PEDROA RROYAELS PIGARES
Catedrático de Paleografía
Universidad de Málaga
Agradezco de todo corazón, y por encima de cualquier deber protocolario,
al comité organizador de este Congreso la generosidad de invitarme para parti-cipar,
supongo, en mi condición circunstancial de Presidente de la Asociación
española de profesores de Paleografía y Diplomática, de la que forman parte
hasta tres generaciones de especialistas en estas disciplinas, todas deudoras del
inmenso legado del sabio maestro don Agustín Millares Carlo.
Ninguna otra razón justifica mi presencia en esta tribuna junto a tan eminentes
maestros y especialistas en la vida y la obra del homenajeado. No esperen, por
tanto, de mí ninguna aportación sustantiva, pues mis palabras no pretenden otra
cosa que testimoniar públicamente, y en nombre de esas generaciones, la admira-ción
y el respeto hacia la gigantesca figura humana e intelectual de don Agustín.
Una mañana granadina de octubre de hace más de 25 años, los alumnos de
Paleografía esperábamos, no sin temor, la llegada de su profesor titular. Al
instante, precedido de un bedel, su figura estilizada y señorial, interminable
con aquel sombrero suyo característico y fuera de la moda al uso, hizo su
entrada en el aula don Antonio Marín Ocete. Nos observó unos momentos y
enseguida lanzó contra nosotros una advertencia previa de fuerte valor disuasorio:
para superar la asignatura era preciso saber alemán, entre otros pequeños de-talles.
Terminada la enumeración de cualidades que debía reunir un aspirante a
paleógrafo, nos presentó al profesor adjunto, que había de encargarse de las
clases prácticas, y se marchó. Éste, mi querido y llorado don Eladio Lapresa,
compadecido de nosotros y advertido ya de muchos años de la perplejidad del
alumnado en este día, con su gracejo granadino nos tranquilizó: no os preocupéis
que no es tan fiero el león como lo pintan; lo que tenéis que hacer es muchas
prácticas hasta leer con perfección las cartas del conde de Tedilla, escritas por
el demonio, y sobre todo, aprenderos de memoria "el Millares".
3 82 PEDRO ARROYAL ESPIGARES
Escuchaba así, por vez primera, el nombre del ilustre polígrafo, brillantísimo
estudiante, premio extraordinario de licenciatura y doctorado, catedrático del
Ateneo, catedrático de Paleografía de las Universidades de Granada y Madrid,
catedrático por agregación de Lengua y Literatura latinas en la Universidad
Central, archivero-bibliotecario del Ayuntamiento de Madrid, profesor e inves-tigador
en Centros y Universidades de Francia, Argentina, México, El Salvador
y Venezuela, miembro correspondiente de la Real Academia Española, miembro
numerario de la Real Academia de la Historia, miembro de la Hispanic Society
de New York, doctor honoris causa de las Universidades del Zulia y 1,a Laguna,
hijo predilecto de Las Palmas ...
Títulos y honores que son hitos de una intensa y extensa vida, llena de
claroscuros, de luces y de sombras, de una vida vivida intensamente, con pasión,
en la que no se sabe qué admirar más: si su enorme capacidad de trabajo, por la
que nos ha transmitido miles y miles de páginas con sustanciales y definitivas
aportaciones a la Paleografía, la Diplomática, la Archivística, la Bibliografía, la
H.a del libro, la Filología, la H.a de la Literatura, o la Lengua y cultura clásica;
si su capacidad para sembrar en otros la semilla de su ciencia, tan amplianiente
atestiguada por quienes tuvieron la suerte de acceder a su magisterio directo: si
la lección del entusiasmo que caldeaba su saber, junto a la humanidad generosa
con que infundía vida a las humanidades, como testimonia Rafael Lapesa.
Yo desearía esta tarde que, por encima del científico, del profesor, nos
acercáramos al hombre. Ese hombre sencillo por sabio y sabio por humilde,
capaz de rehacer una y otra vez su vida, coherente hasta el sacrificio, dotado de
un ímpetu y un entusiasmo excepcionales con los que supo hacer frente a
circunstancias vitales difíciles, tanto por el tiempo histórico que le tocó vivir
como por las vivencias personales por las que hubo de pasar. Un hombre de
corazón grande, con el azul del mar de esta tierra en sus pupilas, a veces
irónico, siempre cordial, extrovertido, gran amador, según Jorge Guillén. Alto y
blanco, caballero siempre, don Agustín se hacía querer de cuantos le rodeaban.
Sin duda que desde muy pequeño aprendió la lección de Salustio de que no hay
nada más opuesto a la condición humana que pasar la vida en silencio.
Una vida que se inició el 10 de agosto de hace 100 años en esta hermosa
ciudad de Las Palmas, lo que es ya una ventaja, en la plaza de S. Bernardo. Es
aquí donde hay que ir a buscar los fundamentos de la personalidad de don
Agustín, como lo ha hecho con mano magistral su biógrafo, el doctor Moreiro.
Repasemos, bien que someramente, algunas circunstancias económicas, políticas
y culturales del archipiélago en esa época, que resultan determinantes en la vida
y en la obra del ilustre maestro.
