LA FILOSOFIA COMO JOVIALIDAD
(Una lectura de «La idea de principio en Leibiniz~)
JULIÁN ARROYO POMEDA
Catedrático de Instituto
El presente artículo se estructura como un acercamiento al texto
póstumo de Ortega, limitado a un puro nivel de lectura. En su pro-ceso
intentará la captación intelectual («amor intelectual))) de los
conceptos para exponer, desde ellos, lo que llamaremos una concep-ción
jovial del filosofar, desentrañando la importancia de su más
exacto sentido. No se trata, pues, de probar sino de situarse a nivel
mostrativo, dejando expansionar las posibles ideas que vayan surgien-do
al hilo de la reflexión. Leeremos, pues, casi exclusivamente, los
capítulos que el autor dedica a nuestro tema y los admiraremos tam-bién.
¿La filosofía no es, acaso, la ciencia general del amor?
1. TUGAR A LOS PRINCIPIOS
Conocer es ver algo a través de un principio, y el conocimiento
es ciencia y la ciencia usa de este método: los principios. Pero si es
esto lo que hace la ciencia, con mayor motivo y aun profundidad
habrá de hacerlo la filosofía. «En filosofía esfo se lleva al extremo» l.
" ORTEGA Y GASSET, J.: La idea de principio en Leibiziz, 1, «Revista de
Occidente». Madrid, 1967, 2.& ed., pág. 15. La 3." edición de o. c. es de
1970. (Hay nueva edición revisada con algunos anejos inéditos en Alianza Edi-torial.
Madrid, 1979.) En adelante, citaremos empleando únicamente «L». se-guido
de la página correspondiente.
Por eso ésta busca los principios en el sentido radical. Es decir, niies-tro
concepto de filosofía consistirá en descubrir la raíz de tal ciencia
y por ello titula Ortega uno de sus capítulos «el nivel de nuestro
radicalismo)).
Henos aquí y así orientados en el nivel de nuestra lectura. Hay
que descubrir el radicalismo de Ortega, cosa a la que él mismo nos
conducirá. Exponer este radicalismo será lo mismo que mostrar su
concepto de filosofía. Pero hay que hacerlo, además, incisivamente y
de un modo directo. Así escribe el autor:
«La filosofía, que es el radicalismo o extremismo inielec-tual,
se resuelve nl llegar por el camino más corto a esa
línea última donde los principios últirnos están» 2.
En una consideración muy general, toda filosofía implica una
cierta idea del ser. Cualquier filósofo que pretenda alguna origiiinli-dad
tendrá que descubrir, mediante la estructuración de sri propio
sistema, una idea nueva del ser, que sólo será posible encontrar si
previamente se descubre una idea del pensar, esto es, un modo de
pensar distinto a los anteriores. De lo que se deduce que si nos in-teresa
conocer la idea orteguiana dc la filosofía, habrá que desci~brir
no tanto su idea del ser, cuanto su modo de decir, de pensar, acerca
del ser. Con lo que somos fieles a su pensamiento, pues, segUn su
consejo práctico, «para entender un sistema filosófico», hay que
analizar «qué entiende esa filosofía por pensar», a qué se juega en
esa filosofía 3.
Preguntemos, pues, a qué se juega en esta obra de Ortega. O
mejor, de qué manera se juega en ella.
Ante todo, la filosofía no es una ciencia. Por esto ni siquiera le
preocupa que los demás la consideren o no como tal. No necesita
de la ciencia ni de ningún otro saber. Es el quehacer solitario por
excelencia, aunque tiene, si queremos, unos importantes compañe-ros,
los muertos. Con ellos, con los filósofos muertos, necesita tratar
frecuentemente en su decir sobre el mundo, en su concepción del
universo.
No es ciencia, sobre todo, «por el carácter de su problema corno
tal». En efecto, mientras la ciencia se ocupa de problemas solubles,
relativos, la filosofía constituye un problema absoluto, total. Se ca-racteriza
por la inexorabilidad de su problema, que se plantea autó-
' ORTEGYA G ASSETJ.,: L, 1, 16.
