LO REAL MAKAVlLLOSO
O «EL ENSUEÑO TROPICAL DE PAULINA BONAPARTE*
ALICIAL LARENA
Las Palmas, 89
En El reino de este mundo, de Alejo Carpentier, los personajes actúan
siempre simbólicamente, interpretando los signos de su propia identidad, es
decir, mostrando a través de ellos el cnfrentamiento o el sincretismo entre las
dos culturas, dispares, de las cuales forman parte. Si es cierto que Bouckman
y Leclerc se oponen, también lo es que Paulina Bonaparte y el mismo Henri
Christophe son ejemplos de una inevitable mezcla que los hace coincidir, por
unos instantes: ambos muestran, a su modo, la intersección de dos esquemas
culturales superpuestos: lo americano y lo europeo.
Sin embargo, en estas «conversiones» o adaptación de los personajes a un
nuevo modelo cultural, hay signos distintos, matices que merece la pena
analizar: Henri Christophe, obsesionado por la idea del progreso, la imitación
a ultranza del destino francés, se convierte al despotismo. Su entrega en la
mudanza del carácter, del planteamiento existencia1 y social al que da vida, es
total, a excepción de la «sangre de toros degollados», con las cuales construye
su fortaleza y que sirven, según su propia tradición, como néctar protector en
sus paredes. Sin embargo, bastará con saber, en palabras del narrador, que «la
sangre de toros que habían bebido aquellas paredes tan espesas, era de recurso
infalible contra las armas de los blancos. Pero esa sangre jamás había sido
dirigida contra los negros1», para que deje de ser incluso una excepción en esa
nueva conducta europeizada.
Precisamente porque «en vez de una síntesis fil a su raza, elige la traición
L.), muere víctima de dioses y hombres a los que quho manejar*». En este caso,
más que la muestra del sincretismo entre Europa y América, Henri Christophe
es la huella del deslumbramiento inocente por la primera, de los estragos que
la imposición y la imagen del poder blanco, causan en hombres como él.
Pw!inz Ronaparte, en cimhio, se adhiere O rechaza el Niievn Continente;
1 El reino de este mundo. Edhasa. Barcelona, 1982. Cuarta ed., pág. 144.
2 F1. Friedmann dc Goldberg: Estudio preliminar a la ed. cit. de El reino ..., pág. 38.
Boletín Millares Carlo n . ~1 1 . 1990. Las Palmas de Gran Canana. 177
según las leyes del tiempo, del espacio, e incluso del azar. No hay uno sólo de
sus actos, un matiz de su conducta, que no tenga su justificación en la novela.
Su comportamiento zigzagueante, su pasión o desdén por el nuevo orden vital
que América representa para ella, no son más que los indicios necesarios para
saber que su entrega, su convicción, no es total.
En principio, Paulina se nos presenta en un entormo delicado, recordando
«vagamente algo del Helesponto blanqueando nuestros remos, que rimaba bastante
bien con la estela de espumas dejada por el Océano, abierto de velas en un
tremolar de gallardetes3», y de repente una extraña sensación anuncia su inten-ción
de abandonarlos: «Pero ahora cada cambio de brisa se llevaba varios
alejandrinos4 a.
El tiempo actúa en favor de una integración cada vez más rica y más
profunda en las tierras americanas, de modo que «días después de pasar por el
Canal de las Azores y contemplar, en la lejanía, las blancas capillas portuguesas
de las aldeas, Pauliim d~scubribq zde el mar se estaba renovandoss. Unas audaces
imágenes sirven ahora a Carpentier para situamos al personaje absorto en el
paisaje nuevo, rendido a la exhuberancia: «racimos de uvas arnarillas»,«agujones
como hechos de un cristal verde*, «medusas semejantes a vejigas azuks, que
arrastraban largos filamentos encamados», «peces dientosos» y «calamares que
parecían enredarse en velos de novia de difusas vaguedades», son metáforas del
trópico quc apenas había empezado a descubrir.
