Boletin Millares Carlo
2001, 20: 171-189
El cometa Halley en 191 0
(Prensa, Ciencia y Sociedad
en Las Palmas de Gran Canaria).
Juan Francisco MART~DNEL CASTILLO
I.E.S. Francisco Hernández Monzón
Las Palmas de Gran Canaria
INTRODUCCION.
Sopesar y distinguir las fuerzas de la prensa escrita sobre una realidad
científica, tal es el cometido principal del presente trabajo. Ultimamente,
hemos asistido a la proliferación de publicaciones con marcado carácter rela-tivista
en el análisis de los criterios racionales de la ciencia'. Si bien, no todos
los autores coinciden en las propuestas y menos aún en los objetivos prácti-cos2,
hay un consenso mayoritario en que los tiempos de la incontestable
racionalidad han tocado a su fin.
Mal que le pesara a Popper y sus epígonos, el ambiente historiográfico
se mueve en unas coordenadas del todo dispares con el pensamiento "forma-lista",
en la expresión de Thomas S. Kuhn3. Incluso este mismo ha optado,
* El presente artículo fue una ponencia presentada al 111 Simposio lntemacional Galdeano, con el
mismo titulo e idéntico contenido, celebrado en la Universidad de Zaragoza en el verano de 1996. El autor,
en vista del tiempo transcurrido, queda desvinculado de cualquier acuerdo de publicación con aquella
institución.
1 Una visión de conjunto, bien escrita y con una buena dosis de información, es la que ofrece Carlos
SOLIS en una obra reciente, Razones e intereses. (La historia de la ciencia después de Kuhn), publicada
por Ediciones Paidós (Barcelona: 1994).
2 Hay una clara distinción entre aquellos que propugnan un soporte mínimamente causalista, basado
en una metodología abierta a múltiples criterios (por ejemplo, Latour, Woolgar, Collins), y los restantes que,
dentro de las coordenadas sociologistas, admiten un esquema más formalista para la explicación histórica
(la llamada "Escuela de Edimburgo"). Cfr. Salís, cit., pp. 14-18, 39.
3 Para una panorámica actualizada del pensamiento kuhniano, véase la estupenda Introducción ("T. S.
Kuhn. De la historia de la ciencia a la filosofía de la ciencia") al libro del norteamericano, ¿Qué son las revo-luciones
científicas? y otros ensayos (Barcelona: PaidóslICE - UAB, 1989), a cargo del profesor Antonio
Beltrán.
Juan Francisco Martin del Castillo E/ conrc1/<rf /oí íq~( V I / Y 10 ..
como avance de posteriores definiciones, por bandear hacia unas tesis lin-güística~
que amparen y recojan las nuevas inquietudes de los historiadores
de la ciencid.
En esta perspectiva, de continuado debate y reforma de posiciones tcóri-cas,
inscribimos nuestra pequeña contribución. El presupuesto latente a cstas
páginas, cómo no, es el propio de las hipótesis etnometodológicas, en la
consideración de que sus razonamientos, fundados en intereses relativos y
totalmente dependientes de las circunstancias del momento, ofrecen un nicho
explicativo de mayor rango que cualquier otro posible. A otro lado, unimos
esta reafirmación de los métodos de Latour o Woolgar, por ejemplo, con la
crítica del Programa Fuerte de la moderna historia de la ciencia5. Sus esfuer-zos,
encaminados en alguna medida a buscar una causalidad marginal a la
racional pero con las mismas cuotas de severidad formal, nos parecen al
menos ilegítimos y no pertinentes con el desarrollo científico, dicho de una
manera cortés.
Para ello, extraemos las convenientes lecciones de lo sucedido con la
llegada a la letra impresa del cometa Halley, a mediados de 1910, en una
primavera subtropical como la de las Islas Canarias. Dividimos el traba-jo
en los siguientes apartados: a) primeras reacciones ante el evento,
incluida la de ignorancia y susto inicial; b) manifestaciones, de diverso
color y calidad, de los medios de difusión. Aquí también entrarán ciertas
posturas individuales de los plumíferos de la época, sobradamente afa-mados
por sus variopintas opiniones; y c) interpretación globalizada del
hecho astronómico, de evidente significación científica, y repercusión
socioperiodística del mismo. Finalmente, evaluaremos el componente
relativista e "interesado" del suceso a la luz de la teoría etnometodo-lógica.
Con ello, daremos cumplimiento a uno de los quehaceres imperiosos de
este renovado punto de vista. A la falta de un correlato periodístico de las
tesis de Woolgar, eminentemente ancladas en aplicaciones a la Grun
Ciencia, en palabras de D. J. Solla Priceh, intentamos, si cabe en esbozo, una
ampliación de los supuestos de esta alternativa. Porque, siendo justos, el
papel de la prensa en la divulgación y expansión de los conocimientos cien-tíficos
es vital en una sociedad como la contemporánea, que creció bajo los
conceptos de la saturación informativa y el dominio de los recursos y el
transporte intercontinental.
4 ¿Qué son las revoluciones científicas?, cit., pp. 91-93, passim.
5 Solís, siguiendo las pautas marcadas por la obra de D. Bloor, ha sintetizado en cuatro parametros
el Slrong Programme: causalidad, imparcialidad veritativa, simetría explicativa y retlexividiid (op cit.,
pág. 39).
6 Cfr. D. J . S. Price, Hacia una ciencia de la ciencia, Barcelona: Ariel, 1973 (título original: Liitlc
Science, Big Science).
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Juan Francisco Martín del Castillo El cometa Hallev en 191 0 ...
LA LARGA COLA DEL COMETA.
Ya tenemos noticias del fenómeno celeste a mediados del mes de febrero
de 19107. En Las Palmas de Gran Canaria, ciudad portuaria por excelencia
(Cal1 port, así la distinguían los británicos) con una reciente infraestructura
marítimas, que la alzó a una posición privilegiada en la economía atlántica,
ello no fue motivo, en principio, de desasosiego o quebranto general. Más
bien, al contrario. La opinión pública sí que se hacía eco del evento, con
comentarios y debates tertulianos, pero la sensación no pasaba de un límite
definido, mostrando cuán indiferente aparenta la sociedad cuando la informan
de inesperados acontecimientos venidos del cielo.