' ORTEGYA G ASSETJ.,: L, 1, 30 (véase también cap. 3 . O ) .
nomamente, es decir, por sí mismo, con independencia de que el
hombre quiera o no plante6rselo '.
2. EL JUEGO DE LA DUDA
Al hilo de las anteriores precisiones, debemos entrar ya en «el
principio)) de la filosofía, advirtiendo previamente, en contra de todo
idealismo o vitalismo extremado, que su nacimiento se condiciona
a la vida. El teorizar es una forma de vivir y el sistema de Ortega
se explicará como un equilibrado raciovitalismo con influencias una-munianas,
pero contrario al radicalismo de éste. La teoría es vida y
la vida es, entendida en su integralidad, más amplia que la teoría.
La filosofía es un camino hacia los auténticos principios o raíces
y para conseguirlos necesita no pequeño esfuerzo. Juega, de entrada,
a limpiar el campo, denunciando principios falsos, que pudieran
salir al paso. Luego se encuentra con que no están realizados por lo
que debe hacer el camino al andar. Parafraseando al poeta, se hace
filosofía filosofando. ¿Cómo podrá alguien saber qué es filosofía si
no se ha puesto antes a filosofar?
Pues bien, desde los más remotos tiempos, se estableció como
principio de la filosofía la admiración, la curiosidad. Avalaban esta
doctrina Platón y Aristóteles. Con Descartes defiende Ortega, con-trariamente
a los maestros griegos, que la causa de la filosofía es no
la curiosidad, que resulta contraproducente, sino la duda.
«Filósofo sólo puede ser quien no cree o cree que izo
cree, y por eso necesifa agenciarse algo así como una
creencia)) 5.
Mas la filosofía, que es, en principio, labor de incredulidad, una
vez nacida se arraiga como una «dimensión normal de la vida»,
extendiéndose a todos sus campos con la mayor eficacia. «De aquí
que hayan menester de la filosofía hecha los que nunca hubieran de
suyo necesitado hacerla.» Porque hay dos significaciones en la filo-sofía:
a) Una es la ya hecha.
b) Otra, la que necesitamos hacer, porque la anterior no nos
ORTEGAY GASSETJ.. : L, 1, cap. 4."
ORTEGAY GASSETJ,. : L, 11, 91.
sirve. Así se explica que sea, a veces, una afición u ocupa-ción
que encanta a muchos hombres y les ayuda a pasar la
vida 6. Y esto no hay que olvidarlo, a c l ~ ~Orate ga.
Descartes retuvo un solo principio, la duda, mientras que se atre-vió
a dudar de todos los demás. Inició su quehacer filosófico dudando
de todo, es decir, metodizando el principio y aplicándolo en todo
momento. En todo momento: he aquí la diferencia con Tomás de
Aquino, que, aun defensor de la duda como principio del filosofar,
lo dejó sin aplicación, no atreviéndose a cumplir el mandato de su
propia mente.
Pero hay más: incluso Aristóteles se identifica en esto con Des-cartes,
si se interpretan profundamente sus palabras. En el libro 111
de la Metafísica quiere establecer una disciplina, que sea fundamento
de las demás. Llamará a ésta, que todavía no existe, la buscada.
«Siempre me ha parecido éste uno de los non~bres
mBs hermosos y más adecuados qrc se han dado a la
filosofía» -exclama Ortega. Y continúa: «jes tan bo-nito!
¡La que se busca! La filosofía 110s aparece así
como 'la Princesse loin faine'. . . » '.
Se puede dudar de que Descartes haya inventado la famosa duda
metódica pero, en todo caso, esta duda no fue una idea bella, una
ocurrencia ingeniosa, sino la filosofía:
«esto es ... la Filosofía. NO hay otra. La filosofía lo es e11
la medida en qrlc conriencc con lo qrrc tan ac!;nircthle-nzente
llama Santo Tonrás la 'duda rrr~iiwsai'»'.