Desde su incorporación a la Corona de Castilla, la econoniía de las Islas
Canarias ha sido cíclica y cada ciclo ha estado marcado por el predominio casi
exclusivo de un solo cultivo. Cuando éste, por cualquier causa, ha quebrado, se
ha sucedido una época de crisis, sólo superada al desarrollarse un nuevo cultivo.
Así, la caña de azúcar no soportó la competencia antillana, al cultivo de la vid
AGUSTIN MILLARES CARLO: UNA BIOGRAF~AE JEMPLAR 383
le sobrevino el problema de la filoxera, a la cochinilla le afectó el descubrimiento
de los tintes químicos, etc ...
Por ello se buscan nuevos perfiles económicos para Canarias, destacando
para la época que nos ocupa la concesión por la Corona, en 1852, de los
Puertos Francos. Medida con la que se pretendía favorecer el comercio exterior
y convertir al archipiélago en eje de los circuitos comerciales, dada la expansión
europea en África. Sin embargo, el papel de la península en este proceso es
moderado ante el potencial económico de Alemania, Francia, Bélgica y, sobre
todo, Inglaterra, cuyo predominio es claro, especialmente a partir de 1870.
Ésta y otras medidas -como la supresión del derecho diferencial de bandera,
que permitió el establecimiento de compañías navieras extranjeras-, interna-cionaliza
Canarias. Esta situación, pues, propicia la llegada de extranjeros,
muchos de los cuales se integran plenamente en la sociedad canaria. Es el caso
de Juan Bautista Carlo, de origen italiano, que llega a Las Palmas, procedente
de Marsella, como agente comercial de algunas firmas inglesas de las que
operaban en el puerto. La integración del abuelo de don Agustín en la burguesía
comercial es rápida, hasta el punto de ser miembro fundador de uno de los
centros de mayor influencia en la vida local, el Círculo Mercantil.
En el plano político, caracteriza la época que nos ocupa el leonismo, inter-pretación
personal del partido liberal canario, hegemónico, nexo entre el poder
central y los poderes locales, expresión de una clase política representante de la
burguesía mercantil o profesional y dependiente de los grandes terratenientes,
de los caciques.
De esa burguesía se extrajo el escasísimo grupo de intelectuales canarios,
agrupados en torno a El Museo Canario, al que Millares Cantero denomina
"generación de 1868", que incorpora, tardíamente y gracias al triunfo de la
libertad de expresión y de la influencia francesa, una de las realizaciones más
características del pensamiento europeo decimonónico: El Nacionalismo ro-mántico,
que presenta, en todos los casos, dos etapas, la cultural en la que se
produce la toma de conciencia del hecho diferencial que lleva a la afirmación
de la realidad de la unidad o pluralidad de pueblos, y la política, en la que se
llega a la reivindicación de la libertad de decisión frente a la organización
estatal existente.
Todos los movimientos nacionalistas en su etapa inicial se caracterizan por
la coincidencia en cierto tipo de rasgos, de los que los más significativos son: la
utilización literaria de la lengua vernácula, la renovación filológica y, como en
el caso que nos ocupa, la elaboración de una historiografía nacionalista, fre-cuentemente
acompañada de investigaciones etnológicas destinadas a exaltar
un pasado independiente cuando existió, o al menos, la pervivencia de una
personalidad nacional a través de los siglos.
Pues bien, uno de los personajes más destacados de esa generación de 1868
es Millares Torres, abuelo paterno de don Agustín.
Esa generación encuentra continuidad en la siguiente, la de 1898, de la que
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formaron parte los hermanos Millares, padre y tío de don Agustín. Dará paso a
una tercera o mejor tercer espacio generacional, en expresión de Tierno Galván,
del que forma parte don Agustín, junto a figuras como Negrín, Blas Cabrera,
Tomás Morales o Claudio de la Torre.
Transcurre, pues, la niñez y adolescencia de don Agustín en un ambiente
familiar en el que ocupa puesto principalísimo la cultura en todas sus manifes-taciones:
el amor a la música que siempre profesará, especialmente a Verdi; a la
poesía, de la que no sólo será lector, sino también creador con desigual acierto
en sus años de juventud; al teatro, la narrativa ...
De sus mayores hereda el amor a la tierra que le vio nacer y es una
constante a lo largo de toda su vida la dedicación a los estudios referentes a las
islas, contribuyendo decisivamente al conocimiento de los hechos que se suce-dieron
durante o inmediatamente después de la presencia castellana, y facilitando,
en fin, a otros la difusión de sus trabajos a través de El Museo Canario, que en
varias etapas animó y dirigió.
De sus mayores hereda también una conciencia política que le lleva a
responsabilizar tanto al Rey como a una Iglesia, entregada a la oligarquía, del
retraso económico y cultural de las islas, abogando por un republicanismo
federal como solución a esos males.
Influye también de forma decisiva en la formación de su personalidad su
paso por el colegio de S. Agustín, en el que se experimentaba la renovación
educativa como realización práctica del idealismo krausista, que afirmaba la
autonomía moral del individuo sobre las ruinas del dogniatismo confesional que
dominaba la enseñanza oficial.
