TECNOLOGÍAS DEL INTELECTO (1)
CARLOOS LMEDGAÓ MEZ
Departamento de Biblioteconomía y Documentación
Universidad Carlos 111
Octubre 1995
RESUMEN
La palabra, la escritura y la imprenta pueden considerarse como tres
tecnologías que determinan las formas y maneras con las que nos comu-nicamos.
Del mismo modo, esas tecnologías han definido las nociones
contemporaneas de autor, edición, derechos de autor o publicación. Se
repasan los significados de esos conceptos en relación con las tres tecno-logías
del intelecto mencionadas.
ABSTRACT
Orality, writing and print could be consider as three technologies which
have a powerful determining effect on modes of communication. Likewise,
those technologies have determined contemporary ideas like author, edi-tion,
copyrights or publication. This article examine the meanings of those
notions in relation with three mind's technologies already mentioned.
A lo largo de los siglos las bibliotecas han sido las depositarias de la cultura
impresa y un símbolo de los logros intelectuales de la humanidad. Hasta fechas
muy recientes, la comunicación científica se ha basado, de forma mayoritaria, en la
tecnología de la imprenta desarrollada en Europa desde fines de la Edad Media.
Esencialmente esta tecnología fue un método novedoso de hacer las cosas que se
venían haciendo en Europa desde un milenio antes: la fijación de un texto, (e imá-genes
o notaciones musicales) en un soporte material. pergamino o papel.
Boletín Millares Carlo, núm. 14. Centro Asociado UNED. Las Palmas de Gran Canaria, 1995.
La invención de la imprenta no era sino la tercera revolución en la historia tec-nológica
del pensamiento humano occidental. La primera tuvo I~igarc ienlos de
miles de años atrás cuando el lenguaje emergió en la evolución de los homíriidos y
los miembros de nuestra especie comenzaron a erguirse, debido a ciertas presiones
que le obligaron a adaptarse. Nadie discute que esta cuestión haya significado un
cambio revolucionario, porque gracias a él logramos convertirnos en la primera
especie y, hasta el momento presente, la única, capaz de describir y explicar el
mundo en el que vivimos. Continúa siendo un misterio, el por qué nuestros primos.
los simios, no han demostrado la misma inclinación que nosotros. En todo caso, las
diferencias entre nuestras especies han supuesto una diferencia primordial en la
historia de la comunicación y de la cognición humana, haciendo posible desarro-llar
y transmitir una cultura de tradición oral.
Esa adaptación trascendental parece que tiene una base neurológica. Las heridas
que se producen en ciertas regiones de la parte izquierda del cerebro, las denornina-das
áreas de Wernicke y Broca. provocan ciertas deficiencias en la facultad del habla
y en la comprensión del lenguaje. De este modo, independientemente de cómo se
haya producido el complejo proceso de aparición del lenguaje, pwew que la apari-ción
del mismo, se grabó de forma permanente en nuestro "hardware" neuronal.
La invención del lenguaje dio origen a la generación de culturas orales en las
que ése era el único modo de almacenamiento, transmisión y difusión de la infor-mación.
En estas sociedades, la memoria colectiva, que no es sino el conocimicnto
compartido socialmente, da origen a formas poéticas o prosas rítmicas para facili-tar
la memorización y la posibilidad de recordar. El antropólogo belga Claude
Levi-Strauss ' ha sugerido que la diferencia esencial entre las sociedades que saben
leer y escribir y aquellas exclusivamente orales reside en que las primeras son plu-ralistas
y admiten más de un punto de vista y más de una posibilidad de argumen-tación.
Las sociedades orales tienden a ser monolíticas. Las formas de hacer las
cosas no se ponen en cuestión, y sin la posibilidad de la escritura, el mito, la histo-ria
y la realidad social se mezclan entre sí.
El poder político descansa en el dominio y en la fluidez verbal y en la capaci-dad
de memoria; o en que los individuos que dominan el medio, la palabra, sean
socialmente influyentes; o en que la estructura social sea correlativa con el acceso
a la información o, por último, que aquellos con conocimientos puedan restringir
el acceso a otros para retener el poder. Las personas que pertenecen a una cultura
oral son reacios a comprometerse con razonamientos abstractos. Más bien tienden
a razonar con silogismos basados en su propia experiencia o en la tradición.
