UN ASPECTO PROGRESISTA DE LA COMEDIA
NUEVA
EMILIOM ENÉNDEZA YUSO
Profesor U.N.E.D
Comentaba Karl Vossler que la literatura española del Siglo de
Oro fue más bien sociable que social, que no fue revolucionaria al
modo, por ejemplo, de la francesa desde finales del XVIII. La espa-ñola,
decía el erudito germano, «se contenta con divertir, educar, edi-ficar,
informar, amaestrar y amonestar a sus clientes. .. Su oficio es el
de mentor l.
Educa, dice Vossler, y una de sus múltiples lecciones se nos re-vela
a la luz de la realidad histórica del Imperio como portadora
de gérmenes en cierto modo revolucionarios, sin importar aquí que
no nacieran acompañados de una conciencia política. Siembra una
actitud de vida, un punto de vista que, si tenemos en cuenta el
tiempo en que ociirre, puede muy hien ser valnrarla nn s6ln rnmo
ejemplar sino como altamente progresista.
La admirable lección la encontramos en la vida profesional del
-~..~.-lLt ndev cnme&2s signific2dn ei, e! X ~ yI I I,VII -7
del poeta que las componía. Todos trabajan para satisfacer a un pú-blico
recién descubierto que con su asistencia a los «corrales» les
proporciona a cambio un mcdio de vida. Se diría que el reposo, ese
sosiego -trágicamente desespiritualizado- tan del español de la
época no afectara a estos hombres del teatro. Sin remilgos, con un
Literatura Española Siglo de Oro.
gran sentido realista, trabajan en un momento en que hacerlo no
es precisamente glorioso ni loable. Es como si al calor de la Co-media,
la nueva, la que convoca en torno suyo a un grande y variado
público, brotara una energía también nueva. Este sentido práctico
de sus hombres, válidos y suficientes por su propia actividad, en-cierra
caracteres muy valientes y avanzados dentro de la estructura
éticosocial de aquel momento español y aiin posterior. Renito Pérez
Galdós, en uno de sus detallados testimonios de la sociedad madrile-ña
y española de la Restauración, registraba estas realidades de una
asociedad -decía- no vigorizada por el trabajo», mostrando ade-más
abierta simpatía hacia el socialmente despreciado personaje del
activo indiano con la creación de Agustín en Tormento (1884) a la
que corresponden las palabras citadas. Sobre nuestro siglo xx tam-poco
han faltado observaciones similares. Volvamos ahora al de Oro
y valoremos esa saludable actividad de la Comedia.
«En el siglo XVI se planteó en términos dramáticos el conflicto
entre el cultivo de los saberes científicos y la honra nacional. La
casta de los cristianos viejos, la castiza, la dominante y triunfadora
en el antiguo y nuevo mundo, prefirió la honra a la eficacia de la
mente, o a cualquiera consideración de tipo práctico. Cervantes lanzó
su mirada incisiva sobre el conflicto entre el existir estático de la
persona «honrada» y la necesidad de subsistir mediante ocupaciones
eficaces. Habla un soldado turco en El Trato de Argel, jornada 11:
«Las galeras de cristianos
sabed, si no lo sabéis,
que tienen falta de pies,
y que no le sobran manos;
y esto lo causan que van
tan llenas de mercancías,
que si bogasen dos días,
un pontón no tomarán.
Nosotros a la ligera,
listos, vivos como el fuego;
y en dándonos caza, luego
pico el viento y ropa fuera,
. . .hacemos nuestra vía
contra el viento sin trabajo;
y el soldado más lucido,
el más flaco y más membrudo,
luego se muestra desnudo
y del bogavante asido.
Pero allá tiene la honra
el cristiano en tal extremo,
que asir en un tranco el remo
le ~ L ~ qG uG t~;b dcbi~ülmt;
y mientras ellos allá
en sus trece están honrados,
nosotros, de ellos cargados,
venimos sin honra acá.»
Así dice Américo Castro en las páginas 123 y 124 de su Edad
conflictiva" En otro lugar de la misma señala que para distinguirse
frente a las razas vencidas, moros y judíos, «el cristiano castizo
exaltó la conciencia de lo absoluto, de lo desligado de su persona,
no necesitando de cooperaciones técnicas ni de saberes, ni de des-cender
al vil trabaio de las manos. «En sus trece están honrados)),
en palabras de Cewantes.. . » 3.