Ese ambiente familiar, político y social envuelve los primeros años de la
vida de don Agustín, dedicados de forma infatigable al estudio, que culminarían
en 1909 con la obtención del grado de bachiller. Ha dejado ya pruebas sobradas
de su capacidad intelectual, de su entrega al trabajo, de su curiosidad hacia todo
hecho cultural. Su esfuerzo se ha visto siempre reconipensado con unas califica-ciones
insuperables.
Con todo ese bagaje y una carta de presentación para Menéndez y Pelayo
inicia su primer viaje a la península para proseguir su etapa de forniación.
Marcha con el dolor de la separación de la familia, pero también -como
magníficamente ha destacado F. Castro- con todo ese conjunto de sensaciones
contradictorias que el mar, el océano, produce en los insulares, hasta alcanzar
en su pensamiento una dimensión mítica. El poeta y amigo de don Agustín,
Tomás Morales, en su oda al Atlántico, configura un gran poema en torno al
mito "adámico" de la religión judeo-cristiana, transfigurándolo en una alegori-zación
del hombre primitivo, del que surge una fuerza "genésica", que le lleva a
la conquista del gran mar por medio de la creación de la nave.
Otro amigo de don Agustín, el pintor Néstor Martín Fernández de la Torre,
realizará también un canto al océano en su "Poema del mar", en una serie de
cuadros, ajustado contrapunto plástico al poema de Morales.
Estas visiones del mar, al abrigo del mito alumbrado por esos grandes
creadores canarios, conforman un proyecto itinerante, de evasión de la isla,
seguramente presente en el ánimo de don Agustín.
Septiembre de 1909 marca el comienzo de sus estudios superiores en Derecho,
que luego abandonará, y Filosofía y Letras, en los que obtendrá siempre los
máximas calificaciones, y que culminará con los premios extraordinarios de
licenciatura y doctorado y la concesión del premio Rivadeneyra.
Su afán de saber y su enorme capacidad de trabajo encuentran respuesta en
una Facultad de cuyo claustro forman parte maestros excepcionales, junto a los
cuales obtiene una sólida formación.
En la entrevista que mantuvo en México con Rafael Heliodoro Valle,
don Agustín recordaba sobre todos a don Cayo Ortega, profesor de Bibliografía,
a don Ramón Menéndez Pidal, a don Américo Castro y, sobre todos, a don
Enrique Sons.
Sus respectivas especialidades se corresponden con las áreas de conocimiento
a las que dedicaría su esfuerzo intelectual.
Pero no sólo en las aulas de S. Bernardo, también en los anaqueles de la
biblioteca del Ateneo, a la que acudía regularmente, don Agustín buscaba las
últimas novedades editoriales, con las que satisfacer su inmensa curiosidad
intelectual. A la vez iba conformando su propia biblioteca, que llegó a sumar
8.000 volúmenes en el momento de abandonar Madrid.
En sus años de estudiante, don Agustín se ganó la admiración y el reconoci-miento
de sus compañeros y profesores, por lo que recibirá de éstos el apoyo y
la orientación necesarios en sus primeros pasos de ejercicio profesional.
Su primer éxito en este campo lo obtiene al ganar por oposición la cátedra
de profesor de latín del Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid.
Tiene 21 años. Sus amigos y maestros comparten con él ese éxito. Ahí están,
entre otros, Jorge Guillén, Aménco Castro, Sánchez Albornoz, José M.a de
Cossío, Calvo Sotelo, Julio Cejador, Fernández Ardavín y, cómo no, sus amigos
canarios de Madrid: sus compañeros de colegio Bosch Millares, Claudio y
Néstor de la Torre, Franchy y Roca ...
Por cierto que el discurso pronunciado por don Agustín en esa ocasión
parece escrito para los momentos de reforma de planes de estudios -como los
actuales-, en los que el latín está siendo relegado y hasta excluido en la
formación de historiadores, claro que, como oportunamente recuerda don Agustín
del personaje moratiniano, los mentores de la reforma no saben latín y, por
consiguiente, están dispensados de tener sentido común.
La finalización de los estudios universitarios abre un período de incertidumbres
tanto en el camino a seguir en cuanto a investigación como en la opción
profesional. Se siente preparado y atraído hacía diversas parcelas del saber y
serán las circunstancias las que decidan por él como, en cierta medida, va a ser
la tónica de su vida futura.
Aspira a la auxiliaría que dejaría vacante don Américo Castro, tras su
3 86 PEDRO ARROYAL ESPIGARES
acceso a la cátedra. Hay un intento de vuelta a su tierra como catedrático
interino de latín del Instituto General y Técnico de Las Palmas, que se frustra al
ser reclamado por don Cayo Ortega para que le supla en la cátedra.
Compagina estos trabajos con su incorporación al Instituto-Escuela, dirigido
por Menéndez Pidal y creado bajo los auspicios de la Institución Libre de
Enseñanza.
Hay que destacar de este período la decepción que le supone su no adrriisión
a las oposiciones a la cátedra de Lengua y Literatura latinas de Barcelona,
aunque de haberla obtenido quizá hubiese padecido el mismo desarraigo que
experimentó cuando logró la cátedra de Paleografía de Granada. Y es que don
Agustín, además de encontrarse plenamente integrado en todo el movimiento
de renovación cultural, encontraba en Madrid los medios necesarios para llevar
adelante sus investigaciones. Y algo más: en Madrid vivía Paula, con la que
mantiene un apasionado romance, no bien visto por la familia, que terminará en
boda.
