La institución bibliotecaria en el mundo
helenístico
AMPAROG ARCÍCAU ADRADO
Universidad de Murcia
Tomando la antigua Biblioteca de Alejandría como paradigma de ins-titución
bibliotecaria en el Mundo Antiguo, se lleva a cabo el análisis en
esta biblioteca de los elementos constitutivos del proceso informativo-documental
tal como los entiende la Ciencia de la Documentación en la
actualidad, así como, de las tareas documentales inherentes a dicho pro-ceso
llevadas a cabo por los bibliotecarios alejandrinos. El carácter uni-versal,
público y de servicio a la investigación de las bibliotecas helenísti-cas
coloca a estas instituciones como hito fundamental en la Historia de
las Bibliotecas.
Taking into account the ancient Library of Alexandria as a paradigm
of library institution in the Ancient World, the analysis of the constituent
elements of the information and documentary process is carried out in
that library in a way as it is nowadays understood by the Information
Science, as well as by the documentary tasks which are inherent in such
process when carried out by Alexandrian librarians. The universal public
research feature of Helenic libraries makes these institutions be an essen-tia1
landmark in the History of Libraries.
Boletín Millares Carlo, núm. 16. Centro Asociado UNED. Las Palmas de Gran Canana, 1998
304 Amparo García Cuadrado
EL FLORECIMIENTO CULTURAL HELENISTICO: ALEJANDRIA
Tras la conquista de Asia Menor y de la costa del Mediterráneo Orien-tal
por Alejandro Magno tiene lugar la ocupación pacífica de Egipto en el
año 332 a.c. A partir de ese momento, el Mediterráneo pasará a conver-tirse
en un mar griego y, Alejandro buscará el lugar adecuado donde esta-blecer
la capital del panhelenismo con el que había soñado, ordenando a
su arquitecto Dinócrates la construcción en la costa egipcia una ciudad
griega: Alejandríal. Las conquistas de Alejandro van a configurar un nue-vo
mundo en donde la cultura griega alcanza su máximo exponente y uni-formidad
aunando un vasto espacio geográfico.
En efecto, el mundo helenístico constituyó una cultura uniforme que
perduró muchos siglos. La pertenencia a esta koiné vendrá determinada
no por razones de tipo étnico sino educativas según nos señala el escritor
y orador griego del siglo IV a.c. Isócrates: «Se usa el nombre de griego 1.70
como el de una raza, sino como el de una cultura, y se califica de griego MIÚS
a los que participan en nuestra educación que a los qcre tienen el rrrismo ori-gen
d.
Fue, pues, el propio conquistador macedonio quien dispuso la lunda-ción
de la «polis» por antonomasía, Alejandría, concebida como un gran
puerto para exportar las riquezas del suelo egipcio e importar las mer-cancías
tan necesarias para sus habitantes. Desde su creación, esta ciudad
superó a las viejas ciudades del interior como Menfis e incluso a la propia
Atenas, llegando a ser la más populosa de la Antigüedad después de Ro-ma.
Las fuentes antiguas nos hablan de una ciudad moderna, constniída
a prueba de fuego, en mampostería, piedra y mármol, y adornada con inl-presionantes
monumentos repartidos entre el barrio residencial o Bni-cheion,
donde se ubicaban los palacios reales, los edificios administrati-vos
y públicos más significativos, y el barrio egipcio, Rakotis. En el centro
de la ciudad se levantaría más tarde el soma o tumba de Alejandro.
El sueño de Alejandro de crear una Grecia única con capitalidad en
Alejandría desaparece con su fundador ya que, tras su muerte en el año
323 a.c., se va a producir la desmembración y reparto de su Imperio en-tre
sus generales, constituyendo reinos independientes y ritales entre sí.
Cada uno deseaba que su territorio fuera el más extenso y poderoso, al
tiempo que adquiriese el máximo prestigio intelectual y cultural. Los Pto-
1 FERNÁNDAEVZI LÉSP, ., Aleja~zdría.M ito y realidad. Selecci<ii~b ibliogrdflca. Madiiil.
etc., Asociación de Amigos de la Biblioteca de Alejandría, etc., 1994, p. 11.
2 ESCOLAHR., «El rapto de la literatura por los bibliokcarios de Alejandría)),c ap. 1
de El compromiso intelectual de bibliotecarios y editores. Salamanca; Madrid, Fundacihi
Germán Sánchez Ruipérez, Pirámide, 1989, p. 68.
La institución bibliotecaria en el mundo helenístico 305
lomeos en Egipto, los Seleúcidas en Siria y los Atálidas en el reino de Pér-gamo,
llevados por ese deseo de supremacía cultural establecieron biblio-tecas
y centros de enseñanza en sus capitales respectivas: Alejandría, An-tioquía
y Pérgamo3. Así, según nos refiere Polibio, en el s. 11 a.c., todas las
ciudades helenísticas contaron con bibliotecas públicas. «Se puede lograr
información de los libros, sin peligro y sin fatiga -señala el historiador
griego- con tal de que uno haya tomado la precaución de residir en una
ciudad que posea suficiente cantidad de obras, o en cualquiev lugar próximo
a una biblioteca»4.
Estas bibliotecas helenísticas a las que se refiere Polibio han desapa-recido
pero entre todas ellas la de Alejandría pervivirá en el recuerdo, no
sólo por ser la mayor de toda la Antigüedad, sino también por estar aso-ciada
a la investigación científica, siendo consultada por los eruditos de
todos los puntos del Mediterráneo.
Por lo que a Egipto se refiere, Ptolomeo Lago, general y amigo de Ale-jandro,
obtuvo en el reparto del Imperio Alejandrino la satrapía de Egip-to,
transformándola en reino en el año 304 a.c. y consolidando una di-nastía
que perdurará tres siglos. En este reino van a convivir la vieja
cultura egipcia y la moderna cultura griega traída por los conquistadores.
La ciudad de Alejandría, gracias a la decidida voluntad de los primeros
Ptolomeos, fue durante 500 años la capital de la cultura griegas. Aunque
los monarcas egipcios no fomentaron una política sistemática de heleni-zación,
todas las comunidades que allí convivieron, griegos, judíos y egip-cios
en menor grado, se helenizaron ya que da adopción del griego como
idioma oficial de la Administración contribuyó sin duda a convertirla en
la lengua común de los habitantes (lingua franca). A la vez, además del
Gymnasion público, que Estrabón consideraba el edificio civil más bello
en el centro de la ciudad, se erigieron otros muchos «gimnasios» de ca-rácter
privado, que proporcionaron la necesaria educación elemental si-guiendo
la tradición pedagógica griegad. Junto a esto, en los círculos in-telectuales
del s. III a.c. se desarrollaron dos tipos de actividades cuyo
centro neurálgico fue el Museo de Alejandría:
3 EL-ABBADMI.,, La antigua Biblioteca de Alejandría. Vida y destino, Madrid, Unesco,
Asociación de Amigos de la Biblioteca de Alejandria, 1994, p. 85. Este interesante estudio
del profesor El-Abbadi ha sido utilizado como base del presente trabajo, así como, la
transcripción de los múltiples textos de la Antigüedad que el autor aporta en su recons-trucción
histórica.
4 POLIBIO12, .27.4,5.
5 ESCOLAHR.,, HistoYia de las Bibliotecas. Salamanca; Madrid, Fundación Germán
Sánchez Ruipérez, Pirámide, 1990, p. 62.
EL-ABBAMDI., op. cit., p. 56.