Para la casta heroica, permanecer en quietud" orar y aguardar
la redención de la otra vida venía a ser lo único completamente
limpio. «La mejor postura era la de quienes no hacían ni pretendían
nada, o la de quienes combatían y conquistaban más allá de la fron-tera
patria ... Cuando no se actuaba sobre otros hombres o sc com-batía
contra ellos, la persona se contemplaba a sí misma, en su
sosiego, en la creación artística, o en la contemplación divina» '.
Y creación artística era el quehacer de los hombres del teatro,
aunque de él no esperasen realmente la gloria 6. Pero no al modo
reposado de los poetas no dramáticos, o de un Velázquez, sino de
una forma mas activa y enérgica, porque el poeta dramático tenía
«que vivir de algo que desconocían humanistas y señores, de algo
' Segunda edición. Taurus, Madrid, 1963.
A. DOM~NGUEOZR TIZ,L a clase social de los conversos en Castilla en la
Edad Aírvder~~M, adrid, 1355 (p. 122): ,,En 1652, caido 9:;vai-es (:U+;), si.
reafirmó en las Ordenes Militares que la hidalguía habría de ser de sangre
(excepto quienes realizaran hazañas militares excepcionales); la profesión de
oficios nzecánicos excluiría del hábito*.
«Y el que quisiese vivir quieto, como Dios manda», dice Francisco San-tos
en el Discurso X de Día y Noche de Madrid (1663).
AMÉRICOC ASTROo,p . cit., pág. 209.
«NO cabe duda alguna: los poetas de la Edad de Oro española espera-ban
alcanzar la gloria literaria en otros campos que el de la comedia. El
teatro quedaba fuera del arte: idea que -según Merimée (a)- estaba muy
Un leEs pefiU& ! &cc;s& j. dieciSieie.,,
(a) HENRI MERIMÉE, L'art dramatique Valence, Toulouse, 1913, p. 648.
enteramente nuevo, exigente, imperioso, violento a veces: el pú-blico
» 7.
En este sentido es incomprensible que en muchas ocasiones se
reprochara a T q e de Vega y a siis continuadores el haber utilizado
su labor artística como medio de vida, ignorando que eso venía a
significar el comienzo de la liberación del escritor, aunque a pri-mera
vista pueda no parecerlo así si recordamos los ataques de Cer-vantes
y las quejas de Ruiz de Alarcón, por ejemplo, sobre el some-timiento
del poeta dramático al vulgo, a su público. Mas veamos la
vira cara en la piopia carne del poeta pobrc. Una cara bicn humi-llante
y cotidiana. En Los gigantones (Madrid, 1666) aludía Fran-cisco
Santos a esa escasez y dificultades:
«Pesadísima carga es la pobreza, y un impedimento muy grande
para el estudio, y me admiro que haya poetas pobres; pero hago
reparo que sólo goza esta fecunda grandeza nuestra Espana, por
tener tantos hijos de tan lucidos ingenios, que no los ataja la poca
comodidad que para escribir tienen.»
Con bastante claridad se indica aquí que el tradicional mecenazgo
no cubría ni con mucho las necesidades reales. Otros más afortu-nados
«hijos ingeniosos» había que careciendo también de riquezas
propias vivían, en efecto, a expensas de un gran señor, quien de
forma más que notable influía no sólo en sus economías sino tam-bién
en su quehacer literario. Sin dejar el marco del teatro, sabemos
que hombres como Juan del Encina, Lucas Fernández y Torres Na-harro
dependieron de la generosidad de sus benefactores y, como
Lope de Vega más tarde, intercalaron en el hilo argumenta1 de sus
obras pasajes en los que loaban al patrón y le pedían algún favor
(económico generalmente) por boca dc criados o cualquier otro per-sonaje
gracioso. En sus propias dedicatorias, no lo olvidemos, firman
como criados. Noel Salomón cita y comenta unos versos del acto se-gundo
de La Humildad y la Soberbiu que ilustran el liediu pdcc-tamente:
«Lope se mete en escena, sin siquiera utilizar un seudonimo, ya
que entra en ella bajo la apariencia de un lacayo de la cámara real
llamado Lope a secas:
' A. A. VAN BEYSTERVELDT, Répercussions du souci de
sur la concepfion de l'honneur dans la «comedia nueva»
1966.
la pureté de sang
espagnole, Leiden,
FILIPO
Pues, Lope, ¿qué oficio quieres?
Pide, pide, y= my Rey.
Mucho Filipo te debe.