La obtención de la plaza de conservador del Archivo Municipal de Madrid,
en 1923, señala el inicio de la etapa más plena y enriquecedora en la vida
intelectual y personal de don Agustín. Un período que se cierra en julio de 1938
con la muerte de Paula, su esposa.
Quince años vividos vertiginosamente, como vertiginosa es la vida del país
en ese tramo histórico. En esos años don Agustín despliega una gran actividad
docente, fundamentalmente en España, pero también en Argentina y Francia.
En Madrid se reclama su magisterio en los centros docentes de mayor
prestigio: desde la cátedra de latín del Ateneo, el Instituto Escuela, dirigido por
Menéndez Pidal, la residencia de Estudiantes y la cátedra universitaria, don
Agustín consolida su enorme prestigio y despierta la admiración de sus aluninos
por la claridad expositiva, por la integración de teoría y práctica, que es la base
de su pedagogía, por el dominio de las materias que imparte, pero también por
su talante humano, por su entusiasmo contagioso, por su capacidad de diálogo.
don Agustín nos ofrece a todos la lección de que no existen disciplinas áridas o
poco atractivas para el alumnado, lo que muchas veces es un escudo para
justificar una escasa preparación o, lo que es peor, una falta de vocación hacia
la dedicación docente.
Encontramos hoy colegas que buscan ese atractivo otorgándoles títulos poni-posos
y vacíos, cuando no aberrantes desde el punto de vista científico, a
nuestras disciplinas, a la vez que sustituyen sus contenidos tradicionales por
unas teorizaciones, o especulaciones diría yo, de escasa significación.
De don Agustín debiéramos aprender todos que nuestras disciplinas ocuparán
el lugar que les corresponde en el conjunto de las ciencias históricas y filológicas
en la medida en que seamos fieles y rigurosos con los fines y los métodos de las
mismas.
Extiende su magisterio don Agustín en estos años a América, en concreto a
Argentina, al ser nombrado en 1924 director del Instituto de Filología de Buenos
AGUSTIN MILLARES CARLO: UNA BIOGRAF~A EJEMPLAR 387
Aires, en sustitución de Américo Castro. El Instituto, patrocinado por la Junta
para la Ampliación de Estudios, dentro de la Institución Cultural Española,
había sido creado en 19 14 en Buenos Aires. En los nueve meses que permanece
en Argentina multiplica sus actividades docentes en el campo de la filología
clásica, la archivística, la paleografía, participa en numerosas actividades sociales
y, sobre todo, deja sembrada la semilla de la investigación en sus alumnos.
En plena guerra, viaja varias veces a Francia no sólo para completar datos
de sus investigaciones, sino también para impartir docencia en "L'Ecole des
Chartes".
Desde el punto de vista de la investigación, el período que analizamos
prodíamos calificarlo como el de plenitud. En esta época están fechadas la
mayoría de sus principales aportaciones a la Paleografía, la Diplomática, la
Archivística, los estudios dedicados a Canarias, la Bibliografía, la Filología
clásica ... No me voy a detener en ello, pues su análisis y valoración están siendo
el objeto de este Congreso y nada podría añadir yo a la voz de tan renombrados
y reconocidos especialistas. Simplemente una reflexión para enlazarla con lo
que decía anteriormente sobre la docencia, y que afecta a la esencia misma del
quehacer universitario: don Agustín es un excelente profesor porque es un ex-cepcional
investigador y es un excelente investigador porque busca la respuesta
a las preguntas que el aula le suscita. Asegura el doctor Moreiro que la estancia
del maestro en Argentina le hizo tomar conciencia de sus propias lagunas y
carencias, y decide no publicar en unos años, para dedicarse al estudio. Una
nueva lección para cuantos tenemos por profesión y vocación la Universidad.
La personalidad de don Agustín está muy lejos de la imagen tópica del
erudito, que vive aislado entre los libros, ensimismado y preocupado exclusiva-mente
en el estudio y la investigación. Le ocupa y preocupa cuanto ocurre a su
alrededor, por lo que participa activamente en el intenso debate político desde
una posición cuyas raíces hay que buscarlas en la tradición familiar.
En efecto, y como ya apuntamos al principio de la intervención, don Agustín
es educado en un ambiente familiar liberal y observa en sus mayores un fuerte
espíritu crítico hacia la monarquía, el sistema de la Restauración, la Iglesia, el
Ejército ... Estas ideas de su abuelo, heredadas por su padre y transmitidas a don
Agustín, se ven fortalecidas por la influencia que sobre él ejerce Franchy y
Roca. La época de estudiante, pero sobre todo los ambientes que frecuenta
-Universidad, Ateneo, Residencia de Estudiantes, Centro de Estudios Históri-cos-,
afianzan su ideología y su actitud crítica hacia las insuficiencias políticas
y sociales del régimen bipartidista de turno, por lo que no se ve otra salida a la
situación que un cambio de régimen o ir hacia una revisión profunda institucional.
Cada vez son más numerosas las voces que reclaman ese cambio de rumbo.