306 Amparo García Cuadrado
1. Un ferviente interés por la historia de los inventos como apoyo ne-cesario
para la investigación académica y para los descubrimien-tos
científicos.
2. La evolución paulatina desde un mero gusto por las antigüedades
a una aptitud crítica de la herencia del pasado.
Para el desarrollo de ambas actividades la documentación disponible
en la Biblioteca de Alejandna resultó imprescindible'.
EL MUSEO ALEJANDRINO COMO CAUSA FUNDACIONAL
DE LA BIBLIOTECA
Los estudios más modernos, pese a la contradicción entre las fuentes
antiguas, atribuyen a Ptolomeo 1 Sóter la creación del Museo y también
de la Biblioteca con la inestimable colaboración de Demetrio de Falero.
Este griego, seguidor de la Escuela peripatética de Aristóteles, había sido
tirano de Atenas y tras su destierro de la ciudad fue llamado por el rey
egipcio como consejero y asesor cultural hacia el año 297 a.c.
Parece que fue él quien sugirió a Sóter la idea de crear en Alejandría
un gran centro de investigación y que éste contara con una importante bi-blioteca.
La elección de Demetrio de Falero por parte del rey egipcio para
poner en marcha el proyecto no debe extrañamos ya que también Pto-lomeo
1 había recibido las enseñanzas de Aristóteles y Teofrasto y, por tan-to,
se sentía enormemente atraído por su formación peripatética. Esta
formación común a ambos artífices va a marcar decisivamente las carac-terísticas
del Museo Alejandrino. Este seguirá el modelo de las famosas es-cuelas
atenienses: la Academia de Platón y especialmente el Liceo de Aris-tóteles.
Según sabemos por el testamento de Teofrasto, director del Liceo
entre los años 322-286 a C., el Liceo ateniense fue no sólo un centro de en-señanza
sino una fundación religiosa ya que comprendía entre otras de-pendencias
un santuario dedicado a las Musas, un pequeño patio portica-do
(stoidion), otro patio porticado (stoa), el célebre peripatos y diversas
dependenciass.
Por su lado, Estrabón en el siglo I a.c. al referirse al Museo alejandri-no
señala que «Forma parte del palacio real, tiene un pórtico (peripatos),
una galería (exedra), y un amplio edificio que alberga el refectorio donde los
miembros del Museo comen juntos. En esta comunidad, incluso el dinero es
7 Ibid., p. 75.
8 Ibid., p. 91.
La institución bibliotecaria en el mundo helenístico 307
común, también cuentan con un sacerdote en otro tiempo designado por los
reyes, y en la actualidad por Augusto~~.
Este texto de Estrabón, así, como el propio apelativo de «Museo» re-sultan
reveladores; al igual que las escuelas atenienses, este centro de eru-dición
contó también con un templo dedicado a las Musas. A éstas se les
atribuía la inspiración filosófica, artística y según Vitruvio también la ins-piración
científicalo.
Vemos, pues, grandes similitudes entre el Museo y sus inspiradoras es-cuelas
griegas. A esta institución protegida por los reyes Ptolomeos acu-dirán
las mejores mentes de la época y, allí, libres de toda preocupación
económica, abordarán sus tareas investigadoras en las más diversas ra-mas
de la Ciencia.
Sabemos algunos datos sobre la organización y carácter del mismoll:
1. Parece que fue un organismo autónomo dotado con una asigna-ción
para hacer frente a sus gastos pecuniarios.
2. Se encontraba gobernado por un sacerdote rector, responsable
de la observancia espiritual del culto a las Musas y un director o
funcionario encargado de las finanzas y de la administración ge-neral.
3. Sus miembros, protegidos por los reyes, gozaban de una serie de
privilegios dado que no sólo dispusieron de casa y comida sino
también de exención de impuestos y posiblemente recibieran im-portantes
remuneraciones. En este sentido, el Museo puede ser
considerado como una auténtica sociedad real, no una libre aso-ciación
de estudiosos ya que el nombramiento de sus miembros
dependía de la aprobación de los reyes. Una vez admitidos como
tales, los eruditos gozaban de un alto grado de libertad y de gran-des
facilidades para sus tareas de investigación y estudio.
4. La función asignada a esta sociedad real fue la de investigación y
no hay constancia de que se impartiera allí ningún tipo de ense-ñanza
regular, al menos, en época ptolomaica. Posiblemente exis-tiera
la costumbre de incorporar a jóvenes aventajados en calidad
de ayudantes en las tareas de investigación. Ya en época romana
parece que la función docente toma carta de naturaleza pero sin
abandonar las tareas investigadoras.
9 ESTRAB~1N7,. 1.8.(~.794).
10 VITRUVIDOe, Architectura, 9, pref. 7.
11 ESCOLAHR., , Historia de las Bibliotecas ..., op. cit., pp. 63 y 64. EL-ABBADMI,. , La an-tigua
Biblioteca ..., op. cit., pp. 92-94.
308 Amparo García Cuadrado
5. Los miembros del Museo se centraron, pues, en tareas de investi-gación
científica: matemáticas, astronomía, medicina, geografía y
fundamentalmente filología. Como ha estudiado el profesor El-
Abbadi, la civilización helenística tuvo como preocupación inme-diata
preservar, pero también comprender correctamente, los
escritos de épocas pasadas. Este planteamiento, llevará a los eru-ditos
alejandrinos a crear una nueva disciplina que acabó por de-nominarse
«comentario de textos)). «En vista de las diferentes ver-siones
de una misma obra era necesario decidir cuál era la lectura
correcta, lo que requería meticulosas investigaciones no sólo so-bre
la lengua y el estilo del poeta sino también sobre la historia y
la cultura del período del que databa el texto»'*.
Para atender especialmente las necesidades de información de los
miembros del Museo se fue conformando el fondo bibliográfico más im-portante
y rico de la Antigüedad. Evidentemente, la labor asignada al Mu-seo
hubiera sido irrealizable sin una buena colección de libros, pero ade-más
esa colección debió constituirse, sin duda, en un eficiente señuelo
para decidir a algunos intelectuales a abandonar sus ciudades de residen-cia
y marchar hacia Alejandría; o preferir la invitación de los reyes de
Egipto a las que les llegaban de las capitales de otros reinos helenísticos.
Por tanto, la Biblioteca nace como una necesidad práctica para los traba-jos
del Museo, pero no como una biblioteca-depósito de libros sino como
«una institución que adquiere libros apropiados a una finalidad y los
guarda con un cierto orden para facilitar su rápida localización y consul-ta
»l3.
LA BIBLIOTECA DE ALEJANDRÍA
Nuevamente, al abordar el nacimiento de la Biblioteca hemos de refe-rirnos
a Demetrio de Falero, ya que fue él quien propuso su creación, co-mo
ya hemos apuntado, a Ptolomeo 1 Sóter. Demetrio fue un hombre de
grandes conocimientos bibliográficos y qué duda cabe que la experiencia
adquirida en el Liceo sobre la utilización de los libros para la investiga-ción
y la formación intelectual fue decisiva a la hora de llevar a cabo las
tareas de formación y organización de la colección alejandrina. Como se-ñala
H. Escolar, la frase de Estrabón sobre el hecho de que «Aristóteles en-señó
a los reyes egipcios cómo organizar una Biblioteca», debe ser intepre-
12 EL-ABBADMI,. , ibid., p. 122.
13 ESCOLARH, ., Historia de las Bibliotecas. .., op. cit.,pp. 68 y 69.
La institución bibliotecaria en e2 mundo helenístico 309
tada en el sentido de que fueron los Ptolomeos quienes concibieron la idea
y pudieron llevarla a efecto gracias a la experiencia obtenida en el funcio-namiento
de la Biblioteca del Liceo. A imitación de ésta Demetrio propu-so
la creación y organización de una institución documental mucho ma-yor
como correspondía al poder y la riqueza de la corte egipcia. De esta
manera serían capaces de ofrecer a los miembros del Museo práctica-mente
la totalidad de la creación escrita en lengua griegal4.