La actitud de Paulina, hasta entonces, ha ido evidenciando una aproximación
gradual, sin traumas, sin fisuras, a las tierras de Haiti, aunque se trate sólo,
por ahora, de un acercamiento físico, externo, que aún no ha concluido. Li-neas
después, sin embargo, el narrador nos da los datos necesarios para situar
esa «revelación» del personaje en su contexto exacto, los elementos impres-cindibles
para justificar esa aparente entrega: «La revelación de la Ciudad del
Cabo y de la Llanura del Norte, con su fondo de montañas difuminadas por el
vaho de los plantíos de caña de azúcar, encantó a Paulina, que había leído los
amores de Pablo y Virginia y conocía una linda contradanza criolla, de ritmo
extraño, publicada en Par& en la calle del Salmón, bajo el título de La Insular c..) descubná la finura de helechos nuevos C..), el tamaño de hojas que podían
doblarse como abanico c..). Seguía enterneciéndose con Un negro como hay po-cos
blancos, la lacrimosa novela de Joseph Lavale y gozando despreocupadamente
de aquel lujo, de aquella abundancia que nunca había ronnrih m w niñ~76»
Las lecturas de Paulina, su interpretación de lo nuevo a través de la
literatura nada realista que se nos dice, su «conocimiento» previo de América
a través del discurso de París, son «co-autores* del encantamiento a través
del cual Paulina percibe la realidad, y establece sus valores. Todos ellos
3 E1 reinqcd. cit., pág. 107.
4 Idem.
S El reino, ed. cit., pág. 108.
6 El reino, ed. cit., pág. 109.
actúan como un sustrato que dirige la conducta de Paulina hacia esa otra
realidad a la cual no ha hecho más que asomarse. Y, además, ejerce en el
relato una justificación textual, sin la cual sería casi imposible entender esa
rápida y acelerada entrega hacia << lo nuevo», hacia «lo otro». Apenas unas
líneas y ya asistimos a la «conversión» especial de Paulina, que prefiere ahora
el «amparo de los tamarindos» a la compañía de su esposo, y los servicios del
negro Solimán, a la corte de camaristas francesas ejercitadas en otras formas,
tan distintas, del masaje. Al saber que Paulina había intentado «previamente»
América a través de aquellos textos tan ficticios como erróneos sobre la vida
americana, su actitud se torna comprensible, natural, en la novela.
El contraste cultural que la mezcla de las dos modelos habían impreso en
Henri Christophe, se resuelven aquí en favor de lo americano, como una suer
te de justicia, de solidaridad textual en el relato. Si aquél se entregaba a la
construcción de una fortaleza donde crear un Imperio a la europea, Paulina se
entretiene en prestar sus pies al negro Solimán para que «con gesto que
Bemardino de Saint-Reme hubiera inteipretado como símbolo de la noble gratitud
de un alma sencilla ante los generosos empeños de la Ilustracwn7», le besara los
pies en ocasiones.
En medio del «encantamiento», de la degustación del placer y de la
exhuberancia de Haiti, una serie de ciscunstancias azarosas la integrarán, aún
más, en el esquema vital de esta tierra y sus raíces: su peluquero, víctima de la
epidemia, cae delante suyo, y el narrador la despierta, entonces, de esa idea
prefabricada y torpe, adormecida hasta ahora, ante esta realidad: «Pero una
tarde, el peluquero ji-ancés que la peinaba en ayuda de cuatro operarios negros,
se desplomó en su presencia, vomitando una sangre hedionda, a medio coagular.
Con su coipiño moteado de plata, un horroroso aguajktas había comenzado a
zumbar en el ensueño tropical de Paulina Bonaparte8».
Paradójicamente, como veremos, el abandono de esa imagen mítica de
América, la obliga a encontrarse, de verdad, de forma auténtica, con esa
realidad que es en sí misma, y en palabras de Carpentier, << maravillosa». El
<*ensueño» de Paulina cumple así una doble función en la novela: por una
parte, asegurar en el personaje (y en el marco total de la historia) el nivel de
contraste entre las dos formas culturales que se presentan en oposición, y a las
que «condenadas. por la misma convivencia a contagiarse mutuamente, las
separa, sin embargo, (segzin el planteo de Calpentier) uno incomzrnicacih fatal9.b
En segundo lugar, el personaje servirá también para mostrar, en sus cambios
de conducta, en su percepción particular de las distintas realidades de la
novela, no sólo una intersección cultural, sino la realización de la «maravilla»
a través de la «fe» que el escritor cubano considera indispensable en su teoría
de «lo real maravilloso americano».