El año en que obtiene la licenciatura don Agustín, 1913, es el año en que
Ortega en el Teatro de la Comedia lanza la idea de crear una liga de Educación
política, que congrega y atrae a muchas de las mejores figuras intelectuales del
momento, como Azaña, Marañón, Madariaga, Fernando de los Ríos, Pablo de
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Azcárate, Américo Castro, Zulueta, Luis Araquistáin ... Conforman unas decenas
de nombres que comparecían en la vida cultural del país haciendo profesión de
fe política y social. Una generación de grandes espíritus, creadores y recreadores
de una mentalidad más capaz, científica y moderna que las generaciones prece-dentes;
discípulos y seguidores, en su mayoría, de las tesis elitistas de la Institución
Libre de Enseñanza. Sin embargo, en ese grupo se distingue una doble óptica
ante el ascenso de las masas, lo que comportaría opciones políticas distintas una
vez en el poder. La república lo pondrá de manifiesto. Así, mientras Ortega
preconizaba una alianza con el sector conservador para mantener la República,
Azaña llegaba al convencimiento de que la alianza con las masas populares era
igualmente imprescindible.
Dos concepciones antagónicas del liberalismo cultural derivaban en dos
concepciones diferenciadas del liberalismo político.
Don Agustín conocía a Azaña desde su época de estudiante como socio del
Ateneo y con él se identifica, integrándose en las formaciones políticas que
crea, aun cuando no se decidiese nunca a intervenir directamente en política,
renunciando a ser diputado. Milita, pues, en Acción Republicana, junto a Giral,
Ruiz Funes, Augusto Barcia, su amigo Sánchez Albornoz y otros muchos inte-lectuales
para quienes resultaba muy atractiva la opción azañista, como también
lo era para una gran proporción de las clases medias urbanas.
El doctor Moreiro apunta como causa de su no intervención directa en la
política, el fuerte atractivo que para él tenían docencia e investigación. Cabría
también pensar en una cierta decepción ante el rumbo de los acontecinlientos.
sobre todo a partir de 1933, cansado de esperar unas reformas de fondo que no
acababan de llegar.
La derrota electoral de ese año cosechada por el partido de Azaña, quizá le
lleven a una mayor concentración en sus actividades docentes e investigadoras,
que encuentran el reconocimiento al ser elegido académico de la Historia.
Don Agustín no renunció nunca a sus ideas políticas, hasta el punto de
refundar el Partido Republicano Federal, tras la muerte de Franco, y con casi
85 años. Partido que, integrado en la coalición Unión del Pueblo Canario. ganó
las elecciones municipales de 1979.
Estalla la guerra civil. Don Agustín permanece hasta finales de año en
Madrid pero, a la vista de los acontecimientos, decide abandonarlo con el
pretexto de llevar a cabo una serie de trabajos en Francia. Instala a su familia
en Hendaya, mientras él realiza sus trabajos en bibliotecas y archivos franceses,
a la vez que imparte cursos en "L'Ecole des Chartes", lo que alterna con viajes
a Valencia y Barcelona, a cuyos claustros queda provisionalmente incorporado.
Al mismo tiempo, colabora en la Junta Delegada en París para la Expansión
de la Cultura Española en el Extranjero.
A la lógica búsqueda de mayor seguridad física para su familia, uniría,
quizá, don Agustín una cierta desilusión por las tendencias al extremismo político
durante la guerra, compartida con muchos de los intelectuales comprometidos
AGUSTIN MILLARES CARLO: UNA BIOGRAF~A EJEMPLAR 3 89
en un principio con el ideal republicano, lo que alentaría el deseo de apartarse
de la política de tiempo de guerra.
Algunos de estos intelectuales asumen funciones de propaganda en el exterior.
Es el caso de don Agustín, perfecto conocedor, por otra parte, de la lengua de
Molikre. El rumbo de los acontecimientos provoca una cierta inquietud por la
eventualidad de una derrota y por la presumible suerte de los vencidos. Ante
ello se inician conversaciones, se crean organismos y se designan personas para
llevar a cabo las acciones necesarias para preparar la emigración en caso de
derrota.
Negrín, en octubre del 37, encarga a Juan Simeón Vidarte la delicada tarea
de entrevistarse con el presidente mexicano Lázaro Cárdenas para conocer
hasta qué punto llegaría la ayuda mexicana. El presidente Cárdenas le aseguró
que los republicanos españoles encontrarían en México una segunda patria ...
podrían ejercer sus profesiones como si hubieran obtenido los títulos en sus
universidades y la universidad mexicana se honraría abriendo sus puertas a los
catedráticos que por amor a la libertad y la independencia de su país les fuese
imposible vivir en España.
Negrín, amigo y paisano de don Agustín, buscó la colaboración de éste en
todas esas actividades, nombrándole miembro del servicio de Evacuación de
Republicanos españoles, que dirigía Bibiano Osorio, el SERE y, posteriormente
vicecónsul en México.
Este nombramiento significa la incorporación de don Agustín a la España
peregrina. Junto a su cuñada y sus hijos embarca en el Havre, "con España
presente en el recuerdo, con México presente en la esperanza", como tan admi-rablemente
cantó el poeta Pedro Garfias al avistar Veracruz.
