
y un poquito de ilusión.
1 Texto íntegro de la conferencia pronunciada el 29 de noviembre de 2007, en la Real
Sociedad Económica del País de Gran Canaria, dentro del ciclo II Jornadas Marítimas.
292 Manuel Ramírez Muñoz
Que toda ilusión es una
fragata de viento y luna,
de jabón y de papel
en la que va el corazón
más que como timonel,
como polizón2.
Como polizón me encuentro, en esta hermosa nave de la Historia y de
la Cultura, tripulada sabiamente por su Junta Directiva, y polizón me siento
ante tantos timoneles que me escuchan esta noche, y cuya experiencia nos
podría conducir, con la mayor seguridad, al mejor de los puertos. Y me con-sidero
también polizón en la historia de nuestro pasado náutico.
Creo que son razones, más que suficientes, para agradecer la gentileza
de quienes han creído en mí, para subir a esta tribuna, hecho que es un va-lioso
distintivo que difícilmente se puede llevar en la solapa, porque su sitio
está en el corazón.
Gracias, pues, a la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Gran
Canaria, y a los organizadores de estas entrañables jornadas; gracias por esas
cálidas palabras de presentación, que se apoyan más en el afecto que en mis
propios méritos, y gracias a todos ustedes, excelentísimas e ilustrísimas au-toridades,
familiares, amigas y amigos, señoras y señores.
Mi Maestro Antonio de Bethencourt Massieu, suele decir que al vivir el
canario rodeado del mar, por el mar le puede venir todo lo bueno y lo menos
bueno. Por el mar llegaron Drake y Van der Does3, las plagas de langosta afri-cana4
y el cólera morbo5.
Pero también por el mar llegó y salió el azúcar, el vino y la cochinilla, que
configuraron los ciclos de nuestra historia económica durante los siglos XVI
a XIX y, en la bisagra de este último con el XX, el mar le dio sentido a la tría-da
plátano, tomate y papa, impulsada por la colonia inglesa asentada en el
Puerto de La Luz.
Por el mar nos llegó el comercio, la cultura y el arte y el mar, generosa-mente,
sin pedir nada a cambio, le ofreció al canario a través de su historia
su más preciado tesoro: el pescado. Y también le proporcionó el medio ideal
que le permitió relacionarse con todos los pueblos del mundo.
Es ahí donde cobra actualidad el pensamiento de un ilustrado tinerfeño
del siglo XVIII —el Marqués de Villanueva del Prado—, cuando decía que el
2 Benítez Carrasco, Manuel, Mi Barca. Granada, 1983, p.23
3 Rumeu de Armas, Antonio, La invasión de Las Palmas por el Almirante Van Der Does
en 1599. Las Palmas de G.C., Cabildo de Gran Canaria, 1999.
4 Ramírez Muñoz, Manuel, Con el aire que viene del desierto. Canarias y las plagas de
langosta ‘peregrina’. Las Palmas de G.C., Ayuntamiento de Las Palmas de G.C., 2007, p. 15.
5 Galván González, Encarna, Las Palmas ante el cólera: una lectura a la política higiéni-co-
sanitaria del municipio a mediados del siglo XIX. Las Palmas de G.C., Centro Asociado de
la UNED de Las Palmas de G.C., 2003.
El Real Club Náutico de Gran Canaria como vínculo social y deportivo... 293
mar es para Canarias como los canales son para Flandes. Por esta razón el
medio atlántico ha escrito las páginas más brillantes de nuestra historia, una
historia marítima compartida con la de los pueblos bañados por sus aguas.
* * *
Durante mucho tiempo, la investigación sobre la historia marítima se re-dujo
a dos campos que, aunque muy amplios, estaban considerablemente li-mitados:
la historia militar, o historia de las batallas navales, y la de los des-cubrimientos
geográficos, con sus íntimas conexiones en el desarrollo de la
cartografía y en el de la ciencia náutica6.
Pero la historia marítima es mucho más que eso. Si en principio se con-sideró
como un capítulo más de la historia general económica, tanto en lo que
se refería a la industria naval, como al comercio marítimo, pronto se vio que
había cuestiones que por su propia naturaleza, no podían estudiarse dentro
del marco general.
El mar genera aspectos muy específicos que, en conjunto, dotan a la his-toria
marítima de una recia personalidad, universalmente reconocida, sobre
todo, a partir de 1956, año en que se celebró en París el primer Coloquio In-ternacional
de Historia Marítima, dirigido por Lucien Febvre7.