Poco, en verdad, se sabía de la figura del sabio inglés Edmond Halley
(1656-1742), y, menos todavía, de la profética llegada del astro, que llevaba su
apellido en honor al descubrimiento del ciclo del cometa. No obstante, esta
ignorancia no escondía el natural asombro ante un hecho desconocido. En
definitiva, la gente necesitaba de una fuente verídica y segura sobre el parti-cular,
puesto que ni la pequeña clase intelectual de la época podía abarcar las
varias facetas explicativas del hecho.
Esta urgencia fue satisfecha por la prensa. Y se verá cómo sorprendente-mente
un "dato científico" es volteado, analizado e interpretado sin reparo
alguno a la manera más interesada.
Había una laguna por cubrir en el aspecto puramente periodístico: nadie
era capaz o reunía la suficiente habilidad para dar una cabal información de
los rumores que, de continuo, eran esparcidos por el servicio telegráfico, del
cual la mayoría de diarios se había hecho suscriptora. La venida de un come-ta,
próximo al sistema solar, suponía una noticia interesante, extraña a la habi-tual
cartelera de conflictos políticos y denuncias municipales; pero desde
luego merecedora de atención por cuanto los científicos no las tenían todas
consigo al respecto del encuentro de la cola del astro con la atmósfera
terrestre9.
A través de las abigarradas páginas del diario La Definsu.
8 Recordemos que el puerto fue entregado en 1902, tras casi veinte años de trabajos y proyectos (la
obra comenzó a ser realidad en 1883). Cfi Juan Francisco Martín del Castillo, "Aproximación a un análisis
de las técnicas de construcción del Puerto de Refugio de Las Palmas (1883-1903)", in: Espacio, Tiempo .v
Forma, Serie IV (Historia Moderna), tomo 7, pp. 435-446.
9 Todavía era palmario el desconocimiento de las distancias astronómicas y las repercusiones plane-tarias
del paso de un cometa. Sin embargo, había una convulsión de "opiniones expertas" acerca de estos
fenómenos, que, de forma indirecta, llegaba al tejido social.
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Juan Francisco Martín del Castillo E/ cometa i f c r / / c , i eri 1 Y/(/
Precisamente, esto constituyó el centro de las deliberaciones de los articu-listas,
invitados a las páginas de los periódicos, en un afán de avanzar y
disuadir cualquier interpretación "abusiva" o errónea de la noticia. Sin cmbar-go,
como es obvio, la respuesta editorial no tuvo la misma profundidad y
alcance en unos medios que en otros. La lecturu del hecho científico, en una
palabra, iba a dilucidar la cuestión.
Así, el diario La Defensa, antaño órgano representativo del Partido Cana-rista,
muy beligerante con los liberales aupados al gobierno local, comenzó,
desde un primer instante, por buscar una "opinión experta", sólo que con un
matiz a tener en cuenta: la indefinición social. En rigor, el conjunto de la
ciudadanía de la floreciente urbe a l menos hasta 1 9 1 7 no cstaba cn
condiciones de hacerse con una imagen fidedigna de lo qué era y, sobre todo,
de lo qué iba a ocurrir con el roce de la cabellera del cometa. Incluso, habia
una seria discusión científica acerca de la constitución y composición elemcn-tal
del largo apéndice.
Esta eventualidad ocasionaba un grave desconcierto en las filas de
La Defensa. El protagonismo del "cometa de Halley" debía, por fuerza,
inducir a una práctica periodística esmerada y pulcra con el trato de la infor-mación.
Mas, y a costa de lo relativo del caso, el diario se vio en la tesitu-ra
de fomentar la indefinición citada, salvando, claro es, la neutralidad del
medio y procurando no levantar alarmas innecesarias. Como se aprecia, una
difícil apuesta.
De este modo, recogíase un juicio de Camilo Flammarion en fechas tem-pranas
de 1910. Bajo similar títulolo, el afamado astrónomo francés habia
defendido unas observaciones "curiosas" del Halley. Tras prescntar el fenó-meno
empírico y sazonarlo con inteligentes aseveraciones, motivadas por su
seguridad científica, hace un largo comentario retórico, que pasamos a
transcribir:
Pero se me preguntará: ¿qué puede ocurrir si la Tierra se encuentra innier-gida
en la cola del Cometa de Halley? Todo depende de la constitiición del
Cometa ... pero creo que no hay motivo de alarma. (...) Puede succder quc
observemos interesantes fenómenos eléctricos y magnéticos, producciones de
auroras polares, borrascas especiales, lluvia de estrellas crrantes, resplandores
etéreos de las regiones superiores de la atmósfera, mientras que los astróno-mos
del otro hemisferio, estudiarán el paso del núcleo planetario por delante
del disco solar para determinar su naturaleza y densidad ... La fccha del 18 de
mayo será memorable para los anales astronóinicos; yo la espero con verda-dero
placer.
' O Camilo Flammarion, "Juicios de Flammarion - Los cometas", La Ihf&w. l4.II.19 10 (reproduc-ción
de un articulo de Le Petit Journal).
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Juan Francisco Mariin del Castillo El corneta Halley en 1910 ...
Según este estudioso, el cometa es productor de placenteros sentimien-tos
y alegría inusitada de la ciencia". Con todo, ubiquemos el análisis
histórico en aquella década del siglo XX. Si logramos deshacernos de los
prejuicios lógicos, podremos atender a una serie de críticas posibles al rela-to
del galo. La cantidad de aberrantes hechos, descritos con holgura por
Flammarion, es también una probabilidad de cataclismo terráqueo. Las for-maciones
intempestivas o disfuncionales de la naturaleza son un aviso, bien
interpretado, de que algo sobresaliente ocurre en los confines del planeta.
Esta misma carta de razonamientos se hacía, sin duda, la opinión pública,
que, previsora de mensajes indirectos u "ocultos", mantenía un alto índice
de "alarmada" curiosidad.
Y esta condicionalidad de la línea editorial de un diario, a la vista de un
lector coetáneo, supone, de otra parte, una inteligencia capaz de provocarla.
Quiere decirse que hay una infraescritura en la prensa que, a lo menos para el
asunto que tratamos, obliga a una segunda estimación de la realidad científica,
matizada al albur de las circunstancias.