¡Cuántas cosas quedaban atrás!, ¡cuántas cosas vivas ya para siempre en el
recuerdo! Atrás las cátedras, tan brillantemente obtenidas y con tanto esfuerzo;
atrás proyectos y proyectos de investigación, que ya no podría abordar; atrás su
casa, sus libros, sus amigos, los rincones de tertulia; y el peso del dolor de la
derrota de los ideales por los que luchó y por encima de todo, la soledad íntima
e infinita de la muerte de Paula ...
Don Agustín, una víctima más de las miles y miles de uno y otro bando de
aquella espantosa experiencia histórica, que trajo para más de medio millón de
españoles, además del horror de los combates, las penalidades de la experiencia
de la huida a través de las fronteras para aspirar a la libertad que se les negaba
dentro de su patria. Para muchos, el camino fue corto, y de Francia regresaron
en los primeros años a una España que ya no reconocían como suya. Algunos
prologaron su lucha en nuevos escenarios bélicos. Los menos afortunados cayeron
víctimas de la violencia, del hambre, de las penalidades de los campos de
refugiados del sur de Francia, o de las atrocidades de los campos de exterminio
nazis. Los menos, y quizá los más favorecidos para aquella situación, consiguieron
llegar a la seguridad de las tierras americanas.
Don Agustín desembarcó en Nueva York y de allí, por tierra, se dirigió a
390 PEDRO ARROYAL ESPIGARES
México. las cosas, al principio, no fueron fáciles. Y es que los transterrados, si
bien tuvieron todo el apoyo del Gobierno y de importantes intelectuales, la
simpatía de otros sectores no fue tan clara.
Encontraron reticencias los trabajadores asilados, pues los sindicatos mejicanos
vieron en ellos una competencia para los escasos puestos de trabajo existentes
en una década de crisis y depresión económica como la que padecía México.
Las encontraron los profesionales en quienes algunos vieron una competencia
desleal y, como en el caso de la Universidad, los profesores mexicanos llegaban
hasta la indignación al ver que los españoles ocupaban los mejores puestos e
incluso gozaban de sueldos superiores.
Tampoco la actitud de los grupos políticos es unánime: para la vieja derecha
católica y sinarquista aquellos rojos reavivarían la discordia sembrada por loa
mexicanos revolucionarios.
Tampoco hubo mucha simpatía por parte de los antiguos residentes españoles,
los "gachupines", que en su mayoría se habían sentido contrarios a la causa
republicana. Paradójica, en cambio, fue la actitud de algunas élites criollas cuya
hispanofilia militante, en oposición a los principios indigenistas de la revolucií,n,
hacía que vieran a los españoles recién llegados con cierta simpatía racial y
cultural. A su vez, los grupos más nacionalistas, que habían surgido de la
revolución con una militancia reivindicadora de los orígenes prehispánicos. a
menudo blandían el recuerdo de la espada de los conquistadores conlo una
nueva forma de etnofobia contra los recién llegados.
Por tanto, se comprende fácilmente que, al principio, nada fue sencillo al
llegar a un México tan hispánico, pero tan poco español. Entre los españoles
cundía un juego de palabras: "En México, o te acliniatas o te acliniueres". La
inmensa mayoría se aclimataron, y muestran un agradecimiento infinito a México
como magníficamente sintetizan los versos de Díaz-Canedo:
"Lo que una vez me arrebató la vida. Pan, trabajo, y hogar, tú me lo has
dado". O estas impresionantes palabras de Rejano:
Si escribo gmtitud si escribo crmor,
sólo cfrezco unos signos. Signos. Ncidtr. [... 1
Lo mcis yrufundo siernpw ~strtcí en el nornbw.
México, Cúrdenus.
Hablan los poetas de esa inmensa mayoría que convirti6 el destierro en
morada, al encontrar asiento en una tierra que dejó de serles :ijena, en ese
proceso íntimo en que cada desterrado fue sintiéndose transterrado, en que cada
uno dejó de pensar, como el poeta, que lo grave de morir en tierra extrana es
que mueres en otro, no en ti mismo, y comenzó a mirar al nuevo país como una
generosa cornucopia de la cual formar parte íntima.
Si es mucho lo que recibieron del país de acogida, mucho es también lo que
los transterrados dieron a esos países, especialmente a México.
AGUSTIN MILLARES CARLO: UNA BIOGRAFIA EJEMPLAR 39 1
Un puñado de hombres excepcionales llevaron a México la canción de que
habla León Felipe. Canción en sentido amplísimo, entendida como la energía
producida por la vibración del espíritu y la inteligencia libre:
"Franco, tuya es la hacienda, la casa, el caballo y la pistola. Mía es la voz
antigua de la tierra. Tú te quedas con todo y me dejas desnudo y errante por el
mundo ... mas yo te dejo mudo ... jMudo! ¿Y cómo vas a recoger el trigo y a
alimentar el fuego si yo me llevo la canción?"
