EL PROBLEMA DE LA LIBERTAD HUMANA
EN EL TEATRO CALDERONIANO
José RICO VERDÚ
Doctor en Filología Románica
Profesor Titular de la Universidad Nacional
de Educación a Distancia
Es frecuente presentar el Barroco como una innovación, casi como
una revolución, frente al Renacimiento. Renacimiento y Barroco
serían, según ciertos autores, opuestos. Sin embargo, tanto estética
como ideológicamente el Barroco es el resultado de la evolución del
Renacimiento, el hombre barroco, con sus ideas y preferencias, era
nieto del renacentista. Y Calderón, hijo índice de su tiempo, es here-dero
de unos ideales quc habían fracasado en In prhctica; en su obra
se manifiesta la lucha entre el ideal humanista y la realidad histórica.
Canta al hombre y su ideal más preciado, la libertad; pero lo canta
no en su forma estática, siriu en un inovimiento dialéctico con sus
principales enemigos: la divinidad, la sociedad y el propio instinto.
Con el Humanismo entran en España los ideales clásicos, con sus
modelos literarios, sobre todo Cicerón para la prosa y Virgilio para
el verso. El contacto con el mundo clásico da lugar a una nueva
sensibilidad, para cuya manifestación estética ya no servían los anti-guos
medios: así el gótico, con su amanerada pasión, no podía ex-
presar el mesurado equilibrio del arquitecto o del escultor renacen-tista;
tampoco el verso de arte mayor castellana con su ritmo marcial,
o el endecasílabo de gaita gallega con su ritmo de muñeira, eran aptos
nY-a--r n nY-i-i p e! = d i P r l ~ ~ m ~ f i isp~ntxim ippf~s ,h ssta r i~r tn
punto estáticos, como procedentes de un mundo de esencias, de
acuerdo con la concepción neoplatónica del universo.
Este fue el motivo de los iracasos de los csiuerzos de Castillejo,
empeñado en la tarea de verter las nuevas ideas en los viejos versos
castellanos tradicionales, en los octosílabos sobre todo. Este fue el
motivo deí triunfo deí endecasiiabo itaiiano, es decir, ciei acentuado
en 6." o en 4." y 8."
Pero la cultura siguió evolucionando. El optimismo renacentista
dio paso a una etapa de crisis; se necesitaban ideas nuevas y nuevos
modos de expresión, acordes con dichas ideas. El artista, carente dc
un sistema filosófico que le satisficiera, para mejor llegar a su público
e impresionarle, retorció las formas, jugó con ellas y consiguió csos
nuevos modos de expresión, más aparentes que reales, pues la in-novación
no afectaha al fondo, sino a la superficie. Así surgió el
Manierismo.
He dicho que las ideas del Humanismo no perduraron durante
nluchu tiempo. E11 elecío, observerrios qu6 sucede cun lu quc fuc
su mejor encarnación, la Iglesia Romana. Los humanistas llegados
hasta el Solio Pontificio vieron sus aiil-ielos sumidos en el fracaso:
la unidad del imperio estaba rota, incluso, en la misma penins~ila
itálica; la santidad de la Iglesia en entredicho, debido al lujo y a la
ambición de las grandes familias que dominaban la Cátedra de Pedro
y el Colegio Cardenalicio; la catolicidad no dejaba de ser una simplc
aspiración, pues Enrique VIII, Lutero, Calvino y otros la habían
destruido junto con el sueño de la paz universal: la misma romanidad
era objeto de controversia entre los teólogos católicos. En el mundo
católico, la crisis de valores se resolvió con la doctrina de Trento,
q ~ ncfir mc? 6 !i; !b!~j i~c o ~ aün u, sur,tu, cutS!icu jr r=rr,unu; Trenre
proporciona contenido a las formas inanieristas. Tenemos, pues, el
Barroco.
Las formas renacentistas que, mas o mcnos distorsionadas por c l
movimiento iniciado en el Manierismo, pueden apreciarse debajo
de la ornamentación barroca, coexisten con la nueva concepción de
la vida, a la cual se ha llegado paulatinamente a lo largo del s. xvi.
Si la actitud y el enfoque de los problemas eran distintos, éstos
seguían siendo los mismos.
El humanista se preocupaba por el hombre y, en particular, por
lo que consideraba que lo distinguía de los demás seres: la palabra,
que lo diferenciaba de los ángeles y de los brutos; la verdad que le
deba autenticidad y certeza intelectual, individualizándolo frente al
universo: y. finalmente, la libertad que lo afirmaba en sus relaciones
con la sociedad.
El problema de la libertad es el que más profundamente afectaba
a sil conciencia, pues estaba presente en sus relaciones Dios, con las
cosas y con los demás hombres. Veámoslo:
a) Dios, PS decir, 1.m ser personal, trascendente. omnisciente y
omnipotente, no sólo crea al hombre y lo coloca en lo que podríamos
llamar un túnel de pruebas, sino que además, durante la permanencia
del hombre en el túnel, interviene, ya directa ya indirectamente, en
las decisiones humanas. A estas intervenciones se llamaba Divina
Providencia, que venía a ser la cristianización del Hado pagano.
E! hulilbie ienacciitista, ante tdes hechas, m p d a mrmr nY-*-* p
preguntarse, ¿existe la libertad? La respuesta de los calvinistas, ya
lo sabemos, fue negativa; la de los católicos, afirmativa, pero con
muchas excepciories. Frente a las doctrinas protestantes de la pre-destinación,
los católicos proclamaban la libertad individual: la sal-vación
era fruto de las propias obras. Pero en el campo católico
tampoco eran unánimes las posturas ideológicas, distinguiéndose dos
grandes escuelas, la jesuítica (que afirmaba con mayor énfasis el libre
albedrío) y la dominicana (que, por el contrario, incidía más sobre
la Divina Providencia).
b) En íntima conexión con este problema se encuentra el de la
relación del hombre con el universo material. Piedras, amuletos y
otros objetos que actúan sobre la voluntad; estrellas que determinan,
como veremos, una actuación. Factores todos conducentes a anular
la libertad del hombre.
C) Por último quedan las relaciones humanas en las que podemos
distinguir las intraindividuales y las interindividuales. En las primeras
hay que considerar la influencia de los humores en la voluntad, la
lucha de las pasiones con el deber, etc. En las interindividuales habría
que diferenciar las relaciones de superioridad o dominio con la so-ciedad
y el poder, las relaciones de inferioridad con seres u hombres
extraordinarios, como santos (éstos, según sean intermediarios de los
seres extraterrenales o se sirvan de cosas para conseguir sus fines,
habría que incluirlos en uno de los apartados anteriores), brujos y
hechiceros: finalm~nte,l as de igiialdadi las afectivas; en especial con
personas del sexo opuesto, todas las cuales coartan la libertad.
Durante el Renacimiento el tema de mayor productividad, sobre
todo en la lírica, fue el amoroso. Kecordemos cómo los poetas, im-buidos
del platonismo y para mejor expresar la firmeza de su amor,
llegaban a asegurar que no eran libres para dejar de amar, pues se
sentían impelidos a ello, tanto por su constitución como por su propio
destino; pero, frente a la barroca, su actitud era optimista.
En el Barroco, aunque no se dejan estos motivos (polvo serán,
mas polvo enamorado); sin embargo, tienen mayor difusión los inter-individuales,
especialmente los correspondientes a las relaciones con
el poder y la sociedad, así como las relaciones con lo trascendente,
Dios, Hado, Demonio y sus respectivos ministros. Todos estos pro-blemas
constituyen grandes temas del teatro calderoniano, incluso
del no religioso, que, en mayor o menor grado, hallamos en la casi
totalidad de su producción.
He pretendido mostrar en esta breve y simplista introducción que
tanto las formas como los temas barrocos proceden por evolución
de los renacentistas. Las formas son las importadas de Italia, junto
con las tradicionales castellanas; pero con la transformación sufrida
en el Manierismo. Los temas son los que plantearon los humanistas
y divulgó el Renacimiento, en las cuales la crisis política, religiosa e
intelectual de la segunda mitad del s. XVI hizo una selección y de-cantación.