Evidentemente, el modelo pergeñado hasta el momento disfmta de unos
parámetros de identificación y unas pautas de actuación. Reconocido el para-peto
científico, es decir, plenamente satisfecho el rasante nivel de lo infraes-crito,
toca la hora de demostrar las preocupaciones sociales inherentes al hecho
astronómico. Y no tardó en hacerlo La Defensa, con un largo articulo en torno
al alarmismo suscitado por el Halley12: la referencia expresa a la indefinición
sobre un verosímil accidente de dimensiones colosales y, por consiguiente, el
estampido social asociado son los dos detonantes históricos que han de mere-cer
y justificar el tipo tradicional de revisión histórica, que será soporte argu-mental
de lo que habrá de decirse más adelante.
Nada más inquietante que los peligros indefinidos, los espectros, los fan-tasmas
y los cometas. En estos momentos hay mucha gente que, alarmada por
los cálculos astronómicos, espera con temor el momento en que se supone que
la Tierra ha de ser asfixiada por el cometa de Halley, ó mejor dicho, por su
cola compuesta de sustancias venenosas... [y concluye] ¿Por qué temer ahora
un conflicto que jamás se produjo en tiempos pasados? ... No hay, pues, moti-vo
para ninguna alarma ni temor.
Vocablos tales como "peligro", "temor", o el propio de "alarma", remiten
a un contexto mucho mayor que la accidentalidad de un evento científico, pese
a que éste manifiesta claras repercusiones sociales. Las palabras siempre con-
" En realidad, así es para cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad por los maravillas de la
Naturaleza.
12 La Defensa, "De actualidad - Sobre el cometa", 18.11.1910.
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Juan Francisco Martín del Castillo El c o~nc,ítr Hrrllc~i en 1 Y 1 O
ducen a un sustrato original, a un fundamento principal de la realidad'? De ahí
que la correspondencia final con los hechos históricos esconde unos trámites
previos de obligada realización.
El miedo que puede motivar la Naturaleza en el ser humano está en directa
proporción con el nivel de pérdida que ello supone. Sucintamente, nadie siente
el poder destructivo cuando no ha de desprenderse de algo relacionado consigo
mismo o con los suyos; pues de forma similar actúa el bloque social en conjun-to.
Ni siquiera hace falta recurrir a la psicología colectiva para explicar seme-jantes
condicionamientos básicos, sólo descubrir la quiebra allí donde proceda.
Y los periódicos, al ser verdaderos voceros del clamor de un grupo con-creto,
determinan la enunciación efectiva de la falla aludida. La Defensa, y en
menor grado España, gozan del privilegio de auscultar el pulso de la sociedad
en unos instantes de preocupación alarmante. Sea ésta seria o aparente, el
resultado sigue siendo idéntico, puesto que idénticos son los elementos socioe-conómicos
en juego. En suma, el período de lo infraescrito toca a su fin, des-lizándose
el supuesto científico hacia unos contornos sociales interesados.
La ciudad, que dibujamos con pinceladas modernistas y en declarada
expansión, vive unos años de florecimiento mercantil, añadidura del boyante
comercio portuario14. Los índices marítimos nos hablan muy a las claras de
esta bonanza, que llegaría a su cénit en 191 3'5; pero es que también las expor-taciones
de productos hortofrutícolas~6c, on envíos cada vez más voluminosos,
y, en general, las transacciones de diverso monto y asunto ejemplifican un apo-geo
económico insólito, desde las fechas de la producción de la cochinilla.
Esta realidad no era fiuto de un día, ni tampoco de un solo talento, sino el
culmen de una ansiada política de apoyos al medio marítimo, comenzada alre-dedor
de 1860 por el Partido Liberal, con los hermanos León y Castillo al fren-te.
Destacar, por ende, un único factor, físico o humano, en la consecución de
la mejoría es inexacto o, cuando menos, falto del debido rigor histórico.
Incluso las "clases populares", en expresión de Teresa Noreñal7, suman al pro-
'3 Decía Kuhn con gran acierto que "en la mayoría del proceso de aprendizaje del lenguaje estas dos
clases de conocimiento -conocimiento de palabras y conocimiento de la naturalcza se adquieren a la
vez; en realidad no son en absoluto dos clases de conocimiento, sino dos caras de una sola inoneda que el
lenguaje proporciona" (in: "Qué son las revoluciones científicas", on cit., pág. 92). En fin. incluso para la
matimción e interpretaciíin de un hecho científico el lenguaje empleado es vital: niuestra un determinado
compromiso de partida.
l 4 CfY. Francisco Quintana Navarro, Barcos, negocio.sy h~irgie.ses en el Puerto de La Lzc (1883-1 Y 13).
Las Palmas: CIES, 1985.
15 Véase el gráfico 1 y el cuadro l.
I h Véase el cuadro 2. Además puede consultarse con provecho el a~nplioe studio de los profesores P.
N. Davies y J. R. Fisher, "Relaciones comerciales entre Gran Bretaña y las Islas Canarias desde 1850 a nues-tros
días", in: VV. AA., Canarias e Inglaterra a través de la historiu, Las Palmas: Cabildo Insular de Gran
Canana, 1995, pp. 2 1 7-269.
17 María Teresa Noreña Salto, Canarias: Políticu y Sociedad durante la Re.stuuración, Las Palmas:
Cabildo Insular de Gran Canaria, 1975,2 tomos, passim.
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yecto más de lo que pudiera pensarse: amén del trabajo diario y el empeño de
sacar adelante sus familias, apuestan decididamente por la regeneración urba-na
y social de la ciudad. En esta dirección, la contribución demográfica de las
clases trabajadoras resulta esclarecedora para la comprensión de los movi-mientos
humanos en los principios del siglo XX.
Gráfico 1
Movimiento de vapores en La Luz, 1883-1913
Fuente: Francisco Quintana Navarro, "La Luz, estación carbonera y despegue portuario. 1883-191 3"
in: Aguayro, Marzo-Abril 1983, pág. 14.
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Resumiendo: el émbolo socioeconómico de una población entera acciona-ba
a la par que el sentimiento o el interés eran afectados por alguna condición
exógena al sistema. Este simple mecanismo explica y legitima, a nuestro modo
de entender, los resortes publicitarios manifestados en los diarios de la época.
Ahora bien, resta comprender por qué la ciencia se ve necesitada de una ulte-rior
reafirmación o, peor todavía, por qué abiertamente es refutada y puesta en
tela de juicio.