Son escasísimas las noticias sobre el edificio y sus instalaciones por-que
la Biblioteca nadie la describe. Sorprendentemente las fuentes anti-guas
guardan silencio a este respecto y tampoco se han podido localizar
los restos arqueológicos de la mismals. Esta falta de informaciones obe-dece
a que tal vez no hubo un edificio especial construido para ella como
lo había para el Museo. Sería por tanto una sección más del centro de in-vestigación,
sin sala de lectura dado que ni los griegos ni los romanos usa-ron
la mesa para leer. Esta se impuso ya en la Edad Media como conse-cuencia
del abandono del formato rollo por la adopción del codex para el .
libro. También, sin duda, dado que la lectura no era silenciosa sino en voz
alta hubiera sido inconcebible una sala de lectura convencional. Más bien,
la lectura de los textos debió desarrollarse paseando por los pórticos, jar-dines
y la exedra del Museol6. Por tanto, la biblioteca debió estar consti-tuída
tan sólo por pequeñas habitaciones donde ubicar en estanterías, ni-chos,
arcones y cestas los rollos que constituían su fondo.
Por su parte, el profesor M. El-Abbadil7 sostiene una posición contra-ria.
El hecho de que los arqueólogos no hayan podido localizar su ubica-ción
y que las fuentes sean tan parcas en este punto, no significa que la bi-blioteca
no existiera como organismo independiente del Museo, con su
propio edificio y organización. Para el citado profesor ésta debió estar
ubicada cerca del Museo, dentro del recinto de los palacios reales que do-minaba
el puerto de Alejandría. Cincuenta años más tarde, cuando la can-tidad
de libros superó la capacidad de la biblioteca, se decidió abrir un
anexo que pudiera acoger ese excedente. Este fue instalado en el Templo
de Serapis, construido por Ptolomeo 111 Evérgetes (246-221 a.c.), situado
lejos del recinto real en el barrio egipcio al sur de la ciudad. El anexo se
convirtió pronto en una auténtica biblioteca y durante la dominación ro-mana
llegó a ser centro de enseñanza.
14 Ibid., p. 69. ESTRABX~INII,, 1, 54.
15 Un ejemplo muy significativo es el testimonio del gramático y sofista Ateneo de
Náucratis, quien en el s. 11 a la hora de hablar de la famosa biblioteca nos dice: «Por lo que
respecta a la cantidad de libros, la organización de las bibliotecas y del conjunto del Mou-seion,
¿qué podría añadir yo que no fuera conocido por todos?., V, 203 D-E.
16 ESCOLAHR.,, Historia de las Bibliotecas. .., op. cit., p. 73.
17 La antigua Biblioteca ..., op. cit., pp. 97-98.
310 Amparo García Cuadrado
Pese a la existencia de esta biblioteca filial, ninguna fuente ptolomai-ca
se refiere a la biblioteca como si constara de dos partes distintas. Nor-malmente
hablan de ((Biblioteca del Rey» o de «la Gran Biblioteca», tal
vez por el hecho de que sólo existiera un bibliotecario jefe nombrado por
el rey. Sólo, a partir del siglo IV d.C. se menciona la existencia de dos bi-bliotecas.
Epifanio, monje y escritor, en su obra Pesos y medidas escri-be:
»la primera Biblioteca y la otra construida en el Serapeum, más pequeña
que la anteriol; a la que llaman la Hija de la primera»ls. Por su parte, Afto-nio,
a finales del siglo IV describe esta segunda biblioteca, dentro del Tem-plo
de Serapis, con estancias para ordenar los libros y abiertas a aquellos
que dedicaban su vida al estudio, añadiendo que ((son estas salas de estu-dio
las que llevaron la ciudad al firmamento de la filosofia. Otras salas esta-ban
dedicadas al culto de los antiguos dioses~19.
Las fuentes nos hablan también de la existencia de un scriptorium o
taller de copia donde posiblemente se establecieron normas ideales para
el formato de los libros: extensión del rollo, anchura de las columnas, nú-mero
de líneas por columna, letras por líneas, etc. Esta normalización,
qué duda cabe, sena seguida por los talleres comerciales en tanto que la
Biblioteca debió constituir un importante comprador20.
El desarrollo de esta institución documental fue posible gracias al apo-yo
permanente de los reyes egipcios y para algunos autores, la decadencia
política, económica y social que tiene lugar en el siglo 11 a.c. no impidió
que las actividades librarias siguieran en toda su pujanza. En realidad, el
destino final de la Biblioteca pudo estar asociado a la desaparación de la
dinastía que la hizo hacer. Es esta la postura defendida por M. El-Abbadi
para quien, los testimonios aportados por Plutarco y otros autores confir-man
sin duda que la Gran Biblioteca fue destruida en el año 48 a.c., tras
el incendio de los edificios cercanos a la costa durante la Guerra de Cé-sar21.
1s EPIFANIO1,2 .
19 Cit. recogida por EL-ABBADdIe, Bom, G., L'Acropole dlAlexandrie et le Seraperrm
dáprks Aphtonius et les fouilles. Memoria presentada ante la Sociedad Arqueológica de
~l i j andna1, 985, pp. 23-26.
20 DAHLS, ., Historia del libro. Madrid, Alianza Editorial, 1983, p. 29, y ESCOLAHR.,,
Historia ..., op. cit., p. 74.
21 «Cuando el enemigo trató de separarlo de su flota, César se vio obligado a repe-ler
el peligro recurriendo al fuego, que se extendió desde los astilleros y destruyó la "Gran
Biblioteca")), PLUTARCCOés,a u, 49; AULIOG ELIOen el s. Ir d.C. señala que un gran número de
libros «se quemaron totalmente durante el saqueo de la ciudad, en el trascurso de nuestra
primera guerra en Alejandna, no intencionadamente o por orden de nadie sino acciden-talmente
por las tropas auxiliares», en Noches Aticas, VII, 17.3. Por su parte, AMIANMOA R-CELINO22,
.16.13 (s. N d.C.), escribe acerca de d a destrucción por el fuego de una inesti-mable
biblioteca de 700.000 libros durante la Guerra de Alejandna, cuando la ciudad fue
destruida en época de César, el dictador». Sobre el destino final de la Biblioteca, ver la
La institución bibliotecaria en el mundo helenístico 31 1
Después de su desaparición la filial de la Biblioteca se convitió en la
principal biblioteca de Alejandna. Así, durante los primeros siglos de la
dominación romana, el Museo y la biblioteca del Serapeum prosperaron
protegidos por los emperadores, lo que permitió a los sabios perpetuar la
tradición de la erudición Alejandrina. A mediados del siglo rv, Amiano
Marcelino nos proporciona un retrato de la aún floreciente vida intelec-tual
de la ciudad. Dice así el historiador romano de origen griego en su
Rerum Gestarum Libri XXXI:
Incluso ahora, en esta ciudad, se escuchan las diversas ramas del sa-ber,
pues los maestros de las artes siguen vivos, la vara del geógrafo mues-tra
los conocimientos recónditos, no se ha marchitado completamente el
estudio de la música, la armonía no ha sido silenciada y algunos mantie-nen
viva la llama del estudio del movimiento de la Tierra y de las estre-llas;
además existen hombres versados en la ciencia que revela los secre-tos
de la adivinación. Pero, sobre todo, el estudio de la medicina ... se
desarrolla cada día22.