En este ambiente intelectual creció Calderón, un hombre de
carácter fuerte, de grandes pasiones, en el sentido escolástico del
término, y de un acentuado intelectualismo que le hacía esconder
su propia personalidad; en él se dieron unidas la timidez y, como
reacción, la agresividad.
Su vida llena todo el Barroco, pues nace con el siglo, el 17 de
enero de 1600 (Perantón) y fallece el 25 de mayo de 1681. Su
infancia fue triste, cuando tenía diez años murió su madre, quien
lo llevó al Colegio Imperial de los jesuitas para que siguiese los
estudios eclesiásticos. A los catorce ingresó en la Universidad de
Alcala de Henares. Al ano siguiente, falleció su padre y, debido a
pleitos testamentarios con su madrastra, abandonó temporalmente las
aulas. A los diecisiete años marchó a Salamanca, en cuya Universidad
debió de conseguir su fuerte formación teológica. Su vida, no muy
desahogada económicamente, pues, además de varias demandas por
no pagar, fue excomulgado y encarcelado por no abonar unos alqui-leres
al Colegio de San Millán. En 1620 remite unos versos al certamen
o academia que se celebró en Madrid con motivo de la beatificación
de San Isidro (cfr. un romance autobiográfico, conservado incompleto,
que se le atribuye en B.A.E. XXIV, 585 SS.').
No duró mucho en la Universidad del Tormes. Ya en 1620 se
encontraba en Madrid al servicio de un noble, tal vez el Duque de
Alba (cfr. dicho romance '). Aunque escudero, no dejó las letras y
escribió varios dramas, algunos de los cuales se representaron en
palacio. En 1622 se ve involucrado, junto con sus hermanos, en un
pleito por homicidio. Bien por este motivo, bien por buscar emociones
más fuertes, sentaría plaza, según Vera y Tassis, en los ejércitos es-pañoles
que combatían en Italia y Flandes; pero en 1625 regresó
de nuevo a Madrid, prestando sus servicios al Condestable de Castilla
y al Duque del Infantado.
En 1640 marchó a la guerra contra los franceses en Cataluña y
Guipúzcoa, asistiendo al levantamiento de Fuenterrabía. A los cua-renta
y dos años, siendo un simple cabo de escuadra, pidió y consiguió
su retiro, hecho que Valbuena Briones atribuye al desengaño ocasio-nado
por la impericia de quienes mandaban las tropas y a lo absurdo
de la posterior guerra civil.
Hasta el final de sus días vivió en la Corte, donde pasó unos años
al servicio del Duque de Alba. Tuvo un hijo, al que, en un principio,
presentaba como sobrino; entonces era clérigo, pero no sacerdote
(desde 1625 disfrutaba de un beneficio eclesiástico y en 1651 se
ordenó presbítero para poderlo poseer como capellán). De sacerdote,
siguió escribiendo, para palacio, obras dramáticas de temas morales
y teológicos. El Rey le concedió una ración por «hallarse con tan
crecida edad y con muy cortos medios». Murió, como he dicho,
el 25 de mayo de 1681 y fue enterrado, al día siguiente, en la iglesia
de San Salvador.
Aunque, por lo que acabamos de ver, pueda parecer lo contrario,
Calderón era un hombre introvertido; a menudo oímos decir que la
suya es la biografía del silencio, pues apenas conocemos nada de su
vida íntima.
' La codicia de un bolsico / en la literaria justa / de Isidro, me hizo
poeta; / ¿quién no ha pccado cn pccunia? / con lo cual Bártulo y Baldo / sc
me quedaron a oscuras / pues, en vez de decir leyes, / hice complas en ayunas.
Desde letrado a poeta / pasé, y viendo cuánto acusan / a la poesía unos
viejos / de impertinencia machucha, / traté de mudar estado; / y por más
estrecha y justa / religión, la de escudero / me recibió en su clausura.
Antes de interpretar su teatro, necesitamos plantearnos algunos
problemas, por ejemplo, su obra ¿es expresión del propio pensa-miento?,
¿reflejo de la sociedad en que vive? o bien ¿se trata de una
simple creación artística? A todos nos han mostrado un Calderón
que encarnaba el honor nacional y personificaba al monstruo de los
celos; se olvidaban de qué producción era, ante todo, una obra de
arte, con una temática pedida por el público y exagerada por el autor,
en la cual se encuentra una rebeldía contra esos mismos prejuicios.
En sus dramas, como en su vida, hay una fachada de violencia, de
pos t~rasy I-YPdSra rnnianaq que oculta una realidad muy distinta.
Esta antítesis se manifiesta, en el plano literario, en la lucha entre
norma y libre inspiración, entre razón y sentimiento, entre sujeción
y libertad. Nosotros nos fijaremos en este último problema, la lihertad
frente a Dios, frente a la naturaleza y frente a la sociedad que, como
hemos visto, se plantea el hombre barroco.
-. Ya en una cie sus priineras comedias, Amor, izonvr y puúcr ( ~ i i u
por la ed. de Aguilar: Obras Completas, 3 vols.), desarrolla el tema
de la lucha contra el Deber, el Destino, el Poder y la Fuerza:
hay, contra la fuerza, industria
y hay honor contra el poder (69 b)
La obra empieza con Enrico de Calveric convenciendo a Estela,
su hermana, para que se esconda, a fin de que el rey Eduardo 111,
de caza por los alrededores del castillo, no pueda verla. Pero, como
en La Vida es Sueño, se desboca el caballo de la infanta -ya tene-mos
un clara intervención dcl Dcstino-, que es salvada por Enrico;
el rey ordena pasar la noche en el castillo del padre de Enrico con
la excusa de que la infanta necesita recuperarse, así él podrá ver a
Estela, cuya belleza conocía de oídas. Eduardo queda prendado por
la belleza de la dama y, para tenerla cerca, nombra al padre de ésta
miembro del Consejo de Estado; a su hermano, Enrico, gentil-hombre
de camara, y a eiia, camarera cie ia infanta, quien, a su vez,
se enamora de Enrico, su salvador. La trama opone a la voluntad
de Enrico para alejar a su hermana del rey, la acción del caballo y
del propio rey; al mismo tiempo, une ia acción amorosa de ias dos
parejas; pero, mientras los amores del rey caminan por las sendas
de lo ilícito, los de Enrico con la infanta avanzan por las de la timidez,
pues el protagonista no puede considerarse digno de manifestar su
pasión.
Enrico descubre, por casualidad -otra vez la intervención de
fuerzas ajenas a la voluntad humana-, que el rey tiene en sus manos
las de su hermana Estela, con lo cual se considera, socialmente ha-blando.
ofendido:
iOh quién no hubiera visto
su agravio! Mas, si es grave
infamia en el honor que no la sabe,
pues tan injustamente
culpa el mundo también al inocente
- jtirana ley! - doblada infamia hallara,
si, mirando mi agravio, me tornara. (79 a)
Obligado por una norma social con la que está en desacuerdo
(e jtirana ley! », pide explicaciones al monarca y lo único que con
sigue es la cárcel.
Enrico se encuentra ante el deber de la obediencia al rey, el de
la defensa de su honra y el de la fidelidad a su amor; cn otras
palabras, hay una lucha entre dos deberes: el honor, impuesto por
la sociedad, y el vasallaje, impuesto por Dios; y, a la vez, entre estas
normas externas y la libertad interior que no las acepta y que desea
conseguir una felicidad en el amor -es el mismo tema de La In-dustria
y la Suerte de Ruiz de Alarcón-. Así lo plantea Enrico:
Ya no paga mi lealtad
la que a Ludovico debe,
sino la que debe al Key,
siempre leal, noble siempre.
Si, al servir al Rey, mi hermana
en tal peligro me tiene,
¿con qué razones pudiera
a la del Rey atreverme?
¡Bueno fuera que quisiera
tan en mi favor las leyes,
que las observase el Rey
para que yo las rompiese! (83 b)
Más claramente lo manifiesta Estela. Cuando Ixdovicn le informa
de que su hermano le prohíbe que pida al rey por su libertad, pues
la petición podría interpretarse como deshonor; ésta se presenta ante
el monarca dispuesta a matarse! SS actitud mueve al rey a pedirla
en matrimonio y la obra termina feliz, con dobles esponsales.