Ambas cuestiones nos sitúan en un plano superior de reflexiones meta-científicas.
No obstante, hay unas extrañas coordenadas psicológicas en la
trama: si bien la presión humana de un grupo determinado refiere y permite el
interés social, no cabía inteligir que éste intentara socavar los criterios impc-rantes
de racionalidad científica, mudándolos a su gusto.
Cuadro 1
Movimiento de mercancías por el Puerto de La Luz, 19 10- 19 14
Años
1912
1913
1914
Embarcadas
(Toneladas)
General
7.560
8.489
4.980
6.560
8.1 92
Dcseinbar-cadas
(Toneladas)
General Carbón
199.2 1 0 706.475
216.755 822.23 1
231.916 791.985
209.11 1 828.376
166.726 636.523
Fuente: Quintana Navarro, art. cit., pág. 15
Cuadro 2
Cifras de exportación hortofmtícola para el período 19 10-1 9 15
en kars.
Fuente: Archivo Histórico Provincial de Las Palmas, Sección del Ayuntamiento.
Serie: Intereses Generales, legajo 6, expediente 2042. (Elaboración propia.)
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En cuanto a la primera de las preguntas, acerca de la necesidad de explicar
o recurrir a la ciencia en unas circunstancias prestablecidas, tenemos que echar
mano a fortiori de los insondables perfiles psíquicos del ser humano. De otra
manera, resultaría muy compleja la elucidación del problema. Por ejemplo, el
15 de marzo de 1910, La Defensa, en un pequeño artículo18, refleja la partida
de unos sabios centroeuropeos con el fin de analizar el paso del cometa:
Pronto saldrá de París para Canarias una misión científica internacional,
cuyo principal objeto es el estudio del Cometa de Halley.
A su llegada a la isla de Tenerife, nuevamente se hace eco de la noticialg.
Es decir, la expectación iba en aumento a medida que se acercaba el astro a la
Tierra. Pero nadie era capaz de ajustar un argumento válido en contra de la
irreversibilidad de lo venidero. Recordemos, y ahora más que nunca, que his-tóricamente
estamos aún en los tiempos dorados del positivismo acendrado y
el cientifismo a rajatabla. Por lo tanto, cualquier enunciado científico alterna-tivo
debía "pegarse" literalmente a los hechos observados y reconocidos por la
comunidad internacional de expertos en la materia.
Sin embargo, a La Defensa, como portavoz de un grupo social amplio,
poco le importaba "conocer" la realidad, en el predicamento tradicional y clá-sico
de la Ciencia20, sino, ante todo, buscar una "explicación" acorde con los
datos y eminentemente satisfactoria a los intereses planteados. Pareciera una
contradicción, pero justo allí donde lo científico encuentra su negación, la
sociedad halla la necesidad de la recurrencia a su acicate. ¿Por qué si no el dia-rio
recogió en primera plana la nota de una conferencia dictada por Horacio
Bentavol21 en la Sociedad Geográfica de Madrid? Además, ¿por qué en una
época positivista, alejada de las ilusiones y los efectos taumatúrgicos, se acep-tan
las explicaciones ofrecidas por un "amateur"? La respuesta debe girar en
torno a un alegato psicologista, si se quiere a una coyuntura fenomenológica.
Puesto que el propósito es, en fin, la salvación de una realidad dada, aunque
sea mediante la construcción de un modelo divergente al consabido.
La segunda de las cuestiones pendientes, la refutación de la ciencia, remi-te
a paralelas interpretaciones a las aportadas. Cuando el criterio racional
empuja hacia la admisión de un fenómeno de proporciones globales, basándo-se
en las observaciones contrastadas y en la comparación de circunstancias
semejantes, el elemento psicológico se torna condicional para la validación de
los hechos supuestamente científicos. A finales del Ochocientos, aún eran
'8 "El Cometa de Halley - Misión científica á Canarias".
'"u Defensa, "Comisión Científica", 29.111.19 10.
20 Para el ethos clásico de la ciencia, cfr. Pedro. M. PRUNA, "Ciencia: Ethos y Método", in: Llull, vol.
18 (1995), pp. 213-221, esp. 217.
21 La Defensa, "En la Sociedad Geográfica - Las colas de los cometas", 25.1V.1910.
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vigentes en parte las teorías cataclísmicas de George Cuvicr (1 769-1 838), no
menos que respetados su talento y reputación como saiuizt escrupuloso con los
datos de la realidad22. Pues bien, atendiendo a los dictados de las publicacio-nes
del galo, no era extraña la idea de una hecatombe terraquea al paso del
Halley; antes, al contrario, y por desgracia para los miembros de aquella
comunidad humana, sería una confirmación de sus postulados paleontológi-cos.
En suma, suponía, de alguna manera, el "experimcnto crucial" para
muchos geólogos y biólogos del tiempo, ocupados en bizantinas discusiones
sobre la evolución o funcionalidad adaptativa de los seres, la acción dcl agua
o el vulcanismo en la generación-degradación del medio, etcétera.
No sabemos si el sabio francés tuvo conocimiento exacto de la cxistei-icia
del astro plateado, ni siquiera si fue partícipe de todos los efectos que ello trae-ría
consigo. Pero sí que contamos con la reacción del isleño ante la posibilidad
de tamaña catástrofe. De nuevo, La Defensa transmite, a corto plazo del
momento decisivo, la sensación generalizada: ~nicdo ciertamente, pánico en
algunos casos y, sobre todo, manifestaciones milenaristas por doquier, ya que
la gente se dedicaba a "pecar más y de prisa", comentando las noticias Ilega-das
del cosmopolita París23. Empero, la situación de la ciudad canaria es retra-tada
con fidelidad a un solo día del evento?
En estas últimas noches muchas personas han madrugado para contem-plar,
cerca de las playas y desde los balcones y azoteas, el brillante viajero de
los espacios.
Y son de oír los comentarios que se hacen al ver la enorme cola del coine-ta
extenderse como una franja de luz, por cl firmamento.
Los escépticos, claro, no creen en ningún trastorno en nuestra atmósfera;
pero los tímidos, los pesimistas no las tienen todas consigo y esperan con ner-viosa
inquietud que el cometa pase y se aleje.
