LA GUERRA Y LA PATRIA EN EL PENSAMIENTO
DE GALDOS
Profesora de Literatura Española
del Colegio Universitario de Las Palmas.
Para llevar a cabo una tarea investigadora sobre el pensamiento de un escritor
ya fallecido -como es nuestro caso concreto al tratarse de Benito Pérez Galdós-,
tres son las vías que se nos ofrecen: a) estudiar atentamente las biografías editadas
sobre el autor, especialmente aquellas que aparecen acompañadas de documentación
aneja -cartas, discursos.. .-; b) extraer datos del epistolario, de las publicaciones
en prensa y de los discursos en el estrado público (en el caso de Galdós estas fuen-tes
son muy ricas), y c) rastrear en el contenido de la obra de creación aquellos
retazos de su pensar expresados a través de opiniones del narrador, de una voz
en off que comenta o puntualiza, e incluso a través de algunos de los personajes
ficticios más representativos. Las dos primeras vías (biografía, epistolario, discurso
y obra no creativa) son fuentes más seguras y netas. La tercera, la que intenta sor-prender
al autor agazapado tras sus criaturas literarias, es más comprometedora
y más discutible, pero también más explícita y más atractiva; sobre todo para al-guien
cuya vocación es más literaria que histórica. Como es ese nuestro caso, es
esa tercera vía la que hemos seguido, aunque hayamos buscado apoyo en las
otras dos.
Adelantemos una consideración: conocemos los peligros de un estudio inter-pretativo
y no querríamos caer en la falacia, siempre condenable, de los persona-lismos
gratuitos. Porque ¿hasta qué punto podemos asegurar que las ideas que se
despreridcii de uii iexio creaiivo son las de su autoi? Tratándose de novela -crea-ción,
fabulación completa- sería demasiado ingenuo y simple suponer detrás de
cada personaje positivo o negativo, de cada situación resuelta de una forma O de
otra la voluntad intencionada y determinista del autor o, dicho de otro modo,
suponer la total identificación entre autor y narrador. El prestigioso novelista checo
Milan Kundera, en un discurso reciente, recordaba la diferencia entre escritor y
novelista: éste -dice Kundera- no es sólo el que desaparece detrás de su obra.
como decía Flaubert, sino que «no sólo no es el portavoz de nadie, sino que ni
siquiera es el portavoz de sus propias ideas». Estamos totalmente de acuerdo con
esta afirmación.
La novela histórica, sin embargo, alumbrada evidentemente en una voluntad
historicista, se halla enmarcada en otros parámetros. Como ocurre con los Episodios
nacionales de Benito Pérez Galdós.
Amado Alonso, en «Lo español y lo universal de Galdósn l , señala un ansia
genial de comunión como impulsora de toda la obra novelística galdosiana. Para
Galdós -dice-, escribir novelas supuso el cumplimiento de la misión nacional de
alumbrar la conciencia, influir en el modo social de los españoles y mejorar su
índole política. Es pues, para este autor, falsa la distinción que se hace entre nove-las
de costumbres y novelas históricas, porque todas la creaciones son igualmente
hitóricas e igualmente inventadas. Si esto puede afirmarse de toda la creación gal-dosiana,
con mucha más propiedad conviene a ese monumento histórico que son los
Episodios nacionales.
Con los Episodios Galdós ha conseguido dos objetivos: el prirricru, [al ve^
menos consciente, ha sido situarse en la línea de autores que han hecho de la
preocupación por España tema central de sus obras; esta línea, que arranca de
Cervantes, pasa por nuestros clásicos intclcctunles del xvrr y XVIII, nuestros ro-mánticos
-Larra a la cabeza-, por nuestros dieciochistas, desemboca en la obras
cimeras de don Américo Castro y don Claudio Sánchez Albornoz y continúa hoy
en vigente actualidad. El segundo de los objetivos, éste totalmente intencionado,
ha sido el legarnos en ellos una lección de historia viva, y como tal capaz de
aportar enseñanzas para el futuro. En ello coinciden los investigadores galdosianos,
entre ellos la profesora Clara Lida, quien. además de reafirmar el ansia de eiem-plaridad
patriótica de los Episodios, subraya la presencia de un pesimismo sub-yacente
que motiva el que nazcan con una derrota -Trafalgar-, y que va afian-zándose
en los siguientes títulos y series *.
Interesante para nuestros objetivos nos parece también la puntualización que
expone M. Durán3 cuando afirma que para Galdós los Episodios fueron una oca-sión
insustituible de definirse a sí mismo al mismo tiempo que definía su época
y que precisaba -con intención de magisterio- cuales habían sido los antecedentes . - -
inmediatos de su "ge neración.