Sin embargo, pese a la existencia de esta intensa actividad intelectual
descrita por el historiador romano, con la proclamación del Cristianismo
como religión oficial del Imperio, el carácter sagrado de los templos em-pezó
a verse amenazado. La campaña lanzada contra el paganismo por el
emperador Teodosio en el 391 d.C. determinó la desaparición del templo
de Serapis y también de su biblioteca.
El destino final de la Biblioteca madre expuesto por M. El-Abbadi no
es compartido por otros estudiosos para los que no es seguro que el fa-moso
incendio alcanzase a la Biblioteca; posiblemente las llamas destru-yesen
tan sólo algunos fardos de rollos en blanco que estaban apilados en
el Puerto para su exportación. Como es lógico, con la llegada del cristia-nismo
comenzó la auténtica decadencia de la Biblioteca y del Museo ya
que fueron instituciones creadas al servicio de la cultura pagana y, así, su
continuación no debió ser fácil bajo la dependencia de un régimen políti-co
que las perseguía al considerarlas en el contexto cultural que se desea-ba
erradicar23. En el siglo v el historiador español Orosio en su Historia
contra los paganos24 habla de los estantes vacíos de la Biblioteca de Ale-jandna,
que él vio a principios de la centuria.
obra de M. EL-ABBAdDoIn de se recoge una nueva interpretación de las fuentes antiguas re-feridas
a esta cuestión, pp. 164-173.
22 AMIANOM ARCELIN22O.1,6 .17.
23 ESCOLAHR.,, Historia ..., op. cit., p. 91.
24 OROSIO6.1 5.32.
Amparo García Cuadrado
LOS BIBLIOTECARIOS
Los bibliotecarios alejandrinos, primer elemento del proceso informa-tivo
documental, fueron los herederos de los antiguos bibliotecarios su-menos,
aquellos que crearon las bases elementales de la Biblioteconomía
y de la profesión bibliotecaria en tanto en cuanto idearon unas normas
para conservación organizada de los documentos25. Sus nombres han
quedado en el olvido, pero no así los nombres de algunos de los bibliote-carios
más significativos de la Biblioteca de Alejandría. Conocer la identi-dad
de estos profesionales nos permite señalar algunas notas que los ca-racterizan:
su origen, formación intelectual y situación social dentro de la
comunidad de estudiosos de Alejandna.
Si bien las fuentes no coinciden en cuanto al orden de sucesión de ta-les
profesionales al frente de la gran institución documental, la fusión de
los datos aportados por las dos fuentes que proporcionan nombres con-cretos
(el escritor bizantino Tzetzes y un papiro de Oxirrinco) ha permiti-do
establecer la siguiente secuencia:
1. Zenódoto, ca. 285-ca 270 a.c.
2. Apolonio de Rodas, ca. 270-245 a.c.
3. Eratóstenes, 245-2041201 a.c.
4. Aristófanes, 2041201-1891186 a.c.
5. Apolonio Eidógrafo, 1891186-175 a.c.
6. Aristarco, 175-145 a.c.
7. Kydas (hombredearmas), 145-116a.C.
De esta lista, resulta significativa la ausencia de dos personajes ínti-mamente
ligados a la Biblioteca: Demetrio de Falero y Calímaco.
El primero de ellos no figura en la lista por la sencilla razón que ésta
se inicia con el reinado de Ptolomeo 11 Filadelfo (285-246 a.c.). Posible-mente
fue este rey quien creó oficialmente el cargo de director de la Bi-blioteca
y, al parecer las malas relaciones existentes entre Demetrio de Fa-lero
y el sucesor de Ptolomeo 1 Sóter determinaron la elección de otro
erudito alejandrino, Zenódoto de Efeso, como primer bibliotecario oficial
al frente de la prestigiosa institución hacia el año 285 a.c.
En cuanto a Calímaco, el otro gran ausente, si bien tradicionalmente
se le había considerado director de la Biblioteca, ninguna fuente confir-ma
este extremo. Tal vez fue uno de los distintos bibliotecarios que ejer-cieron
sus actividades a las órdenes del director y a él le fue encomenda-
25 ESCOLARH, ., El rapto de la literatura ..., op. cit., p. 67.
La institución bibliotecaria en el mundo helenístico 3 13
da una tarea de gran responsabilidad en la Biblioteca como veremos más
tarde.
Así pues, los nombres que aparecen en la lista, corresponderían a lo
que hoy denominamos ((Director de la Biblioteca)), si bien no podemos de-terminar
con precisión cuál fue su denominación en aquel tiempo: «en-cargado
de la Biblioteca Real», «responsable de la Gran Biblioteca de Ale-jandría
» cBib1iofila.x)) (guardián de los archivos) y calificativos similares.
Este hecho nos debe hacer pensar que quizás no existiese un término es-pecial
para designar al director de la misma.
Lo que sí sabemos es que el cargo de Director fue un nombramiento
real de alto rango, muy prestigiado y que generalmente llevaba aparejado
el papel de preceptor de los príncipes herederos. Como es natural, los Pto-lomeos
van a promover a dicho cargo a personas de gran prestigio inte-lectual.
En efecto, los datos bibliográficos que han llegado a nosotros so-bre
algunos de estos bibliotecarios, nos hablan de su formación erudita y
parece que sus actividades investigadoras siguieron desarrollándose den-tro
del Museo una vez elevados a la categoría de directores. El propio Vi-truvio
así lo señala concretamente en relación a Aristófanes: «L.eía siste-máticamente
día tras día todos los libros existentes en la Biblioteca con un
ardor y una diligencia sin límitesJ6.
Prácticamente, todos ellos fueron grandes filólogos o grammaticus co-mo
se les denominaba en aquel tiempo. A ellos debemos la creación de la
filología y la introducción del respeto por la corrección textual. Entre
ellos, tal vez, la figura intelectual más polifacética fuera Eratóstenes quien
parece gustaba de definirse a sí mismo como «filológo» en el sentido eti-mológico
de la palabra, como hombre versado en todos los conocimien-tos,
amante del saber, ya que cultivó no sólo la filología sino también la
poesía, la geografía, astronomía y cr0nología2~.
Los testimonios que han llegado a nosotros nos muestran pues, un
perfil de profesional erudito con una importante formación helenística.
Pese a esta tónica general el último nombre que aparece en la lista, Kydas,
hombre de armas, es un militar. La única explicación a este hecho tal vez
se encuentre en el hecho de que posiblemente fuera el encargado de llevar
a cabo la represión contra los disidentes del Museo hacia el 145 a.c., por
orden del rey Ptolomeo VIII. Como recompensa al servicio prestado Ky-das
fue nombrado director de la Biblioteca28.
26 De Architectura, VII, 6-7.
27 Sobre los nombres, la formación y actividades intelectuales desarrolladas por los
bibliotecarios de Alejandna ver, EL-A~BADMI.,, op. cit., pp. 100 y 122-132, y ESCOLAHR.,,
El rapto de la literatura ..., op. cit., pp. 71-88.