En las culturas orales el saber nunca se posee; más bien se desempeña. Sin la
imprenta, el conocimiento no puede almacenarse como un conjunto de ideas abs-tractas
o elementos aislados de información, sino como un conjunto de conceptos
embebidos en el lenguaje y en la cultura de los pueblos. El conocimiento sobre pro-
' Claude LEVI-STRAUESlS p. ensarnientu salvaje. México, Fondo de Cultura Económica, 1964.
413 pp.
cedimientos, cómo construir una canoa, en qué momento plantar las semillas, se
transmiten directamente del "artesano" al "aprendiz", de un agricultor a otro en el
proceso de aprendizaje. Sin embargo, el conocimiento más abstracto de la tribu, no
sólo el que hace referencia a su historia, sino también a los valores, normas de con-ducta,
orden social, o justicia, está contenido en fórmulas, temas rituales, mitos,
narraciones estereotipadas, tejidas por los narradores de la propia tribu. Este cono-cimiento
existe como una red previa de nociones interconectadas con formas no
lineales muy complejas y la audiencia las conoce a grandes rasgos de forma previa
a que el narrador comience su relato 2.
Aunque los narradores suelen insistir en que cuentan sus historias de forma
idéntica en cada ocasión, las transcripciones de las historias relatadas por los narra-dores
modernos revelan cambios significativos. Más que memorizar palabra por
palabra un determinado "texto", los narradores introducen periódicamente unos
elementos patrones para lograr un ritmo en la narración que les permita en el futu-ro
reproducir otra vez la historia.
Este proceso tiene consecuencias en el modo en que se concibe el acto creativo.
Si en una cultura oral los relatores simplemente memorizaran y recitaran un traba-jo
que en algún momento se "compuso" por algún otro individuo, este proceso no
sería sino la versión oral de una composición escrita, en la que el texto se compo-ne
una sola vez y se reproduce mecánicamente otras muchas. El trabajo de Lord 3,
revela que la narración de un cuento es un acto en el que se combinan dos accio-nes:
una acción de creación y un acto de transmisión. Su primera función es lograr
la transmitir la cultura a la tribu y este acto de transmisión es un acto conservador.
Los cambios en la cultura oral no se pueden reconstruir, porque no existen copias
antiguas que se puedan consultar. El narrador debe, en consecuencia, reproducir la
trama y los argumentos narrativos de la forma más fiel posible, ya que el conoci-miento
de la tribu está contenido en ellas. En ese proceso narrativo existen desvia-ciones
graduales en las narraciones.
Ong denomina a este proceso "homeostasis": los relatos cambian impercepti-blemente
a lo largo del tiempo, para ajustarse a las necesidades y a los valores de
la cultura, a medida que la propia cultura cambia. Si los valores que se mantienen
en alta estima cambian es porque el patrón cultural también se modifica, las narra-ciones
se acomodan, y los héroes de esos relatos adquieren nuevas características o
incluso pueden cesar como héroes. La creatividad individual es profundamente
retórica, y por ese motivo existe una sutil relación entre el narrador y la audiencia
que permite adoptar los relatos a los valores de la audiencia.
Esta imposibilidad de separar creatividad y ejecución significa que no existe
J. DAVIDB OLTERW. riting space: The computer hypertext, and the history of writing. Fairlawn,
Earlbaum, 199 1 .
Albert LORD. The singer of tales. Cambridge (Mass.), Oxford University Press, 1960.
W. J. ONG. Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. México, Fondo de Cultura Econó-mica,
245 pp.
algo que se pueda denominar propiedad intelectual, o de forma más exacta. no exis-te
algo que pueda denominarse propiedad privada intelectual. El conocimiento se
mantiene en común, los narradores son sustentados por la tribu y son depositarios
de la confianza del resto de miembros, no por sus contribuciones individuales a la
progresión de las ideas, sino porque con su composiciones, permiten mantener
vivo el conocimiento.