Sin dogmatizar sobre la cuestión, podemos afirmar que en los Episodios nacio-nales
Galdós descubre su honda preocupación política, su pruluiiclo beiih ante
los hechos, tan cercanos, en la España que le tocó vivir. Para ello elige un marco
histórico, unos personajes históricos, unas situaciones históricas intencionadas y
concretas; en ellas insufla el alicnto dc <lo risa dc Dios» (como define Milan Kun-dera
a la facultad creadora) y tal visión histórica deviene novela histórica. La inten-cionalidad
didáctica del autor subyace bajo el entramado novelesco a modo de
puntal y apoyatura. Ello justifica que sus propias convicciones afloren a la siiper-ficie
creativa. De ahí hemos intentado extraerlas.
1 A. Alonso, «Lo español y lo universal en Galdós~, en Materia y fortntr en poesici,
Madrid, 1965, pp. 203 y SS.
Clara E., Lida, ~Galdós y los Episodios Nncioriales. Una historia del liberalismo
español», en Anales galdosianos, 111, 1968.
3 M. Durón, Prólogo a B. Pérez Galdós y la novela histórica espaíioln, de A. Rega-lado
García, Madrid, Insula, 1966, p. 62.
Galdós trata en sus Episodios nacionales una serie de temas, de grandes temas
-podríamos decir-. En torno a ellos, y claramente extraíble a partir de los tex-tos,
queda plasmada su personal filosofía al respecto. Es la visión del autor ofi-ciando
de narrador-autor implícito unas veces, subsumiéndose en sus personajes
otras, conduciéndonos hacia una determinada visión de la realidad casi siempre.
El centro de nuestro trabajo es destacar las consideraciones de Benito Pérez
Galdós ante el tema de la guerra; serán extraídas de las tres primeras series de sus
Episodios nacionales principalmente. Del tema de la guerra derivaremo hacia el de
la patria, porque intima se nos aparece la conexión entre ambos; no otra cosa que
una profunda preocupación patriótica conduce al autor a afrontar el análisis de
las guerras de España y ella misma sirve de sustento a cada página de los Episodios.
Al observar la historia de nuestro siglo xrx Galdós parece partir de una realidad
incuestionable: existe en el hombre español un ansia de lucha y de guerra que le
ha llevado a hacer de gran parte de su historia una sucesión de posiciones políticas
rotundas que degeneran en una guerra civil más o menos grave. Esta belicosidad
genética ha traído como consecuencia la proliferación de caudillos -grandes y
pequeños- y, sobre todo. de guerrilleros, los cuales. según podemos leer en Los
apostólicos (9, l.>erie), tuvieron en la guerra de la Independencia su gran escuela:
«España entera se echó a la calle o al campo; su corazón guerrero latió con
fuerza y se cinó laureles sin fin en la gloriosa frente (...) La guerra de la Inde-pendencia
fue la gran escuela de caudillaje, porque en ella se adiestraron los
españoles en el arte, para otros incomprensible, de improvisar ejércitos y dominar
por más o menoi tiempo una comarca ( ) I.as maravillas de entonces las hemos
llorado después con lágrimas de sangre.»
Y ello es porque, según asegura Galdós, España padece de un mal de guerra
crónico.
Leemos en Los ayacuchos (9, 3.' serie):
«Nuestro mapa no es una carta geográfica sino el plan estratigico de una
batalla sin fin. Nuestro pueblo no es un pueblo sino un ejército. Nuestro gobierno
no gobierna, se defiende. Nuestros partidos no son partidos mientras no tienen
generales (...) Lo que llamamos paz entre nosotros es, como la frialdad en física,
un estado negativo, la ausencia de calor, la tregua de la guerra.»
Para Galdós, pues, parece ser la pasión bélica una constante española; y una
constante negaliva. Cabi podría~riuba lir~riarq ue es Galdúb profuricla~rieri~aer ilibe-licista.
Pero la cuestión no es tan simple.
La actitud de Galdós ante la guerra es diferente en cada una de las series que
hemos analizado.
En la primera serie, este vivir desviviéndose del español guerrero parece ser
considerado favorablemente, lo que es normal por la índole de los hechos históricos
que en ella se narran: las vicisitudes de la guerra de la Independencia, en la que
el pueblo español vivió la idea de nacionalidad y merced a la cual «su permanen-cia
está asegurada» -expresa Galdós-. La guerra entonces es necesaria, es hon-
rvsu, es la afirmación de un pueblo ante el enemigo extranjero. Toda esta primera
serie respira optimismo: se exalta a los grandes héroes -Churruca, Gravina, Val-dés,
Alvarez de Castro-, a los guerrilleros valerosos -el Empecinado-, a los
p e p f i o s herGes criapd:us firriSE p r q u r nembrr fin f;m,.*o
"6"'"
en las crónicas - c o m o Gabriel Araceli, Marcial medio-hombre, Andrés Marijuan-.