7 El reino, ed. cit., pág. 110.
8 Idem.
H. Fricdmann, est. cit., pág. 17.
En cierto sentido, la enfermedad del peluquero y el contagio posterior de
Leclerc, van minando en el personaje sus creencias, su devoción por el modelo
francés. El europeísmo del personaje, aquél a través del cual construyí, su
propia imagen de la realidad americana, cede bajo el peso de las terribles
circunstancias que habrá de padecer, abocándose ahora a las raíces escondidas
y las creencias ancestrales del hombre negro. La impotente medicina de los
blancos será, en esta ocasión, el elemento que catalice su cambio de actitud:
«convencida del fracaso de los médicos, Paulina escuchó entonces los consejos
de Solimánl~»«, Había que defendersc dc la cnfcrmedad por todos los medios:
promesas, penitencias, cilicios, ayunos, invocaciones a quien las escucharail».
«Se arrodilló a los pies del crucifijo de madera oscura, con una devoción
aparatosa y un poco campesina, gritando cvrl el negro, u1 Jinul de cudu rezo:,
Malo, Presto, Pasto, Effacio, Aménl2.»
Pero además, Paulina no sólo acepta por vez primera la intervención de
los rituales, lo «maravilloso» como un hecho natural, sino que incluso «Ahora
se arrepentia de haberse burlado tan a menudo de las cosas santas por seguir las
modas del díal3». A través de estas palabras se establece en el relato un plano
de igualdad entre lo europeo y lo americano, la resolución de ese conflicto
que en otros personajes de la novela siempre cargaba sus tintas en una sola
dirección. Sin embargo, esa «urgente fe» que nace en ella al amparo de la
«necesidad», esa renovada devoción por las formas ancestrales, N mágicas»,
de los rituales negros, tienen en el personaje una justificación textual de la
que no gozan los otros «europeos» de la novela, un fondo a través del cual
esa «conversión» hacia «lo otro» nos parece natural: «aquellos ensalmos, lo de
hincar clavos en cruz en el tronco de un limonero, revolvían en ella un fondo de
vieja sangre corsa, mtis cercono de 10 viviente cosmogonía del negro que de las
mentiras del Directorio, en cuyo descreimiento había cobrado conciencia de
existir14~D. urante este tiempo, en estos momentos del relato, el comportamiento
de Paulina, provista de su «fe», responde a la teoría de lo «real maravilloso^^.
A partir de aquí, los acontecimientos entre Solimán y Bonaparte pueden ser
interpretados en el mismo nivel en que ocurrían los de Mackandal, como
succsos mágicos que revelan por sí ~nismos la existeiicia de uiia realidad
distinta, tan concreta y palpable como la que acostumbramos a llamar cotidiana
o normal.
Esta «fe» justificada de Paulina por sus propias raíces corsas es el elemento
imprescindible en «lo real maravilloso» para admitir, sin contradicciones, sin
enfrentamientos, la coexistencia, y sobre todo, la igualdad, de los distintos
planos que conforman lo real, respondiendo así a la idea de que «lo real
'0 El reino, ed. cit., pág. 1 12.
1 1 El reino, ed. cit., págs. 112-13.
12 El reino, ed. cit., pág. 1 12.
13 (dem.
l4 Idem.
maravilloso c..) representa un proyecto de igualdad entre lo racional e irracional,
y un proyecto de comunión social y cultural 1%.