Y a quien le sorprenda que algo tan sencillo no se hubiera
visto antes, piense que el intelecto no puede ponerse en marcha
hacia el conocer sin un resorte previo que le disparc. esto es, sin el
problema que le lleve a salir de la duda. Por e:o Hamlet scrlí sa-ludado
como «el héroe filosófico por excelencia».
Esta duda debe ser universal. Si cstuviéramos completamente
seguros de algo, ya sea la más mínima cosa, yodríamos afianzar en
tal creencia nuestra vida. Y en ese caso no haría falta la filosofia.
ORTEGYA G ASSETJ,. : L, 11, 92.
' ORTEGYA G ASSETJ.,: L, 11, 94.
ORTEGYA G ASSETJ,. : L, 11. 96.
que pretende fundamentar, en su última raíz, la vida de cada hombre.
Lo verdaderamente dramático ocurre cuando a fuerza de dudar
llega un momento en que «funcionalizamos» esta duda, la genera-lizamos.
Hay situaciones en que dudar es un modo de creer. Pero
en otras, por el contrario, hasta la misma creencia constituye una
duda. Es precisamente esto lo que ocurre en nuestro tiempo, por
cuya razón «estamos en la alborada de la más grande época filo-sófica~.
A Ortega los espasmos existencialistas le producen náuseas y bí-blicamente
exige que se haga la luz. ¿Luz para una época de rebe-liones
inacabadas, protestas interminables, innumerables dudas?
¿Luz para nuestras pretensiones exorbitadas de prisas y recortada
visión? Exacto: la duda intelectual acabará mordiéndose a sí misma,
superándose y produciendo la luz del Gran Mediodía. Quizá sea
ésta nuestra misión intelectual: ennoblecer nuestras dudas, provocan-do
más y en profundidad, para recoger más adelante sus frutos. ¿,Es
que no es la duda raíz del filosofar?
Difícilmente se puede ofrecer una visión más joven y dinámica,
optimista y esperanzadora, de nuestro momento filosófico. Cúmplase
o no este pronóstico, cabe valorar como relevante el planteamiento
orteguiano. En todo caso, no estará de más señalar aquí que estas
ideas tenían ya un humus bastante firme. Nietzsche las venía seña-lando
desde 1886 en Huma~o, demasiado humano, por ejemplo. En
el aforismo 248 calificaba a nuestra época de transición. Y luego de
hablar de caos y oscilación exclama finalmente:
«iLa cuestión es continuar marchando, avanzar! Quizá.
después de todo, nuestro desenvolvimierzto se parezca un
día a un progreso» '.
También las últimas líneas de Aurova nos invitan a volar más
lejos, hasta llegar donde «todo es todavía nmr jnada nzás que mar!» 'O.
Aristóteles no cumplió su programa de universale dubitatione
de veritate porque tenía creencias para fundamentar su vida. Creía
en las ciencias y en una serie de dogmas del ágora, de «opiniones
reinantes». Igusl le pasó a Santo Tomás en la época medieval. Em-pezó
recogiendo la filosofía de Aristóteles, estabilizando así el pen-samiento,
al no poder plantearse los problemas por sí mismos. (Aquí
NIETZSCHFE.,: Obras completas, 111. Ed. Prestigio. Buenos Aires, 1970,
p. 200.
'O NIETZSCHFE.: , Obras completas, 11, p. 966.
cstá una de las fallas del escolasticismo que, según Ortega, es una
filosofía meramente receptiva) lo '". De ahí resulta una grave, aunque
lógica afirmación: La filosofía aristotélico-escolástica, y concretamen-te
el aristotelismo, es una de las menos filosóficas que ha habido. El
criterio de la duda es decisivo por ser un riguroso barómetro, que
mide la presión filosófica. Tanto de duda -se entiende precisa y
clarividente- tanto de filosofía: «pero ¿qué se cree que es la filo-sofía?