La segunda revolución en la "tecnología del intelecto" " se produjo con el adve-nimiento
de la escritura. El lenguaje oral permitió la codificación del pensamiento;
el lenguaje escrito permitió preservar el código independientemente de la persona
que hablaba o escuchaba. Permitió la invención de un código independiente. Nadie
sabe si esta invención conlleva cambios neurofísicos en nuestro cerebro. Existe una
región en el cerebro, la denominada Exner, en la que se suele localizar el "centro de
la escritura", y existen ciertos problemas neurofísicos asociados con la dislexia o
desórdenes en la capacidad lectora. Sin embargo, la lectura y la escritura son habili-dades
cognitivas que se adquieren sin ningún cambio evolutivo en nuestros cerebros
y constituyen adaptaciones debidas al aprendizaje de nuestro propio organismo.
La tradición oral permite tanto la creación científica como la literaria, aunque
quizás la ciencia se encontrara con dificultades por las limitaciones que impone el
medio oral en términos de memoria y en la exactitud. El advenimiento de la escri-tura
permitió, por el contrario, dotarse de un medio que posibilitó una mayor exac-titud
y sistematización para preservar las palabras y los pensamientos de otros.
De acuerdo con Ong, la presencia de la escritura trastrocó toda la organización de
las sociedades orales provocando efectos muy profundos, entre los que menciona el
desarrollo de la autoconciencia, la personalidad racional, el poder de la abstracción y
consecuentemente, de todo lo que en Occidente se entiende por pensamiento lógico.
Ahora bien, uno de los resultados más importantes provocados por la aparición
de la escritura fue la separación entre el texto y el intérprete, entre conocimiento y
el que conoce. Como escribió Havelock 6, la escritura separa "al que conoce de lo
conocido", porque se crea un texto fosilizado que puede lograr una existencia con-tinuada
separada del que lo escribe. El conocimiento representado en un cuento en
una sociedad oral, está tan embebido en la mente y en la acción, que no puede con-cebirse
como una entidad separada; ese tipo de conocimiento viaja, quizás de for-ma
subliminal durante la narración, y la transmisión que el intérprete realiza no se
piensa que es "conocimiento", sino más bien que es un conjunto de actos. Un
manuscrito, por el contrario, puede manipularse, almacenarse, recuperarse de una
cripta, y ser re-interpretado un milenio después de que todos sus anteriores lecto-res
hayan fallecido. En consecuencia, el conocimiento escrito deviene en algo
materializado, en algo externo a nuestro ser, lo que los antropólogos denominan
memoria exosomática.
Si el conocimiento puede separarse de quien lo sabe, puede ser apropiado por
Jack GOODYL.a domesticación del pensamiento salvaje. Madrid, Akal, 1983, 188 pp.
Eric A. HAVELOCK. Origins of western literacy. Toronto, Ontario University Press, 1976,326 pp.
TECNOLOGÍAS DEL INTELECTO (1) 195
individuos particulares. En una cultura oral, la noción de plagio es inconcebible,
simplemente porque la supervivencia de la cultura depende del plagio.
Con el advenimiento de la escritura, la comunicación a distancia fue viable,
conviviendo con las comunicaciones cara a cara. En las culturas orales existían
medios de comunicarse a distancia, por ejemplo con los lenguajes basados en sil-bidos
o en sonidos de instrumentos de percusión, pero sólo la invención y la uti-lización
de la escritura permitió que se pudieran transmitir órdenes complejas a
distancia. Cuando los romanos conquistaron Egipto, lograron, además, grandes
extensiones de terreno donde crecía el papiro, que junto con su alfabeto sentó las
bases administrativas del Imperio. La alianza entre pluma y espada permitió inte-grar
comunidades locales en entidades de carácter protonacional y en entidades de
carácter imperial. Actualmente, ningún estado puede funcionar como una unidad
política o económica sin confiar en los medios de comunicación a distancia.
Pero la escritura también tiene sus deficiencias. Mientras que los lenguajes se
adecuan muy bien tanto a la acción de transmitir como a la de recibir ideas de otros
pensadores, la escritura parece desincronizada respecto del pensamiento. Es lenta,
y algo mucho peor, tiene un alcance menor. Mientras que una propuesta oral la
pueden escuchar al mismo tiempo muchas personas, o incluso multitudes, si está
escrita, sólo puede ser leída al mismo tiempo por una sola persona. Se puede sos-layar,
haciendo copias y logrando un número ilimitado de lectores, por supuesto, y
en eso reside la superioridad de la escritura, pero tiene que pagar un precio: el de
ser un medio menos interactivo que el habla.
