Mis recuerdos de don Agustín
MARCOSG UIMERÁPE RAZA
Conocí a don Agustín Millares Carlo en el verano del año 1952.
Recomendado por su gran amigo -que también lo era mío- don Rafael
Cabrera Suárez, acudía a mi despacho de la calle de Los Reyes por un motivo
profesional. Alto, corpulento, elegante, con traje de alpaca y sombrero tipo
Eden, impresionaba de inmediato por su bonhomía, por su simpatía arrebata-dora
y hasta por su prosodia, tan canaria, que los veinte años de exilio no habían
podido desvanecer.
Preparaba su viaje a Madrid por vez primera, para intentar reincorporarse
a su cátedra de Paleografía en la Central, a la Jefatura del Archivo Municipal
de Madrid, y -supongo- para tantear también la restitución de su sillón en
la Real Academia de la Historia, a la que pertenecía desde 1934, sillón no. 17.
No pudo ser. A su regreso a Las Palmas volvió a mi despacho y algo me
informó sobre el resultado de sus gestiones. Creo recordar que me dijo que
tuvo más facilidades por lo relativo a la cátedra; pero que no podía reincorpo-rarse
al Archivo "sin hacer sangre". Desistió, pues, de su intento. Pero sí decla-ró
que su contacto con Canarias y la Península sería, a partir de entonces, más
intenso y frecuente.
Y regresó a Méjico en 1953. Para desde allí pasar, en 1959, a la
Universidad del Zulia en Venezuela.
Trasladado yo a una de las notarías de mi Santa Cruz natal en 1955, un día
recibí en mi nuevo despacho un recado, transmitido por el común amigo
108 Marcos Guimerú Perazci
Leopoldo de la Rosa: don Agustín se encontraba en la Biblioteca Municipal,
ampliando datos para su monumental Bihliogr-ajk; y traía para mí un saludo
especial de su prima, Paquita Sofía de la Torre Millares, esposa de don Ignacio
Pérez-Galdós y Ciria, grandes amigos míos.
Allí, en el despacho de la Bibliotecaria Jefe, Manija Alvarez de Ruergo,
estaba el sabio en plena faena, exultante ante la riqueza de los fondos que
encerraba el Centro, especialmente para el siglo XIX; que él --decía- lameii-taba
no poder componer, dejándolo para nuevas generaciones.
Al transmitirme el saludo de su prima g r a n voz lírico dramática, con
unos graves impresionantes, discípula que había sido de su tío, don Néstor de
la Torre- añadía don Agustín que ella le había dicho que yo también era un
buen cantante. Me eché a reir; él sonrió cómplice; y correspondí diciéndole
que sabía que, por su parte, disponía de una hermosa voz de bajo cantante y
que interpretaba, con talento y gracia, el aria de "La calumnia", de El Bor-hero
de Sevilla, en latín!, por él mismo traducida, "porque d e c í a - como don
Basilio era cura ...".
Los cordiales pasajes de esa conversación, tan divertida, los remató don
Agustín, diciéndome con la natural sorna:
-En fin, amigo Guimerá, usted y yo humildes, como las violetas.
A fines de 1960 se había jubilado don Simón Benítez Padilla, Ayudante de
Obras Públicas, en su cargo de Jefe de la Oficina de Vías y Obras del Cabildo
Insular de Gran Canaria. Con tal motivo, don Agustín, que se había I~echo
cargo como Director "a distancia" de la revista de El Museo Catzcrrio a l cu a 1
estaba tan vinculado don Simón-, proyectó dedicar un número horncn¿i.je,
para el que recabó la colaboración de decenas de autores.
Entre los señalados estuve, según me hicieron saber sus colaboradorcs
Antonio Vizcaya Cárpenter y Manuel Hernández Suárez, personados en mi
despacho de la calle de Teobaldo Power con tal fin. Acepté de inmediato, por
mi admiración a aquellas dos grandes figuras de la investigación; y aporté una
intervención del diputado a Cortes don Pedro Gordillo en las Cortes de Cádiz,
sobre alumbramientos de aguas en el Sur de Gran Canar:ia u n o de los temas
de la especialidad de Benítez Padilla-. Con tal inotivo, don Agustín me escri-bió
unas generosísimas cartas.
El acto de entrega del primero de los dos volúmenes a don Simím tuvo
lugar en El Museo presidido entonces por mi compañero Manuel Morales
Ramos- el 3 1 de agosto de 196 1. Lo ofreció don Agustín; y, entre los pre-sentes,
estábamos tres tinerfeños: Enrique Marco Dorta, el citado Antonio
Vizcaya y quien esto escribe.
Mis recuerdos de don Agustín 1 09
Precisamente, en una de aquellas mañanas de agosto del 61, recorrí yo mi
barrio de Vegueta, en busca de rincones "gordillescos". Descubrí la lápida que
estaba en la trasera de la Catedral y que rezaba: "Francisco María de León".
Recalé de inmediato por el café que existía en la calle del Reloj, donde sabia
que se tomaban, a media mañana, su cortado don Agustín, Enrique Marco,
Manolo Hernández y Pepito Naranjo.