Pormenorizar el dilatado panorama que abarcan las distintas vertientes
de la historia marítima no es fácil, ya que tiene «vocación totalizadora, pues-to
que integra y se integra en la historia económica, social, institucional, cul-tural
y de las mentalidades en el sentido de la historia total de los Annales»8.
Para Carlos Martínez Shaw, la historia marítima es «una historia total en
el inmenso espacio del mar y sus orillas»9. Concretándonos a nuestro Archi-piélago,
Antonio Macías Hernández dice que «si el objeto de estudio de la
historia marítima es todo aquello que discurre por los caminos del mar, en-tonces
toda la historia de Canarias es una historia marítima»10.
Modernamente, la historia marítima también se incardina en la historia
urbana, al presentar la ciudad portuaria una morfología y unas infraestructu-ras
materiales de muy acusada personalidad. Y no sólo la organización urba-na
y artística, sino también la estructura social cuyos grupos dominantes es-tán
ligados estrechamente a los mercados exteriores y al tráfico
internacional11. El desarrollo temático de los puntos anteriores lo podemos
6 Martínez Shaw, Carlos, «La historia marítima como historia total», en III, Congreso
Internacional Historia a Debate. Santiago de Compostela, 14-18 junio 2004.
7 Martínez Shaw, Carlos, «Historia Moderna», en Tendencias Historiográficas Actuales.
Madrid, UNED, 2004, p. 247-249.
8 Ibid.
9 Ibid.
10 Macías Hernández, Antonio, «Una historiografía marítima insular y atlántica. C.1290-
1930.
11 Ibid., p. 2.
294 Manuel Ramírez Muñoz
encontrar en la magna obra de uno de los creadores de la Escuela de Anna-les:
Fernand Braudel, autor de El Mediterráneo y el Mundo mediterráneo en el
época de Felipe II. Un espléndido libro al que puede parangonarse el del his-toriador
Antonio Rumeu de Armas Piraterías y ataques navales contra las Is-las
Canarias12.
Dentro de este amplísimo espectro de actividades relacionadas con el mar,
que llena importantes capítulos de la historiografía contemporánea, sería in-teresante
detenerse en el lugar que ocupan los clubes náuticos como espa-cios
para el ocio en las ciudades portuarias.
Unos espacios que podemos considerar como tranquilos oasis en medio
del laberíntico tráfago comercial, industrial e institucional que genera el puer-to,
y ver de qué manera estas instalaciones se convierten en el epicentro de
un sistema de relaciones sociales y deportivas, capaces de aglutinar, en cada
momento, a diversos sectores de la sociedad.
Y para ello, nada mejor que tomar como paradigma al Real Club Náutico
de Gran Canaria.
El Real Club Náutico de Gran Canaria nació en la primera década del si-glo
XX, cuando Las Palmas era una ciudad bipolar unida por un cordón umbi-lical:
la carretera del Puerto. No era una ciudad centrifuga que se desarro-llaba
a manera de «mancha de aceite», sino una ciudad centrípeta, limitada
por el mar, los Riscos y las laderas del Paseo de Chil, cuyos dos núcleos,
«Vegueta, la tradición, y el Puerto, el futuro» —en frase feliz del Profesor
Bethèncourt Massieu13—, se buscaron mutuamente hasta soldarse en el Ba-rrio
de Arenales.
Dos núcleos perfectamente diferenciados, con una morfología propia en
su trazado, en sus ritmos de vida, en su actividad diaria e, incluso, en la fi-sonomía
de sus habitantes. Eran dos sociedades que caminaban paralelas y,
aunque con el mismo rumbo, el trazado de la ciudad le imponía un sello es-pecial
a cada una de ellas, al amparo de las comunicaciones, que no fueron
ni cómodas ni numerosas hasta bien entrado el siglo XX. «¡Aquél antiguo tran-vía!
¡aquéllas tartanas! —decía Luís Benítez Inglott—, la ciudad se echaba
atrás cuando se trataba de llegar al Puerto»14.
O la visión del enviado especial de la Asociación de Prensa Australiana
que acompañó en su viaje de 1927 a los Duques de York. Hablando de la ca-rretera
del Puerto dice que en la misma vía se disputaban la preferencia «vie-
12 Rumeu de Armas, Antonio, Piraterías y ataques navales contra las Islas Canarias.
Madrid, C.S.I.C., 1947-1950; 3 tomos, 5 vols. (De esta obra se hizo en 1991 una edición
facsimilar con el título Canarias y el Atlántico. Piraterías y ataques navales).