Los dos factores cualitativos que median entre lo escrito y lo oral son la veloci-dad
y la amplitud. El habla ralentiza el pensamiento, pero a un ritmo similar al del
cerebro. Nuestro ritmo de habla es un parámetro biológico; es un ternpo natural. La
escritura ralentiza aún más ese ritmo. Pero en este caso la adaptación es estratégi-ca
y de estilo, pero no de tipo neurológico. Al escribir el cerebro se infrautiliza.
Una prueba de esta afirmación procede del hecho siguiente: cuando el escritor y el
tratamiento de textos permiten que el ritmo de la escritura se pueda recobrar otra
vez, estamos más cerca de regresar a un tempo más próximo al que usamos al
hablar. Por otra parte, los requisitos del medio escrito, son sustantivos, y afectan
tanto al fondo como a la forma, como lo puede comprobar cualquiera que haya tra-tado
de usar transcripciones de conversaciones sin modificación alguna. Lo que es
adecuado y comprensible expresado en forma oral, es improbable que sea adecua-do
y comprensible en forma escrita, y viceversa.
En cierto sentido, solo hay tres medios de comunicación por lo que se refiere a
nuestro cerebro: un medio no verbal en el que hacemos mimo o gesticulamos; y
dos medios verbales: el medio natural, que consiste en el habla, y otro no natural,
el lenguaje escrito.
La forma y el estilo del nuevo medio escrito compele al escritor a expresarse de
forma más precisa en ciertos aspectos y también le permite mayor libertad al rea-daptar
y reformular el texto en el momento de la composición.
La escritura al ser menos interactiva, es menos espontánea que el habla, más
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reflexiva y más sistemática. Hace sesenta años, el profesor Lewis Munford
escribía:
"Comparada con la comunicación oral cualquier clase de escritura es un medio
de ahorrar trabajo, ya que libera la comunicación de las restricciones de tiempo y
espacio y hace que el discurso espere a la conveniencia del lector, el cual puede inte-rrumpir
el fluir del pensamiento o repetirlo o centrarse en partes aisladas de aquel." '
Es más fácil percibir las contradicciones o los aspectos ilógicos en un texto que
en el habla. Podría afirmarse que es menos social y más tendente al solipsismo,
aunque el alcance social sea mucho mayor, limitado por el lento ritmo de los copis-tas
que producen los textos que se van a difundir.
La tercera revolución tuvo lugar en nuestro propio milenio. Con la invención de
los tipos móviles y de la imprenta, la tediosa tarea de copiar a mano los textos se con-virtió
en obsoleta, y tanto el tempo como el alcance de la palabra escrita se incre-mentó
enormemente. Los textos se pudieron distribuir de forma más rápida y exten-sa
y, de nuevo, el estilo de comunicación que subyacía, cambió de forma cualitativa.
Si la transición de una tradición oral al mundo escrito hizo la comunicación más
reflexiva y solitaria que el habla directa, la imprenta restauró un elemento interacti-vo,
al menos entre los científicos, y si la revista científica, no nació con el adveni-miento
de la imprenta, sin duda venía en su interior. El saber podría a partir de aho-ra,
volver a ser la empresa colectiva, acumulativa e interactiva que tenía que ser. La
evolución proporcionaba los medios y la tecnología proporcionaba el vehículo.
La imprenta fue desde el principio un completo logro mecánico. La imprenta se
convirtió rápidamente en el nuevo medio de comunicación, haciendo abstracción
del gesto y de la presencia física. La producción del primer producto totalmente
estandarizado y manufacturado en serie, la hoja impresa, posibilitó la accesibilidad
a información legible, facilitando la alfabetización.
La gran virtud de la imprenta, a diferencia de la copia manual, fue la posibili-dad
de la producción de copias de un texto de un modo extremadamente más fácil.
La imprenta permitió la creación de un producto con unos costes relativamente
altos al producir la primera copia y con un descenso en los costes asociados cuan-do
se imprimían las copias sucesivas. La imprenta también aseguraba que todas las
copias de un determinado texto podían ser virtualmente idénticas, lo que suponía
un considerable avance sobre la copia manual, en la que las variantes en la lectura
podían provocar errores en los escribas o enmiendas deliberadas.