Y el día 18 de mayo, señalado por la astronomía como el fatídico, todavía
perdura el desasosiego25:
(...) ¿Qué hechos podrán tener lugar á consecuencia de la aproximación
del cometa? Es difícil predecirlo ... Podrán ocasionarsc tempestades por esta-blecerse
corrientes atmosféricas ... Podrán desprenderse del núcleo dcl come-ta
algunos bélidos [sic] cayendo sobre la superficie de nuestro planeta ...
Podrán verse auroras boreales, relacionadas con el estado de electricidad de
las atmósferas (...).
22 Una recuperación contemporánea del pensamiento de Cuvier, o, al menos una visiciri mis "adecua-da"
de sus tesis, la ha ofrecido su compatriota Pascal Tassy, en la obra, E/ tmen.rujc. L/L, /os,f(í.si/c,\ (Madrid:
Alian~a, 1994). El autor llega a exclamar, en una especie de exculpación histórica, que "iC'uvicr sólo que-ría
remitirse a los hechos observados!" (pág. 37).
23 La DeJensa, "París al día - Cosas del cometa", l l .V. 19 10.
l4 Ibid., "El temido cometa", 17.V. 1910.
25 Ibid., "Algo sobre el cometa Halley", 18.V.1910.
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Una pintura inquietante pero también inconformista desde la óptica cientí-fica.
La dificultad de la predicción, principal tarea de la ciencia, y la negativa
social a la aceptación de un hecho terrorífico movilizaron, en efecto, la expli-cación
de la situación bajo presupuestos interesados. Añadamos ahora que la
refutación del concepto heredado se hace desde estas mismas premisas. El cri-terio
de validez, alegremente vaciado de los contenidos "extracientíficos" o
"irracionales", no soporta una prueba como la que aquí hemos descrito; nadie
en su sano juicio hará suyos los términos de la ciencia así practicada por cuan-to
su embroque con la realidad social es imposible.
La factibilidad de que haya una alternativa a la Ciencia, provocadora o sus-tentadora
intelectual en este caso de una aberración natural, es la propia fali-bilidad
del sistema; a la manera como un menor, por medio de la táctica del
ensayo, responde a una conducta de refuerzo positivo o negativo.
Conocido el ambiente social inmediatamente previo al gran instante;
conocidas las implicaciones de conjunto sobre el hecho científico y, como es
natural, una vez extraídas las consideraciones oportunas, hemos de analizar la
presentación del cometa en las lindes planetarias. A este objeto, es de notar que
el Sidereus Nuncius (recordando el clásico tratado de Galileo) auspició comen-tarios
de diversa índole en el medio periodístico.
A una parte, La Defensa, en su línea de seriedad editorial, limitaba la noti-cia
a un reportaje exhaustivo de los aconteceres del día y la noche subsiguien-te,
diseñando una estampa costumbrista y, si me apuran, entrañable del
momento26:
Aparte algunos espíritus pusilánimes que temblaban de miedo ante la
hipótesis de la catástrofe, en general el paso del cometa de Halley ha sido
tomado á broma en Las Palmas. La gente joven, singularmente, estaba anoche
de buen humor y se dispuso á ver el temido astro lo más alegremente posible,
sin preocuparse de los trastornos que pudieran haber ocurrido al penetrar el
apéndice del cometa en la atmósfera del globo que habitamos.
Desde las 12 advertíase gran animación en las vías públicas; movimiento des-usado,
como si se tratara de una Noche-buena. Los cafés estaban llenos de gente
y en todas partes se comentaba el paso del cometa (...) Puede decirse que anoche
durmió poca gente en esta ciudad. El vecindario velaba el paso del cometa.
(...) A las dos y media próximamente empezó á dibujarse la cola del cometa
con tenue claridad, de oriente á occidente. En este momento se lanzaron al aire
cohetes. (...) Aqui no ha pasado nada ... No hubo lluvia de aerolitos, ni de estrellas,
ni auroras boreales (por lo menos en estas latitudes), ni, en fin, trastorno alguno.
26 Ibid., "El paso del cometa Halley", 19.V.1910. (El subrayado del próximo texto es nuestro)
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Juan Francisco Martin del Castillo El comela Ifulley en 1910
Pero, de otro lado, el diario Españu hizo alardes de humorismo y buen
talante ante la supuesta adversidad. Sus redactores comenzaron por no creerse
lo de la venida de un "mensajero estelar" y poner entre paréntesis las observa-ciones
astronómicas hacia el final de abril: "Personas que nos merecen entero
crédito nos aseguran que desde anteanoche se ve el cometa de Halley desde la
isleta y desde Tamaraceite. Dicen estas personas que el astro que ha de destri-pamos
si Dios no lo remedia, tiene como el morrongo 'la cola muy larga y el
pelo muy fino' ... Nosotros, la verdad ante todo, aún no hemos tenido el gusto
de echarle la vista encima ... ó debajo"27.
Por fin, el redactor jefe y alma mater de la publicación, Jutelo (Juan Téllez
y López), tuvo el gusto de ver al Halley y así lo atestiguó en dos artículos apa-recidos
en la segunda semana del mes de mayo de 19 1028. NO obstante, el edi-torial
y los colaboraciones del día 18 del corriente se llevan la palma en cuan-to
a humor, dosis de ironía y sarcasmo, crítica social ... y también científica.
Por esta razón, nos centraremos en sus contenidos sin mayores dilaciones.
A B R A C A D A B R A
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C A D
NUESTRO CONJURO AL COMETA (apud E.~poña",E l Cometa", 18.V 19 10).
27 Espuria, "El Cometa", 23.1V.1910.
Ibid., "El Cometa" y "Viendo el Cometa", del 10 y 15 de mayo dc 1910 rcspectivamentc
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Juan Francisco Martin del Castillo El cometa Halley en 1910 ...
La sabrosa pluma de Jutelo hizo presa en las timoratas conciencias de la
urbe grancanaria, despotricando contra aquello que le parecía más convenien-te,
por no utlizar otros calificativos que él sí lanza con soma y talento. Llegó
hasta diseñar un excéntrico "conjuro al cometa" (véase figura anterior); pero
lo sobresaliente para el pensamiento científico es la acerba recordación que
hace del papel del hombre de ciencia en la compleja relación de los senti-mientos
y la percepción de la realidad por medio de "sus" ojos29:
iOh! Las ciencias, iOh la astronomía! iOh Halley! Cuantas cosas ha hecho
decir el célebre astronómo inglés y á cuantos le ha hecho nacer la afición á la
astronomía con la misma facilidad con que sale un grano. Todo el mundo se
ha creído en el deber de hablar de Halley (me refiero al cometa) y todo el
mundo le tutea como si le hubiera conocido toda la vida. Verdad es que i10~
hay que son frescos!.