13 Bethèncourt Massieu, Antonio, Vegueta y el Puerto, dos frentes de la Ciudad [Pregón
de las Fiestas Fundacionales de Las Palmas de Gran Canaria, junio 1993]. Las Palmas de
G.C., Ayuntamiento de Las Palmas de G.C., p. 20.
14 Conferencia pronunciada con motivo de las Bodas de Oro del Real Club Náutico de
Gran Canaria.
El Real Club Náutico de Gran Canaria como vínculo social y deportivo... 295
jos tranvías, con un buey testarudo o con una yunta de mulas»15. Una carre-tera
«execrable y tuvimos suerte de que la visita tuviera lugar gozando de
un clima bueno, de otra manera, nos aseguraron, hubiéramos tenido que re-correr
todo el camino a través de un mar de barro líquido»16.
* * *
A la diferencia social entre los dos núcleos capitalinos se refiere con un
ligero toque de humor, el actual Presidente del Real Club Náutico de Gran
Canaria, Juan Marrero Portugués, al contar en sus memorias que cuando por
la calle de Triana aparecían algunas caras extrañas «enseguida las identificá-bamos.
Eran niños o niñas del Puerto. Y cuando se nos ocurría a nosotros,
todo un atrevimiento, ir a la Playa de Las Canteras, ya sabíamos que estába-mos
calificados como los señoritos de Las Palmas»17.
Una dicotomía que se reflejó, como es lógico, en el ambiente futbolís-tico,
pues mientras los porteños eran partidarios del Real Victoria, los de
Las Palmas seguían con apasionada fidelidad al Marino C.F., eterno rival de
aquél.
Este «ser de Las Palmas», o «ser del Puerto», causaba una gran extra-ñeza
en cuantos arribaban por primera vez a la Isla. Personalmente tengo la
experiencia de que al llegar al Puerto de La Luz en la vieja motonave Ciu-dad
de Palma en noviembre de 1957 —exactamente el día 2 hizo medio si-glo—,
al preguntar desde el Parque de Santa Catalina dónde estaba el Pérez
Galdós, y responderme lacónicamente: «el Teatro está en Las Palmas», me
llevó a la inevitable y consabida interrogación: «y yo, ¿dónde estoy?».
* * *
Independientemente de la causa inmediata que determinó la creación del
Real Club Náutico de Gran Canaria, la regata conmemorativa del Descubri-miento
de América siguiendo la ruta de Colón, el Club surgió en una época
en la que tuvo lugar un cambio en la visión del mar, que posibilitó el poder
compartir sus actividades pesqueras y mercantiles, con otras derivadas del
ocio y del sistema de las relaciones sociales18.
Desde principios de siglo XX hubo una tendencia, cada vez más acusada,
de considerar el ejercicio físico al aire libre como un complemento de la bue-
15 Taylor Darbyshire, The Royal Tour of the Duke and Duchess or Cork. London [s.f]
16 Ibid.
17 Marrero Portugués, Juan, «Para avivar viejos recuerdos», Epílogo a El Real Club
Náutico de Gran Canaria. Cuando se cumplen los cien años. Las Palmas de G.C., RCNGC,
2008, p. 350.
18 Ramírez Muñoz, Manuel; Galván González, Encarna, El Real Club Náutico de Gran
Canaria.1908-2000. Deporte, Cultura y Relaciones Humanas en una Sociedad Atlántica. Las
Palmas de G.C., RCNGC, 2000, p. 45.
296 Manuel Ramírez Muñoz
na educación y forma de mantener la salud, o recuperarla en ciertos casos.
No sólo el sol y la playa se convirtieron en eficaces panaceas para robuste-cer
los pulmones, sino también el remo y la vela sin otra función que la me-ramente
deportiva, llenó el tiempo libre de una burguesía urbana que «vio en
el mar incluso un lugar para el ocio»19, y un animoso aglutinador de relacio-nes
sociales.
Esto naturalmente desembocaría en el desarrollo de los deportes maríti-mos
y la creación de centros náuticos20, capaces de canalizar las actividades
deportivas, al tiempo de servir como nexo de unión entre la ciudad y su puer-to,
y factor de cohesión de una sociedad con intereses comunes, y predispues-ta
a gozar de las posibilidades que le ofrecía el mar para su recreo y esparci-miento.
