Don Agustín, el hombre
JUANM ARRERPOO RTUGUÉS
El recuerdo que tengo de Don Agustín es imborrable, aunque mi trato per-sonal
con él fue corto y tardío y solo durante su última y definitiva estancia en
nuestra isla.
Naturalmente, Don Agustín Millares, era para los jóvenes de nuestra gene-ración,
una especie de mito, como un maestro de maestros, que se movía sigi-losamente
entre Méjico y Venezuela. Fue de éste último país, del que tuve noti-cias
más concretas de sus andanzas, gracias a nuestro querido paisano Carlos
Sánchez, colaborador suyo en la Universidad de Maracaibo.
Como a mediados de los años sesenta, Don Agustín estuvo en Las Palmas
por muy poco tiempo, para impartir un ciclo de conferencias en la Universidad
Internacional de Canarias, y fue entonces cuando simplemente, le saludé por
primera vez, con motivo de una visita informal que le hizo en su despacho, al
entonces Alcalde D. José Ramírez Béthencourt con quién ocasionalmente
estaba en aquel momento. Me llevé una grata impresión, como aquel hombre,
con tan enorme prestigio y no desdeñable aspecto físico, se comportara con
tanta naturalidad y sencillez.
Casi una década después, Don Agustín se viene definitivamente a su isla.
Por aquellas fechas, en mi calidad de Director General de la entonces Caja
Insular de Ahorros de Gran Canaria, había participado en la fundación del
Fondo para la Investigación Económica y Social de la Confederación Española
de Cajas de Ahorros y allí entablé una buena amistad con dos jóvenes profe-sores
universitarios, José López Yepes y Félix Sagredo Fernández, que cono-cedores
de mi procedencia canaria, se mostraron entusiastas admiradores de
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mi paisano Don Agustín, a quien no conocían personalmente, pero al que con-sideraban
uno de los intelectuales españoles más destacados del siglo, mere-cedor
de un homenaje nacional.
Aquella idea del homenaje nacional, fue liderada entonces por la Caja
Insular de Ahorros de Gran Canaria, que después de considerar varias posibi-lidades
optó por un procedimiento que nos pareció entonces innovador, al
menos en el ámbito de nuestro entorno: recoger en una obra, que fuera despuks
bien editada en su honor, una serie de trabajos científicos relacionados con las
disciplinas más cultivadas por el propio Don Agustín, y escritas por quienes fueron
sus discípulos, colaboradores o compañeros en los diversos centros en los que des-arrolló
su trabajo: Universidades, Instituciones Científicas, Archivos, Bibliotecas. .
. y así, de ésta forma quedaría un testimonio permanente de nuestra admiración y
respeto hacia él.
El proyecto se llevó a cabo en 1.975, con la colaboración del Fondo para
la Investigación de la Confederación Española de Cajas de Ahorros, alcanzan-do
tal éxito en adhesiones, que fue preciso realizar una cuidadosa selcccih de
los trabajos presentados. La obra, realizada en dos tomos, de casi ochocientas
páginas cada uno, recoge más de setenta trabajos de investigación y fue distri-buida
entre las Bibliotecas e Instituciones Culturales de las islas. Supongo, que
seguirá siendo un libro de consulta para los estudiosos.
Con este motivo, mis contactos con Don Agustín comenzaron a menudear
y fue un motivo para acrecentarlos, cuando le hice participe de la ilusión que
habíamos puesto sobre'el proyecto de la futura Universidad Nacional de
Educación a Distancia (UNED), cuyo establecimiento en Las Palmas estába-mos
negociando intensamente. El compartió con nosotros, con el ent~isiasino
que le caracterizaba, esta bonita idea, hoy espléndida realidad.
Fue precisamente en el salón de actos del Centro Regional de la UNED,
una vez inaugurado, en donde Don Agustín pronunció una magnifica confe-rencia
relacionada con su "Corpus de códices visigóticos".
Otro proyecto, del que fue mi confidente Don Agustín, y que desgraciada-mente
no llegó a cristalizar definitivamente, fue la DAF, (División de
Asistencia a la Formación) que coordinaba el Profesor Pepe Doreste Abreu,
dentro de las actividades sociales de la Caja Insular de Ahorros de Gran
Canaria, de la cual él era su principal responsable. Se trataba de prestar ayuda
técnica y muy especifica, en una primera fase, a los pedagogos vinculados a la
enseñanza especial que la Caja Insular patrocinaba, para poco a poco, hacerla
extensiva a la enseñanza en general.