Consulté mi "descubrimiento" con el primero; y me informó que no creía
que se tratara del historiador tinerfeño León y Xuárez de la Guardia, sino del
militar y político gran canario León y Falcón. Pero tanto don Agustín como
Enrique insistieron en que yo llevara adelante la biografía de aquél, cuya
importante aportación a la historia de Canarias dormía, manuscrita e inédita,
en la Municipal de Santa Cruz.
Animado por todos, emprendí esa labor que pude culminar al siguiente
año, y que publicaría Antonio Rumeu en el Anuario de Estudios Atlánticos,
números 8 y 9, años 1962163. Incorporé en mi texto la biografía que compuse
sobre León y Falcón, con cierta extensión; y dediqué a aquellos cuatro amigos
-hoy por desgracia todos desaparecidos- el trabajo.
... concebido en la calle del Reloj, durante un alto en las tareas de cada
cual en El Museo.
En el verano de 1968 tuve la suerte de coincidir con don Agustín en Las
Palmas. El entonces Presidente de El Museo, Juan Díaz Rodríguez, nos obse-quió
en su casa con un cóctel; y luego fuimos a cenar el numeroso grupo que
componíamos, con don Agustín y don Juan Díaz, don Juan Bosch Millares,
don Antonio Limiñana López, don Simón Benítez, Juan Rodríguez Doreste,
José Miguel Alzola, Manolo Hernández Suárez, Jaime O'Shanahan y Bravo de
Laguna, Pepito Naranjo y yo.
En aquellas dos reuniones, de tan grato recuerdo, se habló, entre otros
temas, de poesía catalana -de Espriu se acababa de publicar, en texto bilin-güe,
La pell de hrau--; y don Agustín nos refirió cómo tuvo lugar la lectura
de la tesis doctoral de Carles Riba sobre la Nausica de Maragall, oída y juz-gada
en plena alerta de bombardeo aéreo que ese día -1 2 de mayo de 1938-
padeció Barcelona. El Tribunal lo presidía Joaquín Xirau, para quien tuvo
grandes elogios don Agustín, también vocal del mismo; y con ellos, Jordi
Rubió y Balaguer, ponente; Luis Nicoléu D'Oliver; y Pere Bobigues.
Recuerdo que en esa velada yo conté lo que nos había referido don Luis
Pericot de la conversacibn con su maestro -ya en el exilio- Bosch Gimpera.
Le insistía don Luis para que regresara a España; y don Pedro, probablemente
con socarronería. le contestaba:
-Bien, Pericot, bien: cuando cambiemos de general ..
110 Marcos Guimerá Peraza
Don Agustín, inusualmente grave, comentó:
-Si, Guimerá, eso está muy bien. Pero por encima de todo está España.
Don Agustín era de saga notarial. Su abuelo paterno, el historiador Agustin
Millares Torres, fue notario de Las Palmas hasta su renuncia en 1895; y su
padre, Agustín Millares Cubas, le sucedió en su mismo despacho de la calle de
La Gloria desde ese año hasta el de su muerte, en 1935.
Sobre este último escribí y publiqué en la revista de El Museo Canario un
esquema biográfico y la historia de sus oposiciones a la notaría (1966-69). La
dediqué a nuestro personaje:
A mi admirado don Agustin Millares Carlo. en homenaje a la mcinoria de
su padre.
El propio don Agustín, comentando sus recuerdos de la notaría, decía que
en las vacaciones de verano. cuando venía a Las Palmas, echaba una mano en
el despacho de su padre; por ejemplo, cotejando los protestos de letras de cani-bio;
cosa que realizaba con el Oficial Fernando Alfonso y Martíncz, tan que-rido
por toda la familia y muy estimado por Rafael Romero, Alonso Qucsada,
que lo llamaba cariñosamente "el amigo zapatilla", por ser de lo mas cómodo.
Al oficial se le resistían las letras redactadas en idiomas extranjeros (por
ejemplo, aquella change pronunciada literalmente); pero, con sorpresa de don
Agustín, dominaba perfectamente el italiano, que leía de corrido y cantarina-mente.
Al elogiarlo Fernando le respondíá muy satisfecho:
-Agustinito, es que mi mamá era Plo ...
En 197 1 inauguramos la sede reconstruida de la Casa Colegio Notarial de
Las Palmas en la calle de J. de León y Joven -antes y ahora de Los
Balcones-. Como Decano entonces de la Corporación, invité a don Agustín
para que pronunciara una conferencia en el salón de Actos. Aceptó de inme-diato
y fijamos la fecha para el 23 de septiembre; la tituló Escr i t~l rj.1~
Notariado. Recuerdo que en la mesa presidencial me acompañaban Francisco
Hernández González, Decano del Colegio de Abogados y contrapariente
-como él gustaba decir- de don Agustín; y Diego Cambreleng Mesa,
Director de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Las Palmas.
Conservo, entre las fotos del acto, la que sacamos ante los protocolos de
Millares Cubas, en la que con el conferenciante estabainos Alfonso Armas
Ayala, Manuel Hernández Suárez y yo mismo. Pronuncie unas palabras de
salutación y gratitud.