Por otra parte, con la creación del Real Club Náutico de Gran Canaria en
el Puerto de La Luz, «se abrió para la ciudad un nuevo panorama»21, al con-vertirse
en su principal vestíbulo en el que se dio la bienvenida a las múlti-ples
embajadas de buena voluntad que llegaron procedentes de todos los paí-ses,
y en su más animado laboratorio en el que el juego del mar y la vela
encontró el campo más entusiasta para desarrollarse, y llevar el nombre de
Gran Canaria a los más variados confines de la tierra.
No hay que olvidar tampoco que su estrecha imbricación con la ciudad,
hizo que sus problemas los viviera el Club como propios, y pusiera todo su
empeño en resolverlos.
Estos tres pilares: misión de antesala de la ciudad y de anfitrión social,
participar en el quehacer de Las Palmas de Gran Canaria, y deporte náutico,
sobre los que se sustenta la parte más fácil de comprender, pero más difícil
de explicar de la historia de Real Club Náutico de Gran Canaria, han sido
—y lo son—, su razón de ser, acomodada naturalmente a cada momento his-tórico,
y los que han escrito los renglones más atractivos de un capítulo per-fectamente
diferenciado de una joven disciplina dentro del campo de la His-toria
Universal Contemporánea, la Historia Marítima.
* * *
La ciudad de Las Palmas, como cruce de caminos que enlazan a tres con-tinentes,
fue desde finales del siglo XIX un punto de escala obligado, cuando
19 Bethèncourt Massieu, Antonio, «Bipolaridad en la estructura de una ciudad atlántica.
Las Palmas de Gran Canaria», Prólogo a: Martín Galán, Fernando, Las Palmas Ciudad y
Puerto, Cinco siglos de evolución. Las Palmas de G.C., Fundación Puertos de Las Palmas.
Fundación de Puertos de Las Palmas, 2001, p. 22.
20 Guimerá Ravina, Agustín; Darias Príncipe, Alberto, Mar y Ocio en la España Contem-poránea.
El Real Club Náutico de Tenerife 1902-1994. Santa Cruz de Tenerife, RCNT, 1995,
p. 69.
21 Bethèncourt Massieu, Ibid.
El Real Club Náutico de Gran Canaria como vínculo social y deportivo... 297
la navegación a vapor impuso la necesidad de disponer de instalaciones de
aprovisionamiento y de apoyo a las flotas mercantes de las grandes poten-cias,
comprometidas en una política de expansión imperialista22.
Y el Puerto de La Luz, como si se tratara de una gasolinera en medio del
Atlántico, despertó en la ciudad su tradicional vocación marinera que, aun-que
adormecida, nunca dejó de estar abierta al mar y de servir de abrigo a
navegantes en dicho puerto, «pero también arrimados a las calas entre San
Telmo y la boca del Guiniguada»23.
Esta encrucijada atlántica permitió que barcos de todas las banderas, en
sus estadías para abastecerse en el Puerto de La Luz, enviaran embajadores
a la ciudad utilizando como antesala de honor al Real Club Náutico de Gran
Canaria. Y, por el contrario, éste actuó como «embajador honorífico de Gran
Canaria»24
Apenas recién estrenado el edificio post-romántico, por su emplazamiento
en el corazón del Puerto de La Luz, y a la entrada de la ciudad, ofreció el
marco adecuado donde príncipes, generales, políticos y aviadores famosos
disfrutaron de la tradicional hospitalidad canaria.
La primera personalidad en hacerlo fue la Infanta Isabel de Borbón, que
al regreso de Argentina, donde representó a España en los actos conmemo-rativos
de su independencia, se detuvo en Santa Cruz de Tenerife y en la
capital grancanaria, desde donde salió en junio de 1910 después de haber sido
agasajada en los salones del Club.
Dos visitantes ilustres, el General francés Gouraud, y el hijo de la Reina
Victoria, el Duque de Connaught, dejaron su impronta en el Club en dicho
año. Como también la dejarían posteriormente el Mariscal Petain, el Prínci-pe
del Piamonte, más tarde Rey de Italia, y el Duque de York, que ocuparía
el trono de Inglaterra con el nombre de Jorge VI, y personalidades de la po-lítica
española como el Ministro de Justicia Galo Ponte, el de Marina, Mateo
García de los Reyes, o el General Primo de Rivera. Estos son algunos de la
larga nómina de visitantes a la Isla que, o bien entraron, o bien salieron por
el desembarcadero del Club, donde recibieron los honores correspondientes
a su personalidad.