LOPE
Señor, ser tu cronista
para escribir rus mercedes;
que si va a decir verdades
no querría que la muerte
me hallase agradando a muchos,
pues nadie en el mundo puede.
Entre nosotros Lope, que vivió de la generosidad de distintos
mecenas, representa el primer caso de un escritor que vive de su
pluma, del producto de lo que escribe, al hacer de la comedia una
«mercancía vendible», que diría Cervantes. El vulgo con su aplauso,
y su dinero, se convirtió en su nuevo mecenas. «El desarrollo de los
teatros comerciales a fines del siglo XVI modificó las condiciones de
la «producción» y del «consumo» teatral en tiempos de Lope, y el
dramaturgo, en virtud de sus éxitos y del aumento de público, pasó
del estado del mecenazgo absoluto al de una especie de semimece-nazgo;
digamos, si preferimos, que con la «comedia nueva», el mo-nopolio
ejercido por el mecenazgo aristocrático de tipo tradicional
disminuyó con la aparición de un mecenas: el público de los «co-rrales
» urbanos que, por el hecho de que también pagaba, hizo
notar en los espectáculos la presión de su peso específico» '.
Eri efecto, su servilismo es ahora cuestión de grado. El autor se
convierte en eco de la vida real tal y como el público la concebía y
vivía. Le da sus mitos servidos en bandeja de plata, la plata de sus
versos, renunciando en buena medida al desarrollo de un espíritu
de tipo humanista, típico del Renacimiento, que el poeta pudiera
albergar dentro de sí. Pero, con todo, no significa esto una total re-nuncia.
El dramaturgo encontrará el espacio para encajar a veces su
más humana y personalizada visión del mundo, bien que en rigor
la exposición critica de problemas vitales hallara un marco más idó-neo
en el género narrativo inventado por Miguel de Cervantes, en
KUEL SALOMOMS:u r queiques probiemes ae socioiogie théátrale posés
par «La Humildad y la Soberbia», comedia de Lope de Vega. Bordeaux, 1967.
la novela. Tal es la teoría, entre otros, del húngaro Lukacs " Mas, de
momento, gracias a su echar en saco rato la paralizadora idea es-pañola
del sosiego, el poeta logra un nuevo medio de vida y gana
un nuevo margen de libertad creadora con este cuerpo inédito y de
monstruosa proporción, el público, menos atosigante y personalista
en cierto modo que el gran señor. Este fenómeno comercial de la
Comedia trae un nuevo aire, proporciona una diferente y también
nueva respiración. La esclavitud artística del autor no ha desapare-cido,
mas en el entusiasmo del auditorio, en su eco directo, encuen-tra
una recompensa próxima, vital y querida para todo profesional
del teatro, para todo aquél que haga de la relación de su trabajo
artístico con el público su forma de vida.
Es una recompensa, gran novedad de la rnrn~dia nueva, que im-pulsará
al dramaturgo, en tanto que escritor, hacia la aventajada
posición de observador directo de la reacción del público -oyente,
no lector- ante su obra en un tiempo de lamentable oscuridad cul-tural
en el que el analfabetismo, muy generalizado, hace que muy
pocos puedan leer, especialmente en el campo, cuando en las casas
de los aldeanos ricos raran~ente se encuentia un libro y en las ciu-dades,
terreno de la Comedia, pocos son los artesanos que pueden
leer y firmar. No se ignora que el simple hecho de no saber leer ni
escribir aleja «milagrosamente» las dudas inquisitoriales. Mercade-res
y nobleza culta tienen libros pero leen poco, los unos dedicados
a sus negocios, los otros a las armas. Se forman más guerreros que
lectores, no hay bibliotecas públicas y las que pertenecen a corte-sanos
u oficiales del ejército -como la de Hurtado de Mendoza, la
del secretario de Felipe 11, Francisco de Iriarte, etc.- se abrían so-lamente
a cierto número de personas: criados de rango, capellán,
secretarios, acaso a literatos protegidos. No leen, por supuesto, ni
patanes ni gentes populares.
El hallazgo de la Comedia del público como mecenas -resultado
de un esfuerzo plural y popular, no singular ni de élite- es un
hecho que en lo siicecivo se irá repitiendo más y más hasta transfor-mar
totalmente las condiciones profesionales del escritor, tal y como
las conocemos hoy. Desde entonces buscará a ese público -no ne-cesariamente
para el fácil halago mutuo-, salvo en casos excepcio-nales
como el que anima el concepto purista del literato romántico.
Era el principio.
Teoría de la novela, 1920.