Por entonces, por razones que ellos sabrán precisar mejor yo, Gerrnán
Luzardo, Lothar Siemens y Juan Antonio Martínez de la Fe, habían institucio-nalizado,
por decirlo de alguna forma, una comida periódica, a base siempre
del tradicional "caldo de pescado" , que tanto le encantaba a Don Agustin,
Don Agustin, el hombre 1 O 1
seguramente más por la oportunidad de charlar, que por razones culinarias. A
alguna de esas comidas fui invitado, y como consecuencia de la celebrada en
Febrero de 1976, Don Agustín me envío la siguiente carta, que guardo como
una auténtica joya:
Mi querido amigo:
Plinio el Joven, en una de sus tan celebradas epístolas, invitaba a un
amigo a comer en su casa y le sugería que si deseaba hacerlo a su gusto, lle-vase
consigo los manjares. Cuando Vd. invita, querido D. Juan, no solo no
hay que llevar ni el enyesque ni el alimento, sino que Vd. los brinda insupe-rables
y con la añadidura, inestimable sobre todo en estos tiempos - de la
amistad, la cordialidad y el afecto.
Guardaré siempre gratísimo recuerdo de aquel caldo de pescado y tengo
muy presente el asunto del DAF. Con esto quiero decirle que el día y hora en
que a Vd. le parezca bien acudiré gustosisimo a donde me indique para cele-brar
la entrevista de la que Vd. me habló.
Reciba entretanto un cariñoso saludo de s.s. y a.
Agustin Millares Carlo.
Una carta entrañable, muy propia de su manera de ser.
En un momento determinado de su última estancia entre nosotros, Don
Agustín se viene a vivir a Tafira Alta, muy cerca de mi propio domicilio. Una
tarde me visita para hacerme una proposición inesperada: Sus hijas se han
traido de Méjico una hermosa perra, con la que están muy encariñadas. Su raza
es de pastor alemán y su veterinario Manolo Arencibia, otro querido amigo, les
ha aconsejado, que dado el estado de celo en que se encontraba la perrita, sería
conveniente cruzarla con otro buen ejemplar, naturalmente de la misma raza,
recomendándoles, enseguida, que la mejor pareja que el conocía, era un perro
de mi propiedad, que tenia un magnifico pedigrí, cosa absolutamente cierta.
"Slim"; que así se llamaba mi perro, me lo había regalado unos buenos ami-gos
alemanes, que lo acompañaron con la debida documentación oficial que lo
acreditaba como un formidable ejemplar.
Don Agustín me pidió entonces, con esa forma tan peculiar y elegante con
que planteaba sus cosas, que si podía acceder a éste "intercambio amoroso" ,
cosa que consentí enseguida y encantado. Su segunda petición era, que aun-que,
por lo visto, la costumbre exigía que su animalito viniera a mi casa, a
encontrarse con su "presunto novio", sus hijas se resistían a separarse de ella,
"pues la perrita era tan buena y delicada, que temían se asustara en un lugar
que no conocía", por lo que me rogaba que fuera mi perro a la de ellos, peti-ción
que naturalmente también consentí, con la certeza que mi perro la recibi-ría
con mayor satisfacción, que la que yo quería darle al bueno de Don
Agustín.
102 Juan Marrero Portugués
Pasaron unos pocos meses y cuando yo ya me había olvidado de aquel
encuentro, una tarde tocaron al timbre de mi casa y fui personalmente a com-probar
quién llamaba. Me llevé una grata alegría. Detrás de la cancela estaba
Don Agustín. Corrí a recibirle y cuando le abrí, en s~i sb ra7os descansaba u n
hermoso cachorro que no había observado en mi primer vistazo.
Juan Marrero, -me dijo, con una sonrisa muy suya, entre pícara y burlo-na-
le traigo el "fruto" del encuentro que habíamos pactado. Además, ya
viene bautizado. Como mi perra se llama "Aída ", su cachorro tendrá quc Ila-marse
"Radamés". A partir de ahora, ya somos consuegros políticos,
Así era Don Agustín de humano y sencillo. Aquel gesto de tamaño "cacho
de hombre" desplanzándose hasta mi casa, para llevarme personalmente al
perrito, me impresionó vivamente.
De lo que nunca informé a Don Agustín, es que el nombre "Radames"
duró en mi casa muy pocos minutos. Mi hijos ya habían rebautizado al cacho-rro,
con el nombre de "Quido", que figuraba en el pedigrí de su padre, como
un famoso antepasado.
Ese fue el hombre que yo conocí.