Los astrónomos han dicho muchas cosas que aquí entre nosotros, maldi-ta
la gracia que me han hecho y los astrónomos callejeros i ique los hay! ! han
dicho cosas que valen un Perú con Quito y algo de Patagonia además.
La declaración de Juan Téllez, directamente al cuello de la Ciencia, y las
insinuaciones de La Defensa nos reconducen, para terminar con este capítulo
de desengaños, a la alegoría del refuerzo psicológico. En ningún momento, los
predicados de los sabios, de los expertos o de la comunidad científica fueron
del agrado de la población por las "causas" ya apuntadas; sólo que se produjo
también un efecto perverso en el criterio científico, pues únicamente tuvieron
el plácet de la sociedad aquellos métodos y conclusiones que desistían de una
supravaloración del catastrofismo celeste. En buena medida, la Ciencia quedó
subyugada a la estrategia del ensayo social, en vez de ser a la inversa.
En pocas ocasiones, podremos visualizar una situación como ésta: la
observación científica y la experiencia obligaban a someter al juicio a unos
constreñimientos insufribles, mas, en el otro extremo, el hombre y su psicolo-gía
social perdían el miedo a la "racionalidad" y osaban desvirtuar por com-pleto
la metodología clásica del conocimiento (la epistemología). Como decía
España, en el intento de zanjar un asunto ya periclitado: "( ...) Pero iquiá! Pasó
el peligro y no hay que preocuparse. A comer, á dormir, á trabajar, á atesorar
dinero, aunque sea á costa del dolor ajeno ..."30.
29 Ibid.," El Cometa", 18.V.1 910 . (Subrayado nuestro)
30 Ibid., "Pasó el cometa", l9.V. 1910.
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Juan Francisco Martin del Castillo El t oirirrci HciII<,i i J r r 1 Y 10
CONCLUSION: ENSAYO DE INTERPRETACION
El trabajo de la comunidad es acoplar esos intereses [dc los cientíticos]
con los sociales y del grado en que lo consiga depende su supervivencia31.
En estas últimas páginas, acometemos un breve ensayo acerca de las
dimensiones teóricas que pudiera tener el efecto Hal/ej>e n la metodología uti-lizada
por la Historia de la Ciencia. Con modestia pero no sin rigor, ofrecemos
un mínimo sustrato histórico-teórico a las tesis relativistas de los modernos
sociologistas.
Si concluimos con notoriedad una lección del anterior relato cs prccisa-mente
ésta: hay una lucha constante entre los intereses de la comunidad
científica, al modo que la definieron Kuhn y Solla Price, y los intereses
propios de la sociedad. Esta beligerancia no siempre es manifiesta y univoca,
sino que se trasluce mediante subterfugios o, más claramente, por situacioncs
equívocas, en aparente neutralidad con respecto a los criterios de racionalidad
o cientificidad.
Mas, otra de las notas imperantes en este juego de fuerzas es la primacía
-efectiva en todo momento- del interés social por encima de c~~alcsqiiiera
elementos alternantes. En una gran cantidad de casos, no resulta abusiva fren-te
al hecho científico, tratándose en simpleza de la relectzn-a dc los datos
básicos de la ciencia; no obstante, se ha de reconocer que, en determinadas
oportunidades, esta nueva lectura precede a una cabal redefinición del proce-so,
a la vista de insospechados resortes socioambientales, quizá del agrado de
la psicología colectiva pero no de la comunidad científica.
Por descontado, ante semejante panorama, la Historia de la Cicncia debc
ejercitarse en la búsqueda e identificación de los intereses encontrados a lo
largo del desarrollo histórico de las ideas y las teorías. Por ejemplo, para el
asunto de marras, hemos convenido en que una serie de factores socioeconó-micos,
psicológicos y la falta de una ciencia fuerte en la astronomía de
aquellos años (como elemento endógeno) desembocaron en la incomprensión
y anulación de las tesis "fatalistas" de los hombres de ciencia de principios
de siglo. Sin embargo, este somero control de figurantes en la escena, aún no
ha conseguido detectar en esencia la magnitud de esos intereses. Con este
3' Jesús Sánchez Navarro, "Hacia una teoría pragmática de la ciencia: modclos, intereses y tecnolo-gía",
in: Gavagai, vol. 1. No. 1 (Abril 1989), pp. 135-176, pág. 165.
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Juan Francisco Martin del Castillo El cometa Halley en 1910 ...
objetivo, haremos una regresión a fin de hallar el último de ellos, el funda-mento
primordial.
Este extremo de la cordada, por un sí por un no, nos llevará hacia presu-puestos
metacientíficos o, lo que es lo propio, a la filosofía de la ciencia. Esto
es, la historia del evento científico conduce, de manera inexorable, a la
reflexión de segundo grado, como la llamó Losee32. Empero, este hecho ya es
sobremanera conocido, aunque no deja de presentar su importancia a la hora
de enjuiciar el trabajo del historiador. Así, la identidad y localización de los
intereses -que a eso vamos- pasan a desempeñar un papel crucial en el
modelo sociologista, cuya iniciativa procede de la puesta en duda de los crite-rios
racionalistas o causales al uso.
Páginas atrás, encontramos factores actuantes, elementos decretorios en el
desarrollo de la situación. Aquí, resumiremos esta indefinición y resolveremos
el problema suscitado por la necesidad teórica de hallar unos términos conde-centes
con el empeño de la sociología de la ciencia. Bien se dice, pocas veces
es mostrado el "interés social" en el lenguaje ordinario; más parece que es
objeto de mención, de oculta pero imborrable trayectoria. En este sentido, los
llamados "factores" son también una referencia a algo no sustanciado a plena
satisfacción del profesional de la historia: ¿qué son verdaderamente los facto-res
socioeconómicos y psicológicos en la relectura de la llegada del Halley a
la Tierra a través de la ambientación isleña de Las Palmas de Gran Canaria?