Y O soy Estela infelice, / y dc Salvcric Condesa, / por heredar de mi
casa / nombre, honor, lustre y nobleza. / En Salveric retirada / viví, donde
Lances dc Amor y Fortuna es un ejemplo del efecto social de la
suerte o la oportunidad («quien no tiene ventura / ofensas halla donde
agrados busca»), y de la lucha contra la red de mentiras y engaños
(ref:ejo de Las pGredesí ijbii) Yüc, fi !E ro!U"t"d AU""'
m*nt-mn
nista y unidos a los involuntarios «errores» propios, actúan contra él.
Además, Rugero, por su amor hacia Aurora y por la fidelidad que
le debe wmu heredera del trono, prefiere vivir pobre a recibir honorcs
pasándose al bando contrario.
Valbuena Briones ve en la obra un enfrentamiento del protago-nista
con la suerte; en realidad, éste siempre queda vencido y es
necesario que la Fortuna, en su continuo rodar según el tópico de
la época, se muestre favorable haciendo que la protagonista, Aurora,
presencie escondida (recurso típico del teatro barroco) la declaración
de Lotario (antagonista), quien había metido en su propio favor y
contra Rugero. Con este final se responde a la pregunta con que
termina la jornada primera:
Veremos quién puede más
la fortuna o el amor.
Amor, honor y fortuna son temas principales en el teatro caldero-niano:
pero ¿cómo se comportan los personajes?, ¿qué móviles los
inducen a obrar? En primer lugar el temor; es la reacción natural
ante unos poderes superiores contra los cuales no se pucdc o no sc
quiere luchar. El temor lleva a mentir, a adoptar otra personalidad,
a no comportarse como perfectos caballeros; así ocurre, por ejemplo,
en El Alcaide de si mismo. Ahora bien, en estas ialsedades se pueden
sobrepasar ciertos límites y, entonces, el protagonista es castigado,
como sucede en Hombre pobre todo es trazas, en la que don Diego,
hidalgo pobre granadino, por miedo a verse preso a causa de una riña,
huye a la corte y adopta un nombre falso. Ante la posibilidad de
la aspereza / en la soledad me dieron / prados, montes, valles, selvas. / Vísteme
en el campo un día: / ipluguiera a Dios no me vieras [...] / Desde aquel
punto empezaste / a hacer amorosas muestras, / resistiendo con honor / gusto,
amor, poder y fuerza [...] / ¿Qué esperanzas tienes mías, / para que así te
prometas menor rigor? Pues, porque / veas, oigas, notes, sepas / que la vida
de mi hermano / no es bastante a que yo pierda / un átomo de honor,
siendo / pasmo, horror, miedo y tragedia / con este acero que miras / me
daré muerte yo mesma, / si acaso la afrenta mía / buscas, quieres, ves o
intentas. / Si tienes hoy en tus manos / la justicia y la clemencia, / y buscas
para su agravio / muerte, horror, miedo y afrenta; / yo también tengo en las
mías, / con resolución más cierta, / viviendo y muriendo honrada, / vida,
honor, lauro y defensa (87 a-b).
medrar y visto el fruto que la doble identidad le proporcionaba,
extiende el engaño a dos damas. Sus engaños son efecto (desmesu-rado)
del consejo paterno: «el hombre pobre todo es trazas», que
recuerda repetidas veces a lo largo de la obra '. Claro qiie, como le
contesta su amigo, don Juan:
[...] trazas de pobre
no sé qué efecto tendrán,
pues, por ser suyas, serán
iiikliws. (219 a)
El engaño consiste en cortejar a doña Clara con el nombre ver-dadero,
y con el fingido galantear a la hermosa doña Beatriz, las
cuales por él abandonan a sus antiguss galanes. Al principio actuaba
así por temor de que alguna le fallase 5; con el tiempo termina que-riendo
a las dos, planteándose un tremendo problema desde el punto
de vista moral G, que, dadas las ideas de la época, no se puede per-mitir.
Por eso, aunque con la ayuda de su amigo, don Juan, y de
Rodrigo, su criado, consiga efectivamente engañarlas a ambas; los
amantes desairados lo retan y él, sin saber que las damas lo están
oyendo, confiesa, orgulloso y dispuesto a batirse con los dos, todo
el plan preparado7. Las mujeres impiden el duelo, ofreciendo su
mano a los antiguos pretendientes. Doña Clara expresa la moraleja
de la obra:
' ¡Qué no intenta un hombrc pobre
S Cuando obre / esta pensión la
queda; / pues no e; posible- que pueda ,
debe tener / cualquier amante discreto / una dama de respeto, / p& lo que
ha de suceder (219 a).
/ con ingenio y con amor! (220 a).
Fortuna, / y una pierda, otra me
/ de las dos faltarme una. 1 Por eso
Si esta vez / con industrias y arte venzo / amor, ingenio y mujer / en
la ocasión que me ha puesto / no habrá que temer a amor; / pues seguramente
puedo / atraverme a conseguir / en dos divinos sujetos / belleza y hacienda,
gusto / e interés, honra y provecho (227 a).
' Escuchadme, pues, los dos, / de una vez dejando tantas / disensiones,
liabla que / diga verdades más claras; / porque un hombre principal / puede
mentir con las damas / (que engañarlas con industria / es más buen gusto
que infamia / y los mayores señores / lo suelen tener por gala); / pero con
los hombres, no. / Y así, ahora en la campaña / digo que soy don Dionís / y
don Diego, y que, con trazas / de hombre pobre, he pretendido / juntas a
Beatriz y a Clara, / a ésta por su hacienda, a aquélla / por su hermosura y
su gracia [...] / Abreviad, quién ha de ser / quien antes se satisfaga / de mí,
pues tengo a los dos / quejoso>: que aquí os aguarda / el valor, que ya
remito / desde la lengua a la espada (232 a-b).
Ved si el mentir con las damas,
y engañarlas con ingenio,
es más buen gusto que infamia. (233 a)
En el comportamiento de los personajes, junto con el temor,
influye el orgullo, a menudo, causa de aquél. En efecto, si un caba-llero
teme la pérdida de su honnr, se debe al orgullo que siente en
la posesión de ese bien social: de ahí que los criados ni manifiesten
orgullo ni teman por un honor que, de entrada, se les niega.
Veamos ahora algunas obras que puedan ejemplificarnos la lucha
por la libertad ante Dios, el Destino y la Sociedad. Si bien en todas
los temas se entrelazan; en cada una de ellas, sin embargo, hay uno
que predomina: la salvación en La Dei~orión de ln Cruz, el destino
en La Vida es Sueño y el honor en A secreto agravio, secreta ven-ganza.
El problema de la libertad frente a la gracia y la salvación no lo
hallamos clara y directamente expuesto, lo cual es explicable. Dijimos
que, en la relación hombre/Dios, se conjugan la libertad humana
(posibilita al hombrc actuar scgún su propio dcseo), la ley divina
(limita dicha libertad y obliga a obedecerla voluntariamente, es
decir, se trata de una obligación moral, no física) y la Providencia
(se impune al hombre cun necesidad física).
Calderón parte muchas veces de una situación inicial provocada
por el Azar, la cual actúa como el conocido recurso del deus ex
machina: naufragios (Purgatorio de San Patricio), caídas de caballos
(El Alcaide de si mismo, El Médico de su Honra, ...). Utiliza tantas
veces este recurso que, en La Devoción de la Cruz, lo hace burlesca-mente,
al caer en un barrizal Menga y la burra en que iba montada.
Pero este azar es asumido cristianamente como Providencia. La Pro-videncia
puede impedir que se cometa un acto reprobable e, incluso,
sacar consecuencias positivas de una acción mala en sí. El pecado
resulta de un rechazo de la norma divina o de una negación de Dios;
Calderón salva a quienes incumplen los mandamientos, casi siempre
bandoleros, pero condena al ateo que consciente y voluntariamente
acepta su idolatría o su ateísmo, es decir, se rebela contra el Dios
verdadero '. En La Devoción de la Cfuz dice el rey Egerio:
"Oh, cuánto, / ignorante, el hombre yerra, / que, sin consultar a
Dios, / intentos suyos asienta! / Dígalo en el mar Filipo; / pues hoy, a vista
de tierra, / estandu sereno el cielo, / manso el aire, el agua quieta, / vio en
un punto, en un instante / sus presunciones deshechas (181 a).