Cuando la guerra se cuestiona, adquiere los tintes ingenuos que Araceli le da en
Trafalgar:
«¿Para qué son las guerras, Dios mío? ¿Por qué estos hombres no han de
ser amigos en todas las ocasiones de la vida como lo son en las de peligro?
Esto que veo, ¿no prueba que todos los hombres son hermanos? (...) Debe de
haber hombres muy malos que son los que arman las guerras para su provecho
particular, bien porque son ambiciosos y quieren mandar, bien porque son avaros
y anhelan ser ricos. Estos hombres son los que engañan a los demás, a todos estos
infelices que van a pelear; y para que el engaño sea completo, les impulsan a
odiar a otras naciones; siembran la discordia, fomentan la envidia, y aquí tienen
ustedes el resultado. Yo estoy seguro de que esto no puede durar: apuesto doble
contra sencillo a que dentro de poco los hombres de unas o de otras naciones
se han de convencer de que hacen un gran disparate armando tan terribles guerras,
y llegará un día en que se abrazarán, conviniendo todos en no formar más que
una sola familia.»
Van variando las cosas en la segunda serie. Es ésta una serie poco guerrera,
aunque la guerra de la Independencia no ha terminado aún y el primer episodio
narra su desastroso final (El equipaje del rey losé). Galdós aventura en esta segunda
serie una explicación genética sobre los problemas de España. Aquí el candente
tema de las dos Españas (ya atisbado a partir del título quinto de la primera serie)
toma cuerpo novelesco simbolizado en los dos hijos de Fernando Navarro Garrote:
Carlos, tradicional y apostólico, y Salvador Monsalud, afrancesado primero y ma-són,
liberal y progresista después. Antagónicos, pero irremediablemente -doloro-samente-
unidos en los ideales de fondo y en el amor. Encarnado en ellos y en
los dos maestros (Sarmiento y Naranjo), se plantean en esta serie los problemas
de la patria: sus contradicciones y sus conflictos. En esta serie no hay grandes
guerras, sino profundas batallas en torno a la identidad y a la unificación ideal de
los españoles.
Sólo ocasionalmente surgen consideraciones sobre las guerras; como en el título
p-"-"":-' "- -- (1-1 :--:-2 -1 ---. r - - z l -- -..- I.--A-- i . .ooo-~:~nR ~ , . + ~ I ~ - A ,L' GY"LIJL',í Uí' rey ,"OEí,> U,, yuI, ",',,"U e,, vvru UUi i r u r i i r i u v u u i L v i u i i i "
Canencia:
K ; iEztz!!zs! ! , ilj6rcitQs!, iN* .o--rn-l-e-X--ns .1 , ;L IrcJ We!!ingtQn! iQ-4 kz-i<ri! Soy
partidario del género humano, señores. Odio las guerras destructoras de la con-vención
social y aguardo el día de la emancipación de los pueblos (...) Como
si la espera fuera otra cosa que un pedazo de acero, una herramienta brutal, una
lanceta inerte y punzante que sólo sirve para sangrar a los pueblos. Y entre tanto,
las ideas ... Volved los ojos a todos lados y decidme ¿dónde están las ideas?»
.iu,u laiian en ebia x r i ~iex ius a l u s i~o sa u11 ie~iiaq üc se vci-á dcsaii-o!!ado üii;i-pliamente
en la siguiente: el horror de la guerra civil. Aparece, por ejemplo, en
el desaliento acongojado de Monsalud (en Los cien mil hijos de San Luis) ante la
carnicería fratricida y que le hace exclamar, resignada pero enérgicamente:
«La guerra es la guerra, y exige estas crueldades. Es preciso ser verdugo para
no ser víctima. O ellos o nosotros.#
El mismo tema aparece gráficamente reflejado cuando Carlos Navarro sostiene
a Monsalud (su hermano y su enemigo) en una actitud que motiva estas reflexiones
en el narrador:
«Monsalud se dejó levantar y conducir maquinalrneiiie, apoyado en el brazo
de su rival. Así anduvieron largo trecho, despaciosamente y sin hablar palabra.
Parecían dos tiernos, dos cariñosos hermanos, de los cuales el fuerte sostenía y
amparaba al débil. Nadie al verlos hubiera dicho que entre ellos y en torno a
ellos (envolviendo sus hermosas cabezas con fúnebre celaje) flotaba el fantasma
horroroso de la guerra civil.»
El dolor de la guerra, pues, reflejado en el dolor de los que la padecen.