Fue la charla de don Agustín una lección magistral, ilustrada con diaposi-tivas,
sobre las distintas clases de letras empleadas por los Escribanos de varias
épocas. Y, pese a lo árido del tema, llena de aquella gracia incomparable que
poseía.
Mis recuerdos de don Agustin 111
Quería yo publicarle -y también la Revista de Derecho Notarial de
Madrid- sobre la grabación efectuada, que envié a don Agustín, quien pro-yectaba
ponerle unas notas complementerias e iluminarla con algunas láminas.
Pero no hubo manera: el dejaba pasar el tiempo sin componerlas ni retocar el
texto grabado. Cuando tiempo adelante le insistí para que lo hiciera, me con-testaría
ditsculpándose:
-No es precisamente la Segunda Parte del Quijote ...
Por esos años de 1970 a 1975 iba yo con frecuencia a Las Palmas, por
razón del cargo que desempeñé durante ese sexenio. Y así pude encontrarme
con don Agustín varias veces. Dos anécdotas referiré, como muestra de su
buen humor.
-Una noche coincidimos en el teatro Pérez Galdós, donde daban una
ópera. Con gran sorpresa mía, desde el patio de butacas divisé a don Agustín
en delantera de paraiso. Al día siguiente fui al Museo y le manifesté mi extra-ñeza.
Me contestó:
-Si, yo estaba, como Júpiter, en las alturas, allá donde se genera el rayo ...
Pero me confesó, también, que se había pasado la función aferrado a la
barandilla, ¡porque padecía de vértigo!
-Otra mañana, también en El Museo, volví a verle. Y en medio de la con-versación
sobre libros recientes, me preguntó con cierta soma:
-Oiga, Guimerá, ¿usted sabe qué es eso de la canariedad? Porque, yo. . .
Creo que le contesté, adivinando por donde venía la broma:
-Pues no, don Agustín, yo tampoco lo sé. Habremos de preguntarle a
Juanito ...
En la Academia de la Historia, don Agustín había sido reintegrado a la
Casa en 1966, en la Medalla no 2 1, que había pertenecido a Melchor Femández
Almagro. Desde 1972 era el Decano de la Academia, hasta que en diciembre
de 1975 fue relevado por su gran amigo don Claudio Sánchez Albornoz. El
reencuentro personal tuvo lugar en la sesión académica de 28 de mayo de
1976. Después de treinta y ocho años sin haberse visto, la cosa fue emotiva ...
y divertida. Pues ambos a dúo se dedicaron a rememorar sus aventuras juve-niles
por el Madrid de su época, amigos como eran los dos del mujerío. Me
diría don Agustín:
-Fue una especie de Tenorio de vía estrecha ..."
Mis últimos contactos con don Agustín fueron los dimanantes del "Plan
Cultural" que patrocinaba la Mancomunidad Provincial Interinsular de Las
Palmas; en el que trató de llevar a la práctica felices iniciativas. La lista de
publicaciones habla por sí sola. Entre las recensiones programadas, colaboré
con mi reseña de las Memorias de Nicolás Estévanez, recientemente reeditada
112 Marcos Guimera Peraza
por Giner, Madrid, que se publicaría en la revista de El Museo Canario, 1975-
1976.
En 1978 el "Plan Cultural" editó mi libro Antonio Saviñón, constitzlc~iolza-lista
(1768-1814). Y a iniciativa, entre otros de Manuel Hernández, colabo-rador
también en este caso de don Agustín, decidieron presentarlo pública-mente.
El acto tuvo lugar en El Museo la tarde del 28 de abril, bajo la presi-dencia
de José Miguel Alzola. Hablaron Juan Rodríguez Doreste y el propio
don Agustín.
Aquél, con buen humor, no dejó de aludir a la relación amistosa del "rojo
desteñido" con el "católico a machamartillo", a lo largo de treinta años. Don
Agustín no dejó de aludir, también, a nuestra ya entonces vieja amistad y elo-gió
a Saviñón como gran traductor, faceta que yo contemplaba en el libro.
Pero se le notaba incómodo. El acto se había retrasado de hora y él estaba
padeciendo -según nos d i j o de una feroz artrosis. Llegó en su amabilidad
a excusarse conmigo de no haber podido decir más, por causa de "los años y
los achaques". Esa noche no hubo cena y charla, como tantas otras veces.
Y no volví e verle. No tuve noticia de su gravísima enfermedad hasta la
misma mañana del día en que habría de morir, en la casa de la Plaza dc San
Bernardo, propiedad de familiares suyos; tan cerca de aquella otra donde había
venido al mundo ochenta y siete años antes. "Todos somos dolientes en este
traspaso", me comentaría por escrito Enrique Marco, ya sin voz, en Santa
Cruz; quien pronto, ese mismo año 80, moriría en Sevilla.
Allá van, pues, estos recuerdos, mínimos brotes de la gran personalidad de
aquel hombre sabio y bienhumorado que fue don Agustín Millares Carlo.
"San José", El Sauzal, Tenerife, verano de 1999