Si las islas Canarias, por su privilegiada situación geográfica, ocuparon un
lugar de vanguardia en la historia de los descubrimientos de los siglos XV y
XVI, y en el desarrollo del tráfico marítimo de los siglos posteriores, no fue
menor su importancia cuando una afortunada conjunción entre el mar y el
aire, posibilitó el transporte mediante un aparato más pesado que éste —el
22 Quintana Navarro, Francisco, «El Puerto de La Luz, 1883-1983: un prototipo de
puerto de escala internacional», en Boletín Millares Carlo, 15 (1996), p. 187.
23 Bethèncourt Massieu, Antonio, Vegueta y el Puerto, dos frentes de la Ciudad [Pregón
de las fiestas fundacionales de Las Palmas de Gran Canaria, junio 1993). Las Palmas de G.C.,
Ayuntamiento de Las Palmas de GC., 1995. p. 10.
24 Vid. Isla (Revista de Turismo), 17 (1959).
298 Manuel Ramírez Muñoz
hidroavión—, reafirmando el valor innegable del Puerto de La Luz como es-tación
aérea.
Una estación mezcla de posada y taller, pues la estampa de un hidroavión
amarrado a una boya del Puerto de La Luz, e incluso izado por la grúa Titán
para proceder a su reparación, se hizo familiar25, mientras sus tripulaciones
eran atendidas en el Real Club Náutico de Gran Canaria, convertido en el más
genuino anfitrión del gran puerto aéreo del Atlántico.
Como tal ocurriera en siglos anteriores, portugueses y españoles fueron
los indiscutibles protagonistas de las grandes rutas trasatlánticas. Con el hi-droavión,
las Islas Canarias, «mesón colocado en una encrucijada de caminos
de los grandes pueblos» —como decía Unamuno—, se incorporó a través del
Puerto de La Luz, al gran sueño general de acercar territorios mediante la
navegación aérea26.
En 1919 llegó el aviador francés Henri Lefranc, procedente de Tolón con
destino a Dakar, dentro del programa de establecimiento de aerolíneas entre
Europa y los demás continentes; los portugueses Gago Couthino y Sacadura
Cabral que a bordo del Lusitania llegaron en 1922 para dirigirse a Río de Ja-neiro,
como cinco años después también lo haría el JAHU de los también
portugueses Barros, Cinquini y Braya.
Pero el protagonista de la epopeya más grande de la historia de la avia-ción
la llevó a cabo el Plus Ultra del Comandante Ramón Franco, que en 1926
llegó al Puerto de la Luz procedente de Palos, con destino a Buenos Aires,
con el mismo recorrido que setenta y cinco años más tarde realizó el Plus
Ultra II, reviviéndose en los salones del Club, emotivas escenas similares a
las que tuvieron lugar tres cuartos de siglo antes.
El vuelo del Plus Ultra abrió para la aviación intercontinental caminos
insospechados y, posteriormente, la Patrulla Atlántida en misión española al
Golfo de Guinea, el hidroavión Singapore de Sir Alan Cobhan, procedente de
Australia con destino a Inglaterra, Charles Lindbergh con el Albatros, o el
gigantesco DO-X de doce motores, llamado con justicia el «buque volador»,
reafirmaron a través del Club la atlanticidad de Gran Canaria, como parte de
un todo en el que las fronteras no tienen sentido.
Como no tuvieron sentido para navegantes que en épocas recientes, y
después de ser tratados en el Club Náutico como miembros entrañables de
la gran familia marinera, cruzaron el Atlántico sin más medios que una fe ciega
en su destino. El navegante solitario Vito Dumas. El náufrago voluntario Alain
Bombard, que en una lancha neumática a vela, sin ningún tipo de alimento
ni bebida, solamente con los recursos que le proporcionaba el mar, logró so-
25 Ibid., p. 143.
26 Ramírez Muñoz, Manuel: «El Puerto de La Luz y el impulso a las comunicaciones en
el primer tercio del siglo XX. Una estación aérea», en Boletín Millares Carlo, 17 (1998),
p. 142.
El Real Club Náutico de Gran Canaria como vínculo social y deportivo... 299
brevivir 65 días en el inhóspito medio marino, demostrando con su aventura
entre Las Palmas y Barbados, que el ser humano podía superar las más du-ras
condiciones.
A ellos hay que unir el nombre de Rafael del Castillo Morales, socio del
Real Club Náutico, primer canario que cruzó el Atántico en solitario y que
contribuyó con su aventura a reforzar los lazos entre ambas orillas, en un
emotivo abrazo de atlanticidad marinera.