En la tercera serie hallamos un marco diferente. Han transcurrido casi veinte
anos de la vida de Galdós, cuajados de experiencias personales y políticas. Los
hechos históricos que en ella se narran (las guerras carlistas, las dos rcgencias
inseguras) parecen justificar el pesimismo del autor, que se muestra profundamente
dolorido ante tanta refriega innecesaria. Todo ello convierte a esta tercera serie
en la más antibélica de las tres analizadas.
Este antibelicismo galdosiano se explica especialmente en el episodio que
encabeza la serie, Zumalacárregui. Allí las convicciones del autor respecto al tema
de la guerra queda perfilado con enérgicos trazos y va siendo matizado oportuna-mente
en el resto de la serie. Asistimos a la trama argumenta1 en que la historia
se encaja guiados por un autor profundamente interesado ante los hechos y que
no esconde su enemistad hacia la causa carlista , aunque trate con admirativa
objetividad al caudillo de la misma, don Tomás de Zumalacárregui, en quien ve
al héroe romántico que sucumbe ante la ineptitud de sus dirigentes.
Veamos el tratamiento del tema a partir de los textos: entresacaremos en primer
lugar una serie de citas que reflejan el sentimiento antibelicista del autor en
general frente a toda guerra. (Todos son de Zumalacárregui si no se señala otra
fuente.)
La primera huella antibelica de este episodio surge en las primeras páginas de
la obra, en boca del narrador, que comenta dolorido la sentencia de don Adrián
Ulibarri:
«Tales justicias, que dentro del convencionalismo de la religión militar así
se nombran.. .» (p. 15) 4.
Y poco más adelante, relacicnado con el mismo suceso:
«y (quedó) cristianamente sepultada la víctima de las horribles leyes militares,
obra maestra del infierno» (p. 16).
A principios del capitulo IV, y refiriéndose esta vez al sitio que a una iglesia
ponen los carlistas, comenta el narrador:
4 Las paginas citadas corresponden a la edici6n «princeps» de Madrid, Hernando, 1898.
«Los lugares sagrados, mediante una breve salvedad de conciencia, caen tam-bién
dentro del fuero de guerra, y los militares atan y desatan al demonio según
les convienen (p. 26).
«Despojos tristísimos de la guerra», leemos más adelante (p. IGG), cuando el
narrador comenta el desolado aspecto de un campo de batalla tras el encuentro.
Entre las expresiones más antibélicas destaca por su dureza y su fuerza las
que surgen en voz de un individuo del pueblo llano, un ermitaño, que se ha
refugiado en la soledad del monte huyendo de la barbarie:
u... Yo les digo que la guerra es pecado, el pecado mayor que se puede cometer,
y que el lugar más terrible de los infiernos está sefialado para los armeros que
fabrican fusiles, y para todos, todos, los que llevan a los hombres a ese matadero
con reglas. La gloria militar es la aureola de fuego con que el demonio adorna
su cabeza. El que guerrea se condena, y no le vale decir que guerrea por la
religión, pues la religión no necesita que nadie ande a trastazos por ella (...)
(p. 108).
«Yo rezo todos los días porque los militares abran los ojos a la verdad
y abominen de las matanzas. Pero nada consigo» (p. 108).
Si repugnante parece ser a Galdós cualquier enfrentamiento bélico, la guerra
que se evoca como punto de partida de la serie de Episodios que Zurnnlacárregui
inicia, no puede ser más odiosa: la guerra civil, tan cruel y despiadada como inútil.
Afirma Regalado García: <<A toda guerra la cree fratricida, porque se desarrolla
entre hombres que deben considerarse como hermanos; pero a la guerra civil (...)
la cree doblemente fratricida y más brutal y feroz* 5 . Clara E. Lida, siguiendo la
misma línea, asevera que el desmoronamiento de la Restauración al que asiste
Galdós en 1898, consecuencia de los odios y fanatismos fratricidas, se proyecta en
la visión que de la geurra civil nas da en esta tercera serie 6 .
Toda la tercera serie es, además, la proyección literaria del candente y des-graciado
tema de las dos Españas, ya iniciado en la serie anterior, y tan caracte-rístico
-según parece- del pueblo español. Hinterhauser ve la muestra personifi-cadora
del tema de este antagonismo histórico en el episodio Zunzalacárregui y,
concretamente, en el enfrentamiento que tiene lugar entre los habitantes del pueblo
navarro de Villafranca y que ocupa los capítulos IV y V del episodio 7.
Veamos otros textos concretamente reflejadores del antibelicismo de Galdós:
el narrador comenta sobre Zumalacárregui:
«En breve tiempo crece y se complementa una figura militar, que sería muy
grande si no la hubiera criado a sus pechos la odiosa guerra civil* (p. 261).