¿Qué signlJica realmente este conglomerado? ¿Es una artimaña pseudoexpli-cativa
del historiador o sociólogo? Pues, no. La factorización replica aposte-riori
a unos intereses básicos, auténticos pilares de la materia.
El primero de los factores que desentrañamos del efecto halley fue el
socioeconómico, a saber, la población vivía una época boyante y abiertamen-te
expansionista, con grandes tasas de euforia social y prosperidad en lo
mercantil, que hacía de palanca ambiental. El segundo, casi correlativo al ante-rior,
pertenecía a la esfera psicológica, en un plano paralelo a las necesidades
de la economía. De esta perspectiva -y ahí está la empresa del historiador-sociólogo-,
se ha deducir la presencia de un interés vital, incondicional y de
incontestable observancia.
Este interés, finalmente, está relacionado con la "maximización del placer
y la minimización del dolor"33: la consecución o sostenimiento de unas con-ductas
sociales adecuadas con el proceso de desarrollo en marcha. En otras
palabras, incentivar el conocimiento de la realidad con el propósito de asegu-rar
un futuro bonancible y despejar los negros vaticinios sobre el porvenir.
32 Cfr. John Losee, lntroducci6n his~tóricaa la filosofia de la ciencia, Madrid: Alianza, 19813, pág. 13
("criteriologia de segundo orden").
)"Léase el manifiesto, "Perspectiva materialista para una filosofía de los lenguajes", in: Guvagai,
número citado, pág. 58.
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Juan Francisco Martin del Castillo El corneru lftrllei en 1910
Como se ve, este interés social es una apuesta por lo Útil, por lo mejor para una
sociedad y un tiempo determinados.
De forma tácita, la exigencia de lo utilitario viene compensada por una
impronta de rango ético. Queremos decir que el orden natural implantado por
el primer interés obedece al equilibrio universal que debe haber en toda mani-festación
humana. El profesor Sánchez Navarro lo llama principio "moral
genérico"34 y lo circunscribe a la dimensión kantiana; no obstante, la tennino-logía
no es lo que importa, sino la demanda de una integral comprensión de las
fuerzas en contienda.
En compendio, el efecto Halley nos ilumina porque acierta a descubrir que
la Ciencia es, ante todo, un "conocimiento adaptativo"35, fruto de la construc-ción
de la realidad que la propia sociedad impone. El criterio científico, por
ende, bascula, como se aprecia en los hechos historiados, entre las necesida-des
de formalistas (racionalidad y causalidad) y los intereses particulares
("invertidos") de los miembros de la comunidad de sabios, por un lado; y las
superiores expectativas sociales, que normalizan un compromiso por el otro.
Definitivamente, la Ciencia fluctúa de una manera vivaz y despierta, disfru-tando
de períodos de "premio" y recompensa social plena o, por contra,
sufriendo de "castigos" o de disonancias con la norma establecida por el entra-mado
social.
En este último apartado, ofrecemos el paquete de críticas que un filósofo
de la ciencia, de reconocido prestigio, ha lanzado en contra de las afirmacio-nes
de la metodología sociologista y, en especial, en detrimento del poder
explicativo de las tesis relativistas. A la luz nuevamente de las lecciones del
efecto Halley daremos contraargumento a ese pensamiento.
Criticas de Putnam
Hemos elegido dos de sus más importantes artículos ("Why This isn't a
Ready-Made World" y "Why Reason can't be Naturalized")36 para extraer de
ellos los principios sobre los que se basa su crítica feroz al relativismo. Del pri-
34 lbid., pág. 59.
35 Sánchez Navarro, art. cit., pág. 165.
36 Publicados originalmente ensynthese, volúmenes 5112 (1982), pp. 141-167 y 5211 (1982), pp. 3-23.
(Citamos por la edición castellana: Hilary Putnam, "Racionalidad y mctafisica", Madrid: C'iruderno.~
Teorema, 1985).
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Juan Francisco Martin del Castillo El cometa Halley en 1910
mero, preferentemente, aunque la prosigue y explicita en el segundo, sacamos
su aprensión a una de las "tendencias intelectuales contemporáneas más
peligrosasn37, es decir, la cimentación filosófica de un sistema dado en la
denominada "metafísica naturalV3*. 0 , lo que es lo mismo, una epistemología
naturalizada39. Del siguiente artículo, que toma la obra de Richard Rorty
como quaestio disputata (Philosophy and The Mirror of Nature, Oxford,
1980), provienen las mayores punzadas contra el fermento relativista. Para una
mejor discusión y lectura del texto, hemos resumido el conjunto de críticas en
los próximos puntos.
(i) La metafísica natural es una "metafísica dentro de los límites de la cienciaW4O.
En última instancia, es ciencia, y lo peor para la humanidad es una nueva
forma de cientifismo, porque confunde el "hecho" con la misma "esencia" del
fenómeno. En suma, "la verdad perdería su carácter absoluto"41 -recorde-mos
que Putnam es realista. .
(ii) Primera tesis contra el relativismo. Los relativistas niegan ser relativi~tas~~,
niegan ser cientifistas. Pero sí lo son: porque tienen el mismo "orden de exi-gencias"
y el "mismo deseo de armonía con el mundo" que, por ejemplo, los
fisicalistas. La única diferencia es que el relativismo cultural es una ciencia
Por lo tanto, aplicando el primer postulado (i), sus propuestas son
inconsistentes por ser una epistemología naturalizada.
(iii) Segunda tesis contra el relativismo. Los relativistas son cultivadores del irra-c
i o n a l i ~moe~s~ d;e cir, negadores de las "cuestiones profundas de la filosofía"
puesto que reniegan de la idea de pensar en lo absoluto. Para Putnam, la filo-sofía
no es una tarea de estúpidos y devuelve el argumento diciendo que la
estupidez reside en las respuestas fáciles (el relativismo). En fin, despotrica
contra Rorty por ser "defla~ionista"e~n~ c uanto a las cuestiones profundas.
(iv) Tercera tesis contra el relativismo. Los relativistas defienden una teoría incon-sistente
(aunque aquí Putnam reconoce que su argumentación es "difusa e
intuiti~a"~6p),u esto que, por medio de una analogía llevada al absurdo47, se
resuelve que un relativista es sólo y únicamente relativista si no lo es. En tér-minos
lógicos, sería una grave falta contra el principio de no-contradicción
[-( A A YA)].