La imprenta cambió el contenido de los libros que previamente habían sido de
carácter teológico o en forma de crónica. Contribuyó al nacimiento de la ciencia
moderna y creó la noción moderna de autor. Con anterioridad a la tecnología de la
imprenta, los estudiantes y los escritores eran en gran parte indiferentes a la autoría
del libro. La imprenta y el incremento en la producción de libros, contribuyó a la
' Lewis MUNFORDTé. cnica y civilización. Madrid, Alianza Universidad, 197 1, pp. 152- 153
creación de la noción de opinión pública e introdujo la noción de que el esfuerzo
intelectual debía privatizarse.
Fue la imprenta la que hizo de la propiedad intelectual una necesidad, ya que
fue la que finalmente rompió las conexiones entre la creación y la transmisión del
conocimiento. La transmisión a partir de ahora sería un acto mecánico, realizable
por una máquina. La originalidad, que en otros tiempos constituía un peligro mor-tal
para una sociedad que tenía que luchar por mantener su equilibrio, se concibió
a partir de entonces como más valiosa que la interpretación. El derecho de origina-lidad,
para algo que no era sino la reinterpretación, se convirtió en una de las vio-laciones
más senas de los valores de una sociedad. La apropiación de las ideas de
otro, que una vez significó la supervivencia del grupo, se convirtió en un acto de
plagio, de pillaje, un delito, en suma:
"La tipografía hizo de la palabra, una mercancía. El viejo mundo oral y comu-nitario
tuvo que dividirse en múltiples parcelas particulares. El desplazamiento
hacia un mayor individualismo fue ayudado de forma excelente por la imprenta."
Las leyes de derechos de autor se crearon como medio para preservar la pro-piedad
intelectual. Los derechos de autor surgieron originalmente para romper el
monopolio de los impresores sobre los textos, antes que para proteger los derechos
de los autores. Todavía la noción popular de que las palabras de un autor tienen un
valor especial ejerce presión para que la ley de derechos de autor vaya más y más
en el sentido de articular esos derechos frente a los de los impresores que simple-mente
reproducen físicamente el texto. En el siglo dieciocho la ley de derechos de
autor estaba ya promulgada en distintos países de la Europa occidental, no sólo
como un medio para asegurar al autor el cobro por sus ideas, sino también, para
asegurar que el autor podía proteger la integridad de las mismas, concediéndole
sólo a él, la autoridad para corregir, enmendar o retirarlas.
El odio moderno al plagio, por supuesto, nunca ha significado que uno no pue-da
usar las ideas de otro. La práctica de acercar las ideas e integrarlas en trabajos
posteriores es fundamental para la idea moderna de que el conocimiento es acu-mulativo
e improbable. Pero existe una diferencia crucial entre la difusión oral del
conocimiento y la difusión escrita, que reside en que a medida que el conocimien-to
se diversifica en redes integradas por múltiples disciplinas, se deja rastro de los
textos trabajados en forma de una telaraña de citas. Entre otras funciones, estas
citas aseguran que al productor de una idea fructífera se le reconoce el prestigio de
su trabajo, inclusive aunque se le haya corregido, enmendado, ampliado o cuando
queda sumergido en las ideas construidas a partir de ella. Mientras que el bardo de
la cultura oral debe demostrar que se gana su sustento reinterpretando el conoci-miento
del que se considera depositario, el investigador moderno debe acreditar su
Jürgen HABERMAHSi.s toria y crítica de la opinión pública. Barcelona, Gustavo Gili, 198 1.
W. J . ONGI.b íd, p. 131.
198 CARLOS OLMEDA GÓMEZ
dignidad y respetabilidad ante la tribu, mediante la creación de trabajos valiosos
que deben ser citados por otros. De este modo, el investigador retiene la propiedad
sobre las ideas, al mismo tiempo que las cede al conjunto de los investigadores para
que mejoren su aportación.
De este modo, los efectos de los textos escritos son en cierta forma paradójicos.