Sin embargo, la entrega de Paulina a este esquema en que lo «lo real
maravilloso» deja de ser un ensueño para formar parte de la misma realidad
vital, es una entrega provisional, absolutamente normalizada en la novela por
las leyes de la causalidad, y quc, por clla misma, precisamente, dejar6 de
funcionar en los siguientes momentos del relato. Es esa ley de causa y efecto
la que procura en ella la rotura de su encantamiento, el viaje a la isla de la
Tortuga, la nueva yerqciún de la cultuia iiegia, la renovada «fe», el uso de
los parámetros ancestrales del curandero. También en esa ley, como decíamos
antes, la que, instantes después acrecienta en ella su obsesión por abandonarlos:
<<La muerte de Leclerc, agarrado por el vómito negro, lievó a Paulina u los
umbrales de la demencia. Ahora el trópico se le hacía abominable», «Paulina se
embarcó presurosamente a bordo del Switshure, enjluquecida, ojerosa, con el
pecho cubierto de escapulariosl6».
Como se observa, la inconstante percepción, el variable punto de vista de
Paulina Bonaparte, tienen siempre sus razones objetivas en el relato, poseen
de antemano una justificada causalidad que convierten al personaje en un
ente de ficción creíble. Todo ello nos interesa ahora, de modo especial, para
proponer su ejemplo dentro del contexto de la teoría de «lo real maravilloso
americano«.
Para Alejo Carpentier, el término «realismo mágico es inexacto, incompleto,
por cuanto que en el fondo, la mayor parte de esa literatura no es más que
una copia detallista, casi exacta de la realidad, en sí misma deconcertante y
maravillosa. Bastaría, según sus opiniones, con aceptarla tal cual es, con nom-brarla,
para que en el seno del relato la fantasticidad, la magia, no sea ya un
hecho literario, sino un producto de la realidad. Sin embargo, en sus conclu-siones
sobre la tendencia literaria que intenta demostrar en El reino de este
mundo, existen ciertos «condicionantes previos», a los que no responden siempre
sus personajes, y mucho menos la literatura del «realismo mágico». Estas
razones, precisamente son el origen de la larga polémica que la crítica literaria
lia uiganizado en torno a las diferencias o scmcjanzas cntre ambas corrientes.
De las primeras falacias de la teoría carpenteriana, de la que enseguida se
hace cargo la crítica literaria, se encuentra la de suponer, una vez más, que la
Literatura se organiza dependiendo de las leyes de la iealidad, y no de las de
la propia estructura literaria. Es evidente que la selección del material narrativo
y su distribución en puntos de vista determinados a través de los personajes,
son hechos no sólo inevitables en la escritura, sino una parte más de la
significación total del relato. Cualquier realidad queda anulada desde el mo-mento
en que esos hechos pasan a formar parte del caudal de la novela.
15 Irlemar Chiampi en «Realismo maravilloso y Literatura Fantástica». ECO, núm. 229.
Nov. 1980, pág. 97.
El reino, ed. cit., pág. 113.
181
También se ha resuelto ya una segunda contradicción, un segundo error,
en la teoría: aquél que presupone necesario para el hecho literario la «fe» que
es capaz de armonizar, sin fricciones, lo real y lo a irreal%, aquella que ni
siquiera cuestiona o se interroga sobre el origen del suceso «maravilloso». En
el caso de Paulina Bonaparte, de modo particular, aparece esta «fe» como
única vía para acceder a la realidad americana, pero es una fe «viciada»,
circunstancial, «necesaria», que sólo aparece en determinados momentos de
la vida del personaje: únicamente la grave enfermedad de su marido obliga a
Paulina a poseerla, a utilizarla. No era ésta la creencia de la que hablara
Carpentier, ciscunstancializada, contingente.
Pero amenazan también esta teoría ciertos matices que se descubren con
sólo penetrar en el universo literario del «realismo mágico» y «lo real maravz-lioso
». Los últimos pasos de la crítica literaria en este terreno se muestran ya,
afortunadamente, más proclives a dirigirse hacia la técnica literaria, hacia la
construcción formal del relato, que al contenido o los referentes de la misma.
Por ello, precisamente, ni la «realidad» en sí, ni la «fe», pueden constituirse
en caracteres internos de la novela, y ni siquiera resultan oportunos para la
conclusión feliz de la polémica, tanto tiempo anclada en un análisis más
sociológico y mítico que propiamente literario.
Si regresáramos al personaje de El reino de este mundo al que hemos
seguido en puntual trayectoria, encontraríamos razones para apostar, también,
por una clara diferenciación entre las dos tendencias literarias, línea crítica
que parece ser la más extendida en la actualidad.