El traje
más que de rey, de bárbaro salvaje
traigo; porque quisiera
fiera así parecer, pues que soy fiera
a dios ninguno adoro,
que aun sus nombres ignoro,
ni aquí los adoramos ni tenemos;
que el morir y el nacer sólo creemos. (180 a)
Fn efecto, el rey muere condenado; sin embargo, los forajidos,
los bandidos que viven al margen de cualquier mandamiento humano
o divino, que arremeten contra todo lo sagrado y lo profano, tienen,
como en la literatura miraculística medieval, cicrtn fc, crccncia o
devoción que los salvará, pese a sus malas obras. No se trata de una
justificación por la fe, propia de los protestantes, sino de unos méritos
adquiridos quc, cn los últimos instantes, conducen al arrepentimierito
y Dios, en virtud de una promesa al pecador hecha por algún inter-mediario
(un santo) realiza el milagro de que el alma permanezca
en este mundo para poder recibir el sacramento de la penitencia.
Hay un influjo sobre el individuo, una intervención física de la
Providencia que puede obtener bien del mal, para lo cual realiza
milagros, naufragios, caídas del caballo (símbolo del derribo de los
soberbios, recordemos el caso de Saulo). Así salva al individuo o,
incluso, a un pueblo '.
Se trata de una sugestión interior que impulsa hacia lo descono-cido;
pero no actúa necesariamente, como la fuerza física, sino que
debe ser aceptada para que pueda dar su fruto. El mérito estriba en
sucundar dicha sugestión. El rey siente el impulso; pero, al contrario
que Patricio, lo rechaza:
Calla, mísero cristiano,
quc cl alma a tu voz atenta,
no sé qué afecto la rige,
no sé qué poder la fuerza
a kiiicrle y adurarie. (181 b)
' Yo (a quien el cielo no sé / para qué efecto conserva, / siendo tan inútil)
pude, / con más aliento y más fuerza, / no solo darme la vida / a mí; pero,
aun en defensa / deste valeroso joven, / aventurarla y perderla, / porque no
sé que secreto / tras él me arrebata y lleva, / que pienso que ha de pagar-me
/ con grande logro esta deuda (181 b).
Y, porque veas, Patricio,
cuánto estimo cuánto precio
tus amenazas, la vida
te dejo; vomita el fuego
de la palabra de Dios,
para que veas en esto
que ni adoro su deidad
ni sus maravillas temo. (185 a)
1.a salvación, en último término, se deberá a la inclinación inte-rior
debidamente favorecida por el pecador. Ludovico, en esta misma
obra, manifiesta claramente su voluntad de hacer el mal sin respetar
ninguna ley; pero, al final, comprenderá y aceptará la lección que
le envía el cielo con la visión del propio cadáver y del purgatorio,
y seguirá la iluminación interior:
Auxilio fue, inspiración
de Dios, la que aquí me trajo,
no vanidad, no ambición,
no deseo de saber
secretos que guarda Dios.
No pervirtáis este intento
que es divina vocación. (206 a)
Más claras se muestran estas posturas en La Devoción de la Cruz,
cuyo argumento resumo: Eusebio y Lisardo están a punto de batirse
en duelo y, antes de empezar, ofrecen al público noticias de su vida
y del motivo del desafío. Eusebio cuenta que, recién nacido, lo en-contraron
en pleno bosque, al pie de una cruz, y que un pastor lo
llcvó a casa de un hacendado, quien lo educó y dejó por heredero.
Desde su infancia le han sucedido varios casos milagrosos, pues tiene
una cruz <<impresa en los pechos* y además salió ileso de diferentes
peligros, gracias a alguna cruz que o bicn llcvaba pucsta o bicn se
encontraba cercana a él. Está enamorado de Julia, hermana de Lisar-do,
su contrincante; pero la familia de éstos lo rechaza y Lisardo
lo obliga a batirse, duelo que tiene lugar a cuntinuacih y e11 el curso
del cual Lisardo es herido de muerte y, en su agonía, pide a Eusebio:
No permitas que muera
sin confesión [.. .]
No me mates, por aquella
Cruz en que Cristo murió. (395 a)
Al pedírselo por la Cruz, Eusebio (fijémonos en su significado:
«piadoso», «respetuoso con los padres», «santo») lleva al moribundo
a una ermita cercana donde pueda confesarse. Esta acción le produce
a Eusebio la primera promesa de su salvación:
Pues yo te doy mi palabra,
por esta piedad que muestras,
que, si yo merezco verme
en la divina presencia
de Dios, pediré que tú
sin confesarte no mueras. (íd .)
Julia se entera de que es el asesino de su hermano y lo rechaza
e ingresa en un convento. El, despechado y perseguido por la justicia,
huye al monte y se hace jefe de una cuadrilla de bandoleros. Aunque
asesino lo; a todos cuantos mata los entierra en su cementerio par-ticular,
poniéndoles una cruz en la tumba ''.
Cuando pasaba por allí Alberto, obispo de Trento, recibe un tiro
de arcabuz en el pecho; pero el plomo da en el original manuscrito
de un tratado sobre los «Milagros de la Cruz» y no daña al obispo.
El forajido, maravillado y devoto, le perdona la vida''. Además,
Eusebio que, pese a sus obras, cree en Dios, procura asegurarse
sus últimos días de vida, de los cuales hace depender su posible sal-vación,
y le pide al obispo: «Si deseas / mi bien, pídele a Dios que
no permita / muera sin confesión» (402 a). El futuro eremita le
contesta:
Yo te prometo
seré ministro en tan piadoso efeto
'O Y pues mis hados fieros / me traen a capitán de baridolerus, / llegarán
mis delitos / a ser, como mis penas, infinitos. / Como si diera muerte / a
Lisardo a traición, de aquesta suerte / mi patria me persigue, / porque su
furia y mi despecho obligue / a que guarde una vida, / siendo de tantas
bárbaro homicida. / Mi hacienda me han quitado, / mis villas confiscado, / y
a tanto rigor llegan, / que el sustento me niegan. / No toque pasajero / el
término del monte, si primero / no rinde hacienda y vida (401 a).
" Si os coge, / señor, aunque no le enoje / ni vuestro hacer ni decir, / luego
os matará, y creed / que con poner tras la ofensa / una cruz encima,
piensa / que os hace mucha merced (403 a).
'"Qué bien la llama / de aquel plomo inclcmcntc, / más quc la ccra,
se mostró obediente! / iPluguiera a Dios, mi mano, / antes que blanco, su
papel, hiciera / de aquel golpe tirano, / entre su fuego ardiera! / Lleva ropa
y dinero / y la vida; solo este libro quiero. / Y, vosotros, salidle acompa-ñando
/ hasta dejarle libre (401a-402b).
y te doy mi palabra,
(tanto en mi pecho tu clemencia labra)
que si me llamas en cualquiera parte,
dejaré mi desierto
por ir a confesarte:
Sana mi patria es, mi nombre Alberto. (402 a)
Ya tenemos la segunda promesa. Si la primera fue hecha por un
moribundo que, al poder confesarse, se supone que fue al cielo; la
segunda la realiza un santo varón que, siendo obispo, abandona la
mitra y los honores para retirarse al yermo 13.
Terminado el episodio de Alberto, uno de los bandoleros entra
en escena para comunicar a Eusebio que Curcio, padre de Lisardo y
Julia, viene con gente armada contra él y que Julia se encuentra «en
un convento seglar». Eusebio se decide asaltar el convento donde está
su amada.
Mientras tanto, gracias a un soliloquio de Curcio, nos enteramos
de que Eusebio es hijo suyo, con lo cual resulta que, sin saberlo,
es un fratricida y un futuro incestuoso. Eusebio es consciente del
sacrilegio que va a realizar, al seducir a una esposa de Cristo, por
eso se muestra celoso del Cielo; pero ignora que Julia sea hermana
suya 14.