Por una parte, la red de citas de textos previos refuerza la idea que el conocimien-to
se construye de forma colectiva, a través de cientos de interacciones con cientos
de individuos. De otra, el hecho que las ideas puedan ser etiquetadas con el nom-bre
de su creador, ha creado el mito romántico del genio creativo individual. Este
mismo mito se manifiesta en el campo artístico, con la figura del artista pensativo
que crea en la soledad del estudio, y en el campo científico, con el estereotipo del
inventor individual o el ganador del premio Nobel, que ha descubierto lo que nadie
ha visto antes.
La imprenta cambió el formato físico del libro haciéndolos más pequeños y
transportables. La imprenta tuvo un efecto destacable en la normalización de la len-gua
y la pronunciación. Los idiomas en los que se imprimían los textos, cambiaron
más lentamente y se hicieron más consistentes después de ser difundidos gracias LI la
imprenta. La supremacía del latín en el ámbito escolar comenzó a declinar 'O.
La imprenta incidió notablemente en la preservación de las ideas. Las ideas que
anteriormente se podían localizar en algunos manuscritos, con la consiguiente
posibilidad de pérdida, olvido o destrucción, tuvieron la posibilidad, gracias a las
ediciones, de sobrevivir y ser conservadas para el futuro. Antes de la imprenta,
existía un monopolio en el uso de los textos escritos, por parte de ciertas élites
docentes, religiosas o dirigentes. El desarrollo de la imprenta permitió la copia a
gran escala y creó las condiciones técnicas para el desarrollo de la propaganda.
La tecnología de la imprenta produjo un objeto físico, un libro, una revista, un
periódico que tenía un texto fijo e inmutable y que, además permitía al lector inte-ractuar
con él de forma limitada; la información fluía en un sólo sentido ' l . La
información que contenía, además, era universal, no estaba adaptada a las necesi-dades
de información de un grupo determinado de lectores, y en la mayoría de los
casos estaba elaborada, de algún modo, en forma lineal. Sin medios para facilitar
al lector el acceso a la información, por ejemplo con tablas de contenido e índices.
los lectores con un interés específico en el libro se obligaban a descubrir la infor-mación
pertinente mediante la lectura sistemática.
'O Elisabeth L. EISENSTEILNa. revolucio'rz de lu impreiltu en 10 edad rnoderrm europcr. Madrid,
Akal, 1994.
" Se defiende por parte de los especialistas en hipertextos, por ejemplo, que una de las mayores
ventajas de los textos electrónicos, a diferencia de los textos impresos, reside en la posibilidad que tie-ne
el lector de interactuar con el texto. Esas posibilidades, no deben exagerar las limitaciones de las
capacidades de interactuar con el texto impreso. Debe recordarse el fenómeno de la glosa o de los
comentarios en la tradición medieval, así como las anotaciones y críticas, por ejemplo, vitales en los
estudios literarios. Sin embargo, parece que las relaciones del lector con los textos electrónicos se
establece de forma diferente a la permitida por los textos impresos.
Han existido otros cambios, pero ninguno que tenga la trascendencia de los
mencionados, Los medios de transporte se han modificado, sin duda, y se pueden
distribuir más rápidamente y más ampliamente. La máquina de escribir y, quizás,
los procesadores de textos, facilitan generar y modificar los propios textos. La foto-copiadora
hace posible la duplicación de textos y los programas de autoedición
permiten imprimirlos, incluso cuando carezcan de méritos para la duplicación y la
impresión. El teléfono, finalmente, permite hablar a distancia, hace innecesario,
por ejemplo, la carta privada y restaura la comunicación al tempo de la comunica-ción
oral al que el cerebro está constitucionalmente preparado. Por supuesto, las
llamadas tienen la desventaja de no dejar un registro permanente, pero existen
soportes para su salvaguarda.
La razón por la que se defiende que sólo el habla, la escritura y la imprenta son
cambios revolucionarios en este panorama de transformación de los medios, se
concreta en que solamente esos tres, hasta ahora, tienen efectos cualitativos en el
modo en que pensamos. Por decirlo con pocas palabras, el habla posibilitó formu-lar
proposiciones, la escritura manual permitió preservarlos independientemente
del disertador, y la imprenta ha permitido salvaguardarlos independientemente del
autor. Todos ellos tienen un efecto dramático en cómo pensamos, en cómo expre-samos
lo que pensamos y en lo que pensamos.