» 'l. Una rigurosa interpretación del hecho más sencillo y ra-dical:
el acontecimiento de encontrarnos viviendo, que es primero
un acontecimiento para mí y después también para las demás cosas
entre las que yo vivo. Al lado de esta dimensión optimista de la
filosofía encontramos otro nivel, que constituye la defensa del error
y de los principios falsos. En una palabra: la verdad es que «toda
auténtica filosofía es a la vez escéptica y dogr&ica» ''. ¿,Es esto
cierto?
La filosofía surge cuando el ser hirmano pierdc sus creencias
tradicionales y su vida se ve privada de sentido. Es entonces cuando
la ignorancia cobra una profunda plasticidad: el hombre no sabe
qué hacer, no sabe a qué atenerse. Al perder sus teorías, sus dogmas,
sus acciones dejan de tener una finalidad.
Según esto, para que surja la filosofía se necesita un previo haber
vivido en otros modos no filosóficos. De aquí que no pueda ser algo
ingénito al hombre: Adán ~ ó l o puede ser filósofo cuando es arro-jado
del paraíso y no mientras está en él. Porque «el Paraíso es vivir
en la ciencia, estar en ella, y la filosofía pucsrlporze haber perdido
ésta y haber caído en ln duda urziversal» ". La filosofía «es algo a
que se llega v i ~ i e n d od e olra cosa». La «otra cosa» es perclcr la fe
tradicional, las opiniones indubitables, las creencias profundas. Y
el «algo a que se llega» es el descubrimicnto cle una nueva fe en la
razón, como lógica consecuencia de nuestra anterior pérdida.
Decía antes que nuestra época de duda podría llevar en sí misma
tina esplendorosa resurrección filosófica. Ahora se confirma la afir-lnación:
la filosofía es duda y, 2 la vez, coníin1-17a; cs pCrdida. pcso
nara encontrar algo mejor. Dc lo coiitiaiio qceclsiia el fraca~o. la
desesperación, el absurdo. Y a estas consecuencias c\istencialcs no
se resigna nunca la concepción orteguiana de la filosofía.
El autor tinta este mismo tema en el último inédito que «Revista de
Occidente» (núm. 3. año 1980) publica para conmemorar el 25 aniversaiio
del fallecin~iento de Ortega. Véame pp. 16 y SS.
" ORTEGYA GASSETJ,. : L, TI, 99.
" ORTEGYA G ASSETT, .: L, 11, 102.
" ORTEGYA G ASSET,T .: L, TI, 103.
«Duda o aporía, y euporeía o camino seguro, metho-dos,
integran la condición histórica de la histórica ocu-pmiólz
que es filosofar. La duda sin vía a la vista no
es duda, es desesperación. Y la desesperación no lleva a
la filosofía sino al salto mortal>)14 .
Pero el filósofo necesita salir a la realidad serenamente, sin
saltos, con sus propios medios. Medios que suponen antes una ple-iiitud
del vivir. El niño-genio, no es posible en filosofía -dice Or-tega-
pues esta «es cosa de viejos». «Filogenéticamente, la filosofía
nace cuando la helenía tradicional yace decrépita)).
Así pues, la filosofía nació en un tiempo, en una circunstancia,
eil un preciso instante. Por eso es historia, y lo que tiene'historia
implica progreso, errores, limitaciones y acabamiento. Por eso es una
cquivccación hablar de filosofía perenne; el filosofar mismo no puede
convertirse en perennidad por ser fundamentalmente un error que
necesita siempre ser desmontado. Y si llegara un momento en que
descubriésemos que este viejo modo de filosofar no sólo es limi-tado
y erróneo, sino «en absolulo el filosojar» no habría que deses-perarse
por ello. Porque no perenniza tal descubrimiento puede ser
hasta un progreso.
Todas estas muy graves y serias afirmaciones acaban con la dra-mática
posibilidad de que nuestra época sea la que haga tales descu-brimientos.