Escala el convento, entra en la celda de Julia y logra seducirla;
pero descubre impresa, en el pecho de ella, una cruz semejante a la
propia y huye sin explicaciones, abandonándola '".
Julia se considera rechazada y despreciada en su condición de
mujer, y sale de convento en busca de Eusebio. Como no lo encuentra,
quiere regresar; pero han retirado la escala que le sirvió para bajar
y piensa que Dios ya no la quiere 16. Encubierta, huye al monte,
comete varios asesinatos y, cuando encuentra la banda de Eusebio,
desafía a éste; el duelo, sin embargo, no se realiza, porque, al des-l3
Los laureles dejé, deié las palmas / y, huyendo sus engaños, / vengo a
buscar seguros desengaños / en estas soledades, / donde viven desnudas las
verdades (401 b).
j4 ¡Que el cielo me castigue / con tan fieras venganzas / de perdidos
deseos, / de muertas esperanzas, / que de los mismos cielos / por quien me
deja, vengo a tener celos! (402 b).
l5 Y no permitan los cielos / que, aunque tanto los ofenda, / pierda a la
cruz el respeto (408 a).
l6 Mas, ya mi desdicha entiendo: / desta suertc me negáis / la entrada
vuestra; pues creo / que, cuando quiero subir / arrepentida, no puedo. / Pues,
si ya me habéis negado / vuestra clemencia, mis hechos / de mujer desespe-rada
/ darán asombros al cielo (409 b).
cubrirse su identidad, Eusebio la hace su lugarteniente, puesto que
desempeña disfrazada de hombre y con la cara tapada.
Posteriormente Curcio y Eusebio se encuentran y luchan; pero
cesan, pues una fuerza interior, llamémosla fuerza de la sangre, les
impide continuar con las espadas. Llegan los villanos y atacan a
Eusebio, que cae despeñado -la pelea, que tiene lugar fuera de la
escena, la describe Curcio 17-. Eusebio, al despeñarse, se hiere en
el pecho; Curcio intenta curar la herida y descubre la cruz «que
conviene con otra que Julia tienen, por lo cual lo reconoce como hijo.
Muere Eusebio y es enterrado: no obstante, desde la tumba llama al
obispo eremita:
Mi fe, Alherto, t~ 11am6,
para que, antes de morir,
me oyeses en confesión.
Rato ha que hubiera muerto;
pero libre se quedó
del espíritu el cadáver,
que de la muerte el feroz
golpe le privó del uso,
pero no le dividió.
Ven adonde mis pecados
confiese, Alberto, que son
más que del mar las arenas
y los átomos del sol.
¡Tanto con el cielo puede
de la Cruz la devoción! (418 a-419 b)
La sombra de Eusebio sale del sepulcro, se aparta con Alberto
y, cuando éste le da la absolución, se desvanece. Curcio, junto a la
tumba, vuelve a testificar que se trataba de su hijo la. Julia que,
disfrazada, lo oye, se descubre el rostro y reconoce sus fechorías y
su deseo de regresar al convento. Su padre no la perdona e intenta
matarla; pero la joven se abraza a la cruz de la tumba de Eusebio
y sale volando. Así termina la obra.
En ésta actúan varias fuerzas. En primer lugar, la Providencia,
" Apretándole van. iOh quién pudiera / darte agora la vida, / Eusebio,
aunque la suya misma diera! / En el monte se ha entrado, / por mil partes
lieiidu. / icLiidiiclust. hija clt.apt.iiddu / dl vdllt.. Vuy vuldiiclu, / que aquella
sangre fría, / que, con tímida voz, me está llamando, / algo tiene de mía; / que
sangre, que no fuera / propia, ni me llamara, ni la oyera (416 a).
'' ¡Ay, hijo del alma mía1 / No fue deidichaclo, no, / quien en su trágica
muerte / tantas glorias mereció. / Así Julia conociera / sus culpas (419 b).
fuerza exterior que castiga en los hijos los pecados de los padres:
Curcio duda de la fidelidad de su esposa, la lleva a una cacería y la
acuchilla; la esposa pone por testigo de su inocencia a una cruz y
pide que sea su guarda; de vuelta a casa, Curcio encuentra a su mujer
junto a una niña con una cruz en el pecho, única superviviente de
un parto doble (ya se sabe el significado de los partos múltiples;
v. «El Caballero del Cisne»), pues al niño lo abandonó al pie de la
cruz. Tras la muerte de su esposa, Curcio sigue atormentado por su
hipotética deshonra; tanto que, ante una contradicción de Julia, no
duda en atribuir la desobediencia a su origen bastardo ".
Por su parte Eusebio crece convencido de que su natural es malo,
a causa de su nacimiento irregular.
Pero, si efectivamente los hijos sufren los pecados de los padres.
también son el instrumento de la venganza divina contra los propios
progenitores. Por eso Curcio pierde al hijo mayor, sobre cuya legiti-midad
no existía duda, y es humillado por los dos que nacen con tal
sospecha. Los hijos se salvan, porque la lección de la Providencia
no los podía alcanzar después de esta vida y condenarlos eternamen-tc
por culpas ajenas, por pecados cometidos por los padres.
Otra fuerza es la inspiración o tentación, que sienten los per-sonajes
y que les impele hacia unas acciones determinadas, como
el respetu que mutuamente sienten Eusebio y Curcio.
Como vemos, la libertad humana en relación con Dios es muy
reducida, porque ni puede actuar contra la influencia externa ni
puede, por sí sola, merecer la saIvación. En cuanto a 1a aceptación
o rechazo de la fuerza interior el planteamiento es distinto. Si la
acción física realizada por un ser supra-humano para inducir al in-dividuo
a obrar de una determinada manera, puede encauzarse (no
sustraerse a ella) en un sentido conveniente; el poder de la sugestión
interior (la Providencia que sugiere el bien o el demonio que pro-cura
que el hombre se incline al mal) puede rechazarse, incluso,
cuando estas sugerencias vienen determinadas por hechos externos.
Las cadenas del demonio es la exposición de cómo librarse de la
influencia negativa de éste, y de cómo recuperar la libertad, des-pués
de haber vendido el alma al diablo.
Su planteamiento inicial es parecido al de La vida es sueño: La
princesa Irene maldice su nacimiento, porque se encuentra encerrada
en una torre por orden de su padre, para evitar que se realicen los
l9 En este punto a creer llego / lo que el alma sospechó, / que no fue
buena tu madre / y manchó mi honor alguno; / pues hoy tu error impor-tuno
/ ofende el honor de un padre / a quien el sol no igualó / en resplandor
y belleza, / sangre, honor, lustre y nobleza (397 b).
pronósticos hechos en su nacimiento20. También, como en el caso de
Segismundo, la predicción se cumple. La diferencia estriba en el modo
de llegar al poder. Irene vende su alma al diablo (en realidad a As-tarot,
dios oficial del reino, antes de ser evangelizado por San Bar-tolomé)
con la condición de que la saque de la torre y la ponga en
el trono. Los pretendientes a la corona son dos hermanos, primos de
Irene: Ceusis, soberbio, orgulloso de sus vicios, altanero con los
dioses, que se considera obligado con Astarot, por haberle devuelto
la vista que el mismo le quitó, y lucha por él cerrándose a la gracia,
pues cree actos de magia los milagros de San Bartolomé y, junto con
los sacerdotes paganos, no acepta la conversión del reino. El otro es
Licanoro, un joven que busca a Dios mediante la simple razón que,
al escuchar a San Bartolomé, quiere que le instruya en la verdadera
religión y que prefiere perder a Irene y, con ella, el reino por seguir
la llamada de Dios; que no duda en ponerse al frente de un ejército
contra Irene, Ceusis y los sacerdotes, cuando ve que el pueblo se ha
convertido.
El problema se centra en la evolución de Irene, pues tanto Ceusis
como Licanoro, se dejan llevar por su naturaleza y permanecen fie-les
a sus principios: uno cerrándose, pese a sus experiencias, a la
gracia; y el otro aceptándola voluntariamente. Por otra parte actúa
el poder dc Astarot, limitado por Dios (como en Job) a solo las
«naturales causas», sin poder tocar la vida ni la voluntad 'l.