« iQut lieiiipos! IQut lioiiibres! Da dolor ver tanta energía empleada en la
guerra de hermanos. Y cuando la raza no se ha extinguido peleando consigo
misma es porque no puede extinguirse» (p. 283).
En De Oñafe a La Granja Fernando Calpena reflexiona, o reflexiona Galdós
a través de su criatura;
A. Regalado García, ob. cit., p. 327.
6 Ob. cit., p. 84.
7 Hans Hinterhauser, Los Episodios Nmionales de B. Pérez Galdós, Madrid, 1973
Para el tema de las dos Españas, véase eaps. 11 y 111.
«En todos los países la fuerza de una idea o la ambición de un hombre han
determinado enormes sacrificios de la vida de nuestros semejantes: pero nunca (...)
se han visto la guerra y la política tan odiosa y estúpidamente confabuladas con
la muerte. La historia de las persecuciones del 14 al 20, de la reacción del 24,
de las cainpaiias apostólicas y realistas, así coiiio del recíproco exterminio de CS-pañoles
en la guerra dinástica hasta el convenio de Vergara, acusan dolor y espanto
por el contraste que ofrece la grandeza de tan extraordinario derroche de vidas
con la pequeñez de las personas en cuyo nombre se moría o se dejaba matar
ciegamente lo más florido de la nación» (pp. 128-9)a.
Entroncamos así con la más dolorosa reflexión del autor, que radica en la inuti-lidad
básica de la contienda. La guerru es inútil porque en el fondo los &S cuusus
son semejantes, tanto en cuanto a sus dirigentes y protagonistas, como en cuanto
a los fines que cada bando decía defender:
«Por desgracia nuestra y baldón de España, otros caudillos carlistas y liberales
de gran renombre (...) habían de olvidar pronto los procederes humanitarios, de-rramando
a torrentes la sangre cristiana y escarneciendo con sus crueldades los
ideales que decían defender: el honor patrio, la religión, la fe» (p. 258).
Reflexiona Fago conversando con Zumalacárregui, su «alter egom:
«La guerra, digo yo, deben hacerla en primera línea aquellos a quienes direc-tamente
interesa. Verdad que si tuvieran que hacerla ellos, quizá no habría gue-rra,
y los pueblos no se enterarían de que existen éstas o las otras causas por las
cuales es preciso morir (...) Pienso yo, mi General, que nos afanamos mas de la
cuenta por las que llaman causas, y que entre éstas, aun las que parecen más
contradictorias, no hay diferencias tan grandes como grandes son y profundos los
ríos de sangre que las separan» (p. 308).
Veamos otras opiniones en boca de diversos personajes: en De Oñate a La
Granja dice Demetria, la mayorazga sensata:
«porque ha de saber usted que en la villa andaban a tiros cada lunes y cada
martes por un 'Quítame allá un Carlos' o un 'Ponme acá una Isabel'» (p. 145).
En La campaña del Maestrazgo es un oficial cristino el que expresa con crudeza
y desenfado:
a( ... ) Yo me doy a pensar en esto y digo ¿por qué combatimos (...) ¡La libertad,
la religión! (. . .) i Los derechos de la Reina, los de D. Carlos! . . . Cuando me
pongo a desentrañar la filosofía de esta guerra, no puedo por menos que echarme
a reír ... y riéndome y pensando, acahn por cnnvencerme de que todos estamos
locos (...) Creo que se lucha por la dominación, y nada más; por el mando, por el
mangoneo, por ver quién reparte el pedazo de pan, el puñado de garbanzos y el
vaso de vino que corresponde a todo español» (p. 40).
En Vergara conocemos a don Eustaquio de la Pertusa, un ((despabilado mozo»,
«un romántico personaje» que ha desertado dos veces de las filas carlistas y de las
cristinas, porque «la realidad y la experiencia persuadiéronle de que ambos ejér-
8 Las citas textuales corresponden a las ediciones de Alianza-Hernando (excepto
las de Zumalacdrregui).
citos eran cuadrillas de locos, igualmente ominosas ambas banderas, funestos sus
caudillo, infernales sus armas» (p. 30).
Según parece indicarnos Galdós, el pueblo bajo ve la contienda del mismo
modo:
«¡A mí con esas! Condenado D. Fernando VII, condenado D. Carlos María
Isidro, y condenadas todas las reinas, magnates y archipámpanos que andan en este
pleito* (p. 107).
«Y ¿por qué no viene el asoluto a ponerse aquí, en los sitios donde pegan?
iAh! Mientras sus soldados echaban aquí el alma, él tan tranquilo en Artaza,
sentadito al calor de los tizones ... Ellos, ellos, el D. Isidro ese, y la Isidra de allá,
doña Cristina, debieran de ser los primeros en meterse en el fuego ... pues de no,
no veo la equidad. ¡Ay, españoles, que es lo mismo que decir bobos ... ! » (p. 135).