28 Ibid., p. 103.
314 Amparo García Cuadrado
Una vez expuestos los rasgos característicos de los profesionales que
trabajaron en la famosa biblioteca, parece conveniente abordar cuáles
fueron las tareas documentales que hicieron posible que aquella institu-ción
no fuera meramente un depósito para la conservación de unos fon-dos
librarios, sino un auténtico organismo de difusión documental en el
sentido actual del término.
Las tareas documentales
En la Biblioteca Alejandrina las tareas propias del proceso informati-vo-
documental se iniciaban con la fase de incorporación de los documen-tos
al fondo para constituir el depósito de la Institución.
No podemos saber qué tipo de selección se llevaba a efecto, pero sin
duda la valoración de la auténticidad del texto y su utilidad práctica de-bieron
ser determinantes, en muchas ocasiones, para llevar a cabo la ad-quisición
de los mismos. La selección debió presentarse cada vez más
complicada conforme aumentaban los fondos, ya que había que averiguar
si las obras ofrecidas estaban ya en biblioteca y, en caso afirmativo, si los
ejemplares a seleccionar eran mejores o con valor suficiente para justifi-car
su compra29.
Sí tenemos en cambio documentado el sistema de adquisición em-pleado
en sus diversas modalidades: canje, compra y préstamo para su co-pia
o transcripción.
La modalidad del canje era realmente muy «sui géneris)), dado que las
autoridades debían requisar, por mandato real, todos los rollos que se en-contrasen
en los barcos que llegaban al puerto de Alejandna. Tras ser re-visado
el volumen convenientemente, se decidía su devolución al dueño o
bien quedaba a disposición de la Biblioteca, recibiendo su propietario una
copia del ejemplar confiscado.
La compra de libros era otra forma de adquisición. Hasta nosotros
han llegado noticias de la supuesta compra de la Biblioteca de Aristóteles
por parte de Ptolomeo 11. Normalmente, la compra de rollos se llevaba a
cabo en diversos lugares, especialmente en Atenas y Rodas, los dos mer-cados
más importantes de la época según nos informa Ateneo (1, 10). A ve-ces
se adquirían versiones de una misma obra, como es el caso de los tex-tos
homéricos, que llegaron desde Kíos, de Sínope o de Massalia. Por
supuesto la compra se efectuaba también en la propia Alejandría en los ta-
29 ESCOLARH, ., Historia de ..., op. cit., p. 78.
La institución bibliotecaria en el mundo helenístico 3 15
lleres comerciales establecidos en la ciudad. Es Galeno quien da noticia
del enorme interés de la Biblioteca por adquirir las versiones originales de
las obras de los autores más sobresalientes. Este hecho motivará un im-portante
mercado de falsificaciones y rollos nuevos envejecidos que fue-ron
comprados por la Biblioteca e incorporados al fondo30.
El último de los sistemas de adquisición mencionados parece que tu-vo
también cierta importancia en la configuración del fondo alejandrino.
La solicitud de préstamo de obras a otros centros para su copia la tene-mos
atestiguada en el caso de los manuscritos oficiales de los poetas dra-máticos
griegos. Estos fueron solicitados por el rey egipcio al Archivo de
Atenas, de donde estaba rigurosamente prohibido sacarlos. Pese a las di-ficultades
iniciales, las obras llegaron a Alejandría en préstamo a cambio
de una fuerte fianza (15 talentos de plata) que el rey perdió al quedarse
con los originales y mandar a Atenas copias realizadas en el taller de la Bi-blioteca,
según nos relata Galeno31.
Nuevamente es Galeno quien nos proporciona algunos datos acerca
del camino seguido en el proceso por la Biblioteca alejandrina. Una vez
que un libro había sido adquirido por cualquiera de los procedimientos
señalados, el ejemplar recibía una etiqueta donde se hacía constar su pro-cedencia.
Concretamente, en el caso de los libros confiscados se anotaba
«fondo de los barcos» y el nombre del dueño, porque según el médico
griego «en el caso de los pasajeros que llevaban libros, los funcionarios rea-les
acostumbraban a inscribir el nombre del pasajero antes de colocar los li-bros
en apothekai o almacenes, apilados en ciertos edificios a la espera de
ponerlos a disposición de los lectores en las bibliotecas~32.
Este texto resulta interesante ya que nos está indicando la existencia
de depósitos de adquisiciones donde se llevaba a cabo el registro de los vo-lúmenes.
Por tanto, en el registro realizado por la Biblioteca se mencio-naba
la procedencia o el lugar de origen seguido del nombre del dueño.
Pero, además, en él se hacía constar el nombre del autor y también el del
erudito que había corregido o realizado la edición de aquel texto. Entre
los datos aportados en el registro figuraba también el hecho de si el libro
era «mezclado, es decir, si comprendía más de una obra, o por el contra-rio
se trataba de un volumen «no mezcladon y por tanto con una sola
obra. Por último se anotaba la extensión del texto contando el número to-tal
de líneas que lo componían33.
30 Ibid., p. 74.
31 In Hippocratem de Natura Hominis, 1, pp. 44-105 (=Corpus Medicomm Graeco-rum,
V,9 .1, p. 55), cit. por EL-ABBADMI,. , op. cit., p. 108.
32 GALENiObi,d ., iii, p. 4-11 cit. en EL-ABBADMI, ., p. 110.
EL-ABBAMDI.,, op. cit., p. 1 1 1 .
316 Amparo García Cuadrado
Tras esta etapa de incorporación al fondo se desarrollaba la fase de
conservación, la más caractenstica del proceso documental. En ella se re-alizaba
el tratamiento de los documentos para hacerlos utilizables en el
momento preciso y su posterior almacenamiento.
Del mismo modo que existía un libro de registro debieron realizarse
también catálogos detallados de sus fondos. Si bien no se han conservado
ninguno de ellos, las tareas de catalogación y clasificación estuvieron sin
duda presentes en la Biblioteca y debieron seguir el procedimiento des-criptivo
utilizado por Calímaco en sus Pinaques o Tablas de todos los que
fueron eminentes en cualquier género literario y de sus obras.
Antes de analizar esta gigantesca obra de referencia que fueron los Pi-nakes,
vamos a señalar algunas notas sobre su autor. Poeta, gramático y
erudito, Calímaco había nacido a finales del siglo IV a.c. en Cirene (Libia)
emigrando en su juventud a Alejandna. En principio trabajó como maes-tro
de escuela en un barrio pobre de la ciudad hasta que su fama de poe-ta
lo llevó a la Corte. Muy pronto, por su gran talla intelectual y sus co-nocimientos
enciclopédicos entró a trabajar en la Biblioteca recibiendo el
encargo de confeccionar los famosos Pinakes.
Son escasos los fragmentos que han llegado hasta nosotros pero dis-ponemos
de algunas referencias antiguas?
El escritor bizantino del siglo XII d.C. Tzetzes, tras hablar del número
de volúmenes que integraban las dos bibliotecas, señala que Calímaco,
«después de su revisión estableció unos Pinakes de los libros)). Según esta
descripción los Pinakes debieron ser un catálogo de los fondos de la insti-tución.
Por el contrario, el Lexicón de Suidas, del siglo x, nos dice que «Ca-límaco
compuso ... unos cuadros (Pinakes) de los autores que despuntaron
en cada disciplina y de lo que escribieron en 120 libros)). Esta segunda des-cripción
nos informa de que los Pinakes fueron algo más que un simple
catálogo de la Biblioteca que, probablemente ya existía. Se tratana en re-alidad
de un inventario critico de los libros griegos que se habían escrito
hasta el momento.