Ortega, al menos, admite la hipótesis: tal vez -dice-estemos
en la madrugada de este otro «buen día». ¿Hasta qué punto
todo esto? Sigue siendo imposible una absoluta respuesta, pero los
descubrimientos modernos y ciertos hechos actuales pudieran muy
bien ser signos de que Ortega no andaba descaminado. Esta aurora
de la razón es un tema que permite respirar con alivio hasta a un
«nuevo dios», como Glucksmann, quien en una reciente entrevista
afirma que «cada vez más la gente quiere usar la cabeza. Eso no
es la nueva filosofía, sino, de nuevo, la filosofía». Por supuesto, en
Nietzsche aparecen estas ideas como temas predilectos de su obra
en la forma de «la gran salud», «la fatalidad de las alturas)), los
cantos nuevos (aforismos 382, 371, 383 de La Gaya ciencia), o la
gran polííica (Más allá del bien y del mal). Y en Así habló Zara-tustra
se refiere a la salud y esperanza nueva, al Gran Mediodía, que
llega a su día que despunta, etc. Quizá constituyan todos estos otros
tantos «chispazos gloriosos» de los que habla el mismo Ortega, re-firiéndose
a nuestro autor.
ORTEGAY GASSET,J .: L, 11, 104.
dioses, ni los animales filosofan. Por no haber empezado aquí el
planteamiento tradicional no ha partido de su auténtica raíz.
El ser está siempre en relación con el hombre, en el sentido más
radical y profundo, pero esta concepción no ha sido percibida por
Aristóteles, Descartes o Aquino. Tampoco ha hecho Heidegger tal
planteamiento originario. «No se trata, pues, de que las soluciones
recibidas parezcan insuficientes, sino que parecen los problemas in-suficientemente
problematizados. Tenemos que aprender a verlos
más exasperadamente, haciéndonos cuestión de lo que menos sc7
esperaría» ' l .
De aquí que necesitemos extremar nuestro radicalismo más pro-fundamente.
Hay que llegar a las ultimidades, a los cimientos de
las cosas. Pero todo esto es una tarea sospechosa, ya que está siem-pre
removiendo seguras creencias y cuestionando lo incuestionable,
a primera vista. Eso hace que al filósofo se le considere un hombre
«subversivo» respecto a todos los órdenes establecidos. La filosofía,
explica Ortega, es «la única disciplina humana que no vive de su
buen éxito y de lograr lo que intenta; al revés: que consiste en jra-casar
siempre, porque lo necesario, lo ineludible en ella no cs cl
logro, sino el intenfo» 18. Pero es una actividad en la que el hombre
debe comportarse radicalmente: «la filosofía es fornzalrnenfe radica-lismo
» y nos ayudará a descubrir nuestras raíces, las de los demás y
las del mundo. No lo logra -«no se justifica por su logro» -pero
su única ocupación es el continuo intento por conseguirlo.
«Es la perenne fatiga de Sisyfo elevando, una y otra
vez vanamente, la pesadumbre del peñasco desde el valle
a la cumbre» lg.
La filosofía es como un partir hacia lo improbable y Ortega no
culta sus grandes dificultades. Precisamente este fracaso la hace ser
más humana. Sólo la parte animal del hombre no fracasa. Por lo
demás, el hombre es «precisamente un sustancial fracaso, o dicho en
otro giro: la sustancia del hombre es su inevitable y magnífico fra-casar
» 'O.
De aquí se sigue que quien quiera valorar efectivamente la filo-sofía
tenga que prescindir de la tabla de valores tradicionales para
l7 ORTEGAY GASSETJ, .: L, 11, 122.
ORTEGAY GASSETJ, .: L, 11, 123.
'' ORTEGAY GASSETJ, .: L, 11, 126.