Iratando del valor y de la dignificación de la obra de Galdós afirma Angel
del Río que éste, «a diferencia de los novelistas de su tiempo, abanderados de
la tradición o del liberalismo, es el único que intenta la conciliación entre lo nuevo
y lo viejo, y logra comprender la identidad de carácter de todos los españoles,
apasionados en su intransigencia -sea tradicional o liberal- con todas sus cuali-dades
noble y heroicas (. . .) y su incapacidad para poner estas cualidades positivas
al scrvicio dc unos idcalcs comuncs* 9.
En conclusión, la tesis antibélica que Galdós parece defender en la tercera serie
de los Episodios nacionales, según podemos deducir de los textos, podría descansar
en tres puntos:
a) toda guerra es mala;
b) peor aún es la que enfrenta a hermanos;
c) la guerra fratricida es, además, inútil, pues las «causas» son, en su fondo,
iguales.
Cada uno de estos puntos aparece concatenado al anterior, porque Galdós
ama a los que padecen la guerra inútil: al pueblo español, víctima inocente, e
inocente verdugo también:
«¡Así se derrochaba el tesoro inmenso de la energía española! ¡Es verdadero
milagro que después de tan imprudente despilfarro del caudal por uno y otro
bando todavía quedara mucho, quede todavía, y quedará siempre.»
Oímos con voz de Fernando Calpena en Los ayacuchos:
«Puedo asegurar a usted que ninguno de los que combatían en nombre del
pucblo invocó a la Reina gobernadora, ni a nadic sc lc ocurrió proclamarla; y no
obstante, por ella derramaron su sangre los muy locos, sin saberlo, que es lo
más triste del caso. ¡Infeliz pueblo, criado en la inocencia y en la ignorancia
de la ciencia política! El ha sido y es instrumento de los que han estudiado las
artes revolucionarias y el mecanismo de los motines. Los que tiranizan al pueblo
saben muy bien cómo han de componérselas para convertirlo en caballería que les
arrastre el carro de sus tiempos.))
Y en De Oñate a La Granja, dice Rapella:
9 Angel del Río, Estudios galdosianos, N. York, 1967, p. 180.
«Farsa es la religiosidad de la mayoría de estos cortesanos: hipócrita la creencia
en el derecho divino de este pobre rey de comedia; engañoso el entusiasmo de
los que mangonean en el ejército y en las oficinas. Sólo es verídico el pueblo
en su ignorancia y candidez, por eso es el burro de las cargas. El lo hace todo;
61 pelea, 81 paga los gastos de la campaña; El muere; 61 se pudre en la miseria
para que estos fantasmones vivan y satisfagan sus apetitos de mando y riquezas.»
Antibelicismo, pues, por amor a los españoles. Pero como españoles son tam-bién
los gobernantes, los dirigentes, para ellos tiene también Galdós palabras de
comprensión conciliadora. En Los ayacuchos habla Fernando Calpena (se refiere
a la época de la regencia de Espartero):
«Reconozco que es difícil juzgar con frialdad los hechos recientes en los cuales
todos los vivos tenemos alguna parte más o menos activa; la imparcialidad, virtud
del espectador lejano, rara vez se encuentra en los que ven la función sobre la
misma escena. No pido ciertamente una rectitud de juicio que no podría tener
el que se entretuviera en describir un incendio situándose en medio de las llamas;
pero sí mayor serenidad para calificar los móviles humanos de los actos políticos,
pues los hombres son los que politiquean, los que en la prensa o en las Cortes,
a plumadas o a tiros, conducen por éstos o los otros caminos al rebaño que
llamamos nación. Paréceme que no revela conocimiento de la humanidad el atribuir
cualidades tan contradictorias a los que en uno y otro bando luchan por sus
ideas, ni el suponer que éstos son ángeles y que aquellos demonios, que los
de acá proceden por estímulos honrados y todo lo que piensan y hacen es la
misma perfección, mientras los de allá no imaginan ni ejecutan nada que no sea
perverso, criminal y desatinado. Con semejante criterio no lograremos fundar aquí
sólidas instituciones, ni con tal manera de combatir se puede ir más que a la
continua guerra civil, al desorden, a la barbarie.
Seamos menos exclusivos en nuestras aspiraciones y no abramos un foso tan
profundo entre las dos familias. Diré a ustedes que conozco a no pocos moderados
que son personas excelentes, y todos conocemos a más de cuatro liberales sin
ningún escrúpulo. Cosas muy buenas han legislado y dispuesto nuestros amigos,
y otras que son evidentes disparates. No todo es oro acá, ni allá todo escoria, que
en uno y otro montón abundan el precioso metal y las materias viles. No debemos
despreciar, tratándose de política, las formas, amigo mío (...) formas pido a los
hombres en lo que escriben, en lo que decretan, en In qne hrir~n; formas en el
trato político como en el social, y sin formas, las ideas más bellas y fecundas
resultan enormes tonterías.»