En la literatura mágicorrealista ni se presupone una fe, ni se remite a la
realidad para justificar los sucesos aparentemente irreales o carentes de cual-quier
lógica. En cualquier caso, sus justificaciones son también parte elevada
de sus estructuras, tan íntimas a su organización que las leyes de la causalidad
permanecen ocultas, como un detalle más en el resultado total de la novela.
Irlcmar Chiampi, cn una aproximación a lo que llama el «realismo marmilloso»,
(mezclando en su teoría la escritura del «realismo mágico» y «lo real maravi-lloso
»), introduce un juicio sobre el que merece la pena reflexionar unos
iribtariies: «el reulk~riü rriuravillüsü» -dice- «presenta una causalidad no
conflictiva c..) y la causalidad no es explícita, sino difusa%. ES decir, que para
Chiampi la alteración de esa ley de causalidad realista es el elemento clave
para entender y para realizar esta tendencia.
En El reino de este mundo, el personaje de Paulina Bonaparte, como vimos,
muestra una conducta zigzagueante, cuyos orígenes se han ido sefialando: su
ensoñación tiene una causa evidente, cuyas relaciones lógicas son claras: las
lecturas de Joseph Lavale, Paul et Virginie, introducen en ella una imagen
«prefabricada», idealizante, cuyo fondo es irremediablente europeo: «Paulina
17 Anderson Imbert en «El realismo mágico en la ficción hispanoamericana», El realismo
mágico y otros ensayos, Monte Avila. Caracas, Venezuela, 1976.
18 Chiampi, art. cit., pág. 88.
182
es en el libro la portavoz de Madame dAbrantes y sus ilusorios consejos sobre
cómo vivir en el trópico; c..) Paulina es el recitado escolar de los versos de
Racine sobre las ondas del Atlántico y el mármol de Cánova que la espera en
Roma; Paulina es el delicioso, y algo escalofriante, crepúsculo del siglo XVIII, le
sícle des lumíres%. Sin embargo, una vez asumido el contexto cultural ame-ricano,
al solicitar los rituales de Solimán para salvar la agonía de Leclerc,
Paulina es, por unos instantes, un exponente de esa «causalidad di;fusa» de la
que hablara Chiampi, pues asume en la novela, con toda naturalidad, y por
instantes, la magia del haitiano.
Carlos Rincón ya ha señalado, por su parte, que «la noción de lo real-maravilloso
recibe nuevos aspectos. Toma sus fuentes no sólo en la representación
del pensamiento analogico, c..) sino tambien en la confrontacion o amalgama
de los diversos niveles, en el encuentro de personalidades y contextos que provienen
u obedecen a racionalidades distintas, y en los arquetipos míticos o paralelos
que una vez acuñados o empleados sirven de modelo para la visión%. Efecti-vamente,
se realizan en Paulina Bonaparte algunos de esos aspectos que
revelara Carlos Rincón, pero, de esa «visión arquetípica» tan sólo hay muestras
en algunos, en aquellos personajes, que como el negro Solimán y como el
«fabuloso» Mackandal, responden con claridad, y sobre todo con «contwl&»,
al modelo americano. La conciencia de Paulina con estos esquemas es sólo
ocasional, la ceremonia ritual que realizan juntos Solimán y ella, responde a
una «causa» concreta (la desesperación por la impotente medicina blanca) y
a otra que la encaja directamente en el universo maravilloso «(un fondo de
vieja sangre corsa» que la hacía partícipe de la «la cosmonogonia viviente del
negro»). De modo que, una vez más, asistimos a la explicación de su conducta,
a la justificación de esa perspectiva. De hecho, la misma ley no sólo la acerca
a veces al mundo mágico americano, sino que, además, la rechaza, la aleja de
él, a la muerte de su esposo. En la literatura de lo «real maravilloso« existe
una justificación para hacer creíble, a los mismos personajes, amén de al
lector, ciertos acontecimientos extraordinarios. En la literatura del «realismo
mágico», en cambio, esa « causalidad difusa* afecta en cualquier caso al
lector que la experimenta y no ya al personaje, que no cuestiona siquiera tal
tipo de realidad, y que apenas necesita tampoco referirse siempre a tradiciones
y cosmogonias ancestrales para normalizarla, y muchísimo menos «ignorar»
parte de la verdad del suceso: en El reino de este mundo, hizo falta que los
negros devotos de Mackandal no vieran toda la verdad para alimentar su
propia le; «Y u luniu lkgú el eslrkpilo y h grita y h tur.barnultu, que rrluy pocos
vieron que Mackandal agarrado por diez soldados, era metido de cabeza en el
'9 Emir Rodríguez Monegal en lo «Real y lo Maravilloso en El reino de este mundo»,
Iberoamericana, Jul.-Dic., 197 1 , pág. 644.