O como Carlos Etayo, que procedente de Palos con una reproducción de
la carabela colombina, la Niña, recaló en Club Náutico, antes de iniciar su
singladura definitiva, siguiendo la ruta de Colón, y en las mismas condicio-nes
materiales con las que el descubridor realizó su primer viaje.
* * *
El segundo aspecto a considerar en la historia del Club, el de la incardi-nación
con su entorno, cómo ha sentido en su propio devenir el latido de Gran
Canaria y de su capital, tal vez sea el más difícil de exponer, al tratarse de
un goteo de actuaciones, no por breves, menos significativas, y en las que
ocupa un lugar de privilegio el fomento del turismo en la isla de Gran Cana-ria,
uno de los objetivos prioritarios que el Real Club Náutico incluyó en sus
Estatutos.
Las excelencias del clima isleño y las bellezas de su paisaje, habían con-vertido
a la Isla desde el siglo XIX en el lugar idóneo para el ocio y el disfru-te,
amén de la práctica de un turismo de salud. La construcción del Puerto
y los avances tecnológicos en los transportes marítimos, hizo que el núme-ro
de visitantes, sobre todo ingleses, aumentara considerablemente.
Pero no sólo era el turismo extranjero el objeto del Real Club Náutico de
Gran Canaria. Estrechar los lazos de fraternidad con el resto del país y en-cauzar
el turismo español hacia Gran Canaria, era para el Club un verdadero
acto de patriotismo.
Por otra parte, Gustavo Navarro Nieto, apenas dio el Club sus primeros
pasos, fundó el órgano adecuado para conocer la historia, el tipismo y el pai-saje
de Gran Canaria. Canarias Turista, nacida en 1909 se anticipaba en casi
medio siglo, a la expansión turística en el Archipiélago27.
La concesión de la Placa al Mérito Turístico, y la distinción como Empre-sa
Turísitica más popular de España, ambas de la década de los sesenta del
pasado siglo, cuando empezaba a despegar el turismo en nuestro país, son
exponentes del reconocimiento a una labor que traspasó los límites isleños
en la expansión y fomento de este sector.
En los momentos convulsos de 1910, cuando se discutía en las Cortes el
proyecto de Ley de Reforma de la Administración Local, para gran parte de
la sociedad grancanaria, la solución al conflicto planteado entre las dos islas
27 Ramírez, M.; Galván, E., El Real Club Náutico..., Op. cit., pp. 76-77.
300 Manuel Ramírez Muñoz
mayores sólo podría venir de la mano de la división provincial y, en dicha Ley,
podría estar la clave para ello.
El casi centenario periódico La Provincia —decano de la prensa escrita
actual en Gran Canaria, fundado por Gustavo Navarro Nieto en 1911—, re-cogió
el ideario divisionista, y este motivo indujo a su fundador a bautizarlo,
obviamente, con el nombre de La Provincia28.
Como también estuvo decididamente junto al recién creado Cabildo In-sular
de Gran Canaria cuando éste, haciéndose eco del clamor popular, rei-vindicaba
la creación de un Instituto de Segunda Enseñanza, independiente
del de La Laguna.
Otro botón de muestra más, entre los muchos que se pueden ofrecer, fue
la instalación en su edificio de una estación telegráfica que vino a resolver
el gravísimo problema de las comunicaciones entre Las Palmas y el Puerto.
Al carecer este de dichas instalaciones, los despachos depositados en la
administración de Correos de Las Palmas no salían de ella hasta el día si-guiente
y a la hora señalada para la conducción de la correspondencia al Puer-to.
Frecuentemente los buques llegaban al Puerto de La Luz antes que los
telegramas que los anunciaban.
En la creación de una estación telegráfica —la primera que se instaló en
el Puerto de La Luz—, como en multitud de ocasiones, se puede observar
—decía Gustavo Navarro Nieto en 1913—, que entre los fines que movie-ron
a sus fundadores, no fue el deporte náutico el único objetivo, sino que la
principal mirada estuvo en contribuir al progreso y prosperidad de la Isla y
levantar el espíritu público29, y de ahí «la intervención directa de esta Socie-dad
en todo cuanto se ha dirigido a la consecución de estos ideales»30.
Podríamos continuar así durante largo tiempo, sin que se agotara el ca-pítulo
de la posición del Club frente a los problemas de la Ciudad y de la so-ciedad
de su tiempo, cuyas crisis económicas, sociales y políticas, no sólo no
se quedaron a sus puertas, sino que una vez traspasados sus umbrales, se
vivieron con la misma intensidad que requerían y se fueron poniendo grani-tos
de arena para, si no solucionarlas, sí contribuir a reducir sus efectos, codo
a codo, con las autoridades municipales e insulares.