ORTEGAY GASSETJ, .: L, 11, 127.
crear otra inversa. Frente a un pesimismo, en cierto modo lógico,
se levanta Ortega afirmando que precisamente por la valentía de un
tal radicalismo aun la más errada filosofía es un logro. Rechazando
un mundo recibido comienza a encontrarse en la verdad. Es como
el caminante que tiene que ir trascendiendo sus pasos para poder
llegar a término. O como el nadador que va dejando tras de sí las
olas. Sólo porque las abandona y las deshace le es posible mantenerse
a flote y avanzar. Así el ser del filósofo consiste en ser siempre «ener-gía
» y estar haciendo o sosteniendo, actualizando, a cada momento, su
filosofía.
La filosofía es, pues, un fracaso. ¿No será ésta su positiva misión?
Parzce significativo que ninguna filosofía haya sentido su propio
fracaso (pueden leerse, a este respecto, las razones que ofrece Nietzs-che
para que un filósofo no hable en público de «su cambio de pa-recer
» z' y cuando lo ha hecho referente a otras cra porque ellas su-ponían
un avance más en el constante caminar.
«Cuando subimos una montaña, cada uno de nuestros
pasos es la aspiración a llegar hasta la cima, y si el que
ahora damos mira hacia atrcis, le parecercin sus coizgé-neres
anteriores un fracaso. Mas cada paso fue, como
el último, un propósito de llegar a la cima y un creer-se
casi estar ya en ella» ".
En el capítulo XXX de la obra a que se refiere nuestra lectura,
reflexiona Ortega sobre la filosofía, la creencia y la verdad. La filo-sofía
no es en el hombre una actitud primera. Supone otras, o al
menos otra, la creencia. En general, puede decirse que no hay crecn-cia
en singular. Hay mas bien, creencias. Por eso las nuestras chocan
a veces, con otras y de este choque brota una nueva exigencia: dilu-cidar
acerca de ellas en el intento de alcanzar la verdad. Verdad es
la necesidad de decidir, eligiendo entre dos creencias, lo que no es
posible, mientras se viva en ellas:
«Yo expreso esfe distinto cariz dicicrzdo que las 'ideab'
las tenemos y sostenemos, pero en las 'creeizcias' estrrnzos:
es decir, que son ellas quieiles 170s tiewi!. nos sostieizm
y nos retienen» 23.
" NIETZSCIIFE.,: Obrm
x ORTEGAY GASSETJ, .:
'' ORTEGAY GASSETJ, . :
completas. 11, aforismo 253, p. 201.
L, 11, 129.
L, 11, 138.
(A este respecto, cabe recordar que en el parágrafo 26 define a
las creencias como «draomas», concluyendo en que toda filosofía es
«draoma», nunca «ideoma» .)
Si el hombre quiere liberarse de sus creencias, necesita pagar un
precio: caer en la inseguridad, la incertidumbre, la perplejidad. Estas
situaciones le llevan, a la vez, a la necesidad de encontrar algo con
lo que pueda «estar en lo cierto», porque la dimensión primaria de
nuestra vida es el porvenir, lo incierto y lo que amenaza. Aquí pue-de
surgir la auténtica filosofía, que «es el formal movimiento que
lleva a salir de la duda». Lo que está en función de las convulsiones
de la historia. Nace y renace según vaya cayendo el número de las
tradicionales creencias. De aquí su lado dramático y su actitud inter-namente
dinámica. Fluctúa entre las diversas creencias históricas ha-ciendo
renacer nuevas dudas al no poder quedarse en ninguna de las
vigentes. La actitud esencial de la filosofía «es caer en la cuenta de
que se ha creído saber y esta creencia se ha revelado como un
error» %.
4. EL JUEGO FILOSOFICO
Este «lado dramático del filosofar» se encuentra históricamente
en su mismo nacimiento. Es en Grecia donde se inicia, precisamente
para tapar el hueco pavoroso que trajo el descubrimiento de que no
había dioses. Cuando los griegos sienten el engaño integral de su
vivir, se dan a la búsqueda del ser con «heroica reacción)) y «exal-tante
e irritante grito» ante su posible encuentro.