El antibelicismo de Galdós se manifiesta también en sus documentos políticus.
Uno de los más expresivos al respecto es el discurso que pronunciara en Santander
(agosto, 1911) en contra de la guerra de Marruecos. En él explicita también los
móviles de este sentimiento: preocupación humanista y amor patrio. Veamos un
fragmento:
«Pero mi espíritu está aquí, entre vosotros, afirmando, con los que han de
hacer de esta tribuna altar del patriotismo, que a España repugnan ya las trage
dias marciales; que España no quiere afrontar nuevos riesgos en cruentas lizas;
que la pobre patria nuestra ha menester dc todas las horas y todos los minutos
para reconstruirse interiormente por el trabajo, cn el sosiego profundo de una paz
duradera. (...) En el siglo xx es necedad creer que sólo del choque de las armas
puede surgir la bienandanza de las naciones. Las porfías belicosas fuera de sazón
pueden dar cosechas de laureles y efímeros resplandores de gloria, pero provechos
positivos, ventajas prácticas, no. Unos y otros se alcanzan luchando tenazmente
en la escuela y en el taller, en lo hondo de las minas y en lo alto de las regiones
donde el pensamiento se ilumina con la luz de la ciencia (...)a 10.
Eii sxliiiiieiilu aiitibélicu riu implica, biri ei~ibargoq, ue iiu clrfiriicla la cu~iliericla
cuando ésta es necesaria.
En Un voluntario realista, una monja conciliadora lo expresa con resuelta sen-cillez:
«Yo también creo que la guerra es a veces necesaria y que Dios mismo la
dispone. Hay santos del combatir como hay santos del ayunar.»
En esta línea pro-bélica resulta muy curioso un documento que reproduce Sal-vador
de Madariaga (véase nota 10). Se trata de un autógrafo que estampó Galdós
para cl álbum dc *Españoles ilustrcs dc principios dcl xxn dc Blaiíco y Negro. Allí
se lee:
«La historia de España mientras hubo guerras, es una historia que pone los
pelos de punta; pero la que escriben ahora estos danzantes no ponen los pelos de
ninguna manera porque es una historia calva, que gasta peluca. Yo, que quiere
usted que le diga, entre una y otra prefiero la primera ... me repugnan los pelos
postizos.a
Antibelicismo, pues, pero por puro afán de concordia y no a costa de renunciar
a ideales y derechos; no a costa de resignarse a lo que para el autor significa el
desmoronamiento de la patria.
La patria. Si iin impulso movió el didactismo de Galdós a la hora de escribir
sus Episodios fue, precisamente, el amor la patria; el ansia de devolver al pueblo
español el ardor del patriotismo, «única pasión que da salud y vida a los pueblos
enfermos)), como afirma en Amadeo 1. El mismo impulso que motivó su paso a la
política activa en 1907 después de tantos años de contacto literario con el pueblo
español. Así lo expresa él mismo en la carta-manifiesto que dirige a don Alfredo
Vicenti adhiriéndose públicamente al bando republicano:
«Diga usted que he pasado del recogimiento del taller al lihre amhiente rir
la plaza pública no pdr gusto ni por ociosidad, sino por todo lo contrario.
Abandono los caminos llanos y me lanzo a la cuesta penosa, movido de un sen-timiento
que nuestra edad miserable y femenil considera como ridícula antigualla.
el patriotismo Hemos llegado a unos tiempos en que al hablar de patriotismo
parece que sacamos de los museos y de los archivos históricos una arma vieia
y enmohecida. No es así: ese sentimiento soberano lo encontramos a todas horas
en e1 cnra7ón del piiehlo donde para niieitrn hien existe y existirá siempe en toda
su pujanza.»
10 Hemos copiado parte de este discurso, que fue leído por el secretario de D. Be-nito,
Pablo Nouguts, el 19 de agosto de 1911 ante 7.000 u 8.000 personas. El día ante-rior
se había entrevistado con Pablo Iglesias en «San Quintín*, finca santanderina del
autor. El discurso aparece recogido por Benito Madariaga en Pérez Galdós, biografía
saiitanderina, Santander, 1979, pp. 232-3.
Son palabras de un Galdós maduro, acrisolado por las vicisitudes históricas
de la segunda mitad del XIX.