37 Racionulidudy metafísica, pág. 19.
38 Ibid.
39 Ibid., pág. 61.
40 Ibid., pág. 19.
4' Ibid., pág. 20.
42 Ibid., pág. 6 1.
43 Ibid., pp. 61-62.
44 Ibid., pp. 62-63.
45 Ibid., pág. 62.
46 Ibid., pág. 63.
47 NOSr eferimos al recurso al "solipsismo metodológico" (ibid.,p p. 63-66).
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Juan Francisco Martin del Castillo El c.o~r~erttlrt rllq. e11 / Y / O
Cumplido el trámite preceptivo de enunciar correctamente los postulados
de Putnam, vayamos al meollo. En primer lugar, hay que declarar que la dcfcn-sa
del programa sociologista y, en consecuencia, del relativismo cultural es
nuestro norte intelectual: no se trata de criticar por criticar a un "autor realis-ta"
ni de inflamar los ánimos con una contracrítica crd honiineli~.E sto es, harc-mos
uso de argumentos razonables y razonados en pos de la superación de la
prueba que el realista nos presenta.
La primera de las aseveraciones de Putnam es, al igual que la que acaba-mos
de hacer, declarativa, muestra unas intenciones o una creencia arraigada,
que no parece deba ser sometida a argumentación. Pero, dudo de que ello sea
así. La creencia en lo absoluto es por sí misma una manifestación cultural, mal
que le pese al norteamericano; transmite un desco profundo dc un grupo huma-no
con respecto a algo que solamente esa comunidad primaria está en posesión
de definir. Por lo tanto, buscar las "cuestiones profundas", lo "absoluto",
realista es un producto cultural antes que otra cosa. En fin, criticar a los rela-tivistas
por ser "cientifistas" (o epistemólogos nutzri-ulizndus) resulta idéntico
a criticar a los relativistas por ser "realistas". La ausencia de un esquema radi-cal
y eso lo hemos de reconocer los sociologistas-, un etnocentrisrno si se
quiere, provoca que el relativista sea dc todo un poco, dependiendo del marco
cultural en que se ubique. Aplicando la inconmensurabilidad de Quine a la crí-tica
de Putnam, estaríamos en condiciones de decir que su argumento es intra-ducible
al lenguaje relativista (aunque sí "interpretable"); y cuando la traduc-ción
del postulado realista (Pr) no es viable en la teoría del relativismo (Tr), no
se puede deducir alegremente la falsación de la segunda.
En cuanto a las tesis contra el relativismo (ii - iv) podernos utilizar parcci-das
argumentaciones. Por ejemplo, la tesis (iii) choca de manera frontal contra
lo dicho: instala en la idea de absoluto, propia de su sistema (Pr), el arbitrio de
la decisión sobre la condición irracionalista del relativismo (Tr). Ello nos pare-ce
superficial y extraño a los criterios de racionalidad e imparcialidad impue-tos
por Putnam. Súmase a esto el carácter peyorativo dado al "irracionalismo",
que, en pocas ocasiones, recibe el aprecio de la literatura sociologista. Sobrc
todo porque los relativistas tienen el cuidado de asociar "racionalismo" con la
necesidad inherente a los científicos de buscar formalismos y causalidadcs en
la naturaleza como "estructura profunda" de la realidad. Este es, verdadcra-mente,
el sentido último de "racional" para los etnometodólogos.
Acerca de las tesis (ii) y (iv) tenemos que alegar lo siguiente: por qué de
la existencia de un prurito de e-plicar la realidad se deba contraer relación de
necesidad metafísica con ella. Sabemos que el sociologista intenta "construir"
un conocimiento adaptativo c o m o en el caso del Cometa Halley que nos
vimos en el trance de recurrir a intereses .rocialeLsi mplícitos al desarrollo de
los acontecimientos-, pero no por esto deja de resolver el problema en
cuestión, de someterse al período histórico concreto. Lo que ocurre es que la
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Juan Francisco Mariín del Castillo El cometa Halley en 1 Y 1 O .. .
sociedad "explica" una situación determinada de la ciencia que el historiador,
a su saber y entender, debe reconstruir al detalle. Sin embargo, esta recons-trucción
no es unívoca o simplista -rasgo que rozaría con las bases del
Programa Sociologista- sino que está en continua transformación, a medida
que descuellan factores alternativos a los ya conocidos.
La tacha de inconsistencia, como reconoce Putnam, deviene en difusa, no
obstante la examinaremos. Su argumento es reiterativo o cíclico: parte de un
supuesto, que es negado, para luego concluir su ineficacia explicativa. Pero lo
que el norteamericano cree contradictorio es cimiento sustantivo de la etno-metodología:
la recursividad de su explicación. El método sociologista aplica,
de modo continuado, una estrategia en perfecta armonía con la lógica, ya que
éste es el pilar de la crítica putnamiana. Nos referimos al intenso y contumaz
paréntesis argumentativo de los sociólogos modernos, que, en simpleza, es el
rebelde principio de Clavius48 sometido al planteamiento cultural: si para
negar el relativismo hemos de dirigirnos a pautas culturales restringidas (en
este caso, "cuestiones profundas", "lo absoluto", "realismo"), y siendo esto
parte consustancial del modelo relativista, terminaremos por concluir que el
relativismo tiene un fundamento sólido.
POR QUÉ SER PARTIDARIO DE LA ETNOMETODOLOGIA
Visto el grueso del trabajo, y llegados hasta este postrero punto, tenemos
que saludar con efusión la llegada y proliferación del método sociologista en
los terrenos de la Historia de la Ciencia. Poca cosa habría podido hacer el
pensamiento realista para explicar el efecto Halley, se hubiera perdido en diva-gaciones
y planos secundarios; sin embargo, con la ayuda de los intereses
comunitarios de los científicos y los preponderantes del tejido social hemos
sido capaces de encontrar una realidad histórica convincente y paradigmática,
sin violentar en absoluto los parámetros definidos por los individuos de la
época.
En definitiva, no han habido anacronismos y sí una correcta interpretación
del hecho científico como una pragmática de la actuación de diferentes ele-mentos
en lucha perenne. Al menos, ese ha sido nuestro deseo.
48 En la lógica simbólica al uso, quedaría formulado así: (-p+ p)+ p.
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