La escasez de los restos conservados impiden averiguar y reconstruir
el plan general de la obra. A pesar de este obstáculo los fragmentos que
han llegado hasta nosotros nos permiten señalar algunas características
de tan ingente obra?
34 I b i d . , ~1. 12.
35 SCHMIDFT.,, Die Pinakes des Kallimachos, Berlín, 1922, pp. 23-28. PFEIFFER.,, Ca-llimachus,
2 vols., Oxford 1948, 1953, fragmentos de los Pinakes, 1, n." 429-453, cit. en EL-ABBADIM,
., op. cit., p. 11 2.
La institución bibliotecaria en el mundo helenístico 3 17
1. El método esencial de clasificación de Calímaco fueron las mate-rias:
Retórica, Derecho, Poesía Épica, Tragedia, Comedia, Poesía
Lírica, Historia, Medicina, Matemáticas, Ciencias Naturales y
otras.
2. En cada apartado, y a veces subapartados, los autores estaban cla-sificados
por orden alfabético.
3. Cada autor iba seguido por una breve nota biográfica y la relación
de sus obras ordenadas alfabéticamente.
4. Junto al título de cada una de ellas figuraban las palabras inicia-les,
el número de líneas y una nota sobre su autenticidad.
Por tanto, es evidente que los Pinakes contenían mucha más informa-ción
que un catálogo corriente y si bien su utilidad como instrumento pa-ra
ordenar los fondos de la Biblioteca es clara, el número de obras des-critas
superaba la riqueza del fondo alejandrino. En ellos se encontraban
obras que ya habían desaparecido en su tiempo por lo que difícilmente
podía tratarse de un catálogo-inventario de la Biblioteca. Los Pinakes de
Calímaco «sirvieron para hacer el inventario de los libros griegos que se
habían escrito, ponerlos en orden, facilitar su manejo y estudio en la Bi-blioteca
y evitar así su desaparición)+.
En cuanto al almacenamiento físico de aquellos fondos no tenemos re-ferencia
alguna. Obviamente dichos fondos debieron ser depositados or-denadamente
en los estantes de las pequeñas salas acondicionadas como
depósito. Tal vez se hallasen agrupados por materias y autores para faci-litar
su rápida localización, siguiendo la estructura marcada por Calíma-co
en su inventario. Las etiquetas de identificación que se les había asig-nado
en el momento de su registro, sujetas al extremo del umbilicus o
varita de madera sobre la que se enrollaba el papiro, permitían saber su
contenido facilmente sin necesidad de abrir el volumen.
Por último, la fase de difusión, tal y como ocurre en la actualidad, ce-rraba
el proceso documental. Evidentemente, la actividad práctica que
presidió el nacimiento de aquella magnífica colección hubiera carecido de
sentido sin la puesta a disposición de los usuarios de sus fondos. En este
punto algunas fuentes nos proporcionan datos significativos sobre la exis-tencia
de servicios de difusión así como de la elaboración de unos pro-ductos
preparados por la Biblioteca en su tarea difusora, anticipándose a
la demanda de los usuarios.
36 GARRIDAORI LLAM, .aR ., Teoría e historia de la catalogación de documentos. Madrid,
Editorial Síntesis, 1996, pp. 62-63. ESCOLAHR.,, El rapto de la literatura ..., op.cit, p. 74, e
Historia de las Bibliotecas ..., op. cit., p. 85.
318 Amparo García Cuadrado
Los servicios de difusión solicitados por los usuarios y puestos en mar-cha
por la institución permitían la lectura y consulta de los volúmenes en
la propia Biblioteca, bien en las salas de estudio referidas por Aftonio,
bien en los pórticos y jardines de la Biblioteca o del Museo.
Pero sabemos también de la existencia del préstamo como forma de
difusión, no sólo de carácter temporal, que posiblemente existió, sino de
carácter permanente a través de la entrega de una copia del texto reque-rido.
Así nos lo confirma el hallazgo de un fragmento de papiro del siglo
111 a.c. encontrado en El Fayum. Se trata de una acotación que acompa-ñaba
a unos rollos enviados desde Alejandna y dirigidos «a Efamostos, re-copilación
de los discursos diplomáticos de Calístenes ... )P. Esto nos per-mite
afirmar que las obras de Calístenes, sobrino y pupilo de Aristóteles,
que habían sido depositadas en las Biblioteca de Alejandría, eran también
solicitadas desde fuera de la capital y servidas por la Biblioteca al solici-tante
tras ser copidas en el scriptorium38. Este mismo sistema sería utili-zado
por el emperador Domiciano en el s. 11 d.C. para reponer unos libros
que se habían destruido en un incendio a comienzos de su reinado39.
Dentro de los productos de difusión ofrecidos por los bibliotecarios
alejandrinos podemos considerar las listas selectivas y las traducciones.
En cuanto a las primeras, parece que fueron elaboradas por los bibliote-carios
Aristófanes y Aristarco. Se trataban de listas donde figuraban los
principales cultivadores de los distintos géneros. La gran producción de
libros en contínuo crecimiento que llegaban a la Biblioteca hacía cada vez
más difícil a los usuarios conocer el fondo bibliográfico. Por tanto, su fi-nalidad
era la de ayudar a los usuarios a seleccionar entre todos los fon-dos
conservados aquellos que mejor pudieran servir a sus necesidades de
información. Éstos podían centrarse en unos pocos autores y en un nú-mero
reducido de obras, sin perder su tiempo en otros textos que la críti-ca
realizada por los bibliotecarios desaconsejaba. Esta actividad de indu-dable
servicio a los lectores tendrá también una parte negativa ya que
aquellos autores y obras que no figuraban en ellas dejaron de leerse y de
copiarse, terminando por desaparece#.
Las tareas de traducción efectuadas en la Biblioteca pueden ser consi-deradas
igualmente como un producto de difusión. Así, al servicio de la
comunidad judía de Alejandna, la mayona de cuyos miembros acabaron
hablando exclusivamente griego, se llevó a cabo la traducción de la Biblia.
37 Papiro de Zenón, 11 (= Papyri Columbia, IV), 60.
38 EL-ABBADMI,. , op. cit., p. 107.
39 ESCOLAHR.,, Historia de ..., op. cit., p. 90.
40 H. ESCOLAeRn , su Historia de las Bibliotecas, recoge una de estas listas dada por
Sandys acerca de poetas, oradores e historiadores griegos seleccionados, p. 83.
La institución bibliotecaria en el mundo helenístico 319
Según la Carta de Aristeas a Filócrates (s. 11 a.c.) fue el propio Demetrio de
Falero quien propuso al rey la necesidad de que los libros sagrados de los
judíos se incorporaran al fondo de la Biblioteca, pero traducidos al grie-go41.
Esta labor fue posible gracias a la abundancia de material de inves-tigación
disponible en la Biblioteca.
Tenemos igualmente constancia de que los Anales Sagrados egipcios
fueron traducidos para ofrecer a los historiadores, como Hecateo de Ab-dera,
facilidades en sus tareas de investigación. Lo mismo podemos decir
acerca de las traducciones de textos religiosos orientales sobre zoroastris-mo
y budismo42.
Abordar el elemento central del proceso documental, es decir, de los
documentos, es fundamental si queremos comprender la importancia y
trascendencia de esta institución bibliotecaria. Por ello, en primer lugar
vamos a señalar la cuantía del fondo para pasar a continuación a exami-nar
la naturaleza de la colección.