Nos puede servir de ejemplo la crisis coyuntural que aparejó la Primera
Guerra Mundial y los penosos días que se vivieron con la paralización del
Puerto de La Luz. La organización de cocinas económicas, y la instituciona-lización
de un sistema de subvenciones para socorrer a los pobres, supuso
un pequeño respiro a la hambruna que se cebó en las clases obreras, casti-gadas
por el paro generalizado.
La Medalla de Oro de la Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, el Ro-
28 Ibid., p. 274, y La Provincia, 18-3-1983.
29 Ramírez, M; Galván, E., El Real Club Náutico..., Op. cit., pp. 80-81.
30 Sesión 2-9-1913, Junta Directiva, Libro de Actas n.º 1, p. 186.
El Real Club Náutico de Gran Canaria como vínculo social y deportivo... 301
que Nublo de Plata del Cabildo de Gran Canaria, y la Medalla de la UNICEF,
que el Real Club Náutico luce con orgullo y humildad al mismo tiempo, en
un entrañable maridaje, expresan más que con palabras, el reconocimiento
expreso de las instituciones isleñas a su cotidiano quehacer.
* * *
Sin descartar, por supuesto, su constante labor de mecenazgo y protec-ción
a las artes y a la cultura, nos queda reseñar, por último, el tercer pilar,
que es precisamente el que sustenta las más bellas páginas del libro de oro
del Club: la historia de sus méritos deportivos.
Y en la introducción a esta historia debe figurar, en lugar preeminente,
el haber sido impulsor de la práctica de la vela latina, y quien supo captar las
posibilidades que presentaban los esporádicos concursos de botes y barqui-llos,
que como tímidas manifestaciones deportivas se celebraban en el lito-ral
capitalino y en el interior del Puerto de La Luz.
La vela latina, que se mantiene desde hace más de un siglo como depor-te
vernáculo, nació del pueblo llano y su historia es un bello ejemplo de arrai-go
popular poco común31. El apoyo que el Real Club Náutico de Gran Cana-ria
prestó a la vela latina, al organizar y proteger el desarrollo de las regatas,
entre 1909 y 1933, fue definitivo para que una costumbre nacida de la vida y
del trabajo portuarios, se convirtiera en deporte vernáculo y signo de iden-tidad
en Gran Canaria32.
En el Real Club Náutico figura, en un lugar de honor, la historia del ba-landro
Tirma, unida indisolublemente a la de aquél, de tal manera, que no es
posible estudiarlas separadamente, ya que ambas forman un tronco común,
cuyas raíces, hechas de savia marinera, nos enseñan a concebir la vida en
dimensiones muy distintas a las que hoy prevalecen33.
El balandro Tirma, joya de la artesanía naval, única e irrepetible, donde
se conjugan tradición, deporte y cultura, es el eje sobre el que giraron, y gi-ran,
los recuerdos de la vida socio-deportiva de la vela en el Club, ya que
como monumento y como espíritu que sigue presente, guarda en sus cuader-nas
la más íntima y entrañable historia de éste.
Cuando aún no existían escuelas de vela en Gran Canaria, el Tirma fue
la cátedra flotante donde aprendió a navegar ese plantel de profesores náuti-cos,
que sin más medios que una vocación sin límites por el mar, y un in-menso
entusiasmo, derrocharon su magisterio en quienes desde hace más de
cuatro décadas han escrito las páginas más bellas de la historia de la vela.
Mediante la declaración como Bien Mueble de Interés Cultural por par-
31 Cabrera Santana, Pedro, «Los orígenes de la vela latina canaria», en Sansofé 70
(1971), p. 71.
32 Ramírez, M.; Galván, E., El Real Club Náutico..., Op. cit., pp. 101-102.
33 Ramírez , M.; Galván, E., El Tirma. Historia de un balandro. Las Palmas de G.C.,
RCNGC, 2002, p. 32.
302 Manuel Ramírez Muñoz
te del Gobierno de Canarias, el balandro Tirma pasó a formar parte del pa-trimonio
común canario, porque según dice el Preámbulo de la Ley de Patri-monio
Histórico de Canarias, se trata de un «tesoro que, como obra de to-dos,
a todos pertenece y que, como tal, por todos ha de ser conocido,
disfrutado y tutelado en beneficio de futuras generaciones»34.