20 Carlos Rincón en «La poética de lo real-maravilloso americano*, Recopilación de textos
sobre Alejo Carpentier, Salvador Arias comp., C. de las Américas, La Habana, 1977, pág. 166.
fuego, y que una llama crecida por el pelo encendido ahogaba su último grito21».
Hasta al mismo Ti Noel le cuesta, en ocasiones, al principio de la novela,
creer en ciertas cosas, no asombrarse ante la realidad: cuando la Mamán Loi
introduce sus manos en aceite hirviendo y no se quema, asistimos a reacciones
tan dispares como significativas: «Como Mackandal parecía aceptar el hecho
con la m& absoluta cnlmn, Ti Noel hizo esfrenos por orultnr su nsnmbro22».
Todo ello demuestra que, en efecto, «lo real-maravilloso» necesita casi
siempre de una «fe», que no debe interpretarse como «creencia» a la manera
carpenteriana, sino que más bien debe ser traducida, en términos literarios,
como una suerte de justificación textual, de artificio literario, donde sea posible
«normalizar» la percepción que los personajes gozan de la realidad. En el
«realismo mágico», las realidades no se enfrentan ni limitan mutuamente, cn
«lo real maravilloso» permanecen en contradicción, de modo que los aconte-cimientos
extraordinarios deben someterse a la lógica causal para ser percibidos
«sin asombro. En el «realisno rnágico~, lo que existe es, ante todo «una
actitud ante la realidad23» que se instaura desde el comienzo del texto y
permanece en equilibrio hasta el final; en «lo real maravilloso» de Alejo
Carpentier, esa actitud necesaria, esa percepción normalizada, naturalizada, de
la realidad, se concentra de modo radical en unos cuantos personajes cuyas
esencias sufren, siempre, la «incomprensión» y la sospecha de la «otra»
reatidad.
Rodríguez Monegal, al preguntarse «hasta qué punto exacto consigue llevar
Carpentier su programa de lo real maravilloso a la práctica narrativa», contesta
que «el punto es, precisamente, aquel en que por un artijicio del relato es posible
hacer coincidir la visión mágica de los personajes con la visión culta del autors4~».
El narrador de El reino de este mundo, establece, efectivamente, un parámetro
distanciado de la realidad que describe e interpreta. A cada paso su punto de
vista matiza la percepción particular del personaje. Conoce y nos muestra la
limitada actitud de cada uno de ellos, y recurre siempre al enfrentamiento
entre ambas perspectivas, para que cada una se identifique en oposición a su
contraria. De modo que, sólo en los momentos en que concede a nuestro
personaje la facultad de penetrar en «la realidad maravillosa» de Haití, de
«percibir» y «actuar» a través de su propia visión mágica, sin sus constantes
interferencias, sin sus oportunas pruebas para argumentarla, justificarla o
defenderla, el ensueño primerizo de Paulina Bonaparte se transforma en la
visión, maravillosa, que deseaba Carpentier.
2' El reino, ed. cit., pág. 85.
22 El rpinn, ed cit , pág 71)
23 Aurora Ocampo en «Un intento de aproximación al realismo mágico», XVII Congreso
del Instituto Internacional de Lit. Iberoamericana. Madrid. Cultura Hispánica, 1978, t. 1, pág.
405.
24 Rodríguez Monegal en an. cit., pág. 648.