Este momento crucial lo vive, a veces, la filosofía. Ella encuen-tra
el mundo, el suyo, en el que ha vivido como un esencial engaño.
Entonces la realidad aparece como «la Nada-siendo» o mejor aún,
como la nada «siéndonos» ".
La filosofía, según Ortega, sólo puede partir de la vida y en
nuestra vida también aparece inexorablemente este lado patético,
formando parte de nuestra propia raíz. Y tal experiencia debe llevar-nos
a vivir ocupados en filosofar, tratando así de buscar la única
solución. Frente al «sentido trágico de la vida» unamuniano, Ortega
propone un «sentido deportivo y festival», que consiste en preocu-parse
«tranquilamente solo de wTer» cómo las cosas propiamente son,
'"ORTEGA Y GASSET, J.: L, 11, 146.
25 ORTEGAY GASSETJ, .: L, 11, 148.
o mejor, qué de las cosas vemos claramente y qué no, sin aspavien-tos,
sin fraseología, sin tragedia ni comedia» 26.
Define Ortega el deporte como las situaciones de la vida en que
al hombre «le gusta pasarlo mal». «El deporte es un esfuerzo muy
rudo, a veces mortal, que se busca porque sí» ".
Y opina que el modo actual de hacer filosofía es improcedente.
Pues además de este carácter dramático y putético «al ser teoría y mera
combinación de ideas, su índole propia es jovial como corresponde
a un juego. La filosofía es, en efecto, juego de ideas y, por eso, en
Grecia.. . corno se juega al disco y al pancracio se juega a filosofar» ".
Frente al mundo serio de las creencias, la filosofía como la poe-sía,
se caracterizan por su «falta de seriedad» y su esencial irres-ponsabilidad.
Pero esto es su máximo elogio pues hace posible «una
hora de asueto metafísico y liberación de la onerosa necesidad que
es la vida» '9. Si nos quedamos con la improcedencia existencia1 de
proceder patéticamente en el filosofar, caeremos en una pérdida de
libertad de espíritu, en una pérdida de audacia y alegría, sin lo cual
no nos será posible su realización.
«Mi idea es, pues, que el tono adecuado al filosofar,
no es la abrumadora seriedad de la vida, sino la alció-nica
jovialidad del deporte, del juego» 3U.
Apuesta Ortega por el juego y citando a Platón en los últimos
años de su vida escribe: «jQuién sabe! Tal vez el chaquete y las
ciencias no son cosas diferentes)). Y recuerda que Descartes y Leib-niz
«se ocupan del ajedrez ... y mueven a sus discípulos matemúficos
para que trabajen muy seriamente sobre los juegos» ".
Hay que analizar, pues, la idea juego, término rico en dimensio-nes.
En primer lugar «se nos descompone en su plural: los juegos».
Empieza por los juegos de los niños y paralelamente de los cachorros
de los animales y se continúa después con los juegos de esfuerzo y
lucha, incluso mortal: escalar, torear, juegos científicos.
Después exige una peculiar seriedad consistente en «cumplir sus
reglas».
Además, hay en el filósofo como «una fruición de 'descifrador de
26 ORTEGAY GASSETJ, .: L, 11. 152.
" ORTEGAY GASSETJ,. : L, 11, 154.
ORTEGAY GASSET,J .: L. 11, 165.
29 ORTEGAY GASSETJ,. : L, 11, 166.
30 ORTEGAY GASSETJ, .: L, 11, 166.
3L ORTEGAY GASSETJ, .: L. 11, 167.
enigmas' en que, por lo pronto, pierde el enigma todo el carácter
patético que per accidens puede envolver y lo empareja con el je-roglífico,
la charada y las palabras cruzadas» ".
