Millares Cado
FERNANDCOH UECAG OITIA
Don Agustín Millares Carlo es una de esas personas que ponen su vida a
una carta, hombres unitarios y de una pieza se trazan desde jóvenes una vida
de renuncia y sacrificio para entregarse y consagrarse a una actividad que llene
su vida con voluntad firme y consecuente.
El monje o el asceta se entrega a una misión voluntariamente aceptada, que
le aleja de los placeres y vanidades del mundo, pero el hombre de ciencia,
sobre todo determinados hombres de ciencias, especialmente de ciencias arca-nas
y dificiles, que generalmente están cerradas, no sólo a hombres corrientes,
a eso que se llama el común de los mortales, sino también a hombres cultos y
curiosos. Este tipo de hombre de ciencia se acerca en sus renuncias y constan-te
dedicación a los ascetas.
Millares Carlo, era de estos hombres dedicados a ciencias arcanas, dentro
del campo de la historia, a la paleografía, a la lectura de códices arcanos y
palimpsestos difíciles de descifrar.
Buena prueba de ello fue, su discurso de ingreso en la Real Academia de
la Historia: los códices visigóticos de la Catedral Toledana, cuestiones crono-lógicas
y de procedencia.
"La elección del tema objeto de este discurso nos hizo vacilar bastante
tiempo, nos dice el propio Millares. Algunos problemas de diplomática espa-ñola
y, dentro de esta disciplina, los de cronología aplicada, solicitaban de
modo preferente nuestra atención, por haber dedicado a ellos parte no peque-ña
de nuestra actividad en estos últimos tiempos". (El discurso se pronunció
en Febrero de 1935, un año antes de que estallara nuestra trágica Guerra Civil).
Y sigue diciendo más adelante: "El estudio de los manuscritos de la
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Biblioteca Capitular de Toledo, repartidos hoy como se sabe, entre la librería
del Cabildo y la Biblioteca Nacional de Madrid; el examen y comparación
entre sí de los antiguos inventarios o catálogos de aquella; la determinación de
la edad y procedencia de los códices basada en el análisis de su escritura, ilu-minaciones,
ornamentación, notas accesorias, etc; el poner de relieve utilizan-do
en muchos casos documentación inédita en todo o en parte, la intervención
tenida por los grandes prelados de los siglos XIII, XIV y XV, en la formación
y sucesivos acrecentamientos de la referida biblioteca, eran temas promotores
de amplio campo de trabajo e innegable interés."
En estas palabras introductoras del Discurso, no sólo expone Don Agustin,
las dificultades que jalonan su proyecto, sino que a la vez, y como de pasada,
nos pone en contacto con cuales fueron los estudios que ocuparon gran parte
de su vida y la facultaban para emprender el arduo tema de su Discurso.
Contestó a esta oración académica que, como hemos dicho tuvo lugar en
la sede de la Academia de Madrid, calle de León 2 1, el día 17 de Febrero de
1935, su entrañable amigo e ilustre historiador Don Claudio Sánchez
Albornoz, que empezó por decir que "la Providencia ha querido asociar nucs-tras
vidas desde los días, ya lejanos, de la mocedad y desde entonces nos une
una amistad inalterable. Nuestros destinos han sido, a partir de aquel momen-to
paralelos, y hoy se cumplen de nuevo los mandatos divinos y Millares viene
a sentarse conmigo en estos rojos bancos de la Academia de la Historia. No
sería, ay!, por mucho tiempo, porque esa misma historia, de la que los dos eran
maestros, poniendo en pugna discordias patricidas despertó una cruel Guerra
Civil que había de separarlos por muchísimos años.
Sánchez Albornoz pudo recibir en la Academia a Millares y contestar a su
amigo entrañable porque el acto tuvo lugar en 1935; cuando malos presagios
anunciaban nuestra catástrofe. Un año después ya no hubiera podido hacerlo.
Los malos pasos de la República de la que Albornoz fue ministro de Estado en
1933, y la enconada guerra se lo hubieran impedido. Cuando se reanudaron las
sesiones de la Academia, Claudio Sánchez Albornoz ya había emigrado a la
Argentina en la que pasó toda su vida ( 1940-1983 ), para volver a morir en
Avila en 1984. Para entonces Millares, ya había muerto en su Patria, en su tie-rra
natal las Palmas de Gran Canaria en 1980.
Tanto Sánchez Albornoz como Millares Carlo, fueron hombres longevos y
estrictamente coetáneos. Sánchez Albornoz nació en Madrid en 1893, y murió
en Avila en 1984. Millares nació en las Palmas de Gran Canaria en 1893 (el
mismo año que Sánchez Albornoz) y murió en el mismo lugar en 1980.
La cronología les une, la historia de su país les separa. Millares tiene tam-bién
su época de profesor exiliado en Venezuela y México. Pero regresa antes
a España, sus compromisos políticos son de menor cuantía. Él es un historia-dor
puro. El propio Sánchez Albornoz había dicho con verdadero acierto; "que
Millares Cado
no ha sido la historia para el placentero adulterio,sino matrimonio con sacra-mento.
Se ha dado a ella por entero, desde su temprana juventud. Sus horas
todas han transcurrido íntegras entre la investigación del pretérito de España y
su enseñanza. Es el hombre de ciencia que siente desde mozo el aldabonazo de
la vocación, se prepara sin regateos para cumplir el fin que se ha trazado y lo
llena con éxito, renovando toda una rama de los estudios históricos con su
labor de muchos años".
¿No pronunciaría estas palabras Sánchez Albornoz con un deje de amar-gura?
¿No se sentiría impuro por aquellos años en que ya estaba contaminado
por la política?
Como historiadores, los dos amigos no eran tampoco lo mismo. Albornoz
es un historiador polemista, que estudia la historia de España, para que las tesis
que él sostiene sobre lo que considera la esencia fundamental de su país pre-valezcan.
Las defiende con ardor y énfasis, a veces rayana en la acritud.
Recuérdese la polémica entre Albornoz y Américo Castro.
Millares es un historiador constructivista. Como constructor acumula
materiales, los descubre, los selecciona, los estudia, los clasifica, los interpre-ta,
para que otros puedan usarlos y que la historia avance. Uno es un comba-tiente
castellano, otro es un paciente ordenador que, con calma y paciencia,
pero con verdadera constancia, conquista tesoros.
Uno es, repitámoslo, un castellano de la veta bravía, el otro un canario
ligeramente soñador, con esa dulzura melancólica que tienen los isleños, pero
también con esa tenacidad dentro de la parsimonia.
Yo, ingresé en la Academia de la Historia el años 1965. No recuerdo bien
si Millares había vuelto de sus periplos americanos. Ni cuantos años pudimos
convivir en el seno de la Academia. Mi primer contacto con Don Agustín tuvo
lugar en el famoso crucero por el Mediterráneo del año 1933. Él figuraba en el
viaje como docto profesor y yo como joven estudiante. Entre mis vagos
recuerdos figura el respeto que emanaba de su figura como hombre mayor, res-petable
y respetado, de aventajada estatura, modales armoniosos y corteses,
pocas palabras, nunca doctorales y siempre benévolas, amistosas, cordiales.
En suma, un hombre con un señorío innato y una bondad congénita, uno
de esos hombres que ponen su vida a una carta, la ciencia, y su virtud a un ejer-cicio.
la bondad.