Compararemos su voz con aquella juvenil y optimista que en 1873 definía la
patria con cándida sencillez: habla Gabriel Araceli en Trafalgar:
«Por primera vez entonces percibí con completa claridad la idea de la patria,
y mi corazón respondió a ella con espontáneos sentimientos, nuevos hasta aquel
momento en mi alma (...) Pero en el momento que precedió al combate comprendí
todo lo que aquella divina palabra significaba, y la idea de nacionalidad se abrió
paso en mi espíritu, iluminándolo y descubriendo infinitas maravillas, como el
sol que disipa la noche y saca de la oscuridad un hermoso paisaje. Me representé
a mi país como una tierra poblada de gentes, todos fraternalmente unidos; me
representé la sociedad dividida en familias, en las cuales había esposas que
mantener, hijos que educar, haciendas que conservar, honra que defender; me
hice cargo de un pacto establecido entre tanros seres para ayudarse y sostenerse
contra un ataque de fuera, y comprendí que por todos habían sido hechos aquellos
barcos, para defender la patria, es decir, el terreno en que ponían sus plantas, el
surco regado con su sudor, la casa donde vivían sus ancianos padres. el huerto
donde jugaban sus hijos, la colonia descubierta y conquistada por sus ascendientes,
el puerto donde amarraban su embarcación fatigada del largo viaje, el almacén
donde depositan sus riquezas; la iglesia, sarcófago de sus mayores, habitáculo
de sus santos y arca de sus creencias: la plaza, recinto de sus alegres pasatiem-pos;
el hogar doméstico, cuyos antiguos muebles transmitidos de generación en
generación, parecen el símbolo de la perpetuidad de las naciones; la cocina, en
cuyas paredes ahumadas parece que no se extingue nunca el eco de los cuentos
con que las abuelas amansan la travesura e inquietud de los nietos: la calle, donde
se ven desfilar caras amigas; el campo, el mar, el cielo; todo cuanto al nacer se
asocia a nuestra existencia, desde el pesebre de un animal querido hasta el trono
de reyes patriarcales; todos los objetos eii que vive prolongándose nuestra alma,
como si el propio cuerpo no le bastara ... »
Entre un documento y otro, casi treinta y cinco años; en medio, páginas y pá-ginas
de amor patrio manifestado en cada una de las evocaciones históricas que
recuerda, analiza y juzga, en cada uno de los altibajos patrios que rememora y,
sobre todo, en cada uno de los individiins dd piiehlo españnl qiie llora, ríe, ama,
goza y sufre en sus páginas.
Para finalizar, queremos recordar un párrafo del hermoso discurso que Galdós
dirigió a unos compatriotas canarios en diciembre de 1900, en momentos muy
difíciles para el archipiélago:
«Habéis visto que ha llegado la hora de avivar en nuestras almas el amor a la
patria chica para encender con él, en llamarada inextinguible, el amor a la grande;
habéis advertido que la preferencia del terruño natal debe ahora ensanchar sus
horizontes llevándonos a querer y venerar con mayor entusiasmo el conjunto de
tradicioncs, hechos y caracteres, de glorias y desventuras, de alegrías y tristezas
que constituyen el hogar nacional, tan grande que sus muros ahumados no caben
en la Historia.»
La patria chica-la patria grande. El hogar nacional, como en Trafntgar, grande,
«tan grande que sus muros ahumados no caben en la Historia*.
Toda una definición; y toda una confesión de amor y de esperanza.
INDICE
Págs.
ORIGINALES INEDITOS DE DON AGUSTIN MILLARES CARLO
Tito Livio en español (Nota introductoria y edición ampliada y revisada
por TRINIDADA RCOSP EREIRA.) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
ESTUDIOS SOBRE AGUSTIN MILLARES CARLO
JosÉ ANTONIOM OREIROG ONZÁLEZC: omentarios a la bibliografía
filológico-literaria de Millares Carlo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
MANUELR AM~REMZU NOZ: Agustín Millares Carlo, Lascasista . . . . . . 93
ARTICULOS
ORLANDOR . GUNTIÑAST uNÓN: La política en la Grecia antigua
(s. V a. C.) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
ANTONIOD E RETHENCOIJRMTA SSIEUU: na jornada escolar en Las
Palmas de Gran Canaria en 1775 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141
JosÉ JUAN SUÁREZC ABELLOA:p untes de sociolingüística rural . . . . . . 155
NOTAS
JOSÉ A. MOREIROGO NZÁLEZE:n torno a la primera cátedra de latín
del Ateneo de Madrid (con un discurso y una breve epístola lati-
na de Millares Carlo) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 183
ENCARNACIL~ENM USL ÓPEZ: La prensa canaria y el vuelo del Plus
Ultra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187
YOLANDAA RENCIBIAL:a gtrera y la patria en el pensamiento de
Galdós . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195