La conversión de Irene resulta demasiado simple, como en la
miraculística medieval. Toda su actuación es contra el cristianismo,
aun antes de estar poseída por Astarot; después San Bartolomé obli-ga
al diablo a retirarse a un cabello de Irene y ésta se convierte:
¡Qué de cosas han pasado
por mí! ¿no estaba ahora yo
animando los parciales
de los bandos de Astarot?
Ya ha muchos días que eso,
Irene, te sucedió.
Para todo aqueste imperio / robos, muertes, disensiones, / bandos,
tragedias, incendios, / lides, traiciones, insultos, / ruinas y escándalos (646 b).
'' porque tiene el pecador, / en su albedrío, tal vez / más ancha la
permisión / que yo, pues puede acercarse / él a mí; pero yo a él, no (668 b).
¿Luego he vivido sin mí
todo ese tiempo? iOh! ¡Qué error
tan grande ha sido ignorar
tanta verdad hasta hoy
de otra nueva ley! Supuesto
que se ha cumplido en lo atroz
de mi vida, en lo piadoso
se cumpla. ¡Cristo es el Dios
verdadero! (667 b-668 a)
Resulta evidente la doctrina de Calderón: el hombre es libre
para rechazar, en cualquier momento, sus actos o creencias ante-riores.
* * *
Un segundo aspecto del problema de la libertad es el del en-frentamiento
con las cosas, con el Destino o Hado, que Calderón des-arrolla
en La vida es sueño. Según el dramaturgo madrileño, los pro-nósticos
se cumplen: todos sabemos que el príncipe fue tal como pre-dijo
su horóscopo ".
El rey Basilio, conocedor de la ciencia astrológica, al conocer el
vaticinio, trata de impedir su realización "; pero con su acción pre-cipita
el cumplimiento del hado, al colocar al príncipe en el trono
favorece el desarrollo de su despotismo y, al volverlo a la torre, da
ocasión para que el pueblo se rebele. El rey termina, como había te-mido,
a los pies de su hijo ". La predicción se cumple en esencia,
aunque las circunstancias de modo y de tiempo no sean las que se
interpretaron en un principio. Además, en un final que el lector
iiioJeriio iecliazaría, Segismurido se coiivierte en un príncipe modclo
de discreción, con la cual afirma:
" el hombre más atrevido / el príncipe más cruel / y el monarca más
impío, / por quien su reino vendría / a ser parcial y diviso / escuela de las
traiciones / y academia de los vicios; / y él, de su furor llevado, / entre
asombros y delitos, / había de poner en mi / las plantas; y yo, rendido, / a
sus pies me había de ver / ( jcon qué congoja lo digo!) / siendo alfombra dc
sus plantas / las canas del rostro mío (508 a).
" por ver si el sabio tenía / en las estrellas dominio (508 a).
'' ya estoy, principe, a tus plantas; / sea d'ellas blanca alfombra / esta
nieve de mis canas. / Pisa mi cerviz y huella / mi corona: postra, arrastra / mi
decoro y mi respeto; / toma de mi honor venganza, / sírvete de mí, cau-tivo;
/ y, tras prevenciones tantas. / cumpla el hado su homenaje, / cumpla
el cielo su palabra (532 a).
Lo que está determinado
del cielo, y en azul tabla
Dios con el dedo escribió,
de q'iien son cifras y estampas
tantos papeles azules
que adornan letras doradas;
nunca engaña, nunca miente,
porque quien miente y engaña
es quien, para usar mal de ellas,
!as penetro y !os n!canza.. .
Sentencia del cielo fue:
por más que quiso estorbarla
El, no pudo; ¿y podré yo
que soy menor en las canas,
en el valor y en la ciencia
v-ericcrla? (532 a-Dj
Frente al pagano Alcos del Sendebar, que se deja llevar de opi-niones
y de estrellas, el cristiano Basilio quiere poner los medios
para que su hijo sea un buen rey, pues siente remordimientos por la
injusticia que cometería, si entregara el trono a su sobrino, deshere-darido
a su hijo "'. Todv resulta inúiii '> el monarca se desengaña
cuando ve actuar al príncipe '' y finalmente abandona los métodos
pacíficos y decide reducir a su hijo mediante las armas, es decir, pre-tende
oponerse al hado con la guerra2'.
La conclusión que sacamos de todo esto es que el Destino es ine-
" quc si a mi sangre lc quito / cl dcrccho que lc dicron / humano fuero
y divino, / no es cristiana caridad; / pues ninguna ley ha dicho / que, por
reservar yo a otro / de tirano y de atrevido, / pueda yo serlo, supuesto / que
si es tirano mi hijo, /porque él delitos no haga, / vengo yo a hacer los
delitos (508 b).
'' que no hay seguro camino / a la fuerza del destino / y a la inclemencia
del hado (531 b).
" Pésame mucho que cuando, / Príncipe, a verte he venido, / pensando
hallarte advertido, / de hados y estrellas triunfando, / con tanto rigor te
vea, / y que la primera acción / que has hecho en esta ocasión, / un grave
homicidio sea (515 a).
'' Dadme un caballo, porque yo en persona / vencer valiente a un hijo
ingrato quiero; / y en la defensa ya de mi corona, / lo que la ciencia erró
venza el acero (525 b).
Al expresarse así olvidaba lo que poco antes había dicho:
Poco reparo tiene lo infalible, / y mucho riesgo lo previsto tiene. / Si ha
de ser, la defensa es imposible, / que quien la escusa más, más la pre-
/ ;Eura ley;f!u,er te ihorrer terrih!e! ; / +ir:: ,UC kie
del riesgo, al riesgo viene; (525 a).
ludible y que toda acción humana contra él resulta absurda o con-traproducente.
En otras palabras, existe la predestinación, no hay
libertad, no se puede merecer mediante las propias obras y, por lo
tanto, tampoco hay culpa pues no se es responsable. Estas doctrinas
fueron combatidas por el concilio de Trento y Calderón, dramatur-go
católico, no podía aceptarlas y, mucho menos, aparecer como
partidario de ellas, por eso, Rasilio puntualiza:
el ver cuánto yerro ha sido
dar crédito fácilmente
a los sucesos previstos;
pues, aunque su inclinación
le dicte sus precipicios,
quizá no le vencerán,
porque el hado más esquivo,
la inclinación más violenta,
el planeta más impío,
solo el albedrío inclinan,
no fuerzan el albedrío. (508 b)
También Clotaldo anima a Segismundo para que venza su sino ".
Vemos en la obra una contradicción, pues en estos párrafos com-para
la acción de las estrellas con una simple inclinación tempera-mental
que puede ser vencida por la libertad humana. Sin embargo,
a lo largo de todo el drama presenta un hecho de astrolugía judi-ciaria,
porque el pronóstico se refiere a hechos concretos dependien-tes
de las condiciones morales de Segismundo. Contra esta predic-ción
fracasan las armas y la ciencia, pese a la máxima latina Sapiens
dominabitur astris.
Calderón quiere unir astrología y fe, sin que ninguna aparezca
como falsa -aquí reside la problemática del drama- y la solu-ción
que propone es la de admitir dos campos o dominios: el orden
universal donde todo está previsto y donde todo ha de cumplirse;
otro, el del orden individual en el que actúa la libertad humana3".
Aunque el primero, como en el caso de la Providencia o del Demo-nio,
imponga la ocasión externa y la inclinación interna, es la vo-luntad
la que, en último término, decide y responsabiliza al individuo.
Mas, fiando a tu atención / que vencerás las estrellas. / porque es posible
vencellas / a un magnánimo varón (513 b).
lo Ruiz de Alarcón (El Dueño de las Estrellas) distingue entre el hado,
inevitable, y la predisposición artrológica:
y si d'clla violentados / mis pies, dan erradas huellas: / vencer puede las
estrellas / el sabio, mas no los hados.