Un grupo de españoles que aportaron un enorme bagaje cultural, que se
puso al servicio de las repúblicas americanas, especialmente México. Pertenecían
todos ellos con amplitud generacional a esa Edad de Plata de la cultura española
que floreció al principio del siglo xx hasta los días de la guerra civil. América
heredó así uno de los grupos de pensadores más aptos, el más brillante sin duda
alguna desde el siglo de Oro. Nombres como los de José Gaos, Américo Castro,
Rafael Altamira, Claudio Sánchez Albornoz, Josef Carner, Jiménez de Asúa,
García Bacca, María Zambrano, Eugenio Imaz, José Prats, Luis Buñuel, Paulino
Masip, Ferrater Mora, Sender, Ayala, J. R. Jiménez, Alberti, Jorge Guillén,
Salinas, Altolaguirre, Emilio Prados, Rejano, Rosa Chacel, Garfias, León Felipe ...
y, por supuesto don Agustín, que une su nombre nuevamente a las figuras más
rutilantes de la cultura de nuestro siglo.
En México permanecerá de forma estable desde 1939 hasta 1959. Esta
etapa mexicana de su vida resulta asombrosa por lo que supone de capacidad
de superación: su tesón y voluntad admirables le hacen sobreponerse a las
adversidades y encontrar el ánimo suficiente para reemprender el camino con
ilusión renovada, haciendo del trabajo el medio para hacer frente a los recuerdos
que torturan su alma.
Desde el primer momento colabora en España Peregrina, órgano de expresión
de la Junta de Cultura Española, que se proponía reanimar los quehaceres de
quienes habían abandonado la cátedra, el gabinete o la obra inconclusa en
España.
Forma parte de la "Unión de Profesores Españoles en el Extranjero", creada
con la finalidad de mantener el contacto profesional entre la dispersa comunidad
académica. Don Agustín colabora en su Boletín Informativo; como también lo
haría en la revista "Las Españas".
La actividad docente es intensísima, y hasta agobiante.
Daniel Cossío Villegas concibió la idea de crear la Casa de España, que se
hizo realidad en el 38, con la llegada de los primeros invitados. La Casa de
España se concibió como un centro de investigación y estudio para acoger a los
transterrados que, al mismo tiempo, impartirían cátedras en diversas instituciones
de educación superior del país. Un lugar de encuentro entre pensadores mexicanos
y españoles. Pronto la Casa de España se transformó en Colegio de México. La
cuidada selección del profesorado, que llevaron a cabo Cossío y Arturo Reyes,
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hizo posible que el Colegio llegara a ser una de las instituciones de mayor
prestigio en el mundo académico de habla hispana. Don Agustín se incorpora a
su claustro al llegar a México.
Forma parte también del profesorado del "Luis Vives", colegio fundado
para los hijos de los exiliados, con el objetivo en que éstos mantuvieran vivo el
recuerdo de sus raíces, pues, pensaban que el regreso a la patria sería pronto y
en la esperanza de que sus hijos se reintegraran a la sociedad española sin
traumas. Con iguales fines se fundó la Academia Hispano-Mexicana, de la que
también es profesor.
Pero la labor docente más continuada e importante la desarrolla en la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de México, en la
que explica las materias de sus cátedras madrileñas: Paleografía, Latín ...
Para procurarse un sueldo digno debió multiplicarse, pues hasta 195 1, no
logró ser nombrado profesor a tiempo completo.
Las materias de su especialidad habían tenido un escaso desarrollo en Amé-rica,
por lo que el impulso que reciben de don Agustín es extraordinario, no sólo
por su labor docente, sino también de su actividad publicista: reedita o elabora
de nuevo manuales de sintaxis latina, elabora antologías, edita a los clásicos. Su
claridad expositiva y la experiencia de tantos años de docencia garantizan el
éxito de sus obras entre las escolares de los diversos niveles educativos. Igual
fortuna tiene su Album, de Paleografía, del que nos hablará la doctora Sanz. Su
erudición le permite también acercar a los estudiantes el conocimiento de la
Literatura, tanto clásica, como española y universal, en manuales que se hacen
clásicos en los centros de enseñanza mexicanos y de otros países de América.
A esta literatura de subsistencia, que le sirve para allegar fondos a sus
escasos ingresos como docente, se añade una labor de investigación, que mereció
el reconocimiento del continente, simbolizado en el premio Fray Junípero Serra.
En efecto, la labor americanista de don Agustín Millares Carlo sólo admite
parangón con la realizada en otros campos por Altamira o Nicolau D'Olwer,
según asegura Juan Comas. Esta labor ha sido destacada y magníficamente
sintetizada por el doctor Moreiro y en estos días quedará también de manifiesto.
Las ediciones de obras de Fray Bartolomé de las Casas, de Pedro Mártir de
Anglería, de Palacios Rubios, de Matías Paz; los prólogos a la Biblioteca Mexicana
de Eguiara y Eguren y las leyes nuevas de Indias; sus ensayos sobre la historia
de la imprenta en México y sobre bibliografía y bibliófilos mexicanos, especial-mente
la puesta al día de la extraordinaria Bibliografía mexicana del siglo xvr
de Joaquín García Icazbalceta; sus estudios sobre Cervantes de Salazar; su
contribución al Diccionario Enciclopédico UTEHA; su incursión en los archivos
de protocolos ... hablan por sí mismos de su espléndida labor y de la generosidad
de su espíritu, que supo devolver con creces a México, lo mucho que de México
recibió en el plano profesional.
A pesar de todo, en el plano personal no se siente excesivamente cómodo.