Y por último, el filósofo en el juego se siente creador del Uni-verso:
crea una figura del Universo)). Hay todavía una pregunta
más radical: ¿Por qué juega el hombre a filosofar? El hombre -y
todo hombre- concreto se ve forzado irremisiblemente a hacer una
interpretación del mundo. Si no lo hiciera filosóficamente, habría de
contentarse con una interpretación mitológica, religiosa o poética.
Pero ocurre que el hombre ha perdido su fe en todas las interpreta-ciones.
Y que su esencial racionalidad le obliga a tal interpretación.
Cuando el hombre perdió su fe en tales actividades se quedó flotando
y como estupefacto. La filosofía le libró de convertirse en un estú-pido,
pues «la estupefacción prolongada engranda la estupidez)) 33.
Pero «siendo inexorable la necesidad de interpretar lo que hay -se
pregunta Ortega- ¿existe, llegadas ciertas fechas, otro nzodo mejor
cualificado, más serio y auténtico, más responsable de enfrentar el
enigma del vivir que la filosofía?» 34. La respuesta va a dar a este
juego su más radical sustantividad, intuyendo Ortega que el hom-bre
está destinado a ser filósofo si es que quiere llegar a ser autén-ticamente
sí mismo. Y además debe serlo por tener que cumplir con
la obligación de cultivar la razón. La filosofía es un deber insustitui-ble
para el hombre «y será forzoso reconocerla como un ensayo ne-cesariamente
perpetuo y perpetuamente necesario» 35.
Queda todavía un punto más. Dado que el hombre está radical-mente
hecho para la verdad y la duda es la entraña de la filosofía,
verdad y filosofía se identificarán estrictamente. La filosofía nació de
la superación de la duda y la verdad consiste justamente «en estar
sin cesar superando toda duda posible)).
¿Por qué, finalmente está el hombre comprometido a filosofar?
O bajo otro aspecto, ¿qué se juega aquí el hombre? Nada menos que
su propia vida: «en la filosofía le va al filósofo la vida. Se juega su
vida» 36. Pero se la juega por una causa noble: la búsqueda de la
verdad para vivir con autenticidad («demostrar la verdad para, gra-cias
a ello, poder vivir auténticamente» 3').
32 ORTEGYA G ASSET,J .: L, 11, 169.
33 ORTEGYA G ASSETl, .: L, 11, 178.
" ORTEGYA G ASSETJ.,: L, 11, 179.
35 ORTEGYA G ASSETJ.,: L, 11, 180.
36 ORTEGYA G ASSETJ, .: L, 11, 181.
37 ORTEGYA G ASSETJ.,: L, 11, 182.
Ortega acaba proponiendo filosofar jovialmente y, empleando uno
de sus elegantes y peculiares desplantes " en su proceso descubridor
de los auténticos matices de las realidades, que los términos repre-sentan,
emparenta metafóricamente con Jove el vocablo jovial o jo-vialidad,
concluyendo que filosofando de este modo podemos acer-carnos
a la más alta instancia del reino de los dioses.
Así la verdad de la realidad va surgiendo, cual belleza initológica,
en esplendorosa desnudez para descubrir, sin veladura alguna y hasta
indecentemente, su ser todo:
«A ese estado de ánimo, a ese te~nple que propongo
como el adecuado a la filosofía, llamaron los antiguos ...
jovialidad, esto es, el tono vital propio de love, de lúpi-ter
o Dios Padre. La filosofía resulta así una 'imitación
de love'» 39.
Correspondencia:
Instituto de Bachillerato «Cairasco de Figueroa*.
Tcrrnaraceite (Gran Canaria).
--
'S ORTEGAY GASSETJ, . : L, 11, 143, nota l . (En este pasaje se queja Ortega.
en nota al margen del texto, y refiriéndose a los intelectuales, dc que vean en
sus escritos sólo metáforas, acusándole, por ello, de no hacer filosofía. Se
defiende mediante una rápida e irónica pirueta, indicándoles que aprendan las
esenciales razones por las que el hombre es animal elegante.)
39 ORTEGAY GASSETJ, .: L, 11, 183.