La fortuna no se vence
con injusticia y venganza,
porque antes se incita más;
y así, quien vencer aguarda
a su fortuna, ha de ser
con prudencia y con templanza (532 b)
Nos queda por ver la libertad en las relaciones de la persona con
sus semejantes. Sobradamente conocido es hasta dónde llega la obe-diencia
del inferior al superior, ya sea del vasallo al rey, del criado
al señor o del hijo al padre 31. Me detendrá, por lo mismo, en la re-lación
individuo/sociedad.
Como dice Menéndez Pida1 (De Cervantes y Lope de Vega), el
honor se consideraba un bien social del que hidalgos y nobles eran
depositarios; desde el momento en que alguno lo perdía, el deshon-rado
era rechazado por la sociedad, a menos que lo recuperase dando
muerte al ofensor. El deshonor era la muerte social, más grave que
la misma muerte individual, por eso don Vela, en La Virgen del
Sagrario, ante una solución dudosa para un problema de honor,
afirma :
Mi vida es el honor mío.
No hay por qué el morir dilate;
aunque el rey después me mate,
tengo que ir al desafío. (593 a)
El honor es un bien de la sociedad, superior a cualquiera de
los del individuo, y sólo deberá ceder ante otro socialmente mayor.
La vida del rey o la del heredero del trono eran más necesarias para
la sociedad que el honor del individuo y éste no había de vengarse
de la familia real, sino de sus colaboradores y, en materia sexual, la
venganza recaería sobre la mujer exclusivamente, ya fuese esposa,
hija o hermana.
El honor abarcaba sectores muy amplios de la vida, cubiertos por
las virtudes caballerescas. Si alguien acusaba a un caballero de em-bustero
o de cobarde, le negaba las virtudes correspondientes de ve-
" Solo tiene libertad / un hijo para escoger / estado, que el hado
impío / no fuerza el libre albedrío ... / La libertad te defiendo, / señor, pero
no la vida. / Acaba su curso triste / y acabará tu pesar, / que mal te puedo
negar / la vida quc tú me diste; / la libertad, que me dio / el cielo, es la
que te niego (397 a).
racidad y valentía, por lo cual debía obligar, por cualquier medio,
al ofensor para que se retractase, pues era preferible morir física-mente
a seguir en este mundo sin «vida social» '" aunque los efectos
no sean los que se esperaba, como le ocurre a don Juan ( A secreto
agravio.. .) :
¿Quién en el mundo previno
su desdicha? ¿No hizo harto
aquel que la satisfizo?
¿aquel que puso su vida,
desesperado, al peligro
por quedar muerto y honrado
antes que afrentado y vivo?
Mas no es así. (447 a)
En cl teatro estos casos de insulto personal son episódicos o no
constituyen más que el origen o causa de la trama (como en Amar
después de la muerte); por eso me centraré en el tema del honor
co~iyugal, asuilto de tantas y tantas obras de nucstros dramaturgos
del Siglo de Oro.
El honor reside en la familia, es patrimonio familiar y cada in-dividuo
debe velar por él. Pero es la sociedad quien honra, es decir,
quien reconoce ese honor. Puede darse el caso de un caballero con
honor y deshonrado, porque la sociedad, por los motivos que fue-ren,
le niega su reconocimiento. Por lo tanto, no sólo tendrá que
mantener limpio el honor, sino la honra: el individuo será honrado
y lo parecerá, porque, como dice don Juan de Silva en la escena
antes citada, una sinrazón puede quitar la honra'". Por ser patri-monio
familiar, existen unas normas que determinan las personas
que tienen la obligación de velar por él. Las mujeres estaban ex-cluidas
de cualquier acción violenta "', aunque no falten heroínas
" Gnrci Ruiz de Alarcón (Los Favores del Mundo) se expresa asi.
vos habéis dicho de mí / que soy cobarde en la guerra, / sabiendo que
en valentía / os venzo, como en nobleza. / -« ¡Mentís en todo! »; le dije, / mas
húbelo dicho apenas, / cuando le tiró, en un guante, / a mi honor una
saeta / que, si bien no me llegó, 1 es, por desdicha nuestra, / el honor tan
delicado, / que del intento se quiebra.
" iOh tirano error / de los hombres! iOh vil ley / del mundo! ¡Que una
raz6n / o que uiia aiiiiazón pueda / manchar cl altivo honor / tantos años
adquirido, / y que la antigua opinión / de honrado quede postrada / a lo fácil
de una voz! (427 b).
Ya que no puedo matar / a quien llegó a deslucir / mi honor, déjame
sentir / las afrentas que le heredo, / pues ya que matar no puedo, / pueda
que, disfrazadas, luchan con el ofensor. Son los hombres quienes
habían de vengar la ofensa y recuperar su honor con la muerte del
rival3'; pero solo los hombres de la familia, padre, marido, hijos o
hermanos, no pudiendo hacerlo amigos 36 ni prometidos 37.
Si el código caballeresco impone la venganza, las leyes de la
justicia prescriben el castigo del homicida. Aunque en el teatro el
ofensor herido termina pidiendo el sobreseimiento de la causa; sin
embargo, el personaje que, como los héroes de la tragedia griega, se
ve arrastrado a la venganza y conoce las consecuencias a que se
expone, no puede menos que quejarsc contra cstc código de honor 3s.
Se trata, pues, de leyes humanas y el hombre puede rebelarse contra
ellas, cosa que no ocurría en los anteriores casos; pero, de todos
modos, acabarán amoldándose y actuando de acuerdo con sus pre-ceptos
para que no se rompa la armonía de la sociedad. Así ocurre
en A secreto agravio, secreta venganza, cuyo argumento resumo: en
Lisboa se encuentran dos viejos soldados portugueses, don Lope de
Almeida y don Juan de Silva. Este le cuenta a don Lope que vuelve
pobre de Goa porque ha debido salir huyendo por un crimen come-tido
para defender su honor; don Lope lo recibe en su casa y le
comunica, a su vez, que se dirige a esperar a su esposa, pues se ha
casado por poder con doña Leonor de Mendoza, la cual llega por
mar desde Castilla.
La castellana ha permitido su boda con Lope, porque creía muerto
a don Luis de Benavides, de quien estaba cnarnorada, cl cual sc
a lo menor morir. / ¡Qué avara Naturaleza / con nosotras se mostró, / pues,
cuando mucho, nos dio / un ingenio, una belleza / adonde el honor tro-pieza,
/ mas no donde pueda estar / seguro! ¿qué más pesar, / si a padre y
marido vemos / que quitar su honor podemos, / y no le podemos dar? (354 a).
'' Solo dichoso / puede llamarse el que deja, / como vos, limpio su
honor / y castigada su ofensa; / honrado estáis: negras sombras / no des-lustren,
no oscurezcan / vuestro honor antiguo (428 a).
36 porque recibido / está que no se vengó / bien del ofensor, si no / le
dio muerte el ofendido, / si no es que su hijo sea / o sea su hermano me-nor;
/ y así, para que su honor / hoy imposible no vea / la venganza que
desea, / una fineza he de hacer, / que es pedirte por mujer / a don Juan:
y así, colijo / que, siendo una vez su hijo, / le podré satisfacer (354 b).
37 NO podré; pues si él quedara / satisfecho, siendo mía / la venganza,
en este día / al castellano matara. / A él, sin él, yo le vengara, / prudente,
advertido y sabio; / mas dc la intcnción dcl labio / satisfacción no se al-canza,
/ si el brazo de la venganza / no es del cuerpo del agravio (443 b).
¡Injusto engaño / de la vida! O su pasión / no dé por infame al
hombre / que sufre deshonor, / o le dé por disculpado / si se venga; que
es error / dar a la afrenta castigo, / y no al castigo perdón (427 b-428 a).
presenta ante ella disfrazado de mercader de joyas y, con palabras
de doble sentido, le echa en cara el no haber guardado su palabra
de matrimonio y no haberlo esperado. Después don Luis empieza a
parear 11 ra!!~ de a&-. Leonor y, peco a pncn, ésta va rmcintiendn
pensamientos adulterinos 39.
La dama, consciente de lo peligroso del juego, cada vez se mete
más en él, hasta aprovechar la ocasión de que don Lope marcha a
Africa con los ejércitos del rey don Sebastián, para darle una cita
en su casa.