Se siente agobiado entre tanto compromiso editorial, el ambiente de la Universidad
AGUST~N MILLARES CARLO: UNA BIOGRAFIA EJEMPLAR 393
no le atrae y, por si fuera poco, empieza a sentir que su segundo matrimonio no
le ha traído la deseada paz emocional. El tiempo le hace más vivos los recuerdos
de España e intenta inútilmente el regreso.
Las circunstancias decidirán de nuevo su destino.
La Reche le habla del proyecto de abrir la Facultad de Humanidades en la
Universidad venezolana del Zulia y le ofrece la posibilidad de incorporarse a
ella como profesor. Don Agustín acepta. Corría el año 1959 y a sus 66 años
inició una nueva etapa en su vida profesional y personal.
En México quedan sus hijos y, por largas temporadas, también su esposa.
Pues bien, a pesar de la edad y de esas circunstancias personales desgraciadas,
los quince años de actividad académica e investigadora en el Zulia van a llenar
una nueva página admirable de la biografía, ya densísima, de don Agustín.
Conocemos bastante bien la estancia de don Agustín en Venezuela gracias
al acierto de su antiguo alumno, Lino Vaz Araujo, que tuvo la idea de publicar
los testimonios de adhesión al nombramiento de "doctor honoris causa" del
maestro, precedidos de una breve biografía, y de la reseña de trabajos.
En la Universidad del Zulia don Agustín se sentió cómodo y vio reconocida
su labor. Se veía así liberado de la presión que sentía en los últimos años de
vida mexicana, y esto le llevó a desarrollar una actividad inusual para un
hombre de su edad.
El griego, el latín y la filología románicas conforman su función docente, que
compagina con la dirección de la Biblioteca General. Ahí -como seguramente
destacará el doctor Riesco- actúa con un criterio plenamente actual de la
profesión bibliotecaria. Además de llevar a cabo profundas reformas de funcio-namiento
y enriquecer sus fondos mediante la actualización de los mismos, se
preocupa de la formación de bibliotecarios. Y otra constante de la vida de don
Agustín: allá por donde va y organismo al que pertenece, crea y dirige revistas y
boletines para difundir sus actividades. Lo hizo cuando fue archivero-bibliotecario
del Ayuntamiento de Madrid y lo hizo en Maracaibo. En todos los casos hay que
destacar la entrega a estas tareas que, en algunos casos, alcanzaba a todas las
actividades: desde el diseño y la corrección de pruebas a la elaboración por él
mismo de la mayoría de las secciones de esas revistas o los artículos que publicó.
La labor investigadora correspondiente a estos años zulianos atiende a varios
frentes: sigue la publicación de manuales, monografías destinadas a los estudiantes,
que vienen a completar otros ingresos.
Completa trabajos ya iniciados o comprometidos durante su estancia en
México.
Sus frecuentes viajes a Madrid y Canarias le permiten retomar viejos proyectos
alimentados antes del destierro y, cómo no, contribuye con su pluma, al mejor
conocimiento de la tierra de acogida.
Prueba de ello es su aportación a la difusión y conocimiento de la obra de
Baralt: como coordinador especial de la revista, como editor de sus obras com-pletas
y como estudioso de muchos aspectos de su vida y obra.
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A todo ello une una serie de trabajos sobre archivos de protocolos venezolanos,
estudios bibliográficos, entre los que destaca el dedicado a León Pinelo, estudios
sobre la imprenta en Venezuela. En fin, como siempre, don Agustín retribuye
con creces la deferencia de haberle acogido.
Paralelamente a esa intensa labor profesional, su vida personal se ve sometida
a vaivenes difícilmente soportables para alguien que no tuviera la talla moral y
la fuerza interior de don Agustín. Y es que la vida aún le tenía reservadas
algunas pruebas, la más dura de todas, la trágica muerte de su hija Rosa, pero
también el fracaso de su matrimonio y los intentos frustrados de regreso a
España.
La reposición en la cátedra madrileña, en el archivo municipal, en la Acade-mia
de la Historia son satisfacciones morales que no pueden compensar su
tragedia personal, los proyectos frustados, la pérdida de los seres queridos, el
desarraigo de tantos años.
1975 marca el inicio de la última etapa. Vuelve a la tierra que le vio nacer
con motivo del homenaje que le tributaron sus paisanos. Su cuerpo está cansado,
pero su espíritu tiene el mismo ánimo emprendedor de siempre. Coordina el
Plan Cultural, busca becas y ayudas para concluir los trabajos que la distancia
americana impidió culminar y, como un principiante, acepta la tutoría de Paleo-grafía
de este Centro canario de la Universidad a distancia.
La vida le regala unos años para que pueda saborear el reconocimiento a su
labor: homenajes, Universidades que se honran incorporándole a sus claustros
con honor y quizá el que le produciría la mayor satisfacción: Hijo predilecto de
las Palmas de Gran Canaria. Termino ya.
El 8 de febrero de 1980 muere don Agustín Millares Carlo. En esos 87 años
de su vida, tan rápida como torpemente recordada por mí, don Agustín había
conquistado las metas que él mismo proponía como ideal a los alumnos de la
l.a promoción de Letras de la Universidad del Zulia:
"Nihil potest homini dan melius quam gloria, et laus et ueternitas. "