En cuanto al primer término, son diversos los testimonios que nos ha-blan
del afán incansable de los Ptolomeos por hacer de esta institución la
más rica de la Antigüedad. Así, ya en el s. 11 a.c. la Carta de Aristeas reco-ge
el hecho de que «Demetrio de Falero ... recibió sumas importantes para
la adquisición, en la medida de lo posible, de todos los libros existentes en el
mundo. Mediante compras y transcripciones, logró cumplir la voluntad real
hasta el límite de sus posibilidades. Yo estaba presente cuando se le pregun-tó:
«¿cuántas decenas de miles de volúmenes hay?». Respondió: «Más de
veinte, majestad, pero voy a realizar todas las diligencias necesarias para lle-gar
a los quinientos mi1?»43.
La existencia de 200.000 vols. en tiempos de su fundador, posible-mente
no sea cierta pero es indudable que el enorme número de ejempla-res
fue reconocido por los contemporáneos y se mantuvo en el recuerdo
de los estudiosos medievales. Otras fuentes hablan de 500.000 y hasta de
700.000 volúmenes:
- Aulio Gelio (s. 11 d.C) en sus Noches Áticas habla de 700.000 vols.
en el s. I a.c. cuando la biblioteca ardió en la Guerra de César.
41 Ibid., p. 67, y del mismo autor, El rapto de la literatura ..., op. cit., p. 69.
42 EL-ABBADMI,. , op. cit., pp. 108-11 0.
43 Carta de Aristeas a Filócrates, 9-1 0.
320 Amparo García Cuadrado
- Juan Tzetzes en sus Prolegómenos a Aristófanes (s. XII) habla de
400.000 «mezclados» y 90.000 «sin mezcla», es decir, casi un total
de medio millón de volúmenes.
Todas estas cifras son inverosímiles y muy bien pudiera tratarse del
error o la intencionada exageración de multiplicar por diez. En vez de
200.000 fueran 20.000, 50.000 y 70.080 tal y como opina H. Escolar. Para
este autor, suponiendo que la Biblioteca adquiriera lo más importante y lo
de mediana importancia que circuló en forma de libro, no pudo poseer, en
tiempos de Calímaco (mediados del s. m), más de 10.000 obras o títulos
distintos. Esta cifra podía haberse duplicado al acabar el reinado de los
Ptolomeos, a mediados del s. 1. Si a estos se añaden los abundantes dupli-cados,
tal vez más de la mitad de los vols. fueran obras repetidas, y te-niendo
en cuenta que algunas obras ocupaban varios rollos, tal vez fueran
50.000 los volúmenes reales44. Pese a esta drástica reducción, el número
de libros fue grande, superior con mucho a cualquier otra biblioteca de la
Edad Antigua.
En cuanto a la naturaleza de aquel fondo parece claro que fue esta una
biblioteca totalmente griega. Es casi seguro que la práctica totalidad de
los libros debió estar escrita en griego y que la mayoría de los autores allí
representados debieron ser igualmente griego+. Pero, los Ptolomeos de-searon
que su Biblioteca fuera universal. No sólo debía contener lo fun-damental
del saber griego, sino también los escritos de todos los países
que luego serían traducidos al griego e incorporados al fondo. Las tra-ducciones
debieron corresponder principalmente a obras científicas para
poder así cubrir las necesidades investigadores de los miembros del Mu-seo.
Parece también clara la existencia, como ya hemos señalado, de obras
de carácter religioso y de carácter histórico como es el caso de algunos li-bros
de historiadores fenicios, cuyas citas conocemos por historiadores
griegos posteriores.
El fondo de esta riquísima biblioteca abarcaba, por tanto, las diversas
ramas del saber, especialmente aquellas que eran cultivadas por los eru-ditos
alejandrinos.
Los USUARIOS DE LA INSTITUCI~N
Tras haber abordado el estudio de los bibliotecarios y de los fondos co-rresponde
ahora señalar quiénes fueron los sujetos documentales desti-
44 ESCOLARH, ., Historia de las ..., op. cit., p. 79.
45 Ibid., p. 74.
La institución bibliotecaria en el mundo helenístico 32 1
natarios del proceso documental. Parece claro, por lo dicho a lo largo de
la exposición, que los usuarios de la Institución Alejandrina fueron los
eruditos e intelectuales que desarrollaron sus actividades científicas du-rante
los siglos de pervivencia de la Biblioteca.
En primer lugar, aquellos investigadores que conformaban el Museo
de Alejandría ya que la Biblioteca nace como consecuencia de sus necesi-dades
de información. Los matemáticos, geógrafos, médicos, astrónomos
y filólogos que convivieron en aquella «jaula de la Musasn, como sarcásti-camente
denomina Timón de Fliunte, a aquel centro de erudición, encon-traron
en la Biblioteca el instrumento eficaz para llevar a término sus in-vestigaciones.
Pero además, la existencia de círculos y escuelas intelectuales inde-pendientes
del Museo desde el siglo 111 a.c. debió representar una impor-tante
afluencia de usuarios para la Biblioteca. No hay que olvidar que la
continua llegada de eruditos y estudiantes a Alejandría habían convertido
la ciudad en un centro intelectual de primer orden y no sena aventurado
asegurar que los importantes fondos bibliográficos estuvieron a su dispo-sición.
Se sabe que Estrabón se trasladó a Alejandna a finales del siglo I
a.c. y permaneció durante cuatro años consultando los fondos y reco-giendo
material para la elaboración de su obra geográfica. También el es-critor
Ateneo viajó desde Roma a Alejandría donde utilizó más de 1.500
volúmenes de la Biblioteca para componer El banquete de los Sabios.
Aunque estos dos grupos señalados fueran los principales usuarios de
la Biblioteca, sabemos también que desde todos los puntos del Medite-rráneo
los hombres de ciencia tuvieron acceso a sus fondos, no ya direc-tamente
viajando hasta Alejandna como hicieron Estrabón y Ateneo, sino
solicitando a la Biblioteca, desde su lugar de residencia, la copia de los
textos de su interés como ya hemos visto.
Según esto, el tipo de usuario que acudía a la Biblioteca era un usua-rio
cosmopolita, erudito e imbricado en las tareas de investigación que se
llevaban a cabo en los círculos intelectuales helenísticos.
LA INFLUENCIA ALEJANDRINA EN LAS BIBLIOTECAS
HELENÍSTICAS
El influjo ejercido por la Biblioteca de Alejandna debió ser importan-te.
Aunque no tenemos nada más que noticias sueltas y ocasionales, sabe-mos
que después de la creación de ésta, el número de bibliotecas públicas
creció y a ellas acudían los estudiosos en busca de información. Los reyes
helenísticos sintieron deseos de emular a los Ptolomeo y así, los Atálidas
en Pérgamo, los Seléucidas en Antioquía, los Macedonios en Pella, Hierón
322 Amparo García Cuadrado
en Siracusa y Mitndates en el Ponto crearon bibliotecas e invitaron a gran-des
hombres de su tiempo a vivir en sus cortes y a trabajar en sus fondos
librarios. De todas estas bibliotecas, la única que al parecer pudo rivalizar
con Alejandría fue la de Pérgamo, reino de Asia Menor. Tras la proclama-ción
de Atalo 1 como rey se inicia la dinastía atálida que se extingue tras la
muerte de Atalo 111 en 133 a.c. y la entrega del territorio a los romanos46.