Estos actos no pasan inadvertidos, pues tanto el marido como
don Juan se dan cuenta del galanteo. Don Juan no puede defender
la honra de su huésped, aunque esté dispuesto a dar su vida por él,
porque el brazo de la venganza ha de ser del cuerpo del agravio;
además tampoco puede advertirlo, porque «quien dice que no le
,,,:c r l b i i r / cs q ~ i e n!e quita e! heaer:: (444 u), y m debe cu!!ur, prqUr
sería cómplice o encubridor 40. Entonces decide consultarlo con el
mismo don Lope, exponiéndole el caso como sucedido a otras per-sonas.
Don Lope se da cuenta de que se reiiere a 61 'l y, corno sospe-chaba
hacía tiempo y comparaba los hechos mientras preparaba su
venganza, esta advertencia de don Juan lo decide a ejecutarla cuanto
antes. Un suceso, sin embargo, lo obliga a cambiar sus planes, pues
de él se deduce que la venganza no borra la memoria de la infamia 42,
por lo cual aplaza el vengarse hasta hallar el momento oportuno de
realizarlo en secreto, pues los amores de su esposa con don Luis
ni son públicos ni se han consumado.
'' porque ini vida y mi honor / ya no es mío, es de mi esposo, / dile a
don Luis ... / que con lágrimas bañada / vuelvo a pedirle se vuelva / a Castilla,
y se resuelva / a no hacerme mal casada; / porque fiera y ofendida, / si no
lo hace, ¡vive Dios!, / que podrá ser que a los dos / nos venga a costar la
vida (434 a-b).
'O ¿Qué debe hacer un amigo / en tal caso, pues entiendo / que, si lo callo,
le ofendo, / y le ofendo, si lo digo; / oféndole, si castigo / su agravio? (444 a).
41 NO quiere oír su ofensa, / que no puede un hombre estar / ignorante y
agraviado. / Aquel que ha disimuiado / su ofensa por no vengaiia, j es quien
culpado se halla, / porque, en un caso tan grave, / no yerra el que no lo
sabe, / sino el que lo sabe y calla. / Y yo, de mí, sé decir / que, si un amigo
cual vos / (siendo quien somos los dos) / tal me llegara a decir, / tal pudiera
presumir / de mí, tal imaginara, / que el primero en quien vengara / mi
desdicha, fuera en él; / porque es cosa muy cruel / para dicha cara a
rara (444 h).
" bastante no ha sido / la venganza a sepultar / un agravio recibido (436 b).
Encuentra la ocasión cuando, al pasar el rio solo con Benavides,
suelta las amarras, acuchilla al rival y se salva a nado, prendiendo
fuego, a continuación, a la casa en la que estaba doña Leonor. El
drama termina con la explicación que don Juan da de estos hechos
al rey don Sebastián, a fin de que el público capte la moraleja:
el que supo el agravio
solo la venganza sepa [. . .]
porque secreta venganza
requiere secreta ofensa. (453 b)
Lo cual no es más que trasposición al campo del honor del refrán
popular: «Por revelar los secretos, se siguieron grandcs dañosp.
En esta obra los dos protagonistas masculinos, que se mueven
por impulsos del honor, se rebelan contra esta cruel imposición social.
Ahora bien, mientras don Juan actúa sin reflexión alguna, don Lope
programa sus acciones de un modo cerebral, calculado, aunque no
frío, pues en todo momento lamenta tomar decisiones que van contra
su forma de ser.
Gracias a los largos soliloquios, tan típicos del teatro calderoniano,
llegamos a percibir los distintos estados anímicos del noble portugués.
Don Lope empieza sintiendo celos, por lo que se avergüenza de sí
mismo, pues, si en un soltero los celos son prueba de amor y expre-sión
de la inferioridad del amante respecto a la amada, según el
código renacentista; en un casado los celos presuponen la infidelidad
y el reconocerlo lo convierte en «ofensor y ofendido».
Apenas acaba de admitirlos, cuando ve parado frente a su puerta
a don Luis y recuerda que, desde hacía algún tiempo, no dejaba de
aparecer alrededor de su esposa 43. Con esto los cedan paso a las
sospechas; pero no quiere condenar movido por simples coinciden-cias
y conjeturas, ha de comprobar la realidad de las apariencias,
porque, mientras ella no consienta, no se puede hablar de falta contra
el honor 44, aunque sí contra la honra:
que al sol claro y limpio siempre,
si una nube no le eclipsa,
" en la calle, en la visita, / en la iglesia atentamente / es girasol de mi
honor, / bebiendo sus rayos siempre (436 b).
" ¿Y no puede / ser también que este galán / mire a parte diferente? / Y,
apretando más el caso, / cuando sirva, cuando espere, / cuando mire, cuando
quiera / ¿en qué me agravia ni ofende?
por lo menos se le atreve;
si no le mancha, le turba
y al fin, al fin le oscurece. (437 a)
Pese a todo disimula. Cuando sus sospechas se verifican al cn-contrar
en su propia casa a un hombre luchando con don Juan,
incluso, después de reconocer en el escondido al castellano que en
la calle seguía a doña Leonor, finge por no hacer pública su des-honra
ante el amigo y los criados y él mismo le abre la puerta del
jiirdíji. «hasta mejor ocasióii / S&-e, disimü!a y ca!!aii (443 U). Estn
idea de sufrir y disimular la repite varias veces y sólo el saber que
el asunto ya es conocido por otros lo decide a actuar con rapidez 46.
Lo embarga tal sentimiento de deshonor que se avergüenza de
presentarse ante el rey, por si éste conociera sus sospechas y cree
que cualquier frase pueda ser una alusión a su deshonra. Sin embargo,
en el momento en que decide llevar a cabo su venganza, empiezan
los remordimientos, las luchas internas, el abominar de «las costum-bres
necias»: si, a lo largo de su vida, ha acrecentado el honor here-dado
sin hacer nada que lo pueda manchar, ¿por qué se le ha de
deshonrar con acciones ajenas? "
Don Lope termina acatando la norma social, con lo cual será
ensalzado por el rey y por los amigos. Esto le ha costado casi una
enfermedad mental, pues ha vivido como alienado, solo para su
venganza.
En resumen, según Calderón, el hombre, con respecto a Dios,
debe utilizar su libertad y acatar la voluntad divina manifiesta en
la inspiración y rechazar la tentación, secundando u opo1ii6ndose
a las acciones físicas ejercidas sobre él por seres extra-humanos;
respecto a la Naturaleza y la influencia astral, deberá adaptarse a ella,
conduciéndola a buen fin, sin enfrentarse directamente porque fra-
4' En ~ t r ciu jetn ~ Q C Q ,/ In ~ I I Phs p w d n por mí / Don pregitnts por
sí, / luego alguna cosa vio. / ¿Haré que la diga?, no; / pero que la calle,
sí (444 b).
'' Basta, honor, no hay que esperar; / que quien llega a sospechar, / no
ha de llegar a creer, / ni esperar a suceder / el mal (445 a).
47 ¿en qué tribunal se ha visto / condenar al inocente? / ¿sentencias hay
sin delito? / ¿informaciones sin cargo? / y, sin culpas, ¿hay castigo? / iOh
locas leyes del mundo / que un hombre, que por sí hizo / cuanto pudo para
honrado, / no sepa si está ofendido! (446 a).
casaría; finalmente, respecto a la sociedad y sus injustas leyes,
deberá cumplirlas mientras la sociedad no cambie, pues el individuo
aislado nada puede hacer para mudar las costumbres 48. En otras
palabras, Calderón considera que es en el sometimiento de la voluntad
a Dios, la Naturaleza y la Sociedad, donde el individuo puede en-contrar
la felicidad, derivada de la armonía; solo le queda ir for-mando
la conciencia social y ¿qué medio mejor que el teatro?
48 Pero acortemos discursos, / porque será, un ofendido / culpar las cos-tumbres
necias, / proceder en infinito. / Yo no basto a reducirlas / (con tal
condicióil iiacimos); / yo vivo para ve~igarlas, / no para enmendarlas,
vivo (íd.).