En el mundo de la vela, en sus distintas modalidades, la impronta del Real
Club Náutico de Gran Canaria ha sido clara, y de tal magnitud, que tal vez
ninguna institución de su clase le aventaje, no sólo en nuestro país, sino en-tre
los extranjeros de mayor tradición deportiva, hecho que debe llenarnos
de orgullo a todos los canarios. Solamente por su capacidad organizativa, pues-ta
de manifiesto en tres campeonatos del Mundo, dos de Europa, dieciocho
de España, y los nacionales y regionales que puntualmente, y con periodici-dad
anual se desarrollan en nuestra bahía, convierten al Real Club Náutico
en el sancta sanctorum de la vela internacional.
Pormenorizar los galardones alcanzados por los deportistas del Club, aun-que
ejercicio útil, rebasaría ampliamente los límites de esta exposición, pero
391 máximos galardones distribuidos en 7 medallas de oro olímpicas y 8 di-plomas
olímpicos ; 39 en campeonatos del Mundo; 22 en europeos; 240 en
campeonatos de España; 73 en la Copa de España y 2 Medallas de oro en los
Juegos Mediterráneos, más 303 subcampeones, constituyen un orgulloso, y
al mismo tiempo mareante palmarés, al que hay que añadir los 14 campeo-nes
de España en piragüismo y uno, también nacional, de natación. Y tal vez,
la clave de tanto éxito esté en que «en este Club no es preciso otro pasa-porte
que el cariño acendrado a todo cuanto se deriva del mar, ni otro len-guaje
que el de las velas, la espuma y el oleaje»35
Naturalmente, el reconocimiento a la labor que ha hecho posible la pri-macía
de España en el deporte de la vela, es toda una serie de distinciones
—las más altas que se otorgan en esta especialidad—, que el Real Club Náu-tico
de Gran Canaria exhibe con orgullo, pero al mismo tiempo con la mo-destia
de las almas generosas.
De esta manera, la Copa Presidente del Comité Olímpico Internacional,
Placa de Plata y Placa de Oro de la Real Orden del Mérito Deportivo, Ancla de
Oro de la Real Federación Española de Vela, Premio Canarias al Deporte, Me-dalla
de Oro de Canarias y Primer Premio Especial de la Asociación de Perio-distas
Deportivos de Las Palmas, son los principales eslabones de esa cadena
que, a manera de guirnalda de honor adorna, no sólo el Club, sino el cora-zón
de cuantos aman el deporte marinero.
Esta es quizá la mejor lección de historia marítima, que puede darnos su
capítulo relativo a los clubes náuticos en su vertiente socio-deportiva, y que
en el caso del de Gran Canaria, su creación vino a corroborar el pensamien-
34 Ibid., p. 70.
35 Islas (Revista de Turismo), 17 (1959)
El Real Club Náutico de Gran Canaria como vínculo social y deportivo... 303
to del uruguayo José Enrique Rodó, para el que «no siempre el fondo de dis-posiciones
y aptitudes de un pueblo debe considerarse limitado por la reali-dad
aparente de su historia»36.
La ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, que aparentemente había cre-cido
de espaldas al mar, de pronto despertó con la promesa que significaba
la construcción del Puerto de La Luz, y el Real Club Náutico la tomó de la
mano para acercarla al mar, y orientó hacia el mar su deseo de gozar de él
como «fuente de placer, ocio, moda y turismo»37.
El Real Club de Gran Canaria fue —dice Luis Benítez Inglott—, «la mano
decidida que descubrió el fuego oculto, y el pecho vigoroso que con su per-sonal
aliento, encendió otra vez la llama viva y la convirtió en luz, calor y
energía»38.
Hoy, como ayer, anclado en el corazón del Puerto, el Real Club Náutico
irradia el latido de Gran Canaria por esa mágica rosa de los vientos que a
todas partes se dirige y, en lugar de detenerse, sigue el acompasado flujo y
reflujo de una marea misteriosa, un latido que el poeta grancanario Saulo
Torón definió como,
Marinero de cien mares
Argonauta romántico y doliente,
Que ahora, ante el infinito
Cansado te detienes:
¡a la mar otra vez, que un nuevo día
Más luminoso en el azul florece...!39
Muchas gracias por su atención.
36 Ibid.
37 Guimerá, A.: Mar y ocio..., Op. cit., p. 69
38 Benítez Inglott, Luis: «Conferencia...», Doc., cit.
39 Torón, Saulo, Las Monedas de Cobre. Madrid, 1919.