Aunque las fuentes escritas son realmente escasas su fundación, según
Estrabón, fue obra de Eumenes 11 en la primera mitad del siglo 11 a.c.
A la parquedad de las fuentes escritas se ha sumado afortunadamente
la arqueología y ésta ha permitido averiguar algunos pormenores de esta
biblioteca helenística. Hacia los años setenta del pasado siglo los arqueó-logos
alemanes tras localizar la acrópolis de la ciudad de Pérgamo descu-brieron,
junto al templo de Atenea, unos restos que pudieron correspon-der
a la famosa biblioteca. Junto al templo se ubicaba un patio cerrado
por dos pórticos con columnas y, adosada a uno de ellos, una gran sala di-vidida
en varias estancias. Posiblemente la mayor de ellas, debió corres-ponder
al vestibulo y las habitaciones interiores a los depósitos. En ellas
quedaban restos en los muros de unos orificios al parecer destinados a su-jetar
las estanterías o anaqueles del mismo. La existencia de unas basas
de columnas con los nombres de Heródoto, Homero y otros autores grie-gos
hace presumible la existencia de sus bustos adornando el recinto. El
hecho de contar con un pórtico contiguo hace también muy probable que
éste fuera utilizado como ((sala de lectura» costumbre, como ya se ha se-ñalado,
habitual en la época47.
Poco más sabemos sobre su historia y sobre las actividades documen-tales
que en ella se desarrollaron. En cambio conocemos el nombre de su
primer bibliotecario, Crates de Malos, un filósofo estoico que alcanzó
gran prestigio en Roma, a donde llegó como embajador del rey atálida.
Posiblemente, aunque en menor escala, los bibliotecarios de Pérgamo de-bieron
seguir el esquema trazado por la Biblioteca de Alejandría en la or-ganización
de sus fondos. Las noticias sobre la elaboración de unos pina-kes
hechos en la biblioteca, a imitación de los de Calímaco, parece
confirmar este extremo.
En cuanto a la calidad y cantidad de sus fondos sólo sabemos que no
alcanzaron el elevado número de su modelo, pese a lo cual tampoco de-
46 ESCOLAHR.,, Historia. .., op. cit., p. 58.
47 Ibid., p. 58.
La institución bibliotecaria en el mundo helenístico 323
bieron ser nada desdeñables. Plutarco, en su vida de Marco Antonio, ha-bla
de que éste ofreció a Cleopatra 200.000 volúmenes de esta biblioteca48.
Las noticias antiguas señalan una cierta rivalidad entre los dos más
importates bibliotecas helenísticas de la época al disputarse incluso a sus
bibliotecarios. Así, parece que Eumenes 11 intentó raptar, tras ofrecerle el
cargo de bibliotecario, a Aristófanes que como sabemos era director de la
Biblioteca de Alejandría. Este hecho terminó con la prisión del compe-tente
bibliotecario decretada por Ptolomeo IV para evitar su deserción.
Esta rivalidad es puesta también de manifiesto por el escritor romano
Plinio el Viejo. Al parecer, a comienzos del s. rr el rey egipcio prohibió la
exportación de papiro a Pérgamo, con el fin de impedir que el desarrollo
de la Biblioteca de Pérgamo eclipsase a la de Alejandna. Ante la carencia
del material escritorio los bibliotecarios se vieron precisados a utilizar el
pergamino para la realización de la copia de textos.
Aunque la piel ya había sido utilizado en la Antigüedad por otras so-ciedades
parece que, bajo los atálidas, se halló el medio de perfeccionar
su fabricación como soporte de la escritura, produciendo a gran escala
con vistas a su exportación por la abundancia de materia prima, el gana-do.
No es posible averiguar la parte de leyenda o de verdad de la historia
que Plinio, citando a Varrón, nos cuenta; sin embargo el nuevo nombre
que recibió este material escriptóreo, pergamino, en lugar de diphtherai
como era nombrado anteriormente, resulta muy significativo.
Pese a que la Biblioteca de Pérgamo no alcanzó nunca una posición
tan elevada en el mundo de la cultura como tuvo la de Alejandría, ha de-jado
una huella importante en la historia del libro si es cierta la atribución
que se le hace del auge del pergamino como soporte de la escritura49.
CONCLUSIONES
Son varias las conclusiones que podemos señalar una vez analizada la
institución biblioteca en el ámbito helenístico.
1 .O La biblioteca helenística fue una institución al servicio de la eru-dición
y de la investigación científica.
2." Fue también una institución de carácter público en el sentido que
a ella tuvieron acceso todos aquellos ciudadanos con inquietudes
intelectuales.
48 PLUTARCAOnt,o nio, 58.
49 DAHL, S., Historia del libro, Madrid, Alianza Editorial, 1972, p. 30.
324 Amparo García Cuadrado
3." Las necesidades de información de sus usuarios van a determi-nar
la existencia de unas actividades documentales, inherentes al
proceso informativo-documental, como medio de facilitar el co-nocimiento
y la difusión de sus ricos fondos bibliográficos.
4." Este modelo de biblioteca helenística, cuyo paradigma fue la bi-blioteca
de Alejandría, define por vez primera los principios y
métodos de la investigación científica así como la critica de tex-tos.
De hecho, los investigadores tuvieron en los libros de esta
institución una herramienta imprescindible en su trabajo diario.
5." La biblioteca helenística aporta un claro carácter de universali-dad,
no sólo por las disciplinas científicas representadas en sus
fondos, sino también, por el diverso origen geopolítico de sus
usuarios, procedentes de todos los lugares del mundo helenístico.
En definitiva, las bibliotecas helenísticas se inscriben dentro de un im-portantísimo
movimiento científico sin precedente alguno hasta la llega-da
de la Edad Moderna. La memoria de la más sobresaliente de todas
aquellas bibliotecas, la de Alejandría, no fue nunca olvidada. En 1922 E.
M. Forster, en su obra-guía sobre la ciudad de Alejandría recuerda que
das matemáticas, la geografía, la astronomía, la medicina ... todas estas
disciplinas alcanzaron la madurez en el pequeño espacio de tierra entre la
actual Rue Rosette y el mar; y si tuviéramos un mínimo sentido de la jus-ticia
hoy se alzaría allí un monumento en su honor40. Pues bién, ese de-seo
del escritor inglés es hoy una realidad. La Unesco, a partir de la idea
de un grupo de profesores de la Universidad de Alejandría, patrocina uno
de los más importantes proyectos culturales de nuestro siglo: la creación
de una nueva Biblioteca de Alejandríasl. Su ubicación en el área de los Pa-lacios
Reales y su deseo de constituirse en una Biblioteca pública y de in-vestigación
de carácter universal para el área del Mediterráneo y del
Oriente Medio, nos evoca la pretensión hecha realidad de la dinastía Pto-lomaica.
50 FORSTEER., M., Alejandría. Prólogo de L. Durrell. 2." ed., Barcelona, Seix Barral,
1984, p. 63.
51 FERNANDFEEZR NANDCE.Z, ,« La Biblioteca de Alejandría: pasado y futuro)),R evista
Generalde Información y Documentación, 5, 1, 1955, 167-178; SALABERRÍAR, ., ([Asocia-ción
de Amigos de la Biblioteca de Alejandría)), Educación y Biblioteca, 45, 1994, pp. 12-
13. Del mismo autor y en el mismo n." de revista: «La próxima Biblioteca de Alejandría»,
p. 11, y ((Project Manager de la Biblioteca de Alejandría)), pp. 6-8.